Del ayer isleño de Gran Canaria
“LA ULTIMA' ' Y SUS PRECEDENTES
“VELAS”
La última de las nueve velas era aquella en la que se
bautizaba al recién arribado a este "confiscado" mundo. Por esta
razón es por lo que en esta isla el acto sacramental del bautismo es sinónimo
de "última". Hasta nuestros días, aún por esos campos de Dios —cumbre
y medianías—, se sigue llamando así a lo de echarle el agua al neófito.
Durante esas noches, hasta la
última, la parida era profusamente visitada (1) por familiares, conocidos y
vecinos: La casa en ese lapso, durante el día y la noche, era un
"geridero" y en tales visiteos —ellas y ellos— eran
"brindados" (obsequiados) con bebidas: ron, vino de te tierra y
"mallorca" (anisado) y dulces (pasteles), tales como bizcochos
lustrados (los bañados con un almíbar de azúcar} y llanos (los que carecían de
ese lustre), bollos de sustancia, de refresco o anís, amén de todo un extenso
surtido de esas golosinas caseras; sendas escudillas de sustancioso caldo del
que se preparaba cada día para la recién parida; tazas de chocolate en cuya
elaboración se tenía muy en cuenta lo del popular dicho: "las cuentas
claras y el chocolate espeso".
Asimismo era costumbre que la
visitada fuera regalada, por parte de las visitantes, con obsequios
sustanciosos y prácticos: "libras" (tabletas) de chocolate, algún
cartucho con azúcar, botellas de "aceite de comer", algún paquete de
velas (de las del barco iluminado), huevos y hasta latas (envases de galletas)
con bizcochos lustrados o llanos de los de Tamaraceite; etc., etc.
Los visitantes que llegaban a la
"prima" prolongaban su estadía hasta pasada la medianoche en que
"se retiraba cada mochuelo a su olivo" con la excepción de dos o tres
mujeres que se quedaban para velar hasta romper el día en que se reiniciaba el
desfile de nuevas visites.
Esas horas nocturnas eran
aprovechadas para organizar tenderetes en tos que, entre otros divertimientos,
se Jugaba a esos juegos llamados de salón, entretenimientos más o menos
intencionados y con sesgos arropados por la picaresca y con "según das".
Uno recuerda algunos de estos "ingenuos" pasatiempos: el llamado de
"las prendas", del anillo, etc.
También dedicaban parte del
tiempo a narrar cuentos de esos cuyo color nos gustaría se prodigáis en zonas
adecuadas en el urbanismo de nuestros pueblos y ciudades: ustedes me entienden.
Otro capítulo indispensable en estos "timbeques" era el de los cantos
—con conatos y figuras de baile— llamados "aires de Lima" que, al
parecer, eran los obligados en los mismos, pues no había "veta" en la
que no fueran cantados.
Las letras de esos "aires" podríamos dividirlas en
dos clases o vertientes: tas alusivas a la protagonista de todo el
"tinglado" {la parida} y las que discurrían por motivos de
"pique" entre uno y otro sexo; "rasquera", enemistad,
celos, etc. Como ejemplo, respectivamente, damos una muestra de cada:
Miren todos "pa" la cama y miren con atención y
verán a la "parla" con su niñito varón.
* * *
Con una tunera india y con los vidrios de un frasco, me
atrevo a limpiarte el cuto que es mejor que con un trapo.
Otro de tos entretenimientos,
cuando la casa de la parturienta era de labranza, consistía en organizar (si
era tiempo de ello) descamisadas y desgranadas en las que los jóvenes —ellas y
ellos— se cantaban, siempre con "segundas", aires de la tierra con un
trasfondo de rasgueos del timple y la guitarra. En tales labores, arropadas
siempre por la picaresca, se hacían bromas —unas con ingenuidad y otras no
tanto— como el dispararse mutuamente los carozos o los "rebuscos"
(piña poco desarrollada y con escasos granos) cuyas dianas eran la zona de los
senos de ella o la de los genitales de ellos.
Y asi, con tan alegres y suculentas velas, llegaba la
"última", la del bautizo y del que transcribimos la parte más
sustancial que del mismo nos dejara escrito el médico Don Domingo José Navarro
en su libro "Recuerdos de un Noventón":
"A las once de te mañana
salía el numeroso cortejo con reposada circunspección y se dirigía a la iglesia
(...) El padrino desempeñaba allí con notable ostentación su cristiano
cometido; luego remuneraba al cura con una onza de oro, regateaba dobloncillos
a los sacristanes, daba crecidas limosnas a los pobres que esperaban en la
puerta y distribuía anises y almendras confitadas... (...) Al regreso, volvía a
tomar te criatura y se la daba a te madre, diciendo: "Comadre, usted me
entregó pagano, y yo se lo devuelvo
cristiano". (...)
A la una de te tarde se servia el opíparo banquete. Estos
gastos y el de las cuarenta gallinas que debía consumir la parida en su
cuarentena de convalecencia, eran insignificantes en comparación del de los nueve
días de visiteo. A las visitas que iban por tas mañanas se les daba una taza de
sustancioso caldo y una copa de vino generoso con dos bizcochos lustrados. A
las que iban por te tarde desde las cuatro de te tarde a las ocho de te noche,
que eran numerosísimas, se les obsequiaba con un jicarón de rico chocolate,
bizcochos lustrados y rosquetes; una tacilla de dulce con bollos de substancia,
mantecados, tortitas de almendras dulces y amargas, bollos de refresco, étc.
(...)
El bautizo se celebraba a los
nueve días con repique de campanas. Si el padrino era rumboso, ¿tiraba puñados
de cuartos desde la puerta de te iglesia; si no podía tanto, echaba almendras
confitadas, y si era pobre sembraba gachafísco o algunos cigarrillos de
papel...
Así eran las "velas", así era la
"última" (el día del bautizo), los vetes —jno vetortos!—
(2) durante nueve noches que si por una. parte suponían algo
de sacrificio para los vetantes por otra parte eran más que compensados con la
variedad de "salsaleos" y las "panzadas" —comestibles y
bebestibles— con los que se atiborraban.
Nos satisface el aportar estos
detalles que bien pudieran servir para un más amplio conocimiento de esa
parcela tan entrañable de nuestro acervo folklórico, popular y cultural.
Conocimientos y datos que han sido recogidos en testimonios de personas mayores
diseminadas por todos tos puntos de la isla y los vividos personalmente, en la
niñez, en tos primeros anos del presente siglo.
(11 De siempre, en la isla, se
manifestó una gran veneración y cariñoso respeto por la mujer lactante o en
estado de gestación; costumbre que en los
últimos tiempos, lamentablemente, se va perdiendo.
(2) "Velas". Hay quien
confunde éstas con los "velónos" (velatorios) y es conveniente
aclarar que mientras las primeras eran para velar a las paridas, los segundos
es para hacerlo a los muertos (cuando están dé cuerpo presente) que también
tenían aspectos y fases singulares, de lo que hablaremos en otra ocasión.
L. Rivero Luzardo, en: Revista Aguayro
Año XI nº 123, mayo de 1980.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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