Francisco
García-Talavera Casañas
Dragos en la isla de Socótora
Actualmente existen seis especies arbóreas de drago en
todo el mundo, aunque en el pasado hubo algunas más, como lo demuestra el
registro fósil. Y de ellas, dos viven en Canarias: nuestro drago, el de toda la
macaronesia (Dracaena draco) y el
recientemente descubierto (1998) en Gran Canaria (D. tamaranae). El resto
se encuentra distribuido en África oriental (D. ombet y D. schizanta), en la isla de Socótora,
frente al “cuerno de África” (D. cinnabari ) y en la península arábiga (D. serrulata).
Además, ahí enfrente, en las escarpadas montañas del Antiatlas marroquí, se
descubrió, también recientemente (1996), una población de centenares de dragos
que, tras las investigaciones correspondientes, resultó ser una subespecie del
“nuestro” y cuyo nombre (D. draco subespec. ajgal) hace alusión a la denominación en amazigh (bereber) que le
dan los acogedores habitantes de esas montañas. Cabe destacar, como dato
curioso, y relacionado con la evolución insular, que este drago del Antiatlas
está más emparentado con el macaronésico
(es una subespecie de éste), que con el de Gran Canaria, que es una especie
diferente.
En la Antigüedad, el
drago era considerado como un recurso muy apreciado, sobre todo por su
resina, la célebre “sangre de drago”, producto de gran interés comercial por
sus variadas propiedades y usos: en farmacología (coagulante, cicatrizante,
astringente), en la coloración de vidrios, como dentífrico, etc. También se
utilizó como colorante para la pintura y, parece ser, que hasta el propio
Antonio Stradivari la usó para barnizar sus famosos violines. No es de
extrañar, por lo tanto, que uno de los motivos por los que recalarían en
nuestras islas, fenicios, púnicos y romanos, sería precisamente para el
comercio de tan valioso producto. Los guanches, por su parte, sin duda supieron aprovechar este excelente
recurso como medicina, para la
momificación, para teñir de rojo las pieles, para colorear las “rodelas” (escudos de corteza de drago) o, incluso,
para pintar su propio cuerpo en determinadas ocasiones (Lázaro Sánchez Pinto,
2009). Asimismo, Leonardo Torriani (1588) también comenta que los canarios
(guanches de Gran Canaria) hacían embarcaciones de troncos de grandes dragos,
con las que se aventuraban hasta arribar a las costas de Tenerife y
Fuerteventura.
Centrándonos ahora en al aspecto lingüístico, hemos
llegado a la conclusión de que Tigalate (hoy un barrio de la Villa de Mazo) es
el término que utilizaban los antiguos palmeros (los hawaras, no los auaritas,
como frecuentemente leemos) para nombrar a los dragos jóvenes (draguillos).
Partiendo de la “denominación de origen” de los bereberes del Antiatlas, que
llaman ajgal al drago, y conociendo que en amazigh el femenino y el
diminutivo se construyen anteponiéndole una t
y añadiéndole otra t al final de la palabra,
tendríamos que el diminutivo de ajgal
sería tajgalt (que existe como
topónimo en el Antiatlas). Y si lo comparamos con Tigalate -con las
correspondientes correcciones y deformaciones sufridas por las sucesivas
transcripciones del guanche (hawara) al castellano-, vemos que, con toda
probabilidad, se trata de vocablos análogos, con lo cual ya tendríamos, por
fin, la traducción de este conocido topónimo palmero, y de paso poder conocer
la denominación del diminutivo guanche de nuestro emblemático drago. Su nombre
común posiblemente sería a(j)gal ,
pues en La Orotava, Tenerife, aparece el topónimo aígal, que tendría una pronunciación parecida (según Bethencourt
Alfonso).
Pero este
topónimo no es exclusivo de La Palma, ya que aparece también en La Gomera como Tegeleche (risco que domina el Valle de
Alojera), en Fuerteventura como Chajalete
(mareta y región en el Time de Tetir, según Bethencourt Alfonso) y en El Hierro
como Tigalache (pago en la isla,
según P.A. del Castillo), y como Tejeleita
(barranco cercano a Valverde). Todos estos lugares son apropiados para una
vegetación potencial de dragos. Y como decía anteriormente, siempre hay que
tener en cuenta las numerosas deformaciones
fonéticas y copias sufridas por estos
vocablos a lo largo del tiempo, desde que los pronunciaron los guanches hasta
nuestros días, sabiendo, además, que en amazigh solo hay tres vocales: ae, i, u; y que la “a” casi nunca se pronuncia como “a”, sino como
un sonido entre “a” y “e” (ae).
También se confunden, a veces, los sonidos de la “e” y la “i”, la “ch” con la
“t” (como Chinguaro y Tinguaro) y la “j” con la “g”.
Y volviendo a Tigalate, sabemos que es así como se
nombraba antiguamente en Lanzarote, Fuerteventura y Tenerife -y aun hoy en día, en La Palma- a las personas
altas, delgadas y desgarbadas. Tal es la apariencia de muchos dragos jóvenes
que todavía no se han ramificado.
Llama poderosamente la atención que, precisamente en
las islas más pobladas (Tenerife y Gran Canaria), no aparezca este topónimo
guanche, aunque sí lo encontramos en la versión castellana como “El Draguillo”.
Un hecho a tener en cuenta en este sentido es que, al igual que sucede en el
Antiatlas -cosa que pudimos constatar en Agadir u Ajgal- las poblaciones
relícticas naturales de dragos se encuentran confinadas en los roques y
acantilados inaccesibles a las cabras, su principal predador. Se sabe, sin
embargo, que entre los grandes dragos centenarios que aún perviven en Canarias, algunos fueron objeto de culto por parte de
los guanches, al igual que ocurría con los pinos longevos (Pino Santo de Teror
y otros). De igual manera, el culto a ciertas montañas, árboles, etc., es
también frecuente en el mundo bereber. Y eso es lo que sucedía con el “Drago
Santo” de Chacacharte (en La Fuente del Valle de San Lorenzo, Sur de Tenerife)
al que, según Bethencourt Alfonso,
acudían los guanches con gran veneración por sus propiedades sanadoras y curativas, tanto del cuerpo como del espíritu.
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