JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO XVIII
Espíritu guerrero de la raza. Su
organización militar: tiempo de servicio y cuerpos auxiliares. La sección, la
unidad táctica y la unidad de combate. Fuerzas de la isla. Armas y equipo de
campaña. Táctica y estrategia.
Cuando se cotejan las leyes y los
sucesos históricos del pueblo guanche, no parece sino "que la guerra era
una especie de institución social. En efecto; si consideramos por un lado que
condenaban al celibato a los defectuosos y pusilánimes; privaban de los derechos
cuando no daban muerte al que vacilara frente al enemigo; obligaban a los
varones a ejercicios constantes con aplicación al combate, glorificando el
valor al punto de ingresar los siervos en el seno de aquella altiva nobleza, y
por otro lado tenemos en cuenta que su pasado se pierde en guerras dinásticas y
llegan a fines del siglo XV, metidos en otras de conquistas; que invadidos por
los españoles embisten a éstos sin cesar en sus luchas, y que en el curso de la
guerra de la independencia sobrevenida una revolución y con ella el concierto
de la nobleza con los castellanos, surgió otra guerra de los alzados o siervos,
que duró dos o tres generaciones después de proclamada la conquista de
Tenerife; cuando se meditan estos antecedentes, no es un supuesto gratuito de
que el estado de guerra aparece en el pueblo guanche como constituyendo su
normalidad, formando algo así como la armazón de su organización social.
Tal espíritu marcial, aparte de
las condiciones sicológicas de la raza, extensivas a todo el Archipiélago
puesto que era la misma, lo atribuimos a que estando representada la médula de
las naciones guanchi-nescas por una aristocracia heroica, constituidas en
Estados vigorosos asumiendo el Poder público en toda su plenitud, los pueblos
por ley fatal tenían que ser eminentemente guerreros, hallándose en perpetua
lucha ya en los campos de batalla o en los simulacros para adiestrarse.
Esto explica porqué la reducción
de Tenerife fue reputada por la empresa más difícil de las islas, no ya por el
mayor número de habitantes sino por su organización militar; así como aquel
concepto de valor temerario de que disfrutaban los guanches en todo el
Archipiélago y en cuantos europeos venían a dar asaltos. Por esto los
capellanes de Bethencourt, los cronistas Bontier y Le Verrier, dicen en el cap.
LX-VIII «... que son los más osados de cuantos pueblos habitan las islas y
hasta ahora ninguno de ellos ha sido preso y llevado cautivo»', y Marín y Cubas
al ocuparse de una expedicición con destino a una correría refiriéndose a Tenerife,
escribe: «... pasaron de largo por ser sus moradores los más atrevidos... Sus
moradores, mucho más que en las otras, y los más osados y atrevidos que nación
alguna se halla en el mundo no han sido acosados ni cautivos».
Bien conocida era de Diego de
Herrera la pujanza de la tierra, cuando en su primera expedición con 500
hombres de desembarco y en la segunda con una armada hispano-portuguesa más
poderosa no se atrevió a invadirla en son de guerra; y bien cara se la hicieron
conocer más tarde a Maldonado, reciente gobernador de la isla de Canaria, al
cometer la imprudencia de dar un asalto en pleno día con sólo 250 hombres;
porque tan pronto puso los pies en firme fue derrotado, reembarcando con los
sobrevivientes para su gobierno repitiendo «no más guanches», «no más
guanches», mientras su compañero Saavedra, el aguerrido asaltante de toda la
costa africana que baña el «Mar Menor de Berbería», declaraba «que más parecían
fieras que hombres».
Pero donde hubo ocasión para
apreciar el temple guerrero y la organización militar del pueblo guanche, fue
en las invasiones españolas bajo la jefatura de Alonso de Lugo. Siendo este
capitán uno de los conquistadores más distinguidos de la isla de Canaria, y tan
prudente como esforzado, antes de aventurarse hizo a ocultas algunos viajes
para enterarse en buenas fuentes de las fuerzas del país y ver de concertarse
con las naciones en guerra con Bencomo, pues unas veces a pretexto del comercio
y otras por confidencias secretas, en el resto del Archipiélago estaban muy al
tanto de lo que ocurría en Tenerife. El resultado de sus investigaciones cabe
presumirlo, cuando a pesar del tratado de alianza ofensivo y defensivo que
logró de los enemigos del rey de Taoro, levantó un ejército de veteranos como
nunca se había visto tan numeroso por estas latitudes; ni lo tuvieron por
América los Cortés y Pizarras para dominar imperios de millones de almas.
Y los sucesos acreditaron lo
pregonado por la fama, porque sin embargo de sus luchas intestinas y de
cumplirse la divina profecía de que «Todo reino dividido contra sí mismo, es
desolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá (San
Mateo, 12-25)»; no son muchos los casos que registra la historia de un pueblo
tan pequeño con hechos tan grandes, de un pueblo armado de estacas y piedras
librando épicas batallas campales con otro europeo de los más aguerridos del
mundo. Basta con recordar que de 1.425 plazas —1.000 soldados de infantería
española, 125 caballos y 300 aliados güimareros— ¡al primer choque únicamente
salvaron la vida 255 hombres!
Tan extraordinaria acometividad y
consistencia no se explica por las solas condiciones de la materia prima, sino
por otro factor capitalísimo cual fue la disciplina y la robusta organización
militar adquirida por los guanches en sus guerras seculares. Y es esto de tal
evidencia, que el resto del Archipiélago por carecer de la última
circunstancia, no obstante de que también dio gallardas muestras de valor
personal, sus masas fueron más blandas a la superioridad de las armas y a la
táctica europea; y por idéntica razón Tenerife, muerto el Gran Bencomo y ya
perturbada por la revolución social, o lo que es igual, desaparecido el genio
de la raza y debilitado el Poder central, los mismos hombres perdida su
cohesión se declararon impotentes para el triunfo definitivo, contentándose con
recabar un tratado por el cual ambos pueblos quedaran fundidos con iguales
derechos y deberes.
* * *
El servicio militar era
vitalicio, sin otras limitaciones que las impuestas por la naturaleza a las
fuerzas físicas. Desde el joven ya considerado apto hasta el viejo capaz de
manejar las armas se debían a la patria; siendo tal el espíritu público en esta
materia, que estimaba más que una desgracia, algo así como una deshonra, el
hallarse imposibilitado para el combate. Hemos encontrado restos mortales,
entre otros en la ya citada cueva del barranco del Mocanal según dijimos en el
Cap. Inhumaciones donde dos de los nueve cadáveres de varones correspondieron a
individuos de unos 16 a 17 años más o menos, muertos a no dudar en pelea por
las huellas observadas en los cráneos (1); y respecto a edades avanzadas, basta
recordar al rey Bencomo de 70 años y a su hermano el infante Tinguaro casi tan
viejo; el primero muerto y el segundo mortalmente herido en la batalla de La Laguna.
En rigor y tomado el concepto de
la guerra en su mayor amplitud, cuando no se trataba de luchar contra
extranjeros sino entre los mismos guanches, ni las mujeres eran excluidas,
porque a ellas y a los muchachos encomendaban en los campos de batalla las
funciones que pudieran llamarse de administración y sanidad militar. Conducían
vituallas, agua, piedras arrojadizas, recogían los muertos, retiraban y
prestaban auxilio a los heridos, preparaban los ranchos, facilitaban armas y
animaban a los suyos '; con la particularidad de que siempre eran respetadas
por el enemigo aún en los momentos de mayor exaltación, como acontece en las
derrotas.
Desde el punto de vista de su
organización militar, la sección o auchon nutría la unidad táctica el tagoro y
ésta la unidad de combate el tabor; sin querer significar con esto que dichas
unidades estuvieran constituidas por un determinado número de plazas preciso,
aunque procuraban aproximarlas a sus contingentes naturales refundiéndolas por
pérdidas de guerra. Tal fue lo que dispuso Bencomo después de la batalla de
Acentejo, donde hubo auchon que sufrió un 50% de bajas y los reconstituyó con
los incompletos de los mismos tagoros para restablecer las unidades táctica y
de combate, pues se batían «en escuadra formada como solían», dice fray Alonso
de Espinosa; y aunque esto es exacto hablando en términos generales, como en
las batallas de La Laguna
y de La Victoria ,
no aconteció lo mismo en toda la línea de combate en la de Acentejo.
Dentro de la división política
militar de los reinos, la unidad táctica el tagoro hallábase compuesta de
tantas secciones como auchones entraban en su jurisdicción, que bajo sus
respectivos chaureros se concentraban al primer aviso; y aunque en otra parte
hemos admitido un promedio de cinco auchones por tagoro y en tiempos normales
19 hombres útiles por auchon, dejando margen para un cálculo de probabilidades,
resulta que las unidades tácticas las constituían de 70 a 80 plazas a las
órdenes del tagorero que con su añepa en alto se incorporaba a los demás
contingentes similares del achimenceyato o provincia.
Ahora bien, como cada provincia
proporcionaba un tabor y ya dijimos que por término medio las provincias tenían
cinco tagoros, la unidad de combate o tabor variaba por lo tanto entre 350 y
400 guerreros, que eran conducidos al combate bajo la añepa de su respectivo
achimencey. Estas cifras las estimamos muy aproximadas a la verdad por
diferentes indicios.
Cuanto a la capacidad militar de
la isla la avaloramos en unos 12.000 hombres, coincidiendo con la opinión de
Marín y Cubas. Como se sabe que el reino de Adeje se hallaba dividido en cinco
provincias y el de Güímar en igual número, correspondiendo por consiguiente a
cada cual un contingente de 1.700 a 2.000 plazas, tomandolos como términos de
comparación atendiendo a la extensión territorial y al poder productivo, se
impone con bastante certidumbre la cifra indicada.
* * *
Las armas de combate ofensivas se
dividían en arrojadizas y blancas; comprendiendo en el primer grupo la bimba o
piedra, el bañóte y fáisne, de las que ya nos ocupamos en el cap. XIV, si bien
diremos dos palabras de la última porque también la utilizaban en las luchas
cuerpo a cuerpo. Respecto a las blancas eran de madera, de ordinario de sabina,
almacigo, ajafo, macanera, brezo, y leñablanca siendo las tres postreras las
más estimadas, que sometían al fuego para enderezarlas a la par que darles
consistencia y luego pulían o sacaban filo con tahonas. Estas armas eran: el
fáisne, sunta, amodagac. naca, macana y féisne, que según tradición universal
«las jugaban por escuela», es decir, siguiendo los principios de la esgrima.
El fáisne era una lanza de 9
cuartas de larga provista de una hoja de a tercia de leñablanca muy aguzada y
fuertemente empatada con trenza de fibra de malva; pero el primitivo fáisne se
dice tuvo 16 cuartas.
La sunta, conocida entre los
cronistas por «montantes» y «bastones», venía a ser una especie de
chuzo-cachiporra o séase una estaca robusta del alto de la barba, rematando un
extremo en punta aguzada y el otro más o menos abultada. La jugaban a dos manos
como el palo y era su arma más temible.
El amodagac o estoque de pomo y
hoja de una sola pieza, redondo y esquinado de punta aguda.
El féisne, cuchillo de piedra.
Lascas.
La naca o cuchillo de piedra como
de una tercia de larga más o menos y de dos o más dedos de ancha, punta aguda y
filo cortante por ambos bordes. Los hacían de acebnche, almacigo, sabina,
macanera, siendo los mejores los de ajafo y de leñablanca. «Los afilaban con rajas
y cortaban como los de acero». Con ellos mataban las reses.
El vulgo da aún el nombre de
féisne a las rajas alargadas y cortantes de ciertos minerales, reservando el de
tabona a las de obsidiana. Según tradición, en los primeros tiempos empataban
estos féisnes minerales a las lanzas, que al fin desecharon por los de madera
como más resistentes, de donde la denominación de aquellas con la ligera
variante de fáisnes.
La macana2 o maza de guerra era
una cachiporra o séase un palo de 2 ó 3 cuartas de largo con una cabeza natural
a un extremo.
Pero también las fabricaban de
piedra molinera, a manera de una pequeña muela de molino horadada por el
centro, donde ajustaban un mango «de vara de acebiño cogida en lomo por ser las
mejores»; haciendo el ajuste con cuñas o astillas de madera.
Es legendario, que el ejemplar
existente en el Museo Municipal, encontrado en una cueva de Araya de
Candelaria, «tuvo un mango de acebiño de 2 varas de largo y fue la macana de
combate del célebre gigante Emotio».
Respecto a las armas defensivas
aparte de que todos se despojaban del tamarco para entrar en batalla,
revolviéndoselo al brazo izquierdo o al busto que un tanto los cubría, es
tradicional que hubo un tiempo en que los banoteros usaron escudos o rodelas,
ya inventadas por ellos o copiándolas de los asaltantes en época más o menos
antigua. Pero lo cierto es que cayeron en desuso, tal vez por la táctica de
Bencomo, hasta que después de la batalla de Acentejo algunos de los armados con
espadas del despojo que recogieron, de nuevo emplearon el escudo, que
apellidaban tarhas (tarjas) según los autores. Hacíanlos de madera de drago,
ligera, fibrosa y a propósito para el objeto, de forma cuadrilonga, con un par
de abrazaderas fuertes de cornal.
El equipo de campaña consistía en
agregar a sus prendas ordinarias un pequeño cairiano, que llevaban a la espalda
a guisa de mochila, donde conducían sus raciones de gofio y queso para uno o
más días y el téjete o zurroncito para amasarlo; y cuanto a las armas la
generalidad cargaba las siguientes: el amodagac, o una robusta naca y la macana
atravesadas al cinto por detrás, así como el féisne a un costado, y en las
manos la sunta, algunos a veces en su lugar el fáisne; pero al embestir al
enemigo se las colocaban debajo del brazo llevando en cada mano una piedra, que
disparaban ya sobre la fila para descomponerla y saltar al combate cuerpo a
cuerpo. Los banoteros ostentaban colgado del hombro izquierdo un haz de banotes
de distintos tamaños, a modo de carcaj, y los bimberos un brazalete ancho de
cuero ceñido a la muñeca «para que no se les abriera».
* * *
Cuanto a la táctica y a la
estrategia las noticias son tan escasas como vagas. Cuéntase que en épocas
remotas los ejércitos entraban todos a la vez en acción sin dejar fuerzas de
respeto a retaguardia, y que la macana2 o maza de guerra era una cachiporra o
séase un palo de 2 ó 3 cuartas de largo con una cabeza natural a un extremo.
Pero también las fabricaban de
piedra molinera, a manera de una pequeña muela de molino horadada por el centro,
donde ajustaban un mango «de vara de acebiño cogida en lomo por ser las
mejores»; haciendo el ajuste con cuñas o astillas de madera.
Es legendario, que el ejemplar
existente en el Museo Municipal, encontrado en una cueva de Araya de
Candelaria, «tuvo un mango de acebiño de 2 varas de largo y fue la macana de
combate del célebre gigante Emotio».
Respecto a las armas defensivas
aparte de que todos se despojaban del tamarco para entrar en batalla,
revolviéndoselo al brazo izquierdo o al busto que un tanto los cubría, es
tradicional que hubo un tiempo en que los banoteros usaron escudos o rodelas,
ya inventadas por ellos o copiándolas de los asaltantes en época más o menos
antigua. Pero lo cierto es que cayeron en desuso, tal vez por la táctica de
Bencomo, hasta que después de la batalla de Acentejo algunos de los armados con
espadas del despojo que recogieron, de nuevo emplearon el escudo, que
apellidaban tarhas (tarjas) según los autores. Hacíanlos de madera de drago,
ligera, fibrosa y a propósito para el objeto, de forma cuadrilonga, con un par
de abrazaderas fuertes de cornal.
El equipo de campaña consistía en
agregar a sus prendas ordinarias un pequeño cairiano, que llevaban a la espalda
a guisa de mochila, donde conducían sus raciones de gofio y queso para uno o
más días y el téjete o zurroncito para amasarlo; y cuanto a las armas la
generalidad cargaba las siguientes: el amodagac, o una robusta naca y la macana
atravesadas al cinto por detrás, así como el féisne a un costado, y en las
manos la sunta, algunos a veces en su lugar el fáisne; pero al embestir al
enemigo se las colocaban debajo del brazo llevando en cada mano una piedra, que
disparaban ya sobre la fila para descomponerla y saltar al combate cuerpo a
cuerpo. Los banoteros ostentaban colgado del hombro izquierdo un haz de banotes
de distintos tamaños, a modo de carcaj, y los bimberos un brazalete ancho de
cuero ceñido a la muñeca «para que no se les abriera».
* * *
Cuanto a la táctica y a la
estrategia las noticias son tan escasas como vagas. Cuéntase que en épocas
remotas los ejércitos entraban todos a la vez en acción sin dejar fuerzas de
respeto a retaguardia, y que comenzando por abimbarse iban acortando las
distancias hasta lanzarse los bañóles y concluir por confundirse riñendo cada cual
como podía sin guardar orden ni concierto. Eran verdaderos combates singulares
y choques de unos auchones contra otros, más o menos dispersos o arremolinados,
donde el éxito estaba encomendado al valor y a la fuerza individual; siendo
frecuente que los ejércitos salieran a la vez triunfantes y derrotados en
diversos puntos. Así las cosas, añaden las consejas, a la muerte de un soberano
dos achimenceyes que pretendían el trono acudieron a las armas y uno de ellos
presentó por primera vez sus fuerzas ordenadas por tagoros o unidades tácticas,
provistas de largos fáisnes o séase grandes lanzas con un féisne en la punta,
con las que derrotó a su enemigo haciéndose proclamar rey por toda la isla.
Desde esa fecha parece fue el
arma que prevaleció durante muchas generaciones, hasta los tiempos del príncipe
Sunta hijo del rey Titañe «que gobernaba de Erque a Erque». Dotado de espíritu
guerrero y sospechoso de que los infantes sus tíos, que se hallaban al frente
de otras provincias, le disputarían el cetro a la muerte de su padre, dedicó su
atención y actividad a cambiar radicalmente la táctica y la estrategia en uso.
Empezó por reducir el fáisne de 4 varas de largo precisamente a algo menos de
la mitad, dándole la forma de la sunta y perfeccionando su esgrima, representada
en el juego del palo por el sistema de «trozo y punta», y concluyó por dar más
uniformidad a los tabores desplegándolos en batalla a dos filas en fondo. Como
el joven príncipe a pesar de ser muy astuto y sagaz pasaba por un atolondrado,
ninguno de sus tíos hizo caso de tan ridiculas reformas.
No se equivocó el heredero de la
corona, porque tan pronto murió el rey Titañe, de las siete provincias en que
estaba dividida la isla no sólo en cinco de ellas se concertaron los infantes
sus tíos y se hicieron proclamar en sus respectivos gobiernos, sino que
acordaron invadir a Adeje sin pérdida de tiempo para asegurar con la victoria
las usurpaciones realizadas; y con tal motivo movieron sus fuerzas hacia el
punto de concentración, que fue el lugar conocido desde entonces por el «Llano
de los Infantes», en las Cumbres. Ya todos acampados y dispuestos a emprender
la marcha al siguiente día, en la madrugada de esa misma mañana, azotados por
el cierzo y la llovizna, cayó Sunta inesperadamente sobre ellos con sus tabores
en batalla en medio de la más espantosa confusión de sus enemigos, que fueron
completamente derrotados a pesar de los esfuerzos de los infantes. Estos
murieron en la lucha según la versión más autorizada, quedando consagrada desde
dicha función de guerra la superioridad de la sunta sobre el fáisne.
Educado Tinerfe el Grande en la
escuela y guerras de su padre, no bien hecho cargo de su gobierno introdujo
mejoras que le aseguró el triunfo sobre sus enemigos y el solio de la isla.
Refiérese que organizó los
labores dándole mayor cohesión y en un orden cerrado de tres a cinco filas,
según las circunstancias, de unidades tácticas o tagoros y que fue el primer
general que inició los combates sin lanzar todo el ejército a la línea de
batalla, dejando a retaguardia potentes reservas. Comenzaba por desplegar en
guerrilla los mejores bimberos, sostenidos por los banoteros que al principio
de la acción les facilitaban piedras arrojadizas en pequeñas espuertas e iban
provistos de tarhas o escudos, para cargar luego los labores a manera de
falanges procurando envolver al enemigo.
Tal era la escuela que privaba
hasta el advenimiento de Bencomo. Este de ordinario dividía el ejército en tres
cuerpos, dejando uno de reserva para embestir con los dos restantes, el uno de
frente y el olro por un flanco; suprimió las avanzadas de bimberos y banoteros,
así como la tarha en éstos, para formar a retaguardia de escuadrones nutridos
con los labores, dándoles de fondo el mayor número de filas en consonancia con
el frente del enemigo.
Ésta, por lo menos, fue la
táctica que observó en su guerra con los españoles. Como cada soldado, aparte
de las armas menores, llevaba la sunta debajo del brazo izquierdo y una piedra
en cada mano que lanzaban a la carrera cuando eslaban a corla distancia, tales
especies de falanges o masa de labores con sus añepas en alto cargaban como un
huracán dando estruendosos ajijides, sin hacer caso a balas ni ballestas, para
llegar lo antes posible al combate cuerpo a cuerpo. A reta-guardia corrían los
bimberos y banoteros sin guardar filas, para batirse sueltos.
Las batallas de La Laguna y de La Victoria , las libraron
con sujeción a dicha táctica; pero no la de Acentejo en que la disposición del
enemigo les obligó a variarla un tanto, porque ocupando en su contra-marcha el
ejército español una extensión lineal de unos 3 kilómetros, prepararon la
emboscada tendiendo a lo largo de lo que representaba el cuerpo de batalla, un
cordón de una doble fila de hombres, con un par de labores a cada extremo para contrarrestar
la vanguardia y retaguardia enemiga, que avanzaban en correcta formación (2).
Como ya dijimos en el Tomo I, el asalto repentino de los guanches en toda la
línea dejó como clavados a los invasores sobre el terreno que pisaban, sin
darles tiempo ni ocasión para ordenarse, hasta que fueron destruidos con la
llegada del ejército de refresco que regía Bencomo.
Tanto guanches como españoles,
bien pronto conocieron que la caballería era el arma decisiva, porque
descomponía los escuadrones indígenas a pesar de su consistencia y pujanza. Por
esto, aunque la cuestión de los siervos fue la razón que tuvo Bencomo para
aceptar la batalla en La Laguna ,
es fácil de comprender que después ambos contendientes procuraran atraerse al
terreno que les convenía, no haciéndose caso en sus mutuas provocaciones.
Terminada con la Paz de Los Realejos lo que
pudiéramos llamar la guerra en grande, surgió entre los alzados una nueva
táctica y estrategia, la guerra de guerrilla con todas sus naturales
derivaciones de las luchas civiles, dejando en el curso de muchos lustros un
rastro de asaltos, combates, robos, asesinatos y venganzas, hasta que el
cristianismo y el progreso los atrajo a la paz.
NOTAS
1 Aún somos bastantes los que atestiguamos la
participación que tomaban las mujeres hace una cincuentena de años, en las
pequeñas batallitas de estacazos y pedradas en que a veces degeneraban las
luchas, cuando los ánimos estaban muy caldeados. ¡Qué modo de arrojar piedras y
de invitar a los de su bando! ¡Por esa misteriosa fuerza del atavismo surgía en
ellas las luchas entre tagoro y tagoro!
2 La voz macana no ha sido importada de
América. Si la referida arma la denominaban también así los indios del Perú,
será por la misma razón que en El Hierro y en dicho país llamaban juaclo a las
grutas funerarias; chácaras y otras palabras que les fueron comunes que
confirman en parte la doctrina de Mr. Campbell, según expusimos en el Tomo I.
ANOTACIONES
(1)
«Ha sido el doctor Juan Bosch Millares quien, a sus investigaciones de las poblaciones
aborígenes canarias en el campo de la etnohistoria, ha puesto a contribución su
condición de médico para adentrarse en el campo de la paleopatología ósea y
relacionar traumatismos, fracturas, etc., con los supuestos instrumentos
causantes de las lesiones.
Muy
acertadamente estima que son cuatro los instrumentos de madera manejados por
los aborígenes: jabalina, maza, lanza y espada, e identifica lanza con
mugado... Según dicho autor, las fracturas pueden producirse por instrumentos
cortantes, contundentes y punzantes: en el primer caso, por piedras; en el
segundo, por mazas, garrotes, piedras redondeadas, etc., y en el tercero, por
la acción de instruye puntiagudos, incluso tahonas (lascas de obsidiana)...».
(Vid., Juan Bosch Millares. «Las armas y fracturas de cráneo de los guanches»
en El Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria: El Museo Canario, (n.° 9),
págs. 6-28; citado por Luis Diego Cuscoy en «El «Banot» como arma de guerra»,
pág. 769).
(2)
Bethencourt Alfonso conservó un plano, en el que se especifica el desarrollo de
la batalla de La Matanza
de Acentejo así como la estrategia seguida por las fuerzas castellanas y
guanches. Dicho plano se publicará en el IIIer Tomo de la Historia del Pueblo
Guanche.ntos.
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