1948 abril 29.
Eduardo
Tarquis y Rodríguez falleció en Santa Cruz, dejando viuda a doña Paz García
Andueza, con la que había procreado cinco hijos llamados Eduardo, Josefina,
Rosa, Miguel y María de los Ángeles Tarquis y Garcia.
Noticias para la biografía del
escultor Eduardo Tarquis
A
Eduardo Tarquis le corresponde un honroso lugar en los anales insulares de la
historia del Arte, quizá más como pedagogo y hábil gestor museístico que como
artista plástico. El conjunto de su obra conocida excede en poco la docena de
trabajos escultóricos, aplicados la mayor parte de ellos a la decoración
exterior de edificios monumentales, como ocurre con los relieves que exornan la Institución Villasegura ;
los bustos de la corta galería de Canarios Ilustres dispuestos en los
paramentos intercolumnios de la fachada principal del Museo Municipal de Bellas
Artes de Santa Cruz de Tenerife, o los motivos ornamentales del frontis del
Círculo de Amistad XII de Enero de Santa Cruz de Tenerife, realizados en
colaboración con Teodomiro Robayna y Arturo López de Vergara [1].
Eduardo
Tarquis Rodríguez nació en el número 38 de la calle de San José, en Santa Cruz
de Tenerife, el 3 de mayo de 1882, hijo del madrileño don Pedro Tarquis de
Soria y de doña Dolores Rodríguez Núñez, natural de dicho puerto [2]. Desde
hacía ya cerca de una treintena de años, la población celebraba ese día su
onomástica —la festividad de la
Cruz — con la solemnidad que los siempre exiguos presupuestos
municipales permitían y el concurso generoso de sus habitantes [3].
Su
padre, discípulo del pintor Fernando Ferrant y Llausas [1810-1856] y alumno con
posterioridad en la
Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid
del paisajista Carlos de Haes [1829-1898], viajó a Tenerife en 1870 y tres años
más tarde se estableció definitivamente en la Isla donde formó dilatada familia [4].
Los
apellidos Tarquis y Soria, ventajosamente conocidos en el ambiente artístico de
la capital de España, eran propios de dos célebres estirpes de afamados
diamantistas, orfebres y plateros de oro. En el caso del primero, el
prestigio se remontaba a un don Juan Tarquis el mayor, quien, junto con
don
José de la Guardia ,
fueron
los oficiales que sobresalieron de la fábrica que restableció Carlos III,
haciendo venir del extranjero a Mr. Lemoine, famoso lapidario holandés con
obligación de tener y enseñar oficiales españoles. Los cuales no pudieron
continuar trabajando por falta de mineral, a causa de la muerte de dicho
monarca, dedicándose después al comercio de piedras finas [5].
Los
homónimos Juan Tarquis, padre e hijo, compartieron profesión e inquietudes
políticas, porque ambos fueron regidores del Ayuntamiento de Madrid en 1820 y
1838, y alcaldes de barrio en el de Leganitos donde vivían y tenían su obrador,
en el número 2 de la calle del mismo nombre entrando por la plazuela
de Santo Domingo. Además, el menor de ellos formó parte de la primera
compañía del escuadrón de caballería de la Milicia Nacional
[6]. La saga familiar recoge otros muchos nombres de plateros de oro y
artífices diamantistas, entre los que destacan don Antonio y don Eduardo
Tarquis quienes concluyeron en 1847
un
magnífico alfiler de señora compuesto de una orla con un elegante grupo de
hojas en su parte inferior de donde salen dos ramas con unas graciosas flores
que se unen en la parte superior en un tulipán. En el centro esta el retrato do
S. M. don Francisco María de Asís, cincelado en oro y de un parecido regular:
el cuerpo es asimismo de oro guarnecido de brillantes rubíes, zafiros
turquesas, en armonía con los colores que el uniforme e insignias requieren. La
obra está perfectamente acabada, y puede competir con las mejores de su género.
Parece que será presentado a S. M. el Rey [7].
A
esta actividad artística añadieron los Tarquis otra de carácter científico, de
forma que algunos de ellos constituyeron y fueron presidentes de varias
sociedades mineras, entre las que destacaron las tituladas de San Carlos y
Santa Isabel [8].
Pero
es probable que el que mayor renombre haya alcanzado de entre los miembros de
estos notables linajes de orífices sea don Narciso Práxedes Soria, diamantista
mayor de Sus Majestades y Alteza, guardajoyas de la Corona española, autor
entre otras muchas obras del conjunto de alhajas que doña Isabel II regaló a la
imagen de Nuestra Señora de Atocha el 18 de febrero de 1852, tras salir indemne
del magnicidio intentado por el sacerdote Martín Merino el día 2 de dicho mes,
cuando la reina cumplía con la antigua costumbre practicada por los monarcas
españoles de presentar a la
Virgen a los infantes recién nacidos, en este caso a la
princesa primogénita Isabel. La ofrenda consistió en dos coronas y un rostrillo
cuajados de brillantes y topacios del Brasil, procedentes de un aderezo que el
propio Soria había montado en 1843, al que se añadieron otras muchas piedras
preciosas del joyero real. La totalidad de las alhajas fue realizada en apenas
dos semanas, por lo que se supone que el orfebre debió contar con la asistencia
de su hijo Ildefonso Soria [9].
Avecindado
definitivamente en Tenerife, Pedro Tarquis de Soria abrió primero una academia
privada y luego fue profesor numerario de la Escuela Municipal
de Dibujo de Santa Cruz de Tenerife —plaza que ganó en oposición celebrada el
24 de septiembre de 1890— e impartió clases en la de Artes Industriales,
dependiente del citado consistorio. Más tarde, por Real Orden de 21 de abril de
1913, fue confirmado como profesor de término de Dibujo Artístico y Elementos
de Historia del Arte en la de Artes y Oficios, institución que dirigió entre
1913 y 193310. Su labor artística en el Archipiélago, en sus facetas de pintor,
pedagogo y cofundador del Museo Municipal de Bellas Artes, ha sido ampliamente
estudiada por diversos especialistas y fue objeto de una tesina de licenciatura
redactada por su nieto don Fabián Tarquis Fariña, bajo la
dirección
del doctor don Rafael Delgado y Rodríguez, presentada en 1981 en la Universidad de La Laguna [11].
Al
igual que sus antepasados, compaginó el servicio público con la tarea creadora
y fue nombrado varias veces concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz, ejerciendo
accidentalmente la alcaldía de la ciudad en dos ocasiones [12]. Académico de
Número de la Real Canaria
de Bellas Artes de San Miguel Arcángel —nombrado el 6 de agosto de 1913—,
comendador de la Orden
Civil de Alfonso XII y director honorario del Museo Municipal
de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, Pedro Tarquis, que había nacido en
Madrid el 19 de octubre de 1849, falleció nonagenario en la ciudad que había
elegido para residir la mayor parte de su existencia el día 11 de septiembre de
1940 [13].
Eduardo
Tarquis estudió el bachillerato en el Instituto General y Técnico de Canarias,
donde compartió aulas con algunos de sus primos hermanos, apellidados Tarquis
Soria, por ser hijos de su tío don Narciso Tarquis de Soria, farmacéutico con
botica abierta en la calle de Los Álamos de la ciudad de La Laguna , y de su mujer y
prima, doña Teresa Soria y Pecul. En posesión de su título de bachiller y a fin
de continuar la enseñanza superior se trasladó a Madrid poco después. Su
propósito inicial de licenciarse en Ciencias se vio truncado por motivos que
desconocemos, pero que nos resulta fácil imaginar, al tiempo que asistía a
clases de escultura decorativa [14]. En su expediente personal de la Escuela de Artes y Oficios
no queda constancia de otros estudios académicos que los ya citados de
bachillerato.
La
primera referencia que hemos localizado en la prensa relativa a su nombramiento
como apoderado designado por el Ayuntamiento de Santa Cruz —a la vista de un
oficio de los profesores de la Escuela Municipal de Dibujo— para que en nombre y
representación del Cabildo recogiera en Madrid los objetos que pudieran donarse
por el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para el Museo anexo a
la citada Escuela, data de octubre de 1900 [15]. Entonces dio comienzo una
larga estancia en Madrid para aquel joven de dieciocho años, empeñado en
conseguir dotar al futuro museo con obras de indudable mérito, procedentes
tanto de las diversas instituciones del Estado competentes en materia de Bellas
Artes, como de la desinteresada y dadivosa actitud de artistas y particulares.
La gestión de Tarquis Pronto comienza a dar frutos pronto y en enero del año
siguiente el pleno del Ayuntamiento aprueba
que
los gastos de embalaje y conducción desde Madrid a esta ciudad de algunos
cuadros de los donados por el ministerio de Instrucción Pública y Bellas
Artes para el Museo Municipal y ya recibidos, se abonen con cargo al
capitulo de imprevistos y autorizar al alcalde para que sitúe fondos en la Corte a disposición de
don Eduardo Tarquis, para que este señor pueda satisfacer todas las
atenciones necesarias al envío de los restantes [16].
Este
primer envío formado por un lote de pinturas de artistas contemporáneos,
premiados en las Exposiciones Nacionales, constituye todo un logro para
Tarquis. La prensa local publicó el listado de obras, especificando premios,
medidas y precio de las obras:
Con
destino al Museo Municipal de Bellas Artes de esta Capital, se recibirán
en breve, los siguientes cuadros, que el Ministerio de Instrucción Pública
y Bellas Artes, cede en depósito a esta Ayuntamiento:
—Retrato de la Reina Mercedes ,
de Ojeda, premiado con segunda medalla, mide tres metros de alto
por dos de ancho, está hecho de encargo, y costó al Estado 8.000 pesetas.
—La Pereza , de Martínez del Rincón, con dos
medallas de segunda, mide 50 centímetros de alto por 77 de ancho,
costó 6.000 pesetas.
—Batalla de Qtumba, de Ramírez, con dos
segundas medallas y dos terceras, mide 3,90 metros de alto por 5,90
de ancho, costó 6.000 pesetas.
—Defensa de Zaragoza, de Mejía, con una
medalla de segunda, mide 4 metros de alto por cinco de ancho, costó
4.000 pesetas.
—Paolo y Francesca, de Díaz Carreño, con
dos medallas de tercera, mide 2,84 metros de alto por 2,4 de ancho,
costó 6.000 pesetas.
—Alfonso X, de Puebla, con primera medalla,
costó 6.000 pesetas.
—Felipe III de Francia moribundo bendiciendo a
sus hijos, de Ferrant, con varias medallas de segunda, mide 1,33 metros de alto por
1,72 de ancho, costó 2.000 pesetas.
—Desdémona, de Muñoz Degrain, con varias
medallas de primera, mide 2,70 metros de alto por 2,75 de ancho,
costó 6.000 pesetas.
—Laguna de Venecia, del mismo, también con
varias medallas de primera, mide 1,75 metros de alto por 2,50 de
ancho, costó 6.000 pesetas.
—Alegoría, de Madrazo, también con varias
medallas de primera, mide 0,50 metros de alto por 0,54 de ancho,
costó 3.000 pesetas.
—Otra Alegoría, de Rivera, con iguales premios,
dimensiones y coste que el anterior.
—Calma en el puerto de Valencia, de
Monleón, con varias medallas de segunda, mide 0,85 metros de alto por
1,55 de ancho, costó 3.000 pesetas.
Todos estos cuadros proceden del Museo de
Arte Moderno, instalado en el Palacio de Bibliotecas y Museos de la Corte. El activo
comisionado por este Ayuntamiento, don Eduardo Tarquis, está realizando
los trabajos necesarios para conseguir el inmediato envío de los
mencionados cuadros[17].
Dos
días más tarde, el 16 de enero, el comisionado informaba que los cuadros
donados por el Gobierno con destino al Museo Municipal ya habían sido
empaquetados y era probable que fueran enviados en el vapor Hespérides en
su próximo viaje. De suponer es, pues, que el Ayuntamiento habrá dispuesto
lo necesario para que, después de tenerlos aquí, no permanezcan
indefinidamente encajonados [18].
Todos
los periódicos de la ciudad se hicieron eco del positivo éxito de las gestiones
realizadas por el joven Tarquis y de la decisiva intervención del diputado
marqués de Casa-Laiglesia a la hora de solicitar del ministerio las obras:
Según
telegrama recibido hoy por un respetable y querido amigo nuestro, han sido
recogidos en Madrid por el joven don Eduardo Tarquis y Rodríguez, apoderado al
objeto del Excmo. Ayuntamiento de esta Capital, los doce magníficos cuadros que
por gestiones de nuestro dignísimo representante en Cortes señor marqués de
Casa-Laiglesia, ha cedido a esta ciudad el ministerio de instrucción Pública y
Bellas Artes con destino al Museo municipal que aquí se está formando.
La
capital de Canarias está de enhorabuena por este valiosísimo donativo y queda
agradecida a nuestro celoso diputado Excmo. señor don Guillermo Rancés porque
con sus activas gestiones está asegurado el éxito del citado Museo.
Al
señor Marqués de Casa-Laiglesia reiteramos nuestro aplauso, que es el aplauso
de todo un pueblo que sabe agradecer en lo mucho que valen los beneficios que
recibe [19].
Se
planteaba entonces de manera perentoria la ubicación inmediata de la colección
en un espacio a propósito. La idea inicial era usar para ese fin unas
dependencias que estaba dispuesto a ceder el director de la Institución de
Enseñanza, don Eduardo Domínguez Alfonso, situadas en el edificio de la
plaza de la
Constructora. Mientras tanto seguían acopiándose donativos.
Don Teodomiro Robayna Marrero, otro de los impulsores capitales del proyecto,
envió a la prensa para su publicación una carta del célebre artista don Agustín
Querol, quien, no satisfecho con haber contribuido con varias obras suyas a la
formación del museo, comunicaba a Robayna que si el proyecto de monumento al
general Leopoldo O’Donnell se concretaba estaría dispuesto a modelar otro, sin
costo alguno por su parte, dedicado al insigne historiador don José de Viera y
Clavijo. No sabemos si el escultor llegó a trabajar en el segundo, pero
intentaremos averiguar si entre su extensa producción se conserva algún boceto
del mismo.
DE ARTE
Dijimos
ayer que estaba en vías de pronta y satisfactoria solución el que había llegado
a ser difícil problema de encontrar un local donde instalar nuestro Museo de
Bellas Artes; pues el señor don Eduardo Domínguez Alfonso, como presidente de
la institución de Enseñanza, en conferencia con el alcalde señor Martí se
mostró propicio a ceder para ello la parte necesaria del edificio que ocupa el
Establecimiento de segunda enseñanza, del que también es Director.
Y
en la sesión que ayer mismo celebró el Ayuntamiento, el señor Martí confirmó la
noticia, de suerte que debemos esperar confiados en que muy pronto ha de ser un
hecho lo que tan difícil parecía.
También
en la sesión de ayer, como verán nuestros lectores por el extracto que
publicamos en otro lugar de este mismo número, se dio cuenta de una carta del señor
Robayna, profesor de la
Academia Municipal de Dibujo, dirigida al señor alcalde, y
transcribiendo otra del señor Querol, que por considerarla de interés la
reproducimos a continuación.
Dice así:
Santa Cruz de Tenerife, Septiembre 6 de 1901.
Sr. Alcalde de esta Capital.
Muy distinguido Sr. mío:
En
carta que he recibido por el correo de ayer del eminente escultor Sr. Querol,
contestando a otra, mía en la cual, dada la amistad con que él me honra, le
anticipaba algunas noticias particulares respecto a los acuerdos tomados en la
reunión que celebró la junta constituida bajo la presidencia de S. S. para
tratar de la erección de un monumento al general O’Donnell, me dice que hace a
nuestro pueblo un ofrecimiento, el cual, a mi juicio y al de las demás personas
amantes de nuestras glorias patrias y del desarrollo de nuestras aficiones
artísticas, es de verdadera importancia, y por ello me apresuro a ponerlo en su
conocimiento y por su digno conducto en el de la Excma. Corporación
municipal, acompañándole copia de la carta del señor Querol a fin de que,
teniendo en cuenta este tan valioso ofrecimiento y los donativos hechos ya en
otras ocasiones para nuestro Museo de Bellas Artes, se sirva acordar, si así lo
estima justo y oportuno, se le den las gracias de oficio, aceptando su
ofrecimiento y nombrándole además Director honorario de dicho Museo, pues creo
a mi corto entender, que será éste tal vez el mejor medio de corresponder a su
atenta galantería y generoso desprendimiento.
Anticipando
a todos las más expresivas gracias y con el respeto debido, queda como siempre
a sus órdenes atento y seguro servidor q. b. s m.
Teodomiro Robayna.
|
En
lo relativo al particular, la carta de referencia dice así:
Madrid, septiembre 1 de 1901.
Sr. D. Teodomiro Robayna.
Mi distinguido amigo:
Acabo
de recibir su afectuosa carta de 23 del pasado y no puedo menos que expresar a
usted mi mas profundo agradecimiento por su valiosa intervención en el feliz
resultado del monumento a O’Donnell de cuyo asunto me da en ella noticias
interesantísimas para todos.
Yo
quisiera merecerle el favor de saludar en mí nombre a todos los demás señores
de la junta constituida en esa con aquel objeto, haciéndoles a la vez presente
mi reconocimiento y entusiasmo en la ejecución de una obra que tanto cariño me
inspira y cuya idea honra debidamente al país del héroe de la Guerra de África.
Estimo
en todo cuanto vale el trabajo de ustedes para que la emulación entre dos
hombres ilustres de esa tierra no viniera a hacer infecunda la idea de honrar a
uno de ellos. Yo que vivo alejado de toda clase de contiendas a excepción de
las de carácter artístico; con objeto de demostrar mi complacencia para todos,
desde luego les ofrezco hacer un modelo de monumento a Viera y Clavijo y
regalárselo al Ayuntamiento de esa Capital.
Puede
V. comunicarles esta noticia, si lo estima conveniente, a los interesados.
Cuanto
al monumento de O’Donnell puedo decirle que inmediatamente comenzaré a
modelarlo a todo su tamaño conforme al boceto aceptado por ustedes, y los Sres.
Tarquis y Delgado Barreto, como secretarios de la comisión de aquí podrán ir
viendo como adelanta la obra.
En cuanto a los dibujos del proyecto que tuve
el gusto de remitirle, quedan cedidos según V. me indica para el museo de esa capital.
y tendré el gusto además de mandar otras cosas de vez en cuando y siempre que
se me presente ocasión.
Sin otra cosa por hoy y esperando sus
órdenes, se repite suyo como siempre muy afectísimo. amigo y s. s. q. b. s. m.
Agustín Querol
Vese, pues, que el eminente escultor señor
Querol no sólo acoge con entusiasmo la idea del monumento al General O’Donnell,
sino que ofrece un modelo para el de Viera y Clavijo y anuncia el envio de
nuevas obras para el Museo, que ya cuenta con algunas suyas de gran mérito.
No dice en su carta cuales son los nuevos
donativos que piensa hacer, además de los bocetos de los monumentos a O’Donnell
y Viera y Clavijo; pero sabemos de algunos de ellos y de los que han hecho
también otros distinguidos artistas, por las siguientes líneas que publicó ayer
nuestro colega La Opinión y que reproducimos con mucho
gusto:
El museo municipal de Bellas Artes, contará
cuando se abra, con varios hermosos trabajos que juntos con los que ya nuestros
lectores saben, compondrán una lucidísima colección de cuadros y esculturas.
El comisionado de este ayuntamiento en
Madrid, don Eduardo Tarquis, tiene ya perfectamente preparada para el envío
otra remesa y aguarda sólo órdenes de la Corporación.
Los trabajos de que se trata son los
siguientes:
Un busto de Tulia, hecho en yeso por Querol.
Un busto de Cos-Gayón, también en yeso y de
Querol.
Un busto de Conde y Luque, de lo mismo,
firmado por Querol.
Un cuadro de un metro cuadrado próximamente,
obra de Hidalgo de Caviedes, que lleva por título Poverello cieco.
Un dibujo al carbón, tamaño grande, original
de Nin y Tudó.
Varias reproducciones del Greco, por nuestro
paisano señor Tejera.
Y dos esculturas, una de Alcoberro y otra de
Suñol, y ademáss un cuadro de Mota.
Todos estos trabajos son regalo de sus
autores, y también podemos afirmar que las dos acuarelas que representan los
proyectos de monumento a O’Donnell, de Querol, quedan a favor del museo, pues
las cede su autor; así como también el boceto en yeso del proyecto aprobado,
que pronto nos será remitido a esta Capital.
El proyecto, en acuarela, de monumento a
Viera y Clavijo, obra del mismo Querol, y que pronto recibiremos aquí, también
quedara para el museo.
Además vendrá una colección de fotografías de
Querol, en tamaño grande, y corregidas y firmadas por éste.
Es digna de todo elogio la gestión del señor
Tarquis que tan bien sirve los deseos del Ayuntamiento, en el delicado encargo
que se le ha conferido.
Están, pues, perfectamente justificados el
acuerdo del Ayuntamiento otorgando al Sr. Querol el título de Director
honorario de nuestro Museo y el de representante en Madrid del entusiasta joven
señor Tarquis, a cuyas gestiones puede decirse que se debe exclusivamente que
otros artistas hayan hecho también importantes donativos [20].
Entretanto se formó en Madrid la comisión
encargada de la erección en esta ciudad de un monumento al general O’Donnell,
que quedó constituida de la siguiente manera:
Presidentes honorarios, excelentísimos señores
ministro de la Guerra
y duque de Tetuán.
Presidente efectivo, excelentísimo señor general
don Emilio March.
Vocales, excelentísimos señores don José March, don
Enrique Bargés, marqués del Muni, duque de Híjar, marqués de Casa-Laiglesia,
marqués de Villasegura, conde de Belascoaín, don Juan Montilla, don Francisco
Fernández de Bethencourt, don Antonio Domínguez Alfonso, don Lorenzo García
Beltrán, don Tomás García Guerra, don Pedro Poggio, don Juan Alonso y don Ramón
Antequera.
Secretarios, don Eduardo Tarquis y don Manuel Delgado y
Barreto [21].
Continuaba la actividad incesante
de Tarquis y, dada su juventud, no puede menos que asombrarnos que lograra
concitar tantas voluntades, si bien es cierto que además de la amistad y
protección de los miembros más distinguidos de la denominada colonia canaria,
disfrutaba de la que le prodigaban antiguos amigos y compañeros de su padre,
don Pedro Tarquis de Soria, que le franquearían, sin duda, la entrada en
multitud de talleres artísticos madrileños.
Ya
en 1903 y, tras haber presentado al Ayuntamiento una instancia solicitando la
plaza de nueva creación de profesor de Dibujo Lineal de la Academia Municipal ,
la retiró [22], siendo designado al año siguiente por el citado consistorio,
junto con don Leandro Serra, para el arreglo de los museos municipales [23].
Asimismo, asociado al pintor don Teodomiro Robayna y a don
Francisco Quintero presentó, también al Ayuntamiento, un proyecto para
decorar el Salón del Palacio de Justicia, por la suma de 20.000 pesetas, el 21
de noviembre de 1904.
Dos
años más tarde podemos comprobar como el destino de Eduardo Tarquis está
decidido y ya la prensa comienza a llamarlo joven artista. Transcurre
1906 y la corporación santacrucera decide sacar a concurso-oposición una beca
de estudios para Escultura Decorativa destinada a un alumno con escasos
recursos y natural del municipio, a la que también optó el novel escultor don
Guzmán Compañ, que ya había sido pensionado con anterioridad para que siguiera
cursos de esta especialidad artística en Barcelona. Entre los documentos con
que acompañó su instancia figura un certificado de haber aprobado la asignatura
de Dibujo, cursada en la
Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid, dependiente de
la Universidad
Central [24]. La concesión de la ayuda económica a Tarquis
—que importaba 1.500 pesetas anuales— propició una controversia en los medios
periodísticos y algunos diarios que hasta ese momento eran afines a su
trayectoria. Muchos se decantaron entonces por apoyar la pretensión de Compañ, al
que consideraban merecedor de ella con más motivo por el hecho de que su
familia carecía de medios para sufragar su formación fuera. La Opinión optó
por solicitar la nulidad del concurso:
Continúa
ocupando lugar preferente en todas las tertulias, la tan debatida pensión que
Guzmán Compañ ha solicitado para su carrera.
Donde
quiera que se reúnen dos personas, sólo se habla del asunto y se hacen cargos
al Ayuntamiento por haber sancionado la celebración de un concurso que nació
nulo y morirá en olor
de nulidad.
Nadie
acierta a dar satisfactoria explicación al absurdo, pues absurdo y grande es,
consignar en presupuestos 2.500 pesetas para regalarlas bonitamente a un
joven cuyos padres, público y notorio es, cuentan con bienes de fortuna.
Tampoco
halla fácil solución el hecho inverosímil, pero cierto, de haber sido admitido
a ese concurso don Eduardo Tarquis.
Y
estos, precisamente, son los fundamentos de las generales censuras que ha
conquistado, por un absurdo, el Ayuntamiento.
Por su incitante olor a carne de gato, fue
desde un principio descubierta y conocida la procedencia de ese raro pastel
confeccionado, cuasi con reservas y a hurtadillas, para favorecer a determinada
persona: por eso el asombro y la indignación han sido generales, asombro y
estupefacción que han subido de punto cuando se ha conocido la rareza de ese
concurso, en el cual falta una esencial condición: la pobreza del o de los
aspirantes. Muchos se lo han explicado fácilmente: si se hubiese impuesto esa
condición, desilusoria para alguien, el concurso no se anuncia.
Sabemos que entre algunos concejales hay mar
de fondo ante la actitud de la opinión pública que se muestra interesada por la
pensión a Compañ que, a más de ser pobre, cuenta en el país con gran grandes
simpatías, por su modestia, laboriosidad y amor al trabajo.
Es pues, nulo, por dos razones, ese
concurso-buñuelo
[25].
Eduardo Tarquis: Juan de Iriarte
Este rotativo fue más allá en la denuncia del
caso, alegando semanas después:
QUISICOSAS
Ha dado sus frutos, óptimos por cierto para
el paniaguado joven don Eduardo Tarquis, la sesión que ayer celebró el
Ayuntamiento, de común acuerdo los concejales conservadores de El Tiempo y los
republicanos de El Progreso.
El agraciado señor Tarquis, hijo de padre
pudiente, será subvencionado para cursar los estudios —nuestras noticias
dicen lo contrario— de arte decorativo en la Península.
El pueblo pagará, pues, la enseñanza del
señor Tarquis, en tanto los hijos de padres pobres verán con desconsuelo estas
irritantes prerrogativas.
Es este el principio de una obra desastrosa
para los intereses de Santa Cruz de Tenerife. ¡Y lo que se ha de ver…! [26].
En marzo de 1907 se embarcó Tarquis rumbo a la Península y, dos meses
después, la Comisión
de Instrucción Pública acordó abonarle la cantidad de 1.500 pesetas como alumno
subvencionado para cursar estudios de Arte Decorativo [27].
En octubre de ese año se supo en las Islas
que había participado con éxito en la Exposición de Caricaturas que se celebraba en Madrid,
con una obra que llevaba por título Esperando al novio. Sabemos además
—informó la prensa— por cartas particulares que dicho amigo está trabajando
ya en las obras que, como pensionado, tiene que enviar en cada año al
Ayuntamiento en prueba de sus adelantos [28].
El de 1908 fue un año de triunfos para el
escultor. Habiendo participado junto con su paisano el pintor don Juan
Rodríguez-Botas y Ghirlanda en la Exposición Nacional
de Bellas Artes,ambos fueron galardonados con una mención honorífica, por un
jarrón decorativo el primero de ellos y un paisaje al óleo el último, al tiempo
que en julio de ese mismo año Tarquis obtuvo el primer premio en la clase de
Modelado que cursaba en la
Escuela Central de Artes Plásticas [29]. Poco después fue
nombrado secretario —primero con carácter honorario y luego en propiedad— del
Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife [30], teniendo en
cuenta el interés que durante su estancia en Madrid ha demostrado por la
prosperidad del Museo el aventajado alumno pensionado don Eduardo Tarquis,
cuyo jarrón decorativo, premiado con mención honorífica, regaló al Ayuntamiento
para que fuera depositado en dicho centro [31].
A finales de año y tras la llegada de las
últimas piezas obtenidas gracias a su mediación y a la de los señores conde de
Torrepando y don Antonio Domínguez Alfonso, se inauguró por fin el museo.
Quedaría situado en nueve salas que fueron habilitadas en el antiguo convento
de San Pedro Alcántara y abrieron sus puertas el día de Navidad de 1908 [32].
Las flamantes dependencias museísticas ocupaban el frente del antiguo cenobio
que daba a la plaza de San Francisco, y que había sido recientemente desalojado
por la
Excelentísima Diputación Provincial [33]. Con este motivo el
Ayuntamiento de Santa Cruz acordó solicitar al Gobierno de la Nación la concesión de
cruces de la Orden Civil
de Alfonso XII para los artistas don Teodomiro Robayna y el propio Tarquis, en
atención a los trabajos realizados para la formación, conservación y fomento
del Museo Municipal, del cual eran en aquel momento director y secretario,
respectivamente [34].
Poco tiempo después ambos fueron agraciados
con la encomienda de dicha orden.
En 1909 continuaba su labor de captación de
obras con que engrosar la colección del museo, logrando que le fueran cedidos
diecinueve bustos y diez estatuas procedentes de la Academia de Bellas Artes.
A ellos se sumó una magnífica colección de modelos de la que era dueño el
difunto escultor don José Alcoverro y Amorós [1835-1910], aunque su destino era
la Escuela Municipal
de Dibujo y no el nuevo centro expositivo [35].
En octubre de 1909 el artista comienza a
plantearse el retorno definitivo a las Islas y La Opinión de Santa
Cruz de Tenerife reproduce una nota publicada en La Mañana de Las Palmas, donde
se daba cuenta de una estancia breve de Tarquis en aquella ciudad:
Hemos tenido el gusto de saludar al joven y
notable escultor pensionado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife don
Eduardo Tarquis, que regresa de Madrid donde ha permanecido algunos años
trabajando con gran actividad y entusiasmo para la adquisición de obras del
Museo de arte moderno con destino al que por iniciativa suya se ha formado en
Santa Cruz que posee hoy cerca de 200 obras de pintura y escultura, sin contar
las que dicho señor ha obtenido recientemente, y entre las que figuran algunas
muy notables de artistas amigos suyos y una completa colección de
reproducciones en yeso de la academia [36].
En abril del año siguiente ganó por oposición
una plaza en la
Escuela Municipal de Artes Industriales y fue nombrado
profesor numerario de Historia de las Artes Decorativas y Nociones de Anatomía
de la misma [37], mientras que en Madrid fue designado suplente del jurado de
competentes de la
Exposición Nacional de Artes decorativas, junto con otros
artistas de la talla de Repullés, Muñoz Degrain, Blay, Sentenach o Martínez
Cubells [38]. En enero de 1911 le fue confirmada la plaza de profesor numerario
de la Escuela
de Artes y Oficios, para explicar la clase de Dibujo Geométrico y Elementos de
Topografía [39].
Otro viaje a la capital dio como resultado la
cesión de nuevas obras, así como la oportunidad de recoger un premio especial
de aprecio con que había sido favorecido en la Exposición Nacional
de Artes Decorativas celebrada aquel año:
Se recibió ayer un telegrama de
Madrid, del joven don Eduardo Tarquis, dando cuenta de que ya tenía en su poder
los nuevos seis cuadros al óleo, procedentes del Museo de Arte Moderno de
Madrid, cedidos para nuestro Museo Municipal.
Además ha conseguido el señor
Tarquis, de la familia del señor Querol, dos nuevas esculturas de este famoso y
malogrado artista que, como saben nuestros lectores, fue director honorario de
nuestro Museo, al que había donado en vida otras cuatro notables obras suyas.
Pero es el caso que ni para
pintura ni para escultura hay ya hueco, pues el espacioso exconvento de San
Francisco, aunque parezca extraño a los que no conozcan el Museo —que no son
pocos en Santa Cruz— está totalmente ocupado.
Así
ocurre que las últimas ocho esculturas recibidas hace pocos meses, también del
Museo de Arte Moderno, no ha sido posible colocarlas y permanecen almacenadas.
Únicamente ampliando alguna de las galerías, o habiitando una nueva sala, obra
que no habría de sigbnificar un gran gasto pero que de todas maneras sería bien
empleado, podría solucionarse este que estimamos como un verdadero conflicto,
puesto que dada la importancia que el Museo ha adquirido bien merece que se
haga por él cualquier esfuerzo y hasta algún pequeño sacrificio.
Y
sería una verdadera lástima que la falta de recursos no le permitiera hacerlos
al Ayuntamiento
[40].
El
21 de abril de 1913 fue nombrado Tarquis profesor de término de Dibujo Lineal
de la Escuela
de Artes y Oficios Artísticos de Santa Cruz de Tenerife, dependiente de la Universidad de
Sevilla, plaza de la que tomó posesión el día 27 inmediato. Más tarde se le
encomendó la dirección de dicho centro, así como del Museo Municipal que estuvo
a su cargo entre 1925 —tras la muerte del también fundador don Teodomiro
Robayna— y el 6 de noviembre de 1942, fecha en que se jubiló. Asimismo, fue
presidente de la Real
Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel —en
la que había ingresado como miembro de la sección de Escultura en 1913— entre
1921, año en que sustituyó interinamente en la presidencia a don
Patricio Estévanez, y 1948.
Eduardo
Tarquis y Rodríguez falleció en Santa Cruz de Tenerife el día 29 de abril de
1948, dejando viuda a doña Paz García Andueza, con la que había procreado cinco
hijos llamados Eduardo, Josefina, Rosa, Miguel y María de los Ángeles Tarquis y
Garcia.
Los retratos escultóricos de Viera
Tarquis
modeló en dos ocasiones la figura de don José de Viera y Clavijo y ambas
esculturas fueron destinadas al adorno exterior de inmuebles de uso público: la Institución Villasegura
y el Museo Municipal de Bellas Artes, ubicados ambos en Santa Cruz de Tenerife.
No hay duda sobre la fecha de ejecución del relieve que adorna la fachada
principal del edificio de la citada Institución representando a don José de
Viera. El periódico La
Prensa , en su edición del 29 de junio de 1911, ya
informaba que:
En
el hermoso edificio que se esta construyendo en la calle del 25 de Julio para la Institución Villasegura ,
se colocó ayer un busto de este ilustre y malogrado diputado, hecho en Madrid
por el joven artista Sr. Tarquis.
Es
de suponer que los tres bustos con los retratos de don Imeldo Serías-Granier y
Blanco, marqués de Villasegura; don Agustín de Betancourt y Molina, y don José
de Viera y Clavijo, realizados en Madrid por Eduardo Tarquis, fueran posteriormente
embutidos en los medallones circulares que, rodeados de elementos decorativos,
los contienen en la actualidad, salvo el del marqués que hace tiempo se
desprendió del paramento y —suponemos— debió destruirse al caer. Situado a la
izquierda de la fachada principal del edificio, en la primera planta, el
altorrelieve muestra la cabeza del arcediano —interpretada a partir del grabado
de Fabregat— que surge del esbozo de las vestiduras talares de abate manteísta
que luce en dicha representación. Una hoja de palma y otra de laurel rodean el
medallón que parece sustentado por una repisa formada por
dos
triglifos con hojas de acanto, de los que pende una guirnalda. Entre ambos,
subsiste una cartela donde reza: Don José de Viera y Clavijo
1731-1813.
Sucede
otro tanto con el busto situado en los intercolumnios de la primera planta del
Museo Municipal, que fue colocado en su lugar en la mañana del día 8 de abril
de 1935, junto con los de Ángel Guimerá, Agustín de Betancourt, Miguel Villalba
Hervás, Antonio de Viana, Teobaldo Power y Juan de Iriarte [41]. El rotativo La Tarde , comentaba la
noticia días después más extensamente:
Suponemos
que haya sido el Ayuntamiento quien ha colocado los bustos de siete tinerfeños
ilustres en la fachada del Museo Municipal que da a la calle de José Murphy. Ya
era hora de que se reparara la injusticia que supone el olvido integral de los
antepasados nuestros que se destacaron en las diferentes actividades.
Santa Cruz es una ciudad que carece de
monumentos. Ni siquiera la gesta de su heroísmo defensivo en la jornada de un
25 de Junio [sic]
de finales del siglo XVIII tiene su menhir representativo. Sólo el llamado
Triunfo de la Candelaria
simboliza el sometimiento de una raza vigorosa y primitiva al dogma, no
desposeído de cierto sectarismo, de la civilización cristiana. Y nada más. Un
busto al capitán Fernández Ortega que nació en Tenerife y murió heroicamente en
tierras africanas.
Y
la primera piedra de un monumento que jamás se alzará al tinerfeño general don
Leopoldo O’Donnell, vencedor de las huestes musulmanas y uno de los espadones
de la baraja política de Isabel II.
¿Es
que no hubo tinerfeños ilustres que merecieron el recuerdo y el homenaje de las
generaciones que les sucedieron? Si los hubo, y esos modestos bustos colocados ahora
como complemento arquitectónico del edificio del Museo, patentemente lo
declaran. Contemplando ahora estos relieves significativos que prestigian los
paños de pared del Museo, se nos ocurren algunos comentarios.
Repitiendo
el lugar común, diremos que aunque son todos los que están, no están todos los
que son. No podría ser tampoco de otro modo. En los testeros del frontispicio
sólo había hueco para siete recordaciones, para siete homenajes, y hubo
necesidad de escoger y esparcir a voleo, sin normas de depurada prelación, sin
espíritu de estricta e inadecuada justicia, los nombres de siete tinerfeños que
representasen las más variadas actividades y todas las épocas de nuestra vida
civilizada.
No
están José Murphy, el único tinerfeño tal vez con sentido político e
inteligentemente patriótico que ha existido; no están don Tomás de Iriarte, ni
O’Donnell, Villasegura, Anchieta, el marqués de la Florida , Estévanez, etc. […].
Hombres
de distintas épocas de la historia de Tenerife, nos parece que esos siete bustos
que los representan, sostenidos por las paredes del Museo y acariciados por la
dulce sombra de los laureles de la
Alameda de la
Libertad , están hermanados por un mismo sentido reciamente
isleño y universal. Fueron espíritus hondos y libres, tiernos y audaces:
hombres preclaros que nos legaron el ejemplo de sus vidas plenas de
inteligencia, humanismo y dignidad [42].
Tal
y como sucede con el realizado por su autor para el edificio Villasegura, el
retrato repite las facciones del abate que nos legara Fabregat, ciñéndose de
manera estricta al grabado abierto por éste. No se trata de una pieza sublime
de escultura, pero tampoco es la peor de cuantas repiten aquel patrón icónico.
(Carlos
Gaviño de Franchy)
Notas
[1]
Aparte las obras ya citadas, también fue autor de la lápida que distinguía la
casa natal del dramaturgo Ángel Guimerá; los relieves con alegorías musicales
de la fachada del Teatro; el frontón del Ayuntamiento, que modeló junto con
Teodomiro Robayna, y una Virgen de Dolores en yeso que se conserva en el Museo
Municipal. Tarquis Rodríguez,
Pedro, Pedro: Desarrollo del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz
de Tenerife [edición, introducción y notas de Ana Luisa González
Reimers]. Santa Cruz de Tenerife: Ayuntamiento de Santa Cruz de
Tenerife, 2001.
[2]
En la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia de Canarias,
a la hora de las once de la mañana del día cinco de mayo de mil ochocientos
ochenta y dos, ante don Víctor González de Vargas, juez municipal y don Miguel
Sansón y Herrera, secretario, compareció don Pedro Tarquis Soria, natural de
Madrid, término municipal y provincia de su nombre, casado, de treinta y dos
años de edad, comerciante, domiciliado en esta ciudad, calle de San José número
treinta y cinco, con su cédula personal; presentado con objeto e que se
inscriba en el Registro Civil un niño y al efecto, como padre del mismo
declaró: Que dicho nació el día tres del corriente mes a la hora de las cinco y
media de su madrugada en su casa habitación. Que es hijo legítimo del
declarante y de doña Dolores Rodríguez y Núñez, natural de esta ciudad, de
treinta años de edad, dedicada a las ocupaciones de su casa, domiciliada en el
de su esposo. Que es nieto por línea paterna de don Juan Tarquis, natural de
Madrid, difunto, y de doña María Josefa Soria, de la propia naturaleza, viuda,
mayor de edad, dedicada a las ocupaciones propias de su sexo, domiciliada en la
casa del declarante; y por la materna de don Eduardo Rodríguez, natural de la
ciudad de Las Palmas, término municipal en esta provincia, casado, mayor de
edad, del comercio, domiciliado en esta capital, calle de San José, y de doña
Felipa Núñez, de la misma naturaleza, casada, mayor de edad, dedicada a su
casa, domiciliada en el de su esposo. Y que al expresado niño se le puso por
nombre Eduardo, Juan de la
Cruz. Todo lo cual presenciaron como testigo don Elías
Zerolo, natural del Puerto del Arrecife, casado, mayor de edad, periodista,
domiciliado en esta capital en la calle de la Cruz Verde , y don José
R. de Salas, natural de la ciudad de Granada, casado, mayor de edad,
comerciante, domiciliado en esta capital en la calle de San Francisco. Leída
íntegramente esta acta e invitadas las personas que deben suscribirla a que la
leyeran por sí mismas, si así lo creían conveniente, se estampó en ella el
sello del juzgado municipal y la firmaron el señor juez, el declarante y los
testigos, y de todo ello como secretario certifico. El juez municipal, Víctor
González. El declarante, Pedro Tarquis. Testigos, E. Zerolo. J. Salas. El
secretario,
Miguel
J. Sansón.
Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife: Sección Primera. Libro XXII, f. 338.
El matrimonio formado por don Pedro Tarquis de Soria y doña Dolores Rodríguez
Núñez, hermana del también pintor, escritor y farmacéutico don Eduardo
Rodríguez Núñez [1857-1899], procreó siete hijos llamados Juan, Dolores,
Columba, Eduardo, Marta, Pedro y Felipe Tarquis Rodríguez.
[3]
Martínez Viera, Francisco: El
antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias. Santa Cruz de
Tenerife: Instituto de Estudios Canarios, 1968, pp. 42-43.
[4]
Don Juan Tarquis y Pugeo y doña María Josefa de Soria y Vilar tuvieron de su
matrimonio, entre otros hijos, a don Pedro y don Narciso que, en 1898, fecha
del fallecimiento de esta señora en Santa Cruz de Tenerife vivían, el primero
de ellos, en compañía de la difunta y, el segundo, en la ciudad de La Laguna. Acta de
defunción de doña María Josefa de Soria y Vilar, hija de don Narciso Práxedes
de Soria y de doña María Manuela Vilar. 24 de enero de 1898. Registro Civil de
Santa Cruz de Tenerife: Sección Tercera. Tomo XL, p. 152. Don Narciso Tarquis
de Soria, licenciado en Farmacia, casó con su prima doña Teresa de Soria y
Pecul y tuvieron once hijos, nacidos la mayor parte de ellos en Tenerife,
algunos en Icod de los Vinos y otros en La Laguna , poblaciones en las que su padre tuvo
farmacia abierta. Esta rama de la familia retornó a la Península y don Narciso
abrió botica en la calle Mayor de San Bernardo, a cuya parte permaneció hasta
su fallecimiento en 1915. Cfr. Morales y Morales, Alfonso: «Narciso Tarquis y
Soria [1854-1915]. De Navahermosa, Toledo, a Icod y La Laguna , Canarias.
Inventario para una posible biografía». Homenaje
al
Profesor Guillermo Folch Jou. Madrid: Sociedad Española de Farmacología Clínica, 1983, pp.
153-162.
[5]
Miró, José Ignacio: Estudio de
las piedras preciosas, su historia y caracteres en bruto y labradas con la
descripción de las joyas más notables de la Corona de España y del monasterio
del
Escorial.
Madrid: Imprenta a cargo de C. Moro, 1871.
[6]
Diario de Madrid. Madrid, 31/V/1802; 29/IV/1812; 15/V/1820.
[7]
El Espectador. Madrid, 6/I/1847.
[8]
Diario Oficial de Avisos de Madrid, Madrid, 1856.
[9]
A los desvelos de don Narciso Práxedes Soria, diamantista y guardajoyas de
Sus Majestades y Alteza, hermano mayor de la Real e Ilustre Archicofradía
de San Miguel, Santos Justo y Pastor y San Millán, se debe la construcción de la Sacramental de San
Justo en la cima del Cerro de las Ánimas de Madrid. Por Real Orden de Su
Majestad la reina Isabel II, de 4 de noviembre de 1845, se autorizó a la
archicofradía la construcción del cementerio, cuyas obras finalizaron dos años
más tarde. Cfr. Arbeteta Mira,
Letizia [coord.]: La joyería española. De Felipe II a Alfonso XIII en los
museos estatales. Madrid: Ediciones Nerea, 1998.
[10]
Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife: Escuela de Artes y
Oficios. Expediente personal de don Pedro Tarquis de Soria. 1913. Sign. 8.663.
[11]
Tarquis Fariña, Fabián: El pintor
don Pedro Tarquis de Soria [tesina de licenciatura en la Facultad de Bellas
Artes]. Santa Cruz de Tenerife: Universidad de La Laguna , 1981. Alloza Moreno, Manuel Ángel: La
pintura en Canarias en el siglo XIX. Santa Cruz de Tenerife: Aula de
Cultura de Tenerife, 1981, pp. 295-297.
[12]
Poggi Borsotto, Felipe Miguel: Guía histórico-descriptiva de Santa Cruz de
Tenerife [edición facsímil. Biblioteca Capitalina IV, tomo II].
Santa Cruz de Tenerife: Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 2004.
[13]
Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife: Sección Tercera. Tomo CIV, p. 745.
[14]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 10/X/1902.
[15]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 13/X/1900.
[16]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 10/I/1901.
[17]
La Opinión. Santa
Cruz de Tenerife, 14/I/1901.
[18]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 16/I/1901.
[19]
Unión Conservadora. Santa Cruz de Tenerife, 25/I/1901.
[17]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 14/I/1901.
[18]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 16/I/1901.
[19]
Unión Conservadora. Santa Cruz de Tenerife, 25/I/1901.
[20]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 12/IX/1901.
[21]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 7/I/ 1902.
[22]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 21/I/1903.
[23]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 2/IV/1904.
[24]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 20/X/1906.
[25]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 27/X/1906.
[26]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 22/XI/1906
[27]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 23/III/1907; El Progreso.
Santa Cruz de Tenerife, 16/V/1907.
[28]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 24/X/1907.
[29]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 22/V/1908.
[30]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 14/VII/1908. La Opinión. Santa
Cruz de Tenerife, 21/VII/1908.
[31]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 27/IX/1908.
[32]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 26/XII/1908.
[33]
Tarquis Rodríguez, Pedro: op. cit.
[34]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 3/IV/1909.
[35]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 17/VII/1909.
[36]
La Opinión.
Santa Cruz de Tenerife, 6/X/1909.
[37]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 7/IV/1910.
[38]
El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 24/IV/1910.
[39]
Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife: Escuela de Artes y Oficios.
Expediente personal de don Eduardo Tarquis y Rodríguez, 1913. Sign. 8.662.
[40]
Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 29/V/1911.
[41]
La Tarde. Santa
Cruz de Tenerife, 9/IV/1935.
[42]
La Tarde. Santa Cruz de Tenerife, 11/IV/1935.
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