Las distracciones habituales en la
sociedad local durante el siglo XIX consistían, básicamente, en la reuniones
organizadas en los salones de las casas más pudientes, donde las tertulias
servían de pretexto para organizar algunos conciertos caseros, pero más
comúnmente para celebrar bailes donde la juventud especialmente, aprovechaba
para estrechar lazos y un poco evadirse de las rígidas normas que les imponía
la doble moral católica imperante en la época.
Como es de suponer, las novedades
musicales provenientes del exterior no debían de ser abundantes ni frecuentes,
por ello no era de extrañar que en los salones más elegantes de la burguesía se
bailasen temas populares más o menos adaptados a los instrumentos de música
“culta”. Por ello no es sorprendente el que las hermanas Casalón nos indiquen
que, las danzas más frecuentemente ejecutadas por las elegantes damas y
apuestos caballeros fuesen el “Santo Domingo” y El Sorondongo”, en contra
posición a las marchas y contra marchas francesas y españolas, más algún que
otro Vals.
De todos es conocido el hecho de que
muchos músicos europeos se inspiraron en temas populares para componer algunas
de sus más celebradas piezas. Uno de estos músicos fue Juan Sebastián Bach,
quien según el investigador tinerfeño Javier García Miranda, la segunda
partitura para la cuarta sonata está inspirada en la danza guanche la chacona
o Sorondongo. Según dicho investigador sometida esta pieza a un proceso digital
mediante el cual se separa el sonido de los violines del resto de los
instrumentos, queda fielmente representada la danza del Sorondongo.
Como ejemplo de la composición de música
de cámara basada en el folklore popular, tenemos la composición más celebrada
del compositor canario de origen irlandés, don Teobaldo Power, con sus “Cantos Canarios”. La chacona
o sorondongo, con el nombre de “El canario” estuvo de moda en las cortes
europeas durante el siglo XVIII, por lo que en los salones de la aristocracia y
burguesía del país se bailaba profusamente desplazando a otras danzas
cortesanas europeas, no por sensibilidad hacía una melodía de la tierra, sino
simplemente por el hecho de que estaba de moda en Europa. En nuestras islas
sigue estando -afortunadamente- en plena vigencia la chacona bajo el
nombre de Tajaraste, siendo una de las más interpretadas por los grupos
folklóricos y aún se continúa bailando habitualmente en muchos caseríos del
interior de las islas.
Creemos interesante dar un rápido repaso a
los antecedentes de la danza denominada chacona, o guaracha, cuyo nombre tiene
su etimología en el genérico de guaras, guaraches o guaira con que conoce la
tradición a los bailaderos públicos de los guanches, que después y por
efecto de la cristianización pasaron a llamarse bailaderos de las brujas, en un
intento por parte de la iglesia por denigrar y erradicar estas danzas
cívico-religiosas, esta actitud intolerante por parte de la iglesia católica
obligó a los sacerdotes Kankos a habilitar
guacharas fuera de los poblados en lugares alejado de la influencia de
los españoles, por ello, la toponimia registra hoy en día un gran número de
espacios que ostentan el topónimo de bailadero de las brujas. Estos lugares
generalmente se encuentran situados en lugares recónditos, muchos de ellos en
los claros de los bosques. Hoy en día en el bosque de Agua García, El Sauzal,
en el lugar conocido como Las Crucitas o Bailadero de Las Brujas, existe un
claro cuyo centro está ocupado por un
antiquísimo aceviño, el círculo está formado por pinos visiblemente más
antiguos que los Insignes, los cuales fueron replantados en los años cuarenta
del pasado siglo y, curiosamente, respetaron a los primitivos que conforman
dicho círculo, este hecho en si no tendría nada de particular si no fuera por
dos detalles significativos; el primero es que, al replantar los pinos
respetaron el gran círculo que forma la guaracha o bailadero; ocupando el
centro del círculo está un aceviño
en el cual hay dos cruces colocadas de manera desordenadas y que suelen estar
“boca a bajo”, en el suelo están otras dos fijadas a unos soportes y que, como
las del árbol están descuidadas durante todo el año hasta la llegada del
primero de mayo, en esta fecha alguien limpia el entorno pinta de blanco las
peanas de las cruces y el círculo de piedras que rodean al árbol, colocan debidamente las cruces y las adorna
con flores, así como el entorno. Hasta aquí todo normal si quienes se toman
tantas molestias año tras años en adornar el entorno pretendiesen rendir culto
a las cruces. El ya mencionado investigador Javier García Miranda y quien estas
líneas escribe, hemos intentado hallar una explicación a tan peculiar manera de
mantener y cuidar el bailadero de Las Crucitas o de La Brujas, iniciamos una
visita a dicho lugar un tres de mayo, si bien encontramos el entorno limpio y
adornado de flores no había quien supiera darnos una explicación razonable
sobre tal hecho, pero Javier más tenaz que yo, volvió al año siguiente y
recogió de unos ancianos la siguiente información: “...Venimos aquí porque
éste lugar trae buena suerte, desde siempre nuestros padres y abuelos lo han
hecho. Dicen que aquí quiso morir un “hombre santo” hace muchos años y dejo
encargada a su familia, que hoy viven en La Esperanza, que cuidaran de este lugar.
Antes, se dice que venían a bailar aquí las brujas, pero ahora ya no hay.
Ante la pregunta
¿Por qué se decía que era un santo? Responde la informante “lo que se dice
santo; en realidad no lo era (en el sentido del santoral católico) pero,
según le oía hablar a los viejos era una persona que hacía el bien y curaba a
las gentes”.
“Pasamos la víspera la noche aquí rezando, pero la del
propio día de la cruz no, porque entonces vienen los curanderos a hacer sus
cosas y la gente no puede estar.”.
Otro informante
Braulio de la Paz, natural de Ravelo, nos cuenta: “Donde hoy están las
crucitas, decía mi abuela que antes estaba el bailadero de las brujas.
Yo recuerdo ver,
al anochecer del día de la cruz, a los viejos bailando como locos; Antes se
enramaba la entrada de la cueva La Labrada, que decían que era una cueva
santa”.
En el último año del pasado siglo, pudimos
recoger el testimonio de Doña Concepción Suárez (1906-2001) natural de del
Puerto de La Cruz, pero que desde joven vivió en La Matanza (La Resbala) quien
a pesar de sus 94 años de edad tenía una mente lúcida y excelente memoria, nos
dijo que en sus años mozos (allá por los años 30 del siglo XX) en un barranco
de La Matanza existía un lugar llamado el convento, a este lugar acostumbraban
ir en romería cierta noche del año hombres y mujeres y, todos aportaban comida y bebida con la cual
hacían una guatativoa. (fiesta) Sobre la media noche los hombres se separaban
de las mujeres y éstos se ponían a bailar “como locos” hasta el amanecer,
creemos que con la expresión “como locos” pretendía decirnos que no bailaban
las danzas habituales, y ésta era desenfrenada, quizás en estos dos ejemplos
que hemos reseñados estamos asistiendo a la pervivencia en nuestros días de las
danzas rituales de los sacerdotes Kankos, dedicadas a la Luna y al Sol, ya que
las danzas se mantenían hasta el amanecer, quizás en un deseo de dar la
bienvenida al astro rey naciente, tal como se hacía hasta tiempos relativamente
recientes en Arafo, en que todos los días los Kankus iban en precesión
acompañados de tambores y flautas a dar la bienvenida al sol es decir iban a
buscar al sol, al Pino (Hoy el lugar está ocupado por una pequeña ermita
situada a la entrada del casco del pueblo). En cuanto el sol despuntaba se
retiraban. Así mismo iban todos los días con idéntico ceremonial desde
Chinguaro a la Montaña Grande, en la costa a buscar el sol.
No compartimos la afirmación del
musicólogo canario Lothar Siemens Hernández, de que los guanches desconocían el
huso de determinados instrumentos tales como el tambor, el bucio o caracol o
las castañuelas. (chácaras, algunas construidas con conchas de lapas que se
siguen usando en nuestros días) Es
muy poco probable que una cultura esencialmente pastoril desconociera las
técnicas de elaboración del tambor o de la pandereta, instrumentos que los
guanches elaboraban con pieles de cabra u ovejas y con troncos del árbol drago
para las cajas.
La Tamusni, y la etnografía nos
muestra la pervivencia de determinados instrumentos musicales de indudable
asignación guanche. Concretamente en la isla de Tenerife, podemos apuntar los
siguientes: Busios, o caracolas marinas usadas en diversas localidades
desde tiempos inmemoriales, la tamusni no dice que, los archimenceyes de
Moreque, y de Añico (hoy Roque del Conde), lugares que se hallan distantes
varios kilómetros, se comunicaban por medio de busios.
La Caña o
huesera que sirve para acompañar al tambor dando un ritmo acompasado.
Carrascal, consistente en un palito de
brezo, de haya o de otro palo duro con muecas hechas en un filo, y una tablita
provista también de filo, se rascaba al compás del tajaraste, las castañuelas
hechas de cáscaras de lapas o de pequeñas lajas planas, eran muy usadas en
Granadilla, donde también era frecuente el uso de las flautas de caña y los
panderos hechos con piel de cabra y madera de drago, en Güímar se hacían unas
flautas de malguradas, las que de ordinario no emplean más de cuatro
tonos y dos semitono en dos octavas.
La
lanza puesta al hombro y haciéndola sonar con un palito duro, era otro rústico
instrumento musical guanche, que aún hoy emplean algunos pastores, las de
sabina producen el mejor sonido. Las Panderetas se solían hacer con fondo de
piel de cabra, poniéndole lapas como sonajeras, a los panderos hechos con
iguales materiales se solía añadir chácaras además de las sonajillas. La
Sinadera o Zumbadera, estaba muy extendido su uso en Guía de Isora, consistía
en una tablilla delgada (de madera o hueso) de unos 20 a 30 centímetros de
largo, en uno de sus extremos se le perforaba un agujero por donde se hacia
pasar una correa de cuero de unos ochenta centímetros de largo, con la que se
le hacía girar o zumbar en el aire. En Daute existía una variante del tambor, consistía
en introducir entre los fondos piedrecitas lo que les proporcionaba un sonido
peculiar.
En cuanto a que la arqueología no haya
aportado hasta el presente restos de algunos de dichos instrumentos, son
bastante comprensible, la propia materia prima era endeble y fácilmente
degradable, además de otras causas por todos conocidas, razones por la cual no
es probable que hayan podido perdurar
con el paso de los siglos, no obstante, tanto la etnografía como la tradición
nos aportan testimonios del uso por parte de los guanches de dichos
instrumentos.
Veamos los que nos dicen al respecto el
boticario español establecido en Tenerife, Cipriano de Arribas y Sánchez
refiriéndose a los bailes guanches: “Su baile favorito era el taxaraste que se conserva. Bailábase al son de un
tambor pequeño, el que era de corteza de pino ó de drago cubierto por
sus dos bases con piel de cabrito curtida, el que tocaban con un solo palo y hacían el compás
con calabacitas de las de beber agua llenas de piedrecitas hasta la mitad;
flautas de caña, dos piedras planas á guisa de platillos las cháscaras o
castañuelas que sencillamente eran dos cáscaras de lapas. El baile era en
extremo agitado y los bailarines sudaban la gota gorda. En nuestros días los
campesinos que aún bailan el tajaraste, cantan á su compás coplas sencillas y
rudas...”.
Posiblemente, el mencionado investigador
al escribir su articulo no tuvo en cuenta que la denominada ocupación árabe de
España, si bien fue dirigida por éstos, quienes realmente componían las huestes
y los posteriores colonos eran los mal denominados “Bereberes” (Pueblos
Mazighios), este extremo está sobradamente contrastado por una extensa
bibliografía científica, y por la amplia toponimia de origen “berereber” que pervive
en la península ibérica.
Entre los innumerables aportes culturales
de estos pueblos (ganaderos y guerreros), a la cultura ibérica de la baja edad
media, formó parte sin duda alguna la música popular, y con ella los
instrumentos musicales propios entre los que podemos contar los tambores,
panderetas, castañuelas, flautas de caña y de huesos etc., erróneamente
consideradas de origen español, estos instrumentos, son de uso generalizados
precisamente en las zonas donde tuvieron mayor influencia los asentamientos
mazigios “bereberes” en la península Ibérica.
Así mismo, perduran entre el pueblo una
serie de danzas de origen guanches que, algunos autores se empeñan en hacerla
oriundas de países allende de nuestros mares, veamos algunas de ellas conforme
nos las describe don Juan Bethencourt Alfonso, a quien seguimos en este tema.
DANZA DE LAS
CINTAS
Danza
cívico-religiosa que en ocasiones se bailaba ante el Mencey con motivo de
alguna celebración especial y en las grandes solemnidades como el Beñesmer, y
otros actos civiles, estaban principalmente destinadas a las ceremonias
religiosas. Es esta circunstancia de formar parte de la liturgia guanche ha
hecho posible qué perdure en los actuales cultos, como en las procesiones de la
Chaxiraxi o Virgen de la Candelaria, del Socorro, de Abona, y en buen número de
pueblos y barrios de nuestra geografía, así como el reverencial respeto que el
pueblo profesa a los danzantes, indudablemente reminiscencia de la que sus
antepasados tuvo al clero Kanko, sus primitivos coreógrafos.
Ahora, como en tiempos guanches, para la
danza de las cintas se forman cuadrillas de 14 danzantes: 12 bailarines, 1 tamborilero,
el cual toca el tamboril que lleva colgado del meñique izquierdo con un solo
palillo y al mismo tiempo la flauta, y el conductor del palo, que viste
igual que los danzantes y suele ser elegido el de mayor estatura. El palo es
una pértiga de 5 metros de largo, que los guanches coronaban con hermosos ramos
de hojas y flores silvestres, de cuya base partían doce cintas de distintos
colores, de unos 5 metros de largo, una para cada danzante como en la
actualidad. El principal cometido del conductor consiste en evitar que el palo
de vueltas para que la danza no se
trabe.
Los danzantes se dividen en dos tandas de
a seis cada una, cada tanda lleva una guía delantera y otra trasera, a las que
siguen en las entradas y salidas los respectivos grupos al vestir y desnudar
al palo. Al compás del tamboril y la flauta marchan bailando, dando dos pasos
atrás y otros dos adelante, trazando círculos alrededor de la pértiga, en
sentido inverso cada tanda, una sobre la derecha y otra sobre la izquierda,
pasando alternativamente por dentro y por fuera cada vez que se cruzan. Cuando
han vestido el palo o lo que es igual, cuando la pértiga aparece artísticamente
cubierta por el entrelazado de las cintas, danzan en dirección opuesta para desnudar
el palo, haciendo en cada tanda de guía delantera la que antes era trasera.
Una vez que se concluye la danza, es decir de vestir y desnudar al palo sin que
la danza se trabe la danza, los danzantes prorrumpen en regocijados ajijides,
que son secundado por el público, si por el contrario, se produce alguna traba,
el público los abuchea y les propina silvas monumentales a pesar del respeto de
que gozan.
Según las tradiciones, la danza de las
cintas tenía ciertas variantes. A decir de algunos, en ocasiones los bailadores
hacían sonar las chácaras a la par que danzaban; otras, cada danzante
vestía el color de su cinta, con lo que el entrelazado presentaba agradables
combinaciones de agradables perspectivas; hasta finales del siglo XIX, existía
una modalidad que consistía en cada danzante era acompañado por una niña que
cogida de una banda, muy adornadas y bailando con donaire.
Septiembre de 2011.
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