JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
PRESENTACION
El libro que el lector tiene en
sus manos no es una novedad editorial stricto sensu, sino la edición liminar de
una obra, que se transformó en un clásico siendo aún manuscrito, a tenor de las
múltiples referencias que procedían de los pocos que decían haberlo conocido.
Cuando la edición de este segundo tomo de la obra de Juan Bethen-court Alfonso
se halle en las librerías, hasta tanto vea la luz el tercero, se habrá
desvelado con ellos el núcleo fundamental de su aportación al conocimiento de
«Los guanches», la antigua población de la isla.
Se trata de una obra escrita a
comienzos de siglo, por un estudioso dedicado a otras tareas profesionales, y
en una época en la que no se poseía aún el conocimiento sobre las culturas
prehistóricas, que se ha ido enriqueciendo en lo que va de siglo. Todo ello
contribuye a que muchas de sus interpretaciones resulten hoy difícilmente
aceptables.
La comprensión de esta obra
necesitaría de un análisis exhaustivo. Por ello este prólogo no es un estudio,
ni siquiera una introducción al libro de Bethencourt Alfonso. Con este breve
texto sólo he pretendido hacer algunas indicaciones para su lectura.
He seleccionado unas pocas
cuestiones, referidas al uso que el autor hace de algunos conceptos y términos,
que en su mayoría responden a su perspectiva de explicar el pasado desde su
presente. Este es el criterio que utiliza comúnmente para presentar los hechos
históricos.
La organización social y política
de los guanches, del modo que él la interpreta, no se corresponde con la
realidad que se infiere de lo transmitido en las fuentes escritas. La
referencia que hace a su sistema social en el Capítulo I es muy reveladora de
lo que decimos: «cada familia vivía en su respectiva finca, pero ya veremos las
granjeaban en aparcería con el Estado bajo un régimen colectivista», o el del
uso de denominaciones tales como la de «socialismo comunista».
Una buena parte de la
documentación sobre su sistema de organización social y política procede de las
fuentes escritas que conocemos desde mediados del siglo XV, y con posterioridad
en los siglos XVI y xvii. A través de estas informaciones no resulta fácil inferir
si mantuvieron igual organización desde la fecha en que poblaron la isla, en
los siglos cercanos a la
Era Cristiana. La etapa final de su historia se fija en el
año 1496, fecha de la conquista castellana.
Las sociedades son vivas y
dinámicas, por lo que los hechos conocidos en su última etapa no siempre
debieron suceder del mismo modo en su proceso histórico, que duró al menos mil
quinientos años, por lo que la ocupación del territorio, así como los límites
de los men-ceyatos, debieron de ser bien distintos a como se documenta en su
fase epigonal que conocemos en las fuentes escritas.
Otro aspecto que el lector debe
tener en cuenta, es que gran parte de la información que el autor ha utilizado,
es resultado de una recopilación de la memoria oral de los campesinos de la
isla. Alude en ocasiones a esta fuente cuando el material ha sido recuperado de
«las tradiciones». Esta circunstancia dificulta la comprensión de los hechos
que propone, al no poderse contrastar con otros documentos.
En el Capítulo I, que dedica a
las Instituciones guanches, aporta una información variada sobre los nombres de
los primeros menceyes, así como de los que les sucederían en el tiempo, y que
no se corresponde con ninguna de las versiones que poseemos en las fuentes
escritas. Es probable que muchas de las referencias para explicar el origen de
los primeros menceyes, así como sus nombres, tengan aquella procedencia.
Algunos como el del pretendido Mencey Chindia de Adeje, se pueden documentar
solamente en los topónimos. En este caso, con el de un barranco en Adeje. Este
mismo problema se repite con la explicación de la supuesta sucesión en el
tiempo de los distintos menceyes, a partir de las referencias de las fuentes
escritas. Estos temas han sido revisados en los últimos años, proponiéndose
para ellos una interpretación alternativa, al considerarlos como «mitos de
origen» más que como hechos históricos convencionales que explicarían el
surgimiento de las divisiones territoriales de la isla.
Otro conjunto de temas son los
que tienen como base argumental los mitos y las leyendas. Sobre estas
tradiciones el autor construye una serie de hechos en los que superpone a los
de carácter histórico, los de las tradiciones legendarias, por lo que su
comprensión resulta difícil, al confundirse esas dos realidades.
Propone la existencia de una
serie de «dinastías» y de soberanos, cuyos nombres asocia con algunos lugares
señeros de la orografía de las «Cañadas del Teide», como Cuajara o Ucanca.
Estos referentes legendarios, según su propia definición, se confunden también
en la realidad como si se tratase de hechos históricos contrastados.
Resulta cuando menos sorprendente
su pretensión de querer emparentar personajes distinguidos de la sociedad
guanche de Tenerife con la de Canaria, a través de unos supuestos compromisos
matrimoniales, dando a entender que existía una relación fluida entre ambas
islas. No hay, por el contrario, documentación alguna que permita explicar
tales comunicaciones durante su Prehistoria, ya que no consta conocimiento de
ningún medio de navegación que permitiera sortear los espacios interinsulares.
La explicación de los hechos del
pasado vista y entendida desde la perspectiva del presente, es una constante en
toda la obra, al confundirse manifestaciones culturales de los guanches, con
otras que pertenecen a la tradición de los campesinos, artesanos y pescadores
de la isla, y cuyas raíces no pueden ser atribuidas a aquella procedencia. Son
muchos los ejemplos que se pueden argüir, pero probablemente en el capítulo
dedicado a los juegos, el lector puede comprobar mejor lo que decimos. De igual
forma sucede al referise a la alimentación, a las distintas suertes de la
lucha, entre otros tantos ejemplos, que se pueden seguir en toda la obra.
En la tradición cultural de la
isla, que se fue generando a lo largo de los siglos y se guardó en su memoria
colectiva, existe una amalgama de manifestaciones de diversa procedencia, como
lo fue la del conjunto humano que la repobló desde aquella fecha. El tiempo y
las adaptaciones a un nuevo medio, junto con las viejas raíces que,
indudablemente pervivieron de la población antigua, conformaron el fondo de sus
tradiciones, pero éstas no pueden ser confundidas con las de los guanches, a
quienes no se les pueden atribuir como propias, muchas de las que se presentan
en este libro.
ANTONIO TEJERA GASPAR
(Catedrático de Prehistoria de la Universidad de La Laguna ).
INTRODUCCION
El proyecto iniciado hace una
década y cuyo objetivo principal era la recuperación biobibliográfica de D.
Juan Bethencourt Alfonso para la comunidad científica y la sociedad canaria, se
ha consolidado paulatinamente con la publicación de Costumbres Populares
Canarias de Nacimiento, Matrimonio y Muerte (1985); e Historia del Pueblo
Guanche (Tomo I, 1991), además de la actual edición (segundo tomo) de la citada
obra.
La publicación que aquí se
presenta constituye la principal aportación que el Dr. Bethencourt Alfonso hizo
a principios de este siglo, al conocimiento histórico, arqueológico y
etnográfico de las Islas Canarias. En la recopilación de datos y redacción
final de la Historia
del Pueblo Guanche, había empleado toda su vida investigadora y científica;
constituyendo el «Cuestionario de las Islas Canarias» de 1884, la herramienta
básica para adentrarse en el conocimiento de las posibles pervivencias de la
cultura guanche. El resultado final de este trabajo no se corresponde con el
enorme esfuerzo desplegado por nuestro autor quien nos hace la siguiente
advertencia: «Con todo, declaramos que el escaso fruto que hemos obtenido no
corresponde a la labor de una vida entera».
Los recursos empleados para
obtener datos, referidos a la cultura guanche, que luego se verían reflejados
en la redacción de este segundo tomo podemos clasificarlos de la siguiente
manera: fuentes documentales escritas, bibliografía general y especializada,
investigaciones arqueológicas e investigación etnográfica de las tradiciones o
la historia oral de las Canarias.
En el presente tomo, a través del
desarrollo de los veinte capítulos, Bethencourt Alfonso plantea su visión
histórica sobre la fía y las Instituciones Guanches. El trabajo desarrollado
por nuestra parte ha sido, además de tratar informáticamente el manuscrito, la
de configurar el capítulo n.° 21, utilizando para ello sus notas manuscritas,
en el que se analiza fundamentalmente los datos históricos y arqueológicos que
se refieren a los modos de subsistencia, la cultura material y la cultura
intelectual. Igualmente aparecen en cada capítulo un conjunto de anotaciones y
comentarios que pueden ayudar al lector a situarse en el contexto apropiado;
quisimos introducir el mínimo número de notas aclaratorias para no interferir
en el sentido original del manuscrito. A partir de este momento los
historiadores, arqueólogos y antropólogos tienen ante sí un corpus teórico
sobre el que podrán aplicar los correspondientes análisis documentales,
específicos de cada una de estas ciencias sociales. Al acercarnos a la Historia del Pueblo
Guanche, lo debemos hacer bajo la perspectiva de una obra que es testigo de una
época y de una forma concreta de hacer historia o arqueología. No debemos
considerarla un vademécum, tampoco una sagrada escritura, sólo el resultado de
los trabajos e investigaciones realizadas a lo largo de toda una vida de un
investigador y científico canario que honestamente quiso comprender el pasado
histórico y la cultura de los guanches.
Hemos creído oportuno incluirle
un conjunto amplio de ilustraciones, la mayoría ya estaban previstas por el
autor.
Mientras transcribíamos el
original de este segundo tomo pensamos en la utilidad de incorporar los cuadros
de los linajes de los menceyes, acudiendo para ello a autores coetáneos o
posteriores a D. Juan Bethencourt.
Las fuentes documentales
escritas.
Los archivos a los que acudió
Bethencourt Alfonso fueron numerosos y de diversa índole. La técnica utilizada
fue el rastreo intensivo de las fuentes documentales escritas que se
encontraban dispersas por todo el Archipiélago. En cuanto a las dificultades de
este tipo de trabajo podemos repetir lo ya manifestado en el Tomo I y es que
debemos valorar el interés de la información obtenida en tales documentos,
máxime si tenemos en cuenta que a lo largo del tiempo son muchos los factores
que han incidido en la desaparición física de archivos en Canarias, siendo uno
de los más perniciosos el fuego. En este sentido hay que aclarar que
Bethencourt Alfonso logró trabajar con colecciones documentales depositadas en
archivos destruidos, posteriormente, por los incendios como el del Ayuntamiento
de Val verde (El Hierro), o el de La
Guancha (Tenerife). Por lo que se refiere al carácter de los
archivos a los que acudió los podemos clasificar en archivos de tipo privado,
público y eclesiástico. Dentro de los primeros contó con el apoyo de los
titulares, entre otros, de los de la Casa-Fuerte de Adeje (Tenerife), del Condado de La Vega Grande (Las
Palmas de Gran Canaria), del archivo de El Museo Canario (Las Palmas de Gran
Canaria), de la Biblioteca
de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife (La Laguna ), del Gabinete Científico de Santa Cruz de
Tenerife. Igualmente consultó pequeñas colecciones documentales privadas como
las del Sr. Frías Pomar (Granadilla), Rodríguez Moure (La Laguna ), Ramón Gómez (Pto.
de La Cruz ),
Sebastián Casilda (Tacoronte), etc. Con respecto a la utilización de fuentes
documentales conservadas en archivos privados y eclesiásticos, Bethencourt
Alfonso comenta la utilidad de estas fuentes para la historia demográfica de
las Canarias en los siguientes términos:
«¿Quieren dar a entender de que
en las referidas islas se hallaba establecida la poliandria? Así lo creímos al
principio encontrando su justificación en la estadística. En efecto, una que
hicimos de los siglos XV al XIX inclusives, utilizando lo publicado y lo que
recogimos en los archivos parroquiales y privados, nos dio invariablemente...»
Dentro del conjunto de archivos
públicos a los que acudió el autor hay que destacar especialmente la consulta
continuada de los fondos documentales del antiguo Cabildo de Tenerife,
depositados en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. A lo largo de
este segundo tomo se hacen continuas referencias a las Datas. El propio
Bethencourt Alfonso dejó una prueba autógrafa de la lectura que había efectuado
en uno de los libros de actas del Cabildo de Tenerife, al incorporar unas
líneas curiosamente situadas en un plano inferior a otra nota que corresponde
al regidor Anchieta y Alarcón (siglo XVIII). En la mencionada nota D. Juan Bethencourt
Alfonso se quejaba de las dificultades que había tenido para comprender el
contenido de estas actas capitulares (Ver fotografía adjunta, lámina I).
En cuanto al aprovechamiento de
los datos ofrecidos por los documentos existentes en los archivos parroquiales
de las islas tenemos constancia de su trabajo investigador, realizado
personalmente, en las parroquias de San Pedro de Daute (El Tanque), Santa Ana
(Garachico), Nuestra Señora de La
Concepción y Santo Domingo (La Laguna ), La Inmaculada Concepción
(Santa Cruz de Tenerife), Nuestra Señora de Las Nieves (Taganana), San Pedro de
Vilaflor de Abona (Vilaflor), en Tenerife; Nuestra Señora de la Purísima Concepción
(Betancuria), Nuestra Señora de la
Antigua (La
Antigua ) en Fuerteventura, etc. La investigación efectuada en
estos archivos eclesiásticos no sólo se limitó a los libros sacramentales sino
que también se extendió a los Libros de Visitas Episcopales, Constituciones
Sinodales, Decretos Episcopales, Libros de Fábrica etc.
En el conjunto de archivos,
mencionados anteriormente, también conoció y localizó varios manuscritos que
aportaban datos interesantes sobre el pasado histórico de las Canarias,
destacando los de D. Tomás Arias Marín y Cubas, D. Pedro Agustín del Castillo,
D, Antonio Por-lier, D. Gabriel Estupiñán, D. Andrés Valcárcel, D. Gaspar
Vandewalle, Dr. Machado y Fiesco, el regidor Anchieta y Alarcón, Leonardo
Torria-ni, fray Luis Leal y D. Juan de Triarte.
Bibliografía utilizada.
La selección bibliográfica que
aparece al final responde a las reseñas de diversos autores incorporadas por
Bethencourt Alfonso a su obra, en ella se incluyen en un lugar destacado la
mayoría de los cronistas de la conquista y obras históricas, de tipo general,
referidas a las Canarias; especialmente las crónicas de Bontier y Le Verrier,
Fray Alonso de Espinosa, Antonio de Viana, Fray Juan de Abreu Galindo, Juan
Núñez de la Peña ,
Tomás Arias Marín y Cubas, José de Viera y Clavijo, etc. En este sentido
debemos citar la especial consideración con la que es tratado el cronista
Antonio de Viana, intentando Bethencourt Alfonso la recuperación bibliográfica
de su Poema sobre la
Conquista de Canarias1. La lectura detallada de algunos de
estas crónicas y su comparación con los datos históricos que había rastreado en
las tradiciones, llevó a nuestro autor a manifestarse en total oposición a los
argumentos planteados por alguno de los cronistas, como es el caso de fray
Alonso de Espinosa. Hablando sobre las instituciones guanches y cuál era la
postura del citado cronista nos dice Bethencourt Alfonso:
«Como fray Alonso de Espinosa no
se ocupó en estudiar las instituciones del pueblo guanche, explícanse sus
confusas interpretaciones...»
Cuando alude a la argumentación
realizada por Abreu Galindo para explicar los enfrentamientos violentos de
miembros de un mismo tagoro o los de un tagoro contra otro, nos plantea que,
«Cuanto a dichos combates singulares públicos, parece era práctica corriente
extrañar del reino por cierto tiempo a los que resultaban homicidas, no como
castigo sino como medida de buen gobierno; que es, a no dudar, lo que
interpretó erróneamente Abreu Galindo...».
La diferencia de opinión entre lo
dicho por los cronistas con las hipótesis de trabajo de Bethencourt Alfonso,
viene explicada por la distinta utilización de las fuentes orales
tradicionales. D. Juan Bethencourt suele evidenciar las evidentes
contradicciones que existen en el contenido de las obras de los cronistas e
historiadores del siglo XVII y XVIII, un ejemplo claro de esto lo encontramos
en el párrafo donde dice:
«Es legendaria la severidad de la
justicia guanche. Fueran nobles o siervos, hombres o mujeres, jóvenes o viejos,
los delincuentes eran castigados, sin piedad ni misericordia; y sin embargo, ni
aún en esto están de acuerdo los cronistas. Mientras Fray Alonso de Espinosa,
Viana y Núñez de La Peña
afirman que imponían la pena capital, Abreu Galindo y Marín y Cubas lo niegan;
y Viera y Clavija, que admite con Viana de que los guanches tenían verdugo,
parece inclinarse, a pesar de tan elocuente precedente, a que no aplicaban la
pena de muerte...».
Aquí vuelve a plantearse la
diversidad y oposición de los argumentos reflejados en la obra de los cronistas
del siglo XVI y los recogidos de la tradición en el siglo XIX. En todo caso
debemos aclarar que la visión que los cronistas dieron de la cultura guanche
(sobre todo la de Abreu Galindo, Espinosa y Viana) se apoyaba básicamente en el
conocimiento directo de algunos guanches o de testimonios indirectos
transmitidos por éstos, los cuales habían sido protagonistas de la sociedad y
cultura que comenzó a desintegrarse a partir de 1496, con motivo de la
conquista castellana de las Islas Canarias. Por un lado, debemos recordar que
el interés de los citados cronistas por conocer la cultura prehispánica de las
Canarias no tiene porqué corresponderse con los actuales planteamientos
científicos de tipo histórico, arqueológico o antropológico. Por otro, el
sistema interpretativo aplicado a la
cultura guanche por Fray Juan Abreu y Galindo o Fray Alonso de Espinosa
estaba mediatizado por su condición eclesiástica.
¿Hasta qué punto los guanches que
sobrevivieron en la isla de Tenerife a un violento proceso de conquista y
aculturación, estaban en condiciones de hacer partícipes a los representantes
de una religión que había sustituido a la suya, de un conjunto de costumbres,
ideas y prácticas propias que habían sido marginadas y suplantadas por otro
sistema cultural llegado del exterior?
Con esto lo que queremos plantear
es que, paradójicamente, los testigos directos (en este caso los cronistas) de
un acontecimiento histórico no suelen darnos las descripciones más ponderadas
de dichos hechos históricos. En contraposición debemos ser conscientes también,
de que es notablemente complejo el estudio de la cultura e instituciones
guanches a partir de la utilización exclusiva de la información oral o de las
tradiciones; sobretodo si tenemos en cuenta que los hechos históricos
reflejados en esas tradiciones ocurrieron, cuando menos, cuatro siglos antes.
Dentro del apartado de la
bibliografía utilizada por Bethencourt Alfonso, aparecen publicaciones de tipo
arqueológico e histórico de autores coetáneos, destacando especialmente las de
Agustín Millares Torres y las de Gregorio Chil y Naranjo. Ambas son utilizadas
con cierta profusión y en el caso de D. Gregorio Chil y Naranjo, a pesar de los
celos profesionales, se estableció una fructífera relación entre el Gabinete
Científico de Santa Cruz de Tenerife y El Museo Canario. Además de otros temas,
en la descripción que se hace de la presencia de ídolos en el sistema de
creencias religiosas de los guanches, hay plena identificación entre Chil y
Naranjo y Bethencourt Alfonso, como se evidencia en el párrafo siguiente:
«El historiador Dn. Gregorio Chil
envió a la Exposición
de París un idolillo también encontrado en dicha isla de Canaria, representando
un cuerpo que descansa sobre las alas, teniendo otras dos por brazos, y cabeza
humana; y cita otro idolillo, que remitió a la indicada Exposición Mr. Verneau.
¡Es decir, en el Archipiélago no han faltado los ejemplares de ídolos, sólo que
asusta la palabra!».
Sin embargo también se plantearon
vigorosas diferencias entre D. Gregorio y D. Juan, fundamentalmente en torno a
los temas que citamos a continuación: finalidad de las pintaderas, presencia o
no de la HISTORIA DEL
PUEBLO GUANCHE
25
esclavitud en las culturas
prehistóricas de Canarias, fidelidad y verosimilitud de la tradición oral, etc.
Continuando en el comentario de
la bibliografía presentada debemos apuntar la presencia, con peso específico
propio, de algunas obras sobre Historia Natural. Al respecto, hemos recordado
lo que ya citábamos en el primer tomo de la Historia del Pueblo Guanche, sobre la
esL,BNXDXpecialización de Bethencourt Alfonso en estos estudios. Desde 1876
nuestro autor se encontraba desempeñando una fructífera labor docente como
profesor de Historia Natural, en el Establecimiento de Segunda Enseñanza de
Santa Cruz de Tenerife, centro anexo al Instituto Provincial de Bachillerato de
Canarias. El interés por la defensa de la ciencia y de la razón frente a tanto
oscurantismo intelectual y científico reinante, le llevó a difundir y optar por
el darwinismo o evolucionismo, incorporándolo tempranamente al curriculum
académico de sus alumnos. La implantación de esta ciencia le obligó a crear un
pequeño museo para prácticas docentes; éste sería el germen del ulterior Museo
Antropológico y de Historia Natural de Santa Cruz de Tenerife, organizado por
el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife que a su vez había sido
fundado en 1877 por iniciativa de Bethencourt Alfonso.
La identificación profesional de
Bethencourt Alfonso con las nuevas corrientes del pensamiento científico europeo,
lo llevan a relacionarse con la sociedad El Folk-Lore Español y su máximo
impulsor Antonio Machado y Álvarez, e igualmente mantuvo estrechos contactos
con D. Alejandro Guichot y Sierra y la escuela antropológica sevillana. Por
otra parte, estaba informado, fundamentalmente por la vía epistolar y a través
de los Anales de la
Sociedad Española de Historia Natural, de las actividades
desarrolladas en el Museo Antropológico Nacional que estaban siendo impulsadas
por el Dr. González de Velasco2.
La implantación y posterior
desarrollo de los estudios antropológicos y de historia natural en el Estado
español, se habían centrado en dos instituciones básicas: el Museo
Antropológico Nacional y el Ateneo de Madrid. Esta última entidad conocía la
formación y la experiencia adquirida a lo largo del tiempo por D. Juan
Bethencourt Alfonso y en él va a encontrar un corresponsal muy cualificado para
realizar la conocida encuesta Información promovida por la Sección de Ciencias
Morales y Políticas del Ateneo de Madrid, en el campo de las costumbres
populares y en los tres hechos más característicos de la vida: el nacimiento,
el matrimonio y la muerte.
Por lo que se refiere a la
sorprendente alusión que se nos hace en el capítulo VIII del socialismo
comunista de los guanches debemos esclavitud en las culturas prehistóricas de
Canarias, fidelidad y verosimilitud de la tradición oral, etc.
Continuando en el comentario de
la bibliografía presentada debemos apuntar la presencia, con peso específico
propio, de algunas obras sobre Historia Natural. Al respecto, hemos recordado
lo que ya citábamos en el primer tomo de la Historia del Pueblo Guanche, sobre la
es-pecialización de Bethencourt Alfonso en estos estudios. Desde 1876 nuestro
autor se encontraba desempeñando una fructífera labor docente como profesor de
Historia Natural, en el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de
Tenerife, centro anexo al Instituto Provincial de Bachillerato de Canarias. El
interés por la defensa de la ciencia y de la razón frente a tanto oscurantismo
intelectual y científico reinante, le llevó a difundir y optar por el
darwinismo o evolucionismo, incorporándolo tempranamente al curriculum
académico de sus alumnos. La implantación de esta ciencia le obligó a crear un
pequeño museo para prácticas docentes; éste sería el germen del ulterior Museo
Antropológico y de Historia Natural de Santa Cruz de Tenerife, organizado por
el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife que a su vez había sido
fundado en 1877 por iniciativa de Bethencourt Alfonso.
La identificación profesional de
Bethencourt Alfonso con las nuevas corrientes del pensamiento científico
europeo, lo llevan a relacionarse con la sociedad El Folk-Lore Español y su
máximo impulsor Antonio Machado y Álvarez, e igualmente mantuvo estrechos
contactos con D. Alejandro Guichot y Sierra y la escuela antropológica
sevillana. Por otra parte, estaba informado, fundamentalmente por la vía
epistolar y a través de los Anales de la Sociedad Española
de Historia Natural, de las actividades desarrolladas en el Museo Antropológico
Nacional que estaban siendo impulsadas por el Dr. González de Velasco2.
La implantación y posterior
desarrollo de los estudios antropológicos y de historia natural en el Estado
español, se habían centrado en dos instituciones básicas: el Museo
Antropológico Nacional y el Ateneo de Madrid. Esta última entidad conocía la
formación y la experiencia adquirida a lo largo del tiempo por D. Juan
Bethencourt Alfonso y en él va a encontrar un corresponsal muy cualificado para
realizar la conocida encuesta Información promovida por la Sección de Ciencias
Morales y Políticas del Ateneo de Madrid, en el campo de las costumbres
populares y en los tres hechos más característicos de la vida: el nacimiento,
el matrimonio y la muerte.
Por lo que se refiere a la
sorprendente alusión que se nos hace en el capítulo VIII del socialismo
comunista de los guanches debemos
aclararla o por lo menos tratar de entenderla ya que no es posible
justificarla. La aplicación del modelo socialista para la interpretación del
funcionamiento de las sociedades antiguas no es una aportación original de
Bethencourt Alfonso sino que antes de que él lo hiciera ya lo habían planteado
autores como Alfredo Sudre o el barón R. Garofalo. Lo fundamental de este
argumento sería que,
«Los guanches nacionalizaron o
socializaron el suelo y los instrumentos del trabajo, con abolición de la
propiedad individual y distribución igualitaria del producto en conformidad con
la clase y categoría social, pero todo cimentado sobre una casta servil o
esclava».
Indudablemente que en los
momentos actuales no podemos aplicar sistemas de interpretación de la realidad
social y económica de sociedades postindustriales a culturas antiguas o
prehistóricas. Quizás Bethencourt Alfonso no aplicó, en este sentido, la
correspondiente crítica documental a las obras citadas y llevado de la
efervescencia de las teorías políticas y sociológicas, que se encontraban en
plena eclosión durante la etapa de redacción de la Historia del Pueblo
Guanche, las aplicó de forma automática a la línea argumental de su obra.
El resto de la relación
bibliográfica incorpora obras de tipo general o especializadas en determinados
temas como los de Antropología, Ciencias Auxiliares de la Historia , Sociología
etc., con las que nuestro autor trató de completar adecuadamente la redacción
de los tres tomos de la obra aquí comentada.
Para concluir con el comentario
bibliográfico hemos incorporado el conjunto de obras publicadas por Bethencourt
Alfonso, así como las de aquellos autores que desde diversos enfoques se han
acercado a la historia personal y científica del personaje.
Las fuentes arqueológicas.
La documentación arqueológica
recogida personalmente por Bethencourt Alfonso, o por sus colaboradores del
Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife constituye la gran aportación de
este científico canario. Conociendo la trayectoria científica de Bethencourt
Alfonso, debemos afirmar que en la implantación y desarrollo de la Antropología Física
en las Canarias occidentales tuvo especial influencia y responsabilidad; sin
olvidarnos, por otra parte, de que colaboró chámente con el Dr. Chil y Naranjo
para el desarrollo de tales estudios en las islas orientales. Posiblemente
fruto de esa colaboración se procedió a nombrarlo socio de número del Museo
Canario de Las Palmas de Gran Canaria, por su parte El Gabinete Científico
había nombrado socio honorario al Dr. Chil y Naranjo.
El concepto que D. Luis Diego
Cuscoy tenía acerca de la validez de sus trabajos lo manifestó así:
«Casi se puede asegurar que fue
el único que en Canarias supo trabajar en el campo y sacarle al yacimiento su
verdadera significación: el de proveedor de noticias directas y seguras. Pero
la obra de este hombre quedó ignorada por todos y su realización desfigurada y
destrozada para siempre en unos estantes».
Las campañas de investigación
arqueológica ejecutadas por D. Juan Bethencourt y según los datos que se
conservan en el Museo Arqueológico de Tenerife, al que fueron a parar la mayor
parte de las colecciones que habían estado expuestas en el Museo Guanchinesco
de Santa Cruz de Tenerife, no se limitaron exclusivamente a la isla de Tenerife
sino que se extendieron a todo el Archipiélago Canario.
Investigaciones arqueológicas del
Dr. Bethencourt Alfonso:
Tenerife: Zona Norte, 42
yacimientos. Zona Sur: Candelaria, Arafo, Arico, Arona, Adeje, San Miguel,
Granadilla, Güímar, Fasnia, Guía de Isora, y sobre todo Barranco de urchilla.
El Hierro: Sur de la isla: La Dehesa , costa de El Pinar,
y 6 yacimientos más.
Gran Canaria: Santa Lucía de
Tirajana, Telde, Gáldar, Valsequi-llo y hasta 6 yacimientos más.
Fuertev'entura: (Importantes
estudios en colaboración con D. Ramón Castañeyra). Yacimientos de Tuineje, La Oliva , Casillas del Ángel,
Valle de Mesque, Betancuria y hasta 19 yacimientos más. Especial importancia
tiene la colección de cerámica aborigen.
Lanzarote: Guatiza, Teguise, Ye,
Haría y hasta 8 yacimientos más.
En cuanto al extenso número de
yacimientos arqueológicos reconocidos por Bethencourt Alfonso, nos hace el
siguiente comentario:
«Ahora bien, del estudio que
hemos hecho de algunos centenares de cuevas funerarias se deduce que los
embalsamadores disponían de tres procedimientos para mirlar los cadáveres...».
En el terreno arqueológico son
numerosas las aportaciones fruto del trabajo personal y exclusivo de D. Juan
Bethencourt Alfonso como es el caso de la información que nos ofrece acerca de
la cerámica aborigen de Tenerife y Fuerteventura; la colección de añepas,
bastones, lanzas y banotes procedentes de la isla de Tenerife; el
descubrimiento en 1875, en Franchoja (sobre Adeje), de tres píreos o aras de sacrificios
(éste es un dato único dentro de la prehistoria de Tenerife); las distintas
prácticas de enterramientos, destacando especialmente el estudio que presenta
sobre el descubrimiento de prácticas de enterramiento infantil en vasijas, la
existencia en Tenerife de enterramientos en túmulos y sobre todo la descripción
que hace, a través de los datos directos e indirectos, de un total de 45 momias
encontradas en Tenerife desde mediados del siglo xix hasta 1912.
Para el descubrimiento de gran
parte de estos yacimientos acudió a numerosos informantes, preferentemente del
Sur de la isla de Tenerife y en su mayor parte pastores, quienes le fueron
indicando las características de los materiales encontrados o la situación
exacta de tales estaciones arqueológicas. A este bagaje informativo recogido
directa o indirectamente, sumó el conocimiento directo de colecciones
arqueológicas expuestas en los Gabinetes y Museos creados en las islas (Museo
de D. Ramón Gómez del Puerto de La
Cruz , Gabinete de D. Sebastián Casilda de Tacoronte, algunos
materiales de la Sociedad
La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma , El Museo Canario de
Las Palmas de Gran Canaria); en los de la Península (Museo Antropológico Nacional, en
Madrid); o en El Louvre de París (posiblemente conoció los fondos del Museo de
El Hombre, cuando visitó la Exposición Universal de 1889). Una parte
significativa de estos materiales arqueológicos habían ido saliendo de las
Islas desde finales del XVIII e inicios del siglo XIX, contribuyendo a difundir
las muestras del hombre de Cro-Magnon y su presencia en Canarias, así como a
enriquecer las colecciones de alguno de los principales museos europeos o el
caso único de museo americano como fue el de Historia Natural de la ciudad de La Plata (República de
Argentina). Desconocemos si Bethencourt Alfonso tuvo información acerca de la
momia guanche existente en el Museo de Etnología y Arqueología de la Universidad de
Cambridge (Gran Bretaña), llevada a dicho centro en 1772 por el capitán Young.
El análisis de los restos materiales
de la cultura guanche por parte de D. Juan y sus colaboradores del Gabinete
Científico de Santa Cruz de Tenerife no estuvo exento de dificultades al tener
que luchar contra el afán iconoclasta de muchos de nuestros campesinos,
pastores, orchilleros, cazadores, etc. En definitiva un amplio segmento de la
población insular era desconocedora del interés científico de los yacimientos
arqueológicos a los que acudían con el objeto de aprovechar el guano o los
detritus de las aves y pájaros, destruyendo de forma irremediable numerosos
enclaves de la cultura guanche. En este sentido son bastante explicativos los
comentarios de Bethencourt Alfonso:
«El Museo Municipal posee los
fragmentos de un sarcófago de tea encontrado en El Picacho, Barranco Hondo de Candelaria.
Al tener noticia del hallazgo por más prisa que nos dimos ya lo habían
destrozado. Era de una sola pieza de forma ligeramente ovoidea, tapado con una
sola tabla también de tea que presentaba en sus bordes más largos cuatro
agujeros...».
O cuando se refiere a Agustín
Reyes Trujillo, del Valle de Arona, quien en 1841 había encontrado,
«... en una cueva de Chó un
santito de los guanches de barro pardo-coloradento algo quemado del fuego...
Junto al santito encontró como una taza de barro con su manguito para aventar
leche. Ambos objetos los rompió».
También cuando habla de,
«En una cueva tapiada a piedra y
barro en el barranco de Gorda se encontraron tres momias guanches perfectamente
conservadas, que destruyeron en el acto».
En otras ocasiones las
dificultades venían dadas por las propias condiciones en las que se encontraban
los restos materiales,
«Sobre ésta (momia), estirada y
boca arriba, cabeza con cabeza, estaba otra momia, que se deshizo al bajarla, y
enzurronada como la anterior (gargantilla con las mismas cuentas que la otra),
era igual a la anterior y más deteriorada».
Como conclusión de este apartado
debemos destacar la validez e interés de la aportación de Bethencourt Alfonso
al conocimiento del patrimonio arqueológico de las Canarias, en el que destaca
su descripción de las técnicas de navegación a partir de las fuentes orales de
carácter tradicional. Hay que recordar que nuestro autor tuvo la oportunidad
histórica de acceder a un gran número de yacimientos destruidos en la actualidad.
Paradójicamente D. Juan Bethencourt al mismo tiempo que pudo leer documentos
escritos y conservados en archivos destruidos posteriormente, tuvo la ocasión
de acudir y trabajar en yacimientos arqueológicos que por distintas
circunstancias se perdieron para la posterioridad. Con la incorporación del
capítulo XXI, que no aparecía en la redacción original del segundo tomo, hemos
querido dejar constancia del enorme esfuerzo desplegado por Bethencourt Alfonso
en el conocimiento del patrimonio arqueológico y etnográfico de las Canarias.
Las fuentes orales.
Hemos dicho anteriormente que las
fuentes orales y la información recogida directamente de la tradición oral
fueron técnicas usadas con profusión por parte de Bethencourt Alfonso. El punto
de partida de esta técnica etnográfica fue la aplicación del Cuestionario de
1884 que específicamente aparece subdividido en dos grandes apartados: los
Antecedentes relativos a una época anterior o coetánea a la conquista y los
Antecedentes posteriores a la conquista que se conservan por tradición, y
forman parte de las costumbres y ciencias actuales. La elaboración de los datos
recogidos le permitió la redacción de sus dos obras fundamentales, la Historia del Pueblo
Guanche y Materiales para elFolk-lore Canario.
Al mencionar el tema de la
información histórica que nos puede suministrar la tradición oral hemos entrado
en un debate largamente planteado, en especial a lo largo de los últimos años,
entre los historiadores, antropólogos y arqueólogos. La tradición oral se puede
y se debe utilizar como recurso técnico en la investigación histórica, sobre
todo si nos referimos a la etapa contemporánea, pero debemos aplicarla con
especial cuidado y ponderación después de haberla tamizado con una estricta
crítica documental. La información histórica que podemos recabar de las fuentes
orales tradicionales parece que sólo puede alcanzar, desde las actuales
tendencias historiográficas, la consideración de científica cuando es capaz de
refrendar el dato documental escrito o la evidencia arqueológica, como sucede
en:
«Tal era el origen de los famosos
donativos de los reyes (men-ceyes) de que nos hablan los historiadores y
celebran las tradiciones que han dejado a través de las edades una estela de
gratitud. ..».
Pero no siempre la información
documental-escrita coincide con la recogida de la tradición oral, por ejemplo
nos cita Bethencourt Alfonso este caso:
«Aunque seguimos (en cuanto a la
fórmula utilizada por los menceyes para jurar su cargo ante el Beñesmer) a
Alonso Espinosa y Viana, damos las traducciones que oímos a un anciano, que
decía aparecen equivocadas en los libros...».
¿Qué ocurre, cuando la
información oral no nos puede atestiguar el proceso histórico descrito en un
documento o en un yacimiento arqueológico? Este interrogante puede ser
formulado a la inversa ¿qué hacer cuando desde las fuentes orales tradicionales
se nos constata un posible hecho histórico sin testimonio documental escrito o
arqueológico?
Un ejemplo interesante de lo que
la información oral de tipo tradicional puede orientarnos en el conocimiento de
instituciones guanches está en la descripción que se nos plantea por
Bethencourt Alfonso, del carácter y funcionamiento del Beñesmer. En concreto
este enfoque no ha sido recogido por la documentación escrita o por los
cronistas y sin embargo la tradición oral presenta detalles de considerable
verosimilitud.
En estos momentos y cuando se
produce la situación anteriormente descrita, la mayoría de los historiadores,
arqueólogos y antropólogos prefieren dejar «en suspenso» la posible utilización
de los datos suministrados por la tradición oral, máxime cuando estos se
refieren a épocas muy anteriores en el tiempo. Sin embargo, hay otro grupo
minoritario de investigadores, entre los que podría encontrarse D. Juan Bethencourt
Alfonso, para quienes la información oral, es decir el conocimiento de las
tradiciones, podría ayudarnos a rellenar las lagunas que podamos tener, desde
la documentación escrita, en nuestro acercamiento al pasado cultural de los
pueblos prehistóricos. Solía ser muy frecuente en el siglo XIX, el acudir a
argumentos que se apoyaban en la
Mitología , la
Literatura , la
Toponimia , etc. para completar tales vacíos en el
conocimiento del proceso histórico de los pueblos.
Para finalizar este apartado
debemos señalar lo siguiente y es que D. Juan Bethencourt partía del argumento
reflejado en estas palabras:
«Es asombroso cómo se han
conservado muchas de las costumbres guanches a despecho de los siglos y de la
civilización».
Con esto lo que queremos resaltar
es la profusión con la que nuestro autor utiliza los datos de la tradición
oral. Podremos estar de acuerdo o diferir de la importancia atribuida a la
información oral, pero la alternativa de Bethencourt Alfonso es la manifestada
en las anteriores palabras, dado que consideraba inalterables en el tiempo el
conjunto de supervivencias de la cultura guanche. Por otra parte no siempre se
acepta, de forma automática y repetitiva, una tradición por el mero hecho de
serlo sino que el investigador reseñado aplicaba en determinados casos el
correspondiente comentario crítico.
Somos conscientes de que el
contenido de algunos capítulos se oponen abiertamente a las conclusiones a las
que se ha podido llegar en los últimos años; aspectos como la descripción de
los juegos infantiles, gastronomía, etc. hoy son difícilmente aceptables desde
el punto de vista arqueológico e histórico y no podemos considerarlas
estrictamente guanches, sin embargo son descripciones de un gran valor
etnohistórico y etnográfico, que nos permiten ahondar en el conocimiento de la
cultura popular tradicional de las Canarias a finales del Antiguo Régimen y
principios del siglo XX.
Anexos e Ilustraciones.
La presentación de los dos anexos
documentales se explican de la siguiente manera. El primero es un análisis
bastante amplio realizado por un arqueólogo, D. Luis Diego Cuscoy, que era buen
conocedor de las investigaciones del Dr. Bethencourt Alfonso. En 1981 había
intervenido en el «Homenaje al Dr. D. Juan Bethencourt Alfonso» que se celebró
en la Escuela
Universitaria de Formación del Profesorado de La Laguna , y no quisimos dejar
pasar la ocasión de que sus palabras pudieran ser recordadas públicamente.
El segundo anexo se ha
configurado con la aportación de los dos catálogos-inventarios del Gabinete de
Casilda de Tacoronte, nos referimos a los de D. Eugenio de Sainte-Marie y D.
Juan Bethencourt Alfonso. Ambos fueron el impulso metodológico que nos motivó a
seguir trabajando, a través de los protocolos notariales, en el sentido de
conocer la historia familiar de D. Diego Le Bruñí y Poignard, primer
depositario y heredero del patrimonio inmobiliario y mobiliario de D. Sebastián
Pérez Yanes, más conocido por Sebastián Casilda.
Acerca de las ilustraciones
quisiéramos destacar la imagen fotográfica que aparece en la sobrecubierta del
tomo segundo; corresponde a uno de los participantes de la ceremonia en la que
se escenifica la aparición de la
Virgen de Candelaria a los guanches, en las playas de
Chimisay. Teniendo en cuenta que Bethencourt Alfonso describe con bastante
detalle las tradiciones en torno a dicha aparición; así como el hecho de que se
adjudiquen, según usos y costumbres, determinados papeles de la esceneficación
en el seno de unas pocas familias de Candelaria y Güímar, hemos considerado
interesante la difusión de esta fotografía. Ésta pertenece a la colección de la Casa de Ossuna, cuyos fondos
se encuentran en la actualidad en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de La Laguna. Reconocimos
en el protagonista una mirada de siglos y de tradiciones, constituyendo una
prueba gráfica de la
Ceremonia de los guanches celebrada en la villa de Candelaria
en el año 1928.
El resto de las ilustraciones lo
constituyen las fotografías aéreas de las áreas ocupadas por los menceyatos en
la geografía insular y sus correspondientes subdivisiones administrativas. La
fuente documental utilizada han sido los esquemas de localización de los
tagoros, elaborados por el propio Bethencourt Alfonso. Sobre la imagen real del
perfil de la isla de Tenerife, hemos ido señalando las líneas divisorias de
cada menceyato, la localización de los correspondientes tagoros y de los
centros de poder o lugares de residencia de los menceyes. Finalmente la línea
de cumbre señala la división político-territorial de los menceyatos de la zona Norte
de los del Sur de Tenerife.
También hemos utilizado bastantes
dibujos originales3 de D. Juan Bethencourt con la intención de aclarar algunos
aspectos de la indumentaria, planos de casas, funcionamiento de algunas
instituciones, así como los que realizó en su visita al Museo Casilda de
Tacoronte. A propósito de este Gabinete hemos incorporado las cuatro
fotografías, únicas en el mundo, que reflejan la imagen de las correspondientes
momias que se encontraban en el citado museo. Las fotografías habían sido
regaladas por el citado D. Diego Le Brum a D. Juan Bethencourt Alfonso y es en
esta ocasión cuando, por vez primera, se publican.
D. Juan Bethencourt había
previsto la edición de algunas ilustraciones conjuntamente con su obra,
nosotros hemos respetado sus deseos y no sólo incorporamos las fotografías de
las momias sino la de los pajales de La Laguna , los esquemas de la situación de algunas
mo conocer la historia familiar de D. Diego Le Bruñí y Poignard, primer
depositario y heredero del patrimonio inmobiliario y mobiliario de D. Sebastián
Pérez Yanes, más conocido por Sebastián Casilda.
Acerca de las ilustraciones
quisiéramos destacar la imagen fotográfica que aparece en la sobrecubierta del
tomo segundo; corresponde a uno de los participantes de la ceremonia en la que
se escenifica la aparición de la
Virgen de Candelaria a los guanches, en las playas de
Chimisay. Teniendo en cuenta que Bethencourt Alfonso describe con bastante
detalle las tradiciones en torno a dicha aparición; así como el hecho de que se
adjudiquen, según usos y costumbres, determinados papeles de la esceneficación
en el seno de unas pocas familias de Candelaria y Güímar, hemos considerado
interesante la difusión de esta fotografía. Ésta pertenece a la colección de la Casa de Ossuna, cuyos fondos
se encuentran en la actualidad en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de La Laguna. Reconocimos
en el protagonista una mirada de siglos y de tradiciones, constituyendo una
prueba gráfica de la
Ceremonia de los guanches celebrada en la villa de Candelaria
en el año 1928.
El resto de las ilustraciones lo
constituyen las fotografías aéreas de las áreas ocupadas por los menceyatos en
la geografía insular y sus correspondientes subdivisiones administrativas. La
fuente documental utilizada han sido los esquemas de localización de los
tagoros, elaborados por el propio Bethencourt Alfonso. Sobre la imagen real del
perfil de la isla de Tenerife, hemos ido señalando las líneas divisorias de
cada menceyato, la localización de los correspondientes tagoros y de los
centros de poder o lugares de residencia de los menceyes. Finalmente la línea
de cumbre señala la división político-territorial de los menceyatos de la zona
Norte de los del Sur de Tenerife.
También hemos utilizado bastantes
dibujos originales3 de D. Juan Bethencourt con la intención de aclarar algunos
aspectos de la indumentaria, planos de casas, funcionamiento de algunas
instituciones, así como los que realizó en su visita al Museo Casilda de
Tacoronte. A propósito de este Gabinete hemos incorporado las cuatro
fotografías, únicas en el mundo, que reflejan la imagen de las correspondientes
momias que se encontraban en el citado museo. Las fotografías habían sido
regaladas por el citado D. Diego Le Brum a D. Juan Bethencourt Alfonso y es en
esta ocasión cuando, por vez primera, se publican.
D. Juan Bethencourt había
previsto la edición de algunas ilustraciones conjuntamente con su obra,
nosotros hemos respetado sus deseos y no sólo incorporamos las fotografías de
las momias sino la de los pajales de La Laguna , los esquemas de la situación de algunas
mías o los planos de las casas aborígenes de Fuerteventura, Lanzarote y El
Hierro. Por nuestra parte y para completar el apartado gráfico hemos
introducido algunas fotografías que se relacionan directamente con el contenido
de los diferentes capítulos.
Al final del tomo aparecen los
índices de antropónimos, autores, temático y toponímico. Éstos pueden sernos de
gran utilidad si estamos interesados en la localización de algún dato en
concreto, o al leer la obra en su conjunto.
Conclusión.
Creemos que a pesar de los
argumentos históricos y arqueológicos que aquí se exponen y hoy consideramos
desfasados, el segundo tomo de la
Historia del Pueblo Guanche es un intento razonado y honesto
de comprensión del pueblo guanche. No debemos valorar esta obra al margen de
los condicionamientos propios de la época o de la propia formación de su autor.
Así y todo encontramos en aquella un conjunto amplio de datos que hoy podríamos
asumir perfectamente. La propia información arqueológica aportada por D. Juan
Bethencourt Alfonso demuestra que fue un testigo privilegiado de un elevado
número de yacimientos arqueológicos (irrepetibles para la historia) que por
distintas razones los hemos perdido en los momentos actuales para la ciencia.
Acudió, como pocos en Canarias, a
la tradición oral y precisamente al sobrevalorar los datos obtenidos de esas
tradiciones elaboró algunas hipótesis de trabajo que hoy están superadas por el
conocimiento de nuevas fuentes documentales escritas o la realización de
diversas excavaciones arqueológicas. Sin embargo a pesar de que en algunos
capítulos flojea en cuanto a la veracidad histórica de sus planteamientos, nos
ofrece en contrapartida espléndidas descripciones etnohistóricas y etnográficas
que nos ayudan a entender, no ya el modo de vida de los guanches sino la
cultura popular tradicional de los canarios que tenía plena vigencia en el
siglo XIX y primera década del siglo XX.
No queremos concluir esta
introducción sin manifestar nuestra gratitud. En primer lugar a los herederos
de D. Juan Bethencourt Alfonso que han continuado depositando su confianza en
nuestro trabajo de recuperación biobliográfica de su antepasado. De manera
similar hemos contraído una deuda de gratitud, compensada por la amistad, con
D. Antonio Tejera Gaspar quien nos ha apoyado en la edición de
esta obra así como con la
presentación de este segundo tomo. En la obtención de datos complementarios
para los anexos documentales o las anotaciones al texto, nos ha sido de gran utilidad
la información recogida en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de
Tenerife y el Archivo Histórico del Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna , por ello nuestro
agradecimiento más sincero a sus funcionarios; agradecimiento que hacemos extensivo
a D. Lucas Raya Medina, notario archivero de Santa Cruz de Tenerife, quien
amablemente nos facilitó el acceso a la documentación notarial contemporánea de
la familia Le Bruñí; igualmente agradecemos la colaboración prestada por el
profesor D. Francisco Fajardo Spínola quien atentamente nos franqueó la puerta
del Museo de Historia Natural del antiguo Instituto de Canarias. La
colaboración en el procesado informático, por parte de la profesora Delgado
Acosta y los profesores Sánchez Manzano y Romero Pi nos ha supuesto una gran
ayuda por ello les damos las gracias. Desde estas líneas reiteramos nuestro
agradecimiento a D. Francisco González Lemus por haber mantenido el apoyo
económico que ha hecho posible la edición del presente tomo. Seguimos manteniendo
lo dicho con motivo de la publicación del primer tomo, el agradecimiento al
editor no se realiza por pura cortesía sino por haber contribuido al desarrollo
de los estudios históricos y arqueológicos de Canarias. Por otra parte queremos
agradecer la comprensión y ayuda de nuestra familia, al permitirnos dedicar
buena parte del tiempo, que les correspondía, a las tareas de edición.
Finalmente, queremos agradecer el
apoyo del público lector quien ha acogido de manera tan generosa la publicación
de la obra de D. Juan Bethencourt Alfonso, la Historia del Pueblo
Guanche.
1 En este intento por recuperar
la aportación al conocimiento de la conquista de Canarias por parte de Víana,
coincidía Bethencourt Alfonso, plenamente, con su coetáneo y colega D. José Rodríguez
Moure quien al respecto nos dice:
«Nuestro Viera y Clavija, que si
como poeta más de una vez cayó del Parnaso, como crítico siempre tiene altura
fuera de los prejuicios de que estaba informada su vastísima ilustración, en su
pequeña «Biblioteca de autores canarios», hablando de Viana, dice que si bien
el poema no es rigurosamente épico, tiene «una proposición sencilla, una
invocación cristiana, unos episodios de amores pastori les muy bellos, en que
respira apaciblemente el lector en medio del rumor de las armas...».
Pero a éstos excede en alabanzas,
y creo que a todos, el sabio autor de la «Historie Naturelle des lies
Cañarles», Mr. Sabin Berthelot.
El estudio que el erudito francés
hizo del poema de Viana no es seguramente el arrebato de una primera impresión;
es la labor fatigosa de una asidua atención y consulta de obras y literatos del
gran mundo intelectual. Ninguno, por consiguiente, ha podido descubrir en el
poema de Viana las bellezas que Berthelot, porque él señala con precisión los
puntos de contacto que nuestro poeta tiene con Virgilio, el Tasso, Lope de Vega
y Cairasco... él, en fin, por decirlo así, resucitó a Viana y lo introdujo en
los gabinetes de los literatos extranjeros; porque, aunque triste sea decirlo,
a nuestro poeta historiador se le conoce más en Francia, Inglaterra y Alemania,
que en la madre patria, sin que valga a destruir tal afirmación el hecho de que
el poema de Viana no haya podido escapar a la fuerza investigadora de D.
Marcelino Menéndez Pelayo, porque Menéndez Pelayo no es la regla del nivel de
la cultura en España, que es excepción de toda regla...». (José Rodríguez
Moure. «El Poeta Antonio de Viana». Santa Cruz de Tenerife, Librería
Hespérides; (Colecc. Biblioteca Canaria), págs. 22-23).
2
Debemos citar que en una de las numerosas agendas de Bethencourt Alfonso
se conservó la dirección de D. Manuel Antón (C/ Baño 14, 3.°, Madrid); así como
todo un conjunto de anotaciones y dibujos que había hecho con motivo de su
visita al Museo Antropológico Nacional.
3
La mayoría de los dibujos originales de nuestro autor los hemos
incorporado en el capítulo xxi y en el anexo n.° 2.
CAPITULO I
ADVERTENCIA
Antes de dar comienzo al estudio
de las instituciones, usos y costumbres del pueblo guanche, solicitamos la
atención del lector volviendo sobre un extremo que nos importa recordar. Como
el resultado de nuestras investigaciones nos coloca con frecuencia en abierta
oposición a los historiadores y tratamos de asuntos de bastante interés que ni
siquiera mencionan, novedades que pudieran ponerse en tela de juicio por falta
de abolengo autorizado, no nos resignamos a que por el solo hecho de sus
nombres ilustres se hallen a cubierto sus mercancías cuando no les acompañan
certificados de origen o séase las pruebas o por lo menos indicios en los
muchos casos en que esto es posible; porque si bien es verdad que tanto los
conquistadores como sus coetáneos no cuidaron de legarnos instrumentos públicos
respecto a la sociedad indígena, existen en cambio sobre el campo objeto de
estos estudios, numerosos testimonios de otra naturaleza tan dignos de fe, que
no han sido utilizados para nada por los cronistas; y precisamente esos
testimonios o huellas constituyen las bases de nuestras conclusiones, después
de servir de comprobantes a las tradiciones.
No es un secreto la vaguedad con
que los historiadores se ocupan de las cuestiones guanches, pues salvo las
noticias generales de los primeros cronistas, algunas veces inexactas y siempre
deficientes, no se ha intentado penetrar en el fondo social de los aborígenes
acopiando detalles; y nosotros no comprendemos cómo sin descender a pormenores
pueda bosquejarse una sociedad ni sorprenderla en su vida íntima, que es el
único medio de conocerla.
Con todo, declaramos que el
escaso fruto que hemos obtenido no corresponde a la labor de una vida entera.
El Autor.
CAPITULO I
ETNOGRAFÍA:
Instituciones guanches
Geografía histórico-política del
pueblo guanche hasta el fraccionamiento de la monarquía, a la muerte de Tinerfe
el Grande. Idea general de sus divisiones político-administrativas. Sistema de
poblados, densidad de población, fuerza militar y lugares de concentración de
las unidades de combate. Riqueza pecuaria. Bailaderos y luchaderos públicos.
Las noticias conservadas por la
tradición desde los tiempos más lejanos hasta la época histórica, o séase hasta
fines del siglo XV; siquiera aparezcan confundidas la verdad y lo fabuloso, nos
revelan que la sociedad guanchinesca sufrió hondas perturbaciones, frecuentes
guerras civiles de origen dinástico por el mejor derecho al solio de la isla,
dando ocasión a que a veces se fraccionara en varias nacionalidades y otras se
reconstituyera en un cetro único; problema que se pierde en la oscuridad del
pasado y sorprendió la conquista sin resolver, (i).
Según dijimos en el Tomo I, cap.
I, el soberano más antiguo que mencionan las tradiciones fue Archinife, con su
corte en Adeje (2); que por haber favorecido las pretensiones de casamiento del
libertino Tauco, hijo del rey de Canaria, con su sobrina la princesa Cuajara
inclinada al tagorero Ucanca, éste después de matar a su rival en singular
combate y de casarse con la forzada princesa se rebeló contra Archinife,
logrando derrocarlo y fundar la célebre dinastía de Cuajara; leyenda mítica
simbolizada al parecer en las pareadas montañas de Ucanca y Cuajara, que se
destacan en lo más elevado de la sierra central. Después figura un descendiente
de esta dinastía, el orgulloso Binicherque, que no encontrando en su reino una
mujer digna de su rango para primera esposa, solicitó la hija del soberano de
la isla de Canaria, «a donde iba a galantearla recorriendo el camino por partes
andando y por parte sobre foles» (3).
Transcurridos siglos aparece en
escena el mencey (4) Chínala, que pasó parte de la vida guerreando contra sus
tíos hasta que logró vencerlos y se hizo proclamar en Adeje rey de la isla;
pero a su fallecimiento, si bien varias provincias levantaron pendones por su
primogénito Vín-que, otras lo hicieron por su tío Armeñime, notable por sus
fuerzas y carácter fiero, quedando dividida la isla en dos reinos que no
cesaron de pelear hasta quedar muertos
ambos contendientes en una empeñada batalla. A este desenlace, Tahureo, Naga y
la bravia infanta Góymar, tíos del legítimo heredero Betzenuriga se hicieron
coronar por sus respectivos gobiernos de Teño, Anaga y Güímar; pero el
desacatado príncipe, que según fama era de cuerpo agigantado y tan valeroso que
embestía al enemigo sin contarlo, consiguió al fin dominar a sus rivales,
porque en opinión de Marín y Cubas ya en 1347 aparece como único soberano de
Tenerife con su corte en Adeje. Por este tiempo, según el mismo autor, sostenía
la isla pacíficas relaciones mercantiles con los españoles.
Cuadro N.° 1
MENCEYES MÍTICOS EN LA HISTORIA DE TENERIFE
BETZENURIGA }
Quehevi de Tt'e. (1347)
I
TINERFE EL GRANDE Quehevi de Tenerife
Sucedióle en el solio su hijo
mayor Titañe, del que también se cuenta que tuvo que disputarlo a sus tíos con
las armas en las manos; que sirvió de experiencia a su primogénito Sunta, gran
guerrero e inventor del arma de su nombre y del perfeccionamiento de la
esgrima, pues aleccionado de lo acontecido a su padre se preparó con tiempo
contra la probable deslealtad de sus tíos. Efectivamente, a la muerte de Titañe
los hermanos de éste se hicieron proclamar menceyes por los gobiernos de su
mando, prescindiendo del legítimo heredero que les merecía el concepto de un
aturdido caprichoso; pero se engañaron, porque Sunta con una rapidez
desacostumbrada cayó sobre los rebeldes derrotándolos no bien se pusieron en
contacto, produciendo tal asombro la nueva táctica, que todos se apresuraron a
reconocerle en Adeje como único soberano de Tenerife. Educóse en su escuela su
hijo primogénito Tinerfe el Grande, insigne capitán y consumado político, lo que
no fue óbice para que sus tíos intentaran usurparle la corona cuando vacó.
Cuéntase que reformó la táctica de su padre y fue el fundador de la estrategia,
alcanzando Tenerife una gran prosperidad bajo su prolongado reinado, (5).
Cuanto a lo acontecido en sus
postrimerías o muerte está rodeado de penumbras. Es evidente que en el curso de
su avanzada edad desaparecieron sus hermanos si los tuvo, porque ni uno solo
figura al frente de las provincias; que eran diez y ocupaban el área total de
la isla, regidas por nueve hijos y un nieto.
Fray Alonso de Espinosa
ocupándose del asunto, dice:
«Muchos años estuvo esta isla y
gente della subjeta a un solo rey, que era el de Adeje, cuyo nombre se perdió
en la memoria, y como llegase a la vejez a quien todo se atreve cada cual de
sus hijos, que eran nueve ', se levantó con su pedazo de tierra haciendo
término y reino por sí.
El mayor de los cuales como lo
era en edad lo fue en discreción, fuerza y ánimo, llamado Betzenuhya o Quebehí
por excelencia. Este tiranizó y señoreó el reino de Taoro... tras de él y a
imitación suya los demás infantes tomaron y se levantaron con sus pedazos
llamándose mencey, que es rey».
Viana niega la sublevación de los
hijos contra el padre, al expresar que muerto Tinerfe el Grande queriendo todos
reinar cada uno se levantó con su término, por cuya causa tuvieron siempre
guerras y disensiones; y en el mismo sentido se produce Abreu Galindo:
«En esta isla de Tenerife,
escribe, hubo un señor que la mandaba y a quien obedecían que se llamaba Betzenuriya,
pocos años antes que se redujera a nuestra santa fe; el cual tenía nueve hijos,
y muerto el padre, cada uno se alzó con la parte que pudo y entre sí se
conformaron y la repartieron; y de un reino que era se dividió en nueve.
El mayor de todos estos hermanos
se llamaba Imobac, cuyo señorío y reino se decía Taoro».
Por lo que vemos ni están de
acuerdo los autores, ni es verosímil lo que relata fray Alonso de Espinosa
respecto a la sublevación de los hijos. Aparte de que le contradicen Viana y
fray Abreu Galindo, cuando se considera que entre los guanches el desacato de
los hijos era un sacrilegio bastante a enajenar la voluntad de los pueblos y
que no es racional de que en víspera de ocupar el trono de la isla se subleve
el príncipe heredero para reinar en la sola provincia que gobernaba, aún sin
contar los riesgos personales y el precedente que sentaba para con sus hermanos
dados los antecedentes históricos, la rebeldía no tiene natural explicación por
falta de finalidad. Es evidente que las cosas no ocurrieron como dice fray
Alonso de Espinosa. Existe una tradición que la creemos más lógica y en armonía
con lo que venía sucediendo de siglos atrás.
Según dicha tradición, a la
muerte de Tinerfe el Grande (6) hallábanse al frente de las diez provincias en
que estaba dividida la isla nueve hijos y un nieto, que enumerados por edades
de mayor o menor eran los siguientes: Acaymo, del gobierno de Güímar;
Atguaxoña, de Abona; Atbitocazpe, de Adeje; Cocanáimo, de Daute; Chincanáyro,
de Icod; Rumen, de Tacoronte; Tegueste, de Tegueste; Beneharo, de Anaga;
Aguahuco, de Aguahuco o «Punta del Hidalgo»; y Betzenuhya, nieto de Tinerfe el
Grande, por fallecimiento de su padre Imobac heredero de la corona.
Por manera que lo acontecido fue
que a la muerte de Tinerfe el Grande todos los gobernadores, a excepción de
dos, se hicieron proclamar menceyes por las respectivas provincias que regían,
no reconociendo los derechos al solio de su sobrino Betzenuhya; trayendo esta
conjura con el fraccionamiento de la isla en ocho estados sus naturales
derivaciones: la repentina pérdida de la hegemonía de la corte de Adeje, la superioridad moral y legal que a
partir de esa fecha reconocían tácitamente todos los soberanos en los menceyes
de Taoro y las guerras de éstos en reivindicación del trono de Tenerife. Los
dos gobernadores que no entraron en la conspiración fueron Tegueste y Aguahuco;
actos de lealtad que, hay motivos para presumir premió Betzenuhya, y respetaron
sus descendientes, vinculando el cargo vitalicio de achimencey en la familia de
sus dos tíos.
El desconocimiento de las
instituciones del pueblo guanche y la circunstancia de ser el cargo
hereditario, es lo que indujo a error a Fernando de Párraga en 1464, haciendo
figurar en el acta de posesión de Tenerife entre los verdaderos soberanos a un
rey de Tegueste (7); error acogido por los cronistas a excepción de Viana, que
refiriéndose al asunto dice:
«... v aunque algunos afirman que
fue Reino se engañan, y es error, que solamente fue señorío, y nunca jamás tuvo
cetro de hueso antiguo, ni Tagoro, ni fue por Rey con calavera electo».
Por esto vemos a los menceyes de
Taoro ejercer actos de soberanía en los indicados territorios de Aguahuco y
Tegueste. La generalidad de los autores relatan cómo Bencomo depuso al
achimencey de Aguahuco por ladrón, al valeroso Sebensui, que se consideró muy
bien librado con la pérdida del cargo; y ya referimos en el Tomo I, que hecho
prisionero el capitán Gonzalo del Castillo en la batalla de Las Peñuelas,
Tegueste lo remitió al rey Benytomo para que dispusiera lo que estimara más
conveniente. Fray Abreu Galindo, aunque equivocando los nombres de los
soberanos y el límite occidental del reino, escribe aludiendo a los hijos de
Tinerfe el Grande:
«El mayor de todos estos hermanos
se llamaba Imobac (8), cuyo señorío y reino se decía Taoro, tomaba desde La Cuesta , que desciende de la
ciudad de La Laguna
a Santa Cruz que se dice Arguijón, que es decir «mira navios», porque de esta
Cuesta se parece el puerto de Santa Cruz y los navios, porque Guijón en su
lenguaje quiere decir «navio».»
De manera que Abreu Galindo da al
reino de Taoro por el Este casi el mismo límite que por dicho punto tenía el
gobierno de Tegueste: que venía a ser un reino feudatario o una especie de
señorío como afirma Viana, sometido a la autoridad suprema de los reyes de
Taoro. Aunque se ignora la época y el motivo porqué fue creado, algo semejante
ocurría en el reino de Daute con la provincia de Teño, que gobernaba Guantacara
en tiempos de la invasión española; lo que dio ocasión a que Viana, lo mismo
que Marín y Cubas, sufrieran el error de considerarlo como uno de tantos
estados.
* * *
Como nos ocuparemos por separado
de los ocho reinos (9) en que se dividió la isla, a la muerte de Tinerfe el
Grande, así como de las instituciones y organismos administrativos, nos
limitamos por ahora a dar una idea de las divisiones políticas de los reinos en
general.
Los reinos o menceyatos
dividíanse en achimenceyatos o provincias, éstas en tagoros o concejos y los
tagoros en auchones o heredades.
El número de los achimenceyatos
estaban en consonancia con el de los infantes y su importancia con la capacidad
del reino. Así la isla que a la muerte de Tinerfe el Grande se hallaba dividida
en diez provincias, cuando éstas se constituyeron en nacionalidades
independientes se subdividieron a su vez; dependiendo su magnitud de los
tagoros que comprendían y variando por lo tanto en extensión territorial. Si
bien carecemos de datos fijos para un cálculo exacto, por los antecedentes
conocidos ascendía a 35 ó 40 la totalidad de las provincias en los ocho reinos
de la época histórica.
Las mismas dificultades se tocan
respecto al área territorial de los tagoros. Sábese que unos eran mayores que
otros, aunque todos pequeños; y en la imposibilidad de dar sus límites
geográficos, aceptamos para cada tagoro un promedio de 14 a 15 kilómetros
cuadrados, partiendo de los 2.041 kilómetros que tiene la isla y de los 140
tagoros en que apreciamos la suma de los comprendidos en los diferentes reinos.
Sin pretender una puntualidad matemática, esta cifra no es caprichosa en el
sentido de hallarse desprovista de fundamento, siquiera indirecto. Trazando una
línea imaginaria a lo largo de la sierra central de la isla y admitiendo que
ambas vertientes contaran con igual cantidad de concejos, pues aunque la del
Norte es de área menor es mayor su coeficiente de producción, si se toman por
unidades de comparación las regiones mejor conocidas aparece justificado el
cálculo de 140 tagoros. De estos, como
se verá en las notas del capítulo inmediato, hemos reconstituido 91 mediante
seguros testimonios, ya señalando los instrumentos públicos que los cita o
determinando las localidades que aún llevan sus nombres genéricos y
específicos, como irrecusable demostración de su antigua existencia;
prescindiendo de otros que si bien lo fía la tradición carecen de comprobante.
Cuanto a los auchones en que se
dividían los tagoros, eran especies de heredades, fincas o cortijos de 3 a 4
kilómetros cuadrados como promedio; y aunque tampoco es posible conocer con
exactitud su número, considerando que cada heredad tenía una sola familia civil
cuyo jefe patriarcal era concejero de su respectivo tagoro y que estos concejos
los formaban de ordinario tres, cuatro o cinco miembros, si tomamos el término
medio de cuatro nos dará en cifras redondas unos 600 auchones en la isla;
cifra, por otra parte, corroborada por otros antecedentes.
Esta especie de división agraria
fue la causa de que no ofreciera Tenerife ni la más pequeña urbe o caserío,
apareciendo las familias no ya diseminadas sino que pudiera decirse
equidistantes, por encontrarse separadas por el área territorial de cada
auchon. Hablando fray Alonso de Espinosa del asunto, dice:
«El Rey, cuya era la tierra, daba
y repartía a cada cual según su calidad o servicios; y en este término que a
cada cual señalaba hacía el tal su habitación, porque congregación de pueblo no
lo tenían»
Y Marín y Cubas es bastante
gráfico al observar que:
«...viven apartados, unos de
otros sin forma de pueblo o comunidado; si bien se equivoca al añadir que:
«...en tierras o cortijos propios».
Efectivamente, todas las
apariencias eran de que cada familia vivía en su respectiva finca, pero ya
veremos las granjeaban en aparcería con el Estado bajo un régimen colectivista.
Tan extraño sistema de poblados,
desparramados de mar a cumbre y desde la punta de Teño a la de Naga2, no puede
atribuirse a la errónea creencia de que siendo los guanches trogloditas tenían
que utilizar las grutas donde la naturaleza se las ofrecía, porque aparte de
que el 80 ó 90% de las cavernas las destinaban a depósitos, apriscos y sobre
todo a cementerios, como veremos en otro lugar, el fenómeno se daba sin
excepción en aquellos reinos en que las grutas escaseaban.
Es de toda evidencia que semejante
sistema obedecía a causas más hondas, a motivos económicos, sociales y
políticos. Cuando se considera que habitaban un país de lluvias escasas o
irregulares y que sin esperanzas de extraños auxilios se veían obligados a
crear depósitos de previsión; a que siendo el pastoreo su principal fuente de
riqueza y hallándose divididos sus habitantes en una clase aristocrática que no
trabajaba y en otra de siervos forzada a producir para los privilegiados,
exigía una constante vigilancia de los primeros sobre los segundos; a que
arrojando el censo de los esclavizados una cifra aproximadamente igual al de
los señores y siendo natural su deseo de mejorar de condiciones obligaban a los
últimos a mantenerlos en prudente aislamiento; y si por otra parte se tienen
presente las teorías de Malthus y otros economistas, respecto de los medios de
subsistencia en relación con el desarrollo de población (10), así como los
obstáculos que restablece el equilibrio entre ambos crecimientos, hay que
reconocer que dada la fuerza prolífica de la raza, su organización
político-social y los elementos de vida de que disponían, ningún otro sistema
de poblar un país era tan ventajoso para la conservación del status quo y para
alcanzar la mayor potencia productiva.
Cuanto al promedio de habitantes
de cada auchon y por lo tanto a la densidad de población de la isla, como no
existen datos fijos de que partir, sería enojoso puntualizar los particulares
relacionados con la estadística que hemos tenido presente, como el temple
orgánico de la raza, su facultad progenitura, las enfermedades comunes y causas
de mortalidad, la moral pública y privada, costumbres, recursos alimenticios,
riqueza pecuaria y rendimiento de la isla en todo orden de productos, las
fuerzas opuestas por los Estados de la
Liga a los españoles, el contingente del mal llamado tagoro
de Iñarga en la guerra de Aña-terve y Bencomo, así como otros indicios, para
llegar al resultado en un cálculo de probabilidades, que los auchones constaban
por término medio de 45 individuos, por mitad nobles y siervos, y por
consiguiente la isla una densidad de población de 27.000 habitantes entre ambas
clases sociales (11); o lo que es lo mismo, atendiendo a su división agraria
que el censo de Tenerife lo constituían 600 familias civiles nobles, que embebían
en sus senos un número aproximadamente igual de siervos y señores.
También por una serie de tanteos,
fundados en las consideraciones apuntadas y en las fuerzas probables puestas en
pie de guerra por la Liga para poder destruir al
ejército español en Acentejo, y después de las bajas naturales sostener durante
horas las batallas campales de La
Laguna y Victoria, así como en el número de los presentados
en Los Realejos para celebrar la paz, valoramos en los días de la invasión la
capacidad militar de la isla en 12.000 hombres, partiendo de la base, en que
prestando los guanches servicio militar toda su vida, desde que podían manejar
las armas hasta que fueran capaces de sostenerlas, facilitaba cada auchon un
promedio de 19 hombres útiles que se organizaban en labores o batallones.
Respecto a la riqueza pecuaria
refiriéndose fray Alonso de Espinosa al concepto que mereció Tenerife a los
conquistadores, dice:
«Apaciguada la isla de Canaria,
desde la cual venían a ésta de Tenerife y hacían entradas como queda dicho,
habiendo visto la fertilidad de la tierra y la mucha gente que la habitaba y la
multitud de ganado menor que en ella había, porque cuando los españoles
entraron en ella pasaban de doscientas mil cabezas de ganado...».
No creemos se le haya escurrido
la pluma al fraile dominico, a pesar de que dada la extensión superficial de la
isla pesaría sobre cada kilómetro cuadrado como 13 personas y un centenar de
reses menores. Aparte de que no existían las regiones y montes calvos de
nuestros tiempos, de que la tierra era más humedad y el yerbaje más abundante y
lozano, muchas de las especies forestales ofrecían al ganado un precioso y casi
inagotable recurso. Entre otras, aún se habla de los retamales de Las Cañadas,
cumbres y altos de la isla. No es dudoso de que el ganado, especialmente el
cabrío, constituyó la principal fuente de alimentación de los guanches; y que
de un mal tipo, como demostraremos, consiguieron por selección una raza de
cabras sobrias, resistentes, fecundas y lecheras. De la cifra dada por fray
Alonso de Espinosa, fundado en varias consideraciones y dentro de un cálculo de
probabilidades (12), porque no cabe hacer otro en estadísticas guanchinescas,
estimamos que unas 14 ó 15.000 cabezas pertenecían a la especie lanar, 5.000 ó
6.000 a la porcuna y el resto a la cabría, no hallándose propagadas por igual
las dos primeras en los diferentes reinos. La cuna, por ejemplo, abundaba más
por las regiones de La Laguna ,
Ta-coronte, altos de Icod, Guancha y particularmente por Daute, donde son
legendarias sus numerosas piaras y famosos «los corrales de los puercos» hacia
las partes de Taco.
Como remate de este capítulo
diremos que cada tagoro contaba con su plaza para bailar y su terrero para los
deportes, de los que llevan el nombre aún varios lugares en que estuvieron
emplazados, como pronto los señalaremos.
«Los Bailaderos», también
destinados a otros recreos, consistían en una especie de plazuela o llano más o
menos grandes, llamados entre los guanches guaras, guarache o guairas, de suelo
terrizo, muy bien apisonados y limpios, que adornaban ciertos días de ramaje,
arcos y flores silvestres. También en ciertas noches de luna se reunían para
bailar, bajo la iluminación de grandes hachos de leñablanca, de tea de pino,
etc. No hemos podido averiguar si existían bailaderos para nobles y otros para
los siervos o villanos, o si concurrían ambas clases a las mismas plazas
formando ranchos separados3.
Los terreros o luchaderos servían
para los ejercicios de la lucha, de la esgrima, tiro del bañóte etc., en las
asambleas del distrito. Se reducía a un llano terrizo, limpio de piedras y de
superficie igual.
NOTAS
1 Tinerfe el Grande tenía diez hijos al frente
de otras tantas provincias, pero la mayoría de los autores prescinden de
Aguahuco o el «Hidalgo Pobre» por su escasa importancia y por ser hijo de una
guáchara o segunda esposa, que reputan equivocadamente como bastardo.
2
Ya dijimos en el Tomo I que este sistema de poblados fue una verdadera
dificultad para la conquista y la pacificación de la isla muchos años después,
y que Alonso de Lugo fracasó en su intento de que parte de los guanches
vivieran concentrados en las poblaciones.
3
La palabra guara, guarachos que era el nombre genérico que daban a estas
plazas de recreo principalmente destinadas a bailadero, dio a su vez nombre a
uno de los bailes más populares entre los guanches como fue la guaracha,
canario o saltonas, conocido después por todo el mundo con éstas y otras
diversas denominaciones.
(1) En
este párrafo inicial, Bethencourt Alfonso manifiesta el hecho cierto de que las
tradiciones no delimitan exactamente los hechos históricos, dando paso así a
posibles interpretaciones míticas o legendarias. Los análisis historiográficos
sobre la prehistoria de Canarias, difundidos en las últimas décadas, han hecho
especial incidencia en tales limitaciones, así como el riesgo de interpretación
que conlleva el aplicar indiscriminadamente las fuentes orales, cuyos datos nos
remiten a la tradición popular.
Por otra parte, nuestro autor
asume con claridad la evolución social, económica, cultural etc. que
experimentaron las comunidades guanches de las islas; sin embargo, esta
reflexión no aparece nítidamente señalada en capítulos posteriores.
(2) Dado que Bethencourt Alfonso, en el tomo I.°,
desarrolló su especial teoría acerca del poblamiento de las Canarias y no
plantea este tema en el capítulo I del Tomo IIo, consideramos de interés hacer
algunos comentarios acerca de los datos más actualizados que interpretan dicho
poblamiento, fenómeno que ocurrió para muchos autores en torno al 500 a.C.:
«La etapa prehistórica del
Archipiélago Canario corresponde al período de tiempo transcurrido desde el
asentamiento de los primeros pobladores hasta el momento de la incorporación de
las islas al mundo europeo, poseedor de una cultura y civilización superiores
de carácter histórico, proceso éste que tiene lugar durante el siglo XV de
nuestra Era mediante una acción de conquista. Durante este tiempo se
desarrollan en las islas diversas culturas que, aún teniendo escritura, la
parquedad y el propio carácter de los textos conocidos impiden que puedan
convertirse en documento informativo conducente al conocimiento de las mismas,
circunstancia que supone su catalogación de prehistóricas. Se trata, por otro
lado, de manifestaciones culturales desarrolladas por gentes procedentes del
vecino continente africano y que, en su proceso de asentamiento y posterior
desarrollo, permanecerán con un carácter residual y marginal frente a la
evolución histórica de los circuitos más cercanos del Norte de África,
Mediterráneo y Europa «. (Vid., M." del Carmen del Arco Aguilar y Juan F.
Navarro Mederos «Los Aborígenes», La
Laguna : Centro de La Cultura Popular
Canaria, 1988 (2.a ed.); pág. 9). (El subrayado es nuestro).
Estos mismos autores coinciden en
afirmar que las comunidades aborígenes de Canarias experimentaron, una vez
llegadas a las islas, una evolución cultural propia y aislada de las del resto
insular:
«Estas comunidades prehistóricas
ocupan, en el momento de producirse la conquista, las siete islas del
Archipiélago, manteniéndose aisladas entre sí, hasta el punto de que en cada
una de ellas se hablan dialectos que impiden la comprensión mutua... de tal
manera (basándose en los materiales arqueológicos) que podemos afirmar, sin
ninguna duda, que estamos ante culturas eminentemente insulares que funcionan
como tales, es decir aisladamente», (Ibídem).
Por todo lo cual la única
explicación que podemos encontrar para las palabras de Bethencourt Alfonso, es
la de una lectura simbólica vinculada a los «mitos de origen». Sólo así
podríamos entender tales alusiones a contactos entre personajes (legendarios)
de distintas islas, presumiblemente ocurridos en otros tiempos (míticos).
(3) Llegados a este punto nos enfrentamos con un tema
largamente debatido entre los investigadores de la prehistoria de Canarias.
¿Cuál fue el medio utilizado por estas comunidades prehistóricas para alcanzar
la geografía insular, procedentes del ciño continente africano?. ¿Dominaban
técnicas rudimentarias de navegación que les hubieran permitido realizar una
navegación costera, así como aprovechar las corrientes marinas y el viento para
llegar hasta alguna de las islas vecinas?. Para explicar la presencia de la
población guanche en las islas se han barajado diversas teorías, incluso desde
los primeros tiempos de la conquista, como la del olvido de esta técnica una
vez asentados en las Canarias, la del transporte obligado por parte de pueblos
mediterráneos; el profesor Alcina Franch, basándose en la coincidencia de un
amplio conjunto de elementos culturales, ha planteado a lo largo de los últimos
veinte años la llamada hipótesis «trasatlantista» que considera al Archipiélago
Canario como una cabeza de puente de la navegación y los contactos culturales
habidos, a lo largo de la
Prehistoria , entre los pueblos que procedentes del
Mediterráneo y Norte de África vadearon el Atlántico, desde las Canarias,
poniendo rumbo a América.
Sobre el primer argumento
reflexionaba así D. Luís Diego Cuscoy:
«Se ha hablado de olvido de
técnicas de navegación, pero desde el punto de vista etnológico eso no deja de
ser un contrasentido. El olvido colectivo no se produce nunca, menos en grupos
humanos fuertemente conservadores. De haber sido navegantes, hubiesen quedado
algunos vestigios para demostrarlo. La cultura de que eran portadores los
grupos inmigrantes, es la más alejada de todo grupo marinero. El mar fue,
indiscutiblemente el camino. Pero no tiene que ser forzosamente marinero el que
quiere viajar por mar...Pueblos de tradición nómada, de conducta trashumante,
de economía pastoril y de organización generalmente patriarcal, poco o nada
tienen que ver con el mar. El que llegaran a la isla a través del mar no
demuestra que fuesen navegantes...... (Vid., Luis Diego Cuscoy «Los Guanches.
Vida y Cultura del Primitivo
Habitante de Tenerife», Santa
Cruz de Tenerife: Museo Arqueológico de Tenerife, 1968; pp. 71-72).
Autores como J. Álvarez Delgado,
A. Pallares Padilla y S. Jorge Godoy, han defendido la idea de que estas
poblaciones guanches fueron traídas al Archipiélago por parte de pueblos
mediterráneos (cartagineses o romanos) fundamentalmente a partir del siglo i a.
C., y que permanecieron aquí olvidadas para los europeos y africanos hasta el
xiii. (Vid. Antonio Tejera Gaspar, «Tenerife y los guanches». La Laguna : Centro de la Cultura Popular
Canaria, 1992; pp. 20-21.
Por su parte Bethencourt Alfonso
quiere reconocer en los datos obtenidos de la tradición, directamente de
pescadores del Sur de la isla de Tenerife, los restos de una rudimentaria
navegación que hubiera permitido a los guanches desplazarse a través de
trayectos cortos y costeros, o aprovechando determinadas condiciones del tiempo
atmosférico y las comentes marinas, lanzarse a recorridos interinsulares. Los
medios básicos para esta navegación habrían sido las balsas de foles y las
construidas con tabai-bas, embarcaciones muy primitivas a las que al parecer le
añadían rústicas velas de cuero o de fibras vegetales.
La bibliografía a la que podemos
acudir para el estudio de la navegación a lo largo de la prehistoria de las
Canarias es la siguiente:
—ALCINA FRANCH, José «Origen
transatlántico de la cultura indígena de América» en Revista Esp. de
Antropología Americana. Madrid, 1969 (n.° 4), pp. 9-64.
—«Nuevas aportaciones al estudio
de las relaciones de Canarias y América en la Prehistoria » en //
Coloquio de Historia Canario-Americana (1977). Las Palmas de Gran Canaria:
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1979,Tomo n, pp.
—ÁLVAREZ DELGADO, Juan «La
navegación entre los canarios prehispáni-cos», en Archivo Español de
Arqueología. Madrid, 1950, xxm, pp. 164-174.
—«Leyenda erudita sobre la
población de Canarias con africanos de lenguas cortadas» en Anuario de Estudios
Atlánticos. Madrid- Las Palmas de Gran Canaria, 1977, (n.° 23), pp. 51-81.
—HERNÁNDEZ PÉREZ, Mauro
«Relaciones Transatlánticas» en Canarias y América. Madrid:
Espasa-Calpe/Argantonio, 1988, pp. 43-48.
—JORGE GODOY, S. «Navegaciones
por la costa Atlántica africana y por las Islas Canarias en la Antigüedad ». Memoria de
Licenciatura (Inédita). Universidad de La Laguna , Islas Canarias, 1991.
—NAVARRO MEDEROS, Juan F. «El
poblamiento humano de Canarias» en Canarias. Origen y poblamiento. Madrid,
1983, pp. 85-96.
—PALLARES PADILLA, A. «Nueva
teoría sobre el poblamiento de las Islas Canarias» enAlmogaren. Viena, 1976,
vil, pp. 15-26.
—PERICOT GARCÍA, L. y ALCINA
FRANCHJ. (Editores).
«6 Simposio Internacional sobre
posibles relaciones transatlánticas precolombinas» en Anuario de Estudios
Atlánticos. Madrid-Las Palmas de Gran Canaria, 1971, (n.° 17).
—SERRA RÁFOLS, Elias «La
navegación primitiva en los mares de Canarias», en Revista de Historia Canaria.
La Laguna ,
1957, T." xxm, (nos. 119-120), pp. 83-91.
—«Sobre los medios primitivos de
navegación en el Atlántico» en Crónica del V Congreso Arqueológico Nacional. Zaragoza, 1959, pp. 87-90.
—SOUVILLE, G. «Remarques sur le probleme de relations entre l'Afrique du
Nord et les Cañarles au Néolithique» en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las
Palmas de Gran Canaria, 1969, (n.° 15), pp. 367-383.
(4) «Porque la voz guanche mencey, derivada a
través de menchey, como en español mancha y mancilla, del líbico de las
Inscripciones de Thugga y Leptis Magna (Templo de Augusto), bien documentado
como probé en mis Inscripciones Líbicas (números 250, 251), mínkedy y MINK.D,
luego menchey y ménzey, con dislocación acentual en Canarias por voces como
leyes, reyes, bueyes; mencey y achimencey.
Pero los romanistas saben bien
que si para pasar del latín de San Isidoro de Sevilla al español de Nebrija en
el caso citado de mancha y mancilla se tardaron siete siglos, más serían
necesarios en una isla como Tenerife para pasar de mínkedy a menchey y ménzey.
Y Tenerife es la única de las siete islas Canarias que conserva este título
para designar a un rey». Juan Álvarez Delgado. «La división de Tenerife en
reinos» en Anuario de Estudios Atlánticos. Las Palmas de Gran Canaria. Madrid:
Casa de Colón/C.S.I.C., 1981 (n.° 31), pág. 65.
(5) Para clasificar las referencias legendarias y
míticas que se hacen por parte del autor, acerca de los primeros reyes o
señores territoriales de determinadas zonas de la isla de Tenerife hemos
incorporado el Cuadro n.° 1. Recordemos que nos estamos moviendo en un terreno
especialmente resbaladizo para la
Historia , al confundirse los datos comprobados en los
testimonios documentales escritos, con aquellos que proceden de la tradición
oral. Si el identificar los reinos y menceyes existentes en el momento de la
conquista ya es bastante problemático, dadas las diferentes hipótesis de
cronistas e investigadores posteriores; ¡cuánto más! si nos retrotraemos en el
tiempo hasta los momentos de llegada de las primeras comunidades guanches a la
isla de Tenerife. Sobre este tema nos dicen Serra Ráfols y de La Rosa Olivera :
«Si en la división territorial y
política en nueve reinos había casi total unanimidad desde las primeras
relaciones sobre Tenerife, no así cuanto a los nombres de los reyes que
gobernaban estos reinos en cada momento. Ni Ca da Mosto, ni Azurara, ni Diogo Gomes
aventuraban nombre alguno; el acta notarial de Párraga, además de dar la más
antigua relación de los nombres de los reinos, nombraba dos reyes: Imo-bach de
Taoro y el Rey de las Lanzadas, de Güímar. Pero luego, si los cronistas serios,
Espinosa y Abreu Calinda, daban cuatro nombres de reyes y confesaban llanamente
que ignoraban los demás, un poeta como Viana es natural que no se detuviese
ante este tropiezo y crease una nómina completa aprovechando en parte los datos
históricos de Espinosa e inventando el resto.
Lo más curioso es que no sólo un
cronista sin crítica como Núñez de La
Peña , sino un erudito como Viera y Clavija, siguieran el
ejemplo de Viana. Ni siquiera se limitaron a copiarle, variaron a su antojo
nombres y reinos. Viera echa mano de todos estos materiales de fantasía
acumulados hasta su tiempo y con ellos compone una genealogía a gusto, de los
príncipes de cada reino, arrancando de Tinerfe el Grande, también invención
poética de Viana...». (Elias Serra Ráfols y Leopoldo de La Rosa Olivera.
Documentos. Los «reinos de Tenerife» en Tagoro. La Laguna de Tenerife:
CSIC-Instituto de Estudios Canarios, 1944; pág. 127).
A pesar de reconocer el gusto
«interesado» de gran parte de los cronistas e historiadores clásicos de
Canarias que les llevó a recrear linajes de príncipes guanches e hidalgos
colonos, nos resistimos a creer que los nombres y biografías de la mayoría de
los antiguos reyes, o jefes de los bandos de Tenerife hayan desaparecido sin
dejar rastro fidedigno, ni siquiera en la tradición popular; máxime cuando
sabemos que después de la conquista de la isla, siguió viviendo en ella un
considerable contingente de población guanche que conservó y trasmitió
oralmente uno de sus más preciados legados como era «la historia de sus
menceyes». Por otra parte, este sistema de trasmisión «controlada»de sus
tradiciones no era un elemento cultural específico del mundo guanche, sino
compartido con otras culturas y comunidades que habían alcanzado, en otras
tierras, un similar estado de desarrollo económico, político, social y
cultural.
En cualquier caso no es esto lo
que opinaba D. Leopoldo de la
Rosa cuando decía:
«Notemos que muy pronto se
perdieron no ya los apellidos indígenas, de los que sólo subsisten los de
Baute, Bencomo y Tacáronte, sino también la tradición de proceder de los
antiguos reyes de la isla, si se exceptúa a los que descendían de don Diego de
Adexe, muchos de los cuales adoptaron el patronímico Díaz, y la insegura y
conscientemente falseada en cuanto a su remoto progenitor, de los García del
Castillo.
De lo que sabemos de los
encuentros entre castellanos y guanches no hay noticia de la muerte, de entre
los reyes indígenas y sus familias, sino de Benitomo y de su hermano, así como
del suicidio de Bentor. No es de extrañar que nada se supiera de los restantes
menceyes de los bandos de guerra, que serían esclavizados, pero sigue siendo
una incógnita lo que fuera de los de los bandos de Güímar y Abona, que eran de
paces...
Seguimos ignorando —repetimos— lo
que fuera de los reyes de Daute, Icod, Tacáronte y Tegueste, salvo lo que hace
años dijimos. Como jefes de bandos de guerra, si no sucumbieron en el campo de
batalla, de lo que nada dicen los documentos, ni los primeros cronistas, fueron
esclavizados por don Alonso de Lugo; aún cuando conozcamos alguna noticia de
los familiares de estos dos últimos». (Leopoldo de La Rosa Olivera «La familia del rey Bentor», en
Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las Palmas: C.S.I.C. Casa de Colón,
1977, (n.° 23); pp. 422-423).
(6) «Viera y Clavijo... habla de largas lisias de
reyes de Tenerife que la gobernaron como reyes únicos durante largos siglos',
ni uno sólo de sus nombres conocen Espinosa, Torriani y Viera hasta que Viana
inventó caprichosamente el de Tinerfe o Gran Tinerfe, que aceptaron Viera y sus
continuadores.
La primera sorpresa es la de
Espinosa..., que dice «su nombre se perdió en la memoria», ya que el propio
Espinosa, en su Tradición Icodense..., conserva el nombre de Xerax, forma de
anexión de Axerax, como nombre del padre del primer rey de Icode, instalado
según mi cronología en 1447...
Establezco como hipótesis de
trabajo que Axerax, rey único de Adeje, el último, pudo nacer en 1400, data con
frecuencia aludida por Espinosa de sucesos importantes, si bien es posible que
naciese hasta cinco años antes, en 1395, ya que la sucesión en el trono de
Adeje por Axerax, respecto de su predecesor, no depende del nacimiento de
Axerax, sino de la muerte de su antecesor». (Juan Álvarez Delgado. «La división
de Tenerife en reinos». Ob. cit., pág. 64).
(7) Sobre la verosimilitud histórica del acta del
notario Fernando de Párraga, en 1464, nos dicen los autores citados en la nota
anterior:
«Nuestra adhesión a la tesis de
Bonnet es absoluta cuanto a su fondo principal: la destrucción de la genealogía
de Viera. Ahora bien, en un aspecto tenemos que apañarnos de ella: cualquiera
que sea el propósito político que movió a la redacción del acta notarial de
Párraga en 1464, y aunque el fondo de la misma, la sumisión de los menceyes a
Diego García de Herrera, sea no ya aparente sino falsa del todo, el redactor
del documento conocía mucho de la isla y todo su interés estaba en mostrar ese
conocimiento real para dar autoridad y hacer más creíble la supuesta sumisión.
Ningún interés podía tener en inventar reinos y reyes imaginarios, cuya
existencia pudiere ser desmentida por cualquier testigo de parte contraria. Así
pues su testimonio nos parece respetable, no sólo cuanto a los nombres de los
dos reyes que cita, sino cuanto a la enumeración de los principados de la
isla...». (Elias Serra Ráfoís y Leopoldo de La Rosa Olivera. Ob.
cit., pág. 128).
(8) Diferentes autores han confundido Imobac,
describiéndola como región geográfica o como el nombre de un mencey de Taoro.
Así podemos encontrarnos con las variantes: Imobad (bando o región), Imobach
(nombre de mencey, como es el caso de Abreu Galindo), también las de Imobar o
Imobad (apellido). Al respecto nos aclara D. Leopoldo de La Rosa Olivera ,
«El bando de Imobad. Este nombre,
con la ortografía Imobach, aparece en la famosa acta de posesión nominal de
Tenerife por Diego de Herrera, de 21 de junio de 1464, cuando dice se presentó
a sometérsele «el Gran Rey Imobach de Taoro». En los documentos notariales de
la primera época aparece con las formas Imobad o Imobar, como apellido de
varios guanches: Bastión de Imobar es uno de los del grupo de indígenas que dio
poder a Antón Azate, ante Sebastián Paéz, el 2 de agosto de 1512; Pedro de
Imobade, sirviéndose como lenguas de Diego Ruiz de Abona y de Pedro de Mobade,
guanches, otorga poder a Guillen Castellano, para que por él haga testamento...
Otros varios de igual nombre encontramos en los documentos; pero, además, en el
testamento que otorgó el regidor Jerónimo de Valdés, el sobrino del Adelantado,
ante Antón de Vallejo, en noviembre de 1507, nombra a «Pedro, mi esclavo, del
bando de Imobad...
Hemos comprobado en el testimonio
del acta de 1464 y en la reproducción que del original hizo Núñez de La Peña , se dice: «el Gran Rey
de Imobach de Taoro», no «el Gran Rey Imobach de Taoro», lo que demuestra que
Imobach no era el nombre del jefe de ese bando, como se ha supuesto, sino el de
la comarca o lugar en que mandaba o donde tenía su morada, si bien no parece
—queremos también rectificar el criterio antes expuesto— que Imobach y Taoro
sean distintos nombres de un mismo bando». (Leopoldo de La Rosa Olivera , «Notas
sobre los reyes de Tenerife y sus familias-» en Revista de Historia. La Laguna : Universidad de La Laguna , Julio-Diciembre de
1956, n.°s 115-116, (T.° XXII); pp. 16 y 17).
(9) «Un menceyato es, en resumen, una extensión
de tierra enclavada dentro de una comarca natural bien definida, o bien,
incluye dentro del mismo comarcas vecinas. Cuando menceyato y comarca natural
coinciden, quiere decir que en aquel territorio encuentra satisfechas, el grupo
humano que la puebla, todas sus necesidades, entre las cuales están, después
del agua, los pastos... La división de la isla de Tenerife en menceyatos (Diego
Cuscoy, plantea también la división de la isla en nueve men-ceyatos) fue, por
consiguiente, una necesidad de categoría económica, no política, con la
excepción de Taoro, en el que participaron intereses políticos además de
económicos». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pp. 97-98).
«En el anuario del Instituto de
Estudios Canarios Tagoro, publicamos en 1944, con el Dr. Serra, «Los «reinos»
de Tenerife», donde aceptábamos la tesis que había sustentado nuestro llorado
amigo B. Bonnet en «El mito de los nueve menceyes»...; pero en cambio,
rechazábamos su supuesto de inexistencia de los nueve bandos o reinos en que la Isla estaba dividida al
tiempo de su conquista por Fernández de Lugo». (Ibídem, pág. 1).
Por su parte, el argumento de
Bethencourt Alfonso está en la línea de considerar la existencia (en los
momentos previos a la conquista) de ocho menceyatos, incorporando además el de
Tegueste como reino feudatario del de Taoro, y un señorío o demarcación
territorial de relativa autonomía, como era el señorío de Aguahuco o La Punta del Hidalgo.
(10) Lo dicho aquí por Bethencourt Alfonso
coincide con lo que volvió a plantear posteriormente D. Luis Diego Cuscoy:
«La sociedad guanche, para llegar
a esas soluciones tan prácticas, revela haber poseído un sólido orden interno
que le permitiera la discusión primero y el acuerdo después, acuerdo aceptado y
respetado por todas las partes, como en general debió haber sucedido. Pero al
mismo tiempo demuestra un profundo conocimiento de la geografía, la más íntima
identificación entre el hombre y la tierra, manifiesta en tan sabia distribución
del suelo, y que ha dado origen al nacimiento de los menceyatos...». (Ibídem,
pág. 98). (El subrayado es nuestro).
Con respecto al aprovechamiento
de los diversos nichos ecológicos susceptibles de utilización por parte de las
antiguas comunidades humanas de Canarias, se nos dice:
«Desde luego, los primeros
contingentes de población que arribaron al Archipiélago con intención
colonizadora iniciarían un proceso de reconocimiento de los nuevos ecosistemas,
sustancialmente diferentes a los de sus puntos de origen, al objeto de captar
la potencialidad de sus recursos, es decir disponibilidades y límites para
lograr su efectiva explotción y, en definitiva, desarrollar una racional
ocupación del territorio. Ésta se apoyaría en una valoración de la relación potencial
disponible/re cursos necesarios, de tal
manera que las estrategias mantenidas permitieran controlar el equilibrio
ecológico, tan necesario para la subsistencia en un medio insular. En relación
a ello, hay que señalar cómo los patrones culturales originarios condicionan,
evidentemente, las actitudes a tomar, adaptándose éstas, en todo caso, a las
disponibilidades del nuevo medio, proceso, en consecuencia, también selectivo,
que conlleva la pérdida de algunos caracteres culturales del bagaje inicial de
estos grupos». (M.a del Carmen del Arco Aguilar y Juan F. Navarro Mederos; ob.
cit., pág. 17).
(11) La cuantificación de la
población guanche no puede situarse en términos absolutos, sino a través de
cifras estimadas o aproximadas. La escasez de fuentes documentales, las
diversas valoraciones hechas por los cronistas o los historiadores clásicos en
la historiografía canaria, el hecho de estar sobrevaloradas y referirse a los
momentos previos a la conquista, época en la que presumiblemente estas comunidades
humanas habían alcanzado su máximo desarrollo poblacional, son razones que nos
obligan a adentrarnos con suma prudencia en la cuantificación de los antiguos
pobladores de las Canarias, así y todo las cifras aportadas por algunos autores
son las que a continución se citan:
Para Ca da Mosto, la cifra total
de población de la isla de Tenerife estaría en torno a las 15.000 personas. Por
su parte, cuando Viera y Clavijo se acerca al tema cita que los menceyatos de
Taoro, Tacoronte, Tegueste y Anaga presentaron un contingente militar de 10.800
guerreros para hacer frente a la conquista castellana.
Ya en nuestros días, Diego
Cuscoy, hizo un balance aproximativo de la población total insular:
«La carencia de datos al respecto
justifica nuestra prudencia frente a los números. Sin embargo, no sería
exagerado calcular una población de 30.000 habitantes para Tenerife en el
momento de su conquista». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pág. 87).
Vemos pues que las cifras
ofrecidas por Bethencourt Alfonso entran dentro de lo posible y no presentan
una abultada sobrevaloración, ya que al respecto reflexiona en los siguientes
términos:
«... valoramos en los días de la
invasión la capacidad militar de la isla en 12.000 hombres, partiendo de la
base, en que prestando los guanches servicio militar toda su vida... facilitaba
cada auchon un promedio de 19 hombres útiles que se organizaban en labores o
batallones...». (Vid. pág. 71, Cap. I).
Y en cifras totales dice:
«...los auchones constaban por
término medio de 45 individuos, por mitad nobles y siervos, y por consiguiente
la isla una densidad de población de 27.000 habitantes...», (Ibídem).
Valores estimativos totales que
están de acuerdo con el estado actual de los conocimientos sobre la población
guanche:
«Estas valoraciones son
incompletas y en ningún caso definitivas, pero es que, además, se hacen para el
momento de máxima población, generalmente coincidente con ios preludios de la
conquista y con estimaciones a la alza.
Las islas de Lanzante y
Fuerteventura, donde la investigación se encuentra prácticamente en sus
comienzos, son las más difíciles de evaluar, pero podemos estimar unas cifras
para cada una que no superarían el millar de individuos. Gran Canaria era la
más densamente poblada, por ser capaz de obtener mayores rendimientos en
albergar una población superior a las 30.000 personas. Tenerife no debió
soportar una cifra muy inferior. La
Gomera subiría o bajaría ligeramente de los 2.000, El Hierro
difícilmente superaría el medio millar y La Palma por encima de 4.000». (M.a del Carmen del
Arco Aguilar y Juan F. Navarro Mederos. Ob. cit, pág. 16).
(12) Si es tremendamente
complicado el dar una cifra total de población guan-che, cuánto más el
aventurar datos sobre los contingentes ganaderos de la isla durante la época
prehistórica:
«Como en otros muchos aspectos de
la vida de los guanches, quedan muchos problemas por resolver. La investigación
futura de seguro replanteará muchos de ellos que hoy sólo pueden proponerse
como hipótesis de trabajo, o acaso quedar sólo en preguntas. Una de ellas
podría ser el papel que debieron desempeñar las tierras de las bandas del Sur,
al menos de las zonas costeras, que aunque con condiciones ecológicas poco
favorables, es cierto, pero pudieron ser territorios para que hubiera un buen
número de cabras «de suelta», en un sistema de pastoreo semejante al que
practicaron los habitantes de Fuerteventura. Son cuestiones sin resolver, pero
si tenemos en cuenta el número de cabras que había en la isla, más de
doscientas mil, según el testimonio de Espinosa, cabría pensarse en la forma de
su reparto en un territorio de 2036 km2». (Antonio Tejera Gaspar. Ob. cit.,
pág. 44).
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