sábado, 27 de septiembre de 2014

Viera y Clavijo: Expediciones canarias a Berbería:

1511.


Parece que por este mismo tiempo se había unido a la corona de Castilla el célebre castillo de Guáder o de Santa Cruz de Mar Pequeña, en Berbería (plaza que había construido y defendido con tanta reputación Diego de Herrera), supuesto que el nuevo gobernador de la Gran Canaria, Alonso Fajardo, de la casa de los marqueses de los Vélez, le reedificó y defendió valerosamente del sitio que le puso una partida de tropas del rey de Fez, hasta precisarlas a retirarse. Desde entonces perciben los corregidores de la isla de Canaria 50.000 maravedís de sueldo, en calidad de alcaides de aquella fortificación, sin embargo de haberla tomado y demolido los moros en 1524. Estos infieles no podían dejar de obrar así. Fundábase su extrema irritación contra nuestras islas en el derecho natural de la propia defensa, viéndose casi todos los días invadidos de sus activos habitantes, con indecibles pérdidas. Como la claridad de la historia exige que los sucesos relativos se reúnan en un solo punto de vista y se traten sin el menor desorden, no dejará de parecer conforme a esta máxima que, antes de divertir la pluma en otros asuntos inconexos, hallemos aquí todo lo conveniente a los negocios de las islas Canarias sobre las costas de África, fronterizas e inmediatas a ellas.
Correrías de los nuevos habitantes de las Canarias en África:

Cuando el joven Juba (aquel sabio rey de Mauritania, a quien el emperador Augusto reintegró en la monarquía de su padre) se ocupaba en descubrir las islas Afortunadas por medio de sus exploradores, no sabía que en los siglos futuros habían de salir de ellas los mayores enemigos de las miserables naciones establecidas de la parte de acá del monte Atlante; entre las cuales quizá es la más antigua de los Morrowlebin, que, extendiéndose hasta el Senegal, conserva un lenguaje muy semejante al de nuestros primitivos canarios. Ya hemos visto que los derechos de la corona de Castilla sobre estas costas de la Berbería occidental, como sucesora de don Rodrigo, el último rey de los godos, habían sido sostenidos por los primeros conquistadores de las islas; y que las hostilidades que Juan de Béthencourt y Diego de Herrera cometieron en ellas, se reputaron por otros tantos actos de posesión. El castillo que este último construyó en el puerto de Guáder o Santa Cruz de Mar pequeña no sólo fue un presidio o dique que puso freno a los bárbaros que amenazaban continuamente a las islas, sino también un abrigo para las armas cristianas, a cuya sombra se ejecutaron aquellas frecuentes correrías en el país, que produjeron a los invasores considerables partidas de  camellos, caballos, vacas, ovejas y cautivos. No podían los moros dejarse insultar impunemente. Desde el tiempo de Béthencourt el Grande se tuvo aviso en Fuerteventura de que el rey de Fez, celoso de los progresos de aquel conquistador y de su incursión en el Río de Oro, disponía un armamento para echarse sobre  estas islas, bien que este terrible nublado se disipó. El famoso sitio que el Xarife Aoiaba puso al castillo de Mar Pequeña, con diez mil hombres de infantería y dos mil caballos, también se levantó a la vista del pronto socorro que le llevaron Diego de Herrera y Pedro Fernández de Saavedra. Sin embargo de esta felicidad, ¿no era designio temerario irritar cada día más a un enemigo poderoso? El carácter de nuestros predecesores era un carácter raro, y el espíritu de su siglo, un espíritu de intrepidez. La familia de Herrera no se ejercitó por más de una centuria en otra cosa que en hacer entradas en Berbería y en cautivar moros salvajes, de que se inundaron las islas de Fuerteventura y Lanzarote. Hemos visto que en una sola ocasión hicieron en el pueblo de Adovar, cerca de Tagaost, más de ciento cincuenta y ocho prisioneros ¡Qué memorables irrupciones no ejecutó Sancho de Herrera el Viejo en estas regiones africanas! Los ciervos que se conservan en los bosques de La Gomera son todavía monumentos de su valor. Pero el que más se distinguió en este género de empresas militares fue Fernán Darias de Saavedra, señor de Fuerteventura, hijo de Pedro Fernández de Saavedra y nieto de Diego de Herrera. Este caballero armó diferentes embarcaciones a su costa y cautivó por diversas veces en aquellos países considerable número de infieles de ambos sexos. Ejemplo fue éste que se hizo como título hereditario en su familia, pues su hijo Gonzalo de Saavedra, con licencia especial de Felipe II, y sus nietos don Fernando y don Gonzalo de Saavedra ejecutaron muchas entradas en Berbería, de cuyos naturales, convertidos a nuestra santa fe, y de su posteridad se formaron en aquellas islas dos compañías de milicias, con el nombre de compañías de los berberiscos. Estas no podían menos que engrosarse por puntos, supuesto que las reclutas que llegaban eran numerosas. Mientras los señores de Fuerteventura, por una parte, y por otra el primer marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera, hijo de Pedro Fernández de Saavedra, el mozo (caballero de singular valor, que en una de las correrías que hizo en Berbería por orden del emperador Carlos V murió a manos de los moros, después de haber saqueado Tafetán, donde tomó muchos cautivos), mientras estos señores, digo, pasaban su tiempo en estas heroicas invasiones, salió de la isla de Tenerife otra nueva planta de armadores, que hicieron señalados progresos sobre los africanos. En el siglo octavo y noveno (dice un célebre autor) eran los bárbaros los que hacían incursiones sobre los pueblos c incursiones sobre los bárbaros. Luego que el adelantado don Alonso Fernández de Lugo tuvo conquistada aquella isla, como se verá en el libro siguiente, recibió orden de los Reyes Católicos para navegar con su armamento a las costas de Africa, en desempeño de su título de capitán general desde el cabo de Guer al de Bojador, a fin de construir un presidio en aquellas partes.
Influía también en esta expedición la duda que se había suscitado entre el rey don Manuel de Portugal y la corona de Castilla acerca de los límites de los territorios situados entre los referidos cabos y el de Naute, a la que dio motivo cierta bula que el papa Alejandro VI expidió en 13 de febrero de 1494, por la que se concedía al reino de Castilla las conquistas del Africa, en fuerza de las representaciones que hizo en Roma el cardenal don Bernardino de Carvajal, reproduciendo lo antiguos derechos de Ambas cortes determinaron enviar personas inteligentes para el efecto de aquella demarcación; y los Reyes Católicos nombraron a Antonio de Torres, gobernador de Canaria, con quien se unió en Tenerife el comisionado de Portugal. Habiendo surgido el adelantado en el puerto de Nul, hacia la parte de Mar Pequeña, veinte leguas de Tagaost, desembarcó una especie de torre o castillejo portátil de madera, capaz de contener gente y artillería, y le defendió con una trinchera y un foso. Los habitantes de Tagaost juntaron cuatrocientas lanzas y ochenta caballos, con cuyas fuerzas tuvieron bloqueados a los nuestros quince días, en los que se trabaron algunas sangrientas escaramuzas, muriendo, con sentimiento general, don Fernando de Lugo, hijo mayor del adelantado; Pedro Benítez, regidor de Tenerife, y Francisco de Lugo, sus sobrinos. Tuvo la misma funesta suerte una hija de Jerónimo Valdez, doncella hermosa que, por no apartarse de un hermano, le había seguido a Berbería. En estos reencuentros perdió Alonso de Lugo la vajilla o recámara del Cid Hernán Peraza (como entonces decían) que su viuda doña Beatriz de Bobadilla le había regalado con más altos designios; pero, a pesar de estas ventajas, no pudieron los moros derrotar enteramente a aquel jefe, que volvió a Tenerife con las reliquias de su armada.
La memoria de tan infructuosa expedición no fue bastante para que los nuevos pobladores de nuestras islas perdiesen el gusto a semejantes incursiones. Subyugados los bárbaros indígenas o del país, era forzoso satisfacer la pasión de tener la espada en la mano y conquistar. En 1519 se asociaron el segundo adelantado, don Pedro de Lugo, Bartolomé, Pedro y Juan Benítez de Lugo y Andrés Xuárez Gallinato, e hicieron cierta liga para habilitar contra los moros un considerable armamento que debía partir de Tenerife en febrero del mismo año. El licenciado Cristóbal de Valcárcel obtuvo, en 6 de julio de 1528, licencia del emperador Carlos V para continuar en sus entradas y corsos contra los moros, sin que contribuyese con el quinto de las cavalgadas o despojos al real erario. También es constante que Lope de Mesa, el primero, pasó diferentes veces a Berbería en calidad de capitán comandante de cierta armada que había preparado a sus expensas, haciendo gran presa de infieles; que su hijo Diego de Mesa prosiguió en el mismo sistema, sirviendo de coronel en un navío que montaba el tercer adelantado don Alonso Luis Fernández de Lugo, y que, en 1541, Francisco Benítez y Juan Benítez Pereira, Don Pelayo. ivilizados; en el XV y el XVI fueron los pueblos civilizados los que hicieron  hermanos, armaron a su costa una carabela para navegar a Berbería, en conserva de la principal armada. Finalmente se halla cierta información, hecha por el capitán Luis Perdomo, en 1567, por la que se demuestra que sirvió algunas veces de jefe en las expediciones de Tenerife sobre las costas fronterizas del Africa, en donde obró notables proezas, reduciendo muchos esclavos berberiscos.
(Viera y Clavijo)
Iniciativas de conquista del cardenal Cisneros (1499-1509):

Los peligros de rebelión entre los descontentos habitantes de Granada, ayudados y fomentados por sus correligionarios africanos, dieron inevitablemente un nuevo impulso al proyecto, largamente acariciado, de continuar la cruzada castellana al otro lado del estrecho, en tierra africana. Esto había de ser una secuela natural de la conquista de Granada y los tiempos parecían  especialmente propicios para ello. El sistema estatal norteafricano se hallaba, a finales del siglo XV, en un estado muy avanzado de disolución. Existían divisiones entre Argel, Marruecos y Túnez, entre los habitantes de las montañas y los del llano, entre los autóctonos y los nuevos inmigrantes procedentes de Andalucía. El Norte de África era un país difícil para las campañas, aunque sus habitantes no estaban familiarizados con las nuevas técnicas militares de los castellanos, y sus disensiones internas ofrecían a los españoles posibilidades tan tentadoras como las luchas de facciones en el reino nazarí de Granada. Alejandro VI dio, en 1494, su bendición papal a la cruzada africana, y lo que es más importante, autorizó, a fin de subvenir a ella, la continuación del tributo conocido con el nombre de cruzada. Pero la cruzada al otro lado del estrecho se vio retrasada durante una azarosa década. Las tropas españolas estuvieron enzarzadas, durante la mayor parte de esta época, en una difícil lucha en Italia, y Fernando no estaba en disposición de volver su atención hacia ningún otro lugar.

Cambiante sucesión de pueblos dominadores (ss.XI al XVII):

Distintos pueblos se van alternando en el dominio de Marruecos, que en el caso de los almorávides y de los almohades incluye territorios de Argel. En el siglo XI, los sanhaya, de rito malaquita, desean imponer sus creencias. Los almorávides emprenden la conquista hacia el Magreb, donde su primer soberano, Yusuf ibn Tasfin (1061-1106), funda Marrakech en 1062, antes de extender su dominio hasta Argel, hacia la península Ibérica y, hacia el Níger, con la ocupación de la ciudad de Ghana en 1076-1077. El Imperio almorávide se hunde a partir del reinado de Tasfin ibn Alí (1143-1147), bajo los embates de españoles y almohades. Formando, como los abdalwadíes una confederación de bereberes zanata, los mariníes (benimerines) acaban con el dominio almohade en el Magreb occidental y se apoderan de Meknes (1244), Fez (1248) y Marrakech (1269). Fracasan múltiples expediciones a España. Al este, la lucha contra los abdalwadíes cristaliza alrededor de Tremecén, de 1299 a 1389. Enfrentados con sus diversos adversarios de la península Ibérica, los mariníes son eliminados por los wattasíes  (1465). Fundada por ibn Tumart, la comunidad de los almohades nace en el sur de Marruecos. Se rebela en 1145 y toma Tremecén, Fez (1146) y Marrakech (1147). El Marruecos atlántico, el Rif y al-Andalus (hasta el Guadalquivir) son ocupados a partir de 1147. El conjunto del Magreb es conquistado en entre 1151 y 1160. Quebrantado por la victoria cristiana de Las Navas de Tolosa (1212), el poderío almohade se hunde bajo los embates de los bereberes zanata entre 1244 y 1269. Tutores de los mariníes (1420-1465), los wattasíes se adueñan definitivamente del poder en 1471, pero no pueden impedir que portugueses y españoles se establezcan en la costa marroquí. Son expulsados del poder (1553) por los sadíes. Estos últimos, fundadores del imperio jerife, organizan exitosas expediciones hacia el continente negro, pero deben ceder el poder a otra dinastía jerife, la de los alauitas del Tafilete,  fundada por Mulay al-Rasid (1660-1672), unificador de Marruecos tras la expulsión de los europeos.

Desembarcos de escasa entidad (s.XVI):


Aparte de la toma del puerto de Melilla por el duque de Medina-Sidonia, en 1497, el nuevo frente con el Islam fue abandonado y sólo con la primera rebelión de las Alpujarras, en 1499, los castellanos advirtieron realmente la amenaza norteafricana. La revuelta provocó un gran resurgir del entusiasmo religioso popular y suscitó nuevas peticiones de una cruzada contra el Islam, apoyada con ardor por Cisneros y por la reina. Sin embargo, cuando Isabel murió en 1504, nada se había hecho aún y fue Cisneros el encargado de hacer cumplir su última voluntad, que sus sucesores no cesen en la empresa de la conquista de África y de pugnar la Fe contra los infieles. El fervor de Cisneros iba a arrollar, una vez más, todos los obstáculos. En otoño de 1505 se organizó una expedición en Málaga que zarpó hacia el norte de África. Se consiguió ocupar Mazalquivir, base esencial para atacar Orán, pero la atención de Cisneros se veía entonces distarída por asuntos internos y sólo en 1509 un nuevo y más poderoso ejército fue enviado a África y se ocupó Orán. Pero los comienzos, en 1509-1510, de la ocupación de la costa norteafricana sólo sirvieron para acentuar las divergencias entre Fernando y Cisneros y para revelar la existencia de dos políticas africanas irreconciliables. Cisneros, imbuido del espíritu de cruzada, había proyectado, según parece, penetrar hasta los límites del Sahara y establecer en el norte de África un imperio hispano-mauritano. Fernando, en cambio, veía en África un teatro de operaciones mucho menos importante que el tradicional enclave aragonés en Italia y se mostraba partidario de una política de ocupación limitada del litoral africano que bastase para proteger a España contra un ataque de los moros. Cisneros rompió con su soberano en 1509 y se retiró a la universidad de Alcalá. Durante todo el resto del reinado prevaleció la política de Fernando: los españoles se contentaron con ocupar y guarnecer una serie de puntos claves, mientras dejaban el interior en poder de los moros. España había de pagar muy caro, en los años sucesivos, esta política de ocupación limitada. La relativa inactividad de los españoles y su vacilante poder en una reducida franja costera permitieron a los corsarios berberiscos establecer bases a lo largo del litoral. En 1529 los  Barbarroja, dos piratas hermanos procedentes de Oriente, recuperaron el Peñón de Argel, punto clave para la conquista de dicha ciudad. A partir de este momento quedaban establecidos, bajo la protección turca, los cimientos de un estado argelino, que proporcionaba la base ideal para los ataques de piratería contra las rutas mediterráneas vitales para España. (Elliot) 

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