EL
RELATO DE NICCOLOSO DA RECCO SOBRE CANARIAS (año 1341)
Fuentes antiguas de la historia
del Archipiélago
E 1827 Sebastián Ciampi publicaba
n manuscrito relativo a una expedición enviada por orden del rey Alfonso IV de
Portugal a las Islas Canarias, con miras a la posible conquista del
Archipiélago. La expedición se llevó a cabo hacia 1341, una fecha aún temprana
en el redescubrimiento de las Islas. Estaba compuesta por tres naves y la
mandaba el florentino Angillino di Tegghia. Con posterioridad al regreso de los
navegantes, comerciantes florentinos asentados en Sevilla enviaron noticias a
Florencia, que rescataría Ciampi casi cinco siglos más tarde.
El texto transcrito por Ciampi
fue reproducido, en traducción castellana, por Chil y Naranjo en sus Estudios
históricos (1876) y es el que ofrecemos a nuestros lectores, en el ánimo de
divulgar las fuentes originarias de la historia del Archipiélago. Desde este
punto de vista, el texto — que fue erróneamente atribuido al célebre Bocaccio—
nos depara el interés de una descripción de las Islas y de sus habitantes
realizada sesenta años antes que se produjera la conquista betancuriána y
aproximadamente siglo y medio antes que la conquista castellana.
El envío a las Islas Canarias de
una expedición de este género presupone un cabal conocimiento de la posición y
de las características geográficas del Archipiélago en aquella época.
Las noticias sobre la expedición
a las Canarias se sustentaron en el relato de uno de los pilotos: el genovés
Niccoloso da Recco. La primera de las islas visitadas parece haber sido
Lanzarote. Gran Canaria —según se indica en el propio texto— fue la siguiente;
esta isla es la que posee referencias más amplias en las fuentes antiguas sobre
el archipiélago. La recepción que tuvieron los visitantes parece indicarnos dos
cosas: primero, que no se trataba de la primera vez que alguna embarcación se
acercaba a las costas de Gran Canaria; segundo, que seguramente todavía no se
habían iniciado las expediciones para capturar esclavos en esta isla, por lo que
varios isleños acudieron ingenuamente a nado hasta una de las embarcaciones
portuguesas. Las noticias que se ofrecen sobre Gran Canaria son las más amplias
y detalladas del relato. Los expedicionarios desembarcaron en algún punto del
norte insular, en donde se emplazaba un poblado. La descripción que se realiza
de las viviendas se corresponde con la contenida en noticias posteriores y con
los restos arqueológicos; pero interesa remarcar la alusión a los techos
"de grandes y hermosas maderas". La mención de un templo u oratorio
también fue confirmada por otros relatos más tardíos, aunque la arqueología no
ha podido confirmar hasta la fecha la existencia de aquéllos; en cambio la
descripción de la figura o idolillo no coincide con alguno de los que hasta
ahora se han encontrado.
Los viajeros consideraron a esta
isla como la más poblada, lo que coincide también con otras crónicas y con las
evidencias arqueológicas que permiten afirmar que Canaria estuvo habitada en
prácticamente todo el territorio insular desde el litoral a la cumbre.
Un dato de interés es la
confirmación del antiguo nombre de la isla —Canaria—, que ya aparece en el
relato de la expedición enviada por Juba II y que muy probablemente tiene su
origen en las poblaciones o tribus de Cañar o Ganar, asentadas en el próximo
oeste africano.
Aportación muy importante de este
relato es la información sobre algunos aspectos de la alimentación
prehispánica, concretamente sobre la existencia de higueras en Gran Canaria.
Con anterioridad al conocimiento de la relación de Niccoloso da Recco se había
mantenido (Abreu y Galindo, Gómez Escudero) que estos árboles fueron
introducidos por los mallorquines en la isla en el siglo XIV. Sin embargo, este relato es concluyente
sobre tal extremo, ya que los viajes de los mallorquines fueron posteriores a
la visita de la expedición de Enrique IV.
Posiblemente las higueras habrían sido introducidas en Canarias por los
aborígenes.
Posteriormente a Da Recco, pero
ya en el siglo1 XV, Azurara y Cadamosto confirmaron el consumo de higos en las
Islas Canarias por la población aborigen. En la crónica de Sedeño se dice,
además, que "tenían cantidad de higos blancos...". Viera y Clavijo
—que seguía la tradición nacida en Abreu— menciona seis especies de higueras en
el Archipiélago, aunque hay errores en su descripción. En nuestros días, Juan
Alvarez Delgado (en su trabajo titulado De la vida indígena. Revista de
Historia, abril-junio 1944) enumera ocho variedades diferentes en la zona de
Güímar, región en donde tradicionalmente han crecido numerosas higueras. Por lo
que se refiere al tema de la existencia de higueras antes de la conquista Serra
Ráfols (La alimentación de los guanches, en Trabajos en torno a la cueva
sepulcral de Roque Blanco, 1960) ha señalado, que además de en Gran Canaria,
también puede confirmarse para Tenerife "por la existencia conocida de
higueras desde antes de la conquista (el valle de las Higueras en Anaga). Lo
mismo en este caso — añade— que para Gran Canaria hay que rechazar su supuesta
importación por los mallorquines; nada tuvieron que ver éstos en Tenerife, y en
Gran Canaria Recco halló antes de los primeros viajes baleares, cestas llenas
de higos pasos en las casas canarias en que se introdujo".
Alvarez Delgado recuerda los
nombres que tenían los higos en el lenguaje aborigen arahormaze y tahareñemen,
este último correspondiente a los higos más dulces y pasados, y los relaciona
con el nombre de los higos secos en dialectos bereberes: tazart y ahar. En su
estudio etnográfico sobre la
Alimentación de las poblaciones del Ahaggar, M. Gast recoge
los siguientes nombres de un dialecto berebere: qadef (higo temprano, mayo),
abaren (higo del verano, julio-agosto) y. anesmouanen (otoño). Se observa, así,
la coincidencia del vocablo aborigen tahareñemen y los bereberes ahar y abaren.
También es interesante resaltar
la referencia Gran Canaria como sociedad agrícola, como isla muy cultivada, en
la que los habitantes recogen granos y trigo. Es interesante, igualmente, su
alusión al gofio, la primera también, que aparece en una crónica o descripción
de las Canarias. El tema de las especies de cereales cultivadas en esta isla
—que fueron traídas en las migraciones prehispánicas— no ha sido estudiado
hasta la fecha y, por los datos y elementos existentes, se presenta como un
arduo problema que será difícil: de resolver. Un dato importante proporcionado
por la relación es la alusión a un grano (de trigo) más largo, más abultado y
más blanco que el que los visitantes conocían en su tierra.
Otro dato de interés, confirmado
en crónicas y relaciones posteriores, es la existencia de situaciones de
jerarquía y estratificación social entre los antiguos canarios, testimoniada
por la observación sobre un "jefe", destacado tanto por su vestido y
aspecto exterior como por la obediencia y respeto que se le manifestaba.
En relación con el vestido, los
detalles que ofrece este relato han sido también confirmados posteriormente.
Las otras islas visitadas son las
tres más occidentales del Archipiélago. La siguiente, después de partir de las
costas de Canaria parece ser la isla de La Palma ; después la Gomera , de la que se hace
la primera referencia conocida a especies de la avifauna insular, y luego el
Hierro, la isla brumosa.
Aunque en el relato de la
expedición enviada por Juba II, recogida por Plinio, se menciona tácitamente al
Teide, es en la descripción de Da Recco en donde encontramos la primera
referencia histórica del Pico, aun contando con el carácter fantasioso de este
fragmento del texto.
Un dato también acertado es el
del número de islas del Archipiélago. Por otro lado, mención a parte, merece la
descripción de la apariencia, usos y costumbres de los cuatro isleños
apresados, en la que se inicia la vieja tradición del canario rubio y vigoroso.
Finalmente, es de gran interés el sistema de numeración aquí recogido. Sobre
este extremo publicó modernamente un interesante trabajo el investigador
Dominik J. Woelfel, que proyectamos publicar en nuestras páginas.
El texto del relato, según la
versión de Chil
El año 1341 de la Encarnación del Verbo,
llegaron á Florencia cartas de comerciantes florentinos establecidos en la
ciudad de Sevilla, en la
España Ulterior , fechadas el 15 de Noviembre de dicho año, y
que contienen lo que vamos a manifestar en seguida.
«Dicen, pues, que el primero de
Julio de este año, dos navíos equipados por el rey de Portugal con todas las
provisiones necesarias para una travesía, yendo con ellos una pequeña
embarcación armada y tripulada por Florentinos, Genoveses, Castellanos y otros
Españoles, se dieron á la vela desde la ciudad de Lisboa y se dirigieron hacia
la alta mar, llevaban) además caballos, armas y otras mañanas de guerra, para
la toma de las ciudades y castillos, en busca de las islas, que se dice
vulgarmente haber sido encontradas, en las que desembarcaron, auxiliados de un
meato favorable, después de cinco días de navegación; y que al fin volvieron á
su país en el mes de Noviembre trayendo lo que sigue: Cuatro hombres, habitantes
de aquellas islas, y á las muchas pieles de machos cabríos y cabras, sebo,
aceite de pescado, despojos de focas, madera de un color rojo semejante á la
del Brasil, aunque los que la conocen niegan que sea de aquella; además,
cortezas de árboles para teñir igualmente de encamado, como asimismo tierra roja y otras cosas semejantes».
«El genovés Niccoloso da Recco,
uno de los pilotos, respondió á las preguntas que se le hacían, diciendo, que
desde la ciudad de Sevilla hasta las islas predichas, había como novecientas
Millas; pero que desde el punto Dañado hoy Cabo de San Vicente, están mucho
Menos distantes del continente. Que la primera de estas islas exploradas era
enteramente pedregosa y salvaje, abundando no obstante en cabras y otros
animales, así como en hombres y mujeres desnudos, de un aspecto y costumbres
feroces; añadió, que él y sus compañeros tomaron la mayor porción de pieles y
sebo, sin atreverse á internarse mucho en la isla. Que pasando á otra isla más
grande que la anterior, vieron venir hacia ellos en la playa multitud de gente,
tanto hombres como mujeres, todos casi desnudos; entre éstos, algunos que
parecían superiores á los otros, estaban cubiertos de pieles de cabras pintadas
de amarillo y encamado, y según podía juzgarse de lejos, estas pieles eran
finas y delicadas y estaban artísticamente cosidas con cuerdas de tripa, y á lo
que debía conjeturarse por sus actos parecían tener un jefe al cual
manifestaban todos cierto respeto y obediencia. Estas gentes significaban el
deseo de comunicar con los que estaban en los barcos y prolongar su morada.
Habiéndose separado algunos botes de los navíos para acercarse á la playa, como
nadie entendía el idioma de los indígenas, nadie se adelantó tampoco á
desembarcar; su lenguaje, dicen, es bastante dulce y vivo como el italiano.
Viendo que de los buques ninguno
desembarcaba, algunos se empeñaron en llegar á nado hasta ellos: los tomaron, y
éstos fueron los que llevaron consigo. En fin, viendo los marineros que nada
útil podían sacar de allí, se dieron á la vela, y costeando la isla la
encontraron mucho mejor cultivada en el Norte que en el Sur; vieron numerosas
habitaciones, higueras y otros árboles, palmas estériles, coles y legumbres.
Desembarcaron en seguida veinte y cinco marineros armados, los cuales yendo á
examinar qué especie de gentes habitaba aquellas casas, encontraron unos
treinta hombres desnudos enteramente, que huyeron á su vista espantados al
aspecto de las armas. Entrando otros en las casas, notaron que estaban
fabricadas de piedras cuadradas, labradas con gran artificio y cubiertas de
grandes y hermosas maderas. Encontrando las puertas cerradas y queriendo ver el
interior, las rompieron con piedras, lo que irritó á los fugitivos cuyos gritos
retumbaban por todo el aire. Después de haber así roto las puertas, entraron en
casi todas las casas, donde encontraron higos pasados en cestos de palma, tan
buenos como los de Cesena, y trigo más hermoso que el nuestro, siendo este
grano más largo, más abultado y más blanco, como lo era igualmente la cebada y
otros cereales de que probablemente se alimentan los habitantes. Estas casas,
muy bellas y cubiertas de hermosas maderas, eran muy blancas en el interior
como si hubiesen sido albea-das con yeso. Encontré igualmente un oratorio ó
templo en el cual no había absolutamente ninguna pintura ni adorno, tan sólo
una estatua de piedra, representando la imagen de un hombre con una bola en la
mano y desnudo, con un delantal de hojas de palma, que cubría las partes
naturales, según la costumbre de los habitantes; la que quitaron de allí y
habiéndola embarcado, la transportaron á Lisboa. Esta isla está muy poblada y
muy cultivada, los habitantes recogen granos, trigo, frutas, sobre todo higos.
Comen el trigo y los cereales á la manera de los pájaros, reduciéndolos
enteramente á harina sin amasar ningún pan, y beben agua».
«Al dejar esta isla, los
marineros que habían observado otras muchas á le distancia de ésta, como unas
cinco, diez, veinte y cuarenta millas, navegaron hacia una tercera, donde no
encontraron otra cosa sino árboles muy altos que se elevaban hasta las nubes.
Dirigiéndose desde allí á otra, la hallaron abundantemente provista de arroyos
y de aguas excelentes, teniendo además muchos bosques y palomas, que mataban á
píalos y con piedras, y se las comían. Dicen que son mayores que las nuestras y
su carne del mismo gusto ó quizás mejor. Vieron también muchos halcones y otras
aves de rapiña. No la atravesaron porque se presentaba enteramente desierta.
Desde allí percibieron también otra isla, donde había aftas rocas, la mayor
parte del tiempo cubiertas de nubes; en ella son frecuentes las lluvias, pero
en tiempo sereno ofrece un aspecto encantador, y la creían igualmente
habitada».
«Después marcharon á otras muchas
islas, las unas habitadas, las otras enteramente desiertas, hasta el número de
trece; mientras así adelantaban, más encontraban, viéndose el mar que las
separa más tranquilo que entre nosotros, con muy buenos fondeaderos, aunque
tenían pocos puertos; pero todas con abundancia de aguas. De las trece islas en
donde desembarcaron, hay cinco que hallaron habitadas y bien pobladas; pero no
todas lo estaban igualmente, teniendo unas más habitantes que otras».
«Dícese también que se
diferenciaban tanto por el idioma, que de ninguna manera pueden entenderse unos
á otros, y además que no tienen ningún navío, ni ningún otro medio de venir á
dar los unos con los otros, sino á nado. Encontraron asimismo otra isla donde
no desembarcaron, puesto que en ella se manifestó alguna cosa sorprendente».
«Dicen, en efecto, que existe
allí una montaña de treinta mil pasos ó más. visible en ciertos tiempos desde
muy lejos, y en cuya cumbre se deja ver cierta cosa blanca; y como toda la
montaña es de roca, este blanco parece tener la forma de una cindadela; pero supone
que en lugar de una cindadela es una roca muy aguda en cuya cima estaría un
palo del tamaño casi del mástil de un navío, de donde pendería una verga con
una gran vela latina trazada en forma de escudo, inflada en su parte superior
por el viento, y tendida en toda su longitud; luego parece bajarse poco á poco
del mismo modo que el mástil de los grandes buques; después se vuelve á
levantar, y de este modo continúa siempre, como lo han notado en todas las
situaciones, dando vuelta á la isla, y suponiendo que este prodigio era
producido por algún encanto mágico, no se atrevió á desembarcar en ella.
También han visto otras muchas cosas que el dicho Niccoloso no ha querido
contar. Sin embargo, parece que estas islas no son ricas, porque los
expedicionarios difícilmente han encontrado con que cubrir los gastos de los
víveres que les ha sido preciso sacar. Los cuatro hombres que han traído,
todavía imberbes, de hermosa figura, van todos desnudos: tienen una especie de
delantal formado de una cuerda que les ciñe la cintura, de donde cuelga una
cantidad de hilos de palma de junco, que tienen la longitud de palmo y medio ó
cuando mucho de dos palmos, con que se cubren por detrás y por delante, de
manera que ni el viento ni la casualidad los levantan. Son incircuncisos, sus
cabellos de un rubio dorado, y llegando hasta el ombligo les cubren las
espaldas: caminan siempre descalzos».
«La isla de donde han sido
traídos se llama Canaria; encuéntrase más poblada que las otras; absolutamente
nada entienden de ningún otro idioma, aunque se les haya hablado en muchos
diferentes. Su talla no excede á la nuestra; son membrudos, bastante vigorosos
y muy advertidos, como se puede comprender. Se les habla por signos, responden
igualmente á la manera de los mudos. Guardaban ciertas consideraciones unos
respecto de otros, y particularmente con uno de ellos. Éste tenía una cota de
palma, al paso que la de los otros era de junco, pintada de amarillo y de
encamado. Su canto es dulce; su baile es análogo al de los Franceses; son vivos
y alegres y más sociables que muchos de los Españoles».
«Después que se hubieron
embarcado, comieron higos y pan; éste les agradó, aunque jamás lo habían
probado; rehusan completamente el vino y se contentan con el agua.
Comen igualmente el trigo y la cebada á
embozadas; el queso y las carnes, de que poseen una gran abundancia, son de
buena calidad; no tienen bueyes, ni camellos, ni asnos, pero sí muchas cabras,
cameros y jabalíes salvajes. Se les hizo ver monedas de oro y de plata y las
desconocían. No comen absolutamente las especias de clase alguna. Se les han
enseñado collares de oro, vasos cincelados, espadas, sables; pero ni dieron á
conocer que los habían visto jamás ni los han tenido. Aparentan una buena fe y
una lealtad muy grandes, porque no se da de comer á uno, sin que antes de
probarla, no haya distribuido con los otros su ración en iguales porciones».
«La institución del matrimonio
existe entre ellos, y las mujeres casadas llevan delantal como los hombres;
pero las doncellas van siempre desnudas sin manifestar vergüenza alguna».
«Esta gente tiene como nosotros
un sistema de numeración, según el cual colocan las unidades antes de las
decenas del modo siguiente:
1...................................„.......Nah
2............................................Smetti
3..... ......................................Amelotti
4............................................Acodetti
5............................................Simusetti
6........................................... Sesetti
7............................................Satti
8............................................Tamatti
9 ...........................................Alda-Morana
10..........................................Marava
11 .........................................Nait-Marava
12..........................................Smatta-Marava
13..........................................Amierat-Marava
14..........................................Acodat-Marava
15..........................................Simusat-Marava
16..........................................Sesatti-Marava,
etc.
A. H. P. : en : Revista Aguayro
Año XII nº 141, mayo-junio de 1982.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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