Cuenta la leyenda que hace muchos años, durante los primeros
escarceos castellanos en la gran isla Canari, Gran Canaria, vivía un viejo y
noble guayire (guerrero) con su mujer y su joven hija Nayra.
Un día, de regreso a su tribu con su pequeña hija después de partir en busca de unas cabras de su rebaño que se habían extraviado, le salieron a su encuentro, en una solitaria vereda, un grupo de extranjeros cubiertos de extrañas y durisimas pieles que brillaban bajo la luz de Magec.
Pudiendo observar la expresión en el rostro de esos extraños que no era nada buena ya que traían intención de robarle el ganado, el viejo guayre intentó defenderse con su palo, pero al ser muchos los atacantes, pronto caería al suelo siendo apaleado por los extranjeros no sin antes gritarle a su joven hija de que huyese, que saliese corriendo en busca de ayuda.
Su hija corrió todo lo que su cuerpo tembloroso le permitió y en pocos minutos llegó a su poblado. Allí entre llantos y sollozos alertó a todos los guayires quienes, sin pensarselo dos veces, cogieron sus palos y volaron a donde Nayra les había indicado.
Pero cuando cuando llegaron vieron al viejo guerrero tendido y sangrando sobre las piedras del camino. Lo habían apaleado y pataleado cientos de veces y de su cuerpo y rostro , desfigurado por los terribles golpes recibidos, manaba abundante sangre.
Su hija, con los ojos, llenos de lágrimas, su pecho quebrado por el dolor y su alma rota por el sufrimiento, miraba impotente el cuerpo de su padre aún moribundo.
Arrodillada junto a su cuerpo, lo abrazó como pudo y entre gritos de dolor y de rabia clamaba a Achaman, el Gran Dios, el porqué había sido elegido su padre para esa tan dura prueba. Pocos minutos después el cuerpo de dejaba de latir.
Cogiendo en sus dedos tierra ensangrentada, se la aproximó a sus labios y besandola levantó la mano hacia el cielo y en el silencio del lugar y ante los atentos y tristes ojos de los demás guayires allí presentes, la joven juró bien alto vengar la muerte de su padre.
Pasarían los años y aquella jovencita se había transformado ya en una feroz guayre. Se había entrenado muy bien con los guerreros de la tribu y ya estaba preparada para cumplir su juramento.
Desde ese momento se convertiría en cazadora implacable de todo extranjero que pisara la tierra de sus antepasados.
Pronto su fama de guerrera temida fue conocida dentro y fuera de la isla, convirtiéndose así en una pesadilla de todos los que venían en barco a aprovisionarse a costa de los indefensos isleños.
Su fama era tal, que decían que con un simple palo podía acabar con un regimiento de castellanos. Pero un día, a traición, un grupo de españoles que habían desembarcado por la noche para evitar los ataques de Nayra la apresaron en una emboscada.
Les costó desarmarla, pero un certero golpe en la cabeza y por la espalda la dejarían temporalmente sin sentido así que aprovecharon ese momento para echarse sobre ella y atarla de pies y manos.
Al ver su hermosura, los invasores decidieron perdonarle la vida y llevarsela como esclava y como trofeo de guerra a la corte de Valencia dentro de una estrecha jaula como si de un salvaje animal se tratara.
Encadenada y en la oscura bodega del barco que la llevaba en dirección a España, Nayra se negó a tomar todo tipo de alimento y al grito de Vacaguaré deció tragarse su lengua.
Cuando fueron a buscar la jaula para bajarla al muelle la encontraron muerta por asfixia.
Así acaba esta triste leyenda Canaria.
Leyenda adaptada por:
Pedro Bencomo El Alzado
Un día, de regreso a su tribu con su pequeña hija después de partir en busca de unas cabras de su rebaño que se habían extraviado, le salieron a su encuentro, en una solitaria vereda, un grupo de extranjeros cubiertos de extrañas y durisimas pieles que brillaban bajo la luz de Magec.
Pudiendo observar la expresión en el rostro de esos extraños que no era nada buena ya que traían intención de robarle el ganado, el viejo guayre intentó defenderse con su palo, pero al ser muchos los atacantes, pronto caería al suelo siendo apaleado por los extranjeros no sin antes gritarle a su joven hija de que huyese, que saliese corriendo en busca de ayuda.
Su hija corrió todo lo que su cuerpo tembloroso le permitió y en pocos minutos llegó a su poblado. Allí entre llantos y sollozos alertó a todos los guayires quienes, sin pensarselo dos veces, cogieron sus palos y volaron a donde Nayra les había indicado.
Pero cuando cuando llegaron vieron al viejo guerrero tendido y sangrando sobre las piedras del camino. Lo habían apaleado y pataleado cientos de veces y de su cuerpo y rostro , desfigurado por los terribles golpes recibidos, manaba abundante sangre.
Su hija, con los ojos, llenos de lágrimas, su pecho quebrado por el dolor y su alma rota por el sufrimiento, miraba impotente el cuerpo de su padre aún moribundo.
Arrodillada junto a su cuerpo, lo abrazó como pudo y entre gritos de dolor y de rabia clamaba a Achaman, el Gran Dios, el porqué había sido elegido su padre para esa tan dura prueba. Pocos minutos después el cuerpo de dejaba de latir.
Cogiendo en sus dedos tierra ensangrentada, se la aproximó a sus labios y besandola levantó la mano hacia el cielo y en el silencio del lugar y ante los atentos y tristes ojos de los demás guayires allí presentes, la joven juró bien alto vengar la muerte de su padre.
Pasarían los años y aquella jovencita se había transformado ya en una feroz guayre. Se había entrenado muy bien con los guerreros de la tribu y ya estaba preparada para cumplir su juramento.
Desde ese momento se convertiría en cazadora implacable de todo extranjero que pisara la tierra de sus antepasados.
Pronto su fama de guerrera temida fue conocida dentro y fuera de la isla, convirtiéndose así en una pesadilla de todos los que venían en barco a aprovisionarse a costa de los indefensos isleños.
Su fama era tal, que decían que con un simple palo podía acabar con un regimiento de castellanos. Pero un día, a traición, un grupo de españoles que habían desembarcado por la noche para evitar los ataques de Nayra la apresaron en una emboscada.
Les costó desarmarla, pero un certero golpe en la cabeza y por la espalda la dejarían temporalmente sin sentido así que aprovecharon ese momento para echarse sobre ella y atarla de pies y manos.
Al ver su hermosura, los invasores decidieron perdonarle la vida y llevarsela como esclava y como trofeo de guerra a la corte de Valencia dentro de una estrecha jaula como si de un salvaje animal se tratara.
Encadenada y en la oscura bodega del barco que la llevaba en dirección a España, Nayra se negó a tomar todo tipo de alimento y al grito de Vacaguaré deció tragarse su lengua.
Cuando fueron a buscar la jaula para bajarla al muelle la encontraron muerta por asfixia.
Así acaba esta triste leyenda Canaria.
Leyenda adaptada por:
Pedro Bencomo El Alzado
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