1797 julio 20.
INTRODUCCIÓN
Aunque el ataque de
Nelson a Tenerife fue una operación menor, tiene su importancia porque permite conocer detalles
de su personalidad que, de otra forma, podrían pasar
desapercibidos. Es más, estoy convencido de que
este ataque, y las operaciones que realizó en
el Mediterráneo como capitán
de navío, comodoro y luego como
almirante, conformaron su personalidad,
de forma que sus
decisiones en Trafalgar fueron
resultado de sus experiencias en estas operaciones. Por eso,
me parece conveniente repasar
estas experiencias, tanto más cuanto que éstas incluyen la única derrota que sufrió Nelson, que esto fue, sin
paliativos, el resultado de
su ataque a Tenerife en 1797.
Nacido en 1758, la
carrera de Nelson en la
marina real británica empezó,
como era normal en aquella época, cuando era muy joven: en 1770, a la edad de doce años, embarcó en el navío que
mandaba su tío, Maurice Suckling, que tuvo gran in fluencia sobre él durante
sus primeros años en la marina. Tras unos años duros como guardia
marina, en abril de 1777
aprobó el examen para el ascenso a
teniente de navío, aunque en
realidad no podía haberse
presentado, pues la edad mínima para ejercer ese empleo era
20 años. Es cierto que
le faltaba poco tiempo para
cumplirlos, pero sin duda lo más
importante debió ser que el
presidente del tribunal fuera
su tío
Maurice Suckling. El año
siguiente fue nombrado primer
teniente1 y como tal consiguió su
primer mando. El 11 de junio de
1779, a los 21 años aprobó el examen para el ascenso a
post-captain (capitán de navío,
que estaba capacitado para mandar indistintamente
navíos o fragatas), y se le dio el mando de
una fragata. Como no pudo tomar el mando porque su fragata no
estaba en el puerto en
el que él
se encontraba, se incorporó a
una fuerza que debía tomar
un puesto español en el río San Juan en
Nicaragua. Nelson sobrevivió de
milagro la expedición, ya que ésta fue
el blanco de la
fiebre de modo que de
los 1.800 hombres que la
formaban sólo quedaron 380. Fue
evacuado a Inglaterra, y una vez
curado consiguió en 1781 el
mando del Albemarle. Fue con su
barco a la costa de Canadá y
allí conoció a otros dos hombres que
iban a intervenir en su carrera, el al- mirante Hood, y el guardia
marina príncipe Guillermo, hijo del
rey de
Inglaterra, que luego usó el título de
duque de Clarence y que después subió al trono de Inglaterra como Guillermo VII.
Nelson consiguió de
Hood que lo destinara con
su barco a las Indias Occidentales, pero al poco tiempo se
firmó la paz con Francia y tuvo que
regresar a Inglaterra.
Volvió a
las Indias mandando el
Boreas y allí empezó a manifestarse su capacidad para hacerse incómodo a sus
superiores, sobre todo a los que no
respetaba. Se enfrentó a
autoridades y comerciantes que se habían
acostumbrado hacer la vista gorda a los
barcos de los rebeldes americanos
que seguían aprovechándose de los
privilegios de los que habían gozado mientras se consideraban
súbditos de Inglaterra, y los comerciantes lo demandaron por unos daños de
40.000 libras que decían haber
sufrido por los barcos que
apresaba. A finales de 1787 regresó a Inglaterra, donde su barco pasó
a la
reserva y él, en
1788, cuando tenía 30 años.
TOLÓN
Cuando Inglaterra decidió
rearmarse ante la posibilidad de entrar
en la
guerra que media Europa sostenía
con Francia en defensa del rey
Luís XVI y de su
familia, el duque de Clarence
ejerció toda su influencia para que se le diera a Nelson el mando de uno
de los
navíos que se estaban armando, en lo
que lo apoyó el almirante Hood,
que lo
reclamó para su escuadra. El
30 de
enero de 1793 fue
nombrado comandante del navío
Agamemnon, que once días después estaba
listo para desempeñar comisión. Efectivamente, fue asignado a
la escuadra del almirante Hood, y la primera operación
en la que participó con la escuadra inglesa del Mediterráneo fue la del
socorro de Tolón, ocupado
por realistas, que estaba amenazado por tropas republicanas que luego lo sitiaron y que había pedido la protección de
las escuadras inglesa y española,
que mandaba Lángara y fue en esta ocasión aliada de la
inglesa. Las dos escuadras, con otros aliados, entraron
en Tolón, y colaboraron en su
defensa. Nelson no participó en las
operaciones de la defensa de
Tolón, sino que realizó una serie
de misiones diplomáticas cerca de los pequeños estados de la
península italiana que le encargó
el co- mandante en jefe de la
escuadra inglesa, almirante Hood. Cuando
los aliados abandonaron Tolón,
tras quemar y volar el arsenal y
los barcos franceses, en contra de
la opinión de Lángara, Nelson se incorporó a la escuadra
inglesa y empezó la parte más brillante de
su carrera. Es curioso que
la reconquista de Tolón por
los republicanos franceses fuera
también el inicio de la fulgurante
carrera de Napoleón, cuya actuación como
comandan- te de la artillería republicana fue determinante para la conquista de Tolón.
CÓRCEGA
Durante su estancia en
Tolón, el almirante Hood ya había pensado en utilizar Córcega como base en caso de
verse obligado a abandonar ese puerto, de
modo que después de la evacuación de aquella plaza, y el malestar que reinaba en
Córcega con la República , agudizado
por la
ejecución del rey Luís
XVI, la escuadra de Hood se presentó ante la isla a principios de 1794. Estaba formada por un
total de 24 barcos, mercantes y
de guerra, entre los que
se encontraba el Agamemnon
de Nelson.
El general Dundas, que mandaba las
fuerzas del ejército inglés desembarcadas en Córcega, no
quería atacar Bastia antes de
recibir refuerzos de Gibraltar,
pero Nelson informó a Hood que creía
que con
los infantes de Marina embarcados y los soldados de
la infantería inglesa, que habían embarcado de Real Orden para suplir la falta de infantes de
marina, y contando con la ayuda de
los barcos, se podría tomar
Bastia. Hood aprobó la idea de Nelson,
reclamó a Dundas los soldados que habían hecho
el papel de infantes de marina y el día 4 de
abril Hood puso en tierra su fuerza de
desembarco formada por 1.183
soldados de ejército y de infantería de
marina, más 250 marineros.
Prueba del prestigio que
tenía Nelson ya entonces, y de la
confianza que en él depositaba su almirante, fue que
Hood lo nombró jefe de esta
fuerza de desembarco. El asedio duró algo más de
mes y medio, y el 24 de mayo los
4.500 soldados franceses que
defendían Bastia se rindieron
a los
menos de 1.000 ingleses que
la atacaban. Que el asedio fue
un ataque serio lo demuestra el
hecho de que los ingleses
hicieran con su artillería muy cerca de 20.000 disparos, entre balas rasas y
granadas2. Una vez tomada Bastia, que está situada en el NE
de Córcega, los ingleses se
trasladaron al NW de
la isla, para sitiar Calvi. Los
soldados ingleses ante Calvi
estaban mandados por el general
Stuart, que aparentemente no puso
dificultades a la participación de
Nelson en el asedio, bien porque
ya hubieran llegado los refuerzos de Gibraltar que había esperado Dundas o bien porque Stuart
pensara que, de hacerlo, Nelson, que
mandaba el destacamento naval
que había desembarcado, le arrebataría la gloria de
la victoria, como le había sucedido a Dundas. El día 10
de agosto, los franceses se rindieron a los ingleses después de un
asedio en el que Nelson perdió
la visión del ojo
derecho. El resultado in- mediato
de las
tomas de las ciudades corsas fue que
Córcega quedó bajo la soberanía
del rey
de Inglaterra.
Pero muy pronto los corsos se sintieron descontentos con los ingleses, sobre todo cuando el virrey
inglés les impuso tributos e impuestos,
ya que ellos esperaban que, al haberse liberado de
los franceses, quedarían también libres
de impuestos y cargas económicas.
Por eso,
llegó un momento en
que los ingleses decidieron que sus
tropas abandonaran Córcega y se
trasladaran a la isla de
Elba.
CÁDIZ
Las victorias de
Napoleón en Italia, y la pérdida de
Córcega hicieron insostenible la situación de los
ingleses en el Mediterráneo, y
decidieron abandonarlo. Nelson participó en
la evacuación las fuerzas del
ejército inglés, que estaban en Elba, y des
pués de ponerlas a salvo se incorporó al bloqueo de Cádiz en
la nueva guerra que enfrentaba a
España e Inglaterra después del breve episodio de Tolón. Allí, como comandante
del bloqueo, hizo gala de
su iniciativa y agresividad,
saliendo en su bote por
las noches para inspeccionar las
situaciones de las fragatas que cerraban el bloqueo. Una
noche fue sorprendido por una lancha española, y en la lucha que
siguió en la que parece que
llevó la mejor parte, hasta el extremo de
hacer prisionero al comandante
español, su vida corrió un
serio peligro. Él mismo dijo que
el patrón de su bote le había salvado la vida en
dos ocasiones. Pero ni el
bloqueo ni el bombardeo dieron el resultado apetecido por los
ingleses, que era la
salida de la escuadra española.
EL VIRREY
DE LA
NUEVA ESPAÑA
El 14 de febrero de
1797 Nelson, ya comodoro, participó en el combate de
San Vicente en el que
Jervis derrotó a una escuadra
española mandada por Córdoba.
Después del combate de San Vicente, la escuadra inglesa,
ante la imposibilidad de entrar en Lisboa debido a vientos contrarios, fondeó en Lagos, rada abierta en la
costa del sur de
Portugal, y sólo pudo entrar en
Lisboa el 28 de febrero. En
Lagos o ya en Lisboa, Jervis debió encontrarse con noticias a consecuencia de las
cuales el mismo día ordenó a
Nelson que saliera a la mar con
tres navíos de línea, dándole
la misión de tratar de
interceptar al virrey de la Nueva España , que
según las noticias se dirigía a
España con todos sus tesoros y
que traía consigo otros tres navíos
de línea, dos de
ellos de tres puentes. Desde el 5 de marzo hasta el 12 de abril Nelson estuvo
cruzando entre el cabo San Vicente
y la costa de África, manteniendo más afuera de la
línea de navíos un dispositivo de fragatas y barcos pequeños para avisarle si
se presentaban los barcos del virrey. Según sus informes a Jervis, cubría cada día entre 35 y 55 millas. Es interesante el comentario de
Nelson cuando se enteró que quizá tuviera que enfrentarse con dos navíos de
tres puentes: dijo en una carta que «cuanto mayores fueran los barcos mejor blanco (para la artillería), y ¿quién no combatiría por unos dólares?» (sic). De todas formas, ya en
marzo Nelson dudaba que el virrey
se dirigiera a Cádiz, y temía que
sus planes fueran ir a Tenerife3.
Mientras Nelson estaba en la mar esperando al virrey, Jervis le tenía
informado de las noticias que
recibía. Así, el 31 de marzo le
escribió que era seguro que
habían salido de Veracruz y La Habana barcos que él calificaba como «rich ships»; barcos ricos, y para que no
hubiera dudas citaba el que creía
era nombre del virrey: Braca Forte. Este
nombre estaba bastante cerca de la
realidad, ya que el virrey era Don
Miguel de Grúa y Talamanca, marqués
de Branciforte, que por
cierto era cuñado de Godoy. Le informaba además que había enviado a Tenerife a
las fragatas Terpsichore y Dido para ver
si había llegado allí el virrey.
IDEA
INICIAL DE NELSON
Mientras Nelson estaba con sus
barcos esperando al virrey,
se estaba terminando la evacuación de
las últimas fuerzas del ejército
inglés que permanecían en el Mediterráneo, y que eran las
que habían estado de guarnición en
la isla de
Elba. La seguridad del viaje
que las transportaba era una preocupación para Jervis y para Nelson,
y éste le sugirió a aquel el envío de una escuadrilla para
protegerlo, ofreciéndose voluntario para mandarla. Y el 12
de abril, aceptando la propuesta del
propio Nelson, Jervis lo envió a encontrarse con el convoy que
traía a Gibraltar la guarnición
de Elba. Pero eso no
significaba que Jervis hubiera abandonado la idea de
interceptar al virrey, y el mismo
día 12
de abril le había pedido a Nelson
un anticipo de su plan para el ataque a Tenerife. Y en una curiosa coincidencia de
fechas el mismo día 12, Nelson explicó a Jervis su idea, que
decía se basaba en el ataque de
Blake en 1657 a una flota de Indias que
había arribado a Tenerife.
Fue éste
uno de los combates más valorados por la
marina real inglesa, aunque
la versión española no permite pensar lo mismo. A primeros del año 1657
volvía de las
Indias una flota formada por
dos galeones y nueve naos
mercantes, transportando diez millones de
pesos en plata, además de carga general de las Indias. Las
noticias de la presencia en aguas canarias de la escuadra de Blake hicieron que el
capitán general de la flota, don Diego de Egues, decidiera arribar a Tenerife. Como la es- cuadra de
Blake era muy superior a la suya,
ya que
estaba formada por unos 33 barcos
de guerra, los mayores con
64, 54, 52 y 50
cañones, y supongo que recordando
el apresamiento por Piet Heyn de
la flota de don Juan de Benavides en
Matanzas el año 1628, Egues decidió desembarcar la plata y depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Una Real
Cédula coincidió con la decisión de
Egues, diciendo «...os ordeno y
mando que precisa y puntualmente hagáis poner
y pongáis en tierra
realmente y con
efecto toda la
carga que viene
en la
Capitana y
Almiranta de esa flota y todos los
navíos de su conserva ...». Al mismo
tiempo, y como debió suponer que
Blake desembarcaría en Santa Cruz para apoderarse de la
plata, y dando por perdidos
los mercantes, accedió a la
petición del gobernador de Santa Cruz y ordenó que estos desembarcaran 24 piezas de
artillería para reforzar la
de la plaza4, que
así llegó a los
99 cañones. Y, por supuesto, también ordenó a los mercantes que
desembarcaran sus cargas para
que no
cayeran en poder del enemigo. En la mañana del
día 30 de
abril, cuando ya estaba en tierra toda la plata y demás carga, se presentaron en Santa Cruz unos 33 barcos de la
escuadra de Blake. Los barcos españoles estaban fondeados cerca
de tierra, los mercantes sin
artillería, y sólo con las armas de
sus guarniciones, que estaban a
bordo parapetadas en las
bordas y fuera de las vistas de
los ingleses, y sólo los dos galeones con
su armamento completo para mantener el honor de las
armas del Rey. Cuando los
ingleses intentaron el abordaje
fueron recibidos por las descargas de
los arcabuces españoles, que les causaron muchos muertos y heridos, pero
sólo los galeones pudieron presentar una
resistencia firme. De los barcos
españoles, los dos galeones los
volaron los españoles una
vez llevada al extremo su
defensa, de los mercantes cuatro se salvaron atracándose
a tierra y varando; tres fueron incendia-
dos, aunque no se sabe muy bien si por los
españoles para impedir su toma
por los
ingleses, o por éstos en los
combates5, y dos fueron apresados por los
ingleses y remolcados fuera del puerto, pero Blake ordenó su hundimiento para no tener que enseñar en Inglaterra tan menguado botín. Aunque
los ingleses confesaron 60 muertos y 200
heridos, fuentes españolas cifraron las
perdidas inglesas en más de 500
hombres.
El plan que
Nelson remitió a Jervis el 12
de abril era ahora más ambicioso que el
de Blake: En vez de apresar los
barcos fondeados, tal vez por
suponer que habían desembarcado
ya la carga, pretendía tomar Santa Cruz
y apoderarse de las mercan- cías
que hubiera en los
almacenes reales o que pertenecieran
a dueños extranjeros. Para esta operación pidió a Jervis soldados de ejército y le decía expresamente que se refería a los 3.700 que procedían de Elba y que
estaban ya embarcados en los
transportes en viaje a
Gibraltar. Calculaba que para
toda la operación se necesitarían unos tres días, por lo
que los barcos y las fuerzas de ejército sólo estarían
alejados de la escuadra una quincena.
En su
opinión, la costa de Tenerife no
permitía un fácil acceso, pero era tan acantilada que los
transportes se podrían acercar a
muy poca distancia, y desembarcar toda la
fuerza de desembarco en un solo
día. Según él, Santa Cruz presentaba una vulnerabilidad
decisiva: el suministro de agua se hacía
por acequias de madera desde fuentes
lejanas, de modo que, si se cortaban
estas acequias, la ciudad se rendiría
enseguida; él concedería buenos términos para la rendición: garantizaría la propiedad privada
de los
isleños, y exigiría solamente la entrega de dineros y géneros públicos y de los
que fueran propiedad de
mercaderes extranjeros. Como era lógico y
costumbre en aquellos tiempos, añadiría la amenaza de destrucción absoluta de la ciudad si se disparara un
solo cañonazo.
Nelson reconocía lo dificil que
sería conseguir la participación
del general de Burgh, jefe
de las tropas que
regresaban de Elba, y sugería a Jervis que le dijera que
las ganancias que podría conseguir el ejército de esta operación, si tuviera éxito, serían la
mitad de los seis o
siete millones de libras en que
Nelson cifraba el botín. Si no
podía convencer al general,
en la
flota había 600 infantes de marina, de
modo que si podía disponer de ellos
y de otros 1.000 soldados más, serían
suficientes para hacer el trabajo, por
lo que habría que recurrir al
comandante en jefe de
Gibraltar para conseguirlos6.
Pero Jervis muy pronto se
convenció de que el
virrey no había llegado a Tenerife, como le habían dicho, y de que
no iba a ir allí,
y el 6 de mayo le decía a Nelson
que un
barco genovés que procedía
de Tenerife había informado a Bowen,
comandan- te de la Terpsichore ,
y a Troubridge, comandante del Culloden, que
dos barcos de la Compañía
de Filipinas habían entrado en Santa
Cruz y estaban fondeados en el puerto
sin haber desembarcado su carga, y que
Bowen había arrumbado rápidamente a Tenerife. Jervis le decía a Nelson,
además, que Tenerife, al no estar
allí el virrey, ya no
era un objetivo del
valor que se le había
supuesto inicialmente, pero no
le prohibía seguir adelante con su
proyecto7. Es más, en cuanto Jervis se enteró de las
noticias del barco genovés,
destacó a Tenerife a las fragatas Lively
y Minerve para que tratasen de apresar los
barcos que hubiera en Santa Cruz8.
EL GENERAL
GUTIÉRREZ
El adversario de
Nelson en Tenerife fue el
teniente general D. Antonio Gutiérrez, que mandaba hacía seis años en
el archipiélago como comandante general y gobernador. Se sabe poco de
su carrera por no
haber aparecido en los archivos militares su expediente personal, pero se puede reconstruir por algunos documentos sueltos.
Nacido en 1729, estuvo en las
guerras de Italia desde 1743,
probablemente empezando como cadete pues tenía entonces 14 años, hasta su terminación en 1748.
Ocupó destinos en varios regimientos de infantería, y en 1770, cuando los ingleses ocuparon Puerto Egmont en la Malvina Grande ,
mandó, como teniente coronel, la fuerza
de desembarco de infantería y artille- ría españolas que se
envió en cuatro fragatas desde Buenos Aires para desalojarlos. Las negociaciones que siguieron al desembarco español,
cuidadosamente medidas por ambas partes
para evitar bajas inútiles debido a
la desigualdad de fuerzas, desembocaron en la capitulación de la guarnición británica después de unos pocos disparos para guardar las formas. No
estará de más decir ahora que,
cuando en Inglaterra se levantó un clamor de protestas por
el abandono de las Malvinas, y se llegó en los
dos bandos, España e Inglaterra,
al borde de la
guerra, Francia, que conocía y
había alentado las intenciones
españolas, dio marcha atrás y dejó
sola a España. Luís
XV intentó explicarlo
destituyendo a su ministro, el
duque de Choiseul, y escribiendo a Carlos III que
aunque su ministro quería la guerra, él no, con lo
cual demostraba el respeto que le
ofrecían los compromisos del Pacto
de Familia firmado hacía sólo nueve años. Es inevitable que todo este
asunto nos traiga a la memoria
el muy reciente del islote
Perejil. Gutiérrez participó también en
la desastrosa expedición a
Argel el año 1775, de donde tuvo la gran suerte de salir sólo
con una herida grave, librándose
de estar entre los aproximadamente 5.000
muertos españoles que se contaron ese
funesto día. Luego, ya de
brigadier, fue coman- dante
militar de Menorca. En 1790
ascendió a mariscal de
campo, y al año siguiente fue nombrado comandante general y gobernador
de Canarias, donde el año 1793
ascendió a teniente general,
empleo que tenía cuando el ataque
de Nelson.
Santa Cruz de Tenerife, capital de la
isla este nombre, estaba protegida entonces por catorce fuertes y baterías, y por dos castillos. Tanto éstos como los fuertes y las
baterías estaban relativamente bien dotados de artillería ya
que disponían en total de
84 cañones y 7 morteros, aunque
el estado de unos y otros dejaba
que desear en algunos casos. Sin embargo, la eficacia del armamento durante
los combates fue razonablemente buena.
Por lo que
respecta a las tropas, su base, o por
mejor decir su masa, la constituían las milicias provinciales, que eran entonces la solución que
adoptaba España para tener un
ejército gratis, ya que los
milicianos no cobraban sueldo
ni estaban racionados más que cuando prestaban servicio activo. No hay
que extrañarse de tal solución, pues creo que es necesaria si se quiere tener un
ejército profesional, y así
la están empleando hoy los Estados Unidos, que no
podrían llevar a cabo las guerras
que hemos visto si no contaran con
la Guardia Nacional. Las milias
del ejército español llegaron a
contar con un total de
80.000 soldados, y las de Tenerife estaban formadas entonces por cinco regimientos de infantería, cada uno con 10
compañías, dos de las cuales eran de granaderos y
cazadores, con una plantilla
total cada regimiento de 840 hombres. Las
milicias de artillería eran tres
compañías con un total de
205 artilleros.
El ejército profesional estaba representado
desde 1793 por el batallón de infantería de
Canarias, que servía de escuela para las milicias. Sus
soldados eran «veteranos»;
es decir, soldados profesionales a
sueldo, que generalmente procedían
de las
milicias. Su plantilla era de
600 hombres, pero desde su formación no
había pasado de los 300.
El total de la
infantería que intervino en
la defensa de Santa. Cruz, tanto veterana como de mi- licias, estaba razonablemente bien
armada, ya que sabemos que en 1790
había depositados en los almacenes de
Tenerife 1.998 fusiles, 1.897 bayonetas, y balas y cartuchos más
que suficientes para todos los fusiles.
El capitán general había señalado hacía ya tiempo
que en
el caso de una guerra con Inglaterra sería conveniente reforzar la
guarnición de las islas con
tropa veterana. Como no había
recibido este refuerzo, ya declarada la
guerra decidió reforzar la guarnición de
Santa Cruz, como zona más amenazada de
la isla, con las compañías de
granaderos y cazadores de
los cinco regimientos de milicias que
había en la isla.
Estas compañías estaban formadas por
soldados escogidos, de forma que eran lo más parecido a soldados veteranos que se
podía encontrar en un regimiento
de milicias. Además, el mismo general
Gutiérrez había enviado a la Península
en 1793
una columna formada por 700
granaderos y cazadores de
los regimientos de milicias de Canarias, que había participado en la
campaña de Cataluña y el Rosellón contra los franceses entre los años 1793
y 1795. Por lo tanto, hay que
suponer que por lo
menos parte de estos granaderos y
cazadores, aunque milicianos, estaban ya
foguea- dos, y acostumbrados a la guerra.
Tuvo también la
suerte el capitán general de
recibir inesperados refuerzos. Después de la declaración de guerra llegaron a la isla dos
partidas de reclutas, con un
total de 60 hombres, que iban
destinados a La
Habana y a
Santiago de Cuba y que se quedaron en Santa Cruz para contribuir a su defensa. Todavía más inesperada fue la
ayuda de la dotación de
la corbeta de guerra francesa La
Mutine 9, que
entró en Santa Cruz y de la
que hablaremos más adelante. En la defensa
de Santa Cruz participaron
aproximadamente 100 de sus
marineros.
ACCIONES PREVIAS
El 23
de enero de 1797
habían llegado a Santa Cruz las
fragatas de la Real
Compañía de
Filipinas San José y Príncipe Fernando, que venían a España con géneros de
las Indias Orienta- les, y
cuyos capitanes al enterarse del
estado de guerra con Inglaterra
habían decidido arribar a Tenerife.
Por razones que no he
llegado a explicarme, los dos barcos de
la Compañía
fondearon casi fuera de la
protección de las baterías de
la plaza10, no calaron masteleros ni vergas; no
desenvergaron las velas; no emplearon para fondear amarras sólidas;
no admitieron a bordo para su
protección los destacamentos
de ejército que les
ofreció el gobernador,
especialmente para la noche; y, lo que
es más grave, se negaron a desembarcar su carga para depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Sus capitanes no
tomaron, en fin, ninguna de
las precauciones que tomaría un marino prudente para evitar algo como lo
que sucedió y, más que
de imprudentes, pecaron de
tontos. Quizá el general Gutiérrez estimó que eran barcos de Estado, por
estar asimilados legalmente
en muchos aspectos a barcos
de la Armada , y
sus capitanes a capitanes de
mar y guerra, por lo que no los
forzó a tomar las precauciones citadas. Lo extraño, y que parece dar a entender que
había alguna razón que se me
escapa para obrar así, es que el
26 de
mayo llegó a Santa Cruz la corbeta francesa de guerra La
Mutine para hacer víveres y agua, y cuando fondeó lo
hizo de forma que quedó expuesta al apresamiento. También
participó en la defensa la
dotación del bergantín correo
Reina María Luisa, que llegó
a Santa Cruz el 21
de julio con correspondencia para la isla y
para la América del Sur.
Por su
parte, las fragatas Terpsichore y Dido, que
Jervis había destacado a finales de
marzo para comprobar si había
llegado a Tenerife el virrey de la
Nueva España , llegaron a aguas de Santa Cruz. En la
noche del 17 al
18 de abril enviaron seis botes con ochenta hombres, que abordaron la
fragata Príncipe Fernando entre las
dos y las tres de
la madrugada, redujeron a
los 19 hombres que había de
su tripulación a bordo,
causándole tres muertos y dos heridos
graves, picaron sus cables, larga- ron
velachos y gavias y se hicieron a la mar con
la presa, aprovechando el viento
del Norte, que soplaba fresco. En cuanto aclaró el día las
baterías de Santa Cruz abrieron
fuego sobre los tres barcos, pero no
consiguieron dificultar su
maniobra. Los ingleses retuvieron
a bordo al segundo comandante de la
presa y a dos marineros españoles y tres portugueses, y
al resto los enviaron a Santa Cruz
en la lancha del Príncipe Fernando. Tuvo su importancia la retención por
los ingleses de los
marineros, pues el cadáver de uno de
ellos, un tagalo o
malayo, apareció en el muelle
después del ataque. La
Compañía de
Filipinas no perdió el total
de la
fragata, porque despachó un
comisionado a Gibraltar, a donde
había llegado la presa, y la rescató pagando 75.000 pesos por la carga y el barco, mientras que solamente la carga valía 3.063.826 reales11. Posteriormente llegaron a
Santa Cruz las fragatas que había destacado Jervis, pero se equivocaron,
y en vez
de apresar al otro barco de la Compañía , que
por cierto ya había desembarcado su carga, en
la madrugada del 29
de mayo seis botes de
las fragatas inglesas Lively y Minerve, que llevaban embarcados 80 hombres, abordaron la Mutine , cuando tenía a bordo 113
hombres de su dotación de un total de
145, la apresaron y la remolcaron a
alta mar12. El día 4 de
junio los ingleses
desembarcaron en Santa Cruz los prisioneros franceses y españoles y
embarcaron los prisioneros ingleses
que había en Tenerife.
EL ATAQUE
Cuando a principios de junio, Jervis advirtió a Nelson que, si
recibía el refuerzo de seis navíos de
línea que había pedido, lo destacaría
con cuatro navíos y tres fragatas a
Tenerife para realizar el ataque a Santa Cruz, Nelson le contestó que sólo
necesitaba algunos cañones de
campaña con su munición correspondiente, y añadió a su
petición algunos artilleros para que graduaran las espoletas de
los cañones de campaña y algunas escalas de asalto. Jervis debió atender a sus peticiones, porque al menos un
cañón de campaña y una escala
quedaron como botín de guerra en Santa Cruz, pero no recibió los
soldados que había pedido varias veces.
El día
15 de julio, Nelson se hizo a
la mar con destino a Tenerife. Llevaba consigo tres
navíos de 74 cañones, a los cuales
se unió en aguas de
Santa Cruz otro de 50 cañones, tres fragatas, una balandra y una
bombarda. El día antes de
su salida había recibido las instrucciones de Jervis, en
las que le ordenaba tomar Santa Cruz, y usarla para
exigir un rescate a toda la isla,
a menos que le entregaran todo el tesoro público, en cuyo caso no
debía exigir ninguna contribución a sus
habitantes14.
Para aplicar esas instrucciones de Jervis, Nelson redactó durante el viaje la
Intimación formal a
la rendición, que Troubridge, comandante de las fuerzas
desembarcadas, debía remitir a las autoridades de Santa Cruz. Como en ella
declaraba sus intenciones, creo interesante reproducirla:
«Al gobernador o comandante de
Santa Cruz, Intimación de Sir Horatio Nelson, caballero de la Muy Honorable Orden
del Baño, Contralmirante de lo Azul 15, y Comandante en Jefe de las fuerzas de
tierra y mar ante
Santa Cruz, fechada en el Theseus
a 20 de julio de 1797.
«Señor: Tengo el honor de comunicarle que vengo
a exigir la entrega inmediata del
barco Príncipe de Asturias, procedente de Manila y con destino a Cádiz, que
pertenece a la
Compañía Filipina , con
toda su carga
completa, y también de todas las otras
cargas y efectos que hayan sido
desembarcados en la Isla de Tenerife y que no
estén destinados al consumo de
sus habitantes. Y siendo mi más sincero deseo que ninguno de los habitantes de Tenerife
resulte perjudicado por el inmediato cumplimiento de mis exigencias, ofrezco
los siguientes términos honrosos y
liberales. Si se
rechazan, los horrores de la guerra
caerán sobre los habitantes de
Tenerife, y sabrá el
mundo que serán de
la responsabilidad suya y
sólo suya, porque destruiré Santa Cruz y las
otras ciudades de la Isla por
medio de un bombardeo y exigiré
una gran contribución de la
Isla ».
A este preámbulo seguían los términos de
la capitulación que proponía Nelson a Santa Cruz, que no
creo necesario copiar a la letra.
Bastará con decir que incluían: Entrega de los
fuertes, con ocupación inmediata
de las
puertas por una fuerza inglesa.
Entrega de las armas de
la guarnición, aunque los oficiales podrían conservar las suyas; la tropa sería transportada a
España o
se quedaría en la
isla, como prefiriera. Si se
entregaran las cargas del Príncipe de
Asturias y cualesquiera otras que
se hubieran desembarcado y que
no fueran para el consumo de la población, no se exigiría contribución alguna a éstos,
que goza- rían de protección para sus personas y propiedades. No habría interferencias con la
religión católica. Las leyes y magistrados de la
población permanecerían como hasta aquel momento. Aprobados estos términos,
los habitantes de Santa Cruz depositarían sus armas en
una casa, donde permanecerían
bajo la custodia del obispo y
del magistrado principal. Y concedía a
la ciudad media hora para contestar a estos términos.
Para comprender el significado
de las
instrucciones de Jervis y de la Intimación
de Nelson, conviene citar unos ejemplos
de situaciones similares en las que
los ingleses ya habían empleado ese
sistema de chantaje en el pasado: A finales del siglo
XVII una expedición inglesa tomó la ciudad de Guayaquil, la saqueó y exigió una
contribución o rescate para no
incendiarla; los españoles
pagaron el rescate, a pesar de lo cual
los ingleses decapitaron a los
prisioneros que habían tomado
como rehenes. A principios del
siglo XVIII otra expedición inglesa volvió a tomar Guayaquil, a saquearla y a exigir
contribución o rescate para no quemarla. Los
españoles volvieron a pagar, y esta vez
los ingleses cumplieron su
palabra y no mataron a los
prisioneros.
El tercer ejemplo fue la
toma de Manila en 1762. Cuando las autoridades españolas rechazaron la
Intimación de
los ingleses, éstos tomaron
por asalto la ciudad y la saquearon16.
Al segundo día de saqueo, las
autoridades españolas pidieron términos de capitulación para que los
ingleses detuvieran el saqueo, y estos exigieron la entrega de
un rescate o contribución de cuatro millones de pesos. Estos ejemplos hacían que las
Intimaciones a ciudades atacadas no
fueran palabras huecas sino que
sus autoridades las tomaban en
sentido literal, por lo que
la amenaza contenida en la Intimación
de Nelson era muy real, sobre todo para militares que debían estar enterados de su
significado.
Durante la navegación con destino a Tenerife, Nelson reunió a sus comandantes para explicarles su idea de
la maniobra, que consistía en
embarcar toda la fuerza de desembarco en
las fragatas, que debían llegar a cubierto de la
oscuridad de la noche a una milla de distancia de
la costa al norte del castillo
de Paso Alto. Desde allí
y todavía de noche, la fuerza
debía desembarcar en los botes que
llevarían a remolque las fragatas y tomar el castillo por la retaguardia, así como la altura que lo dominaba.
Una vez
izada la bandera inglesa sobre
el castillo, Troubridge debía enviar a Santa Cruz la
Intimación que
ya hemos visto y que
le había entregado Nelson. Es interesante
que Nelson recomendara que el
mayor número posible de marineros
vistieran casacas o chaquetas de
infantería de marina, y que todos llevaran correajes, quizá para hacerlos
pasar por infantes de marina,
más adiestrados en el combate en
tierra. Y por último, en sus órdenes finales encargaba a los navíos que
se construyeran plataformas de
madera para cañones de 18 y de
9 libras, así como trineos para
el transporte de las
piezas. Nelson, por su parte,
tenía la intención de aproximarse con los
tres navíos y batir el castillo con
su artillería para ayudar a su conquista y a otras operaciones en tierra.
Las tres fragatas inglesas iniciaron su aproximación a tierra en la
noche del 21 al
22 de julio llevando ya a bordo la
fuerza de desembarco, que estaba formada por los
250 infantes de marina de todos los
barcos y marineros hasta completar un
total de unos 1.000 hombres. A media noche estaban a
unas tres millas de tierra, pero se encontraron con vientos y corrientes que les
impidieron acercarse hasta una milla en
la oscuridad, de modo que
cuando pudieron hacerlo había amanecido el día
22 de julio17. En
vista que las circunstancias no eran las
supuestas y había que desembarcar de día
perdiendo el factor sorpresa,
Troubridge aplazó el desembarco y esperó a que se acercara
Nelson para presentarle una
solución alternativa, de modo que,
a las
seis de la
mañana, cuando éste llegó con
sus navíos, Troubridge con Bowen y otro capitán de navío fueron a verle y le propusieron atacar la altura que había a retaguardia de Paso Alto,
confiando en que su
conquista obligaría a este castillo a rendirse. Nelson dice que
«consintió» en esta solución, y
así los ingleses desembarcaron a
las nueve de la
mañana, con un retraso de
tres horas con respecto al el horario previsto.
Veamos ahora cómo se vieron
los acontecimientos desde tierra.
El día
22 de julio amanecieron enfrente de Santa Cruz las fragatas inglesas, mientras
que los
navíos se mantenían a mayor
distancia. Las lanchas estaban
ya en
el agua, formadas en dos
divisiones, una ya muy cerca de
tierra, pero las dos viraron y se
retiraron. Algún tiempo después,
volvieron a hacer rumbo a tierra y desembarcaron
sus fuerzas en la
playa del valle del Bufadero, fuera del alcance de
los cañones de le
defensa. En cuanto Gutiérrez conoció la
presencia de los barcos ingleses, tomó dos medidas: por
una parte, ordenar que se
ocuparan las Alturas del Risco, que son
las que hay a
la espalda de Paso Alto y, por otra parte, y ante la posibilidad de fueran a dirigirse a La Laguna , enviar a esta ciudad a
un oficial del regimiento de Canarias para que reuniera a
cuantos milicianos y rozadores
pudiera y acudiera a cortar el paso a los
ingleses.
La fuerza inglesa, que el general Gutiérrez estimó en 1.200 o 1.300 hombres, subió efectivamente a
las alturas al Norte del barranco
de Valleseco, y ocupó la cresta de
una montaña, pero se encontró con
que las de
las Alturas del Risco y las
del Sur de ese barranco, que
cerraban el camino a Paso Alto,
estaban sien- do ocupadas
por partidas españolas que llegaban de
Santa Cruz e incluso de La
Laguna. Además , los
defensores habían subido a brazo
a las
Alturas unos cañones de pequeño
calibre, que cambiaron disparos con
los desembarcados por los
ingleses, y al anochecer, después del
continuo proceso de refuerzo
español de las Alturas, a
los cerca de 1.000 ingleses se oponían unos 800 españoles y
franceses, que tenían además la ventaja del inaccesible terreno que hacía imposible las maniobras de
los ingleses. Convencidos éstos de
que sería imposible llevar cabo
su idea, Troubridge decidió reembarcar, y
así lo
hizo en la noche
del 22 al
23, tras de lo cual toda la escuadra se
alejo hacia el SW.
Nelson se encontraba en una situación que él no
había buscado y que no
le gustaba lo más mínimo. Pero puesto en la disyuntiva de retirarse y
renunciar a las operaciones contra Tenerife o montar otra
operación completamente distinta con la
misma finalidad, optó por la segunda, y movido por la
necesidad de actuar «por el
honor de su rey
y por el
de Inglaterra», según escribió
en su
Diario, decidió hacer otro intento: Atacar frontalmente las defensas de
Santa Cruz. Al tomar esta decisión era
consciente de que se
exponía a un grave peligro, como
expresó a su jefe, el almirante Jervis, en una carta que
le escribió la misma noche antes
del ataque, en la
que le decía que al día
siguiente estaría coronado de laureles o
de ciprés, es decir, victorioso o muerto. Otra observación que hay
que hacer es que aunque hablaba del honor del
rey y de Inglaterra, pensaba sin duda también en el
suyo propio, puesto que Nelson
se refería en sus
escritos con mucha frecuencia a
su honor y fama, dándoles mucha mayor
importancia que a las ganancias económicas que le
producían sus victorias.
La escuadra inglesa, ya reforzada por
el navío Leander, de 50 cañones, que
acababa de llegar aquella tarde,
fondeó en el mismo sitio en que
lo habían hecho antes las fragatas, en
un intento de engañar a Gutiérrez, y trató de reforzar el
engaño ordenando a la bombarda
abriera el fuego con granadas sobre el
castillo de Paso Alto. El
general Gutiérrez, sin embargo,
había adivinado las futuras intenciones de Nelson, y
la misma noche del reembarco inglés había ordenado que las
fuerzas de la Altura del Risco se
incorporaran a Santa. Cruz.
Y acertó, porque a las once de
la noche del día 24 embarcaron 700 hombres en
las lanchas de los
barcos, unos 200 hombres en la
balandra Fox y 60 más en
una embarcación del país, que habían apresado el día antes18. Esta fuerza de desembarco, distribuida en seis
grupos, estaba mandada por cinco
comandantes de los barcos y por el propio Nelson, al que acompañaban en su
bote dos comandantes más.
Los infantes de marina, como es lógico, iban armados con sus
fusiles, y parte de la marinería iba
armada con fusiles y el resto con chuzos. Si se quiere hacer una comparación de
las fuerzas que se enfrentaron en
este segundo ataque, es difícil calcular
cuantos fueron los defensores que pelearon
con los ingleses. Un número que parece
razonable, y que da un autor de
la época, puede ser 747 infantes del
ejército profesional y de las milicias, 387 artilleros también
profesionales y de milicias, 110 marineros de la Marina Nacional
Francesa de la dotación de La
Mutine , 180 pilotos,
contramaestres y marineros, y 180
campesinos de La
Laguna armados de
rozadoras, instrumento de
labranza parecido a la guadaña, lo que
haría un total de 1.669. Lo
que no es fácil de estimar es cuantos estuvieron en contacto
más o menos directo con los enemigos,
pues así como éstos estaban concentrados
en el punto de ataque, los
defensores estaban repartidos, al menos inicialmente, en castillos y baterías.
Mientras la bombarda tiraba sobre Paso Alto y sus
alturas, las lanchas, acompañadas
por la
balandra Fox, que iba
en cabeza, se dirigían al muelle,
donde debía realizarse el desembarco. A
eso de
las dos de
la mañana, la fragata San
José, de la compañía de Filipinas, y el castillo de
San Pedro, en el límite Nordeste de la ciudad, avistaron a los ingleses y abrieron fuego, al que se sumaron todos los cañones y fusiles de la izquierda de la línea española. La mayoría de
los botes ingleses no vieron el muelle y, arrastrados por el viento y la corriente, llegaron a tierra
más al sur .El
grupo de Nelson y el de
otro de sus capitanes, con un
total de cuatro o cinco botes,
logró llegar al muelle, y en el preciso momento en el que
Nelson iba a desembarcar un casco de
metralla o, según una tradición
que perdura en Santa Cruz, una esquirla
de piedra arrancada del muelle por una bala de cañón, lo hirió en el codo derecho. Una de
las lanchas evacuó a Nelson a
su buque insignia, donde le amputaron el
brazo. En el trayecto de regreso, se oyó un
griterío en el agua que originaban los náufragos de
la balandra Fox, que
se hundía en
esos momentos alcanzada por un
balazo en la flotación. A pesar
de su
estado, Nelson insistió en
que se salvara al mayor número
posible de náufragos y en supervisar su
salvamento19.
Las lanchas que
atracaron al muelle desembarcaron su
gente bajo el fuego español y atacaron la batería de
la punta del muelle, que tomaron de
revés con relativa facilidad y
clavaron los seis cañones de
24 libras de la
batería 20, pero faltos de
protección en el muelle e
incapaces de avanzar y asaltar el
castillo de San Cristóbal, quedaron
expuestos al mortífero fuego de los cañones y fusiles españoles, en el que
se destacaron dos cañones
violentos a cargo de dos pilotos. El
propio Nelson dijo en su informe que se
vieron sometidos a un fuego tan
nutrido de fusil y de
metralla procedente del castillo
y de las
casas de la entrada del
muelle que no pudieron avanzar y casi todos ellos
resultaron muertos o heridos. Allí murieron el Capitán de Navío Bowen, que al
mando de la fragata Terpsichore había apresado la fragata
de la compañía de Filipinas y otros seis oficiales. Resultaron heridos, además de Nelson, otros
dos Capitanes de Navío
comandantes, un oficial, y un
guardia marina, además de muchos muertos y heridos de marinería y de infantería de
marina, y allí murió el chino o
malayo, que de ambas maneras lo llamaron ingleses y
españoles, que apresaron aquellos y
que les sirvió de práctico, probablemente en el bote de
Nelson, y cuyos consejos fueron también probablemente la razón de que el
grupo de
éste atracara al muelle. Los
pocos supervivientes se defendieron
como pudieron desde una caseta del
muelle y acabaron por izar
bandera blanca y rendirse.
Los otros cuatro grupos ingleses fueron
arrastrados al SW del
muelle y llegaron a tierra en
dos agrupaciones que desembarcaron la de
Troubridge en la
Caleta , y la
otra en la
Carnicería , y
en el barranquillo y barranco de Santos. La
mayor parte de las lanchas se
atravesaron por el fuerte oleaje, normal en aquellas costas
rocosas y se desfondaron, y muchos
ingleses murieron ahogados; a los
que sobrevivieron se les mojó la munición en sus
bolsas, por lo que
sus fusiles y otras armas de fuego quedaron prácticamente
inútiles, excepto los que podían usar las municiones cogidas a los españoles que
hicieron prisioneros. En los puntos de
desembarco se sucedieron furiosos combates, con fuego de
fusil y de dos
cañones violentos por parte
española, y combates cuerpo a cuerpo,
como fue el contraataque de
los defensores mandado por un
cabo primero de milicias que hizo 17
prisioneros ingleses y se apoderó
de varias armas, de una caja de
guerra o tambor y de un cañón de
campaña. Y en una huida hacia
adelante, ya que no
podían retroceder, los ingleses se adentraron en la ciudad, se reunieron y, acosados por
los defensores, se refugiaron en el convento de Santo Domingo, hoy demolido pero que estaba en
la plaza del Teatro.
Troubridge, por su
parte, consiguió reunir una columna, que se dirigió a
tambor batiente21 a la
plaza del Castillo e intentó atacarlo, pero por no
tener escalas, ya que las había perdido en la rompiente al
desembarcar y al verse blanco
del fuego de los defensores renunció al ataque, con
lo que terminaron las operaciones ofensivas de los
ingleses en Santa Cruz.
Posteriormente, Troubridge
informó a Nelson que cuando se hizo
de día,
después de haberse reunido
los dos
grupos, sólo contaba con 80 infantes de
marina, 80 marineros armados con
chuzos y otros 180 marineros armados
con fusiles22. Desde allí, Troubridge,
que era quien mandaba la fuerza de
desembarco después de la herida y
evacuación de Nelson, envió dos ultimátums a
Gutiérrez exigiéndole la
rendición de la plaza, bajo la amenaza de incendiarla. Aun tuvo Troubridge en estos momentos un
motivo para la esperanza,
que fue
cuando se avistaron unas quince
lanchas que enviaba Nelson con los
restos de las fuerzas que podía desembarcar, pero la artillería
española de la punta del muelle, que
los artilleros españoles
habían desclavado23, abrió fuego contra
ellas y hundió tres, y las lanchas restantes regresaron a los
barcos. Esto es un punto oscuro, creo que el único en
el relato de la acción en
Santa Cruz. Sabemos por la carta del
guardia marina Hoste que a las
cuatro de la mañana regresaron
al Theseus varios botes cuya gente
no había
podido desembarcar debido al
fuego enemigo; y sabemos que, ya
amanecido, los cañones españoles
dispararon contra unos botes que se
dirigían a tierra y que hundieron tres,
por lo que los
botes regresaron a sus barcos. En
los documentos ingleses no hay
referencia a este nuevo intento de desembarco, por lo que
no podemos asegurar su existencia ni
tampoco si los botes que
regresaron a los barcos ante el
fuego español fueron obligados a volver a la
playa o fueron botes que estaban
realizando sus misiones entre los barcos. Desilusionado, cuando Gutiérrez
rechazó orgullosamente los ultimátums, y
cuando las tropas españolas empezaron a
cercar el convento, Troubridge
envió al capitán de navío Hood para capitular. Acordada la capitulación, terminó el ataque y los
ingleses reembarcaron con armas y banderas, para lo que el puerto tuvo que proporcionar embarcaciones menores, ya que
los atacantes habían perdido
muchas lanchas, y las que habían sobrevivido a las rompientes habían sido desfondadas por orden del
capitán de puerto.
Pero los ingleses no
recuperaron todas sus armas y
banderas. Después de los combates, los
tinerfeños entregaron en los
reales almacenes, que los pagaron convenientemente, dos banderas, una de ellas
perteneciente a la fragata Emerald, un cañón de
desembarco, 80 fusiles, 77 bayonetas, 9 pistolas, dos cajas de
guerra o tambores, que entonces
se consideraban un glorioso trofeo de
guerra y dos escalas de asalto. Y dejamos para el final la cuenta
de bajas. Los ingleses tuvieron 123 heridos y 226 muertos, de los
que aproximadamente la mitad fueron ahoga- dos, mientras que
las bajas españolas fueron
25 muertos y 33 heridos.
CONCLUSIONES
No puedo sustraerme a la tentación de
imaginarme cuál sería la actitud de
Nelson justo antes del ataque
a Santa Cruz. No habían pasado seis meses de
sus éxitos en el combate de
San Vicente, en el que la
actuación de Nelson, que encabezó el trozo de abordaje de
su barco y apresó a dos navíos españoles, tuvo gran repercusión en Inglaterra. Y llovía sobre mojado: El hecho de
haber intervenido de forma
determinante en la conquista de un reino para su
soberano tuvo que haber sido un
motivo de orgullo que pocos
hombres habrían experimentado. Por si
fuera poco, estas operaciones habían tenido lugar en un
escenario que no era familiar a la mayoría de los
oficiales de marina, de modo que
la confianza en si mismo que
sin duda era una parte muy importante de su
personalidad tuvo que verse
grandemente re- forzada después de
las operaciones (me resisto a llamarlas conquista) de Córcega.
Seguramente esa fue
la razón por lo
que tomó la evacuación de esta isla,
escenario de sus éxitos, como una ofensa personal, de forma que
cuando salía con el último bote
inglés, se despidió de los corsos con
una retahíla de insultos. El
mismo Nelson escribió con
evidente satisfacción que en
ningún momento de su carrera había habido un tiempo en
el que hubiera ejercitado tanto
su valor personal ante el enemigo como
en estas operaciones. Durante esta parte
de su
carrera y hasta su muerte en
Trafalgar se destacó por su iniciativa, agresividad, confianza en si mismo, y claridad de miras respecto a la guerra, características
que conserva la marina inglesa, que se considera aun hoy su
heredera. Inculcaba a sus subordinados que su
principal misión era aniquilar
a los
enemigos, pero los respetaba y cuidaba una vez vencidos. Pero, a pesar de esto, él fue
consciente de que se estaba forjando una leyenda a su alrededor (él
mismo habló del Nelson touch, el
toque de Nelson) y ante la posibilidad de que
se exageraran estas
características suyas, escribió «No se
imaginen que soy uno de esos
insensatos que se arriesgan a
combatir en manifiesta inferioridad y
sin un objetivo adecuado».
Pero en esta ocasión se arriesgó, y si es
cierto que el éxito tapa muchos defectos, como dijo el mismo Nelson24, el fracaso los deja al descubierto o más bien los destaca. Así sucede con la derrota en
Tenerife, que deja al descubierto fallos en el planea- miento y ejecución del desembarco que probablemente habrían quedado ocultos
por su
victoria, de haberse producido.
Para empezar, creo que esta frustrada
intentona no se ajusta al
carácter de Nelson. Él mismo pareció darlo a entender, por no decir que
se disculpó, cuando escribió
en su
Diario de Operaciones que el
plan se lo habían propuesto tres de sus
coman- dantes en una reunión
que habían tenido en el
barco insignia poco antes del
desembarco, y que él había
«consentido» en ello. Y, además, es interesante que cuando se
vio obligado a replantear su plan de
ataque y escogió uno suyo, sin
influencias ajenas, eligiera un
ataque al centro, punto que iba
a ser decisivo en
el combate, como hizo, por cierto, en
Trafalgar. Parece ser que él
dijo posteriormente que si hubiera estado presente en las lanchas que desembarcaban la fuerza en
las proximidades de Paso
Alto, el resultado del ataque a Tenerife hubiera sido muy distinto. Es cierto que
la indecisión de Troubridge, que esperó a que
Nelson le autorizara a cambiar su
misión, le costó tres horas
preciosas, que Gutiérrez aprovechó
magistralmente para ini- ciar el refuerzo sin
perder ni un momento, de
modo que cuan- do desembarcaron los ingleses ya
era tarde para recuperar el
retraso, y así lo reconoció Troubridge,
que reembarcó sin haber apenas cambiado disparos con los
españoles. Un gran
historiador de temas navales aprovechó esta conducta de Troubridge para subrayar el contraste entre
un gran jefe, Nelson, y un
oficial, Troubridge, experto y
valeroso, pero nada más25.
Pero eso no
quiere decir que el éxito de
Nelson estuviera garantizado. Para empezar, no tenía los
medios suficientes para la misión, y él lo sabía. Ya hemos visto que
había pedido 3.700 soldados de
ejército que estaban disponibles
en Lisboa. Sabía que iba a
ser difícil convencer a su general, porque, según decía, los
oficiales del ejército estaban
acostumbrados a ejecutar las órdenes
que alguien les daba, mientras que los
oficiales de la marina real actuaban con
más iniciativa, pensando sólo en
el bien de la nación. Efectivamente,
Jervis no pudo darle tropas de ejército y
un escritor inglés dijo que
el ataque había sido como una
ballena tratando de hacer el papel
de un
elefante. Y esta escasez de
medios se refiere no sólo a una supuesta misión de conquista de
toda la isla de Tenerife, que
Nelson ni pensó ni intentó,
ya que, en contra de
lo que dicen algunos autores es- pañoles, no hay
ningún dato que haga suponer
que la
intención de Jervis ni la de
Nelson fuera ésta, aunque no
pueda descartarse que en circunstancias muy favorables lo hubieran intentado. Pero las pruebas apuntan a todo lo contrario: Nelson
pidió soldados de ejército para realizar
el saqueo, legal pero completo, de Tenerife, y llegó a predecir el máximo tiempo que permanecería
alejado de la escuadra. Al no conseguirlos, se encontró en la
desesperada situación de carecer
de los
fusiles necesarios para poder armar con
uno a cada asaltante, por lo que
no le quedaba más remedio que tomar al abordaje el castillo de San
Cristóbal en Santa Cruz, y cualquier
otro que fuera necesario. Hemos
visto que Troubridge lo intentó y fracasó.
Por otra parte, no parece que
el plan de Nelson fuera
realista. Ni siquiera el precedente de Córcega tenía que garantizar el éxito en Tenerife. En
Córcega las circunstancias eran
completamente distintas: Ya había tropas
inglesas en tierra y la población civil estaba de
parte de los ingleses, mientras en Tenerife no
sucedía ni una cosa ni
la otra. Nelson desembarcó en Córcega con 1183
soldados de ejército e infantería
de marina y con
250 marineros, mientras que en
Tenerife la proporción se
invirtió: fueron unos 250 infantes de
marina con unos 900 marineros.
El desembarco en Córcega fue
sin oposición, y en Tenerife
se encontraron con una defensa que les
clavó en la montaña sin posibilidad de avanzar. El
reembarque de Troubridge fue lógico, y forzó a Nelson a tomar una
decisión. La que tomó equivalía a
jugarse el todo por el todo, y él la
justificó por la necesidad de mantener
el honor de su rey y
la reputación de la marina inglesa, pero
con una defensa alertada, fogueada y que había dado pruebas de prontitud en
su reacción, el segundo intento pareció un suicidio, y casi lo
fue. Nelson, si no
terminaba coronado de ciprés,
se exponía a quedarse con
la mayor parte de
su fuerza, incluyendo a comandantes
y oficiales, en tierra y sin posibilidad
de comunicación con sus
barcos, como efectivamente sucedió.
El fondeo de
toda la escuadra al norte de
Paso Alto, tratando sin
éxito de engañar a Gutiérrez, obligó a la
balandra y a las lanchas a
realizar su aproximación navegando cerca
de tierra, para distinguirla en la
oscuridad de la noche y localizar el muelle, punto previsto
del desembarco, y desfilando por delante de
las baterías y de los
barcos españoles fondeados. Ello exponía
a las lanchas a
un descubrimiento prematuro,
que fue
lo que les sucedió, de
forma que el final de la
aproximación y el desembarco tuvieron que realizarse bajo el fuego de los
defensores, con efectos
desastrosos para los atacantes.
El embarque en la
balandra Fox del respeto de
munición, víveres y escalas portátiles, todos ellos parte esencial del equipo de
asalto, hacía depender el éxito de
la operación de que pudiera entregar a las
fuerzas en tierra el material que
llevaba a bordo. Esto, que podía
ser posible en caso de
que hubiera tenido éxito el primer intento de desembarco, pasaba a ser muy dificil
en un desembarco nocturno en el muelle contra un enemigo alertado y en fuerza. Así resultó que muchos de
los atacantes que desembarcaron en las
calas al sur del
muelle cayeron al agua cuando sus
lanchas se atravesaron y volcaron en
la playa, por lo que
gran parte de la fuerza inglesa sólo contaba con cartuchos mojados.
Vistas las dificultades con las
que iba a encontrarse Nelson, no es
de extrañar que Jervis, aun dejándose llevar por el entusiasmo de éste, que
tenía fama de hacer lo que
quería con sus jefes26, no se mostrara excesivamente optimista sobre el
resulta- do de la
expedición a Tenerife, como
lo demuestra la carta en la que le daba las
órdenes para esta operación, en
la que decía:
«Estoy seguro de que
merecerá el éxito. A los mortales
no se nos ha dado
el poder de exigirlo»27.
Pasemos ahora a
la actuación española. La actuación de Gutiérrez, preparando sus fuerzas y dirigiéndolas en el combate parece impecable, aunque es cierto
que una vez distribuidas las fuerzas para las dos
fases del combate poco tuvo
que hacer, pero eso lo hizo muy bien.
Pero durante todo el siglo XIX
circuló la opinión de que Gutiérrez
había dejado escapar a los ingleses
demasiado fácilmente, ya que en la Capitulación los ingleses sólo
se obligaban a no volver a realizar operaciones contra Canarias. Yo creo
que hizo lo correcto. Es
más que probable que para Gutiérrez fuera un problema la
presencia, y no digamos la custodia,
de los
supervivientes prisioneros militares ingleses, encuadrados por sus
jefes. Basta recordar la prisa
que se
dieron los españoles en enviar a Cabrera a los prisioneros de Bailén y los
supervivientes franceses de Trafalgar, en
cuanto pasaron de aliados a
enemigos, con las consecuencias que tuvo ese
confinamiento. Es más, hay que considerar que los
ingleses, contando con el domino
del mar, no consentirían durante mucho
tiempo el cautiverio de sus
dotaciones, teniendo los barcos y
las fuerzas de ejército para impedirlo, lo cual podría haber
sido mucho más peligroso que el ataque
de Nelson. Además, la generación
que intervino en Tenerife fue
la última de las
guerras entre caballeros, como lo demuestran los intercambios o incluso la devolución de prisioneros que realizaron las fragatas, las
facilidades que se dieron en
Santa Cruz para el cuidado de
los heridos y las corteses cartas y obsequios que se intercambiaron Nelson y Gutiérrez28. Eran
caballeros que tenían sobre si el
peso de una tradición que debían cumplir y que duró hasta estas guerras de la Revolución
y del Imperio. En el caso de
España, la tradición se rompió en
la guerra de la Independencia. Pero
seguramente lo más grave para el general Gutiérrez, que ya
se había portado caballerosa-
mente con los ingleses vencidos por él en las Malvinas,
era el problema que representarían
los prisioneros, mandados por sus jefes
naturales, que habría que custodiar, alimentar y alojar, cuando no tenía soldados suficientes para la defensa
de las islas.
(Carlos Vila Miranda, 2005)
Notas:
1 Los oficiales del
cuerpo general embarcados en
la marina inglesa eran sólo capitanes y tenientes, y estos últimos
ocupaban los destinos de primero,
segundo y tercer teniente. El
primer teniente era, por lo
tanto, el sucesor en el mando al
capitán, en caso de que
éste no pudiera ejercerlo, por lo que
en la
Armada española
equivalía al segundo comandante.
Además, el primer teniente estaba
capacitado oficialmente para mandar barcos que no fueran los
navíos y las fragatas.
pasó a la
situación de sin destino y quedó en tierra cobrando media paga. En esta situación estuvo más de cinco años.
2
Estas eran las dos clases de
proyectiles más empleadas por la
artille- ría de la
época. Las balas rasas eran
macizas, y se disparaban con una trayectoria rasa, mientras que las
granadas, que se disparaban por elevación, eran huecas y
estaban rellenas de pólvora, que debía explotar al transcurrir el tiempo para el que
se había graduado la espoleta. Las
más empleadas por los barcos eran
las primeras, y las
segundas las disparaban
principal- mente barcos especiales llamados bombardas.
3 JAMES S.
CLARKE y JOHN
M’ ARTHUR en
The Life of
the Admiral Lord Nelson,
Londres, 1809, vol. 1,
pp. 355-356: Varias cartas de
Nelson, entre las que son
interesantes la del 16
de marzo a M’ Arthur, secretario del al- mirante Hood, en la
que dice Nelson «Two are first-rates, but the
larger the ships, the better
the mark, and who will
not fight for
dollars?», y otra del 22 de marzo al
duque de Clarence en la
que le dice
«... I fear he
will go to Teneriffe».
4 CESÁREO FERNÁNDEZ
DURO, Bosquejo biográfico
del Almirante D. Diego de
Egues y Beaumon, Sevilla, 1892, pp. 49-50.
5 JOSÉ DE VIERA
Y CLAVIJO, Noticias de la
historia general de las islas
Canarias, Santa Cruz de Tenerife,
1860, vol. 3, p.
235. Dice que
los españoles incendiaron todas
las naves, mientras que los
ingleses afirman que lo hicieron ellos
6 CLARKE,
ob. cit., vol.
II, pp. 8-9.
7 Ibid., pp.
8 y ss.
8 Ibid., p. 19.
9 Esta corbeta
podría ser uno de los
seis corsarios franceses que,
según JOSÉ
DESIDERIO DUGOUR en
su Historia de Santa Cruz de Tenerife, se habían dedicado al corso en
aguas de Canarias con otros cuatro españoles y habían metido un total de 42
presas en Santa Cruz de
Tenerife durante el último
quinquenio del siglo XVIII.
Los nombres de los
corsarios eran: los españoles
Huelva, Atrevido, Tajamar y Periquito, y los franceses, Bonaparte, Espiegle, Mutine, Allobroge, Abeille y
Mouche.
10 FRANCISCO
XAVIER ROVIRA, Teniente de
Navío y profesor de artillería
en la
Academia de
Guardias Marinas, en su Tratado de
artillería para el uso de
los Caballeros Guardias Marinas en su
Academia, editado en 1773 en
esta Academia, daba una tabla con
los alcances de la
artillería naval de la época,
apuntando por el raso de metales, que
estaba entre un máximo de 570 metros
y un mínimo de 325
metros, dependiendo del calibre,
con mayor alcance a mayor calibre, y traduciendo a metros los
pies de Castilla en que viene la
tabla.
11 Cfr. M. DÍAZ TRECHUELO, La
Real Compañía
de Filipinas, Sevilla, Es- cuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1965, pp. 92-93.
12 CLARKE,
vol. II, p. 19.
13 El relato de
las acciones inglesas está
basado, a menos que se
especifique otra cosa, en CLARKE y M’
ARTHUR, The life
of Admiral Lord Nelson, from his Lordship’s manuscripts, Londres,
1809, vol II, pp.
30 y ss.
El de las españolas se
basa en FRANCISCO LANUZA, Ataque y
derrota de Nelson en Santa Cruz de
Tenerife, Madrid, c. 1953, pp. 117 y ss.
14
«(...) hold the
island to ransom,
unless all public
treasure were surrendered to
his squadron, in which case
the contribution to the
inhabitants should not be levied», ALFRED T. MAHAN,
The Life of
Nelson, Londres, 1899, p. 256.
15 Las
escuadras británicas se dividían,
en un orden que tenía pocas con- secuencias prácticas,
en la
roja, la blanca y la azul. Esta misma prelación se aplicaba los
almirantes que las mandaban, y Nelson, como recién ascendido,
era contralmirante de lo
azul. La bandera de los
todos barcos de guerra ingleses
actuales es blanca (la conocida
por White ensign) porque fue la
que Nelson arbolaba en
Trafalgar.
16 En
los usos y costumbres de la
guerra entonces en vigor estaba admitido que una plaza tomada por asalto podía ser sometida a
saqueo para compensar a las fuerzas propias de los
esfuerzos del asalto, por lo que en
fecha tan tardía como 1889, el
artículo 28 del III
Convenio de La Haya
prohibió expresamente esa costumbre.
17 MAHAN,
ob. cit., p.
250.
18 El Leander sólo
contribuyó a la fuerza de
desembarco con su infantería de
marina.
19 MAHAN,
ob. cit., p.
259.
20 Clavar un cañón era inutilizarlo
metiéndole a martillazos un clavo
por el fogón.
21 Quizá se
trate de los dos
tambores que actualmente están
en el
Museo Militar de Tenerife.
22 Chuzo (en
inglés, pike): asta de 2 a 3
metros de longitud, con una hoja afilada en un extremo, es decir, una
pica, que empleaban todas las
marinas para las luchas cuerpo a cuerpo en
los abordajes.
23 Para desclavar un cañón se le
introducía una carga reducida en
el ánima, se tapaba ésta con uno o varios tacos y se daba fuego a la carga. Los gases de la
explosión debían salir por el
fogón, expulsando el clavo. Si
no era así después de
tres intentos, había que
taladrar el cañón y hacerle un fogón nuevo. Dice mucho de
la pericia de los
artilleros españoles el que
hubieran sido capaces de desclavar seis cañones en
medio de la confusión de
los combates en el
muelle. Es de suponer también que en
su precipitación los ingleses no
los clavaran bien.
24 Selección y edición, WALTER JERROLD, The
Nelson touch, Ed. Londres,
1918,
p. 29.
25 MAHAN, ob. cit, p.
257.
26 Nelson touch, pp. 21-22.
27 MAHAN,
ob. cit., p.
256.
28 Nelson envió
a Gutiérrez un queso y un barrilete
de cerveza, a lo que
Gutiérrez correspondió con unas limetas
de vino. Además, Nelson se ofreció
a enviar a Cádiz en uno de sus
barcos el parte de Gutiérrez
dando cuenta de su victoria, ofrecimiento que fue
aceptado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario