Francisco
García-Talavera Casañas
Indignado por la
noticia que acabo de ver y escuchar en la televisión canaria, quiero expresar
mi más rotundo rechazo a la "burrada" ecológica y etnográfica que el
Cabildo pretende hacer en la Reserva Natural Especial de Güigüí, en Gran
Canaria.
Se trata de una de
tantas "boutades" a que nos tiene acostumbrados la institución
grancanaria en los últimos tiempos, aunque en este caso parece que, para más
INRI, han conseguido que esté amparado en un Proyecto Life de la Unión Europea.
Ahora quieren eliminar, de manera drástica y cruel, los centenares de cabras
que pastan en aquellos agrestes parajes, porque van a hacer una repoblación de
sabinas y cedros, entre otras especies vegetales, y la presencia de las cabras
sería perjudicial para la misma.
Ellos dicen que son de
"raza guanila", cuando en realidad no existe ninguna raza con esta
denominación, pues el término guanil es una palabra guanche que podría traducirse
como "la que es libre". El ganado guanil es el que nuestros pastores,
desde época inmemorial, dejaban en libertad en las dehesas comunales hasta que
llegaba la fecha de las "apañadas". No es un ganado salvaje sino,
podríamos decir, semisalvaje, y controlado, pues cada pastor conoce a sus
cabras -y a los nuevos baifos que acompañan a las madres- por las marcas
particulares que les hacen en las orejas. Aunque es posible que las de Güigüí
se hayan asilvestrado por culpa de la forzada desaparición del pastoreo en
Canarias, en aras del "progreso".
Si en la Consejería de
Medio Ambiente de la hermana isla redonda tuvieran un mínimo de sensibilidad y
conocimiento del riquísimo patrimonio natural y cultural canario, se darían
cuenta de que las cabras guanilas son un recurso en lugar de un problema, y
deberían tomar ejemplo del Cabildo de Fuerteventura, que fomenta las apañadas
como una de las expresiones más genuinas de la etnografía insular. Hace años
tuve ocasión de asistir a una de ellas en Cofete (Jandía) y quedé impresionado
al ver bajar a los sudorosos pastores por aquellas empinadas laderas dando
saltos con sus lanzas, acompañados de sonoros silbos y ajijides, reuniendo las
cabras hasta conducirlas a un recinto cerrado (gambuesa), donde se separaban
los baifos. Espectáculo inolvidable, rebosante de auténtica canariedad, el
vivido por muchísimas personas autóctonas y foráneas allí congregadas, que
celebraban con júbilo el popular acontecimiento.
Pero, señores míos,
cómo se puede mandar matar a tiros a unos animales que durante tantos siglos
fueron el sustento principal de nuestros antepasados, que ya están integrados
en el ecosistema insular, pues llevan miles de años allí, y, sin embargo, la
mayoría de las plantas endémicas han sobrevivido. No es el caso de los muflones
foráneos introducidos en las Cañadas del Teide o los arruis en la Caldera de La
Palma, que han dañado sensiblemente a la vegetación autóctona de estos sendos
Parques Nacionales.
Y es que el Cabildo
grancanario tampoco se da cuenta de que las cabras son, además, uno de los
elementos principales para la prevención de incendios forestales, al mantener a
raya la hierba que, al no ser comida y secarse, será el "combustible"
(como lo llama mi admirado y sabio amigo Wladimiro Rodríguez Brito) que prenda
con facilidad en el estío de nuestros montes.
Sepan, también, que
mucho mas daño está haciendo a la vegetación autóctona del oeste grancanario,
el "rabo de gato" (Pennisetum setaceum), introducido en la isla hace
años y que ya es prácticamente imposible de erradicar. En definitiva, corrijan,
que aún están a tiempo, este disparate y de paso ejerzan un control fitosanitario
mas riguroso en los puertos y empresas importadoras de plantas y animales
vivos, en lugar de organizar despiadadas matanzas de nuestras ancestrales
cabras guanilas. Estaremos atentos para ver quienes son los cazadores que van a
participar y si alguno viene de fuera, o es "amiguete" de alguien.
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