martes, 14 de julio de 2015

JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía

PRESENTACION


El libro que el lector tiene en sus manos no es una novedad editorial stricto sensu, sino la edición liminar de una obra, que se transformó en un clásico siendo aún manuscrito, a tenor de las múltiples referencias que procedían de los pocos que decían haberlo conocido. Cuando la edición de este segundo tomo de la obra de Juan Bethen-court Alfonso se halle en las librerías, hasta tanto vea la luz el tercero, se habrá desvelado con ellos el núcleo fundamental de su aportación al conocimiento de «Los guanches», la antigua población de la isla.

Se trata de una obra escrita a comienzos de siglo, por un estudioso dedicado a otras tareas profesionales, y en una época en la que no se poseía aún el conocimiento sobre las culturas prehistóricas, que se ha ido enriqueciendo en lo que va de siglo. Todo ello contribuye a que muchas de sus interpretaciones resulten hoy difícilmente aceptables.
La comprensión de esta obra necesitaría de un análisis exhaustivo. Por ello este prólogo no es un estudio, ni siquiera una introducción al libro de Bethencourt Alfonso. Con este breve texto sólo he pretendido hacer algunas indicaciones para su lectura.

He seleccionado unas pocas cuestiones, referidas al uso que el autor hace de algunos conceptos y términos, que en su mayoría responden a su perspectiva de explicar el pasado desde su presente. Este es el criterio que utiliza comúnmente para presentar los hechos históricos.

La organización social y política de los guanches, del modo que él la interpreta, no se corresponde con la realidad que se infiere de lo transmitido en las fuentes escritas. La referencia que hace a su sistema social en el Capítulo I es muy reveladora de lo que decimos: «cada familia vivía en su respectiva finca, pero ya veremos las granjeaban en aparcería con el Estado bajo un régimen colectivista», o el del uso de denominaciones tales como la de «socialismo comunista».

Una buena parte de la documentación sobre su sistema de organización social y política procede de las fuentes escritas que conocemos desde mediados del siglo XV, y con posterioridad en los siglos XVI y xvii. A través de estas informaciones no resulta fácil inferir si mantuvieron igual organización desde la fecha en que poblaron la isla, en los siglos cercanos a la Era Cristiana. La etapa final de su historia se fija en el año 1496, fecha de la conquista castellana.

Las sociedades son vivas y dinámicas, por lo que los hechos conocidos en su última etapa no siempre debieron suceder del mismo modo en su proceso histórico, que duró al menos mil quinientos años, por lo que la ocupación del territorio, así como los límites de los men-ceyatos, debieron de ser bien distintos a como se documenta en su fase epigonal que conocemos en las fuentes escritas.

Otro aspecto que el lector debe tener en cuenta, es que gran parte de la información que el autor ha utilizado, es resultado de una recopilación de la memoria oral de los campesinos de la isla. Alude en ocasiones a esta fuente cuando el material ha sido recuperado de «las tradiciones». Esta circunstancia dificulta la comprensión de los hechos que propone, al no poderse contrastar con otros documentos.
En el Capítulo I, que dedica a las Instituciones guanches, aporta una información variada sobre los nombres de los primeros menceyes, así como de los que les sucederían en el tiempo, y que no se corresponde con ninguna de las versiones que poseemos en las fuentes escritas. Es probable que muchas de las referencias para explicar el origen de los primeros menceyes, así como sus nombres, tengan aquella procedencia. Algunos como el del pretendido Mencey Chindia de Adeje, se pueden documentar solamente en los topónimos. En este caso, con el de un barranco en Adeje. Este mismo problema se repite con la explicación de la supuesta sucesión en el tiempo de los distintos menceyes, a partir de las referencias de las fuentes escritas. Estos temas han sido revisados en los últimos años, proponiéndose para ellos una interpretación alternativa, al considerarlos como «mitos de origen» más que como hechos históricos convencionales que explicarían el surgimiento de las divisiones territoriales de la isla.

Otro conjunto de temas son los que tienen como base argumental los mitos y las leyendas. Sobre estas tradiciones el autor construye una serie de hechos en los que superpone a los de carácter histórico, los de las tradiciones legendarias, por lo que su comprensión resulta difícil, al confundirse esas dos realidades.

Propone la existencia de una serie de «dinastías» y de soberanos, cuyos nombres asocia con algunos lugares señeros de la orografía de las «Cañadas del Teide», como Cuajara o Ucanca. Estos referentes legendarios, según su propia definición, se confunden también en la realidad como si se tratase de hechos históricos contrastados.

Resulta cuando menos sorprendente su pretensión de querer emparentar personajes distinguidos de la sociedad guanche de Tenerife con la de Canaria, a través de unos supuestos compromisos matrimoniales, dando a entender que existía una relación fluida entre ambas islas. No hay, por el contrario, documentación alguna que permita explicar tales comunicaciones durante su Prehistoria, ya que no consta conocimiento de ningún medio de navegación que permitiera sortear los espacios interinsulares.

La explicación de los hechos del pasado vista y entendida desde la perspectiva del presente, es una constante en toda la obra, al confundirse manifestaciones culturales de los guanches, con otras que pertenecen a la tradición de los campesinos, artesanos y pescadores de la isla, y cuyas raíces no pueden ser atribuidas a aquella procedencia. Son muchos los ejemplos que se pueden argüir, pero probablemente en el capítulo dedicado a los juegos, el lector puede comprobar mejor lo que decimos. De igual forma sucede al referise a la alimentación, a las distintas suertes de la lucha, entre otros tantos ejemplos, que se pueden seguir en toda la obra.

La Conquista de la isla supuso el inicio del cambio cultural de la población aborigen que se manifiesta, no sólo en el modelo económico, en las relaciones sociales, sino de manera singular en la transformación radical de su cosmogonía, de su visión del mundo, del modo en que contaron su historia.

En la tradición cultural de la isla, que se fue generando a lo largo de los siglos y se guardó en su memoria colectiva, existe una amalgama de manifestaciones de diversa procedencia, como lo fue la del conjunto humano que la repobló desde aquella fecha. El tiempo y las adaptaciones a un nuevo medio, junto con las viejas raíces que, indudablemente pervivieron de la población antigua, conformaron el fondo de sus tradiciones, pero éstas no pueden ser confundidas con las de los guanches, a quienes no se les pueden atribuir como propias, muchas de las que se presentan en este libro.
ANTONIO TEJERA GASPAR

(Catedrático de Prehistoria de la Universidad de La Laguna).

INTRODUCCION

El proyecto iniciado hace una década y cuyo objetivo principal era la recuperación biobibliográfica de D. Juan Bethencourt Alfonso para la comunidad científica y la sociedad canaria, se ha consolidado paulatinamente con la publicación de Costumbres Populares Canarias de Nacimiento, Matrimonio y Muerte (1985); e Historia del Pueblo Guanche (Tomo I, 1991), además de la actual edición (segundo tomo) de la citada obra.
La publicación que aquí se presenta constituye la principal aportación que el Dr. Bethencourt Alfonso hizo a principios de este siglo, al conocimiento histórico, arqueológico y etnográfico de las Islas Canarias. En la recopilación de datos y redacción final de la Historia del Pueblo Guanche, había empleado toda su vida investigadora y científica; constituyendo el «Cuestionario de las Islas Canarias» de 1884, la herramienta básica para adentrarse en el conocimiento de las posibles pervivencias de la cultura guanche. El resultado final de este trabajo no se corresponde con el enorme esfuerzo desplegado por nuestro autor quien nos hace la siguiente advertencia: «Con todo, declaramos que el escaso fruto que hemos obtenido no corresponde a la labor de una vida entera».

Los recursos empleados para obtener datos, referidos a la cultura guanche, que luego se verían reflejados en la redacción de este segundo tomo podemos clasificarlos de la siguiente manera: fuentes documentales escritas, bibliografía general y especializada, investigaciones arqueológicas e investigación etnográfica de las tradiciones o la historia oral de las Canarias.

En el presente tomo, a través del desarrollo de los veinte capítulos, Bethencourt Alfonso plantea su visión histórica sobre la fía y las Instituciones Guanches. El trabajo desarrollado por nuestra parte ha sido, además de tratar informáticamente el manuscrito, la de configurar el capítulo n.° 21, utilizando para ello sus notas manuscritas, en el que se analiza fundamentalmente los datos históricos y arqueológicos que se refieren a los modos de subsistencia, la cultura material y la cultura intelectual. Igualmente aparecen en cada capítulo un conjunto de anotaciones y comentarios que pueden ayudar al lector a situarse en el contexto apropiado; quisimos introducir el mínimo número de notas aclaratorias para no interferir en el sentido original del manuscrito. A partir de este momento los historiadores, arqueólogos y antropólogos tienen ante sí un corpus teórico sobre el que podrán aplicar los correspondientes análisis documentales, específicos de cada una de estas ciencias sociales. Al acercarnos a la Historia del Pueblo Guanche, lo debemos hacer bajo la perspectiva de una obra que es testigo de una época y de una forma concreta de hacer historia o arqueología. No debemos considerarla un vademécum, tampoco una sagrada escritura, sólo el resultado de los trabajos e investigaciones realizadas a lo largo de toda una vida de un investigador y científico canario que honestamente quiso comprender el pasado histórico y la cultura de los guanches.

Hemos creído oportuno incluirle un conjunto amplio de ilustraciones, la mayoría ya estaban previstas por el autor.

Mientras transcribíamos el original de este segundo tomo pensamos en la utilidad de incorporar los cuadros de los linajes de los menceyes, acudiendo para ello a autores coetáneos o posteriores a D. Juan Bethencourt.

Las fuentes documentales escritas.

Los archivos a los que acudió Bethencourt Alfonso fueron numerosos y de diversa índole. La técnica utilizada fue el rastreo intensivo de las fuentes documentales escritas que se encontraban dispersas por todo el Archipiélago. En cuanto a las dificultades de este tipo de trabajo podemos repetir lo ya manifestado en el Tomo I y es que debemos valorar el interés de la información obtenida en tales documentos, máxime si tenemos en cuenta que a lo largo del tiempo son muchos los factores que han incidido en la desaparición física de archivos en Canarias, siendo uno de los más perniciosos el fuego. En este sentido hay que aclarar que Bethencourt Alfonso logró trabajar con colecciones documentales depositadas en archivos destruidos, posteriormente, por los incendios como el del Ayuntamiento de Val verde (El Hierro), o el de La Guancha (Tenerife). Por lo que se refiere al carácter de los archivos a los que acudió los podemos clasificar en archivos de tipo privado, público y eclesiástico. Dentro de los primeros contó con el apoyo de los titulares, entre otros, de los de la Casa-Fuerte de Adeje (Tenerife), del Condado de La Vega Grande (Las Palmas de Gran Canaria), del archivo de El Museo Canario (Las Palmas de Gran Canaria), de la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (La Laguna), del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife. Igualmente consultó pequeñas colecciones documentales privadas como las del Sr. Frías Pomar (Granadilla), Rodríguez Moure (La Laguna), Ramón Gómez (Pto. de La Cruz), Sebastián Casilda (Tacoronte), etc. Con respecto a la utilización de fuentes documentales conservadas en archivos privados y eclesiásticos, Bethencourt Alfonso comenta la utilidad de estas fuentes para la historia demográfica de las Canarias en los siguientes términos:

«¿Quieren dar a entender de que en las referidas islas se hallaba establecida la poliandria? Así lo creímos al principio encontrando su justificación en la estadística. En efecto, una que hicimos de los siglos XV al XIX inclusives, utilizando lo publicado y lo que recogimos en los archivos parroquiales y privados, nos dio invariablemente...»

Dentro del conjunto de archivos públicos a los que acudió el autor hay que destacar especialmente la consulta continuada de los fondos documentales del antiguo Cabildo de Tenerife, depositados en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. A lo largo de este segundo tomo se hacen continuas referencias a las Datas. El propio Bethencourt Alfonso dejó una prueba autógrafa de la lectura que había efectuado en uno de los libros de actas del Cabildo de Tenerife, al incorporar unas líneas curiosamente situadas en un plano inferior a otra nota que corresponde al regidor Anchieta y Alarcón (siglo XVIII). En la mencionada nota D. Juan Bethencourt Alfonso se quejaba de las dificultades que había tenido para comprender el contenido de estas actas capitulares (Ver fotografía adjunta, lámina I).

En cuanto al aprovechamiento de los datos ofrecidos por los documentos existentes en los archivos parroquiales de las islas tenemos constancia de su trabajo investigador, realizado personalmente, en las parroquias de San Pedro de Daute (El Tanque), Santa Ana (Garachico), Nuestra Señora de La Concepción y Santo Domingo (La Laguna), La Inmaculada Concepción (Santa Cruz de Tenerife), Nuestra Señora de Las Nieves (Taganana), San Pedro de Vilaflor de Abona (Vilaflor), en Tenerife; Nuestra Señora de la Purísima Concepción (Betancuria), Nuestra Señora de la Antigua (La Antigua) en Fuerteventura, etc. La investigación efectuada en estos archivos eclesiásticos no sólo se limitó a los libros sacramentales sino que también se extendió a los Libros de Visitas Episcopales, Constituciones Sinodales, Decretos Episcopales, Libros de Fábrica etc.

En el conjunto de archivos, mencionados anteriormente, también conoció y localizó varios manuscritos que aportaban datos interesantes sobre el pasado histórico de las Canarias, destacando los de D. Tomás Arias Marín y Cubas, D. Pedro Agustín del Castillo, D, Antonio Por-lier, D. Gabriel Estupiñán, D. Andrés Valcárcel, D. Gaspar Vandewalle, Dr. Machado y Fiesco, el regidor Anchieta y Alarcón, Leonardo Torria-ni, fray Luis Leal y D. Juan de Triarte.

Bibliografía utilizada.

La selección bibliográfica que aparece al final responde a las reseñas de diversos autores incorporadas por Bethencourt Alfonso a su obra, en ella se incluyen en un lugar destacado la mayoría de los cronistas de la conquista y obras históricas, de tipo general, referidas a las Canarias; especialmente las crónicas de Bontier y Le Verrier, Fray Alonso de Espinosa, Antonio de Viana, Fray Juan de Abreu Galindo, Juan Núñez de la Peña, Tomás Arias Marín y Cubas, José de Viera y Clavijo, etc. En este sentido debemos citar la especial consideración con la que es tratado el cronista Antonio de Viana, intentando Bethencourt Alfonso la recuperación bibliográfica de su Poema sobre la Conquista de Canarias1. La lectura detallada de algunos de estas crónicas y su comparación con los datos históricos que había rastreado en las tradiciones, llevó a nuestro autor a manifestarse en total oposición a los argumentos planteados por alguno de los cronistas, como es el caso de fray Alonso de Espinosa. Hablando sobre las instituciones guanches y cuál era la postura del citado cronista nos dice Bethencourt Alfonso:

«Como fray Alonso de Espinosa no se ocupó en estudiar las instituciones del pueblo guanche, explícanse sus confusas interpretaciones...»

Cuando alude a la argumentación realizada por Abreu Galindo para explicar los enfrentamientos violentos de miembros de un mismo tagoro o los de un tagoro contra otro, nos plantea que, «Cuanto a dichos combates singulares públicos, parece era práctica corriente extrañar del reino por cierto tiempo a los que resultaban homicidas, no como castigo sino como medida de buen gobierno; que es, a no dudar, lo que interpretó erróneamente Abreu Galindo...».

La diferencia de opinión entre lo dicho por los cronistas con las hipótesis de trabajo de Bethencourt Alfonso, viene explicada por la distinta utilización de las fuentes orales tradicionales. D. Juan Bethencourt suele evidenciar las evidentes contradicciones que existen en el contenido de las obras de los cronistas e historiadores del siglo XVII y XVIII, un ejemplo claro de esto lo encontramos en el párrafo donde dice:

«Es legendaria la severidad de la justicia guanche. Fueran nobles o siervos, hombres o mujeres, jóvenes o viejos, los delincuentes eran castigados, sin piedad ni misericordia; y sin embargo, ni aún en esto están de acuerdo los cronistas. Mientras Fray Alonso de Espinosa, Viana y Núñez de La Peña afirman que imponían la pena capital, Abreu Galindo y Marín y Cubas lo niegan; y Viera y Clavija, que admite con Viana de que los guanches tenían verdugo, parece inclinarse, a pesar de tan elocuente precedente, a que no aplicaban la pena de muerte...».
Aquí vuelve a plantearse la diversidad y oposición de los argumentos reflejados en la obra de los cronistas del siglo XVI y los recogidos de la tradición en el siglo XIX. En todo caso debemos aclarar que la visión que los cronistas dieron de la cultura guanche (sobre todo la de Abreu Galindo, Espinosa y Viana) se apoyaba básicamente en el conocimiento directo de algunos guanches o de testimonios indirectos transmitidos por éstos, los cuales habían sido protagonistas de la sociedad y cultura que comenzó a desintegrarse a partir de 1496, con motivo de la conquista castellana de las Islas Canarias. Por un lado, debemos recordar que el interés de los citados cronistas por conocer la cultura prehispánica de las Canarias no tiene porqué corresponderse con los actuales planteamientos científicos de tipo histórico, arqueológico o antropológico. Por otro, el sistema interpretativo aplicado a la  cultura guanche por Fray Juan Abreu y Galindo o Fray Alonso de Espinosa estaba mediatizado por su condición eclesiástica.

¿Hasta qué punto los guanches que sobrevivieron en la isla de Tenerife a un violento proceso de conquista y aculturación, estaban en condiciones de hacer partícipes a los representantes de una religión que había sustituido a la suya, de un conjunto de costumbres, ideas y prácticas propias que habían sido marginadas y suplantadas por otro sistema cultural llegado del exterior?

Con esto lo que queremos plantear es que, paradójicamente, los testigos directos (en este caso los cronistas) de un acontecimiento histórico no suelen darnos las descripciones más ponderadas de dichos hechos históricos. En contraposición debemos ser conscientes también, de que es notablemente complejo el estudio de la cultura e instituciones guanches a partir de la utilización exclusiva de la información oral o de las tradiciones; sobretodo si tenemos en cuenta que los hechos históricos reflejados en esas tradiciones ocurrieron, cuando menos, cuatro siglos antes.

Dentro del apartado de la bibliografía utilizada por Bethencourt Alfonso, aparecen publicaciones de tipo arqueológico e histórico de autores coetáneos, destacando especialmente las de Agustín Millares Torres y las de Gregorio Chil y Naranjo. Ambas son utilizadas con cierta profusión y en el caso de D. Gregorio Chil y Naranjo, a pesar de los celos profesionales, se estableció una fructífera relación entre el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife y El Museo Canario. Además de otros temas, en la descripción que se hace de la presencia de ídolos en el sistema de creencias religiosas de los guanches, hay plena identificación entre Chil y Naranjo y Bethencourt Alfonso, como se evidencia en el párrafo siguiente:

«El historiador Dn. Gregorio Chil envió a la Exposición de París un idolillo también encontrado en dicha isla de Canaria, representando un cuerpo que descansa sobre las alas, teniendo otras dos por brazos, y cabeza humana; y cita otro idolillo, que remitió a la indicada Exposición Mr. Verneau. ¡Es decir, en el Archipiélago no han faltado los ejemplares de ídolos, sólo que asusta la palabra!».

Sin embargo también se plantearon vigorosas diferencias entre D. Gregorio y D. Juan, fundamentalmente en torno a los temas que citamos a continuación: finalidad de las pintaderas, presencia o no de la HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE                                                                                             25
esclavitud en las culturas prehistóricas de Canarias, fidelidad y verosimilitud de la tradición oral, etc.
Continuando en el comentario de la bibliografía presentada debemos apuntar la presencia, con peso específico propio, de algunas obras sobre Historia Natural. Al respecto, hemos recordado lo que ya citábamos en el primer tomo de la Historia del Pueblo Guanche, sobre la esL,BNXDXpecialización de Bethencourt Alfonso en estos estudios. Desde 1876 nuestro autor se encontraba desempeñando una fructífera labor docente como profesor de Historia Natural, en el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife, centro anexo al Instituto Provincial de Bachillerato de Canarias. El interés por la defensa de la ciencia y de la razón frente a tanto oscurantismo intelectual y científico reinante, le llevó a difundir y optar por el darwinismo o evolucionismo, incorporándolo tempranamente al curriculum académico de sus alumnos. La implantación de esta ciencia le obligó a crear un pequeño museo para prácticas docentes; éste sería el germen del ulterior Museo Antropológico y de Historia Natural de Santa Cruz de Tenerife, organizado por el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife que a su vez había sido fundado en 1877 por iniciativa de Bethencourt Alfonso.

La identificación profesional de Bethencourt Alfonso con las nuevas corrientes del pensamiento científico europeo, lo llevan a relacionarse con la sociedad El Folk-Lore Español y su máximo impulsor Antonio Machado y Álvarez, e igualmente mantuvo estrechos contactos con D. Alejandro Guichot y Sierra y la escuela antropológica sevillana. Por otra parte, estaba informado, fundamentalmente por la vía epistolar y a través de los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, de las actividades desarrolladas en el Museo Antropológico Nacional que estaban siendo impulsadas por el Dr. González de Velasco2.

La implantación y posterior desarrollo de los estudios antropológicos y de historia natural en el Estado español, se habían centrado en dos instituciones básicas: el Museo Antropológico Nacional y el Ateneo de Madrid. Esta última entidad conocía la formación y la experiencia adquirida a lo largo del tiempo por D. Juan Bethencourt Alfonso y en él va a encontrar un corresponsal muy cualificado para realizar la conocida encuesta Información promovida por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid, en el campo de las costumbres populares y en los tres hechos más característicos de la vida: el nacimiento, el matrimonio y la muerte.
Por lo que se refiere a la sorprendente alusión que se nos hace en el capítulo VIII del socialismo comunista de los guanches debemos esclavitud en las culturas prehistóricas de Canarias, fidelidad y verosimilitud de la tradición oral, etc.

Continuando en el comentario de la bibliografía presentada debemos apuntar la presencia, con peso específico propio, de algunas obras sobre Historia Natural. Al respecto, hemos recordado lo que ya citábamos en el primer tomo de la Historia del Pueblo Guanche, sobre la es-pecialización de Bethencourt Alfonso en estos estudios. Desde 1876 nuestro autor se encontraba desempeñando una fructífera labor docente como profesor de Historia Natural, en el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife, centro anexo al Instituto Provincial de Bachillerato de Canarias. El interés por la defensa de la ciencia y de la razón frente a tanto oscurantismo intelectual y científico reinante, le llevó a difundir y optar por el darwinismo o evolucionismo, incorporándolo tempranamente al curriculum académico de sus alumnos. La implantación de esta ciencia le obligó a crear un pequeño museo para prácticas docentes; éste sería el germen del ulterior Museo Antropológico y de Historia Natural de Santa Cruz de Tenerife, organizado por el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife que a su vez había sido fundado en 1877 por iniciativa de Bethencourt Alfonso.
La identificación profesional de Bethencourt Alfonso con las nuevas corrientes del pensamiento científico europeo, lo llevan a relacionarse con la sociedad El Folk-Lore Español y su máximo impulsor Antonio Machado y Álvarez, e igualmente mantuvo estrechos contactos con D. Alejandro Guichot y Sierra y la escuela antropológica sevillana. Por otra parte, estaba informado, fundamentalmente por la vía epistolar y a través de los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, de las actividades desarrolladas en el Museo Antropológico Nacional que estaban siendo impulsadas por el Dr. González de Velasco2.
La implantación y posterior desarrollo de los estudios antropológicos y de historia natural en el Estado español, se habían centrado en dos instituciones básicas: el Museo Antropológico Nacional y el Ateneo de Madrid. Esta última entidad conocía la formación y la experiencia adquirida a lo largo del tiempo por D. Juan Bethencourt Alfonso y en él va a encontrar un corresponsal muy cualificado para realizar la conocida encuesta Información promovida por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid, en el campo de las costumbres populares y en los tres hechos más característicos de la vida: el nacimiento, el matrimonio y la muerte.

Por lo que se refiere a la sorprendente alusión que se nos hace en el capítulo VIII del socialismo comunista de los guanches debemos  aclararla o por lo menos tratar de entenderla ya que no es posible justificarla. La aplicación del modelo socialista para la interpretación del funcionamiento de las sociedades antiguas no es una aportación original de Bethencourt Alfonso sino que antes de que él lo hiciera ya lo habían planteado autores como Alfredo Sudre o el barón R. Garofalo. Lo fundamental de este argumento sería que,

«Los guanches nacionalizaron o socializaron el suelo y los instrumentos del trabajo, con abolición de la propiedad individual y distribución igualitaria del producto en conformidad con la clase y categoría social, pero todo cimentado sobre una casta servil o esclava».

Indudablemente que en los momentos actuales no podemos aplicar sistemas de interpretación de la realidad social y económica de sociedades postindustriales a culturas antiguas o prehistóricas. Quizás Bethencourt Alfonso no aplicó, en este sentido, la correspondiente crítica documental a las obras citadas y llevado de la efervescencia de las teorías políticas y sociológicas, que se encontraban en plena eclosión durante la etapa de redacción de la Historia del Pueblo Guanche, las aplicó de forma automática a la línea argumental de su obra.

El resto de la relación bibliográfica incorpora obras de tipo general o especializadas en determinados temas como los de Antropología, Ciencias Auxiliares de la Historia, Sociología etc., con las que nuestro autor trató de completar adecuadamente la redacción de los tres tomos de la obra aquí comentada.

Para concluir con el comentario bibliográfico hemos incorporado el conjunto de obras publicadas por Bethencourt Alfonso, así como las de aquellos autores que desde diversos enfoques se han acercado a la historia personal y científica del personaje.
Las fuentes arqueológicas.
La documentación arqueológica recogida personalmente por Bethencourt Alfonso, o por sus colaboradores del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife constituye la gran aportación de este científico canario. Conociendo la trayectoria científica de Bethencourt Alfonso, debemos afirmar que en la implantación y desarrollo de la Antropología Física en las Canarias occidentales tuvo especial influencia y responsabilidad; sin olvidarnos, por otra parte, de que colaboró chámente con el Dr. Chil y Naranjo para el desarrollo de tales estudios en las islas orientales. Posiblemente fruto de esa colaboración se procedió a nombrarlo socio de número del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, por su parte El Gabinete Científico había nombrado socio honorario al Dr. Chil y Naranjo.

El concepto que D. Luis Diego Cuscoy tenía acerca de la validez de sus trabajos lo manifestó así:

«Casi se puede asegurar que fue el único que en Canarias supo trabajar en el campo y sacarle al yacimiento su verdadera significación: el de proveedor de noticias directas y seguras. Pero la obra de este hombre quedó ignorada por todos y su realización desfigurada y destrozada para siempre en unos estantes».

Las campañas de investigación arqueológica ejecutadas por D. Juan Bethencourt y según los datos que se conservan en el Museo Arqueológico de Tenerife, al que fueron a parar la mayor parte de las colecciones que habían estado expuestas en el Museo Guanchinesco de Santa Cruz de Tenerife, no se limitaron exclusivamente a la isla de Tenerife sino que se extendieron a todo el Archipiélago Canario.

Investigaciones arqueológicas del Dr. Bethencourt Alfonso:

Tenerife: Zona Norte, 42 yacimientos. Zona Sur: Candelaria, Arafo, Arico, Arona, Adeje, San Miguel, Granadilla, Güímar, Fasnia, Guía de Isora, y sobre todo Barranco de urchilla.

La Gomera: Fortaleza de Chipude, El Ancón de Deniguama, Je-rián, Valle Gran Rey, y hasta 16 yacimientos más.

El Hierro: Sur de la isla: La Dehesa, costa de El Pinar, y 6 yacimientos más.

La Palma: Fuencaliente, y 1 yacimiento más.

Gran Canaria: Santa Lucía de Tirajana, Telde, Gáldar, Valsequi-llo y hasta 6 yacimientos más.

Fuertev'entura: (Importantes estudios en colaboración con D. Ramón Castañeyra). Yacimientos de Tuineje, La Oliva, Casillas del Ángel, Valle de Mesque, Betancuria y hasta 19 yacimientos más. Especial importancia tiene la colección de cerámica aborigen.

Lanzarote: Guatiza, Teguise, Ye, Haría y hasta 8 yacimientos más.

En cuanto al extenso número de yacimientos arqueológicos reconocidos por Bethencourt Alfonso, nos hace el siguiente comentario:
«Ahora bien, del estudio que hemos hecho de algunos centenares de cuevas funerarias se deduce que los embalsamadores disponían de tres procedimientos para mirlar los cadáveres...».

En el terreno arqueológico son numerosas las aportaciones fruto del trabajo personal y exclusivo de D. Juan Bethencourt Alfonso como es el caso de la información que nos ofrece acerca de la cerámica aborigen de Tenerife y Fuerteventura; la colección de añepas, bastones, lanzas y banotes procedentes de la isla de Tenerife; el descubrimiento en 1875, en Franchoja (sobre Adeje), de tres píreos o aras de sacrificios (éste es un dato único dentro de la prehistoria de Tenerife); las distintas prácticas de enterramientos, destacando especialmente el estudio que presenta sobre el descubrimiento de prácticas de enterramiento infantil en vasijas, la existencia en Tenerife de enterramientos en túmulos y sobre todo la descripción que hace, a través de los datos directos e indirectos, de un total de 45 momias encontradas en Tenerife desde mediados del siglo xix hasta 1912.

Para el descubrimiento de gran parte de estos yacimientos acudió a numerosos informantes, preferentemente del Sur de la isla de Tenerife y en su mayor parte pastores, quienes le fueron indicando las características de los materiales encontrados o la situación exacta de tales estaciones arqueológicas. A este bagaje informativo recogido directa o indirectamente, sumó el conocimiento directo de colecciones arqueológicas expuestas en los Gabinetes y Museos creados en las islas (Museo de D. Ramón Gómez del Puerto de La Cruz, Gabinete de D. Sebastián Casilda de Tacoronte, algunos materiales de la Sociedad La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria); en los de la Península (Museo Antropológico Nacional, en Madrid); o en El Louvre de París (posiblemente conoció los fondos del Museo de El Hombre, cuando visitó la Exposición Universal de 1889). Una parte significativa de estos materiales arqueológicos habían ido saliendo de las Islas desde finales del XVIII e inicios del siglo XIX, contribuyendo a difundir las muestras del hombre de Cro-Magnon y su presencia en Canarias, así como a enriquecer las colecciones de alguno de los principales museos europeos o el caso único de museo americano como fue el de Historia Natural de la ciudad de La Plata (República de Argentina). Desconocemos si Bethencourt Alfonso tuvo información acerca de la momia guanche existente en el Museo de Etnología y Arqueología de la Universidad de Cambridge (Gran Bretaña), llevada a dicho centro en 1772 por el capitán Young.

El análisis de los restos materiales de la cultura guanche por parte de D. Juan y sus colaboradores del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife no estuvo exento de dificultades al tener que luchar contra el afán iconoclasta de muchos de nuestros campesinos, pastores, orchilleros, cazadores, etc. En definitiva un amplio segmento de la población insular era desconocedora del interés científico de los yacimientos arqueológicos a los que acudían con el objeto de aprovechar el guano o los detritus de las aves y pájaros, destruyendo de forma irremediable numerosos enclaves de la cultura guanche. En este sentido son bastante explicativos los comentarios de Bethencourt Alfonso:

«El Museo Municipal posee los fragmentos de un sarcófago de tea encontrado en El Picacho, Barranco Hondo de Candelaria. Al tener noticia del hallazgo por más prisa que nos dimos ya lo habían destrozado. Era de una sola pieza de forma ligeramente ovoidea, tapado con una sola tabla también de tea que presentaba en sus bordes más largos cuatro agujeros...».
O cuando se refiere a Agustín Reyes Trujillo, del Valle de Arona, quien en 1841 había encontrado,

«... en una cueva de Chó un santito de los guanches de barro pardo-coloradento algo quemado del fuego... Junto al santito encontró como una taza de barro con su manguito para aventar leche. Ambos objetos los rompió».

También cuando habla de,

«En una cueva tapiada a piedra y barro en el barranco de Gorda se encontraron tres momias guanches perfectamente conservadas, que destruyeron en el acto».

En otras ocasiones las dificultades venían dadas por las propias condiciones en las que se encontraban los restos materiales,

«Sobre ésta (momia), estirada y boca arriba, cabeza con cabeza, estaba otra momia, que se deshizo al bajarla, y enzurronada como la anterior (gargantilla con las mismas cuentas que la otra), era igual a la anterior y más deteriorada».

Como conclusión de este apartado debemos destacar la validez e interés de la aportación de Bethencourt Alfonso al conocimiento del patrimonio arqueológico de las Canarias, en el que destaca su descripción de las técnicas de navegación a partir de las fuentes orales de carácter tradicional. Hay que recordar que nuestro autor tuvo la oportunidad histórica de acceder a un gran número de yacimientos destruidos en la actualidad. Paradójicamente D. Juan Bethencourt al mismo tiempo que pudo leer documentos escritos y conservados en archivos destruidos posteriormente, tuvo la ocasión de acudir y trabajar en yacimientos arqueológicos que por distintas circunstancias se perdieron para la posterioridad. Con la incorporación del capítulo XXI, que no aparecía en la redacción original del segundo tomo, hemos querido dejar constancia del enorme esfuerzo desplegado por Bethencourt Alfonso en el conocimiento del patrimonio arqueológico y etnográfico de las Canarias.

Las fuentes orales.

Hemos dicho anteriormente que las fuentes orales y la información recogida directamente de la tradición oral fueron técnicas usadas con profusión por parte de Bethencourt Alfonso. El punto de partida de esta técnica etnográfica fue la aplicación del Cuestionario de 1884 que específicamente aparece subdividido en dos grandes apartados: los Antecedentes relativos a una época anterior o coetánea a la conquista y los Antecedentes posteriores a la conquista que se conservan por tradición, y forman parte de las costumbres y ciencias actuales. La elaboración de los datos recogidos le permitió la redacción de sus dos obras fundamentales, la Historia del Pueblo Guanche y Materiales para elFolk-lore Canario.

Al mencionar el tema de la información histórica que nos puede suministrar la tradición oral hemos entrado en un debate largamente planteado, en especial a lo largo de los últimos años, entre los historiadores, antropólogos y arqueólogos. La tradición oral se puede y se debe utilizar como recurso técnico en la investigación histórica, sobre todo si nos referimos a la etapa contemporánea, pero debemos aplicarla con especial cuidado y ponderación después de haberla tamizado con una estricta crítica documental. La información histórica que podemos recabar de las fuentes orales tradicionales parece que sólo puede alcanzar, desde las actuales tendencias historiográficas, la consideración de científica cuando es capaz de refrendar el dato documental escrito o la evidencia arqueológica, como sucede en:

«Tal era el origen de los famosos donativos de los reyes (men-ceyes) de que nos hablan los historiadores y celebran las tradiciones que han dejado a través de las edades una estela de gratitud. ..».

Pero no siempre la información documental-escrita coincide con la recogida de la tradición oral, por ejemplo nos cita Bethencourt Alfonso este caso:

«Aunque seguimos (en cuanto a la fórmula utilizada por los menceyes para jurar su cargo ante el Beñesmer) a Alonso Espinosa y Viana, damos las traducciones que oímos a un anciano, que decía aparecen equivocadas en los libros...».

¿Qué ocurre, cuando la información oral no nos puede atestiguar el proceso histórico descrito en un documento o en un yacimiento arqueológico? Este interrogante puede ser formulado a la inversa ¿qué hacer cuando desde las fuentes orales tradicionales se nos constata un posible hecho histórico sin testimonio documental escrito o arqueológico?
Un ejemplo interesante de lo que la información oral de tipo tradicional puede orientarnos en el conocimiento de instituciones guanches está en la descripción que se nos plantea por Bethencourt Alfonso, del carácter y funcionamiento del Beñesmer. En concreto este enfoque no ha sido recogido por la documentación escrita o por los cronistas y sin embargo la tradición oral presenta detalles de considerable verosimilitud.
En estos momentos y cuando se produce la situación anteriormente descrita, la mayoría de los historiadores, arqueólogos y antropólogos prefieren dejar «en suspenso» la posible utilización de los datos suministrados por la tradición oral, máxime cuando estos se refieren a épocas muy anteriores en el tiempo. Sin embargo, hay otro grupo minoritario de investigadores, entre los que podría encontrarse D. Juan Bethencourt Alfonso, para quienes la información oral, es decir el conocimiento de las tradiciones, podría ayudarnos a rellenar las lagunas que podamos tener, desde la documentación escrita, en nuestro acercamiento al pasado cultural de los pueblos prehistóricos. Solía ser muy frecuente en el siglo XIX, el acudir a argumentos que se apoyaban en la Mitología, la Literatura, la Toponimia, etc. para completar tales vacíos en el conocimiento del proceso histórico de los pueblos.

Para finalizar este apartado debemos señalar lo siguiente y es que D. Juan Bethencourt partía del argumento reflejado en estas palabras:


«Es asombroso cómo se han conservado muchas de las costumbres guanches a despecho de los siglos y de la civilización».

Con esto lo que queremos resaltar es la profusión con la que nuestro autor utiliza los datos de la tradición oral. Podremos estar de acuerdo o diferir de la importancia atribuida a la información oral, pero la alternativa de Bethencourt Alfonso es la manifestada en las anteriores palabras, dado que consideraba inalterables en el tiempo el conjunto de supervivencias de la cultura guanche. Por otra parte no siempre se acepta, de forma automática y repetitiva, una tradición por el mero hecho de serlo sino que el investigador reseñado aplicaba en determinados casos el correspondiente comentario crítico.

Somos conscientes de que el contenido de algunos capítulos se oponen abiertamente a las conclusiones a las que se ha podido llegar en los últimos años; aspectos como la descripción de los juegos infantiles, gastronomía, etc. hoy son difícilmente aceptables desde el punto de vista arqueológico e histórico y no podemos considerarlas estrictamente guanches, sin embargo son descripciones de un gran valor etnohistórico y etnográfico, que nos permiten ahondar en el conocimiento de la cultura popular tradicional de las Canarias a finales del Antiguo Régimen y principios del siglo XX.
Anexos e Ilustraciones.

La presentación de los dos anexos documentales se explican de la siguiente manera. El primero es un análisis bastante amplio realizado por un arqueólogo, D. Luis Diego Cuscoy, que era buen conocedor de las investigaciones del Dr. Bethencourt Alfonso. En 1981 había intervenido en el «Homenaje al Dr. D. Juan Bethencourt Alfonso» que se celebró en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de La Laguna, y no quisimos dejar pasar la ocasión de que sus palabras pudieran ser recordadas públicamente.

El segundo anexo se ha configurado con la aportación de los dos catálogos-inventarios del Gabinete de Casilda de Tacoronte, nos referimos a los de D. Eugenio de Sainte-Marie y D. Juan Bethencourt Alfonso. Ambos fueron el impulso metodológico que nos motivó a seguir trabajando, a través de los protocolos notariales, en el sentido de conocer la historia familiar de D. Diego Le Bruñí y Poignard, primer depositario y heredero del patrimonio inmobiliario y mobiliario de D. Sebastián Pérez Yanes, más conocido por Sebastián Casilda.

Acerca de las ilustraciones quisiéramos destacar la imagen fotográfica que aparece en la sobrecubierta del tomo segundo; corresponde a uno de los participantes de la ceremonia en la que se escenifica la aparición de la Virgen de Candelaria a los guanches, en las playas de Chimisay. Teniendo en cuenta que Bethencourt Alfonso describe con bastante detalle las tradiciones en torno a dicha aparición; así como el hecho de que se adjudiquen, según usos y costumbres, determinados papeles de la esceneficación en el seno de unas pocas familias de Candelaria y Güímar, hemos considerado interesante la difusión de esta fotografía. Ésta pertenece a la colección de la Casa de Ossuna, cuyos fondos se encuentran en la actualidad en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de La Laguna. Reconocimos en el protagonista una mirada de siglos y de tradiciones, constituyendo una prueba gráfica de la Ceremonia de los guanches celebrada en la villa de Candelaria en el año 1928.

El resto de las ilustraciones lo constituyen las fotografías aéreas de las áreas ocupadas por los menceyatos en la geografía insular y sus correspondientes subdivisiones administrativas. La fuente documental utilizada han sido los esquemas de localización de los tagoros, elaborados por el propio Bethencourt Alfonso. Sobre la imagen real del perfil de la isla de Tenerife, hemos ido señalando las líneas divisorias de cada menceyato, la localización de los correspondientes tagoros y de los centros de poder o lugares de residencia de los menceyes. Finalmente la línea de cumbre señala la división político-territorial de los menceyatos de la zona Norte de los del Sur de Tenerife.

También hemos utilizado bastantes dibujos originales3 de D. Juan Bethencourt con la intención de aclarar algunos aspectos de la indumentaria, planos de casas, funcionamiento de algunas instituciones, así como los que realizó en su visita al Museo Casilda de Tacoronte. A propósito de este Gabinete hemos incorporado las cuatro fotografías, únicas en el mundo, que reflejan la imagen de las correspondientes momias que se encontraban en el citado museo. Las fotografías habían sido regaladas por el citado D. Diego Le Brum a D. Juan Bethencourt Alfonso y es en esta ocasión cuando, por vez primera, se publican.

D. Juan Bethencourt había previsto la edición de algunas ilustraciones conjuntamente con su obra, nosotros hemos respetado sus deseos y no sólo incorporamos las fotografías de las momias sino la de los pajales de La Laguna, los esquemas de la situación de algunas mo conocer la historia familiar de D. Diego Le Bruñí y Poignard, primer depositario y heredero del patrimonio inmobiliario y mobiliario de D. Sebastián Pérez Yanes, más conocido por Sebastián Casilda.

Acerca de las ilustraciones quisiéramos destacar la imagen fotográfica que aparece en la sobrecubierta del tomo segundo; corresponde a uno de los participantes de la ceremonia en la que se escenifica la aparición de la Virgen de Candelaria a los guanches, en las playas de Chimisay. Teniendo en cuenta que Bethencourt Alfonso describe con bastante detalle las tradiciones en torno a dicha aparición; así como el hecho de que se adjudiquen, según usos y costumbres, determinados papeles de la esceneficación en el seno de unas pocas familias de Candelaria y Güímar, hemos considerado interesante la difusión de esta fotografía. Ésta pertenece a la colección de la Casa de Ossuna, cuyos fondos se encuentran en la actualidad en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de La Laguna. Reconocimos en el protagonista una mirada de siglos y de tradiciones, constituyendo una prueba gráfica de la Ceremonia de los guanches celebrada en la villa de Candelaria en el año 1928.

El resto de las ilustraciones lo constituyen las fotografías aéreas de las áreas ocupadas por los menceyatos en la geografía insular y sus correspondientes subdivisiones administrativas. La fuente documental utilizada han sido los esquemas de localización de los tagoros, elaborados por el propio Bethencourt Alfonso. Sobre la imagen real del perfil de la isla de Tenerife, hemos ido señalando las líneas divisorias de cada menceyato, la localización de los correspondientes tagoros y de los centros de poder o lugares de residencia de los menceyes. Finalmente la línea de cumbre señala la división político-territorial de los menceyatos de la zona Norte de los del Sur de Tenerife.

También hemos utilizado bastantes dibujos originales3 de D. Juan Bethencourt con la intención de aclarar algunos aspectos de la indumentaria, planos de casas, funcionamiento de algunas instituciones, así como los que realizó en su visita al Museo Casilda de Tacoronte. A propósito de este Gabinete hemos incorporado las cuatro fotografías, únicas en el mundo, que reflejan la imagen de las correspondientes momias que se encontraban en el citado museo. Las fotografías habían sido regaladas por el citado D. Diego Le Brum a D. Juan Bethencourt Alfonso y es en esta ocasión cuando, por vez primera, se publican.
D. Juan Bethencourt había previsto la edición de algunas ilustraciones conjuntamente con su obra, nosotros hemos respetado sus deseos y no sólo incorporamos las fotografías de las momias sino la de los pajales de La Laguna, los esquemas de la situación de algunas mías o los planos de las casas aborígenes de Fuerteventura, Lanzarote y El Hierro. Por nuestra parte y para completar el apartado gráfico hemos introducido algunas fotografías que se relacionan directamente con el contenido de los diferentes capítulos.

Al final del tomo aparecen los índices de antropónimos, autores, temático y toponímico. Éstos pueden sernos de gran utilidad si estamos interesados en la localización de algún dato en concreto, o al leer la obra en su conjunto.
Conclusión.

Creemos que a pesar de los argumentos históricos y arqueológicos que aquí se exponen y hoy consideramos desfasados, el segundo tomo de la Historia del Pueblo Guanche es un intento razonado y honesto de comprensión del pueblo guanche. No debemos valorar esta obra al margen de los condicionamientos propios de la época o de la propia formación de su autor. Así y todo encontramos en aquella un conjunto amplio de datos que hoy podríamos asumir perfectamente. La propia información arqueológica aportada por D. Juan Bethencourt Alfonso demuestra que fue un testigo privilegiado de un elevado número de yacimientos arqueológicos (irrepetibles para la historia) que por distintas razones los hemos perdido en los momentos actuales para la ciencia.

Acudió, como pocos en Canarias, a la tradición oral y precisamente al sobrevalorar los datos obtenidos de esas tradiciones elaboró algunas hipótesis de trabajo que hoy están superadas por el conocimiento de nuevas fuentes documentales escritas o la realización de diversas excavaciones arqueológicas. Sin embargo a pesar de que en algunos capítulos flojea en cuanto a la veracidad histórica de sus planteamientos, nos ofrece en contrapartida espléndidas descripciones etnohistóricas y etnográficas que nos ayudan a entender, no ya el modo de vida de los guanches sino la cultura popular tradicional de los canarios que tenía plena vigencia en el siglo XIX y primera década del siglo XX.

No queremos concluir esta introducción sin manifestar nuestra gratitud. En primer lugar a los herederos de D. Juan Bethencourt Alfonso que han continuado depositando su confianza en nuestro trabajo de recuperación biobliográfica de su antepasado. De manera similar hemos contraído una deuda de gratitud, compensada por la amistad, con D. Antonio Tejera Gaspar quien nos ha apoyado en la edición de
esta obra así como con la presentación de este segundo tomo. En la obtención de datos complementarios para los anexos documentales o las anotaciones al texto, nos ha sido de gran utilidad la información recogida en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife y el Archivo Histórico del Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, por ello nuestro agradecimiento más sincero a sus funcionarios; agradecimiento que hacemos extensivo a D. Lucas Raya Medina, notario archivero de Santa Cruz de Tenerife, quien amablemente nos facilitó el acceso a la documentación notarial contemporánea de la familia Le Bruñí; igualmente agradecemos la colaboración prestada por el profesor D. Francisco Fajardo Spínola quien atentamente nos franqueó la puerta del Museo de Historia Natural del antiguo Instituto de Canarias. La colaboración en el procesado informático, por parte de la profesora Delgado Acosta y los profesores Sánchez Manzano y Romero Pi nos ha supuesto una gran ayuda por ello les damos las gracias. Desde estas líneas reiteramos nuestro agradecimiento a D. Francisco González Lemus por haber mantenido el apoyo económico que ha hecho posible la edición del presente tomo. Seguimos manteniendo lo dicho con motivo de la publicación del primer tomo, el agradecimiento al editor no se realiza por pura cortesía sino por haber contribuido al desarrollo de los estudios históricos y arqueológicos de Canarias. Por otra parte queremos agradecer la comprensión y ayuda de nuestra familia, al permitirnos dedicar buena parte del tiempo, que les correspondía, a las tareas de edición.

Finalmente, queremos agradecer el apoyo del público lector quien ha acogido de manera tan generosa la publicación de la obra de D. Juan Bethencourt Alfonso, la Historia del Pueblo Guanche.

1 En este intento por recuperar la aportación al conocimiento de la conquista de Canarias por parte de Víana, coincidía Bethencourt Alfonso, plenamente, con su coetáneo y colega D. José Rodríguez Moure quien al respecto nos dice:

«Nuestro Viera y Clavija, que si como poeta más de una vez cayó del Parnaso, como crítico siempre tiene altura fuera de los prejuicios de que estaba informada su vastísima ilustración, en su pequeña «Biblioteca de autores canarios», hablando de Viana, dice que si bien el poema no es rigurosamente épico, tiene «una proposición sencilla, una invocación cristiana, unos episodios de amores pastori les muy bellos, en que respira apaciblemente el lector en medio del rumor de las armas...».

Pero a éstos excede en alabanzas, y creo que a todos, el sabio autor de la «Historie Naturelle des lies Cañarles», Mr. Sabin Berthelot.

El estudio que el erudito francés hizo del poema de Viana no es seguramente el arrebato de una primera impresión; es la labor fatigosa de una asidua atención y consulta de obras y literatos del gran mundo intelectual. Ninguno, por consiguiente, ha podido descubrir en el poema de Viana las bellezas que Berthelot, porque él señala con precisión los puntos de contacto que nuestro poeta tiene con Virgilio, el Tasso, Lope de Vega y Cairasco... él, en fin, por decirlo así, resucitó a Viana y lo introdujo en los gabinetes de los literatos extranjeros; porque, aunque triste sea decirlo, a nuestro poeta historiador se le conoce más en Francia, Inglaterra y Alemania, que en la madre patria, sin que valga a destruir tal afirmación el hecho de que el poema de Viana no haya podido escapar a la fuerza investigadora de D. Marcelino Menéndez Pelayo, porque Menéndez Pelayo no es la regla del nivel de la cultura en España, que es excepción de toda regla...». (José Rodríguez Moure. «El Poeta Antonio de Viana». Santa Cruz de Tenerife, Librería Hespérides; (Colecc. Biblioteca Canaria), págs. 22-23).

2  Debemos citar que en una de las numerosas agendas de Bethencourt Alfonso se conservó la dirección de D. Manuel Antón (C/ Baño 14, 3.°, Madrid); así como todo un conjunto de anotaciones y dibujos que había hecho con motivo de su visita al Museo Antropológico Nacional.

3  La mayoría de los dibujos originales de nuestro autor los hemos incorporado en el capítulo xxi y en el anexo n.° 2.




CAPITULO I

ADVERTENCIA

Antes de dar comienzo al estudio de las instituciones, usos y costumbres del pueblo guanche, solicitamos la atención del lector volviendo sobre un extremo que nos importa recordar. Como el resultado de nuestras investigaciones nos coloca con frecuencia en abierta oposición a los historiadores y tratamos de asuntos de bastante interés que ni siquiera mencionan, novedades que pudieran ponerse en tela de juicio por falta de abolengo autorizado, no nos resignamos a que por el solo hecho de sus nombres ilustres se hallen a cubierto sus mercancías cuando no les acompañan certificados de origen o séase las pruebas o por lo menos indicios en los muchos casos en que esto es posible; porque si bien es verdad que tanto los conquistadores como sus coetáneos no cuidaron de legarnos instrumentos públicos respecto a la sociedad indígena, existen en cambio sobre el campo objeto de estos estudios, numerosos testimonios de otra naturaleza tan dignos de fe, que no han sido utilizados para nada por los cronistas; y precisamente esos testimonios o huellas constituyen las bases de nuestras conclusiones, después de servir de comprobantes a las tradiciones.

No es un secreto la vaguedad con que los historiadores se ocupan de las cuestiones guanches, pues salvo las noticias generales de los primeros cronistas, algunas veces inexactas y siempre deficientes, no se ha intentado penetrar en el fondo social de los aborígenes acopiando detalles; y nosotros no comprendemos cómo sin descender a pormenores pueda bosquejarse una sociedad ni sorprenderla en su vida íntima, que es el único medio de conocerla.

Con todo, declaramos que el escaso fruto que hemos obtenido no corresponde a la labor de una vida entera.

El Autor.



CAPITULO I

ETNOGRAFÍA: Instituciones guanches

Geografía histórico-política del pueblo guanche hasta el fraccionamiento de la monarquía, a la muerte de Tinerfe el Grande. Idea general de sus divisiones político-administrativas. Sistema de poblados, densidad de población, fuerza militar y lugares de concentración de las unidades de combate. Riqueza pecuaria. Bailaderos y luchaderos públicos.

Las noticias conservadas por la tradición desde los tiempos más lejanos hasta la época histórica, o séase hasta fines del siglo XV; siquiera aparezcan confundidas la verdad y lo fabuloso, nos revelan que la sociedad guanchinesca sufrió hondas perturbaciones, frecuentes guerras civiles de origen dinástico por el mejor derecho al solio de la isla, dando ocasión a que a veces se fraccionara en varias nacionalidades y otras se reconstituyera en un cetro único; problema que se pierde en la oscuridad del pasado y sorprendió la conquista sin resolver, (i).

Según dijimos en el Tomo I, cap. I, el soberano más antiguo que mencionan las tradiciones fue Archinife, con su corte en Adeje (2); que por haber favorecido las pretensiones de casamiento del libertino Tauco, hijo del rey de Canaria, con su sobrina la princesa Cuajara inclinada al tagorero Ucanca, éste después de matar a su rival en singular combate y de casarse con la forzada princesa se rebeló contra Archinife, logrando derrocarlo y fundar la célebre dinastía de Cuajara; leyenda mítica simbolizada al parecer en las pareadas montañas de Ucanca y Cuajara, que se destacan en lo más elevado de la sierra central. Después figura un descendiente de esta dinastía, el orgulloso Binicherque, que no encontrando en su reino una mujer digna de su rango para primera esposa, solicitó la hija del soberano de la isla de Canaria, «a donde iba a galantearla recorriendo el camino por partes andando y por parte sobre foles» (3).

Transcurridos siglos aparece en escena el mencey (4) Chínala, que pasó parte de la vida guerreando contra sus tíos hasta que logró vencerlos y se hizo proclamar en Adeje rey de la isla; pero a su fallecimiento, si bien varias provincias levantaron pendones por su primogénito Vín-que, otras lo hicieron por su tío Armeñime, notable por sus fuerzas y carácter fiero, quedando dividida la isla en dos reinos que no cesaron de  pelear hasta quedar muertos ambos contendientes en una empeñada batalla. A este desenlace, Tahureo, Naga y la bravia infanta Góymar, tíos del legítimo heredero Betzenuriga se hicieron coronar por sus respectivos gobiernos de Teño, Anaga y Güímar; pero el desacatado príncipe, que según fama era de cuerpo agigantado y tan valeroso que embestía al enemigo sin contarlo, consiguió al fin dominar a sus rivales, porque en opinión de Marín y Cubas ya en 1347 aparece como único soberano de Tenerife con su corte en Adeje. Por este tiempo, según el mismo autor, sostenía la isla pacíficas relaciones mercantiles con los españoles.

Cuadro N.° 1
MENCEYES MÍTICOS EN LA HISTORIA DE TENERIFE
BETZENURIGA        }
Quehevi de Tt'e. (1347)   I
TINERFE EL GRANDE Quehevi de Tenerife

Sucedióle en el solio su hijo mayor Titañe, del que también se cuenta que tuvo que disputarlo a sus tíos con las armas en las manos; que sirvió de experiencia a su primogénito Sunta, gran guerrero e inventor del arma de su nombre y del perfeccionamiento de la esgrima, pues aleccionado de lo acontecido a su padre se preparó con tiempo contra la probable deslealtad de sus tíos. Efectivamente, a la muerte de Titañe los hermanos de éste se hicieron proclamar menceyes por los gobiernos de su mando, prescindiendo del legítimo heredero que les merecía el concepto de un aturdido caprichoso; pero se engañaron, porque Sunta con una rapidez desacostumbrada cayó sobre los rebeldes derrotándolos no bien se pusieron en contacto, produciendo tal asombro la nueva táctica, que todos se apresuraron a reconocerle en Adeje como único soberano de Tenerife. Educóse en su escuela su hijo primogénito Tinerfe el Grande, insigne capitán y consumado político, lo que no fue óbice para que sus tíos intentaran usurparle la corona cuando vacó. Cuéntase que reformó la táctica de su padre y fue el fundador de la estrategia, alcanzando Tenerife una gran prosperidad bajo su prolongado reinado, (5).

Cuanto a lo acontecido en sus postrimerías o muerte está rodeado de penumbras. Es evidente que en el curso de su avanzada edad desaparecieron sus hermanos si los tuvo, porque ni uno solo figura al frente de las provincias; que eran diez y ocupaban el área total de la isla, regidas por nueve hijos y un nieto.

Fray Alonso de Espinosa ocupándose del asunto, dice:

«Muchos años estuvo esta isla y gente della subjeta a un solo rey, que era el de Adeje, cuyo nombre se perdió en la memoria, y como llegase a la vejez a quien todo se atreve cada cual de sus hijos, que eran nueve ', se levantó con su pedazo de tierra haciendo término y reino por sí.

El mayor de los cuales como lo era en edad lo fue en discreción, fuerza y ánimo, llamado Betzenuhya o Quebehí por excelencia. Este tiranizó y señoreó el reino de Taoro... tras de él y a imitación suya los demás infantes tomaron y se levantaron con sus pedazos llamándose mencey, que es rey».

Viana niega la sublevación de los hijos contra el padre, al expresar que muerto Tinerfe el Grande queriendo todos reinar cada uno se levantó con su término, por cuya causa tuvieron siempre guerras y disensiones; y en el mismo sentido se produce Abreu Galindo:

«En esta isla de Tenerife, escribe, hubo un señor que la mandaba y a quien obedecían que se llamaba Betzenuriya, pocos años antes que se redujera a nuestra santa fe; el cual tenía nueve hijos, y muerto el padre, cada uno se alzó con la parte que pudo y entre sí se conformaron y la repartieron; y de un reino que era se dividió en nueve.
El mayor de todos estos hermanos se llamaba Imobac, cuyo señorío y reino se decía Taoro».

Por lo que vemos ni están de acuerdo los autores, ni es verosímil lo que relata fray Alonso de Espinosa respecto a la sublevación de los hijos. Aparte de que le contradicen Viana y fray Abreu Galindo, cuando se considera que entre los guanches el desacato de los hijos era un sacrilegio bastante a enajenar la voluntad de los pueblos y que no es racional de que en víspera de ocupar el trono de la isla se subleve el príncipe heredero para reinar en la sola provincia que gobernaba, aún sin contar los riesgos personales y el precedente que sentaba para con sus hermanos dados los antecedentes históricos, la rebeldía no tiene natural explicación por falta de finalidad. Es evidente que las cosas no ocurrieron como dice fray Alonso de Espinosa. Existe una tradición que la creemos más lógica y en armonía con lo que venía sucediendo de siglos atrás.

Según dicha tradición, a la muerte de Tinerfe el Grande (6) hallábanse al frente de las diez provincias en que estaba dividida la isla nueve hijos y un nieto, que enumerados por edades de mayor o menor eran los siguientes: Acaymo, del gobierno de Güímar; Atguaxoña, de Abona; Atbitocazpe, de Adeje; Cocanáimo, de Daute; Chincanáyro, de Icod; Rumen, de Tacoronte; Tegueste, de Tegueste; Beneharo, de Anaga; Aguahuco, de Aguahuco o «Punta del Hidalgo»; y Betzenuhya, nieto de Tinerfe el Grande, por fallecimiento de su padre Imobac heredero de la corona.

Por manera que lo acontecido fue que a la muerte de Tinerfe el Grande todos los gobernadores, a excepción de dos, se hicieron proclamar menceyes por las respectivas provincias que regían, no reconociendo los derechos al solio de su sobrino Betzenuhya; trayendo esta conjura con el fraccionamiento de la isla en ocho estados sus naturales derivaciones: la repentina pérdida de la hegemonía de la corte de  Adeje, la superioridad moral y legal que a partir de esa fecha reconocían tácitamente todos los soberanos en los menceyes de Taoro y las guerras de éstos en reivindicación del trono de Tenerife. Los dos gobernadores que no entraron en la conspiración fueron Tegueste y Aguahuco; actos de lealtad que, hay motivos para presumir premió Betzenuhya, y respetaron sus descendientes, vinculando el cargo vitalicio de achimencey en la familia de sus dos tíos.
El desconocimiento de las instituciones del pueblo guanche y la circunstancia de ser el cargo hereditario, es lo que indujo a error a Fernando de Párraga en 1464, haciendo figurar en el acta de posesión de Tenerife entre los verdaderos soberanos a un rey de Tegueste (7); error acogido por los cronistas a excepción de Viana, que refiriéndose al asunto dice:

«... v aunque algunos afirman que fue Reino se engañan, y es error, que solamente fue señorío, y nunca jamás tuvo cetro de hueso antiguo, ni Tagoro, ni fue por Rey con calavera electo».

Por esto vemos a los menceyes de Taoro ejercer actos de soberanía en los indicados territorios de Aguahuco y Tegueste. La generalidad de los autores relatan cómo Bencomo depuso al achimencey de Aguahuco por ladrón, al valeroso Sebensui, que se consideró muy bien librado con la pérdida del cargo; y ya referimos en el Tomo I, que hecho prisionero el capitán Gonzalo del Castillo en la batalla de Las Peñuelas, Tegueste lo remitió al rey Benytomo para que dispusiera lo que estimara más conveniente. Fray Abreu Galindo, aunque equivocando los nombres de los soberanos y el límite occidental del reino, escribe aludiendo a los hijos de Tinerfe el Grande:

«El mayor de todos estos hermanos se llamaba Imobac (8), cuyo señorío y reino se decía Taoro, tomaba desde La Cuesta, que desciende de la ciudad de La Laguna a Santa Cruz que se dice Arguijón, que es decir «mira navios», porque de esta Cuesta se parece el puerto de Santa Cruz y los navios, porque Guijón en su lenguaje quiere decir «navio».»
De manera que Abreu Galindo da al reino de Taoro por el Este casi el mismo límite que por dicho punto tenía el gobierno de Tegueste: que venía a ser un reino feudatario o una especie de señorío como afirma Viana, sometido a la autoridad suprema de los reyes de Taoro. Aunque se ignora la época y el motivo porqué fue creado, algo semejante ocurría en el reino de Daute con la provincia de Teño, que gobernaba Guantacara en tiempos de la invasión española; lo que dio ocasión a que Viana, lo mismo que Marín y Cubas, sufrieran el error de considerarlo como uno de tantos estados.
* *      *
Como nos ocuparemos por separado de los ocho reinos (9) en que se dividió la isla, a la muerte de Tinerfe el Grande, así como de las instituciones y organismos administrativos, nos limitamos por ahora a dar una idea de las divisiones políticas de los reinos en general.

Los reinos o menceyatos dividíanse en achimenceyatos o provincias, éstas en tagoros o concejos y los tagoros en auchones o heredades.

El número de los achimenceyatos estaban en consonancia con el de los infantes y su importancia con la capacidad del reino. Así la isla que a la muerte de Tinerfe el Grande se hallaba dividida en diez provincias, cuando éstas se constituyeron en nacionalidades independientes se subdividieron a su vez; dependiendo su magnitud de los tagoros que comprendían y variando por lo tanto en extensión territorial. Si bien carecemos de datos fijos para un cálculo exacto, por los antecedentes conocidos ascendía a 35 ó 40 la totalidad de las provincias en los ocho reinos de la época histórica.

Las mismas dificultades se tocan respecto al área territorial de los tagoros. Sábese que unos eran mayores que otros, aunque todos pequeños; y en la imposibilidad de dar sus límites geográficos, aceptamos para cada tagoro un promedio de 14 a 15 kilómetros cuadrados, partiendo de los 2.041 kilómetros que tiene la isla y de los 140 tagoros en que apreciamos la suma de los comprendidos en los diferentes reinos. Sin pretender una puntualidad matemática, esta cifra no es caprichosa en el sentido de hallarse desprovista de fundamento, siquiera indirecto. Trazando una línea imaginaria a lo largo de la sierra central de la isla y admitiendo que ambas vertientes contaran con igual cantidad de concejos, pues aunque la del Norte es de área menor es mayor su coeficiente de producción, si se toman por unidades de comparación las regiones mejor conocidas aparece justificado el cálculo de  140 tagoros. De estos, como se verá en las notas del capítulo inmediato, hemos reconstituido 91 mediante seguros testimonios, ya señalando los instrumentos públicos que los cita o determinando las localidades que aún llevan sus nombres genéricos y específicos, como irrecusable demostración de su antigua existencia; prescindiendo de otros que si bien lo fía la tradición carecen de comprobante.

Cuanto a los auchones en que se dividían los tagoros, eran especies de heredades, fincas o cortijos de 3 a 4 kilómetros cuadrados como promedio; y aunque tampoco es posible conocer con exactitud su número, considerando que cada heredad tenía una sola familia civil cuyo jefe patriarcal era concejero de su respectivo tagoro y que estos concejos los formaban de ordinario tres, cuatro o cinco miembros, si tomamos el término medio de cuatro nos dará en cifras redondas unos 600 auchones en la isla; cifra, por otra parte, corroborada por otros antecedentes.

Esta especie de división agraria fue la causa de que no ofreciera Tenerife ni la más pequeña urbe o caserío, apareciendo las familias no ya diseminadas sino que pudiera decirse equidistantes, por encontrarse separadas por el área territorial de cada auchon. Hablando fray Alonso de Espinosa del asunto, dice:
«El Rey, cuya era la tierra, daba y repartía a cada cual según su calidad o servicios; y en este término que a cada cual señalaba hacía el tal su habitación, porque congregación de pueblo no lo tenían»

Y Marín y Cubas es bastante gráfico al observar que:

«...viven apartados, unos de otros sin forma de pueblo o comunidado; si bien se equivoca al añadir que: «...en tierras o cortijos propios».

Efectivamente, todas las apariencias eran de que cada familia vivía en su respectiva finca, pero ya veremos las granjeaban en aparcería con el Estado bajo un régimen colectivista.

Tan extraño sistema de poblados, desparramados de mar a cumbre y desde la punta de Teño a la de Naga2, no puede atribuirse a la errónea creencia de que siendo los guanches trogloditas tenían que utilizar las grutas donde la naturaleza se las ofrecía, porque aparte de que el 80 ó 90% de las cavernas las destinaban a depósitos, apriscos y sobre todo a cementerios, como veremos en otro lugar, el fenómeno se daba sin excepción en aquellos reinos en que las grutas escaseaban.

Es de toda evidencia que semejante sistema obedecía a causas más hondas, a motivos económicos, sociales y políticos. Cuando se considera que habitaban un país de lluvias escasas o irregulares y que sin esperanzas de extraños auxilios se veían obligados a crear depósitos de previsión; a que siendo el pastoreo su principal fuente de riqueza y hallándose divididos sus habitantes en una clase aristocrática que no trabajaba y en otra de siervos forzada a producir para los privilegiados, exigía una constante vigilancia de los primeros sobre los segundos; a que arrojando el censo de los esclavizados una cifra aproximadamente igual al de los señores y siendo natural su deseo de mejorar de condiciones obligaban a los últimos a mantenerlos en prudente aislamiento; y si por otra parte se tienen presente las teorías de Malthus y otros economistas, respecto de los medios de subsistencia en relación con el desarrollo de población (10), así como los obstáculos que restablece el equilibrio entre ambos crecimientos, hay que reconocer que dada la fuerza prolífica de la raza, su organización político-social y los elementos de vida de que disponían, ningún otro sistema de poblar un país era tan ventajoso para la conservación del status quo y para alcanzar la mayor potencia productiva.

Cuanto al promedio de habitantes de cada auchon y por lo tanto a la densidad de población de la isla, como no existen datos fijos de que partir, sería enojoso puntualizar los particulares relacionados con la estadística que hemos tenido presente, como el temple orgánico de la raza, su facultad progenitura, las enfermedades comunes y causas de mortalidad, la moral pública y privada, costumbres, recursos alimenticios, riqueza pecuaria y rendimiento de la isla en todo orden de productos, las fuerzas opuestas por los Estados de la Liga a los españoles, el contingente del mal llamado tagoro de Iñarga en la guerra de Aña-terve y Bencomo, así como otros indicios, para llegar al resultado en un cálculo de probabilidades, que los auchones constaban por término medio de 45 individuos, por mitad nobles y siervos, y por consiguiente la isla una densidad de población de 27.000 habitantes entre ambas clases sociales (11); o lo que es lo mismo, atendiendo a su división agraria que el censo de Tenerife lo constituían 600 familias civiles nobles, que embebían en sus senos un número aproximadamente igual de siervos y señores.

También por una serie de tanteos, fundados en las consideraciones apuntadas y en las fuerzas probables puestas en pie de guerra por  la Liga para poder destruir al ejército español en Acentejo, y después de las bajas naturales sostener durante horas las batallas campales de La Laguna y Victoria, así como en el número de los presentados en Los Realejos para celebrar la paz, valoramos en los días de la invasión la capacidad militar de la isla en 12.000 hombres, partiendo de la base, en que prestando los guanches servicio militar toda su vida, desde que podían manejar las armas hasta que fueran capaces de sostenerlas, facilitaba cada auchon un promedio de 19 hombres útiles que se organizaban en labores o batallones.

Respecto a la riqueza pecuaria refiriéndose fray Alonso de Espinosa al concepto que mereció Tenerife a los conquistadores, dice:

«Apaciguada la isla de Canaria, desde la cual venían a ésta de Tenerife y hacían entradas como queda dicho, habiendo visto la fertilidad de la tierra y la mucha gente que la habitaba y la multitud de ganado menor que en ella había, porque cuando los españoles entraron en ella pasaban de doscientas mil cabezas de ganado...».

No creemos se le haya escurrido la pluma al fraile dominico, a pesar de que dada la extensión superficial de la isla pesaría sobre cada kilómetro cuadrado como 13 personas y un centenar de reses menores. Aparte de que no existían las regiones y montes calvos de nuestros tiempos, de que la tierra era más humedad y el yerbaje más abundante y lozano, muchas de las especies forestales ofrecían al ganado un precioso y casi inagotable recurso. Entre otras, aún se habla de los retamales de Las Cañadas, cumbres y altos de la isla. No es dudoso de que el ganado, especialmente el cabrío, constituyó la principal fuente de alimentación de los guanches; y que de un mal tipo, como demostraremos, consiguieron por selección una raza de cabras sobrias, resistentes, fecundas y lecheras. De la cifra dada por fray Alonso de Espinosa, fundado en varias consideraciones y dentro de un cálculo de probabilidades (12), porque no cabe hacer otro en estadísticas guanchinescas, estimamos que unas 14 ó 15.000 cabezas pertenecían a la especie lanar, 5.000 ó 6.000 a la porcuna y el resto a la cabría, no hallándose propagadas por igual las dos primeras en los diferentes reinos. La cuna, por ejemplo, abundaba más por las regiones de La Laguna, Ta-coronte, altos de Icod, Guancha y particularmente por Daute, donde son legendarias sus numerosas piaras y famosos «los corrales de los puercos» hacia las partes de Taco.

Como remate de este capítulo diremos que cada tagoro contaba con su plaza para bailar y su terrero para los deportes, de los que llevan el nombre aún varios lugares en que estuvieron emplazados, como pronto los señalaremos.

«Los Bailaderos», también destinados a otros recreos, consistían en una especie de plazuela o llano más o menos grandes, llamados entre los guanches guaras, guarache o guairas, de suelo terrizo, muy bien apisonados y limpios, que adornaban ciertos días de ramaje, arcos y flores silvestres. También en ciertas noches de luna se reunían para bailar, bajo la iluminación de grandes hachos de leñablanca, de tea de pino, etc. No hemos podido averiguar si existían bailaderos para nobles y otros para los siervos o villanos, o si concurrían ambas clases a las mismas plazas formando ranchos separados3.

Los terreros o luchaderos servían para los ejercicios de la lucha, de la esgrima, tiro del bañóte etc., en las asambleas del distrito. Se reducía a un llano terrizo, limpio de piedras y de superficie igual.

NOTAS

1   Tinerfe el Grande tenía diez hijos al frente de otras tantas provincias, pero la mayoría de los autores prescinden de Aguahuco o el «Hidalgo Pobre» por su escasa importancia y por ser hijo de una guáchara o segunda esposa, que reputan equivocadamente como bastardo.

2  Ya dijimos en el Tomo I que este sistema de poblados fue una verdadera dificultad para la conquista y la pacificación de la isla muchos años después, y que Alonso de Lugo fracasó en su intento de que parte de los guanches vivieran concentrados en las poblaciones.

3  La palabra guara, guarachos que era el nombre genérico que daban a estas plazas de recreo principalmente destinadas a bailadero, dio a su vez nombre a uno de los bailes más populares entre los guanches como fue la guaracha, canario o saltonas, conocido después por todo el mundo con éstas y otras diversas denominaciones.

 (1)  En este párrafo inicial, Bethencourt Alfonso manifiesta el hecho cierto de que las tradiciones no delimitan exactamente los hechos históricos, dando paso así a posibles interpretaciones míticas o legendarias. Los análisis historiográficos sobre la prehistoria de Canarias, difundidos en las últimas décadas, han hecho especial incidencia en tales limitaciones, así como el riesgo de interpretación que conlleva el aplicar indiscriminadamente las fuentes orales, cuyos datos nos remiten a la tradición popular.
Por otra parte, nuestro autor asume con claridad la evolución social, económica, cultural etc. que experimentaron las comunidades guanches de las islas; sin embargo, esta reflexión no aparece nítidamente señalada en capítulos posteriores.

(2)  Dado que Bethencourt Alfonso, en el tomo I.°, desarrolló su especial teoría acerca del poblamiento de las Canarias y no plantea este tema en el capítulo I del Tomo IIo, consideramos de interés hacer algunos comentarios acerca de los datos más actualizados que interpretan dicho poblamiento, fenómeno que ocurrió para muchos autores en torno al 500 a.C.:

«La etapa prehistórica del Archipiélago Canario corresponde al período de tiempo transcurrido desde el asentamiento de los primeros pobladores hasta el momento de la incorporación de las islas al mundo europeo, poseedor de una cultura y civilización superiores de carácter histórico, proceso éste que tiene lugar durante el siglo XV de nuestra Era mediante una acción de conquista. Durante este tiempo se desarrollan en las islas diversas culturas que, aún teniendo escritura, la parquedad y el propio carácter de los textos conocidos impiden que puedan convertirse en documento informativo conducente al conocimiento de las mismas, circunstancia que supone su catalogación de prehistóricas. Se trata, por otro lado, de manifestaciones culturales desarrolladas por gentes procedentes del vecino continente africano y que, en su proceso de asentamiento y posterior desarrollo, permanecerán con un carácter residual y marginal frente a la evolución histórica de los circuitos más cercanos del Norte de África, Mediterráneo y Europa «. (Vid., M." del Carmen del Arco Aguilar y Juan F. Navarro Mederos «Los Aborígenes», La Laguna: Centro de La Cultura Popular Canaria, 1988 (2.a ed.); pág. 9). (El subrayado es nuestro).

Estos mismos autores coinciden en afirmar que las comunidades aborígenes de Canarias experimentaron, una vez llegadas a las islas, una evolución cultural propia y aislada de las del resto insular:

«Estas comunidades prehistóricas ocupan, en el momento de producirse la conquista, las siete islas del Archipiélago, manteniéndose aisladas entre sí, hasta el punto de que en cada una de ellas se hablan dialectos que impiden la comprensión mutua... de tal manera (basándose en los materiales arqueológicos) que podemos afirmar, sin ninguna duda, que estamos ante culturas eminentemente insulares que funcionan como tales, es decir aisladamente», (Ibídem).

Por todo lo cual la única explicación que podemos encontrar para las palabras de Bethencourt Alfonso, es la de una lectura simbólica vinculada a los «mitos de origen». Sólo así podríamos entender tales alusiones a contactos entre personajes (legendarios) de distintas islas, presumiblemente ocurridos en otros tiempos (míticos).

(3)  Llegados a este punto nos enfrentamos con un tema largamente debatido entre los investigadores de la prehistoria de Canarias. ¿Cuál fue el medio utilizado por estas comunidades prehistóricas para alcanzar la geografía insular, procedentes del ciño continente africano?. ¿Dominaban técnicas rudimentarias de navegación que les hubieran permitido realizar una navegación costera, así como aprovechar las corrientes marinas y el viento para llegar hasta alguna de las islas vecinas?. Para explicar la presencia de la población guanche en las islas se han barajado diversas teorías, incluso desde los primeros tiempos de la conquista, como la del olvido de esta técnica una vez asentados en las Canarias, la del transporte obligado por parte de pueblos mediterráneos; el profesor Alcina Franch, basándose en la coincidencia de un amplio conjunto de elementos culturales, ha planteado a lo largo de los últimos veinte años la llamada hipótesis «trasatlantista» que considera al Archipiélago Canario como una cabeza de puente de la navegación y los contactos culturales habidos, a lo largo de la Prehistoria, entre los pueblos que procedentes del Mediterráneo y Norte de África vadearon el Atlántico, desde las Canarias, poniendo rumbo a América.
Sobre el primer argumento reflexionaba así D. Luís Diego Cuscoy:

«Se ha hablado de olvido de técnicas de navegación, pero desde el punto de vista etnológico eso no deja de ser un contrasentido. El olvido colectivo no se produce nunca, menos en grupos humanos fuertemente conservadores. De haber sido navegantes, hubiesen quedado algunos vestigios para demostrarlo. La cultura de que eran portadores los grupos inmigrantes, es la más alejada de todo grupo marinero. El mar fue, indiscutiblemente el camino. Pero no tiene que ser forzosamente marinero el que quiere viajar por mar...Pueblos de tradición nómada, de conducta trashumante, de economía pastoril y de organización generalmente patriarcal, poco o nada tienen que ver con el mar. El que llegaran a la isla a través del mar no demuestra que fuesen navegantes...... (Vid., Luis Diego Cuscoy «Los Guanches. Vida y Cultura del Primitivo
Habitante de Tenerife», Santa Cruz de Tenerife: Museo Arqueológico de Tenerife, 1968; pp. 71-72).

Autores como J. Álvarez Delgado, A. Pallares Padilla y S. Jorge Godoy, han defendido la idea de que estas poblaciones guanches fueron traídas al Archipiélago por parte de pueblos mediterráneos (cartagineses o romanos) fundamentalmente a partir del siglo i a. C., y que permanecieron aquí olvidadas para los europeos y africanos hasta el xiii. (Vid. Antonio Tejera Gaspar, «Tenerife y los guanches». La Laguna: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1992; pp. 20-21.

Por su parte Bethencourt Alfonso quiere reconocer en los datos obtenidos de la tradición, directamente de pescadores del Sur de la isla de Tenerife, los restos de una rudimentaria navegación que hubiera permitido a los guanches desplazarse a través de trayectos cortos y costeros, o aprovechando determinadas condiciones del tiempo atmosférico y las comentes marinas, lanzarse a recorridos interinsulares. Los medios básicos para esta navegación habrían sido las balsas de foles y las construidas con tabai-bas, embarcaciones muy primitivas a las que al parecer le añadían rústicas velas de cuero o de fibras vegetales.

La bibliografía a la que podemos acudir para el estudio de la navegación a lo largo de la prehistoria de las Canarias es la siguiente:

—ALCINA FRANCH, José «Origen transatlántico de la cultura indígena de América» en Revista Esp. de Antropología Americana. Madrid, 1969 (n.° 4), pp. 9-64.

—«Nuevas aportaciones al estudio de las relaciones de Canarias y América en la Prehistoria» en // Coloquio de Historia Canario-Americana (1977). Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1979,Tomo n, pp.

—ÁLVAREZ DELGADO, Juan «La navegación entre los canarios prehispáni-cos», en Archivo Español de Arqueología. Madrid, 1950, xxm, pp. 164-174.
—«Leyenda erudita sobre la población de Canarias con africanos de lenguas cortadas» en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid- Las Palmas de Gran Canaria, 1977, (n.° 23), pp. 51-81.

—HERNÁNDEZ PÉREZ, Mauro «Relaciones Transatlánticas» en Canarias y América. Madrid: Espasa-Calpe/Argantonio, 1988, pp. 43-48.
—JORGE GODOY, S. «Navegaciones por la costa Atlántica africana y por las Islas Canarias en la Antigüedad». Memoria de Licenciatura (Inédita). Universidad de La Laguna, Islas Canarias, 1991.
—NAVARRO MEDEROS, Juan F. «El poblamiento humano de Canarias» en Canarias. Origen y poblamiento. Madrid, 1983, pp. 85-96.

—PALLARES PADILLA, A. «Nueva teoría sobre el poblamiento de las Islas Canarias» enAlmogaren. Viena, 1976, vil, pp. 15-26.

—PERICOT GARCÍA, L. y ALCINA FRANCHJ. (Editores).

«6 Simposio Internacional sobre posibles relaciones transatlánticas precolombinas» en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las Palmas de Gran Canaria, 1971, (n.° 17).
—SERRA RÁFOLS, Elias «La navegación primitiva en los mares de Canarias», en Revista de Historia Canaria. La Laguna, 1957, T." xxm, (nos. 119-120), pp. 83-91.

—«Sobre los medios primitivos de navegación en el Atlántico» en Crónica del V Congreso Arqueológico Nacional. Zaragoza, 1959, pp. 87-90.

—SOUVILLE, G. «Remarques sur le probleme de relations entre l'Afrique du Nord et les Cañarles au Néolithique» en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las Palmas de Gran Canaria, 1969, (n.° 15), pp. 367-383.

(4)  «Porque la voz guanche mencey, derivada a través de menchey, como en español mancha y mancilla, del líbico de las Inscripciones de Thugga y Leptis Magna (Templo de Augusto), bien documentado como probé en mis Inscripciones Líbicas (números 250, 251), mínkedy y MINK.D, luego menchey y ménzey, con dislocación acentual en Canarias por voces como leyes, reyes, bueyes; mencey y achimencey.

Pero los romanistas saben bien que si para pasar del latín de San Isidoro de Sevilla al español de Nebrija en el caso citado de mancha y mancilla se tardaron siete siglos, más serían necesarios en una isla como Tenerife para pasar de mínkedy a menchey y ménzey. Y Tenerife es la única de las siete islas Canarias que conserva este título para designar a un rey». Juan Álvarez Delgado. «La división de Tenerife en reinos» en Anuario de Estudios Atlánticos. Las Palmas de Gran Canaria. Madrid: Casa de Colón/C.S.I.C., 1981 (n.° 31), pág. 65.

(5)  Para clasificar las referencias legendarias y míticas que se hacen por parte del autor, acerca de los primeros reyes o señores territoriales de determinadas zonas de la isla de Tenerife hemos incorporado el Cuadro n.° 1. Recordemos que nos estamos moviendo en un terreno especialmente resbaladizo para la Historia, al confundirse los datos comprobados en los testimonios documentales escritos, con aquellos que proceden de la tradición oral. Si el identificar los reinos y menceyes existentes en el momento de la conquista ya es bastante problemático, dadas las diferentes hipótesis de cronistas e investigadores posteriores; ¡cuánto más! si nos retrotraemos en el tiempo hasta los momentos de llegada de las primeras comunidades guanches a la isla de Tenerife. Sobre este tema nos dicen Serra Ráfols y de La Rosa Olivera:

«Si en la división territorial y política en nueve reinos había casi total unanimidad desde las primeras relaciones sobre Tenerife, no así cuanto a los nombres de los reyes que gobernaban estos reinos en cada momento. Ni Ca da Mosto, ni Azurara, ni Diogo Gomes aventuraban nombre alguno; el acta notarial de Párraga, además de dar la más antigua relación de los nombres de los reinos, nombraba dos reyes: Imo-bach de Taoro y el Rey de las Lanzadas, de Güímar. Pero luego, si los cronistas serios, Espinosa y Abreu Calinda, daban cuatro nombres de reyes y confesaban llanamente que ignoraban los demás, un poeta como Viana es natural que no se detuviese ante este tropiezo y crease una nómina completa aprovechando en parte los datos históricos de Espinosa e inventando el resto.

Lo más curioso es que no sólo un cronista sin crítica como Núñez de La Peña, sino un erudito como Viera y Clavija, siguieran el ejemplo de Viana. Ni siquiera se limitaron a copiarle, variaron a su antojo nombres y reinos. Viera echa mano de todos estos materiales de fantasía acumulados hasta su tiempo y con ellos compone una genealogía a gusto, de los príncipes de cada reino, arrancando de Tinerfe el Grande, también invención poética de Viana...». (Elias Serra Ráfols y Leopoldo de La Rosa Olivera. Documentos. Los «reinos de Tenerife» en Tagoro. La Laguna de Tenerife: CSIC-Instituto de Estudios Canarios, 1944; pág. 127).

A pesar de reconocer el gusto «interesado» de gran parte de los cronistas e historiadores clásicos de Canarias que les llevó a recrear linajes de príncipes guanches e hidalgos colonos, nos resistimos a creer que los nombres y biografías de la mayoría de los antiguos reyes, o jefes de los bandos de Tenerife hayan desaparecido sin dejar rastro fidedigno, ni siquiera en la tradición popular; máxime cuando sabemos que después de la conquista de la isla, siguió viviendo en ella un considerable contingente de población guanche que conservó y trasmitió oralmente uno de sus más preciados legados como era «la historia de sus menceyes». Por otra parte, este sistema de trasmisión «controlada»de sus tradiciones no era un elemento cultural específico del mundo guanche, sino compartido con otras culturas y comunidades que habían alcanzado, en otras tierras, un similar estado de desarrollo económico, político, social y cultural.

En cualquier caso no es esto lo que opinaba D. Leopoldo de la Rosa cuando decía:

«Notemos que muy pronto se perdieron no ya los apellidos indígenas, de los que sólo subsisten los de Baute, Bencomo y Tacáronte, sino también la tradición de proceder de los antiguos reyes de la isla, si se exceptúa a los que descendían de don Diego de Adexe, muchos de los cuales adoptaron el patronímico Díaz, y la insegura y conscientemente falseada en cuanto a su remoto progenitor, de los García del Castillo.

De lo que sabemos de los encuentros entre castellanos y guanches no hay noticia de la muerte, de entre los reyes indígenas y sus familias, sino de Benitomo y de su hermano, así como del suicidio de Bentor. No es de extrañar que nada se supiera de los restantes menceyes de los bandos de guerra, que serían esclavizados, pero sigue siendo una incógnita lo que fuera de los de los bandos de Güímar y Abona, que eran de paces...

Seguimos ignorando —repetimos— lo que fuera de los reyes de Daute, Icod, Tacáronte y Tegueste, salvo lo que hace años dijimos. Como jefes de bandos de guerra, si no sucumbieron en el campo de batalla, de lo que nada dicen los documentos, ni los primeros cronistas, fueron esclavizados por don Alonso de Lugo; aún cuando conozcamos alguna noticia de los familiares de estos dos últimos». (Leopoldo de  La Rosa Olivera «La familia del rey Bentor», en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las Palmas: C.S.I.C. Casa de Colón, 1977, (n.° 23); pp. 422-423).

(6)  «Viera y Clavijo... habla de largas lisias de reyes de Tenerife que la gobernaron como reyes únicos durante largos siglos', ni uno sólo de sus nombres conocen Espinosa, Torriani y Viera hasta que Viana inventó caprichosamente el de Tinerfe o Gran Tinerfe, que aceptaron Viera y sus continuadores.

La primera sorpresa es la de Espinosa..., que dice «su nombre se perdió en la memoria», ya que el propio Espinosa, en su Tradición Icodense..., conserva el nombre de Xerax, forma de anexión de Axerax, como nombre del padre del primer rey de Icode, instalado según mi cronología en 1447...

Establezco como hipótesis de trabajo que Axerax, rey único de Adeje, el último, pudo nacer en 1400, data con frecuencia aludida por Espinosa de sucesos importantes, si bien es posible que naciese hasta cinco años antes, en 1395, ya que la sucesión en el trono de Adeje por Axerax, respecto de su predecesor, no depende del nacimiento de Axerax, sino de la muerte de su antecesor». (Juan Álvarez Delgado. «La división de Tenerife en reinos». Ob. cit., pág. 64).

(7)  Sobre la verosimilitud histórica del acta del notario Fernando de Párraga, en 1464, nos dicen los autores citados en la nota anterior:

«Nuestra adhesión a la tesis de Bonnet es absoluta cuanto a su fondo principal: la destrucción de la genealogía de Viera. Ahora bien, en un aspecto tenemos que apañarnos de ella: cualquiera que sea el propósito político que movió a la redacción del acta notarial de Párraga en 1464, y aunque el fondo de la misma, la sumisión de los menceyes a Diego García de Herrera, sea no ya aparente sino falsa del todo, el redactor del documento conocía mucho de la isla y todo su interés estaba en mostrar ese conocimiento real para dar autoridad y hacer más creíble la supuesta sumisión. Ningún interés podía tener en inventar reinos y reyes imaginarios, cuya existencia pudiere ser desmentida por cualquier testigo de parte contraria. Así pues su testimonio nos parece respetable, no sólo cuanto a los nombres de los dos reyes que cita, sino cuanto a la enumeración de los principados de la isla...». (Elias Serra Ráfoís y Leopoldo de La Rosa Olivera. Ob. cit., pág. 128).

(8)  Diferentes autores han confundido Imobac, describiéndola como región geográfica o como el nombre de un mencey de Taoro. Así podemos encontrarnos con las variantes: Imobad (bando o región), Imobach (nombre de mencey, como es el caso de Abreu Galindo), también las de Imobar o Imobad (apellido). Al respecto nos aclara D. Leopoldo de La Rosa Olivera,

«El bando de Imobad. Este nombre, con la ortografía Imobach, aparece en la famosa acta de posesión nominal de Tenerife por Diego de Herrera, de 21 de junio de 1464, cuando dice se presentó a sometérsele «el Gran Rey Imobach de Taoro». En los documentos notariales de la primera época aparece con las formas Imobad o Imobar, como apellido de varios guanches: Bastión de Imobar es uno de los del grupo de indígenas que dio poder a Antón Azate, ante Sebastián Paéz, el 2 de agosto de 1512; Pedro de Imobade, sirviéndose como lenguas de Diego Ruiz de Abona y de Pedro de Mobade, guanches, otorga poder a Guillen Castellano, para que por él haga testamento... Otros varios de igual nombre encontramos en los documentos; pero, además, en el testamento que otorgó el regidor Jerónimo de Valdés, el sobrino del Adelantado, ante Antón de Vallejo, en noviembre de 1507, nombra a «Pedro, mi esclavo, del bando de Imobad...

Hemos comprobado en el testimonio del acta de 1464 y en la reproducción que del original hizo Núñez de La Peña, se dice: «el Gran Rey de Imobach de Taoro», no «el Gran Rey Imobach de Taoro», lo que demuestra que Imobach no era el nombre del jefe de ese bando, como se ha supuesto, sino el de la comarca o lugar en que mandaba o donde tenía su morada, si bien no parece —queremos también rectificar el criterio antes expuesto— que Imobach y Taoro sean distintos nombres de un mismo bando». (Leopoldo de La Rosa Olivera, «Notas sobre los reyes de Tenerife y sus familias-» en Revista de Historia. La Laguna: Universidad de La Laguna, Julio-Diciembre de 1956, n.°s 115-116, (T.° XXII); pp. 16 y 17).

(9)  «Un menceyato es, en resumen, una extensión de tierra enclavada dentro de una comarca natural bien definida, o bien, incluye dentro del mismo comarcas vecinas. Cuando menceyato y comarca natural coinciden, quiere decir que en aquel territorio encuentra satisfechas, el grupo humano que la puebla, todas sus necesidades, entre las cuales están, después del agua, los pastos... La división de la isla de Tenerife en menceyatos (Diego Cuscoy, plantea también la división de la isla en nueve men-ceyatos) fue, por consiguiente, una necesidad de categoría económica, no política, con la excepción de Taoro, en el que participaron intereses políticos además de económicos». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pp. 97-98).

«En el anuario del Instituto de Estudios Canarios Tagoro, publicamos en 1944, con el Dr. Serra, «Los «reinos» de Tenerife», donde aceptábamos la tesis que había sustentado nuestro llorado amigo B. Bonnet en «El mito de los nueve menceyes»...; pero en cambio, rechazábamos su supuesto de inexistencia de los nueve bandos o reinos en que la Isla estaba dividida al tiempo de su conquista por Fernández de Lugo». (Ibídem, pág. 1).

Por su parte, el argumento de Bethencourt Alfonso está en la línea de considerar la existencia (en los momentos previos a la conquista) de ocho menceyatos, incorporando además el de Tegueste como reino feudatario del de Taoro, y un señorío o demarcación territorial de relativa autonomía, como era el señorío de Aguahuco o La Punta del Hidalgo.

(10)  Lo dicho aquí por Bethencourt Alfonso coincide con lo que volvió a plantear posteriormente D. Luis Diego Cuscoy:

«La sociedad guanche, para llegar a esas soluciones tan prácticas, revela haber poseído un sólido orden interno que le permitiera la discusión primero y el acuerdo después, acuerdo aceptado y respetado por todas las partes, como en general debió haber sucedido. Pero al mismo tiempo demuestra un profundo conocimiento de la geografía, la más íntima identificación entre el hombre y la tierra, manifiesta en tan sabia distribución del suelo, y que ha dado origen al nacimiento de los menceyatos...». (Ibídem, pág. 98). (El subrayado es nuestro).

Con respecto al aprovechamiento de los diversos nichos ecológicos susceptibles de utilización por parte de las antiguas comunidades humanas de Canarias, se nos dice:
«Desde luego, los primeros contingentes de población que arribaron al Archipiélago con intención colonizadora iniciarían un proceso de reconocimiento de los nuevos ecosistemas, sustancialmente diferentes a los de sus puntos de origen, al objeto de captar la potencialidad de sus recursos, es decir disponibilidades y límites para lograr su efectiva explotción y, en definitiva, desarrollar una racional ocupación del territorio. Ésta se apoyaría en una valoración de la relación potencial disponible/re  cursos necesarios, de tal manera que las estrategias mantenidas permitieran controlar el equilibrio ecológico, tan necesario para la subsistencia en un medio insular. En relación a ello, hay que señalar cómo los patrones culturales originarios condicionan, evidentemente, las actitudes a tomar, adaptándose éstas, en todo caso, a las disponibilidades del nuevo medio, proceso, en consecuencia, también selectivo, que conlleva la pérdida de algunos caracteres culturales del bagaje inicial de estos grupos». (M.a del Carmen del Arco Aguilar y Juan F. Navarro Mederos; ob. cit., pág. 17).

(11) La cuantificación de la población guanche no puede situarse en términos absolutos, sino a través de cifras estimadas o aproximadas. La escasez de fuentes documentales, las diversas valoraciones hechas por los cronistas o los historiadores clásicos en la historiografía canaria, el hecho de estar sobrevaloradas y referirse a los momentos previos a la conquista, época en la que presumiblemente estas comunidades humanas habían alcanzado su máximo desarrollo poblacional, son razones que nos obligan a adentrarnos con suma prudencia en la cuantificación de los antiguos pobladores de las Canarias, así y todo las cifras aportadas por algunos autores son las que a continución se citan:

Para Ca da Mosto, la cifra total de población de la isla de Tenerife estaría en torno a las 15.000 personas. Por su parte, cuando Viera y Clavijo se acerca al tema cita que los menceyatos de Taoro, Tacoronte, Tegueste y Anaga presentaron un contingente militar de 10.800 guerreros para hacer frente a la conquista castellana.
Ya en nuestros días, Diego Cuscoy, hizo un balance aproximativo de la población total insular:

«La carencia de datos al respecto justifica nuestra prudencia frente a los números. Sin embargo, no sería exagerado calcular una población de 30.000 habitantes para Tenerife en el momento de su conquista». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pág. 87).
Vemos pues que las cifras ofrecidas por Bethencourt Alfonso entran dentro de lo posible y no presentan una abultada sobrevaloración, ya que al respecto reflexiona en los siguientes términos:
«... valoramos en los días de la invasión la capacidad militar de la isla en 12.000 hombres, partiendo de la base, en que prestando los guanches servicio militar toda su vida... facilitaba cada auchon un promedio de 19 hombres útiles que se organizaban en labores o batallones...». (Vid. pág. 71, Cap. I).

Y en cifras totales dice:
«...los auchones constaban por término medio de 45 individuos, por mitad nobles y siervos, y por consiguiente la isla una densidad de población de 27.000 habitantes...», (Ibídem).

Valores estimativos totales que están de acuerdo con el estado actual de los conocimientos sobre la población guanche:

«Estas valoraciones son incompletas y en ningún caso definitivas, pero es que, además, se hacen para el momento de máxima población, generalmente coincidente con ios preludios de la conquista y con estimaciones a la alza.

Las islas de Lanzante y Fuerteventura, donde la investigación se encuentra prácticamente en sus comienzos, son las más difíciles de evaluar, pero podemos estimar unas cifras para cada una que no superarían el millar de individuos. Gran Canaria era la más densamente poblada, por ser capaz de obtener mayores rendimientos en albergar una población superior a las 30.000 personas. Tenerife no debió soportar una cifra muy inferior. La Gomera subiría o bajaría ligeramente de los 2.000, El Hierro difícilmente superaría el medio millar y La Palma por encima de 4.000». (M.a del Carmen del Arco Aguilar y Juan F. Navarro Mederos. Ob. cit, pág. 16).

(12) Si es tremendamente complicado el dar una cifra total de población guan-che, cuánto más el aventurar datos sobre los contingentes ganaderos de la isla durante la época prehistórica:

«Como en otros muchos aspectos de la vida de los guanches, quedan muchos problemas por resolver. La investigación futura de seguro replanteará muchos de ellos que hoy sólo pueden proponerse como hipótesis de trabajo, o acaso quedar sólo en preguntas. Una de ellas podría ser el papel que debieron desempeñar las tierras de las bandas del Sur, al menos de las zonas costeras, que aunque con condiciones ecológicas poco favorables, es cierto, pero pudieron ser territorios para que hubiera un buen número de cabras «de suelta», en un sistema de pastoreo semejante al que practicaron los habitantes de Fuerteventura. Son cuestiones sin resolver, pero si tenemos en cuenta el número de cabras que había en la isla, más de doscientas mil, según el testimonio de Espinosa, cabría pensarse en la forma de su reparto en un territorio de 2036 km2». (Antonio Tejera Gaspar. Ob. cit., pág. 44).





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