JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO III
Forma de Gobierno y leyes de sucesión a la corona.
Vicisitudes y fórmula de transacción. La realeza: su exaltación al trono y
actos de la coronación. Regalías de la corona. Condiciones y deberes de los
soberanos.
Fue su forma de gobierno la
monarquía aristocrática hereditaria, no rigiendo en todas las épocas las mismas
leyes de sucesión al trono. En los primeros tiempos heredábase la corona con
arreglo al derecho materno, pasando el cetro de un hermano varón a otro empezando
por el de más edad, y muerto el último, reversaba al primogénito de la hermana
más vieja. Esto nos revela de que prevaleció la filiación femenina mientras los
guanches celebraron sus matrimonios por grupos, porque a punto fijo no se sabía
quién era el padre. Pero en el curso de los siglos la evolución de la familia
hacia una forma más perfecta, llevó consigo un cambio en el derecho político
siendo sustituida la línea materna por la paterna, y en tal virtud comenzó a
trasmitirse la corona del padre a su hijo varón primogénito, y así
sucesivamente, reversando al hermano inmediato en defecto de descendencia
masculina. A lo que se ve imperaba la ley sálica excluyendo del solio a la
mujer, por más que las leyendas hablan de la reina Colmar; como también están
contestes las tradiciones de que no admitían interinidades (1).
La sustitución del derecho
materno por el paterno, origen y semillero de guerras que alcanzaron los días
de la conquista, explica las contradicciones sobre la materia de los primeros
cronistas, ya porque no dieron a sus informaciones la amplitud debida o porque
las limitaron a determinadas regiones de la isla. Fray Alonso de Espinosa, que
es el más explícito pero equivoca el orden cronológico en sus noticias, dice a
este respecto:
«... y es de notar que aunque
éstos (los hijos) heredaron y sucedieron al padre, sus descendientes no así,
porque el modo que de suceder tenían era que la sucesión de los reyes no era de
padres a hijos, sino que si el rey que a sazón reinaba tenía hermanos, a que tuviese
hijo no heredaban los hijos sino el hermano mayor, y este muerto heredaba el
otro hermano y así hasta que no quedaba hermano alguno, y entonces volvía la
herencia del reino al hijo mayor del primer heredero, y así de uno a otro iba
sucediendo.»
Aparte del error que comete fray
Alonso de Espinosa, al afirmar que cuando no quedaba hermano alguno pasaba la
corona «al hijo mayor del primer heredero», siendo así que iba a parar al
primogénito de la hermana más vieja como dijimos y se encontrará la razón de
ello al tratar de la familia, puede asegurarse recogió sus noticias en
cualquiera de los reinos menos en el de Taoro; haciendo lo contrario que su
contemporáneo Viana, que indudablemente practicó sus investigaciones en dicha
nación, para declararnos que la sucesión era de padre a hijo respetando la
línea masculina. Tal contradicción entre los dos primeros cronistas que
convivieron en la misma época, nos refleja con exactitud el interesado criterio
de unos Estados que lo mantuvieron con las armas en las manos.
Lo que no tiene explicación es lo
escrito por fray Abreu Galindo de «que el suceder era por elección» (2). Por lo
menos no hay noticias de que en el eterno litigio ventilado en los campos de
batalla entre tíos y sobrinos o seáse entre los defensores del derecho materno
y paterno, se interpusiera un pretendiente extraño al linaje del fundador de la
dinastía. Ni podía interponerse, por cuanto el derecho positivo al solio
arrancaba de un soberano que logró traspasarlo al individuo de su familia que
estuviera en posesión de sus huesos, el cráneo y el húmero derecho, que los
menceyes los iban trasmitiendo a sus herederos como el mejor si no el único
título al trono. ¡Tal era la autoridad virtual consagrada por los siglos a
aquellos emblemas de la inteligencia y el valor, del que sin duda engrandeció
su pueblo!
Por esto los menceyes los
custodiaban como reliquias venerandas, usando en las solemnidades a guisa de
cetro el referido húmero forrado de finísimas pieles, y por la misma razón la
nobleza antes de ceñirles la corona, les hacían jurar sobre los simbólicos
restos guardar las leyes de la república, como el compromiso más sagrado. No
obstante, siempre que en Tenerife se desataron las ambiciones fraccionándose en
dos, tres o más reinos aparecía cada uno de los pretendientes de la misma
familia mostrando las indicadas reliquias, a todas luces apócrifas; pero
semejantes mistificaciones nos prueban a la par el arraigo de la monarquía
hereditaria y el poder representativo de los huesos del antiguo fundador de la
dinastía.un Más las consecuencias calamitosas de estas luchas seculares entre
los partidarios de ambos derechos al vacar las coronas, por ser un doble camino
abierto a una raza guerrera y movediza, trajo a la larga algo así como una
transacción según la cual regiría el derecho paterno, pero concediendo a los
infantes a medida que llegaran a la mayor edad el gobierno vitalicio de una
provincia. Cuéntase que éste fue el origen de las obligadas jefaturas de los
achimenceyes. Pero la experiencia acreditó que tal convenio, que se pierde en
el fondo de los siglos, fue poco menos que ilusorio cuando no contraproducente,
porque no respetando las nuevas generaciones los compromisos de las pasadas,
muchas veces se convirtieron los achimenceyatos en organizados centros de
rebelión.
Por esto si en algún pueblo tuvo
exacta aplicación el conocido refrán de «A rey muerto, rey puesto», fue en el
guanche; por ser práctica previsora entre sus hombres de Estado, que los había
muy astutos, evitar las interinidades del solio a ser posible de horas. ¡Y aún
así no siempre evitaron las guerras civiles! No bien los soberanos ofrecían
síntomas de un próximo fin conmovíase la nación entera, aumentando la zozobra
cuando las circunstancias hacían temer la existencia de más de un candidato; y
el sumo pontífice, de acuerdo con los principales personajes, preparaba con
toda premura la convocatoria del Beñesmer o asamblea legislativa para
constituirse tan pronto expirara.
Muerto el rey reuníase en amplio
tagoro para proceder a la coronación en medio de un sencillo pero solemne
ceremonial, cuyos detalles se han perdido. Sólo se sabe que el gran sacerdote o
sumo pontífice llevando la voz del Beñesmer, ofrecía al heredero del trono la
fidelidad de la nación a cambio del respeto a las leyes del reino; y que
colocando con la mayor veneración la calavera del fundador de la dinastía sobre
la cabeza desnuda del candidato, éste manteniéndola con sus manos y puesto de
rodillas prestaba el siguiente juramento: «Mencei-to Acoran inat zahaña
chacometh» que significa: «Lo juro por Dios y este rey que me elevan al trono».
Y acto seguido, tomando asiento
en el trono y empuñando el húmero de su antepasado a título de cetro, recibía
el pleito homenaje de todos los asambleístas, que empezando por los más ancianos
y calificados desfilaban uno tras otro hincándose de rodillas, para prestar
este juramento con la calavera sobre el hombro derecho: «Agoñet Acornó inac
zahaña reste mencey» o lo que es lo mismo «Juro por Dios y por este hueso
defenderte como rey y por rey a tu descendiente» ', (3).
Tan pronto terminaba la ceremonia
lanzaba el Beñesmer tres ajiji-des en señal de que ya tenían soberano, a cuya
manifestación se precipitaban en el tagoro los hidalgos para tributarle sus
homenajes. Desde ese instante le daban el tratamiento de quebehí, y el nuevo
rey expedía embajadores a los distintos reinos para notificar a los menceyes su
exaltación al trono. En este día no daban señales de regocijo, sino que
legalizada la situación convertían su espíritu al sentimiento de piedad por el
monarca finado; prodigando las muestras de dolor durante los quince días
reglamentarios de las exequias reales hasta encerrar el cadáver en el panteón.
Con este acto ponían término al duelo nacional y daban comienzo a los
preparativos para la proclamación pública del nuevo rey.
Llegado el día, y sencillamente
decorado el tagoro con arcos, ramaje y flores, acudía la nación en masa, nobles
y siervos, hombres y mujeres, animados de gran entusiasmo a rendir vasallaje al
nuevo soberano. Sentado en el trono comenzaba por recibir primero a los
magnates, que según Viana se arrodillaban y le besaban con el mayor respeto la
mano derecha; después la nobleza de segunda clase que le besaban la izquierda;
y por últimos, los siervos los pies después de limpiarlos con flores las
mujeres, y con la punta del tamarco los hombres; y lo mismo nobles que siervos
repitiendo la frase: «zahañat guayohec»: «soy tu vasallo».
Tres días duraban las fiestas
reales, (4) que amenizaban con sus acostumbradas hogueras, cantos, bailes,
luchas, carreras, banquetes y ejercicios variados, hasta que finalizado el
plazo se retiraba la muchedumbre a sus respectivos tagoros llenando los aires
de regocijados aji-jides.
* * *
Llevaban los menceyes la
representación del reino en los tratados internacionales, en las declaraciones
de guerra y ajuste de la paz, mandaba las fuerzas y convocaba el Beñesmer, no
sólo en las fechas legales sino en toda ocasión que lo estimara conveniente.
Radicaba en la realeza el poder ejecutivo para el cumplimiento de las leyes y
los acuerdos del Beñesmer, ya directamente o por delegación; contando para esto
con dos cuerpos orgánicos conocidos por la tradición con los nombres de Tagoro
Real y de Gran Tagoro o Senado de los que nos ocuparemos más adelante (5).
Además tenían otro personal auxiliar, algo así como secretarios para
facilitarles cuantos antecedentes convenía a la buena administración; que
llevaban en tarjas de huesos, leñablanca, halos y otras materias la
contabilidad de los depósitos del común, estadísticas, etc., que servían de
control en los balances cuatrimestrales de los tagoros. Completaba sus medios
de acción un doble servicio diario de correos, recibiendo mañana y tarde de
todos los achimenceyatos noticia detallada de cuanto ocurría en los respectivos
concejos. Entre las regalías de la corona se sabe que la de Taoro tenía el don
de gracia, pero hay motivos fundados para creer que a las demás no alcanzaba
esta prerrogativa.
Cuanto a la guardia real de 100,
200 y más hombres —dícese que la de Bencomo era de 400—, formada por los más
valientes de la nobleza y de siervos ennoblecidos, mandados por los sigoñes o
capitanes más reputados, no hay que considerarlas como escoltas de los
soberanos como repite el vulgo, sino como un ejército permanente o de
observación con motivo del estado de guerra en que se encontraban en la época
de la conquista. La fuerza adscrita para custodia de los mence-yes en tiempos
de paz, que utilizaban como edecanes para llevar órdenes, etc., era bastante
pequeña. Estos indicados edecanes o «correos reales» los acreditaba el color
rosado del cinto y un palito de sabina como de 1/2 metro de largo y aguzado por
las puntas con una pelota al centro, todo de una pieza. Existe un ejemplar en
el Museo Municipal, encontrada en el barranco del Rey en Arona.
Las cualidades personales de los
candidatos al solio eran tenidas muy en cuenta. No bastaba ser legítimo
heredero, porque el concepto puro del derecho en una raza que vivía en plena
edad heroica no la llevaba a entronizar un príncipe débil o defectuoso. Un
pueblo en que la ley privaba de los derechos civiles a los cobardes, enfermizos
o deformes, no toleraba que el primer magistrado careciera de aquellos
atributos que juzgaban dignos del cargo más elevado de la república. El mencey
Sortibán a pesar de su gran crédito entre los güimareros, abdicó por la ceguera
que le sobrevino, (6).
Exigían como primera cualidad de
la realeza el valor, comprobado en toda clase de riesgos. Por esto desde niños,
aunque el sistema de educación lo hacían extensivo a la totalidad de los
habitantes, los aleccionaban en distintos ejercicios de fuerza, agilidad y
osadía ante verdaderos peligros. Los reyes y proceres eran los primeros en
cargar al enemigo, solicitando con empeño los combates cuerpo a cuerpo; de lo
que dieron repetidas y gallardas pruebas, en sus guerras intestinas, en los
asaltos y en la invasión española, como hemos visto en el Tomo I.
Mas no bastaba a los reyes la
reputación de valientes sino también la de rectos y justos que procuraban acreditar
con los hechos. Hablaban poco en público, no disputaban, y sin familiarizarse
eran fácilmente accesibles de sus vasallos por humildes que fueran. Aunque
bárbaros, comprendían la necesidad de hallarse rodeados de un ambiente
honorable.
Visitábanse los soberanos con
frecuencia por mera amistad o por intereses nacionales; y en sus propios reinos
no permanecían estacionados, sino que lo recoman a menudo no tanto por solaz de
sus personas, como dicen los autores, sino para fiscalizar la administración pública.
En estos casos, precedidos de la añepa o pendón real y acompañado de los
proceres y su guardia, recoma los tagoros; saliendo al camino los habitantes de
cada concejo con su tagorero al frente, llevando en alto su respectiva añepa,
para rendirle vasallaje y darle escolta hasta el tagoro inmediato, en medio de
ajijides y otras manifestaciones de alegría.
* *
NOTAS
1
Aunque seguimos a Alonso Espinosa y Viana, damos las traducciones que oímos a
un anciano, que decía aparecen equivocadas en los libros. (En hoja aparte,
comenta Bethencourt Alfonso lo siguiente:
Coronación
de los reyes del Perú.— La coronación de Manco Capac II, a quien Pizarro colocó
en el trono de los incas en 1533, fue original. Era hijo de Huayna Capac y
hermano de Atahualpa. La coronación la presenciaron sus antepasados en el
banquete oficial que era de rigor: su padre, abuelo y otros parientes, estaban
sentados delante o frente a él, y el nuevo inca brindó ante sus momias con una
copa de oro.
Cuando
moría un inca se le embalsamaba y se guardaba su cuerpo en el mausoleo real,
para sacarlo cuando otro inca fuera coronado. Sin la presencia de tales
convidados, la ceremonia era incompleta, casi ilegal.
Manco
Capac fue el último inca cuya coronación presenciaron aquellas momias.
¿No
es verdad que hay algún parecido con la ceremonia de los menceyes, con los
huesos de sus antepasados?
Lo
que dice Bocaccio ¿o Azurara?, de que mientras duraran las exequias, es decir
15 días, hasta que fuera depositado en el panteón, el mencey nombrado interinamente,
mejor dicho, extraoficialmente, gobernaba a nombre del muerto. Por esto dicen
que gobernaban dos a la vez, etc. Véase esto...)
(1) El
punto de partida de este capítulo, para Bethencourt Alfonso, fue el valorar la
posibilidad de la existencia, en la época mítica, de un sistema matrilineal en
la transmisión del poder que luego sería sustituido por otro de tipo
patrilineal.
Los
primeros cronistas no describieron claramente la configuración de la estructura
de poder dentro de las comunidades guanches; volviendo a plantearse la enorme
dificultad que suponía para estos cronistas, la descripción detallada de las
instituciones guanches así como su funcionamiento. En aquellos casos en los que
sí hubo intentos de aproximarse al conocimiento de cómo funcionaban tales
instituciones se plantean argumentos contradictorios, como los enunciados por
Espinosa y Viana.
(2) En la actualidad existen dos hipótesis que
tratan de explicar la forma de obtención del poder supremo en la comunidad o
menceyato, poder ostentado por el (M(i)nk(e)dy) o Mencey. Unos autores
defienden el sistema hereditario ejercido por los miembros pertenecientes al
linaje principal que a su vez se consideraban descendientes directos del
Mencey.
Para
otros el sistema de transmisión del poder utilizado era el electivo. Ésta fue
la opción asumida por Fray Abreu Galindo, versión que no acepta el Dr.
Bethencourt Alfonso. (Vid. Antonio Tejera Gaspar. Ob. cit., pp. 67-68).
(3) Si bien la descripción que se nos hace de la
fórmula de juramento del nuevo Mencey es notablemente llamativa, habría que
aplicarle una lectura más amplia:
«En
todo caso lo que resulta relevante es el ceremonial en sí y la importancia
social del simbolismo que encierra este acto en el que se renueva el recuerdo
del Primer Antepasado común, a quien habría de guardarse memoria como iniciador
del linaje. Esta conmemoración renovada del Primer Antecesor a través de la
repetición del mito fundacional o mito de origen, explica que hubiera pervivido
con tanta nitidez en la memoria colectiva de la Comunidad. Las
celebraciones del ritual sirven para conectar con el mundo de los antepasados
para recibir el influjo y el carisma propios del poder. Y es, asimismo, la
realización de una alianza social al obligarse a respetar, conservar y perpetuar
las normas que, cargadas de un hálito sagrado, debían ser cumplidas para la
continuidad y supervivencia del orden establecido...». (Ibídem, pp. 67-68).
(4) La celebración de estas fiestas reales era la
ocasión en que renovaban los pactos sociales o se consolidaban los vínculos
entre los miembros de una misma comunidad social. Además, era el paso
iniciático del nuevo mencey, representante supremo del menceyato, en el camino
que lo llevaba a practicar la reciprocidad y la redistribución de los bienes comunitarios.
(5) «El régimen patriarcal guanche concuerda con
la economía y la organización social de aquel pueblo... El mencey asume las
funciones de patriarca y la sociedad se estratifica rigurosamente; según la
nomenclatura castellana empleada conven-cionalmente por los cronistas, se hace
la división en: nobles, villanos y escuderos. La riqueza de ganado determinaría
esta división de clases...». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pág. 29).
(6) En una sociedad que basaba su supervivencia
en la explotación del medio natural, y teniendo en cuenta la rudeza del paisaje
en muchas zonas de la isla de Tenerife, el desarrollo de una rígida
estratificación social, así como la presencia de rivalidades entre los
menceyatos; nos parecen razones más que suficientes para que antes de jurar el
cargo de mencey o máximo representante de esa comunidad, se tuvieran muy en
cuenta las aptitudes personales del candidato.
(7)
A raíz de plantearse determinadas similitudes entre las culturas prehistóricas
de Canarias con otras, de parecido desarrollo cultural, asentadas en el
continente americano, se han tratado de explicar aquellas a través de diversos
esquemas de interpretación. Ya hemos hablado de la tesis transatlantista de
Alcina Franch y cómo, para este autor, podemos establecer un catálogo de
elementos materiales, y diversos rasgos culturales que presentan una notable
semejanza y se distribuyen desde el Mediterráneo, N. de África, las Canarias y
el continente americano. Otros autores plantean la enorme dificultad existente
en aquellos momentos históricos para que tales contactos se hubieran podido
dar.
¿Son
similares respuestas a problemas comunes que fueron elaboradas por culturas
alejadas unas de otras? El gran parecido de estos elementos materiales y
aspectos culturales nos impiden, en los momentos actuales, aventurar una respuesta.
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