JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO XI
Moribundos y exequias. De los
embalsamadores, embalsamamientos y mortajas. Del chajasco o entierro: banquetes
funerarios. Necrópolis. De algunos túmulos y menhires.
Era costumbre que los parientes y
convecinos invadieran las moradas de los enfermos para acompañarlos, dando
muestras de sentimiento, así como los moribundos despedirse de los
circunstantes cuando llegaba su última hora. De ordinario afrontaban el supremo
instante con valor resignado, procurando morir con la vista fija y las manos
levantadas hacia el sol, y si era de noche mirando el fuego sagrado que ardía a
la puerta de la choza. Con el postrer suspiro rompía la concurrencia en
clamoroso llanto, arrojándose los allegados sobre el cadáver para abrazarlo y
besarlo hasta que era conducido por los embalsama-dores a un lugar más o menos
apartado del auchon, pero de donde pudiera la familia vigilarlo a distancia. En
este mismo lugar encendían otra hoguera sagrada en sustitución a la anterior,
que avivaban noche y día durante todo el tiempo de las operaciones del
embalsamamiento.
Ahora bien, como la duración de
las honras fúnebres dependía del número de días empleados en la preparación de
los xaxos terrestres o momias y según la ley estas preparaciones tenían plazos
marcados para cada clase social, quiere decir que las exequias duraban 3 días
para los siervos, 5 para los hidalgos, 7 para los chaureros, 9 los tago-reros,
11 los achimenceyes y 15 los soberanos (menceyes). Dentro de estos períodos el
xaxo ausente vagaba entre sus familiares recorriendo las viviendas del auchon,
enterándose de las conversaciones, participando de las comidas, favoreciendo a
los amigos y castigando no sólo a sus contrarios sino a los que mostraban
tibieza en sus manifestaciones, «ya metiéndoles miedos» o encarnando en ellos.
De aquí las demostraciones de una
piedad exagerada, de los estrepitosos duelos por un doble sentimiento de pena y
terror, como aún acontece en no pocos caseríos de la isla. Las familias metidas
y acu trucadas en los aucheros, bebiendo tibejas de leche o de sustancia de
cabra entre el bajo susurrar de los acompañantes, ofrecían ratos alternados de
silencio y de ruidosas lamentaciones. Después de un compás de reposo y a guisa
de salmo, surgía de pronto la voz quejumbrosa de cualquiera de los asistentes
haciendo la apología de alguna virtud, hecho heroico o favor recibido del
muerto concluyendo en llanto, que era coreado a pulmón lleno por toda la
concurrencia. Y así permanecían noche y día hasta ser mirlado el xaxo. Es
evidente que tanto dolor exteriorizado, fuera de medida hasta por las personas
menos ligadas al finado, más obedecía a la inquietud por una mala partida del
xaxo ausente, que sabían rondaba entre ellos vigilándolos, que a un sentimiento
de pena; no siendo paradójico afirmar que después de muertos se temían más que
en vida'.
Entre los guanches el dogma de la
resurrección y el principio de la perpetuidad de la carne o sea de la
conservación de los cadáveres eran conceptos correlativos. La muerte dentro de
sus creencias religiosas, era sencillamente la separación temporal de los dos
xaxos que constituyen la personalidad humana como ya dijimos, que al
realizarse, uno de ellos se ausenta para volver más tarde a encarnar en el otro
que permanece en la tierra esperando. De aquí que desde el rey al último siervo
se hallaran obsesionados por la idea de eternizar sus restos mortales y que el
Estado fuera el encargado de cumplimentar tan suprema como universal
aspiración. Por esto los beneficios de dicha piadosa institución nacional alcanzaba
a todos los habitantes, como también lo expresa el historiador Viana, aunque
con las desigualdades inherentes a una sociedad organizada bajo un régimen de
privilegios que hacían extensivos al otro mundo.
Ocupándose fray Alonso de
Espinosa de los funcionarios a quienes tenían encomendado este servicio, dice:
«Loa naturales desta isla
piadosos para con sus difuntos, tenían por costumbre que cuando moría alguno
dellos llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mugeres (si era
mujer) que tenían este por oficio y desto vivían y se sustentaban... Mas los
hombres y mugeres que los mirlaban (a los muertos), que ya eran conocidos, no
tenían trato ni conversación con persona alguna, ni nadie osaba llegarse a
ellos porque los tenían por contaminados; mas ellos y ellas tenían su trato y
conversación y cuando ellas mirlaban alguna difunta, los maridos le traían la
comida y por el contrario».
Aparte de que dentro del régimen
social guanchinesco las artes, oficios y demás trabajos no eran remunerados en
el sentido de la utilidad privada, es legendario que tan importante servicio
estaba encomendado por el Estado a corporaciones especiales de ambos sexos de
la vilipendiada clase de los achicaxnáis, que revestían carácter sacerdotal
entre los de su casta; tradición igualmente recogida por Mr. Dau-benton, citado
por Viera y Clavijo, quien escribe que los descendientes de los aborígenes le
aseguraron «...de que el arte de embalsamar los cuerpos era conocido de sus
mayores, y que había en su nación cierta Tribu de Sacerdotes, que hacían de él
un secreto, y casi un misterio sagrado». De modo que «si nadie osaba llegarse a
ellos porque los tenían por contaminados», como dice fray Alonso de Espinosa,
«...igual interés mostraban los embalsamadores en rodearse del mayor sigilo.»
Por esto siempre fue un misterio
no ya para los conquistadores sino para los mismos guanches el arte de
momificar los cadáveres; y cuanto se ha dicho o diga sobre el particular no
pasan de meras hipótesis, de noticias indirectas o de naturales deducciones
tomando como fuente el estudio de las necrópolis, que es lo que vamos a exponer
como resultado de nuestras investigaciones.
Verdad es que aunque los
procedimientos y los medios industríales que empleaban estuvieran a cubierto de
las indiscreciones, no fue óbice para que los indígenas se formaran una idea
confusa de sus prácticas, puesto que si bien a distancia vigilaban a sus
difuntos, y para conocer muchas de las primeras materias recolectadas por la
administración pública con destino a los embalsamamientos. Sábese por esto que
utilizaban productos naturales resinosos, óleo o goma resinosos, esencias y
otras sustancias aromáticas, por recoger los jugos que fluían espontáneamente o
por incisiones practicadas en las cortezas de los dragos, pinos, almacigos,
sabinas, cedros, cardones, tabaibas y otras plantas; las flores y hojas más o
menos astringentes y aromáticas de la algáfita, guaidín, corona de la reina,
algaritofe, granadilla, torvisquillo, romanillo, yerba de cumbre, yerba de
risco, etc.; así como otras sustancias desecantes, absorbentes o astringentes,
ya de origen vegetal como el zumo del mocan y la corteza de haya, o de
procedencia mineral tales como la sal común, piedra pómez, almagre, etc. (l).
De estas diversas materias unas eran empleadas tal cual las
ofrecía la naturaleza y con otras preparaban lo conocido bajo el nombre
genérico de «bálsamo de los guanches» que se ignora si era uno o más productos
diferentes 2.
Ahora bien, del estudio que hemos
hecho de algunos centenares de cuevas funerarias se deduce que los
embalsamadores disponían de tres procedimientos para mirlar los cadáveres, que
empleaban según la categoría social del finado en conformidad con la ley,
reservando naturalmente el más perfecto para los reyes o proceres y el más
deficiente para los siervos, que denominamos, atendiendo al carácter más
saliente que a nuestro juicio particulariza cada método, por rellena-miento,
embadurnamiento y por desecación, teniendo de común sin embargo las operaciones
preliminares.
Es tradicional que entregado el
cadáver de varón a los embalsamadores y de mujer a las embalsamadoras, lo
transportaban en un chajas-co3 al lugar elegido en las inmediaciones de la
vivienda donde ya ardía la hoguera sagrada, lo tendían en el suelo sobre un lecho
de ramas, briznas y yerbas secas aromáticas, para después de lavarlo extraerle
las entrañas respetando el sistema piloso. Practicaban una incisión penetrante,
y esto lo hemos comprobado (2), a partir del extremo inferior de la línea alba
en dirección del hipocondrio derecho, por donde sacaban todas las visceras del
vientre, y luego a a través de dicha abertura dividían el diafragma para vaciar
la cavidad torácica; no existiendo huellas de que intentaran la extracción de
la masa encefálica. Nuevamente lo lavaban por dentro y por fuera, para
colocarlo seguidamente encima de un chajasco con patas a manera de mesita,
mientras el lecho de yerbas empapado de sangre, restos orgánicos y visceras del
difunto era arrojado a la hoguera sagrada, de propósito alimentada con gran
cantidad de combustible aromático, de sabina, ajafo, etc., para consumir hasta
el último residuo, evitando toda profanación. Los guanches, cuyas creencias y
prácticas mortuorias tanto recuerdan a los egipcios, no guardaban como éstos
las visceras en vasos canópicos, sino que las sacrificaban a Magec en su
emblema terrestre.
Después de otras manipulaciones
que se desconocen, procedían al embalsamamiento conforme a la categoría del
finado. El método que hemos denominado por rellenamiento consistía en rellenar
las cavidades torácica y abdominal con hojas y flores, de las que hemos podido
constatar la yerba de risco, el tomillo, algaritofe, torvisquilla, guaidín,
orchilla, y de leñanoel en uno de los cadáveres4. Esta era la práctica empleada
para con los siervos.
Cuanto al método por
embadurnamiento, que aplicaban a los hidalgos después de las operaciones
preliminares comunes a todos, como la palabra lo indica se reducía a embadurnar
completamente por fuera al cuerpo con el producto llamado bálsamo de los
guanches y por dentro rellenarlo con la misma sustancia. Esta especie de pez se
descompone y desaparece con el tiempo, por lo que es frecuente tropezar con
cadáveres en los que únicamente aparecen lubrificadas algunas regiones.
Pero el procedimiento perfecto
era el adoptado para la alta nobleza y los soberanos, que calificamos por
desecación, porque según las tradiciones sometían los cadáveres en la hoguera
sagrada a una especie de ahumado y desecación. Por otra parte, esta es la
impresión que nos hacen los tejidos secos como el cartón y sin ofrecer los
cadáveres ni el menor indicio de sustancias extrañas como las que llevamos
referidas. A estas momias alude Marín y Cubas cuando escribe:
«Tenían grandes zumarrones de
cuerpos mirlados, tan enjutos que parecían de madera y forrados en pieles.
Había mujeres con los niños al pecho, enjutos con todas sus perfecciones, que
podían conocerse, y sin faltarles cabellos, antes lo tenían rubios, largos y
fuertes. Hacíanles ofrendas de comidas del modo que hemos dicho».
Y el obispo Rochester, citado por
Viera y Clavijo, ocupándose del particular en su Historia de la Sociedad Regia de
Londres, observa:
«Los guanches conservaban una
extrema veneración a los cuerpos de sus mayores, y pasaba entre ellos por
profanación la curiosidad de los extranjeros. Hallándose, pues, el autor en
Güímar, lugar entonces casi únicamente poblado de los descendientes de aquella
fiera, pobre y celosa Nación, tuvo crédito para hacerse conducir a sus cuevas.
Son éstas (dice) unas concavidades formadas en las peñas por mano de la
naturaleza, y perfeccionadas por el arte. Los cadáveres están envueltos en
pieles de cabras, cosidas con correas, tan sutilmente, que es una admiración.
Aunque arrugados, y perdido el color, se ven tan enteros que en ambos sexos se
distinguen los ojos, los cabellos, las orejas, las narices, los dientes, los
labios, las barbas, etc. El autor contó en una sola cueva de trescientos a
cuatrocientos cuerpos, unos de pie y otros tendidos sobre ciertos catrecillos
de madera, que los guanches, no sé con qué secreto ponían tan dura, que no hay
hierro que la pueda romper. Por punto general les salían fuera de este pequeño
lecho la cabeza y los pies, cuyos miembros descansaban sobre dos grandes
piedras. Añade, que cierto cazador cortó
en una ocasión un trozo de la piel que tenía uno de estos difuntos encima del
estómago, la que estaban tan suave, dócil y libre de corrupción, que la empleó
muchos años en el uso de algunas cosas. Son estos cadáveres tan ligeros como la
paja, y se le distinguen los nervios, tendones y aún las venas y arterías a
modo de pequeños hilos. Tenían los guanches en estos sitios fúnebres unos vasos
de tierra muy dura, que parece los ponían con leche o manteca al lado de los
muertos, y decían que en Tenerife había más de veinte cuevas con los cuerpos de
sus reyes y otras personas distinguidas, sin las que ellos mismos ignoraban,
porque sólo los viejos eran depositarios de aquel secreto, y éstos no eran
hombres que revelaban nada»
Respecto a los detalles del procedimiento
para llevar a cabo la operación se ignora en absoluto, pues fue un secreto que
se llevaron los embalsamadores a la tierra5. Terminado el embalsamamiento en el
tiempo reglamentario procedían a amortajar los cuerpos. Cosían esmeradamente a
sutura continua con correa la incisión del vientre; colocaban a los varones las
extremidades superiores a lo largo de los costados a perderse en los muslos
estrechamente ceñidas a las fosas ilíacas externas y a las mujeres con las
manos sobrepuestas en el pubis, y en ambos los pies en posición vertical,
unidos y con los dos dedos gordos (pulgares) atados con ancha cinta de cuero,
unas veces dispuestos paralelamente y otras sobrepuestos; debiendo hacer
constar que jamás hemos encontrado en los restos mortales de ninguno de los dos
sexos objetos a título de joyas, pero sí rosarios aunque no en todos6.
Amortajaban a los siervos
vistiéndoles el tamarco que usaron en vida; pero a los nobles los envolvían en
pieles gamuzadas, de ordinario de cabras, en tanto mayor número cuanta más alta
era la jerarquía, llegando hasta ocho y nueve como en las momias descubiertas
en la Cueva de la Gotera , en Candelaria, y
que fueron a parar al Gabinete de Casilda en Tacoronte. En estas pieles, que
agrandaban con trozos esmeradamente cosidos, los liaban como quien hace un
cigarrillo, fuertemente ceñidas al cuerpo y que aseguraban una por una para que
no aflojaran con unas cuantas vueltas de ancha cinta de cuero o de corteza de
torvisca, desde los pies a la cabeza; resultando el cadáver como metido en un
tubo, que estrangulaban entre el pecho y la barba para que se amoldara al
cuello. En las momias más perfectas remataban los extremos de dicho tubo
dándole dos o más dobleces dispuestos con arte y cosidos con gusto; pero cuando
se trataba de personas de menor importancia ataban el sobrante a manera de
moño, lo mismo por la cabeza que por los pies. En los hidalgos dejaban libre la
cabeza. A dos de los cadáveres del «Roque de la Hoya de Ucanca», que hemos citado en una nota,
les salía de la parte de mortaja que cubría las espaldas dos cabos de ancha
cinta de piel, que ataron en lazo sobre el pecho.
Ultimadas las operaciones de la
momificación y ya transformado el cadáver en xaxo en estado de recibir a su
duplo o sosias cuando lo dispusieran los dioses, lo transportaban a la vivienda
donde se reproducían las escenas de abrazos y besos, así como los clamorosos
llantos reforzados por los llorones y lloronas de oficio, que entraban en
funciones desde ese momento hasta dejarlo depositado en el panteón al siguiente
día. Durante este tiempo lo tenían de cuerpo presente en medio de la choza
rodeado de la familia y acompañantes, colocado en un chaxaxo más o menos
artístico según la categoría del finado, con profusión de flores y ramas
olorosas si se trataba de doncella noble, o encerrado en el sarcófago siempre
que el difunto pertenecía a la alta nobleza o algún soberano. A éstos se
refiere fray Alonso de Espinosa al observar: «...y a algunos ponían en ataúd de
madera incorruptible, como es tea, hecho todo de una pieza y cavado no sé con
qué a la forma del cuerpo»1.
Todo esa noche se iba agudizando
el duelo de hora en hora hasta la amanecida, que era el tiempo reglamentario
para la celebración de los chaxascos o entierros; pero antes de ponerse en
marcha el cortejo fúnebre, tanto los hombres como las mujeres que sentían grima
saltaban por encima del cadáver o le besaban una mano «para que nos les dejara
miedo» costumbre que aún conservan algunos caseríos de La Victoria , La Matanza , Arico y otros
pueblos.
La comitiva, que iba atronando
los aires con sus lamentaciones, hallábase formada por los individuos de ambos
sexos de la. familia civil y de la individual, precediendo las mujeres y detrás
los llorones, sacerdotes, amigos y numerosas personas de los distintos auchones
o tagoros según el prestigio y clase del difunto. Llegada a la necrópolis,
después de un variado ceremonial del clero en medio de grandes alaridos del
séquito, encerraban con el xaxo cierta cantidad de alimento y tapiaban
cuidadosamente la puerta de la gruta; alimento que como ya dijimos renovaban de
vez en cuando por fuera de la cueva, para que comiera el sosia en sus visitas.
Seguidamente los doloridos y todo el acompañamiento retornaban al auchon, para
disolverse después de «celebrar el banquete fúnebre que daba el muerto».
Porque el difunto arrastraba
consigo su capital social, es decir, gastaba en un banquete su reserva
cuatrimestral y un número de cabezas de las reses de la quita equivalente al
que usufructuaba. Se heredaba a sí propio consumiendo la herencia en una
espléndida comida, pues es sabido que él era uno de los comensales 8. Cuanto a
la ágapa fúnebre de los siervos debía ser poco aparatosa, por ignorarse cuál
fuera el origen de los recursos, aunque es probable salieran del paso con los
medios limitados de que disponían los auchones respectivos.
Como los guanches carecían de
instrumentos metálicos y las cavernas naturales que les servían de panteones
son de basalto u otra roca dura, convertían sus sentimientos de piedad en
acomodar con mano solícita a los xaxos lo más decorosamente que podían,
procurando desvanecer los relieves y baches del pavimento con pisos de barro
gredoso o solándolos con lajas; sobre el que los colocaban sin orientación
determinada unas veces de pie, por lo general tendidos, ya aisladamente o bien
en rimeros de 3, 4, 5 ó más, coincidiendo en ocasiones las cabezas y otras los
pies de unos con las cabezas de otros; particularidad más pronunciada en los
mausoleos de la nobleza que en los de siervos.
Nos inclinamos a que estos
rimeros estaban constituidos por individuos de una misma familia, máxime al
considerar las formaban con frecuencia personas de ambos sexos; y hasta creemos
que las señales que ponían a los xaxos, de que hablan los autores pero que no
hemos visto, pudieran ser como un equivalente a los epitafios de nuestros
actuales sepulcros familiares. Y esta interpretación es tanto más racional
cuanto hemos encontrado cavernas funerarias con dichos cuerpos sobrepuestos,
sin embargo de haber capacidad sobrada para yacer por separados.
La colocación de los cadáveres en
los panteones de las nobleza afectaban los siguientes modos:
1.°) Los reyes y proceres en
sarcófagos, ya de la tea del pino como el de la cueva del Picacho de que hemos
hablado o de otra ma dera incorruptible,
corno uno de cedro encontrado en Petapodón, de Güímar, de una sola pieza y sin
tapa como me aseguraron. Contenía una momia de adulto y las de dos niños.
2.°) Sobre chaxaxo pero provistos
de cuatro patas como de medio metro de altas, como uno descubierto en el
barranco de Amara, en Arona, que contenía los restos de tres cadáveres
sobrepuestos. Esta especie de chajascos son los conocidos por los autores con
los nombres de andamies o catresillos.
3.°) Tendidos sencillamente
encima de una tabla de sabina, por ejemplo, como la que descubrimos en la cueva
de La Gambuesa
en Igueste de Candelaria. La tabla era más larga que el difunto.
4.°) Amontonados en una como
tarima, como en la cueva del «Roque de la Hoya de Ucanca», formada por dos palos de tres
varas de largo, uno de sabina y el otro de pino, dispuestos paralelamente a una
vara de distancia, apoyados por uno de sus extremos en las grietas naturales de
las paredes y descansando por el otro en dos pequeños majanos de piedra, sobre
los que improvisaron un piso con seis lajones de piedra tosca. Ofrecía los
restos de 8 cadáveres coincidiendo las cabezas. Pero en las cuevas del risco de
Poíegre y del Rincón en el barranco de Tamadaya, en Arico, en ambas los
largueros de sabina tenían encima otros atravesados de la misma madera.
5.°) Sobre poyos de piedra hechos
con bastante esmero, arrimados a las paredes de las cavernas, como de 2 metros
de largo, 1/2 de alto y de 0,60 centímetros a 1 metro de anchos, ofreciendo el
aspecto de pesebreras, con los bordes libres sobresaliendo como una tercia del
fondo embaldosado con lajas. En estos poyos apilaban las momias, siempre boca
arriba. De esta variedad recordamos la cueva de Juan Luis en la Ladera de Güímar; 3 en el
barranco de Amara en Arona y la «Cueva de la Ventana » en Las Cañadas, como a unos tres
kilómetros del Llano de Maja.
6.°) De pie animadas a las
paredes como refieren los historiadores, o acurrucadas en un rincón como la
momia de un niño de 12 años en una cueva en Bilma, cumbre del Valle Santiago, o
bien en pilas sobre el suelo de 7 y más cadáveres, como en la cueva de la Gotera en Candelaria.
Respecto a las necrópolis de los
siervos utilizaban el suelo de las grutas tal cual los ofrece la naturaleza,
aunque algunos los tenían embaldosados con lajas, como una cueva del Risco
Bermejo en Chinama y otra en barranco de Gorda, ambas en Granadilla, así como
en la de Posadas en el barranco de la urchilla de San Miguel y de la Marrera en Güímar, y en
ocasiones, pocas, les ponían piso de barro gredoso amasado, como en la del
Bucio ya citada. Concretábanse a colocar los cadáveres sobre el pavimento, a
veces sobreponiéndolos como dijimos, pero otras sobre una alfombra o lecho de
plantas, ya de yerba de risco como en dos cuevas del barranco de Tajo en Arico,
bien de escobones y granadilla como en la cueva de la Reina en Arafo, ora de ramas
de leñablanca cual las cuevas de Binchergue en Adeje y también de ajafo en los
Salones de Guasa, en Arona. Ignoramos si esto fue costumbre general y que hayan
desaparecido los restos vegetales por la acción destructora del tiempo y por la
humedad y desprendimientos de los techos de las cavernas.
Y terminamos este particular con
una observación. Descontados los rosarios de uso común, ¿por qué se encuentran
en los mausoleos de los siervos anzuelos, tahonas, punzones de hueso, muelas de
molino, agujas, fragmentos de cerámica, etc., y con nada de esto se tropieza en
los panteones de la nobleza? ¿Pondrían a los xaxos de las clases de los
achicaxnas y achicaxnáis los instrumentos de sus respectivos oficios, para que
siguieran ejerciéndolos en el otro mundo a favor de sus señores?
De ordinario tapaban la puerta de
las necrópolis con una pared doble de piedra seca muy bien hecha y a veces con
una doble o triple pared; otras con grandes lajones de piedra viva empinados
cuando son de boca estrecha, y algunas, muy pocas, con pared a piedra y barro
como en la cueva de Bilma del Valle Santiago.
* * *
Aunque en escaso número existen
huellas de que en un tiempo algunas razas inhumaran sus cadáveres en túmulos
(3) y menhires 9.
Recordamos de un túmulo en las
Galletas de Arona y de otros en el Traste, y la Ladera en Chasna, junto al
Pinalito. Se diferencian de los menhires en que rematan en un cerrito o
altozano de tierra acumulada como de 1 metro de altura, tan bien apisonada que
han desafiado las injurias del tiempo, si es que antiguamente no fueron
mayores. Y cuanto a los menhires los hemos visto en el Topo, cerca del barranco
del Medio en Arona, en los altos de Chasna y de Candelaria, en Las Vegas de
Granadilla y en la Cruz
de Itote y Ayesa en Arafo. Consisten Posadas en el barranco de la urchilla de
San Miguel y de la Marrera
en Güímar, y en ocasiones, pocas, les ponían piso de barro gredoso amasado,
como en la del Bucio ya citada. Concretábanse a colocar los cadáveres sobre el
pavimento, a veces sobreponiéndolos como dijimos, pero otras sobre una alfombra
o lecho de plantas, ya de yerba de risco como en dos cuevas del barranco de
Tajo en Arico, bien de escobones y granadilla como en la cueva de la Reina en Arafo, ora de ramas
de leñablanca cual las cuevas de Binchergue en Adeje y también de ajafo en los
Salones de Guasa, en Arona. Ignoramos si esto fue costumbre general y que hayan
desaparecido los restos vegetales por la acción destructora del tiempo y por la
humedad y desprendimientos de los techos de las cavernas.
Y terminamos este particular con
una observación. Descontados los rosarios de uso común, ¿por qué se encuentran
en los mausoleos de los siervos anzuelos, tahonas, punzones de hueso, muelas de
molino, agujas, fragmentos de cerámica, etc., y con nada de esto se tropieza en
los panteones de la nobleza? ¿Pondrían a los xaxos de las clases de los
achicaxnas y achicaxnáis los instrumentos de sus respectivos oficios, para que
siguieran ejerciéndolos en el otro mundo a favor de sus señores?
De ordinario tapaban la puerta de
las necrópolis con una pared doble de piedra seca muy bien hecha y a veces con
una doble o triple pared; otras con grandes lajones de piedra viva empinados
cuando son de boca estrecha, y algunas, muy pocas, con pared a piedra y barro
como en la cueva de Bilma del Valle Santiago.
* * *
Aunque en escaso número existen
huellas de que en un tiempo algunas razas inhumaran sus cadáveres en túmulos
(3) y menhires 9.
Recordamos de un túmulo en las
Galletas de Arona y de otros en el Traste, y la Ladera en Chasna, junto al
Pinalito. Se diferencian de los menhires en que rematan en un cerrito o
altozano de tierra acumulada como de 1 metro de altura, tan bien apisonada que
han desafiado las injurias del tiempo, si es que antiguamente no fueron
mayores. Y cuanto a los menhires los hemos visto en el Topo, cerca del barranco
del Medio en Arona, en los altos de Chasna y de Candelaria, en Las Vegas de
Granadilla y en la Cruz
de Itote y Ayesa en Arafo. Consisten en sepulcros formados con lajas de 2 a 3
cuartas de largas espetadas en la tierra, afectando la forma de un
paralelogramo, capaces para contener el cuerpo de un hombre. Sobre un fondo
baldosado de lajas colocaban el cadáver y después de cubrirlos con tierra le
ponían encima otro embaldosado.
Recuérdese que la inscripción
XLIL (Vid. Tomo i) de la isla del Hierro, se dice que el pueblo sepultó en un
túmulo al gobernador romano Lamia.
* * *
NOTAS
1 El clero católico se esforzó en combatir esta
costumbre indígena. El bachiller Juan Fernández, vicario de la isla, en su
decreto visita a la iglesia de Garachico en 1.545, prohibió «que vayan a los
entierros a llorar sobre los difuntos»', y por decreto a la misma parroquia del
obispo Dn. Fernando de la-Rueda, en 1584, dispuso:
•
«...que ninguna mujer, ni hija, ni hermana del difunto fuesen a los entierros,
como es costumbre, a llorar en la iglesia y a estar besando, abrazando y
tocando el cuerpo cadáver como si fuesen gentiles».
Después
de la conquista con el nuevo orden de cosas se fue estableciendo el uso de que
en las casas mortuorias siguieran como antes y que al conducir el féretro a la
iglesia lo fueran convoyando a grito tendido las lloronas y llorones que lo
tenían por oficio. Para nosotros es indudable de que existían plañideras entre
los guanches.
Estos
llorones debieron provocar algazaras intolerables, porque en el libro de
visitas de la referida parroquia de Garachico, consta que en 1.617 se prohibió
«los llorones en los entierros sobre el difunto». Aún sobrevive entre nosotros
refranes como el siguiente: «Llóramelo bien llorado, que yo te lo daré
colmado», aludiendo a la promesa hecha a las lloronas de darles colmo en lugar
de rayo el medio almud de trigo en que estaba tasado el servicio.
Aún
subsiste esta costumbre en la isla de La Gomera , como en Alojera de Valle-hermoso, donde
hay quien tiene el oficio de plagiar o llorar en los entierros; siendo
preferidos los plagiadores de voz más resonante y resistente. Y en este mismo
lugar hasta las mujeres salen a los caminos a llorar a gritos cuando conducen
los cadáveres, aunque no sepan quién es el muerto.
2 De uno de estos productos hemos encontrado
tres depósitos en otras tantas cavernas: en Bence de Candelaria, otro en barranco
de Amara de Arona y el tercero en el Tabaibal de Valle Santiago, de los que hay
muestras en el Museo Municipal.
Al
examen macroscópico ni las distintas porciones de un mismo depósito ofrecían un
producto definido, colocándonos en el dilema de considerarlos como bálsamos
diversos o como fases distintas de la manipulación de un sólo producto a lo que
nos inclinamos. Todo este bálsamo se hallaba en estado sólido, en especie de
espuertas de hojas de drago, en horquetas de varas de sabina o en pellas arrimadas
a las paredes.
Los
que estimamos como preparaciones más acabadas eran de factura más o menos
brillante, negra, desprendiendo unos trozos al arder olor agradable, otros acre
y siendo algunos incombustibles. Ignoramos si se licúa bajo la acción del
alcohol o del aceite.
Porque
es indudable que lo usaban en estado líquido o semilíquido. Aparte de otros
hechos que lo confirman, en 1880 tuvimos ocasión de examinar este mismo bálsamo
i por lo menos ofrecía todos sus caracteres físicos!, en una cueva funeraria
del barranco del Mocanal de Igueste de Candelaria, que fue utilizado en
condiciones excepcionales.
Es
la cueva de entrada estrecha y su pavimento roqueño hállase naturalmente
dispuesto a manera de tina, donde yacían nueve cadáveres de hombres, revueltos,
con los miembros entrelazados al acaso como arrojados precipitadamente en
montón y contraídos en rigidez cadavérica sus extremidades. Sobre esta macabra
mezcla de cuerpos vertieron bálsamo hasta cubrir el todo, que al solidificarse
guardó a las generaciones futuras uno de tantos cuadros de las tristezas del
pasado.
Contra
el concepto general del vulgo dicho bálsamo no conservó incorruptibles los
cadáveres que encerraba, fenómeno también comprobado en otras circunstancias;
lo que significa que tenían otros bálsamos o sometían a otros procedimientos
las conocidas universalmente por momias guanches, inalterables a despecho de
los siglos.
3 Era una especie de parihuela o varal formado
por dos palos de un par de metros de largos, más o menos pulidos, dispuestos
paralelamente y unidos por travesanos encajados en muescas practicadas en los
largueros. En el Museo Municipal existen dos ejemplares incompletos.
4 Entre otros ejemplares que nos ha dado más
luz sobre éste procedimiento, recordamos el citado que descubrimos en la Mediamontaña de
Barranco Hondo en Candelaria, en un panteón de siervos con los restos de 160
personas, que fueron a parar al Museo Municipal. Hallábase bastante conservado
aunque en estado casi esquelético, envuelto en una piel de ganado lanar y se
había salvado de la acción destructora de la humedad del suelo, por encontrarse
suspendido y piadosamente acomodado entre las ramas de un desarrollado arbusto
de leñablanca, que le sirvió de sarcófago. Otros residuos de vegetales que
observamos en las cavidades no acertamos a clasificarlos, pero es probable
fueran de romanillo, yerba cumbre, corona de la reina, etc. como hemos visto en
casos similares.
5 No falta sin embargo algún autor de nuestros
días que afirma, ¡sin duda aplicando a los guanches lo que se dice de los
peruanos!, de que obtenían la momificación exponiendo sencillamente los
cadáveres a la acción del ambiente libre, en las mayores alturas de la isla.
Esta opinión la estimamos gratuita. Es indudable que los magnates por su régimen
social de castas privilegiadas y sus creencias religiosas en consonancia con
dicho régimen, procuraban elegir sus panteones en los puntos más elevados de la
isla, «por su mayor categoría en la tierra y estar más cerca del xaxo ausente
mientras morara en el «Lugar de las Delicias», pero esto no significa de que
sus cadáveres fueran momificados en las referidas alturas, sino que eran allí
conducidos después de ya embalsamado en su auchon bajo la vigilancia de los
suyos, que siempre ejercían como obligación sagrada y por temor al xaxo de
ultratumba.
Pero
sobre estas consideraciones están los hechos. Aparte de las momias en perfecto
estado encontradas en las regiones costeñas, que por lo menos prueban lo bien
que se conservaban en dichos puntos, vamos a exponer lo que hemos observado en
cavernas situadas sobre el nivel del mar de 800 a 2.000 metros.
Estas
grutas, así como otras que pudiéramos citar, no contenían guanches enzurronados
como el vulgo llama a las momias, sino restos de individuos de ambos sexos que
se encerraron voluntariamente, por la disposición en que estaban tapadas las
puertas que sólo podían hacerlo de dentro a fuera, y en las que el aire
circulaba con facilidad. Nos referimos a una cueva en el barranco de Amara, en
Arona, a otra en el Risco de La
Tosca , del barranco del Bucio en San Miguel y a una tercera
en el Roque Cinchado en la cumbre de Granadilla. La del Risco de La Tosca , por ejemplo, tenía la
puerta tapiada con grandes lajas —sin duda procedentes de un lajial próximo a
dicho punto— sostenidas por dentro con un leño de tajinaste atravesado que
únicamente era factible colocarlo desde el interior. Encerraba el esqueleto de
una mujer con otro de un niño como de tres años sobre el pecho, con el
tamarquito recogido a la espalda en moño; a la izquierda los restos
esqueléticos de otro niño como de 7 años y a la derecha los de un hombre.
Pues
bien, tanto en ésta como en las demás cuevas se hallaban en favorables
circunstancias para haberse momificado los cadáveres por las elevadas altitudes
y acceso al aire, y nada de esto sucedió.
6 ¿Era el rosario de uso universal? Hemos
registrado panteones de nobles y siervos en que abundaban, otros que carecían
de ellos y algunos de ambas clases sociales en que aparecían cuentas junto a
unos cadáveres y de otros no. ¿Sería el rosario importado en época
relativamente moderna y aparecería en los difuntos de las últimas generaciones?
Con ligerísimas excepciones lo llevaban colgado al cuello, engarzadas las
cuentas en correas de corríales de cabra, peladas y torcidas, puestas antes de
remojo. A la generalidad les llegaría a mitad del pecho en la estación bípeda y
a otros algo más bajo. Siete de los nueve cadáveres de la cueva del barranco de
Los Mocanes, de que ya hemos hablado, los tenían como todos al cuello, pero dos
ceñidos a la cintura.
En
una cueva del Roque de La Hoya
de Ucanca, en la Cumbre ,
entre los restos de nueve cadáveres existían dos semimomias de mujer, una de
las cuales conservaba en muy buen estado el brazo derecho con mano pequeña y
bonita que ostentaba en la muñeca como un brazalete formado con un hilo de
cuentas del tamaño de aljófar, engarzadas en cuerda de tripa torcida y fina. El
hilo le daba dos vueltas a la muñeca. A nuestro juicio era también un rosario.
7 El Museo Municipal posee los fragmentos de un
sarcófago de tea (4) encontrado en el Picacho, Barranco Hondo de Candelaria. Al
tener noticia del hallazgo por más prisa que nos dimos ya lo habían destrozado.
Era de una sola pieza de forma ligeramente ovoidea, tapado con una sola tabla
también de tea que presentaba en sus bordes más largos cuatro agujeros, que
correspondían a otros practicados en los dos bordes del sarcófago, para
mantener ambas piezas unidas con clavijas de madera.
8 Una derivación de este banquete fúnebre
sobrevive en la costumbre de la comida colectiva que celebran los acompañantes
de los cadáveres procedentes de los caseríos en La Laguna , Candelaria, Arico,
Adeje y otros pueblos; comidas que obedecen no a la distancia y al tiempo que
pierden, pues aunque despachen y puedan estar de retorno en su casa a las 2 ó 3
horas, son de rigor los referidos banquetes «por ser uso antiguo».
Ya
dijimos que los bimbapes del Hierro los celebraban además de vez en cuando
alrededor «del goro de las víctimas», para que los muertos, saborearan los
corderos y cabritos sacrificados en la pira, comiendo también de las demás
viandas como gofio, mariscos, etc.
Igualmente
creían que terminado el banquete seguían los espíritus apurando los restos,
como huesos, espinas, etc. hasta que los vivos hincados de rodilla, elevaran
cierta plegaria petitoria.
Estos
banquetes fúnebres recuerdan el Sacrum novemdiale de los romanos en que después
del sacrificio que hacían por el muerto a los 9 días de fallecido, celebraban
un banquete al que eran invitados los amigos del difunto.
9
Los poquísimos túmulos de Tenerife no son en rigor parecidos, por ejemplo, a
los de la Isleta
de la isla de Canaria; y cuanto a los menhires escasean igualmente, pero son
muy semejantes a los que hemos visto en Fuerteventura en 1874. Entre otros de
esta isla recordamos un cementerio de 40 sepulturas en una cañadita de Parrado,
en La Antigua. Estos
son de forma elíptica, sin orientación, de unos 2 metros su eje mayor y de 0,65
m. por término medio de ancho. Están construidos con lajones hincados en la
tierra de unos 0,30 m. de alto, empedrado el interior de la elipse y debajo del
empedrado los cadáveres.
ANOTACIONES
(1) «Recientemente... se analizaron los
materiales que se encontraron en algunas momias del Museo Arqueológico de
Tenerife con motivo de las necropsias a que fueron sometidas. Estos análisis
han evidenciado la presencia de restos vegetales en pequeñas proporción
(acículas de Pino Canario; pequeños fragmentos de tallos de gramíneas y
semillas de Mocan en pequeña cantidad); grasa animal solidificada; y un
contenido mineral de lapilli o picón rojo, en una proporción de más del 90% de
la muestra total. Asimismo los autores coinciden en la utilización de pieles de
cabras como envoltura de los cadáveres. Éstas, al parecer, marcadas con
diversos signos, servían a su vez para identificar a los cuerpos momificados».
(Catálogo de la exposición: Momias... Los secretos del pasado. Santa Cruz de
Tenerife: Museo Arqueológico y Etnográfico de Tenerife, 1990, pág. 35).
Se
demuestra aquí el interés científico de la información aportada por Bethencourt
Alfonso.
(2) La afirmación de Bethencourt Alfonso sobre la
práctica de la incisión en el proceso de momificación es tajante. Dados los
conocimientos y la práctica forense del referido autor, su opinión al respecto
nos parece muy cualificada. Hacemos esta aclaración porque el argumento de D.
Juan Bethencourt no coincide con la de investigadores más recientes, quizás
porque han trabajado sobre momias diferentes:
«La
simple observación y examen de fragmentos o de momias enteras permite hacer las
siguientes precisiones:
1.—No
se han encontrado incisiones en el abdomen ni dilataciones en los canales anal
y genital. Esto está en contradicción con el supuesto embutido de sustancias
conservadoras. Existía instrumental Utico que podría emplearse para la
incisión, pero no se conoce ningún instrumento que sirviera para la inyección.
2.—En
momias bien conservadas, persisten las visceras y el paquete intestinal. Por
consiguiente no parece probable la práctica de la evisceración... No se han
encontrado pruebas de que se perforara la bóveda nasal para la extracción del
cerebro. Tampoco se extrajo a través del «foramen magnum», pues no hay señales
en la región cervical.
3.—No
se conoce la existencia de recipientes que diesen cabida al cadáver y al baño
conservador. Se pudo practicar el lavado repetido y prolongado con salmuera, al
aire y al sol, o el tratamiento con otras sustancias, sal común o natrón...
4.—
La técnica de inyectar líquidos en el aparato circulatorio hay que desecharla
por carencia de instrumental y de conocimientos quirúrgicos y anatómicos.
Todo
ello lleva a la conclusión de que en vez de un embalsamamiento efectivo, entre
los guanches lo que en realidad se practicó fue la desecación del cadáver
mediante técnicas muy toscas y primitivas: detener la descomposición y al mismo
tiempo proceder a la desecación...». (Vid., Luis Diego Cuscoy. «Glosa a un
fragmento de los «Apuntes» de Don José de Anchieta y Alarcón. (Necrópolis y
Momias)» en Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-Las Palmas de Gran Canaria:
C.S.I.C.-Casa de Colón, 1976, (n.° 22), págs. 249-250).
«La
momificación entre los aborígenes canarios contempla varias operaciones
realizadas sobre el cadáver: lavado, manipulación y tratamiento con sustancias
químicas, secado y envoltura. Los autores no coinciden en los datos referentes
a la manipulación del cadáver antes de proceder a la incorporción de sustancias
conservantes. Para algunos, los cuerpos eran eviscerados e incluso, se les
extraía el cerebro. Otros, sin embargo, no hacen alusión alguna a la extracción
de visceras (en los exámenes llevados a cabo en el Museo Arqueológico de
Tenerife, no se ha podido observar la existencia de incisiones de ningún tipo
en las momias y, además, las visceras se encontraban «in situ»)...». (Vid.,
Catálogo de la exposición: Momias; pág. 34).
(3) Ésta es de las pocas ocasiones en las que se
habla de la presencia de enterramientos en túmulos para la isla de Tenerife.
(4) Aquí se presenta uno de los escasos datos
conservados, con respecto a los restos arqueológicos funerarios de la
prehistoria de Tenerife, (vid. nota 7).
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