Francisco
García-Talavera Casañas
Me ha sorprendido cómo
se vive y se siente allí la canariedad, a pesar de la extensa información y
referencias que ya poseía sobre el país hermano. La última, y de primera mano,
a través de la delegación político-cultural uruguaya que nos visitó
recientemente, entre los que figuraban la ministra de Educación y Cultura y los
intendentes de Canelones, Rocha y Montevideo.
Estamos hablando de un
país de casi 180.000 km2 (Canarias, 7.500 km2) y unos 3,4 millones de
habitantes (Canarias, 2,1 millones), situado en el hemisferio Sur, a unos ocho
mil kilómetros de nuestro archipiélago (casi el doble que Venezuela) y con una
baja densidad de población (19 habitantes por km2), que contrasta con la de
Canarias (280 h/km2). Uruguay es inmensamente llano (la altura máxima es de 500 m ), muy verde, rico en
agua y con magníficas playas y un clima moderado, húmedo y templado. Además, la
gente es amable y acogedora, con un carácter (seguramente heredado) muy
parecido al nuestro. En definitiva, un país atractivo y con grandes
posibilidades de futuro.
Nada más pisar tierra
uruguaya, en Colonia de Sacramento, te llevas la gran sorpresa: la carretera
que conduce a Montevideo está jalonada, a ambos lados y por espacio de varios
kilómetros, de palmera canaria (Phoenix canariensis), que, por cierto,
está extendida por gran parte de los países templados del mundo -en los que se
adapta muy bien (igual que nosotros)- como elegante embajadora de Canarias.
Tanto es así que, en la misma plaza de la Independencia de
Montevideo, custodiando la estatua del prócer Artigas (que también tenía
ascendencia canaria) y casi como única decoración arbórea, se yerguen numerosas
palmeras canarias centenarias, posiblemente plantadas por nuestros paisanos
fundadores de la ciudad. Uruguay es un país donde todavía se consume el gofio y
las madres duermen a sus hijos pequeños con el arrorró.
Pues bien, podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que la historia moderna de la nación
uruguaya hunde sus raíces en Canarias (ya sabemos que el país, antes de la
conquista ibérica, estaba ocupado por diversas etnias indoamericanas entre las
que destacaban los charrúas), pues no sólo fue la fundación de Montevideo,
entre 1726 y 1729, con 50 familias canarias (unas 250 personas) y algunas otras
de Buenos Aires, sino que durante décadas los canarios y sus descendientes
ocuparon puestos relevantes en la administración (cabildo) de la incipiente
ciudad (alcaldes, alguaciles mayores, regidores, procuradores, etc.), como José
de Vera, José Fernández, Cristóbal de Herrera, Juan Camejo Soto, Isidro Pérez
de Rojas, y tantos otros. Y así, "el 12 de marzo de 1727, cuando se hace
el reparto de solares y se marcaron los ejidos y propios de la ciudad, los
canarios representan más del 75% de sus habitantes" (L. Borges, 2007).
Pero, todo hay que
decirlo, aquellas pobres familias fueron llevadas a Uruguay de mala manera y
tuvieron que soportar un trato vejatorio y denigrante durante los meses que
duró el viaje. Veamos lo que le dice el comerciante Francisco de Alzaybar (armador
del barco) al capitán del mismo, Bernardo Zamorategui, con ocasión del primer
transporte de familias canarias desde Tenerife a Montevideo, en 1726: "Desde Canarias a Buenos Aires (luego irían a
Montevideo) no hay más pasajeros que el señor canónigo, a quien le darán bien y
toda su asistencia, y el otro mocito que va recomendado del señor intendente no
paga nada y sabrá cómo tratarle, y al cirujano darle el grado que le
corresponde" (J. Agomar, J. González y J.M. Ramos, publicado en EL
DÍA, 28-8-2004). Con lo cual queda patente que a estos señores lo único que les
preocupaba era la carga que transportaban en régimen de exclusividad para las
"provincias" castellanas del Río de La Plata : ropas, géneros,
frutos, etc.). Todo ello en el contexto del obligatorio "tributo de
sangre", mediante el cual, para poder transportar mercancías a América
desde Canarias, era imprescindible llevar también "carga" humana. Por
cada 100 toneladas de mercancías, 5 familias canarias. Y, por lo que se ve,
esas 20 primeras familias pioneras que fundaron Montevideo fueron llevadas en
la bodega del barco "Nuestra Señora de la Encina " como carga.
Nos podemos imaginar el infierno de esa pobre gente en aquellas condiciones y
durante travesías que se podían prolongar hasta tres meses. De esta manera, se
dio el dramático caso, verídico, de que algún emigrante canario le llegó a
cambiar una camisa a un tripulante español por una simple ración de agua.
Ese era el trato que
se nos dio a los canarios (la burguesía españolizada era la única que se
libraba) durante siglos. Se nos utilizó, desde la conquista del Archipiélago,
como carne de cañón en las correrías por el África vecina y más tarde en la
conquista y "repoblación" de América. Pues no debemos olvidar que
muchos pueblos y ciudades de Estados Unidos (Texas, Luisiana, Florida),
Colombia, Cuba (en el siglo XIX, más de la mitad de la población blanca era de
origen canario), República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela y, cómo no,
Uruguay, fueron fundadas por canarios.
En este último país,
como decía al comienzo, se respira canariedad. No en vano, todo un departamento
(el equivalente a una provincia) como es el caso de Canelones, ahora se
denomina oficialmente Comuna Canaria. Allí son frecuentes los apellidos
canarios de origen normando: Betancourt, Umpiérrez, Berriel, Perdomo y tantos
otros, como Cabrera, Curbelo, Cardoso, Clavijo, Coello, Chaves, Delgado, Marrero,
Melo, Rivero, Viera, Yanes procedentes de una gran oleada inmigratoria que
partió fundamentalmente de Lanzarote y Fuerteventura, entre 1835 y 1850
(alrededor de 8.000 personas) que contribuyeron a "canarizar" aún más
aquel bello país hermano del cono Sur americano.
Por todo ello, el
conocimiento de estos hechos, posiblemente desconocidos para muchos, debe ser
motivo de orgullo para nuestro pueblo, ya que a pesar de las condiciones
infrahumanas, en la mayoría de las veces, en las que tantos hombres y mujeres
canarios nos vimos obligados a emigrar, supimos dejar una estela o impronta de
gente de bien, humilde, trabajadora, honesta y emprendedora, que hace suyo el
país al que llega y que no olvida sus orígenes. Ahí tenemos el ejemplo de
Canelones.
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