DOCUMENTOS RELATIVOS A LA HISTORIA COLONIAL DE CANARIAS
CAPITULO VI
CAPITULO VI
Recopilados por Eduardo Pedro García Rodríguez
1504. […] Otro documento, también de grande interés, debemos a la
vigilancia del mismo Tribunal (de la Inquisición ). En su afán por averiguar el origen
y descendencia de todas las familias de las monarquías autóctonas Canarias,
ordenaba en 1504 al Licenciado Bartolomé López de Tribaldos, único Inquisidor
entonces de las Canarias, la formación de un padrón general referente a estas
islas que comprendiese, con la debida separación, los españoles, indígenas y
moriscos y los esclavos de Guinea y Berbería. El padrón se levantó y fue
dirigido a Sevilla, sin dejar desgraciadamente copia alguna en el archivo de
Las Palmas.
Generalmente se ha creído que la
raza primitiva isleña desapareció poco después de la conquista, diezmada por
las privaciones, los trabajos de una forzada servidumbre y la
deportación,.llegando tal vez sus escasos restos a fundirse con las últimas
capas sociales de la población advenediza que vino a repoblar su suelo,
perdiéndose de este modo el tipo característico de su origen.
Este error, en que han incurrido
escritores eminentes nacionales y extranjeros por no haberse detenido a
examinar con atención los datos que abundantemente proporcionan los archivos
públicos y privados del Archipiélago, está hoy plenamente reconocido y se
comprueba suficientemente a la luz de la investigación histórica, siendo
numerosos y fehacientes los datos y noticias sobre los cuales puede
establecerse la autenticidad de nuestra afirmación.
Desde luego, un observador atento
e ilustrado distinguirá en la raza que hoy puebla las
Canarias el tipo español, más o
menos mezclado con la sangre árabe-ibérica, y el indígena, adulterado con
frecuencia como aquél con la sangre de las diversas razas bereber, judía y
negra que, sucesivamente, han venido a cruzarse con ella sobre el suelo isleño.
Mas a pesar de esta adulteración que ha ido siempre en progresión creciente, el
tipo primitivo, siguiendo la ley de la herencia, descuella siempre como
originario, apa- reciendo de generación en generación los rasgos típicos de su
fisonomía, el color de su piel, el de sus ojos y el matiz especial de su
cabello.
Muchos son los documentos que, a
raíz de la conquista, vienen a demostrar la fusión de las dos razas, vencida y
vencedora, sus alianzas, su influencia en la colonización del país y las
ramificaciones que entre el pueblo y la nobleza se establecieron como producto
de esa misma unión.
Los libros de datas o
repartimientos conservan en sus páginas auténticos comprobantes
de estos procedimientos, y hasta
en las primeras crónicas hallamos también numerosas indicaciones que nos
autorizan a creer que, la nobleza indígena, no fue del todo relegada al olvido
por aquellos a quienes se encargó la división del suelo. En efecto, desde la
remota rendición de Lanzarote podemos observar que, el desgraciado rey
Guadarfia, solicitó de Juan de Bethencourt la concesión del lugar donde había
de fijar su residencia, con algunas tierras de labor necesarias al sustento de
su familia. El barón normando, haciendo justicia a tan modesta pretensión, donó
al despojado rey el castillo de Zonzamas con la condición de no poder nunca
fortificarlo, añadiendo trescientos acres de tierra y bosque sujetos al
impuesto del quinto que había señalado como contribución general a todos los
nuevos propietarios, con reserva sólo de la orchilla.
Guadarfia quedó muy satisfecho
con esta dádiva, añaden los capellanes de Bethencourt, porque nunca creyó
obtener tanto ni tan bueno.
Los dos reyes de Fuerteventura
recibieron a su instancia casas y hogar y un lote de 400 acres de terreno, con
lo que ambos quedaron también al parecer indemnizados.
La historia no nos ha transmitido
el reparto que se hiciera a los jefes subalternos de esas islas, únicas
entonces conquistadas, pero debemos suponer que recibieron algunas tierras
donde apacentar sus ganados y depositar sus semillas, porque siendo escaso el
número de colonos europeos y considerando como hecho indubitado la tranquilidad
que sucedió a la conquista, es casi evidente que no fue vulnerado el derecho de
propiedad de que disfrutaban los isleños, pues de lo contrario se hubieran
suscitado sublevaciones, quejas y conflictos cuyo recuerdo hubiera llegado de
algún modo hasta nosotros.
Después de la rendición de Gran
Canaria, el rey D. Fernando Guanarteme obtuvo el término de Guayedra, laderas
áridas y desoladas que se extienden más allá de Agaete, y cuando llegó el
momento de la rendición de Tenerife, los reyes de aquella isla recibieron de
Alonso de Lugo numerosas datas de que también participó el rey de Canaria y los
guerreros que le acompañaban, prestando relevantes servicios a aquel
general.
La costumbre establecida de
recibir los indígenas en el bautismo el nombre de sus padri-
nos y protectores y la de
castellanizar, traduciéndolos, los sobrenombres con que se distinguían entre
los suyos; dio lugar posteriormente a que fuese de una dificultad casi
insuperable la investigación de sus filiaciones y la correlación exacta de sus
complicadas y numerosas alianzas. Sin embargo, el estudio más detenido de esas
mismas antigüedades ha principiado a ilustrar esta parte tan oscura de la
historia isleña, porque conocidos algunos de aquellos enlaces ha sido menos
difícil deducir la veracidad de otros y asentar sobre bases más sólidas la
afirmación antes enunciada de que, la raza autóctona, constituyó el fondo de la
población del Archipiélago después de conquistado, sin que hubiese desaparecido
total ni parcialmente como antes había llegado a supo-nerse.
Ejemplos nos ofrece, desde los
albores de la conquista, el primer y despótico señor de las islas menores,
Maciot de Bethencourt, cuando se unió legítimamente con Teguise, hija de
Guadarfia, demostrando con este enlace a normandos y españoles el aprecio que
le merecía la raza subyugada. Otro pariente suyo, que llevaba el nombre de
Maciot Perdomo de Betancor -hijo de Arriete Perdomo y de Margarita de
Bethencourt, naturales de Normandía-, hallándose en Lanzarote y siguiendo tan
notable ejemplo, obtuvo por esposa a la infanta canaria Thenesoya Vidina, que
se llamó Luisa en el bautismo católico, célebre por su rapto en los Bañaderos y
de cuyo enlace pretenden descender muchas hidalgas familias del Archipiélago.
En Gran Canaria casó la hija de
Guayasen el Bueno, de quien fue tutor el Guánarteme D. Fernando, con Bernando
de Guzmán uno de los conquistadores, hijo de Alonso Pérez de Guzmán-, natural
de Toledo, señor de Batres y Alenvillet, habiendo trocado en el bautismo
católico su nombre de Arminda por el de Catalina; y la hija legítima del
Guanarteme, la infanta Guayarmina, que llevó luego el nombre de Margarita, casó
con Miguel de Trexo Carvajal, hijo de Alonso Pérez Carvajal, señor de Grimaldo
y la Corchuela
y de Elvira Fernández Trexo.
Otra isleña de Gran Canaria, hija
hermosísima del guaire Utindana o Autindara -her-
mano éste de Thenesoya--, que
recibió en el bautismo católico el nombre de doña Catalina Fernández
Guanarteme, casó con el capitán Francisco de Cabrejas, que obtuvo como
conquistador extensos repartimientos de tierras y aguas en Gáldar y de cuyo
enlace hay numerosa descendencia.
Sancho de Berrera, llamado «el
viejo», hijo de Diego de Berrera y de doña Inés Perazá:
señor que fue de las islas de
Lanzarote y Fuerteventura, había casado por el mismo tiempo en primeras nupcias
con doña Violante de Sosa, hija del señor de la villa de Fernán Núñez, de quien
no tuvo sucesión, heredando su estado y señorío una hija natural que hubo en
doña catalina de Fía, hija de Guillén de Fía, nieto éste del rey de Lanzarote,
Luís Guarfia. Esta niña, que tal vez legitimó -según las costumbres de aquellos
tiempos y aún cuando hubiera nacido viviendo su legítima esposa-, se llamó doña
Constanza Sarmiento, que casó con su primo Pedro Femández de Saavedra, tronco
de los marqueses de Lanzarote y de los señores de Fuerteventura. Enlazados
luego con la primera nobleza de España, son hoy sus últimos representantes los
marqueses de Bélgica y los condes de Santa Coloma.
Al rendirse la isla de Tenerife,
el rey Bencomo de Taoro dejaba también dos hijas. Dácil, cantada por Viana en
su poema heroico, eligió el nombre de Mencia y casó con Gaspar Hemández
(Adxoña), rey que había sido de Abona, y María, que era el nombre de la
segunda, se enlazó con Juan Doramas, hijo del célebre guerrero de este nombre.
La princesa Dácil, o sea doña Mencia, hubo de su citado matrimonio una hija
llamada Catalina que fue la casada con el capitán de caballos Hernán García del
Castillo, dando lugar con este enlace a la ficción poética de Viana.
Después de la rendición de los
reyezuelos de Tenerife, cada uno tomó un nombre especial, habiéndonos
conservado la historia algunos de estos nombres. El rey Bencomo se llamó
Cristóbal; el de Anaga, Pedro de los Santos; el de Güímar, Juan de Candelaria;
el de Tacoronte, Fernando; el de Abona, Gaspar Hernández; el de Icod, Blas
Martín; el de Tegueste, Antonio; el de Daute, Gonzalo; el de Adeje, Diego. Este
último casó con una señora de la familia del Adelantado, llamada doña Catalina
de Lugo, de cuyo consorcio hubo varios hijos. Entre éstos se cita a doña María
de Adexe y Lugo, que se unió con el príncipe guanche Pedro de Adexe y, en
segundas nupcias, con el isleño Andrés de Llerena.
El ilustre guerrero Maninidra
–hermano del guanarteme D. Fernando, conocido des-
pués de su bautismo católico con
el nombre de Pedro, que tanto cooperó a la conquista de Tenerife donde obtuvo
un buen repartimiento, dejó a su muerte, ocurrida en las vecinas playas del
continente, dos hijos llamados Pedro e Inés. Pedro casó con María de León,
natural de Canaria, e Inés con Miguel González, de la misma procedencia, siendo
de notar que de este último enlace nació Agustín Delgado, héroe famoso en
América a quien tantas veces cantó Castellanos en sus «Elegías de varones
ilustres de Indias» y Herrera en sus «Décadas».
Ibone de Armas, hijo del rey de
armas Juan Negrín, indígena de La
Gomera , representó también un brillante papel en las guerras
de la conquista, obteniendo como otros canarios mercedes de hidalguía y
repartimiento de tierras con
escudo de armas.
Guillén. Castellano, casado con
María Perdomo, intérprete de Lugo en la conquista de Tenerife y conquistador de
Gran Canaria y La Palma ,
era también isleño y fue progenitor por la línea materna del maestre de campo
Gonzalo de Jaraquemada, que obtuvo el título de Regidor de La Laguna en 20 de octubre de
1497.
Entre los guerreros naturales de la Gran Canaria que
acompañaron a Alonso de Lugo a
Tenerife, son de notar los cuatro
hermanos Pedro García, Juan Prieto (Moreno), Alonso Pérez y Rodrigo Alvarez,
inscritos en los libros de datas de aquella isla con cuantiosos donativos
inmuebles que revelan la importancia de sus servicios. Pedro García era llamado
el Comendador, y estaba casado con otra isleña de Canaria, Isabel García,
ennoblecidos ambos y su numerosa descendencia con diplomas de hidalguía y
brillantes escudos de armas.
También entre los apellidos
españoles adoptados por los bautizados isleños, encontramos los de Mena, León,
Vera, Lugo, Alcubilla, Cabrera, Beltrán, Magdaleno, Ramos, Camacho, Armas y
otros mil que sería prolijo enumerar. Algunos, sin embargo, eran traducción de
sus sobrenombres, como las casas de Dara o Tara –dialecto de la Gran Canaria- o la Sierra de Bentagaire,
eligiendo otros el de la localidad donde habían
nacido o el título de nobleza o
apodo que llevaban antes, como Guanarteme, Bencomo, Doramas, Tahodio, Tegueste,
Daute, Maninidra y Bendidagua.
Es pues indudable, que los
naturales de estas islas, cuyo valor, rango y condiciones personales les hizo
distinguir del resto de la raza conquistada, después de haber sido poderosos
auxiliares de los conquistadores formaron parte de la población isleña,
obteniendo valiosas extensiones de terreno, empleos honoríficos y cartas de
hidalguía, tan codiciadas en el siglo XVI por el fuero, distinción y respeto
que producía a los agraciados.
Hubo, no obstante, muchos
indígenas que, desconociendo el valor de la propiedad inmueble o dedicados
desde su infancia a apacentar sus ganados -empleo que para ellos nada tenía de
innoble, cayeron luego en el descrédito y se confundieron con las últimas capas
sociales por haber ignorado los elementos de que se componía la nueva sociedad
en que ingresaban.
Esta alternativa de buena y mala
fortuna produjo múltiples alianzas que levantaron o hi-
cieron descénder a los
representantes de la raza canaria, según la extensión e importancia de las
datas que les habían caído en suerte.
Todavía un siglo después de la rendición de Tenerife, el P.
Fr. Alonso de Espinosa decía hablando de los guanches: «Los naturales desta
Isla, no exceptuando a los de las otras pues todos creo tuvieron un principio y
origen, fueron gentiles hallólos el Evangelio desembarazados y produjo varones
aprobadísimos y de gran celo de tanto religión y cristiandad, varones de
ingenios delicadísimos y caudalosos, así en las humanas como
en las divinas letras esmerados, varones que no sólo con la
toga, no sólo con el bonete, más también con la espada han mostrado su valor y
la virtud de sus antepasados.
A pesar de la autorizada opinión de Espinosa, creemos que
los canarios convertidos no disfrutaban en general de los beneficios y
garantías de la raza conquistadora. Es tristemente cierto que, en las pruebas
de nobleza exigidas para ingresar en los colegios mayores, era necesario
acreditar no ser descendiente de canario, morisco ni judío, cuya disposición
debió influir poderosamente en las poblaciones isleñas para ocultar su
verdadera filiación, excepción hecha de esas familias antes citadas y otras que
pudiéramos recordar, descendientes de los guanartemes y menceyes, las cuales
habían sido desde luego ennoblecidas, ocupando ya por sus alianzas una posición
excepcional.
No era, sin embargo, empresa
fácil sorprender la vigilancia de los ministros del Santo Oficio ni alterar las
ocultas fuentes donde aquellos recogían tan importantes noticias, ya esta
incansable persecución debemos hoy los datos más auténticos sobre la
existencia, alianzas y filiaciones de la raza convertida.
El registro donde se daba asiento
a los que aquel tribunal marcaba con su sello de reprobación, salvado
milagrosamente de las injurias del tiempo, nos suministra un nuevo y curioso
«Nobiliario» cruzado de numerosas líneas «canarias», producto de la unión de
ambas razas y extraño a todas las relaciones oficiales de los libros
genea-lógicos, nobiliario que hace desviar con frecuencia y enturbia el sereno
río de noble sangre que corre por las venas de algunas familias del
Archipiélago, que debieron considerar esto como más honroso para ellas.(
Agustín Millares Torres; 1977 t. I:186-91)
1504 Enero 9. “Otrosy ordenaron e mandaron que por quanto fué
apregonado públicamente por mandado de su Señoría e Regimiento en el año de
mili y quinientos años e agora non se halla el dicho pregón, al qual se
refieren sy se falla, es y non que valga en su lugar e sea avydo por ley dende el dicho año de quinientos, que todos
los guanches y guanchas cativos non
pudiesen ser horros syn servyr primero diez e seys años a su señor, por los
muchos dapños e robos que fazian los dichos gual1ches pastores de los ganados,
por que se ahorravan con los dichos robos los unos a los otros con los ganados
de sus señores; por tanto se ovo esta ley
por buena e agora de nuevo se confirma e que se entiende e sea entendido
dende el dicho año de quinientos acá. De lo qual se afirma que pasó, su Señoría
e su alcalde mayor, e Mateo Vyña e Fernando de Llerena e Gerónimo de Valdés,
regidores.
Otrosy se apregonó que todos los guanches horros se posyesen a soldada
dentro de cierto término, que es pasado en el año de quinientos como dicho es,
que todos los guanches horros se pusyesen a soldada y que saliesen de donde
andavan alçados y fuera de poblado, con cargo que non lo cunpliendo que serían
cativos por cierto tienpo, la mitad para quien los tomare y la otra mitad para
los propios, lo qual afirman todos los sobredichos que pasó en verdad y mandan
que por non lo ayer cunplido que venga a devida esecución los que non lo han
conplido.”
Fuente: Cabildo colonial de Tenerife.
9 de enero de 1504
377.-Guanches. fol. 50 v.
Otrosy se apregonó que todos los guanches horros se posyesen a soldada
dentro de cierto término, que es pasado en el año de quinientos como dicho es,
que todos los guanches horros se pusyesen a soldada y que saliesen de donde
andavan alçados y fuera de poblado, con cargo que non lo cunpliendo que serían
catívos por cierto tíenpo, la mitad para quien los tomare y la otra mitad para
los propios, lo qual afirman todos los sobredichos que pasó en verdad y mandan
que por non lo aver cunplido que venga a devida esecución los que non lo han
conplido.
Acuerdos Cabildo colonial.
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