1341.
Nicolás de Recco, genovés,
que era capitán de las naves, interrogado, decía: que dichas islas distaban de
Sevilla 900 millas aproximadamente pero que, desde el lugar que hoy llaman Cabo
de San Vicente, su distancia al Continente era menor; que la primera que
abordaron tenía de circuito 150 millas, siendo pedregosa, con árboles y
abundante en cabras y otros animales; que los hombres y las mujeres iban
desnudos y eran groseros en su trato y costumbres; que en ella se proveyeron la
mayor parte del sebo y pieles que llevaban, sin atreverse a penetrar en el
interior. Pasando después a otra isla, poco mayor que la precedente, vieron
acercarse a ellos por la playa a gran multitud de gente, así hombres como
mujeres, casi todos desnudos. Algunos que parecían de condición más elevada, se
cubrían con pieles de cabras pintadas de rojo y amarillo, que cuanto la vista
podía alcanzar eran suaves y delicadas y cosidas artificiosamente con tripas.
Adivinaron por sus movimientos que tenían un príncipe a quien rendían
vasallaje. Esta gente manifestaba deseos de entrar en relaciones comerciales
con la que estaba en los buques, pero aunque dos lanchas se aproximaron a
tierra, no se atrevieron los marineros a desembarcar por no entender la lengua
de los insulares, a pesar de ser su idioma, según dicen, muy pulido y expedito
y semejante al italiano. Viendo los isleños que nadie desembarcaba, procuraron
llegar a nado a los buques, y de ese número fueron los cuatro que trajo consigo
la expedición. Finalmente, no encontrando allí ventaja alguna, las naves
levaron anclas y, al bordear la isla, observaron que estaba mejor cultivada
hacia la parte del norte que a la del sur, descubriendo por aquella banda
muchas casas, higueras, palmas sin fruto y otros árboles, palmeras, hortalizas,
coles y legumbres, por todo lo cual tomaron tierra hasta 25 hombres armados,
examinaron las casas y hallaron en ellas unos 30 hombres desnudos que
desaparecieron llenos de terror al ver aquellos extranjeros.
Entrando entonces en las casas, observaron que
estaban construidas con admirable artificio de piedras cuadradas y cubiertas
con grandes y hermosos maderos. Viendo que algunas estaban cerradas y deseando
averiguar lo que en ellas se encerraba, rompieron las puertas con piedras, lo
que dio lugar a que los fugitivos, que de lejos los observaban, atronasen el
aire con sus gritos. Rotas las puertas penetraron en las casas, donde sólo
hallaron higos secos tan buenos como los de Cesena, colocados en cestas de
palma, y granos de trigo más hermosos que los nuestros porque eran más largos,
gruesos y blancos; también hallaron cebada y otros cereales que probablemente
servían de alimento a los indígenas. Las casas eran hermosas y aderezadas con
bellísimas maderas, estando por dentro blanqueadas como su hubieran empleado el
yeso. Hallaron también un oratorio o templo en el que no había adorno ni
pintura alguna excepto un ídolo o estatua de piedra que representaba un hombre
desnudo con una bola en la mano y cubiertas sus partes pudendas con un tejido
de palma al estilo del país, cuya estatua sacaron de aquel sitio y embarcaron
en sus naves llevándola a Lisboa.
La isla se encuentra muy poblada y en cultivo,
recogiendo sus habitantes grano y otros cereales, frutas y especialmente higos.
Comen trigo y cereales a manera de las aves o reduciéndole a harina que también
les sirve de alimento -sin hacer panes-, y beben agua. Dejando los marinos esta
isla y viendo muchas que de ellas distaban 5, 10, 20, y 40 millas, navegaron
hacia una, en la que hallaron árboles muy altos y derechos que se elevaban al
cielo. Navegando después a otra, encontraron en ellas muchas playas y
excelentes aguas, madera abundante y palomas que cogían a palos y pedradas para
comerlas. Dicen que estas palomas son mayores que las nuestras y de mejor y más
sabroso gusto. También vieron allí muchos halcones y otras aves de rapiña. No
se detuvieron en esta isla por parecerles totalmente desierta. Apareció luego a
su vista, otra isla en que había rocas de excesiva altura cubiertas con
frecuencia de nubes y donde caen repetidas lluvias; pero cuando aclara el
tiempo parece bellísima y se cree esté poblada. Desde allí aportaron a otras
islas hasta el número de trece, unas habitadas, otras desiertas, y cuanto más
navegaban más islas descubrían; era en ellas el mar mucho más claro que entre
nosotros y de buen fondo para anclar, y aunque sus puertos son pequeños, tienen
agua bastante. De las trece islas visitadas encontraron cinco con muchos
habitantes, aunque desiguales en población, pues unas tienen más y otras menos.
Aseguran que su lenguaje es diferente, de manera que no se entendían unos y
otros, careciendo de todo medio de comunicación marítima y no pudiendo pasar de
una a otra isla sino a nado.
Hallaron también otra isla en la que no
desembarcaron, porque descubrieron en ella una cosa maravillosa, y era un monte
que tiene más de 30.000 pasos de altura y se ve desde muy lejos, en cuya cima
aparecía una cosa blanca que, por ser pedregosa la montaña, se asemejaba a un
castillo. Sin embargo se asegura que no es castillo sino un peñasco agudísimo,
en cuya cúspide se levanta un mástil como el de un buque, del cual pende una
antena con una vela semejante a la de una grande embarcación latina, sujeta a
manera de escudo, que colocada a aquella altura se hincha con el viento, se
extiende mucho y luego se recoge poco a poco en el mástil, como una galera, y
después torna a elevarse y así alternativamente. Este fenómeno lo observaron
siempre al costear la isla, y suponiendo fuese cosa de brujería no se
atrevieron a tocar en tierra.
Otras muchas cosas encontraron que Nicolás Recco
no quiso referir; estas islas, no obstante, parece que no son ricas, porque la
expedición apenas sacó los gastos del viaje. Los cuatro hombres que fueron
hechos prisioneros eran imberbes y de buena presencia y andaban desnudos,
teniendo sólo una especie de tonelete -que sostenían con una cuerda en la
cintura-, hecho de hojas de palma o de junco de dos y medio a dos palmos de
largo, y con el cual cubrían sus vergüenzas por uno y otro lado, de modo que no
lo levantase el viento, ni por ningún otro accidente. Son incircuncisos y
tienen cabellos largos y rubios -flavos-, que les caen hasta el ombligo. Con
ellos se cubren y andan descalzos. La isla a que éstos pertenecen se llama
Canaria, y el la más poblada. No entienden idioma alguno, aunque se les ha
hablado en varias lenguas; son de nuestra estatura, membrudos, muy atrevidos,
fuertes y de mucha inteligencia a lo que parece. Se les habla por signos y por
signos responden como los mudos. Se respetan mutuamente, pero en particular
consideran a uno de ellos, que lleva un tonelete de hojas de palma, al paso que
el de los otros es de junco pintado de amarillo y rojo. Cantan dulcemente,
danzan como los franceses y son risueños, alegres y más civilizados que muchos
españoles (et satis domestici, ultra quam sint multi ex hispanis). Luego
que entraron en las naves comieron pan e higos, siéndoles agradable el pan, que
nunca habían comido; el vino lo rehusaron y sólo bebieron agua. Comen
igualmente cebada y trigo a manos llenas; el queso y las carnes, de que tienen
gran abundancia, son de excelente calidad. Carecen de bueyes, camellos y asnos,
y sólo tienen cabras, ovejas y cerdos salvajes. Las monedas de plata y oro
les son desconocidas, así como las armas. Los collares de oro, vasos
cincelados, espadas y cuchillos, parece que jamás los habían visto ni usado. Su
lealtad es grande, porque no se daba a uno de comer sin que antes de llevarlo a
la boca no lo dividiese por partes iguales con los demás. Sus mujeres se casan
y después de casadas usan el tonelete como los hombres; pero mientras son
doncellas andan completamente desnudas sin que por eso demuestren vergüenza
alguna. Cuentan como nosotros, haciendo preceder las unidades a las decenas del
modo siguiente:
1, Nait; 2, Smetti; 3, Amelotti; 4, Acodetti; 5,
Simusetti; 6, Sesetti; 7, Satti; 8, Tamatti; 9, Aldaromana; 10, Marava; 11,
Nait-Marava; 12, Smatta-Marava; 13, Amierat-Marava; 14, Acodat-Marava; 15,
Simusat-Marava; 16, Sesatti-Marava, etc.
A.Millares Torres
Notas:
Nicolosso da Recco relata el viaje de Angiolino de Teggia en 1341. La obra fue editada en 1837 bajo el título de Canaria y las otras islas recientemente descubiertas más allá de España en el Océano. Este marino exploró Canarias al servicio dela Corona
de Portugal reinando Alfonso IV. Esta expedición es posterior a las del genovés
Lancelotto Malocello a Lanzarote (1322) y antecede a expediciones que dan
inicio a la captura y tráfico de esclavos canarios, vendidos en localidades
como Sevilla y Valencia (1342). Las expediciones de los mallorquines Francesc
Desvalers y Domenech Gual (1342) tienen como propósito el intercambio
mercantil. (Tomado de: Mgar,net)
Nicolosso da Recco relata el viaje de Angiolino de Teggia en 1341. La obra fue editada en 1837 bajo el título de Canaria y las otras islas recientemente descubiertas más allá de España en el Océano. Este marino exploró Canarias al servicio de
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