Cuando
muere un poeta se enciende una estrella
Lo último que escribí ayer fue una despedida para dos
compañeros que, cada uno en su estilo y en su terreno, fueron tenaces
luchadores, de esos que Bertolt Brech estima como imprescindibles porque su
lucha dura toda una vida. Hoy me despierto con otra noticia de esas partidas
irremediables que dejan tristeza en el corazón, la de Arturo Maccanti, morador
de esa Gurea anímica que es el trasunto de su/nuestra añeja ciudad de Aguere.
La última vez que
hablé con él fue, como casi siempre, en una esquina lagunera, esta vez en la Concepción frente a su
casa, cuando, amable, cariñoso y humilde, con esa humildad innata que
solo tienen los buenos y los grandes, me agradeció un artículo que le había dedicado,
impregnado con la ira que la injusticia crea, cuando solicitaba “una
simple pensión para vivir” –malviviendo- porque se le negaba por la
administración colonial la pensión que se había ganado con más de 30 años de
cotización, artículo que reproduzco de nuevo a continuación como homenaje a su
memoria. El Ayuntamiento de Aguere ofertó a su hijo adoptivo una colaboración
económica a cambio del trabajo que más le gustaba, introducir en el mundo de la
poesía a los alumnos de los colegios laguneros, exiguo apoyo a uno -con
Feria y Padorno- de los mejores poetas de la generación de los 50, al que le
viene a la medida el nombre, de reminiscencias místicas, de la editorial
que fundara con Antonio García Ysábal y Manuel Glez. Sosa “La fuente
que mana y corre”. Estos alumnos, representados por los del Colegio de
Guamasa y la Federación
de Asociaciones de Vecinos de Aguere le han devuelto parte del cariño y
admiración de todos los laguneros en forma de una placa de bronce, esculpida
por Fernando García Ramos –autor también de la de Secundino Delgado que le
encargamos la CCT
para el Cementerio Viejo chicharrero- y que colocaron en la pared exterior de
su casa en la Concepción
el pasado febrero.
El enorme corazón
de Arturo ha ido a encontrarse con el de aquel niño que se mueve solitario en
un columpio vacío y que marcó gran parte de su peculiar quehacer poético, pero
cuando muere un poeta siempre se enciende una estrella y en ella queda grabada
su voz resonando eternamente “el eco de un eco de un eco de un resplandor”
porque, como nos decía Mercedes Sosa, “Si se calla el cantor, calla la
vida”
Gomera a 12 de septiembre de 2014
Arturo
Maccanti. La amargura del creador en una colonia
No he hablado mucho con Arturo Maccanti. Si mal no
recuerdo las últimas veces fueron en alguna de tantas ilustradas esquinas
laguneras, una en compañía de Alberto Pizarro y, la última, con Fidel Campos
antes de que pasara a habitar en la memoria de los amigos. No sería, por lo
mismo, nada más que un simple conocido de nuestra Guerea a quien saludas al
entrar o salir del Ateneo y vas a oírle algún recital poético en la sala San
Borondón, por lo que puede entenderse que lo que diga sobre él nada tiene
que ver con la amistad sino con la dignidad. Arturo es para mi generación –que
sucede a la suya- un paradigma de muchas cosas. Luchador incansable por la
cultura de esta insulana patria, desde editoriales como el Taller de Ediciones
JB que tanto hizo por el resurgir poético de esta tierra tras la larga noche
fascista o la editorial “La fuente que mana y corre” con García Ysábal y
González Sosa; como traductor de la moderna literatura italiana; como
organizador de aquella magna concentración poética que fue “La Laguna , Ciudad de Poesía” que
congrego a más de un centenar de poetas en nuestra Guerea; como mantenedor
poético en innúmeras fiestas; colaborador activo en aquellos dos inolvidables“Congresos
de Poesía Canaria” en el Ateneo lagunero –lo recuerdo recitando en el
Primero el mismo día de 1976 que lo hacía Pedro García Cabrera- y, sobre todo,
como POETA, con mayúsculas, actividad intelectual que le valió el Premio
Canarias y su nombramiento como miembro de la Academia Canarias
de las Letras.
Pudo haber nacido a la
sombra del Bosque de Varrámista pero fue la del Nublo sobre Inagua quien lo arrulló.
Pudo corretear de niño cerca de una playa del Alentejo luso, pero fue la dorada
arena de Las Canteras, la Barra
y la Peña de la Vieja los escenarios de sus
juegos infantiles junto a los Padorno, Millares, Monzones y Gallardos,
atemorizados por los lejanos ecos de la Guerra de España y los cercanos de los campos de
prisión de la Isleta
y los lamentos desde los Pozos de Arucas. Desde luego que la elección de Gran
Canaria para nacer correspondió a sus padres, pero la de ligar en su corazón a
Las Palmas con Aguere fue suya personal. Tan de Aguere que una vez, comentando
hace años en Tamarán con Antonio García Ysábal –habitante ya también de
memorias y estrellas- sobre poesía isleña y africana, me dijo de Maccanti “ese
es más lagunero que tú”. Realmente fue ese, de Maccanti con Guerea,
un amor correspondido pues La
Laguna lo hizo su hijo adoptivo.
Poeta mezcla de lo
abstracto y lo muy concreto, doliente escritor en y de soledad, con el alma
siempre trabada en un columpio que se mece sin niño que lo ocupe. Él mismo nos
lo dice “Me golpeó el dolor con guantelete/ de acero en pleno
rostro/..../Me encontré solo y escribí poemas”. Su raíz es universal,
cosmopolita, pero su corazón siempre ha estado en este “Mi pequeño país
de inmenso cielo/ de inmenso mar”, pero este pequeño país heptainsulano es,
como todos los colonizados, un pequeño Saturno que devora a sus hijos,
sobre todo cuando los medianeros de la finca colonial son unos pobres
ignorantados de sumiso espíritu y la metrópoli que lo controla y diseña ha perdido
cualquier sentido de dignidad y humanidad y regatea hasta los medicamentos de
sus pensionistas y los maestros de sus hijos. A Arturo se le niega hoy una
mísera pensión tras largos 30 años de cotización y, colmo de la infamia de
feroces fenicios mentales, hasta el apoyo aún más misérrimo de la ayuda no
contributiva y no hay autoridades (¿?) de ningún tipo que respondan a la
angustiosa llamada de auxilio, llena de dignidad y dolor que ha realizado en
Radio San Borondón: “Soy mayor y no tengo porqué ocultar a los canarios
el dolor que estoy sufriendo. Creo que he hecho mucho por mi país, por mi
pueblo canario, aunque sea desde el ámbito poético e idealista. Ahora es el
país el que tiene que ayudarme, no estoy pidiendo yates, ni cacerías, sino que
me concedan una mínima pensión con la que vivir”. ¿Quemarán luego sus
libros los pseudonacionalistas que nos desgobiernan en un tenebroso auto de fe?
¿Lo permitiremos los que sabemos que sin poetas no hay vida ni futuro, los que
amamos a esta tierra y a su cultura?
Anímicamente estos
cipayos del pensamiento ya han disparado sobre el Premio Canarias e Hijo
Adoptivo de Aguere que nos dejó escrita su esperanza tras su lucha por la
cultura de esta atribulada colonia:
“Me he desangrado
sobre ti.
Tú siempre me has
devuelto duplicada la sangre
y más claro mi
sueño”
Con ira en Guerea,
arquetipo de Canarias, a 26 de abril de 2012.
Francisco Javier
González.
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