Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Duquesa de
MedinaSidonia
CAPITULO XVI
EL COMPLICADO CAMINO
DE LA PAZ
Poseedor de las Islas del Cabo de
Aguer, que la corona deseaba libres de particulares, Enrique de Guzmán intuyó
que tendría problemas en sus puertos. Siendo su primera obligación avituallar a
los vasallos de Allende, buscó amparo en la propiedad colectiva, comprando un
dozavo de lajurisdicción de Palos, a Fernando de Estúñiga. Aceptado el precio
exorbitante de 2.200.000 maravedís, la escritura se firmó el 25 de enero de
1479, celebrándose la toma de posesión, en la iglesia de San Jorge. Entre los
regidores, último de la lista, aparece Martín Alonso Pinzón [1]. Como en años
anteriores, Isabel quiso sacar "armada por la mar, contra el rey e reyno
de Portugal". Falta de barcos y dinero, el cabildo de Sevilla fue
conminado a facilitar dos cuentos de maravedís, con cargo a la renta de
propios. Entregado cuento y medio, con promesa de dar el resto en breve, el
Doctor Alcoçer, que tenía a su cargo las armadas, avaló vituallas y pertrechos,
a título personal, entrampándose para poner a punto los navíos [2]. Entretanto
en Bilbao, Andrés de León preparó "ciertas fustas", para ir "de
armada contra el adversario de Portugal e la gente portuguesa e les faser
guerra". No encontrando voluntarios, pidió privilegio de
"omecillo". Concedido "para que mejor ubiese aver gente, para
las dichas fustas", los monarcas probaron su optimismo, al exigir un año de
servicio en contienda, que duraría bastante menos [3]. Al no acudir
embarcaciones a la "armada, que mandamos faser" "contra el rey e
reyno de Francia", los monarcas decretaron embargo, sin caer en que los
vascos no admitían imposiciones, con la sumisión andaluza [4].
En punto muerto la guerra, los
veteranos de la mar, regresaron a sus ocupaciones, buscando socios Charles de
Valera, para fletar armazón, "que anduviese en el tráfago de moros de
allende". Consiguiendo, entre otros, al propio Alcoçer, capturó saetía con
78 moros de ambos sexos, miel y mercancías diversas [5]. Cerrada de facto la
costa de Guinea a los castellanos, los armadores que escaparon al desastre se
dedicaron a robar. Activos onubenses y vascos, Juan Martín de Monja, de Palos,
formó armazón con carabela de Moguer, atrapando el barco de Felipe Barques,
inglés de "Promua", "posado sobre ancores", en el puerto
gallego de Muros. Con carga de vino, se hizo sospechoso por llevar sal. Estando
firmada la paz con Inglaterra, los socios salieron condenados a la horca [6], salvando
la cabeza porque los reyes no publicaron la derrota, queriendo ocultarla. En
marzo de 1479, Iohon Beloque y consortes, mercaderes de San Juan de Luz,
armaron "so el seguro de la buena paz e amistad, que entre el dicho Rey de
Francia e el Rey mi señor e yo... está firmada e jurada". Les asaltaron
dos carabelas y un barco luengo, con gente de Palos, Huelva y Moguer. Aceptada
la denuncia en agosto, los corsarios escaparon con bien, por la razón antedicha
[7].
En el mismo mes, Juan Solana y
Guillermo Papín, vecinos de Londres, creyéndose "salvos e seguros so
nuestro amparo, por las pases que estos nuestros reinos tienen con el rey e
reino de Inglaterra, juradas e publicadas e mandadas guardar", se metieron
en Praya, puerto de la Tercera, "que dis que se dice Jhon", con
carabela de 45 toneladas. Cargados 6 moyos de pan, aguardaban entrada de grano,
hasta completar los 60, que pensaban vender en la rivera de la mar, donde
encontrasen mayor ventaja, pero truncaron sus planes tres carabelas de Palos y
Huelva, la una al mando de Pedro Quintero, causándoles quebranto de 150.000
maravedís [8]. Habiendo permitido la muerte de Juan II de Aragón, en enero de
1479, disimular la eliminación de una corona de Portugal, virtualmente perdida,
con la incorporación de las aragonesas, permitió a los Católicos remendar sus
encabezamientos, antes de firmar la paz de Alcaçobas, el 4 de septiembre.
Por primera vez, la corona de
Castilla aceptó el reparto del reino de Fez, decretado por los pontífices.
Quedó a los Católicos la conquista de Granada, con "Reino"
ultramarino adjunto, que comprendía Gran Canaria, Tenerife, Palma,
Fuerteventura, Lanzarote, Gomera, Hierro, Graciosa, "e todas las otras
Yslas de Canaria, ganadas e por ganar", jurando en nombre propio y de sus
sucesores, no ir en "público ni en secreto", contra la "posesión
e casi posesión"[9], que tenía el rey de Portugal, de "todos los
tratos, tierras e rescates de Guinea, con sus minas de oro", la "ysla
de la Madera, Puerto Santo e Desyerto e todas las Yslas de los Açores e Yslas
de las Flores, cabe las Yslas de Cabo Verde.., e todas las Yslas que agora son
descubiertas e qualesquier yslas que se fallasen o conquirieren, de las Yslas
de la Canaria para ayuso, contra Guinea... descubiertas e por descubrir",
reconociendo "a los dichos rey e príncipe de Portugal e a su reino",
el derecho a cuanto se "conquistare o encontrare por aquella parte,
allende de lo que es fallado, ocupado o descubierto". Hubiese deseado
Isabel omitir topónimo, determinante en 1430, pero arcaico tras la caída de los
Benimerines, pero lo impuso Portugal: los reyes de Castilla y sus vasallos,
"no se entremeterán ny ynprenderán ni querrán entender ni entenderán, en
manera alguna, en la conquista del reyno de Fez", pudiendo continuarla el
rey y el príncipe de Portugal [10]. Ambas coronas impedirían a sus vasallos o
extranjeros residentes, meterse en corral ajeno, sin licencia del propietario
del quinto, pero les estaría permitido navegar por aguas de las dos conquistas,
en ruta a sus puertos o las "escalas de mercadores"[11], propias del
Xarife.
No pudiendo ocultar el acuerdo,
Pulgar lo declara efecto de la victoria sobre Juana, extrapolando en el tiempo
suceso, ocurrido en 1477, al presentar la pérdida de la Mina de Oro, como
cesión graciosa de los Católicos, suponiendo que ordenaron, por propia
iniciativa, "que ninguno de los reynos e señoríos del Rey e de la Reyna,
fuesen a ella"[12]. Bernáldez alude a la cuestión, en términos similares:
habiendo renunciado Alfonso V al trono de Castilla, los Católicos lo
agradecieron, cediéndole la Mina. Publicada la paz en Portugal, a 8 de
septiembre de 1479, el maestre Martín Alfonso zarpó de Oporto, con carabela
"latina", hacia el ducado de Bretaña, llevando cera, miel, aceite y
orchilla, de diferentes vecinos. Navegaba "sobre el seguro de las dichas
paces", cuando tropezó con Pedro Ortiz de Bolívar, que habiendo perdido su
carabela en la guerra, tenía carta de marca y represalia,[13] contra
portugueses, pues debía capturar los necesarios, para canjearlos por sus propios
tripulantes[14]. Anulada por la paz, la ignorancia salvó a Bolívar.
Silenciada la derrota, los
monarcas se limitaron a suspender la expedición de licencias, para ir a la Mina
y rescates de Guinea, dando lugar a que navíos, autorizados en último momento,
zarpasen hacia la conquista portuguesa, en los días que precedieron y siguieron
a la firma del tratado. "Començado a faser e rescatar", fueron
apresados en la misma mina, por carabelas de Alfonso V, siendo llevados
"al reyno de Portugal", sin atender a seguros ni licencias[15].
Enterados en Lisboa de que Guinea había cambiado de dueño, notificaron la
novedad a los armadores. Afectado el burgalés Alonso Tamayo, con participación
en flotilla, armada con el lugarteniente del Almirante y el vallisoletano Alonso
de Medina, formada por la Bolandra, la Toca[16] y la Buenavista, capturada a
los portugueses en 1476, que fletó Medina, acudiendo a fiadores, entre los
"habitantes en Andalucía"[17], queriendo salvar su hacienda, propuso
al gremio pagar a escote emisario, que expusiese la situación ante los reyes.
Designado Luis de Córdoba, mercader de Sevilla, pidió a los monarcas, en nombre
de "todos los dueños de las dichas carabelas o los másdellos", que
sacasen del apuro a los que fueron a "la Mina de Oro e rescates de la
Guinea", habiendo depositado fianzas, a cambio de licencia y real seguro,
libradas cuando la guerra estaba virtualmente perdida. Grave el escándalo, los
Católicos entregaron carta a Córdoba, dirigida al rey de Portugal, en la que
suplicaban la libertad de los atrapados [18].
Absurdo arruinar a los que
habrían de aportarle quintos, Alfonso V consintió, poniendo por condición que
tocasen en Lisboa, para quintar en la Casa da Mina, quedando al margen la
Buenavista, por haber sido robada a portugués [19]. Imposible aplicar lo
acordado, sin confesar la derrota, el 16 de diciembre de 1479, Isabel mandó
liberar a los prisioneros de guerra, en un plazo de 30 días[20], publicando la
paz el 18, disimulado el descalabro, bajo apariencias de convenio: "al
tiempo que se fisieron e asentaron las dichas paces, fue asentado e acordado
que la dicha Mina de Oro e rescates de la Guinea, quedasen con los dichos reyes
e príncipe de Portugal... porque entonces no se supo la partida de vosotros,
para la dicha Mina, no se capituló ni asentó cosa alguna, para la seguridad
vuestra, ni a quién aviádes de acudir con el quinto, de lo que de la dicha Mina
truxiésedes". Admitida omisión, perjudicial para los que "fuistes a
la Guinea e rescate e Mina del Oro", los reyes confesaron haberse enterado
del suceso, "después de fechas e asentadas las dichas pases", a
través de Luis de Córdoba. Habiéndose apresurado a conseguir seguro de Alfonso
V, para que "libremente podades venir con vuestras fustas e rescates e
mercadurías"[21], fueron más lejos, consiguiendo que el rey portugués
nombrase apoderados, en "los puertos de nuestros reinos", para que
los castellanos pudiesen quintar, sin dar un rodeo por Lisboa, amabilidad
agradecida con advertencia de que el intento de ocultar mercancías, sería
severamente castigado [22].
El 14 de marzo de 1480, Alfonso V
apoderó a Diego de Melo, asistente de Sevilla y Gonzalo Saavedra, hijo del
difunto comendador, como "cogedores" del quinto. Tenían repartidos
factores en los puertos andaluces, encargados de registrar los barcos, que
partieron hacia la Guinea, "antes de la publicación de las paces",
cuando estalló la indignación entre los mercaderes, al saber que no les serían
descontadas las fianzas, depositadas en el doctor Alcoçer[23], para poder ir al
"rescate de la Mina de Oro e Yslas de Guinea". Inevitables los
aduladores del poder, lo fueron, en la ocasión, Diego Díaz de Madrid, vecino de
Sevilla, y Alfonso de Avila, de Valladolid, armadores de la Galeota y la San
Telmo. Por hacerse bien quistos, aceptaron la real orden por escrito, con
condición de que se mantuviese la promesa del Almirante, de perdonarles el
cuarto del quinto, de lo que traían de las "dichas yslas e Mina de
Oro"[24]. Alabado y publicado el ejemplo, no cundió entre el gremio, que
insistió en reclamar el descuento de sus depósitos.
La carabela de Juan Martín de la
Monja, entró a finales de marzo. Habiendo zarpado seis meses atrás, pudo probar
que abandonó los rescates de Guinea, antes de las paces. Si el viaje terminó en
los tribunales, se debió a denuncia de Francisco de Alfaro y Juan de Luença,
escribanos de raciones en el navío, nombrados por el doctor Alcoçer. Privilegio
de los escribanos llevar mercancías, "libres de todas costas e averías,
para que en ninguna de ellas no contribuyesen", siendo francos los
rescates, que hiciesen en la Mina de Oro, estaban "en la mar, bien
quinientas leguas destos nuestro reynos", cuando De la Monja registró sus
cajas, sin atender a las cartas y patentes, que probaban la exención de "costas
y espensas". Para remate, en el "rodeo de la Mina", les
secuestró lote de "ropa", comprado en Andalucía por 10.000 maravedís,
que valía "sesenta mil.. a la sazón, en el rescate"[25].
A 4 de abril, no habiendo entrado
barco, de los que rescataron hecha la paz, Fernando encareció el quinto:
"a mí es fecha relación que de la Mina de Oro e rescate de la Guinea, son
venidos e se esperan venir al puerto de Sanlúcar de Barrameda e de Palos e
Moguer e al Puerto de Santa María, e Huelva e otros puertos de la mar de la provincia
de Andalucía", las carabelas comprendidas en "cierto asiento e
concordia", por el cual el rey de Portugal "ha de aver el tercio de
todo". Elevado el 20% habitual, al 33%, sin causa ni razón, el Católico
nombró receptor de los dineros, a "mi criado" Alonso Sedano.
"Asistiría" con Diego de Melo, "do quier que las dichas
caravelas o qualquiera dellas, vinieron o vinieren", haciendo pesquisa
"de todo el oro" que traían, para apartar el porcentaje señalado
[26]. Los mercaderes reaccionaron, negándose a descargar. Y los reyes ordenando
secuestro de la carga. Depositada en "buenas personas, llanas y
abonadas", se tomaría la parte del rey, ante escribano, entregando el
resto al propietario. Caso de fondear algún barco, procedente de Guinea, antes
de que llegase Sedano, sería apremiado, como "todos otros, cuyas eran las
dichas cosas". Suponiendo que el Duque de Medina Sidonia y al Marqués de
Cádiz, "mis vasallos y de mi consejo", ayudarían a los inobedientes,
Fernando les recordó el deber de colaborar, aunque los mantuviese tan al margen
de la operación, como al Almirante y sus lugartenientes, a quien les fue
prohibido "embargar las dichas caravelas, ni cosa alguna de lo que en
ellas vino, por razón del quinto o por otra qualquier cabsa", temiendo que
pretendiese su parte [27].
Entretanto, el comercio se
normalizaba en Lisboa. Rodrigo Alfonso, caballero del rey de Portugal, tratado
por los Católicos como miembro "de nuestro consejo", quizá por
haberlo sido, solicitó seguro para navegar "desembaraçadamente.., por estos
dichos mares e puertos e abras e por cada uno dellos, al dicho reyno de Granada
e a las partes de Africa de allende de la mar". Concedido con la
prohibición habitual, de llevar material de guerra y grano a los moros,
compareció por segunda vez en la corte, a título de consejero y embajador de
Alfonso V. Deseando acabar con "escándalos, tomas y represalias",
efecto de las "paces antiguas", que autorizaban a los castellanos, la
captura de "los que tratavan con los moros, asy de Granada como de la
Bervería", dando lugar a que practicasen el corso indiscriminadamente,
pues "disyendo que yvan al trato de moros, se tomaban navíos que no yvan
al dicho trato", consiguió hacer pregonar bula, por la cual se permitía a
los "abitantes" de Castilla, Aragón y Portugal, "tratar
seguramente con los dichos moros, todas aquellas mercaderías, a que nuestro muy
Santo Padre da logar", frecuentando las "escalas de mercadores"
y otras radas de infieles, "asy de Granada como de Berbería"[28].
En manos particulares las
Canarias menores, empantanada la conquista de Gran Canaria, el quinto de los
Católicos quedo reducido a las "presas e tomas, que se fasen por las mares
e puertos e abras destos mis reynos". En la indigencia el Almirante,
Fernando quiso favorecer el corso, recordando a sus vasallos que tanto yendo de
"armada, como con sus mercaderías", debían hacer la "guerra a
los nuestros enemigos de la nuestra santa fe católica" y a todas las
naciones, "con quien no tenemos paz ni aliança", entregando a
Enríquez "enteramente", el quinto de las presas [29]. Entrado el
verano, las carabelas y "fustas"[30], que el año anterior "eran
ydas a la Mina de Oro", continuaban en Lisboa. Inquieto Juan de Granada,
aprovechó el prestigio adquirido, para convocar armada popular, "contra
los portugueses". Irían "al encuentro" de "las carabelas,
que del reyno de Portugal.., son ydas a la dicha Mina e rescate de la
Guinea", recuperando lo perdido, con réditos. Velas de Sant Lúcar, Puerto
de Santa María, Palos, Moguer y otros pueblos, con tripulaciones dispuestas a
tomarse la justicia por su mano alarmaron a los reyes, porque con estos
"achaques e colores que quieren dar, para armar las dichas
carabelas", un puñado de súbditos podía relanzar la guerra. No estando el
reino para bromas, buscaron cabeza capacitada, que abortase el intento,
recorriendo los puertos, para amedrentar a los conjurados, encontrando la de
Antón Rodríguez Lillo, residente en Sevilla [31].
Disgregados los navíos, se
publicó vieja ordenanza. Como en otro tiempo, cuantos saliesen a la mar,
habrían de depositar fianzas y hacer pleito homenaje, en manos de los justicias
de Sevilla o Jerez, ciudades realengas, jurando no arremeter contra
portugueses, aliados o vasallos de Castilla.
El responsable del navío, habría
de aceptar que de no cubrir el daño, causado voluntaria o involuntariamente,
sus bienes fuesen subastados. De no ser suficiente, completaría el Concejo del
lugar, donde estuviese matriculado el navío, de la renta de propios o del
bolsillo de los vecinos, en función del caudal de cada uno, de estar la caja
vacía. La provisión, fechada a 20 de junio de 1480, dio al traste con las
armadas particulares [32].
No queriendo perder las fianzas,
ni el tercio de la carga, los mercaderes que no fueron arrestados por
portugueses, declararon haber terminado sus rescates, antes de que se firmase
la paz. Sobrando pretextos en la mar, para justificar retrasos, Gonzalo de
Saavedra se reveló incapaz de solventar la cuestión. Reemplazado por Jacome
Ran, el monarca decretó que cuantos entraron en la primavera, quintasen con los
apoderados del Alfonso V. Los que poco antes se permitían deponer y proclamar
reyes, se negaron a soltar un chavo, mientras no les fuesen restituidas
"ciertas quontías de maravedís", que depositaron cómo garantía, de
que "nos avíamos de aver el dicho quinto". Al asistirles la razón,
Fernando se atrinchero en la autoridad: lo pagarían completo al rey de
Portugal, "no embargante qualesquier licencias que las carabelas oviesen
levado, e qualquier cosa que porellas oviesen pagado"[33], siendo
ejecutados los bienes del recalcitrante, sin piedad ni juicio. Al no atreverse
a ir tan lejos, Ran fue seriamente abroncado: "no lo aveys asy fecho o
puesto en obra". Acordado en "el segundo asiento de las dichas
paces", "quel dicho Príncipe de Portugal e su procurador en su
nombre, sea pagado enteramente del dicho quinto", quien no aceptase perder
las fianzas, se haría reo de alta traición [34].
En junio empezaron a entrar las
carabelas de "Sevilla y de Lepe", que fueron al "trato de la
Mina de Oro, en el año que pasó de setenta e nueve". No habiendo tropezado
con portugueses, los nueve marineros del San Luis y su capitán Ihon de Córdoba,
creyendo rematar travesía rutinaria, al verse arrestados "a la buelta que
acá bolvieron", respondiendo mansamente al interrogatorio de Melo y Ran,
declararon lo que traían, los nombres de los dueños del oro y de diferentes
armadores y mercaderes, relacionados con los "rescates". A
consecuencia, fue apremiado el "fasedor" Juan de Urchinola, vecino de
Sevilla. Y otros muchos[35]. Inventariadas las mercancías, que "son
venidas de la dicha Mina del Oro e rescates de la Guinea", en las semanas
siguientes, fichados cuantos tenían contacto con Poniente, se cerró la cuenta
de "todo el oro y otras cosas", descubriendo que el valor de lo
acopiado, estaba lejos de alcanzar las previsiones. A consecuencia, cuantos
cruzaron la mar, pararon en la cárcel, acusados de ocultación. Interrogados en
presencia de representante de Alfonso V, fueron sometidos a simulacro de
juicio, que terminó en embargo general, primer paso hacia la ruina, del viejo
gremio de la mar.
El poderoso, cuya continuidad
está garantizada, por carecer de reemplazo, tiende a someter al vasallo a su
conveniencia y las leyes a su voluntad, en lugar de acoplar su voluntad a las
leyes y éstas a la justicia. Evidente que hacer pagar dos veces una misma cosa,
es estafa, lo haga el rey o su porquero, los Católicos se justificaron,
acudiendo a la teología: si el doctor Alcoçer vendió licencias y seguros, para
ir a la Mina y Guinea, fue porque tuvo poderes de los reyes, "en el tiempo
que nos teníamos guerra con el dicho Rey de Portugal". Firmada la paz, se
disolvió la causa, que producía el efecto. Y el hecho cambió "de
estado". Evaporados los poderes de Alcoçer, entraron en la no existencia,
junto con las fianzas, razón por la cual los mercaderes no podían exigir que
les fuesen devueltas. Por la misma causa, los que no pagasen el quinto completo
al rey de Portugal, quedarían "presos e bien recabdados, e no los dedes
cobro ni fiado, fasta tanto quel dicho príncipe sea pagado de todo lo suso
dicho". Se prohibió, a los jueces, admitir apelaciones "o
suplicación", tocantes al tema, pero temiendo la desobediencia civil, se
vendió esperanza: pagado el rey de Portugal, los que depositaron fianzas en el
"dicho doctor de Alcoçer", probado que las recibió "en nuestro
nombre", podrían pedir "que los sean tornados los dichos maravedís,
que asy pagaron", pues "nos lo mandaremos prover e remediar, como de
justicia se fallare que les pertenesce"[36], con cargo a las rentas de
Sevilla, cuando hubiese remanente. Esta era la ley para los castellanos, cuando
el genovés Jerónimo Gentil, estante en Sevilla que no residente, reclamó
"cierta quontía de maravedís", depositada en manos de Alcoçer, para
sacar un navío, con destino a la Guinea. Cuidadosos de su imagen exterior, los
monarcas incurrieron en descarado agravio comparativo: se le descontaría, pues
"nos paresció no ser justicia que otra vez oviese de dar e pagar,
enteramente, el dicho quinto, pues una vez nos lo ha ya pagado"[37].
La carrera del bilbaíno Juan
Ochoa, es exponente de las consecuencias, que tuvo el intervencionismo de
Estado, en la decadencia del gremio de la mar. En 1476, joven y heredado,
invirtió 454.000 maravedís, en la compra y flete de una nao, para
"andar" en la guerra, al servicio de la corona. Capturada por Colón,
"capitán del rey de Francia", perdió 420 doblas de oro, a más del
rescate de la tripulación y su persona. Compró un segunda barco, en 354.000
maravedís. Los reyes mandaron embargarlo, estando en Puerto de Santa María en
1477, cuando visitaron la villa.
Obligado a fletarlo a su costa,
estuvo seis meses en la mar, sin hacer presa, perdiendo 454.000 maravedís. Se
preparaba a resarcirse, transportando mercancías ajenas, cuando los Católicos,
entonces en Sevilla, hicieron secuestrar todas las embarcaciones, para la flota
de 1478. Habiendo ido al Río de los Esclavos, "contra su voluntad.., dis
que se perdió en la dicha Mina... con el armada", con quebranto de 300.000
maravedís. No pudiendo aspirar a barco propio, arrendó el de Juan de Ruesga.
Invertidos 254.000 y a punto de zarpar, fue secuestrado en 1483, yendo como
capitán en la armada contra el turco. Al negarse la gente a embarcar sin
recibir la soldada, Ochoa salio fiador de la corona. Al no pagar la real
hacienda, le embargaron lo que le quedaba. Convocada en 1488 la que había de
mantener en el trono a la Duquesa de Bretaña, acosada por Francia, se enroló
con Domingo de Gilley. Herido en una mano quedó manco. "Muy pobre y
perdido", pidió ayuda a los causantes de su desgracia [38].
[1] ADMS. 734. Simancas P.R.
35.5/35.6. [2] SRGS. XI.1480.183.
[3] SRGS. VII.1479.29. [4] SRGS.
XI.1479.110.
[5] SRGS.
III.1480.103/IV.1480.64. [6] SRGS. IX.1478.73.
[7] SRGS. VIII.1479.47. [8] SRGS.
III.1480.431.
[9] La frase se encuentra en las
albalas de 1463, por las que Enrique IV concedió la Mar Pequeña, con los cabos
de Aguer y Bojador, a Herrera y Saavedra. [10] SRGS. III.1480.302.
[11] Ibídem.
[12] Pulgar cap. XCI.
[13] Las cartas de "marca y
represalia", permitían a quien era robado, resarcirse del daño recibido,
en tierra y la mar. Responsables subsidiarios los convecinos o compatriotas del
delincuente, la víctima podía asaltarles, apropiándose de lo que llevasen,
hasta recuperar lo perdido.
[14] SRGS.
XI.1479.93/I.1480.113/II.1480.245/IV.1480.91.
[15] SRGS. IX.1480.12. [16] SRGS.
II.1480.49. [17] SRGS. IX.1480.12. [18] SRGS. III.1480.390. [19] Ibídem.
[20] SRGS. XII.1479.63. [21]
SRGS. XII.1479.54. [22] Ibídem.
[23] SRGS. II.1480.49/
III.1480.302. [24] SRGS. II.1480.61.
[25] SRGS. III.1480.93. [25].
[26] SRGS. IV.1480.172. [27]
Ibídem.
[28] SRGS. VI.1480.217. [29]
SRGS. V.1480.221.
[30] Genérico. Designaba
cualquier tipo de embarcación, que entrase en alta mar, como en nuestro tiempo
el vocablo "barco". [31] En 1503, con 70 años, vivía en la Collación
de San Marcos, de Sevilla ADMS. 924.
[32] SRGS. VI.1480.229. [33] SRGS. IX.1480.156.
[34] SRGS. VI.1480.284. [35] SRGS. VI.1480.224. [36] SRGS. VI.1480.284.
[37] SRGS. VI.1480.249. [38] SRGS. XI.1483.107.
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