Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Duquesa de
MedinaSidonia
CAPITULO I
ÁFRICA VERSUS AMERICA
Luisa Isabel Álvarez de Toledo,
Duquesa de Medina Sidonia, investiga allí donde la historia oficialmente
aceptada hace aguas. Su libro África versus América es el resultado de toda una
vida de investigación y trabajo exhaustivo: localización de manuscritos,
interpretación de textos y análisis comparativo de datos que la propia historia
oficial no suele tener en cuenta, cuando no los oculta.
África versus América
Índice
Índice
2
Prólogo de Hashim Ibrahim Cabrera 4
I. El Principio del error
La Mina de Oro
6
De los tartesios a los Benimerines
13
La confusión de los continentes
25
Los negros
35
Las revelaciones de la fauna y la flora 43
II. Las Fortunadas y otras islas
La leyenda
52
El devenir de una conquista
59
La primera guerra de Canaria
63
La cabalgada de Pedro de Vera
68
La muerte de Fernán
74
La última derrota de Canarias
79
La torre de Santa Cruz 85
El ocaso de los Lugo
90
Los dos archipiélagos
97
III. Las Guerras de Guinea
El preludio de Enrique IV
103
El combate por el trono
112
La Gran Armada
119
El complicado camino de la paz
124
Hacia la última patraña 130
Las navegaciones pre coloniales
133
IV. El Periodo Colombino
El Palos del descubrimiento
139
Los papeles de Santa Fe
147
El primer viaje
158
La segunda Isabela
170
Operaciones paralelas
174
La corona de África 180
Los descubrimientos de 1497
186
V. El fin de la Berbería del Poniente
La conquista del descubrimiento
197
El cuarto viaje
205
La regularización del comercio
213
El último tratado 221
La administración portuguesa
226
El pleito de los Colones
231
VI. En tiempo de los Austria
El rescoldo del viejo régimen
238
La desintegración de las Fortunadas
243
La situación en la mar
250
La vecindad, indicio de ubicación
257
Las plazas del Xarife 268
Los pueblos del río
274
Fuentes utilizadas
285
Documentos Gráficos
Mapas
Prólogo de Hashim Ibrahim Cabrera
“Esgrimiendo por pretexto la
sustitución de topónimos, que acompañó a la conquista, el Emperador ordenó, en
1536, secuestro general de cartas de marear, mapas y croquis, de propiedad
pública o privada. Encargada la limpia al oidor Juan Suárez de Carvajal, formó
equipo de astrónomos, cosmógrafos y geógrafos eminentes, para llenar el vacío,
componiendo ‘padrón’ o ‘mapamundi’ actualizado”. De la quema se salvó la carta
de Juan de la Cosa. Fechada en 1500, ofrece la anomalía de perfilar costas no
descubiertas, como el Golfo de Méjico y la Florida. Figura de peregrino oculta
el istmo, vedado a portugueses y castellanos, por estar en litigio ante Roma,
desde 1490.”
Luisa Isabel Álvarez de Toledo,
Duquesa de Medina Sidonia, investiga allí donde la historia oficialmente
aceptada hace aguas. Su libro África versus América es el resultado de varios
años de trabajo exhaustivo: localización de manuscritos, interpretación de
textos y análisis comparativo de datos que la propia historia oficial no suele
tener en cuenta, cuando no los oculta.
Nieta de Don Antonio Maura,
polemista incansable y disidente visceral, Luisa Isabel ha vivido inmersa,
durante más de treinta años, en la investigación histórica, desvelando claves
perdidas en el inmenso mar de documentos que ha ordenado y analizado con
encomiable paciencia y sabiduría. Su discurso, sólido y sugerente nos va
ayudando a descubrir, poco a poco, que la alteración de los textos por razones
políticas y religiosas ha sido práctica común y que la Historia que aprendimos
tiene más de estas extrapolaciones que de narración cierta. Nos vamos dando
cuenta, a medida que nos internamos en el texto, de que aquella Historia de
España que estudiamos en la escuela y en la universidad fue más fruto del
consenso y de los intereses de una clase étnico confesional que de la voluntad
de conocer un pasado que pudiésemos reconocer como más o menos nuestro.
Los grandes hitos sobre los que
descansa la memoria colectiva de los españoles, claves identitarias de toda una
comunidad, hecha a fuerza de tribunales de fe y de masacre ejemplarizante, no
sólo hacen aguas, sino que sin remedio se ahogan entre las evidencias. De trato
exquisito y gran sentido del humor, Luisa Isabel se declara descendiente de un
musulmán “allen mar”, de aquella Berbería Ultramarina, que la historia quiso
borrar para desarrollar la tremenda panoplia del Descubrimiento.
El archivo documental de los
Duques de Medina Sidonia quizás sea el más importante de Europa en lo que se
refiere a la documentación existente sobre las relaciones históricas entre
España y el Magreb y sobre la presencia de los habitantes de la Península
Ibérica en el continente americano anteriormente al ‘Descubrimiento’. Basándose
en esta documentación y en otros libros y documentos existentes en los
diferentes archivos históricos del país, llega a reconstruir con un aroma de
verosimilitud aquella narración que quiso ser velada, sorprendente en tanto que
niega el sentido que se le ha venido suponiendo a la ‘gesta colombina’ y
afirma, por el contrario, la existencia de relaciones políticas y comerciales
entre pueblos y culturas distintas que habitaban ambas orillas del Océano, casi
desde los primeros registros escritos que se conocen.
África versus América, la fuerza
del paradigma es, sobre todo, un libro de Historia, de esa Historia negada por
los intereses de unos estados que se formaron a expensas de la realidad social,
política y religiosa de los pueblos de la Península Ibérica. El momento
fundacional de la Modernidad Española, ha sido establecido por las sucesivas
generaciones de historiadores “modernos”, en la unificación territorial
peninsular que los Reyes Católicos culminaron con la conquista de Granada y con
el consecuente anuncio del ‘Descubrimiento’.
A la luz de este libro, vemos
cómo el mantenimiento de una falsedad histórica ha servido a los intereses de
un poder que se fundamentó “en la depredación de las culturas que encontraba a
su paso”. Las relaciones de tipo comercial que habían existido hasta entonces
entre todos los continentes habitados, se vieron profundamente afectadas por la
política de ‘conquista’ que llevaron a a cabo los Reyes Católicos y las otras
monarquías europeas y sus sucesores legitimados por la Iglesia, en un recién
consensuado Nuevo Mundo, que no era ‘nuevo’ sino en los intereses de los
‘conquistadores’. Luisa Isabel Álvarez de Toledo ha investigado un tema tabú
por sus implicaciones históricas y políticas. La existencia de ‘reinos’ en la
otra orilla atlántica —en los lugares de “allen mar”, como aparecen nombrados
en la documentación analizada— provoca un giro copernicano en la visión tradicional
de las relaciones entre Europa y América propiciada por los historiadores
afectos a los sucesivos imperios y consensos.
La investigación está apoyada en
numerosos pasajes documentales que prueban la existencia de productos netamente
americanos en los mercados peninsulares desde, al menos, el año 1200.
¿Quiénes eran aquellos
comerciantes que cruzaban el Atlántico sin mayor problema? Tal vez los mismos
que guiaron a Cristóbal Colón en sus viajes a “allen mar”, pescadores y
marineros de Palos y de otros puertos andaluces, navegantes de Portugal y del
Magreb que conocían una “Guinea del Oro” que no estaba precisamente en África
sino en los territorios del centro y sur de América.
El texto se sirve de lenguaje,
sabiamente armado en arcaico estilo, que puede ayudar al lector a cruzar los
siglos, a enfocar la escena de una manera vívida y plástica, a pesar de que el
material no proviene de la literatura sino de las actas de embarque, de los
mandados e inventarios, de la correspondencia política entre unos hombres y
mujeres de estado que vivieron efectivamente en otro tiempo y que permanecen
hoy en nuestras mentes, en nuestra memoria colectiva, convertidos en la imagen
residual de un mito, en una estampa muda sin sentido ninguno.
Trascendiendo el inevitable
diacronismo, los ‘otros’ protagonistas de la Historia saltan la barrera del
tiempo y nos devuelven al discurso del gran relato, al viejo conflicto
paradójico entre quienes hacen la Historia —los pueblos, las culturas— y los
que tratan de sojuzgarla y amañarla con la arrogancia propia de los elegidos.
Cuando el espiritual o el intelectual van en pos de la verdad, atravesando cada
cual su irrepetible paisaje, su discurso expresa siempre belleza,
inevitablemente, con esa melancolía que se desdibuja en el horizonte de
Poniente.
Nace en uno la certeza de que la
única aristocracia deseable es la del espíritu, porque es la única que escapa
de todo consenso excepto de aquél que implica la unificación, la identidad, la
condición del ser humano íntegro y completo.
I. El Principio del Error: La
Mina de Oro
La Mina de Oro
El "descubrimiento"
colombino permitió al papa, Alejandro VI, aragonés de origen, conceder a Isabel
y Fernando provincias del reino de Fez, cuya "conquista" estaba
adjudicada a Portugal. No debió conocer Juan II la bula
"Intercaetera", pues de tener noticia, su reacción al primer viaje
colombino, hubiese sido más contundente. Mientras el miedo a la excomunión, que
pesaba sobre quien violase el mandato pontificio, guardó costas y territorio,
Portugal pudo negar el principio de "descubrimiento", introducido por
Castilla. Pero un siglo XVI descreído, impuso la colaboración de las dos
coronas, aconsejando a Juan III buscar fuerza moral, en la tesis del
descubrimiento. Cambiado el significado del término "descubrir",
hasta entonces sinónimo de "reconocer", adquirió el de topar con
tierra ignota.
Según los arqueólogos, el hombre
aprendió a flotar en balsas y usar el remo, unos 7.000 años a.J.C.,
coincidiendo con la Biblia, que sitúa la aventura de Noé, constructor de navío
por inspiración divina, entre el octavo y séptimo milenio. Despoblado el
planeta tras la inmersión, la especie se multiplicó con celeridad. Eran los
hombres multitud, cuando Mamrod, hijo de Noé y desconfiado, emprendió la
construcción de torre, que habría de llegar al cielo, por si Dios volvía a las
andadas. Indignado Jahavé, borró la lengua común, inspirándolas dispares. Rota
la comunicación, los hombres no pudieron coordinar sus gestos, para continuar
la obra común. Abandonada, el Patriarca aprovechó la desconexión, para repartir
el mundo entre sus hijos. El quinto, Tubal, recibió "la tierra donde se
pone el sol". Rica en oro, plata, piedras preciosas y azúcar, se
identifica con Hispania.
Pasando de puntillas por el tal,
el P. Mariana, que publicó reinando Felipe III, se fija en el moreno Cam.
Propietario de Arabia, Egipto y Africa, su hijo Arafajad, engendró a Gerión,
patronímico que significa peregrino o extranjero. Padre de todos los caldeos,
el gigante Yron [1] inventó, para él, los ungüentos de olor y la púrpura.
Desembarcando en Cádiz, Gerión hizo torre junto al Barbate, dominando a un
pueblo, que al parecer no padeció diluvio. Les enseñó a obedecer y a domesticar
ganado bovino. Era el monarca rico en reses y en oro, de dudosa utilidad en
mundo despoblado, cuando Osiris embarcó en Etiopía[2] o Tierra de Negros.
Pasando por Asia[3], llegó a Cádiz. Derrotó y mató a Gerión en los llanos de
Tarifa, tomando el poder. Dio a los naturales la agricultura y las leyes.
Abandonándoles cuando los tuvo instruidos, dejó la corona a los hijos de
Gerión.
Desagradecidos formaron armada,
yendo a Egipto, donde mataron a su benefactor. Oro juró vengarle. Tomando el
nombre de Hércules, Libio que no Tebano, desembarcó en la costa de costumbre.
Degollados los Geriones, dominó la tierra, llamando Eritrea a Cádiz y a una
isla, patria de los Atlantes, "que estaba a ella cercana y aun a la parte
de enfrente". Levantados los montes o "columnas", que flanquean
el estrecho de Gibraltar, entregó el gobierno a Híspalo, que puso a la tierra
Hispania. Muertos ambos sin descendencia, ocupó el trono Hespero, que llamó a
Cádiz Hesperia, en honor al lucero vespertino y Hespérides a "islas",
que estaban en "otra parte". Atlas o Atlante, su hermano, partió de
Etruria para conquistar Hispania. Ocupando el trono su hijo Sículo, arribó a
Valencia flota de Jacinto. "Rescató" oro, dando a cambio
"brujerías".
Es probable que nada de esto
sucediese. Pero al tener toda leyenda un fondo de verdad, podemos deducir que
diferentes pueblos arribaron a Cádiz, puerto de partida hacia la mítica
Atlántida. Encontrada reproducción a escala de velero, en tumba sumeria del
periodo de Eridú, hemos de admitir que el hombre tenía medios para emprender
cualquier navegación, desde finales del cuarto milenio a.J.C.. Siglo y medio
después de ser fundada Troya por los aqueos, Dionisio o Baco zarpó de su
puerto, para poblar Nebrija, entre las dos bocas del Guadalquivir. En torno al
1.500, Jasón partió de Tesalia, en nao construida por Argos. En la tripulación
formaron Orfeo y Hércules Tebano.
Por extraña ruta, pues remontó el
río Tanis, que separaba Asia de Europa, recaló en el Monte Calpe o Gibraltar.
Hizo fortaleza, mientras Mnesteo construía su oráculo, en el primer brazo del
Guadalquivir y Ulises partía de las Fortunadas, en dirección poniente,
encontrando las Hespérides, a 30 días de navegación.
Gárgoris, rey de Tharsis, fue
coetáneo de Moisés. Lucas de Tuy ofrece versión original, de la aventura del
patriarca. Invadido Egipto por los etíopes, pidieron ayuda al judío, reputado
de "sabio" y "batalloso". Retirando el ejército del Nilo,
posición defensiva, le hizo atravesar un desierto, plagado de serpientes,
practicable gracias a bandada de cigüeñas. Enviadas por Dios precedían a la
tropa, engullendo ofidios. Sitiada Salba o Meroz, capital de Etiopía, Tarbis,
hija del rey, se enamoró de Moisés, ofreciéndole la ciudad, a cambio de
matrimonio. Abidis, nieto de Gárgoris, ocupó el trono del abuelo, en torno al
siglo IX a.J.C., cuando David reinaba en Israel. En su tiempo se inició la
"gran seca". Los ríos de Hispania dejaron de correr, a excepción del
Ebro y el Guadalquivir, concentrándose la vida en sus cuencas y las costas.
Según fuentes cristianas, el desastre se prolongó 26 años; según las granadinas,
un siglo, emigrando la población de al - Andalus y "la otra orilla del
Estrecho", estampida que confirma estrato del subsuelo gaditano, sin
huella de presencia humana.
Repartidos los expatriados entre
Afâriqa e Ifrîquiya, se multiplicaron en exceso, agotando los recursos de la
tierra de asilo. Habiendo caído en el canibalismo, pensó el rey impartir
muerte, por razón de estado, pero una de sus hijas, "que se ocupaba de los
asuntos de gobierno", le aconsejó embarcar a los extranjeros, dejando su
destino en manos de Dios. La mar los llevó a Ifranya, donde se encontraron
cómodos, por practicar los naturales, su misma religión. Cultivaron la tierra,
crecieron y terminaron por molestar. Embarcados por segunda vez, ahora dotados
de simientes y ganados, para iniciar nueva vida, fueron empujados por el
viento, al Cádiz de origen. Terminada la seca en grandes lluvias, encontraron
tierra vacía y feraz[4]. Coinciden los cristianos con fuente musulmana, al
señalar que en Hispania desembarcó "gran muchedumbre de gente extranjera",
portando su hacienda, en el período de las grandes navegaciones fenicias. La
justicia y opulencia, disfrutada durante 127 años, fue truncada por invasión,
que en el siglo VI a.J.C., sumió al pueblo en la tiranía, al tiempo en que los
tartesios de Tarifa fundaban aldea, que llamaron Evora de los Cartesios[5], en
la boca del Guadalquivir, junto al oráculo de Mnesteo.
De las navegaciones de Salomón, a
principios del primer milenio, nos informa la Biblia. Dotado para el comercio,
se asoció con Hiram de Tiro, que aportó navegantes y embarcaciones. Judíos y
fenicios armaban dos flotas: la de Ofir, que hacía viaje de doce meses,
importaba 666 talentos de oro, piedras preciosas y maderas de Algumin:
"nunca en tierra de Judá, se había visto madera semejante". La de
Tharsis, que navegaba tres años, además de oro, traía plata, marfil, simios,
pavos reales, especies y ungüentos. Curiosa la reina de Saba, país de Etiopía,
se personó en Jerusalén, con regalo de incienso, piedras y metales preciosos,
para conocer al promotor del negocio. Del encuentro surgió inclinación
recíproca, realizando Salomón viaje de tres años, para devolver la visita.
Recuerda el pasaje la isla de Saba[6], una de las Vírgenes.
Arias Pérez, hijo de Martín
Alonso Pinzón, rememoró al rey judío. Estando con su padre en la biblioteca
vaticana, le vio departir con familiar de Inocencio VIII, en torno a cartas de
marear y el "mapamundi" del Papa. Antes de marchar le instó a
"descubrir", entregándole "escritura": "era sentencia
del tiempo de Salomón, que rezava: navegarás por el Mar Mediterráneo hasta el
fin de España e allí al poniente del sol, entre el norte e el mediodía, por la
vía temperada hasta 95º del camino e fallarás una tierra de Çipango, la qual es
tan fertyl e abundosa, que con la su grandesa sojuzgaras Africa e
Uropa"[7]. Nos guste o no, Méjico está a 95º del Guadalquivir. Según
Hurtado de Mendoza, geógrafo del siglo XVII, "Antillas" quería decir
"ante - islas", porque "los primeros que descubrieron las Islas
Occidentales", las encontraban antes de llegar a "Nueva España”, es
decir al Cipango mencionado, "adonde se dirigían". Tardaban 3 meses a
la ida, prolongándose el regreso 7 u 8, por ignorar que rebasados los 30º, se
reducía la distancia - tiempo[8].
Pigmalión, refundador de Gadira, dedicó
templo a Hércules, en el extremo de la isla. Sus fenicios rescataron oro y
"copia de plata" en la Bética, dando a cambio aceite, trueque
insólito en tierra de acebuches. Ofuscada Dido con su hermano, se expatrió en
torno al 814 a.J.C., a la tierra de Tharsis, donde estaba la factoría de
Carquedón, propia de Tiro. Compró a los tartesios el solar de Cambia, ciudad
tiria del siglo XVI a.J.C., construyendo la fortaleza de Birsa. Unidos los
enclaves por una muralla, formaron el núcleo de Cartago. Débil, pagó parias a
Tharsis, para engullir parte del reino, al hacerse fuerte. Fragmentado,
surgieron los de Geta y Mauritania. Fernández de Oviedo recoge de Aristóteles
noticia, que enlaza con Dido: "después de haber salido por el estrecho de
Gibraltar hacia el mar Atlántico, se dice que se halló por los cartagineses
mercaderes una gran isla, que nunca había sido descubierta ni habitada... muy
remota e apartada de la Tierra Firme de Africa e por muchos días de navegación,
a la cual llegaron algunos mercaderes de Cartago... Comenzaron allí a poblar
e... se prohibió publicarlo, por miedo a que se formase una gran nación".
La manía de descubrir América, tiene precedente.
Oro y plata no son metales raros.
Abundan los yacimientos, siendo mucho los ríos, portadores de arenas auríferas.
Es probable que fuente de materia prima local, hiciese posible el breve
calcolítico dorado, que disfrutaron los sumerios. Tuvieron oro akkadios y
egipcios, manifestando los aqueos habilidad singular al trabajarlo. En la costa
oriental de Africa, hay restos de yacimientos, explotados en la antigüedad,
cuya importancia debió estar en relación, con los restos arquitectónicos del
entorno. En el siglo XVIII, los negros de Guinea buscaban oro en el Niger, pero
eran tan escuetos los hallazgos, que la explotación no interesó a los europeos.
Es probable que los artistas del Africa Negra usasen el cobre, habiendo
enfrentado los hombres de Benin, las dificultades del bronce, por ser el oro
escaso, no porque despreciasen metal, más vistoso y maleable.
Absurdo pretender que todo el
oro, consumido en Europa y Oriente Medio, antes de 1492, procedía de un mismo
punto, lo hacen los investigadores, ubicando las minas Salomón y la portuguesa
del XV en un Sudán, que ocupa el centro de Africa.
Precisando explicación la
travesía del desierto, la ofrece León el Africano. Supuesto nativo de Fez,
emigró a Roma, para recibir el bautismo y redactar su obra. Terminada en 1526,
se publicó en 1588 en una Italia, sometida a fuerte influencia de Felipe II.
Las contradicciones y absurdos que contiene, indican su pertenencia a la
biblioteca de la contrahistoria, que nos legó el Austria.
Según el autor, los mercaderes se
reunían en las salinas de Tegaza. Cargadas cuatro barras de sal por camello,
iniciaban marcha de 20 jornadas, hasta Tumbuctú, ciudad del oro, cuyo presente
y restos del pasado, no responden al esplendor que le atribuyen. En sus
inmediaciones estaba el mercado mudo del oro. Llegaba a espaldas de negro o por
el Niger, incomunicado del mar por cataratas, próximas a su desembocadura, pero
de curso navegable, procedente de un interior indefinido. Incomprensible el
lenguaje de los vendedores, los tratos se cerraban con el gesto de tomar las
mercancías, abandonado el oro. Retirados los negros, los árabes formaban caravanas
de 500 y más camellos. Subiendo al norte, se separaban en Sildjimesa,
repartiéndose entre los puertos de Safi, Oran y Argel. Las carabelas
portuguesas redujeron el viaje, mojando en Essaouira, Agadir, Río de Oro,
Arguim, Cabo Verde y San Jorge da Mina, en la boca del Niger, cargando oro,
esclavos y especies.
Probado por la arqueología y la
geología, que la desecación del Sahara se consumó en el tercer milenio a.J.C.,
el trasiego de caravanas descrito, a través de inmensidades de arenas y
pedregales, escasas en puntos de agua y estos cortos, con oro suficiente para
abastecer al reino de Granada y al mundo o para cargar flotas, frisa en el
prodigio, teniendo en cuenta la progresión del oro en Portugal. En 1433, cuando
D. Duarte subió al trono, corría moneda de cobre. A su muerte, en 1438, primaba
la plata, asomando el oro. Su sucesor, Alfonso V, rey "daquem y dalem mar
en Africa", cuyo heredero se llamó "señor da Guiné", lanzó 154
emisiones en oro, con 24 acuñaciones distintas.
El cronista Pulgar identificó La
Mina[9] con Tarsis u Ofir, sin sufrir anatema político, porque murió en mayo de
1492. Recogiendo leyenda, que en Portugal se atribuía a mercader en ruta hacia
la India, antes de nacer Vasco de Gama y en Castilla a castellano, nos dice que
el tal, descaminado por la tormenta, "tiró por la mar adelante contra
aquellas partes de Poniente, donde el viento forzoso le llevó... muy lexanas de
las tierras de España, podría ser en número de mil leguas". Recibidos por
"homes negros desnudos e con muchos pedazos de oro", los tripulantes
trocaron cuanto no era indispensable para regresar, entrando en Lisboa o
Sevilla en carnes, pero ricos. Corrió que unos incautos, poseedores de
"mineros grandes de oro muy fino", daban a ganar 10.000 pesos de a
dos florines por viaje, "en especial el que llevaba conchas de la mar muy
grandes", de las que se cogían en Canarias. De carecer de valor, el
molusco se puso en 20 reales de plata, en los puertos andaluces, porque en la
Mina daban 20 y 30 pesos de oro, por unidad. Residente la población en chozas
dispersas, acudían al sonar las "bocinas", anunciando que asomaba
vela "en las rías"[10]. Diversificada la demanda, siguió oferta de
paños europeos, "que no toviesen pelo", almireces de cobre, candeleros
y manillas de latón[11].
Pensando en la Mina, que
"hoy es de los Reyes de Portugal", el cronista Bernáldez escribió,
que quien errase el puerto de arribada en 10 leguas, habiendo navegado 1.000,
"sin ver señal de tierra alguna", no podía llamarse piloto. Atribuye
el descubrimiento a las tropas de Alfonso V, que sirvieron en la campaña
africana de 1471. La Mina estaba en la "costa del mar Océano, hacia la
parte de nuestro mediodía, más allá del país de los negros xelofes e sus
confines e mucho más adelante tanto al norte, que poco menos se les esconde,
con la redondez de la tierra"[12]. Los naturales, "de su placer e
gana se lo traen a vender e rescatar, por las cosas que de acá les llevan de
cobre o latón, peltre e ropa ... e conchas de Canaria, que tienen los negros en
mucha estimación e precio"[13].
Sencillo arribar a la otra costa
del Atlántico o regresar, siguiendo el curso del sol, no lo era encontrar los
"rescates", disimulados en los ríos. Quien los frecuentaba, se
guardaba de indicar el camino, contribuyendo a la contradicción, el imperativo
político de tergiversar la historia. El primer trueque de oro se sitúa en 1439,
muerto D. Duarte. Rescatando Diego Cao en el río Sama[14], cuyas aguas
endulzaban el mar, negros "azanegues", conocidos por
"guineus", le dieron polvo de oro. Otros retrasan el hallazgo hasta
1441. Habiendo remontado 4 leguas un río, en la región del Puerto de la Galea,
topónimo que se conserva, Antâo Gonsalvez trocó alárabes o berberiscos
cautivos, por negros y polvo de oro[15]. Simultáneamente, López de Almeida y un
compañero, bajaron a tierra, en Angra de Caballos, puerto del Golfo de
Honduras, que conservó su nombre hasta el siglo XVIII, para bajar por la costa,
hasta la Tierra Alta castellana. Encontraron río portador de oro. Escasamente
originales, le pusieron Río de Oro[16].
La primera factoría portuguesa
estuvo en Arguim, principio de la Guinea. Descrita como isla, bahía y
archipiélago, Enrique el Navegante construyó fortaleza, entre 1445 y 1448, para
trocar esclavos, manegueta y oro, creándose en Lisboa la Casa de Arguim,
primera de las "contrataciones", que habían de controlar el tráfico
ultramarino. Poco después, el rey de Guinea dio vasallaje al de Portugal, que
llamó a su heredero "señor da Guinée". Y a la casa, "da Guinée".
Tenía Ferrâo Gomes la explotación de la provincia en arriendo, por 200.000
cruzados al año, cuando tomó la de Arguim, por cinco años, en 100.000 anuales,
con obligación de "descubrir" 100 leguas cada uno. Encontrado
"rescate" de oro, conocido por Mina, pusieron a la casa de la contratación
"da Guinea e da Mina", quedando en "Casa da Mina". Dio
Alfonso V el topónimo por apellido a Ferrâo, pero no renovó el contrato.
Queriendo soslayar nuevas equivocaciones, que pusiesen riqueza desconsiderada
en manos de vasallo, encargó a Toscanelli carta y descripción de su
"conquista". Terminada en torno a 1474, paró en la librería real,
donde al decir de Madariaga y otros, la encontró Colón.
Alonso de Palencia, cuyo
fallecimiento se fija en 1492, aunque murió probablemente en torno a 1479, fija
en 7.000 millas o 1.750 leguas, la distancia que separaba la Guinea del
Guadalquivir. A la ida, las embarcaciones "se deslizan suavemente, como de
bajada", "bastando" 20 días para recorrerlas, pero el regreso
solía ocuparles 4 meses, por necesitar "fuerza de la vela y vientos muy
favorables", que no eran frecuentes[17]. En su "Hispania
Vintrix", publicada en 1542 y prohibida por Felipe II, siendo regente de
Castilla, Francisco López de Gómara explica el significado del término
"antípodes", utilizando símil, entonces conocido: "los Malucos
islas de la Especiería, son... antípodes de la Etiopía, que agora llaman
Guinea"[18]. Basta una mirada al planisferio, para comprobar que en las
antípodas de las Molucas, está la desembocadura del Amazonas.
En tiempos de Cartago, se ocultó
la tierra "incógnita", donde se instalaron los mercaderes. En el
siglo III, Orígenes, padre de la iglesia, disuade de visitarla: "no es
navegable el mar Océano", porque los "mundos que detrás del están, se
goviernan por providencia del mismo Dios". Pobló la Iglesia el Atlántico
de monstruos y amenazas imaginarias, cerrando los Benimerines y los templarios,
las rutas con sus barcos. Lo comprobaron Ugolino y Vivaldi. En 1291, fueron
Océano adelante, "ad partes Indiae". Fondeados en río de "Africa",
frente a las Canarias, les capturaron musulmanes, terminando su historia en
Tierra de Negros[19]. En 1480, perdida la guerra por la Guinea y su Mina de
Oro, pero sin renunciar al sueño de apropiársela, los Católicos, enterados de
que ciertos mercaderes ingleses, pululaban por Andalucía, buscando
"pilotos e gentes, que sepan de la Mina de Oro e rescates de la
Guinea", intuyeron que traía "yntención" de mandar armadas,
desde el "dicho reyno de Ynglaterra". A 3 de noviembre, amparándose
en el tratado de Alcaçobas, ordenaron arrestarlos, con cuantos extranjeros
rastreasen marineros o armadores, que "sepan de la dicha Mina",
enterados del camino, de lo se llevaba para hacerlo y rescatar en destino:
"que luego salgan de mis reynos e no estén más en ellos, ni busquen los
dichos pilotos ni otra cosa alguna, de las necesarias a la dicha ysla". A
los castellanos que mantuvieron contacto con tales extranjeros, "les
prendays los cuerpos e sequestreys los bienes e procedays contra ellos, como
quebrantadores de paz". Por ocultar el camino del oro, se prohibió navegar
a la Guinea, aun teniendo licencia del rey de Portugal, en tanto no se alejasen
los curiosos [20].
Secretos los caminos de la mar,
el tratado de cosmografía enseñaba a orientarse, manejar instrumentos y
confeccionar cartas, pero no incluía mapas. Estos eran privados, hasta que
fueron puestos al alcance del curioso, los "mentirosos" que menciona
la historia, acusando a Portugal de ponerlos en circulación. Y omitiendo que
Castilla colaboró en la superchería. Bien pudieran ser los vistosos, fechados a
mediados del XV, que se atribuyen a Reynel, Gracioso y otros ilustres
geógrafos. Ilógica la densidad de topónimos, que aparecen a lo largo de la
costa del Sahara y Guinea, así como el delta, atribuido al río Senegal, lo es
igualmente que aparezcan, uno tras otro, los relacionados con la Berbería del
oro y los esclavos. El espejismo de papel, no confundió a los navegantes, como
no confunde al geólogo, pero sí al erudito de gabinete y al historiador, que al
abstenerse de cotejar la tradición, con la prueba científica, presta a la costa
más seca del planeta, vegetación tropical y ríos caudalosos. Partiendo de
montañas lejanas, les hacen discurrir bajo lasarenas, resurgiendo cerca de la
desembocadura, para crear microclima, que se supone persistió hasta el siglo
XVII. Estaban los científicos convencidos de esta "verdad", cuando el
norte de Africa, mal conocido por los europeos, se abrió a los colonizadores.
Obligados a explicar el cambio, elaboraron teorías más o menos alambicadas,
justificando desecación, tan fulgurante como ilógica.
Es probable que la falsa
información, incitase a navegaciones desgraciadas, a lo largo de costa baja,
sin abrigos y contra la mar, en pos de una riqueza inexistente. Pero no fue la
desinformación, si no real orden, lo que llevó a Bartolomé Díaz a costear
Africa. En 1487 partió de Lisboa, registrando cabos, golfos y ríos, pero no
islas, por no haberlas en aquella "Guinea". Diezmada la tripulación
por el escorbuto, avistó el Cabo de Buena Esperanza, que se abstuvo de doblar.
Cumplida la misión, cruzó el Océano de levante a poniente, como todo el mundo.
Tocando en Mina ganó altura, arribando a Lisboa, vía Azores o Sargazos, tras 16
meses de ausencia [21].
Mermado el miedo a la Iglesia y
la excomunión, por el humanismo y la reforma, Carlos I y Juan III, consideraron
de urgencia reforzar la tesis del descubrimiento, adquiriendo fuerza moral, que
preservase su exclusiva, sobre la explotación de un continente. Esgrimiendo por
pretexto la sustitución de topónimos, que acompañó a la conquista, el Emperador
ordenó, en 1536, secuestro general de cartas de marear, mapas y croquis, de
propiedad pública o privada. Encargada la limpia al oidor Juan Suárez de
Carvajal, formó equipo de astrónomos, cosmógrafos y geógrafos eminentes, para
llenar el vacío, componiendo "padrón" o "mapamundi"
actualizado [22]. De la quema se salvó la carta de Juan de la Cosa. Fechada en
1500, ofrece la anomalía de perfilar costas no descubiertas, como el Golfo de
Méjico y la Florida. Figura de peregrino oculta el istmo, vedado a portugueses
y castellanos, por estar en litigio ante Roma, desde 1490.
Debieron hacer otro tanto en
Portugal, pues las dos copias que se conservan del mapa de Piri Reis, con su
castillo medieval en el istmo, están en Estambul. Un Diego Pireis documentado,
zarpó de Lisboa para construir fortaleza, que protegiese la demarcación y la
Mina de Oro de Alfonso V, por estar Pedro de Vera conquistando Tenerife y La
Palma, para los Católicos. Desembarcado no lejos de Cabo Bojador, en enero de
1482, obtuvo licencia del alcalde de Duas Partes, topónimo evocador, para hacer
fuerte. En cartela que adorna el mapa, fechada en 1513, se aclara que la tierra
fue descubierta por un tal Columbus, en 1492. Y se olvida al arquitecto Pireis.
Hereditaria la obsesión del ocultismo, Felipe II prohibió embarcar extranjeros
en las flotas, por evitar que aprendiesen, cuando no había navegante europeo,
que ignorase los caminos de Indias.
Anexionado Portugal en 1580, el
gobernador de Santa Fe encargó la conquista de "El Dorado", que
estaba en el Orinoco, a Pedro de Ursúa. Rematada en 1592, el territorio quedó
adscrito a la jurisdicción de Bogotá, bajo autoridad de gobernador subalterno,
con residencia en La Margarita. Lo era Antonio Berrio en 1595, cuando se
produjo la entrada de Sir Walter Raleigh.
Capturado por los ingleses en La
Trinidad, lo agradecieron los aborígenes. Pretendiendo alianza con Sir Walter,
para librase de castellanos, le encandilaron metiéndole por la boca atlántica del
Orinoco, para sacarle por la de Cabo Verde, frente a Trinidad. Constató el
inglés la presencia de naturales, negros como los de Angola, la insignificancia
de Cumana y la abundancia de oro. De regreso, propuso a Isabel la conquista,
pero la reina estaba demasiado preocupada por su propia sucesión, para ofuscar
a España.
Recuperada la libertad, Berrio
fortificó su gobernación, poblando en Santo Tomé, hoy Ciudad de la Guayana. En
el trono Jacobo I, Sir Walter le habló de "una Mina, que dize que él solo
es quien sabe de ella", dando un mapa al rey, donde no estaba indicada,
por evitar indiscreciones. Debidamente autorizado, en 1616 inició los
preparativos para hacer el "viaje a la Guiana, por el río Arenoco arriba”,
en busca de una "Mina, que dice que él solo es quien sabe della”, sin
imaginar que el Conde de Gondomar, embajador de España en Londres, le punteaba:
"todos los avisos secretos y confidentes que él, como buen vasallo, dió a
su rey, tuve yo quien me los diese para dallos al mío, tan particulares y ciertos
de su gente, de sus navíos, de su artillería, de sus disignios y de sus pasos y
del lugar y sitio donde avia de desembarcar, de manera que lo allo ya todo
prevenido y en defensa", sin olvidar los oficiales de Felipe III el arma
de la confusión. Se mandaron de España avisos falsos o “duplicados desto y
señalando con el dedo estaba la Mina”. Puestos al alcance de Raleigh, cazó los
barcos, extraviándose definitivamente en el laberinto del Delta del Orinoco, al
tomarlos por buenos. A 31 de mayo de 1618, el Conde de Gondomar escribía
satisfecho: "ha llegado aquí nueva de que Waltero Rale y los que yvan con
él se han perdido, por que la Mina que iban a buscar al río Arenoco en la
Guiana, no la allaron", no pudiendo "robar nada". La entrada de
Raleigh aparece en la historia oficial, que no menciona la Mina. Se produjo en
1618. Habiendo pedido los vecinos socorro a Santa Fe, su capital, estaba tan
alejada, que llegaron a los 9 meses. No quedaba sombra de inglés [23].
No estando tan puestos los
cortesanos en geografía, como el Conde de Gondomar, alarmó al rey la noticia de
haber levantado fortaleza holandeses, en Bouré, cerca de la Mina. Llegó a
Sanlúcar en 1613, por boca de mercader foráneo[24]. Luis Fajardo, Capitán
General de la Armada del Mar Océano, formada para guardar las rutas y costas de
Indias, recibió orden de tomarla, para meter guarnición o derrocarla. Navegaba
en 1614 hacia La Mina, cuando se supo que la tal Bouré, estaba junto al Níger.
Por no perder la jornada, le alcanzó barco de avisos. Fajardo habría de cambiar
el rumbo, yendo a conquistar el puerto de La Mamora, propio del rey de Fez, que
estaba en las inmediaciones de la fortaleza de Arguim [25].
[1] En las tradiciones
americanas, aparecen gigantes.
[2] Estrabón recoge de Homero:
"todos los navegantes llamaron etiópicas a las regiones, a las que
llegaron en último lugar de su navegación"; "los etíopes, que habitan
a orillas del Océano son los más alejados"; "los etíopes, que están
divididos en dos", residen los "unos donde se pone Hipperión, otros
donde sale"; "los etíopes habitan a orillas del Océano, a ambos lados
del mismo, desde Levante a Poniente": "son dos grupos y están
divididos en dos por el Océano", ocupando el Mediodía, "a lo largo de
todo el orbe habitado" (Estrabón. 5.23.24). Como los negros actuales,
residían en la costa occidental de Africa y la oriental de América. [3] Dejando
a Colón en la primera isla descubierta, Martín Alonso Pinzón navegó 200 leguas
al "sudueste", hasta una Española, "a una banda contra Hasya";
En Paria, Colón "no descubrió en la Tierra Firme, que dicen Asia"
(Pleitos Colombinos. En adelante: P.C. T IV). De Jamaica a Veragua, siguió
"al sud sudueste, en busca del Asia" (P.C. T. III).
[4] "Una descripción anónima
de al - Andalus" Traduc. Luis Molina Ed. C.S.I.C e Instituto Miguel Asín
Madrid 1983.
[5] En torno a 1960, un
tractorista descubrió tesoro tartesio en el cortijo de Evora, inmediato a
Sanlúcar de Barrameda. El profesor Mata Carriazo encontró poblado, que no
correspondía a la época ni a la riqueza del hallazgo.
[6] A 17º 1/2 grados. Conserva el
nombre.
[7] P.C. T IV.
[8] "Espejo
Geográphico", II parte. Pedro Hurtado de Mendoza Madrid 1691.
[9] Battuta habla de Minâ, ciudad
inmediata a la Meca, famosa por su mercado. Puede estar en el origen del nombre
de Mina, que se dio a ciertos "rescates" de
Guinea.
[10] Pulgar CLXII. En Castilla
del Oro usaban caracolas, como "bocinas, que suenan mucho" (Historia
General y Natural de las Indias. Fernández de Oviedo. En adelante F. O. T. III.
[11] Pulgar cap. CLXII.
[12] Bernáldez caps. VI. CXIX.
[13] Bernáldez Cap VI.
[14] Festo llamó Asana o Sanaga a
un río "muy ancho", donde estuvo Hannón. Junto a Santa Marta, se
encuentra Ciénaga. [15] Crónica de Guinea. Gomes Eanes de Zurara (en adelante
C.G).
[16] C.G.
[17] Una milla tiene 1.852 mts.
7.000 millas equivalen 12.964 kilómetros o 1.750 leguas americanas, de a cuatro
millas en legua o unos 100º. Repartida la distancia en fracciones de 24 horas,
supones 648’2 kilómetros o 87’5 leguas por singladura. Según Céspedes, que
escribía en la decadencia de las navegaciones, el barco suelto, con buen
tiempo, podía alcanzar una media de 72 leguas por singladura o 27 kms por hora
(Crónica de Enrique IV. Alonso de Palencia. Década III Lib. VI cap. VI).
[18] "Historia de las Indias".
Francisco López de Gómara. Ed. Ribadeneyra 1852.
[19] A juzgar por las fuentes,
entre los siglos IX y XV, pasaron por América: moros, judíos, vikingos,
bretones, normandos, portugueses, genoveses, florentinos, sicilianos,
venecianos, catalanes, valencianos, gallegos, vascos, andaluces, ingleses,
escoceses y turcos, arribando los chinos por el Pacífico.
[20] Simancas. Registro General
del Sello. En adelante: SRGS. XI.1480.81.
[21] En el siglo XVI, para ir a la costa occidental de
Africa, conocida por Angola y Congo o a la India, se cruzaba mar en dos
direcciones. De Europa se bajaba hasta Pernambuco, donde se iniciaba la
travesía a oriente. Los barcos de la India doblaban el Cabo de Buena Esperanza,
subiendo los de Africa por la costa, hasta la altura de Senegal. Al regreso se
tocaba en puerto americano, antes de subir a los 30º, no siendo preceptivo
alcanzar las Azores (Regimiento de Navegación. García de Céspedes. Andrés
Madrid 1605. "Viaggio nel Regno del Congo". Girolamo Merolla de Sorrento.
Nápoles. 1692.
[22] P.C. T. VIII.
[23] A.D.M.S. 4418. "Historia de las Américas".
VV.AA. Coordinador Luis Navarro García 500 centenario 1991 T. II. La obra es
prolijo exponente de la historia oficial. ·
[24] ADMS. 2407/2408.
[25] ADMS. 2407.
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