jueves, 16 de julio de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-LXXXVII


Francisco María Pinto y la Poesía Canaria

Si no me equívoco, las más interesantes páginas acerca de la personalidad de Francisco María Pinto se deben a Benito Pérez Galdós y al estudioso Sebastián Padrón Acosta; sin embargo, no tenemos aún un análisis amplio de su obra (considerable pese a la prematura muerte del autor), como tampoco de la Revista de Cananas de la que Pinto fue redactor jefe (me refiero, en este caso, a un análisis de la profunda significación histórica de la revista dirigida por Elias Zerolo). Nacido en La Laguna en 1854, Francisco María Pinto murió en Santa Cruz de Tenerife en 1885. Sus trabajos fueron recopilados en el volumen Obras de francisco María Pinto (1888), -prologa- do por Pérez Galdós, e integrado por los textos que el autor publicara tanto en la revista citada" como en La Ilustración de Canarias. De este volumen hemos querido seleccionar hoy el trabajo titulado "De la poesía en Canarias", previamente publicado en los números 10 y 11 de la Revista de Canarias (1878 y 1879). Las reflexiones contenidas en este texto merecen un examen detenido; señalaremos aquí tan sólo un significativo aspecto.

Considerado por Padrón Acosta como "el primer ensayo crítico que aparece en nuestras letras acerca de los poetas isleños" (1) (opinión formulada por Padrón ya en Poetas canarios de los siglos XIX y XX, aunque aquí se dice que es "el primer ensayo sabré poesía canaria escrito por un tínerfeño"(2), el trabajo de Francisco María Pinto elude la expresión poesía canaria quizá porque, como asegura, "los poetas de Canarias no ofrecen, colectivamente considerados, nada peculiar y propio; no manifiestan "ningún carácter, perceptible al menos, que pueda mirarse como resultado de las particulares condiciones en que se desenvuelve aquí nuestra vida", reflexión a la que llega Pinto después de advertir que en los poetas del Archipiélago" "no se «descubre ningún rasgo común que a ellas (a influencias del Archipiélago) pueda atribuirse, que recuerde los paisajes de Canarias o ese océano que nos circuye". Muy pocos nombres de poetas (Cairasco, Viana, Iriarte, Beoto, Graciliano Afbnso) aparecen en el texto de Pinto; y el libro que suscita las reflexiones del autor (Poetas canarios, de Elías Mujica) no está lejos del indiscriminado catálogo poético. ¿Qué llevó a Pinto a observar justamente lo contrario de lo que, cincuenta años más tarde, observaría Valbuena Prat en el que es, de hecho, el primer ensayo sobre poesía canaria? (3). A.S.R.

DE LA POESÍA EN CANARIAS

No hace mucho que con él título de Poetas Canarios se publicó en Santa Cruz un libro, una especie de antología canaria, una «colección de escogidas poesías de los autores que han florecido en estas islas en el presente siglo».

El colector nos ofrece composiciones de todos los canarios que durante el referido lapso han cultivado con más 'ó menos éxito la poesía; esto hace que en la obra figuren versos de más de sesenta poetas, número, en verdad, muy respetable. Los testimonios que ella proporciona no bastan para fundar so/idamente ningún juicio; pero nos invitan á divagar hoy un tanto sobre cosas de interés probable, sin duda, mas cuya oportunidad en Canarias sólo pueden desconocer los que ignoren nuestras aficiones poéticas.

No es que se lean aquí más versos que en cualquiera otra parte, ni que el libro de poesías tenga más venta que el prosado. Tratándose de publicación, sea verso o prosa, todos sabemos ya lo que debe hacerse: guardar riguroso y completo sigilo acerca del fatal acontecimiento. Aventurado es, pues, afirmar que un libro tenga más probabilidades que otro de romper esa discreción. Con todo, nunca las aficiones activas han sido tantas como desde principios del siglo ó, por lo menos, famas se han hecho tan públicas; muchos versos han llenado en ese tiempo nuestros periódicos y no pocos libros-de poesías han visto la luz.

Mas para lo que eso suponga, tal vez convenga recordar que en los siglos XVII y XVIII no tuvimos imprenta. Algo se escribía; pero, como si viviéramos en lo más cerrado de los tiempos medios, era el manuscrito la expresión última de este oscuro "trabajo. Tantas han sido las causas que han restringido una actividad cuyos frutos, aún así, merecen nuestra consideración. La poesía no fue mirada con desden; las pruebas-de ello, en su mayor parte, se han consumido entre el polvo 6 yacen inéditas y olvidadas. Ahora, la cuestión es averiguar si tai fin ha sido el más conveniente para el crédito póstumo de nuestros abuelos.

En aquel siglo XVII, en que la Península rebosaba de poetas, de tal modo que, en algunas ciudades, como Sevilla, como Valencia, parecían constituir la población; en que se escribían dramas con la abundancia y rapidez con que hoy se escriben artículos de periódico; en que se presentaban en un certamen cinco mil poesías, ¿cómo no habíamos de sentir, nosotros, los de las viejas Afortunadas, algo de la fiebre poética en que se abrasaban todos tos españoles, desde el rey hasta tos caldereros?

¿Quién no hada versos entonces? Y luego, si las bellas letras eran por allá el refugio aniso de facultades para tas que no se habito ninguna otra senda; en la poesía, considerada en tos modestas manifestaciones que pueden franqueársenos, se ha creído por acá ver siempre el alimento de una actividad que no sabe ó no puede de hablar otro.
De aquellos tiempos nos quedan dos nombres, honra de Canarias; tos de Viana y Cairasco. De Viana, tos eruditos de la Península apenas tienen más noticia que la mención hecha por D. Nicolás Antonio. G poema de las Antigüedades se pierde entre él gran número de los de ese género clasico-heroico y virgiliano  que se aficionaron, en general con muy poca,suerte, muchos poetas españoles. Sin embargo, digna de algún recuerdo es la obra del que cantó por vez .primera el valor y et noble arrojo de aquellos insulares que caminan defendiendo la libertad y la patria, ye quienes rodea aún la suprema poesía no pudo hacer por los guanches lo que Ercilla por los araucanos, Tinguaro, tan magnánimo y valiente, no llegó á las proporciones de Caupolican:                de culpa al esforzado isleño. Por lo pronto, bueno es recordar que el colector de tos tomos de Poemas épicos, de la Biblioteca de Rivadeneyra, no logro ver un ejemplar del poema de Viana, Cairasco, verdad poeta, que no desmerece, en condiciones, de los notables de su siglo; de tos cuales, con tos defectos, tenía el ingenio y la exuberancia, debe ser hoy mas conocido             é la citada Biblioteca (1). Amantfsimo de su país, ese amor le llevaba é hacer extra tercalaciones en su traducción inédita de la Jarusalem libertada. Imitó los versos esdrújulos de los poetas italianos, novedad que le dio cierta nombre en un tiempo en que se apreciaban mucho estas cosas.

Mas ¿Quién lee hoy a Viana  ni a Cairasco ¿Quién lee el poema de las antigüedades de la  Islas Afortunadas o el templo militante? Contentémonos con exigir respeto para los nombres de sus autores.

Tratándose de canarios del siglo XVIII, la memoria de Iriarte debía oscurecer cualquiera otra, si é la poesía nos referimos, aunque é triarte se le haya negado la cualidad de poeta, con las mismas razones con que pudiera regateárseles á las cuatro quinfas partes de tos de su tiempo, triarte, cuyo carácter un tanto orgulloso é irascible le atrojo muchos enemigos, fue acusado de frió y prosaico, y esto en ti XVIII, en que el poeta Salas, que habló en verso de una porción de cosas inmundas, no ocupó tal vez el último escalón del prosaísmo, Forner, que llevaba entonces el látigo de la sátira literaria, y lo manejaba duramente. Sedano y la cohorte batalladora del pasado siglo, apenas dejaron descansar al autor del poema de la Música, trunca disfrutó de grandes simpatías. Hasta se le declaró mal versificador, acusación injusta que no ha dejado de repetirse.

Pero Iriarte ha sobrevivido en popularidad é todos tos que le dieron que hacer. Su nombre es el del autor ingenioso, correcto y elegante que escribió tos Fábulas literarias.
Sin embargo, cuando ocurre hablar de canarios ilustres, de paisanos que se han distinguido en las letras, no es por cierto el nombre de triarte el que ciamos con más frecuencia y orgullo. Cairasco, Viana, cualquiera otro nos parece mis nuestro. Es que triarte sólo tuvo de canario el haber nacido en nuestras islas; él lo recordaba, y alguna vez en sus Fábulas se simbolizó en el pájaro cuyos cantos debieron serle familiares en la niñez. Contestaba a sus críticos trayendoles a la memoria que el canario había sido elogiado por un ruiseñor extranjero (Metastasio), floro una provincia considera principalmente como hijos suyos é aquellos autores que en sus obras se han unido más estrechamente con el país natal, ya por si asunto, ya flor ova circunstancia, el poeta en quien las influencias locales predominen, tal vez no será bien apreciado sino donde todo sea igualmente el sello de su inspiración; limitará su gloria pero si la literatura nacional no le recuerda, la tierra en que nació  no le olvidará.

Cuando la diferencia de lengua, circunstancia, que aísla y crea por consiguiente una literatura propia no existe, influencias de suelo, y hasta de clima, condiciones de taza, de costumbres, suelen engendrar escuelas y aun verdaderas literaturas regionales. Hoy esas influencias están poco menos que anuladas por otras más poderosas, y solo se conciben en la poesía genuinamente popular. No obstante, á veces se conservan en los poetas que por diferentes circunstancias se hallan mes en contacto con su país y en quienes las impresiones de éste han dejado más huellas, por ejemplo, suelen distinguirse entonces de los del mediodía. La escuela que podríamos llamar del norte tiene algo nebuloso y fantástico, del sentimiento profundo, del predominio del fondo sobre la forma que caracteriza para et sentó común al arte germánico. La meridional, de forma viva y brillante, de sentimiento ardiente y ligero, contrasta demasiado con la anterior para que sea preciso determinarla. A una da matices osiánicos el cielo septentrional; m aquellos versos melancólicos y graves proyecta su sombra la gran eorduent ístmica, así como en todos del mediodía, sensuales y ardorosos, mientras el sol de todas vegas andaluzas.

En todos poetas del Archipiélago no se descubren   tales   influencias; ningún especial carácter, ningún rasgo común que ó ellas pueda atribuirse, que recuerde tos paisajes de Canarias ó ese océano que nos circuye con su espuma y sus rumores. Y no es suponer que la naturaleza en que vivimos haya dejado siempre de inspirarnos. Nuestro cielo y nuestras montañas,  nuestros valles colmados de vegetación y de luz no pueden hallar ojos indiferentes. Lejos de aquí no despliegan tampoco mis belleza los eternos espectáculos: el alborear del día y las puestas de sol; el crepúsculo ascendiendo desde el fondo de las cañadas y la última claridad tiñendo las cumbres. Nos rodea aquel océano maravilloso en que aun para Dante y sus contemporáneos et terror palpitaba, y surgía incesantemente del prodigio.

Nos es familiar  gamma entera de sus  voces, desde el acento cólera hasta el arrullo.
Podemos verle espoleado por el huracán, alzarse desmelenado y siniestro; y escuchar su tranquilo murmullo, en las noches de verano, cuando tos ensueños flotan en el aire inmóvil, y luce allá arriba el deslumbrante cielo.
                  
No se ha olvidado tanta poesía, aunque en general nuestros poetas no se distinguen por la observación de la realidad, ni su amor á la naturaleza peca por desmedido. El humanista, Graciliano Afonso, que se lamentó una vez de que el Teide no hubiese llamado en Canarias la atención poética de tantos ingenios», no advertiría hoy semejante vacío. Tampoco las tradiciones, las glorias y recuerdos provinciales pueden quejarse razonablemente. Mas esto no destruye lo dicho: Que tos poetas de Canarias no ofrecen, colectivamente considerados, nada peculiar y propio; no manifiestan ningún carácter, perceptible al menos, que pueda mirarse como resultado de las partícula/es condiciones en que se desenvuelve aquí nuestra vida.

II
No hay región habitada por los hombres donde falte un desarrollo poético, siquiera reducido y humilde, y de esos cuyo valor nace de su espontaneidad: revelaciones de un arte que entonces es casi la naturaleza; que no llevan, en sus productos, la singular marca de este ó el otro individuo, sino la del artista-multitud; y cuya originalidad está en razón de lo que distingue a la vida que expresan. Cada pueblo manifiesta en ellas su carácter y préstales fisonomía la naturaleza ríeme ó desolada.

Tal es la poesía popular, que abraza desde tos grandes creaciones épicas, hasta to sencilla frase en que el ritmo predomina y las palabras tienen apenas significación; estribillos ininteligibles y monótonos, como los que en una escena de Harnlet canta á medía voz la pobre Ofelia, ya toda razón perdida.

Sin duda que tos primitivos moradores del Archipiélago no carecieron de                            semejantes. Viera cita de los herreños: ...«Endechas lúgubres y patéticas, en tos que trataban materias de amores y de infortunios, que aun traducidas á la lengua española, movían á lágrimas ó tos personas de blando corazón.» Mas tos desiguales circunstancias que concurrían en europeos y aborígenes hicieron que no fuesen dichos cantos to ruda pero original base en que asentara después los suyos el pueblo de tos Islas. Aquel/a extraña raza que las habitó primero, nos trasmitió muchas de sus costumbres; pero su tradición si existía, era natural que pereciese con ella. En la mezcla de invadidos é invasores, de elemento é que toda cultura daba superioridad, no tardó, bajo ciertos aspectos, en borrar completamente el otro. La poesía hubo de morir con la oscura lengua que lo informaba,

Y después, recordando cerno se ha constituido toda población del Archipiélago; lo reciente de una historia abierta cuando todas tos provincias se apresuraban á cañar las suyas; el instante en que esa humilde historia comenzó, los das que han seguido, tos condiciones de una existencia sin pasado, sin carácter y sin vitalidad propia, tal vez no extrañemos que hasta los cantares, la expresión más sencilla y común de toda poesía popular, nos venido y nos vengan de la Península.

Como es lógico, los poetas de Canarias suelen reflejar más ó menos á los de aquélla; desde Bento, que escribió é principios de siglo, y parece imitar a Quintín», hasta los que, en los últimos años, descubren la influencia de Zorrilla, el poeta más legítimamente español, do más espontaneidad y fantasía más poderosa que ha hablado nuestra lengua de dos siglos á esta parís; y el modelo de la escueto poética más Muí y más numerosa que aun hoy existe. Sin embargo, no son muchos los poetas insulares en quienes es visible una determinada imitación; cierto eclecticismo, presidido por un gusto del cual no en todas ocasiones se puede decir que:

Aquí coge el jazmín, allí  la rosa, Acá la clavellina almaizalada;

Y si entra en huertas, no siempre son huertas deleitosas, como la de que habla Cairasco, es lo mes general en los poetas de las Islas. Zorrilla es el que ha dominado, sin conciencia tal vez de los mismos que le han seguido; pero dadas ciertas cualidades, que no suelen faltar en la juventud, y menos allí donde la naturaleza y el clima y la raza las fortifican, la escuela se impone, como ha sucedido entre nosotros y en América.

Con lo dicho, inútil es exponer las  generales que ha ofrecido en Canarias la poesía. Durante el primer tercio del siglo, como se supondrá, son marcadamente clásicos; y con pasada la época, sigue prevaleciendo en algunos un clasicismo ya algo anacrónico. Melendez, Cienfuegos, Quintana parecen ejercer más ó menos influjo; á la verdad, las poesías que conocemos, y son pocas, no desdicen á veces de los imitados. Hay cultura, y cierto gasto; se ve que ni los clásicos españoles, ni los latinos, señaladamente Virgilio y Horacio, eran mirados con desatención.

El romanticismo, advenimiento de una libertad que, para los españoles era un recobro y no una conquista, llegó innovador y tumultuoso. Los franceses, que se han encargado, dotante mucho tiempo, de equipar y vestir las ideas que han de viajar por el mundo, lo habían ya transformado: en la poesía y en el arte, fue la revolución.

Llegó a  España, y naturalmente, también aquí. En esta segunda face y desde entonces hasta ahora, muchos ha habido que, con innegables dotes, se han dedicado en Canarias á la poesía. No es de necesidad referirnos mis particularmente é nombres que todos conocemos, y cuya detenida enumeración se en este lugar. Reasumiendo, advertirse que contamos con verdaderos poetas. No escasean tos condiciones naturales: hay ingente, hay sentimiento, hay fantasía. Aun los desbarros, contadas veces tienen tos proporciones que nadie extraña en los poetas de provincias, innumerables é ignorados cultivadores del arte, en quienes si hay en ocasiones verdadero genio, en otras, tos más, sólo hay indubitable inocencia. En el libro que citamos al comenzar estas líneas, muchos rasgos, y composiciones enteras, dejan fuera de duda que si el esmero del cultivo se hace de cuando en cuando echar de menos no de decirse que hay pobreza dad; una vegetación en que es inútil, pero que reveto cuánto había que esperar de toda, inteligencia y el cuidado, tal es en Canarias la poesía. En cuanto éstos simples aficionados a hacer versos  y hasta é publicarlos, que es ya menos inofensivo, ¿dónde no los hay? Esta afición pertenece á la categoría de las debilidades humanas, aunque muchos, procediendo con notorio arrebato, se adelanten é colocarla entre las epidemias sin remedio conocido. Mirándolo bien, ¿quién está libre de pecado? ¿Quién no ha hecho unas seguidilla a su novia a con un epicedio como diría don Hermognes, el reposo de algún muerto infeliz? Pero las cosas si á toda reincidencia se circunstancias don que suelen dar muchos á aquello de Poeta nascitur. A los diez y ocho años, y más, allá también  y ¿qué hacer, sino aceptar con resignación el fatal destino, es de que hay noticia, puede rematarse cumplidamente sin necesidad de estudiar cosa alguna; y esto lo hace más llevadera y soportable " Al genio le basta con su pluma, y              las nociones del arte, métrica, suministrada por cualquier libro de poesías; de la naturaleza, del corazón, etc., le sobra con lo que todos sabemos.

La lira es, pues un instrumento que no  exige mucho para tocarse y hasta que dispensa a los que lo manejan de la gramática y de la ortografía; punto de contacto que suele tener con la guitarra. Si nadie razona de este modo, la verdad es que no deja de parecerlo alguna que otra vez, manifiestan ningún carácter, perceptible al menos, que pueda mirarse como resultado de las particulares condiciones en que se desenvuelve aquí nuestra vida.

Se general de versos, pueden, no obstante, existir géneros muy distintos, entre el género simplemente ennuyeux, señalado por Boileau; y el tonto, por ejemplo, reconocido con gran precisión en nuestra época, hay diferencias notables, que un preceptista concienzudo tal vez se detenga un día a enumerar. El género cultivado entre nosotros, cuando nos dedicamos á lo malo, no puede clasificarse rigurosamente; sin embargo, es posible determinar alguno que otro carácter suyo.

Cuando tropecemos con una poesía de éstas, no busquemos jamás, entre aquellos vocablos poéticos y sonoros, aunque vulgares, un pensamiento, una idea, algo, en fin, oculto bajo el follaje. Es inútil: allí no hay más que una ininteligible palabrería: alboradas, auras y brisas, «//señores: la meteorología y la zoología poéticas, distribuidas de cualquier modo, y unidas con otra docena de palabras indispensables, que hacen el oficio de argamasa en la construcción Esto admitiendo que los versos, como versos, sean regulares; y lo son alguna vez, pues en Canarias no faltan los buenos versificadores, y nuestros poetas se distinguen generalmente por esa cualidad.

Nada diremos del sentimentalismo, algo trasnochado, que se descubre en ocasiones. Cántese I» desilusión y el hastío, enhorabuena: pero no olvidemos que el tema es ya viejo, y que conviene hacerlo menos falso. Ese llorar continuo, toda esa desolación, es de muy mal gusto; son reminiscencias románticas, memoria de un estilo que concluyó con Romero Larrañaga, y no huellas de la lectura de Schopenhauer ó de Leopardi.

Pueden hacerse versos sin tener diplomas que lo autoricen, ni títulos universitarios; pero ¿no sería conveniente leer los buenos poetas, familiarizarse con los libros? ¿Estaría de más aprender á observar á pensar á escribir? Aquí, donde la poesía es un simple entretenimiento, y no puede ser otra cosa; aquí donde un poeta jamás vivirá de sus versos, esto es quizás exigir demasiado. Pero, sea lo que quiera, tengamos presente que la ignorancia no es la compañera de la poesía, que ningún gran poeta ha sido verdaderamente ignorante. Si á alguno, en otro tiempo, le faltó la ciencia que se adquiere en los libros, conocía, por observación propia, la del hombre y de la vida lo suficiente para hacer olvidar la falta.

Francisco Mª Pinto, en: Revista Aguayro
Año XI nº 123, mayo de 1980.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)



Notas:
1) Véase el artículo dedicado por Padrón Acosta a Elias Mujica en su Retablo canario del siglo XIX (edición de Marcos Martínez), Aula de Cultura de Tenerife, 1968, pág, 85.í) Poetas canarios de los siglos XIX y XX {edición de Sebastián de la Nuez), Aula de Cultura de Tenerife, 1966, pág. 53. 3) En 1945, Pedro Pinto de la' Rosa leyó ante los micrófonos de Radio Club de Tenerife "U» escritor olvidado: Francisco M," Pinto", conferencia recogida mas tarde en folleto. 
       (1) De Cairasco se insertaron algunas cosas, no muy bien escogidas por cierto, en el Parnaso español, de Sedaño.

                              

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