Aquí nació la ciudad, hace cinco
siglos. Y aquí se levantó la primera iglesia parroquial, que se puso bajo la
advocación de San Antón. Las Palmas de Gran Canaria tuvo un origen guerrero: el
del campamento que para la conquista de Gran Canaria emplazó Rejón en el
palmeral que bordeaba el río Guiniguada. El frondoso palmeral que habían gozado
seculares miradas aborígenes y que contemplarían por primera y última vez los
ojos rapaces de los conquistadores. Era la primera ruptura violenta con la
naturaleza que impondría ciegamente a su medio la nueva ciudad. Siglos después
la urbe devoraría el maravilloso paraje de dunas de los Arenales y las hermosas
playas del istmo de Guanarteme. Más tarde los acantilados y playa de La Laja. Ahora espera,
pacientemente, su turno. La
Isleta.
Finalizada la invasión y conquista, la
plazuela de San Antonio Abad se convirtió en el humilde centro
cívico-administrativo de la naciente villa colonial. La iglesia de San Antón
cumplió funciones de catedral de Canarias hasta que años más tarde se edificó
la primera iglesia de Santa Ana —luego llamada "iglesia
vieja"—.Después en los albores del siglo XVI, se levantó el gran templo
gótico que fue definitivamente la sede catedralicia del Archipiélago. Desde
entonces el recinto de la plaza de Santa Ana sirvió de emplazamiento a los
edificios civiles y religiosos más importantes y fue la plaza principal de la
villa. Este fue el concreto origen de la ciudad, sin mitologías ni leyendas
perdidas en el tiempo. La ermita se reedificó a mitad/del siglo XVIII, pero
conservó su portada de sillería y el relieve con el águila bicéfala, símbolo de
la casa de Austria. La plazuela y la ermita de San Antón han quedado como la
sencilla representación iconográfica del primigenio embrión urbano.
Desde la iglesia de San Antón
parten estrechas callejuelas que configuraron la primera trama urbana de Las
Palmas. Frente a la ermita se emplaza la Casa de Colón, complejo arquitectónico y
museístico que recuerda el paso del Almirante por Gran Canaria en sus periplos
al Nuevo Mundo. Entre los detalles constructivos y ornamentales de la Casa de Colón destaca la
portada de sillería gótica de finales del sigld XV,
que se asoma a la calle de aquel nombre, así como la fachada (sigld XVIII) conjugada de hermosos balcones de la Casa de los Hidalgos, frontal
a la vieja plazuela de los Alamos, y el balcón esquinero que recoge la
composición de Comas.
Cristóbal Colón pasó por Gran
Canaria en tres de sus cuatro viajes al Nuevo Mundo: en el viaje del
Descubrimiento, en el segundo de sus periplos —al mando de una gran flota que
fondeó en la bahía de La Luz —
y en el último: De su postrera estancia dejó como huella indeleble una carta
dirigida a un fraile de la cartuja sevillana que llevaba fecha de mayo de 1502.
Es natural que en Las Palmas de Gran Canaria se guarde el recuerdo del paso de
Colón. Flanqueada por las plazas del Pilar Nuevo, de los Alamos y de San Antón
y por los pasajes de Colón y de Pedro de Algaba, la Casa de Colón —con sus viejas
fachadas y balcones y con sus añadidos contemporáneos, alguno nada acertado
ofrece una hermosa composición arquitectónica en el primitivo centro de la
ciudad histórica.
Desde la estampa retrospectiva
del puente de Verdugo —que la memoria puede sólo gozar en viejas fotos e
ilustraciones— la imponente fachada de la catedral de Santa Ana —la antigua
catedral del Archipiélago— se aplasta como observada por la potente lente de un
teleobjetivo. El edificio históricoarquitectónico más importante de las Islas
nació en los albores del siglo' XVI. Era una empresa de gran ambición para una
villa que apenas contaba mil o dos mil almas. Toda la ciudad podría caber en su
recinto. Pero la fe — efizcamente acompañada de los diezmos y primicias— hizo
el milagro y el edificio se elevó sobre elegantes pilares y arquerías góticas.
En 1520 llegaban desde Flandes las campanas para sus torres ochavadas. Y diez
años después se inauguraba su pila bautismal vertiendo agua bendita en la
frente de un niño que fue llamado Juan. Pero como tantos y tantos templos
colosales, la catedral quedó inacabada en aquel mismo siglo. En ef XVII se hizo
el incomparable Patio de los Naranjos. Y en los últimos decenios del XVIII
se emprendió la conclusión del templo al
que los anhelos • neoclasicistas de la época proporcionaron nueva fachada.
Montaude, Palacios, Eduardo, Lujan — maestros arquitectos— dejaron su impronta
en diferentes épocas de la edificación. Roelas y Quintana, Ortega y Campos,
Miranda y el propio Lujan —pintores, retablistas e imagineros— aportaron su
capacidad creativa para la mayor prestancia de sus altares y capillas.
Costumbres y creencias han cambiado con el paso de los años, pero la silueta de
la catedral permanece como un nítido punto de referencia de la antigua ciudad.
Fuente de Santo Domingo.
Simbólica iconografía en la plazuela de severidades monásticas. Del convento
sólo quedan los aires y los restos de su arquería, instalados en el patio de la Casa de Colón; y la iglesia,
la capilla de retablos barrocos y pasos de Lujan. La fuente ya no es pilar,
aunque a veces debiera serlo. El agua ha sido, permanentemente un lujo para
nuestras gentes. Antes, porque siempre fue difícil traerla desde las ricas
cuencas de la isla. Hoy, porque somos muchos para tan poco caudal. Las aguas
del barranco de la Mina
ya se canalizaban para el suministro de los vecinos de Las Palmas en los
comienzos del siglo XVI, aportando murmullos de vida a los dos pilares de la Plaza de Santa Ana y de la
calle de Triana. Casi tres siglos más tarde, en 1792, se hicieron llegar hasta
la ciudad los caudales de la fuente de Morales, lo que se celebró con el
enrramado de los nuevos pilares y las salvas lanzadas desde los castillos. La
historia termina por ahora en los miles de pozos perforados y en las costosas plantas
potabilizadoras. La estampa de las sencillas mujeres portando los cántaros de
agua sobre sus cabezas desapareció hace muchos decenios. Pero no debemos
olvidar la silueta de fuentes tan hermosas como la de la Plaza de Santo Domingo.
El Puente de Piedra componía una
de las más pintorescas estampas de la vieja ciudad. Cruzando el padre
Guiniguada, el puente era el "elemento de comunicación entre Vegueta y
Triana. A lo largo de su historia, Las Palmas de Gran Canaria tuvo
sucesivamente por lo menos una docena de puentes, de madera, de argamasa o de
sillería. De vez en vez, las caudalosas avenidas del Guiniguadg se llevaban el
único puente de la villa, arrastrando sus restos hasta el mar. Entonces los
vecinos se veían en la obligación de hacer frente al problema, aportando su
contribución, cuando no su trabajo, para la nueva construcción. A principios
del siglo pasado la ciudad sufría nuevamente este problema. Fue entonces cuando
se construyó un nuevo puente que, por deferencia del obispo Verdugo, fue costeado
con los fondos de la
Diócesis. El puente, cuyo proyecto fue realizado por Lujan
Pérez, se hizo de sillería con tres ojos y contrafuertes en sus pilares. Dos
lápidas de mármol, insertadas en sus respectivos flancos, tenían esculpidas,
respectivamente, las armas del obispo y la fecha de su edificación. Se inició
su construcción en el verano de 1814y fue concluido en la Navidad de 1815. El puente
de Verdugo permaneció en pie hasta los años veinte de nuestro siglo para ser
sustituido por el último puente que tendría Las Palmas.
A. H. P. en: Revista Aguayro
Año XII nº 137, octubre de 1981.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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