1912 junio 8.
El expansionismo ultramarino
europeo:
Desde las últimas décadas de la
pasada centuria se inició la época de expansión imperialista del capitalismo,
en la que los distintos países europeos se lanzarían a políticas expansionistas
motivadas por una trama de factores económicos, políticos e ideológicos. El
proceso es complejo y cada nuevo mercado asimilado desempeñaba una función
específica en un sistema con múltiples variantes. Cuando era necesario y
posible el dominio comercial iba precedido del dominio territorial; en otros
casos éste no era necesario para llevar a cabo el control de los elementos que
en cada situación se consideraban indispensables. Estos elementos a los que nos
referimos constituían la infraestructura sobre la cual era posible realizar
estas políticas expansión y que en el caso de los enclaves marítimos abarcaba
estaciones de abastecimiento de carbón y otros establecimientos portuarios, así
como entidades financieras, y en general toda la red de comunicaciones que
podían ayudar y favorecer el establecimiento de bases comerciales sólidas. La
situación geoestratégica de Canarias daba al Archipiélago la condición de
estación de tránsito en las crecientes
rutas comerciales del Atlántico. El desarrollo portuario que desde los años 80
del siglo pasado conocieron las dos principales islas no fue ajeno a esta
circunstancia; bien al contrario, fue inducido por ella de manera
preponderante, destacando especialmente la afluencia de capital británico que
acompañó al asentamiento de compañías de la misma nacionalidad en las
principales ciudades portuarias.
En los años previos
a 1914, durante el período de competencia expansionista, Canarias estuvo
presente, debido a su importancia geoestratégica, en algunas de las tensiones
que se sucedieron en ese periodo, conocedoras las potencias europeas de la
frágil situación de Canarias -al igual que las otras posesiones españolas no
peninsulares- en caso de guerra, España, consciente de ello, apenas podía, sin
embargo, competir con las grandes potencias europeas del momento, y se
conformaba con no obstaculizar el asentamiento económico extranjero en las
islas, siempre que éstas permanecieran bajo pabellón español, lo cual además le
era útil para justificar sus tímidas aspiraciones colonialistas en el Noroeste
de África. La pugna por el control de las infraestructuras incluía la red de
comunicaciones por cable submarino que aseguraban la transmisión de manera
rápida y eficaz, y un establecimiento permanente que abriría la posibilidad a
Otros asentamientos económicos. Cuando en 1906 intentó Alemania instalar un
cable entre Vigo y Canarias, Francia e Inglaterra reacciona ron rápidamente con
el fin de impedir que Alemania afianzase sus intenciones en el Archipiélago.
Esta cuestión era incluida por las dos potencias de la Entente dentro de algunos
acuerdos que entre Francia, Inglaterra y España creían necesarios para
preservar el statu quo y el mantenimiento del equilibrio de poderes en el
Sistema Europeo y que implicaría un compromiso de no alienar o hacer con
cesiones a Gobiernos extranjeros en las posesiones insulares españolas a cambio
de la asistencia franco-británica en la defensa de éstas. Algunos expertos navales
ingleses opinaban que la ocupación alemana de las Islas Canarias no dañaría los
intereses de su país, que Alemania necesitaría una distribución de sus Fuerzas
Navales en tiempos de guerra que sería de gran ventaja para los ingleses y que
a éstos les sería posible desalojados en el momento en que desearan hacerlo.
Otros expertos, por supuesto, pensaban de otra manera y la diplomacia inglesa
actuaba previendo todas las posibilidades En la nota que el Embajador francés
en España, Jules Cambon, presentó en febrero de 1907 al Rey y al Ministro de
Asuntos Exteriores españoles se quería incluir el compro miso tripartito de no
ceder a otras potencias derechos de pesca, depósitos de carbón o la utilización
permanente de puertos en las respectivas posesiones marítimas. Tenía el
Embajador en mente sus conversaciones con el Gobierno español acerca del
peligro que re presentaba para España el dominio alemán de cualquier punto de
la costa atlántica de Marruecos por su vecindad con Canarias cuando, con motivo
del permiso obtenido por los alemanes para establecer un depósito de carbón en
Las Palmas, había recalcado la necesidad de cerrar la costa del Atlántico a
Alemania. Dos años más tarde, asimismo por razones estratégicas, los británicos
se sintieron obligados a oponerse a otro intento alemán de asegurarse una
estación de carbón en Canarias. Las continuas susceptibilidades que estas
propuestas suscitaron en los inestables Gobiernos españoles, incapaces en su
debilidad de encontrar el consenso necesario, hicieron que el acuerdo fuera
reducido a un intercambio de Notas entre los Gobiernos británico, español y
francés, que se llevó a cabo el 16 de mayo de 1907. En el lenguaje diplomático
utilizado para justificar el intercambio de Notas, Francia establecía que como
potencia poseedora de colonias en África, con costas mediterráneas y
atlánticas, estaba vivamente interesada en que ninguna gran potencia militar se
estableciera por sí misma en las Islas Baleares o Canarias. Por su parte.
Inglaterra recordaba su interés en salvaguardar su posición en Gibraltar En las
negociaciones que referentes a Marruecos mantuvo en 1911 García Prieto como
Ministro de Asuntos Exteriores con Geoffray, Embajador francés, el Ministro
opuso a la pretensión francesa de que España le cediera Ifni -si deseaba
disfrutar de los beneficios del acuerdo franco-alemán que daba a los franceses
libertad de acción en Marruecos- la dificultad de acceder a ello por tratarse
de un territorio de la más alta importancia para España y cuya concesión
significaría la pérdida de control de la costa africana situada frente a
Canarias -control que siempre se había reivindicado, desde 1884 para facilitar
la explotación de las pesquerías canarias, y más recientemente en las
negociaciones de 1904-, con la incertidumbre subsiguiente en que queda ría la
situación del Archipiélago. El punto de vista español fue comprendido, no
desinteresadamente, por Inglaterra, que presionó a su aliado en la Entente para que buscase
su compensación en el Sur de Marruecos. Cabe suponer que los intereses ingleses
en Canarias no desempeñaron un papel desdeñable en esta toma de postura. La
importancia estratégica que Inglaterra concedía al Archipiélago se desprende de
una carta que el 8 de junio de 1912 el Embajador inglés en España, Sir M. de Bunsen,
dirigió al Foreign Office, refiriendo un encuentro que sobre la política
mediterránea mantuvieron en Gibraltar el Primer Ministro, Churchill a la sazón Ministro de Marina-, el propio
Embajador y otros mandos británicos, donde se apuntó el peligro que supondrían
las Islas Canarias en manos hostiles. En Canarias, en los años que precedieron
a la Primera Guerra
Mundial, la competencia por el predominio comercial se había saldado con una
presencia británica preponderante en la promoción del desarrollo portuario
mantenido desde la década de los 80 del siglo XIX, a lo que se sumó la
introducción de capital británico, con la creación de entidades financieras,
compañías de servicio público, etc.
Los alemanes, por su lado, habían logrado
introducirse en algunas actividades económicas relacionadas principalmente con
la actividad portuaria, aunque de manera marginal y supeditados a la acción
inglesa. Ya hemos visto cómo las acciones alemanas para crear bases económicas
en Canarias (cable submarino, depósitos de carbón) habían encontrado la
oposición de franceses e ingleses Los primeros, debido a su presencia en el
Noroeste de África, no podían aceptar que Alemania consolidase sus intereses en
Canarias; los segundos no deseaban ver en peligro su supremacía en el Archipiélago
que les ayudaba a asegurar el control de las rutas comerciales atlánticas. Al
estallar la guerra los alemanes disfrutaban de la concesión de un depósito de
carbón en el Puerto de Las Palmas y otro en el de Santa Cruz de Tenerife; Woermann
Linie en Las Palmas y Deutsche Kohlen Depot Geselschaft en Santa
Cruz de Tenerife eran los concesionarios. Así pues, durante los años previos a
la conflagración mundial, Canarias había estado presente en algunas de las
tensiones suscitadas entre las grandes potencias europeas, a propósito del
control de la infraestructura de las comunicaciones en las islas, control que
facilitaba posteriores establecimientos económicos. En esta etapa, la
competencia por bases económicas sólidas se había desarrollado en un tenso clima
de ententes y alianzas que durante unos años fueron capaces de sobrellevar las
dificultades creadas en las múltiples ocasiones en que se encontraron los
distintos intereses de las potencias, en un ambiente donde primaba cada vez más
el "culto al poder ofensivo" -más que defensivo- que tendía a romper
el statu quo establecido.
Guerra y bloqueo:
Cuando en los últimos días de julio y primeros de
agosto de 1914 las principales potencias europeas declararon abiertas las
hostilidades, lo etapa de competencia fue sustituida por otra de conflicto. En
este contexto ya no se trataba de competir por bases comerciales, sino de
desalojar al enemigo del comercio internacional a través de una guerra
económica ofensiva, los aliados por medio de un bloqueo cada vez más intenso, y
los alemanes mediante la guerra submarina. En este sentido se ha dicho que la Primera Guerra
Mundial (fue tanto una guerra de bloqueos, desde la superficie de las aguas o
desde submarinos, corno una guerra de los ejércitos»’ Canarias, parte integrante
de un Estado que se declaró inmediatamente neutral, se encontraba sin embargo
dentro del grupo de estaciones de tránsito marítimo que sufrieron, en gran
manera las consecuencias del cambio que supuso la guerra para la economía
internacional.
El bloqueo restringido:
La primera fase del bloqueo o bloqueo restringido
duró desde agosto de 1914 a marzo de 1915. Poco después de iniciarse las
hostilidades, cruceros y buques auxiliares ale manes fueron destruidos en aguas
internacionales por fuerzas aliadas superiores y el Almirantazgo británico
dispuso de suficientes cruceros y buques ligeros para establecer el bloqueo en
alta mar. Además, la distribución de la marina mercante mundial beneficiaba
también a la política de bloqueo aliada al comenzar la guerra el tonelaje total
mundial de los buques de vapor se elevaba a 27 millones de toneladas de
desplazamiento bruto, correspondiendo el 59% a los aliados (el Imperio
británico sólo poseía el 48%), mientras que las potencias centrales poseían el
15% (Alemania sólo el 12%) y los países neutrales el 27%. En los primeros días
de guerra y debido a la superioridad bélica de los aliados en alta mar, los
buques mercantes de las potencias centrales desaparecieron de los mares del
mundo, así que estos países tuvieron que recurrir a buques de países neutrales
para mantener sus relaciones comerciales. El objetivo del bloqueo era impedir a
las potencias centrales que realizaran importaciones de contrabando ateniéndose
los aliados, al menos en la argumentación de sus acciones, a los términos de la Conferencia Naval
de Londres de 1908-1909, que establecía las normas que debían regular la guerra
económica. No obstante, la reglamentación se interpretó de una manera elástica
y de hecho se ejerció con más vigor del previsto.
Desde el comienzo de la contienda mundial las Islas Canarias
se vieron sometidas a un riguroso control de sus aguas y de la navegación que
atravesaba las mismas.
Ello se debía fundamentalmente a la posición
geoestratégica en la que se encontraban las islas, que hacía sospechar
continuamente a los aliados que estaban siendo utilizadas como bases de
aprovisionamiento por submarinos alemanes. La navegación que surcaba las aguas
del Archipiélago era frecuentemente interceptada para llevar a cabo controles
de cargamento y pasaje que podían finalizar con el desvío del barco a
Gibraltar, la confiscación de su carga por considerarla destinada al
contrabando con el enemigo, o la detención de súbditos alemanes en edad
militar. Prueba del férreo control establecido son los continuos abordajes que
se realizaban. El 2 de octubre de 1914, cuatro pasajeros alemanes en edad
militar, que viajaban en el trasatlántico español Villaverde, fueron
detenidos por fuerzas del crucero británico Highflyer al salir del
puerto de Tenerife, lo cual provocó la protesta española al tratarse de civiles
que viajaban bajo pabellón neutral. Algunos días las interrupciones de la
navegación eran varias; así, el 2 de noviembre de 1914 el Amphitrite
abordó en la mañana a la goleta española I. M. Candelaria y ya entrada
la noche al vapor Manuel Calvo. Eran los primeros meses de guerra y se
siguieron sucediendo frecuentemente las interceptaciones de buques españoles y
de los extranjeros que, mayoritariamente bajo pabellón neutral, surcaban las
aguas de Canarias. Las constantes sospechas del Foreign Office y el
Almirantazgo inglés, que ejercía el control efectivo de las aguas canarias,
sobre el supuesto aprovisionamiento en las Islas de los submarinos que operaban
en esa zona del Atlántico, no pudieron, sin embargo, ser corroboradas en la
inmensa mayoría de las ocasiones.
El Cuerpo de Crucero I, al mando del
Contraalmirante Jefe de Robeck, tenía entre sus cometidos la vigilancia de las
Islas; los buques de guerra ingleses Amphitrite, Victorian, Calgarian, Carmania,
Donegal, Argonaut, Marmora y Highflyer se alternaban en las
funciones de bloqueo y patrullaban constantemente entre las islas, realizando
visitas a los puertos principales y vigilando las islas menores. Eran comunes
también las prácticas de fuego con armas de superficie y torpedos. Acciones de
barcos enemigos en las cercanías de Canarias, como las del Kaiser Wilhelm
der Grosse el primer mes de guerra y las de Karlsruhe y Kronprinz
Wilhelm a finales de 1914 y principios de 1915, mantenían activa la vigilancia
que los buques del Almirantazgo ejercían en las aguas de los Archipiélagos
macaronésicos. Algunos vapores alemanes auxiliares de flota) como el Duala
o el Arucas, que habían aprovisionado de carbón al Kaiser Wilhelm der
Grosse y transportado a los prisioneros británicos de éste al Puerto de Las
Palmas, permanecían en él sin moverse debido al bloqueo aliado. Su efectividad
y trascendencia viene demostrada por el hecho de que los puertos de Las Palmas,
con 17 barcos, y de Santa Cruz de Tenerife, con 6, eran el primero y el cuarto
respectivamente entre todos los puertos españoles, en número de buques
mercantes de nacionalidad alemana en ellos refugiados desde el comienzo de la
guerra. Según la lista recopilada por el agregado naval de la Embajada Británica
en mayo de 1918. Además, otras medidas disuasorias se habían tomado con
respecto a la protección de la navegación británica. El 14 de octubre de 1914 la División Comercial
del Almirantazgo había advertido al Foreign Office que los buques podían hacer escala
en Canarias sin excesivos riesgos, pero que aquéllos cuyos negocios no les
llevaban a esas Islas se debían dirigir hacia el Oeste de las mismas. Era la
respuesta del Alto Mando del Almirantazgo a una cuestión sobre el particular
planteada por las compañías navieras. (Javier Ponce Marrero, en: Mgar.net)
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