jueves, 19 de marzo de 2015

DOCUMENTOS RELATIVOS A LA HISTORIA COLONIAL DE CANARIAS-XI


Recopilados por Eduardo Pedro García Rodríguez

Las noticias más antiguas. Los Canarios en el mundo.

Génova.- Fue uno de los lugares donde aparecen referencias más antiguas acerca de la presencia de aborígenes indígenas. En el año 1.293 aparece un canario, que se llamaba Johannes Canarius. Si aparece en dicho lugar y suscribiendo documentos es de suponer que llevaba bastantes años por dichos lugares, lo cual nos remonta a una época que abarca, cuando menos, el último cuarto del siglo XIII. Este Johannes Canarius, bien pudo haber sido producto de alguna de las expediciones que los portugueses con ayuda de genoveses hicieron sobre el mar atlántico, en tiempos del Rey D. Dinis (1261-1325). Rafael Viñez Taberna, en su libro El Origen del Cristianismo en Canarias (página 235, edición de Anroart ediciones, octubre de 2006), vincula a Johannes Canarius con la expedición que los hermanos Ugolino y Vadino Vivaldi hacen a la costa de Africa en el año 1292.

Venecia.- La presencia de aborígenes en esta idílica ciudad data del siglo XV. Existe el dato de que el 20 de mayo de 1497 uno de los menceyes de Tenerife fue presentado ante el Senado veneciano por Francesco Capello. Este Mencey era uno de los nueve que tenía la isla de los guanches y que fue conducido hasta Almanzor en 1496 para ser presentado ante los Reyes Católicos. Según el historiador Viera y Clavijo el Mencey que llegó a Venecia podría ser Bencomo, lo cual no pudo haber sucedido porque Bencomo falleció combatiendo en La Laguna. Es muy probable que se tratase de alguno de los Menceyes de los bandos de guerra, pues los que pactaron las paces lograron establecer condiciones favorables, especialmente para permanecer en su territorio natal.

Era en cierto modo una forma de destierro, sin dejar de tener la consideración de su hidalguía, pero sometido a los designios que habían decretado los monarcas españoles. El Mencey había sido regalado a Venecia; y algunos defienden la hipótesis de que la “Torre del Moro”, que representa a dos aborígenes esculpidos en bronce, vestidos con pieles similares a tamarcos, tocando las horas, especialmente porque dicha escultura fue realizada en el año en que el Mencey fue presentado ante el Senado. La expectación no debió ser poca, al igual que su trascendencia por la novedad del acontecimiento; pero lo cierto es que su estancia en Venecia no duró mucho, porque un mes después de su llegada el Senado estimó que el destino del mencey debía estar en Padua, recibiendo las atenciones del marqués de Mantua. Como dato curioso es preciso señalar que el tiempo que estuvo el Rey isleño en la ciudad de los canales fue tratado con dignidad y prestancia, conduciéndose por la Ciudad con echura "real"; y para su corroboración nos llega la noticia de que el día del Corpus Christi, en la procesión de la Vera Cruz, iba en primer término, por delante del Duce.
Matancer Fuente:

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Fiestas del Baile del Niño

Después de bastantes años que no se celebraba el baile del niño por fin se va rescatando este baile tradicional que probablemente sea una de las cosas mas longeva del municipio; Dicho baile se realizaba en la noche del 24 de diciembre al término de la Misa del Gallo.

Veintidós personas, compuestos de jóvenes ataviados con trajes típicos, vestidos de pastores o con camisa blanca, pantalón negro y fajín rojo, realizan un baile con procesión y delante del recién nacido dentro de la iglesia. Este baile se hace dentro de la iglesia saliendo por la nave de la izquierda, siempre de frente al niño.

Antiguamente se hacia el recorrido en una hora con cinco venias al niño Jesús; Los instrumentos que se usan son dos panderos, dos tambores, un triangulo, una flauta de madera, y un par de castañuelas por cada bailarín.

Lo que se toca y se baila dentro de la iglesia es como un tajaraste herreño, por lo que casi puedo afirmar que este baile es algo que le debemos al párroco D. Lorenzo Fernández de Armas nacido en el Hierro después de 1670 y vivio en nuestro municipio hasta antes de 1780 en que falleció en la Matanza de Acentejo.

También puedo decir que este baile es tradicional de La Matanza de Acentejo a pesar de que algunos municipios lo hayan copiado para incorporarlos a sus bailes regionales.
(Tambores de Guadá)
Militar y administrador colonial español, nacido hacia 1646 en Tenerife y muerto en 1698 en Puerto Rico, soldado en Flandes y gobernador de Puerto Rico.
Era hijo del sargento mayor Juan Fernández Franco y de María Magdalena de Medina, ambos canarios. A los 20 años ingresó en el ejército, donde obtuvo los grados de alférez, capitán de infantería, y sargento mayor. Sirvió en Tenerife y luego en Gran Canaria, donde organizó una leva para las guerras de Flandes. Logró enrolar en la Laguna a 71 hombres con los que partió hacia dicho destino. Tras ocho años en Flandes, regresó a Canarias, siendo nombrado Sargento Mayor en 1675. El 4 de octubre de 1692 pidió un destino en América, ofreciendo la contraprestación de llevar consigo a 20 familias canarias. Fue nombrado gobernador de Puerto Rico por cinco años y a partir del momento en que terminara el mandato de Gaspar de Arredondo. Por falta de méritos se le negó el cargo de maese de campo y no pudo llevar mas que 14 familias, aunque bastante numerosas.
Franco viajó a Puerto Rico en 1695 con su esposa Rafaela de Osorio y varios hijos, dos de los cuales sentaron plazas de soldado en la isla. A poco de llegar afrontó algunos problemas con el juez Matías Pérez Cabeza de Vaca, a quien se había cometido el juicio de residencia de su antecesor. Luego gobernó con escasa fortuna, aunque a satisfacción de sus gobernados, según manifestó el Cabildo de San Juan. Parece que ejerció el contrabando y que envió a Tenerife algún dinero, cargos que se le imputaron luego en su juicio de residencia. Emprendió una visita a toda la isla y murió durante la misma el 16 de mayo de 1698. Dos días antes el rey había firmado su nombramiento como gobernador de Yucatán.
Texto extraído de: www.mcnbiografias.com

Bibliografía

·         LOPEZ CANTOS, A. Historia de Puerto Rico, 1650-1700. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1975.
Militar y administrador colonial español, nacido hacia 1646 en Tenerife y muerto en 1698 en Puerto Rico, soldado en Flandes y gobernador de Puerto Rico.
Era hijo del sargento mayor Juan Fernández Franco y de María Magdalena de Medina, ambos canarios. A los 20 años ingresó en el ejército, donde obtuvo los grados de alférez, capitán de infantería, y sargento mayor. Sirvió en Tenerife y luego en Gran Canaria, donde organizó una leva para las guerras de Flandes. Logró enrolar en la Laguna a 71 hombres con los que partió hacia dicho destino. Tras ocho años en Flandes, regresó a Canarias, siendo nombrado Sargento Mayor en 1675. El 4 de octubre de 1692 pidió un destino en América, ofreciendo la contraprestación de llevar consigo a 20 familias canarias. Fue nombrado gobernador de Puerto Rico por cinco años y a partir del momento en que terminara el mandato de Gaspar de Arredondo. Por falta de méritos se le negó el cargo de maese de campo y no pudo llevar mas que 14 familias, aunque bastante numerosas.
Franco viajó a Puerto Rico en 1695 con su esposa Rafaela de Osorio y varios hijos, dos de los cuales sentaron plazas de soldado en la isla. A poco de llegar afrontó algunos problemas con el juez Matías Pérez Cabeza de Vaca, a quien se había cometido el juicio de residencia de su antecesor. Luego gobernó con escasa fortuna, aunque a satisfacción de sus gobernados, según manifestó el Cabildo de San Juan. Parece que ejerció el contrabando y que envió a Tenerife algún dinero, cargos que se le imputaron luego en su juicio de residencia. Emprendió una visita a toda la isla y murió durante la misma el 16 de mayo de 1698. Dos días antes el rey había firmado su nombramiento como gobernador de Yucatán.
Texto extraído de: www.mcnbiografias.com

Bibliografía

·         LOPEZ CANTOS, A. Historia de Puerto Rico, 1650-1700. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1975.

1990 marzo 31

Presentación del libro de Eduardo Espinosa de los Monteros y Estanislao González y González "Historia de La Fuente de la Guancha"

A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos (Centro Cultural “Unión y Fraternidad” de La Guancha, Tenerife, el 18 de agosto de 2005).
  La primera vez en que tuve ocasión de presentar un libro fue en el Colegio de Arquitectos allá por el año 1977. Se llamaba Arquitectura tradicional de Tenerife y se trataba de una magnífica colección de fotos de Zenón con atinados comentarios de Julio Fajardo. Lo traigo ahora a colación porque recuerdo, perfectamente, que dije entonces que no tenía muy claro para qué era necesaria la presentación de un libro; porque opinaba, y aún sigo opinando, que un libro, que un buen libro como es el que hoy nos congrega, se presenta por sí mismo.
Esta Historia de La Fuente de la Guancha es de esos libros que se presentan y se justifican solos. Se necesitaría estar muy despistado para no apreciar de inmediato, y sin más que ojearlo, su calidad y su importancia y, desde luego, el riesgo de errar a priori es nulo, lo que se corrobora de forma rotunda tras su lectura. Así pues, y habida cuenta de que los méritos de este libro y su interés están muy por encima de la modesta, modestísima, autoridad y fiabilidad de este presentador, esta presentación podría acabar ahora mismo recomendándoles que no pierdan ni un solo instante más escuchando mis torpes palabras y acudan, cuanto antes, a hacerse con esta hermosa obra, para su conocimiento y disfrute.
Sin embargo, les confieso que, con el tiempo he ido modificando aquel mi criterio sobre lo innecesario de una presentación, porque he aprendido a darle a un acto como éste una mayor dimensión y significación. La presentación de un libro, según lo entiendo ahora, es, o debe ser, más que un acto social, un acontecimiento cultural y, por tanto, una ocasión memorable y gozosa, y en los tiempos que corren más aún.
La sola consideración del esfuerzo de más de cuatro años que ha supuesto para sus autores la consulta sistemática y pormenorizada de los archivos, la extracción selectiva de los aspectos más relevantes, su anotación cuidadosa, su cotejo, el estudio de su encuadre dentro de la comarca de Ycoden,  la elaboración de un texto ordenado y el sustancial resultado que hoy se nos ofrece es algo que, al margen de toda otra estimación, merece ya nuestra gratitud y nuestra admiración.
Y he dejado antes en el aire esa matización de “y en los tiempos que corren más”, porque, dejando para más adelante el comentario sobre el contenido y la trascendencia que este texto tiene, quiero incidir de una manera especial sobre la significación cultural de un libro y de un acto como este.
 En teoría, a todo el mundo le interesa la cultura. La palabra cultura parece tener un contenido mágico e indiscutible. Se dice, y es cierto, que la cultura redime a los pueblos de su ignorancia, que libera sus mejores energías creadoras, que es fuente de progreso, etc., y se comprueba que los pueblos más avanzados son también, casi siempre,  los más cultos. Pero, ¿se sabe bien en qué consiste la cultura?
 Porque a pesar del universal consenso sobre su valor (hace muy pocos años, estaba de moda en nuestros pueblos construir centros culturales), si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con un mundo cada vez menos culto y más organizado por y para el consumo, es decir, con criterios exclusivamente económicos que terminan imponiendo su ley incluso a la política.
 Cada vez es más palpable una situación de comida basura, ropa basura, música basura, revistas basura, televisión basura, etc., que conducen a conductas basura. ¿Cómo explicar racionalmente esos éxodos multitudinarios y simultáneos de las ciudades en los puentes en busca de no se qué descanso? ¿Cómo esas histerias colectivas en torno a no se qué ídolos populares? ¿Cómo esa desproporcionada atención a los espectáculos de masas? ¿Cómo esa disparatada dictadura de los decibelios, que amenaza con desquiciar nuestros oídos, en aras de la alienación? ¿Cómo el cada vez más creciente consumo de bebidas alcohólicas y de sustancias estupefacientes que anulan la iniciativa de los individuos? ¿Cómo esa creciente pérdida de la cortesía, del respeto, de la tolerancia, de la solidaridad, etc.?
 ¿Estamos ante un mundo cada vez más culto o más inculto? ¿Es la informática una herramienta al servicio de un mundo más culto o más inculto? Paradójicamente, junto a las inmensas posibilidades de obtener información y de procesarla, se desarrolla el pillaje, la inmoralidad y la pérdida de la intimidad, hasta convertirnos en juguetes de poderes fácticos superiores cuyo interés no es precisamente cultural; y, paralelamente, nuestros hábitos de imaginar, de pensar, de leer y de dialogar están siendo arrollados y atrofiados por una pseudocultura de masas dominada por la banalidad que hasta se atreve a llamarse cultura del bienestar.
Un ensayista y publicista francés, Alain Minc, publicó en 1993 un libro casi premonitorio: La nueva Edad Media, que subtituló El gran vacío ideológico. En la contraportada de su edición en castellano (al año siguiente) se sintetiza certeramente parte de su contenido de esta forma:
“Hay un mundo sacudido por convulsiones y amenazas que parecían conjuradas para siempre, el optimismo histórico desaparece y con él termina un reinado de más de tres siglos en el que se ha apostado por el progreso y el orden al mismo tiempo.
 Más allá del natural sentimiento angustioso que produce el final de una era animada por los principios del equilibrio y la racionalidad, las preguntas fundamentales se plantean a miles (…) ¿No será que estamos a las puertas de una nueva Edad Media?”
Minc desarrolla su trabajo con atención preferente a los aspectos económicos, sociales y políticos, pero, si analizamos la situación desde el punto de vista cultural, ésta se nos revela también como neomedieval, pues aparece cada día más claro que estamos siendo invadidos y dominados por los nuevos bárbaros que no sólo no tienen interés por la cultura, sino que hasta lo tienen en la incultura, que es la mejor coyuntura para evitar cualquier atisbo de rebeldía.
 Para los que nos movemos en este mundo de la cultura, convencidos de que es el mejor patrimonio y la mejor herramienta de que disponemos, es cada día más angustiosa la sensación de que predicamos en el desierto, de que nuestro lenguaje parece estar distanciado de la realidad, de que interesa poco o nada nuestra actividad, pero que se la tolera más por una cuestión de tradicional prestigio que de convencimiento de su real rentabilidad social. Y juega en nuestra contra el hecho de que el fruto de la actividad cultural no se suele obtener sino a largo plazo, mientras que lo que prima es la inmediatez.
 Sin embargo, a pesar de que parece que no se lleva, la cultura es lo único que podrá conducirnos (no se cuándo) a un nuevo renacimiento humanístico. Mientras tanto, y al igual que los monjes medievales, permanezcamos fieles y devotos de ella, en espera de tiempos mejores.
 Según el diccionario de la Academia, cultura es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse, por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre. No dice, por tanto, que es un conjunto de conocimientos, dice que es el resultado o efecto, y para entender esta idea, echamos mano de la antropología cultural que nos aclara que ese conjunto de conocimientos está estructurado a través de su interdependencia y constituyen un sistema, de tal manera, que la cultura de un grupo social es el conjunto de su herencia social y por tanto, de su historia. He aquí el valor indiscutible y sobre todo esencial que tiene la historia como referente cultural.
 El diccionario ideológico de Julio Casares asocia al vocablo cultura palabras tales como civilización, progreso, adelantamiento, mejoramiento, perfección, sabiduría, ciencia, arte, cortesía costumbres intelectualidad, etc. La cultura es, por tanto, conocimiento asimilado, y  no un paquete que se nos da o se nos transmite desde el poder, es, repitámoslo de nuevo, el resultado de un cultivo que debe hacerse sobre los individuos desde pequeños en el hogar, en la escuela, y a lo largo de toda la vida, de modo que sea sentida como una necesidad por el propio individuo. Es algo que debe ir junto al trabajo a arriba y no de arriba abajo.
Permítanme ustedes corroborarlo con una referencia histórica ejemplar. Existió en Santa Cruz de Tenerife una irrepetible sociedad llamada El Gabinete Instructivo, a la que pertenecían políticos de todos los colores cuyos denominadores comunes eran la cultura como base y el patriotismo como meta. La labor cultural y pública  de aquellos hombres fue tan extraordinaria que no ha sido igualada. La explicación es tan sencilla como rotunda: hacían política desde la cultura. Hoy, con frecuencia, se intenta hacer cultura desde la política, y esto, no sólo no es auténtica cultura, sino que termina por resultar contracultural.
Esta breve disquisición, que me he permitido hacer en este momento, no es casual; al contrario, a mí me parece muy oportuna, porque, hoy se nos ofrece aquí una excelente muestra de cómo hacer cultura a través del conocimiento histórico. Resulta que la historia, que es el compendio de nuestro pasado, es lo único que realmente tenemos, nuestro único capital, porque el presente lo estamos haciendo aún y el futuro está por hacer.
 La historia es el archivo de nuestra experiencia, es nuestra memoria individual y colectiva, es nuestra razón de ser y nuestro modo de haber sido y, por ello, la única apoyatura posible para seguir construyendo nuestra realidad presente y futura. Ella es la que nos da la razón de nuestra realidad actual y el mejor trampolín para proyectarnos hacia adelante.
En el templo de Delfos estaba escrita una frase que se hizo justificadamente célebre: “Conócete a ti mismo”, y que fue uno de los axiomas de aquella formidable aventura del pensamiento que fue la filosofía humanística griega, porque sólo a partir del propio conocimiento se puede construir una mentalidad racional y una conducta ética, los dos pilares sobre los que apoyar sólidamente nuestro devenir.
Pues bien, La Guancha se encuentra hoy con su propia historia, una circunstancia memorable porque marcará sin discusión un antes y un después. Si hasta ahora los guancheros no han tenido ocasión de conocer la peripecia histórica del pueblo que les vio nacer, porque sólo los más avisados o curiosos de archivos tenían acceso a ella, ahora ya no hay pretexto posible, ahora está aquí condensada en este libro que a primera vista puede parecer voluminoso, pero que siempre resultará pequeño para contener una historia que se remonta nada menos que a las postrimerías de la conquista de esta isla.
 Pero es que, además, la aparición de este libro es signo inequívoco de madurez. No suelen contar sus memorias los jóvenes, porque su trayectoria vital es escasa; diríamos que no tienen nada que contar. Cuentan sus memorias las personas maduras, aquellas que atesoran una experiencia más densa que, por lo mismo, puede ser de interés para los demás. Digámoslo castizamente, La Guancha es ya un pueblo con solera, un pueblo que en su gozosa realidad actual, fruto de una espectacular transformación en los últimos tiempos, ha querido conocerse a sí mismo y reflexionar a partir de ello.
Desde la aparición de la Historia de Santa Cruz de Tenerife, escrita por el profesor Cioranescu, se han ido sucediendo otros empeños con similar objetivo en diferentes municipios de la isla: La Laguna (inconclusa), Arafo, Arico, Granadilla, San Miguel, Arona, Adeje, San Juan de la Rambla, etc., y hoy asistimos a la de La Guancha que por su calidad se coloca sin discusión entre las mejores y más rigurosas.
Según me cuentan sus autores, el empeño comenzó con la sugerencia del párroco del Dulce Nombre, don Sebastián García Martín, de hacer una historia eclesiástica del municipio, amparada en la magnífica documentación de su archivo parroquial, pero pronto se evidenció que era necesario ampliarla a la totalidad de los aspectos históricos.
Quizá esto explique la estructuración del libro que no responde al esquema más tradicional de un único recorrido cronológico en el que se vayan contemplando, en cada momento, todos los componentes y circunstancias, sino al alternativo de estudiar éstos por bloques separadamente, eso sí de forma cronológica en cada caso.
 Tratar de dar a ustedes unas pinceladas de su contenido resulta tarea vana, porque es tan denso, tan rico y variado, tal la cantidad y calidad de la información suministrada, tal la manifiesta preocupación de los autores porque ningún aspecto quedara ignorado, tal la voluntad de que todo quedara apoyado documentalmente y tal la evidencia de un trabajo tenaz y concienzudo, que se me antoja ridículo destacar tal o cual capítulo o aspecto. Todo aquí es importante y nada sobra a pesar de sus 800 páginas. Por tanto, y para justificar esta a modo de presentación, me limitaré a una breve enumeración de sus capítulos, según el sumario que les antecede.
El que podría ser capítulo inicial del libro, porque nos remite a la situación aborigen de la comarca o reino de Ycoden y a los últimos episodios de la conquista de esta isla, que tanto se ha afanado en estudiar y dar a conocer Eduardo Espinosa, figura en segundo lugar bajo el título “Historia militar", y se completa con un interesante apartado dedicado a las Compañías de Infantería de La Fuente de La Guancha, existentes ya con uno u otro nombre desde mediados del siglo  XVI hasta finales del XVII.
Sigue a continuación el capítulo dedicado a la "Historia religiosa", el más enjundioso y extenso de cuantos integran el libro, no sólo porque fue su inicial razón de ser, sino porque es éste un aspecto central en torno al cual giraba la vida de la comunidad y, en consecuencia, es a través de él como mejor se puede valorar el esfuerzo de la colectividad en procurarse una adecuada atención religiosa y seguir su evolución durante el antiguo régimen.
Desde Santa Catalina hasta la ermita de San Antonio del Pinalete (en recuerdo de aquel hermoso río de agua que manaba de la galería que llevó este nombre), pasando por la parroquia del Santo Nombre de Jesús y la ermita del Calvario y hasta por las más recientes de Santo Domingo, Nuestra  Señora de Coromoto y la Cruz, ninguna fundación religiosa ha escapado a la atención y curiosidad de los autores.
 Es claro, que la primero ermita y luego parroquia, que durante tanto tiempo se llamó del Santo Nombre de Jesús, concentra mayoritariamente su atención, no sólo por su mayor envergadura y significación, sino también por poseer uno de los mejores archivos históricos de la localidad. Su estudio se aborda en torno a la azarosa peripecia histórica de su construcción y ampliación que se detalla pormenorizadamente a lo largo del tiempo, desde la primitiva ermita a la restauración reciente que suprimió el desafortunado añadido de los años 40, recuperando la fachada primitiva y añadiendo la construcción de una nueva torre; a la historia de sus Hermandades y Cofradías y el culto al que se entregaban; a la fundación de las distintas capillas y su dotación de retablos, imágenes y orfebrería. Su historia corre pareja y no es otra cosa que el fiel reflejo de lo que la comunidad a la que servía fue en cada momento, y por ello se comprende el inmenso valor de su testimonio.
 No se ha omitido una extensa referencia relativa a los avatares parroquiales con la de San Juan de la Rambla, que afectaron a las ermitas de Santa Catalina y San José. Ambas fueron atendidas en el culto por la parroquia del otro municipio, aunque permanecieron en la jurisdicción de la del suyo propio.
Siguen luego sendos capítulos dedicados a aspectos más puntuales que los autores consideran atinadamente necesarios, por su especial entidad,  significación y trascendencia, tales como: las "Desavenencias del clero con la población", interesantísimo y revelador de que no todo fue un lecho de rosas entre párrocos y feligresía;  los "Vendavales y aluviones en La Fuente de la Guancha", entre los que se destaca por propio derecho el trágico de 1826 que tantas víctimas y daños materiales causó y que supuso una profunda crisis económica para el municipio; y la construcción del "Cementerio de San Pedro", resultado, como tantos otros cementerios civiles, de la necesidad de disponer de enterramientos en momentos de epidemias.
 El último de los capítulos contemplados se refiere a la "Historia civil", y en él se estudia, en primer lugar, la posición del lugar en el famoso pleito por la capitalidad del Partido de Daute entre Icod y Garachico; a continuación las calamidades sufridas por la Alhóndiga como consecuencia del aluvión de 1826 y del incendio que la destruyó en 1888 con la pérdida irreparable de sus archivos; y se culmina con la historia posterior abordada en cuatro periodos: desde esta destrucción de la Alhóndiga hasta el Directorio Militar de Primo Rivera, en 1923; desde éste hasta la proclamación de la Segunda República, en 1931; el periodo comprendido por esta última, 1931-36; y, finalmente, la etapa franquista, hasta 1975, fecha en la que cierran este trabajo.
 Intencionadamente, he dejado para el final el primer capítulo que los autores titulan "Etnografía de La Fuente de la Guancha según documentos obrantes en sus archivos", porque al incluir este aspecto en su obra y colocarlo antes de los demás entiendo que hacen toda una declaración de intenciones. Su contenido es verdaderamente revelador de las formas de vida, de la estructura social, de las relaciones económicas, de los hábitos sociales, de las costumbres religiosas y testamentarias (algunos inventarios son extremadamente deliciosos), etc., del testimonio vital, en fin, de una comunidad. Parece como si los autores se hubieran propuesto mostrarnos previamente al pueblo que se iba a estudiar a continuación, y desde luego que lo han hecho muy atinadamente. Un acierto pleno.
Las abundantísimas notas a pie de página que se insertan a lo largo de todos los capítulos, tan oportunas y densas, como esclarecedoras, les aportan una riqueza deslumbrante, muestran la seriedad de los datos suministrados y llegan a constituir una aportación fundamental al texto, tan valiosa como aquél.
 El libro se complementa con un serio apéndice de fuentes documentales y bibliográficas y con un completísimo índice onomástico que facilita enormemente la consulta.
El resultado es ciertamente el que cabía esperar del rigor y seriedad proverbiales en el quehacer de estos dos investigadores. Su trabajo, que siempre se ha mantenido alejado de banalidades y oropeles, luce aquí, por derecho propio, de forma espléndida en lo que es un auténtico regalo para curiosos y estudiosos, sean locales o foráneos.
 No es este un libro para leer noveladamente, viene a ser algo así como la Biblia de este municipio, un tesoro para consultar y leer pausadamente, sin prisas y saboreándolo en todo su contenido. Quizá yo haya echado de menos en un libro tan pulcramente impreso como bien presentado y encuadernado, una mayor calidad en las ilustraciones que, me parece, no hacen justicia al texto, y hasta algún o algunos mapas de la comarca, más extensos y pormenorizados que los que se ofrecen, para seguir con mayor propiedad algunos capítulos, especialmente a los que estamos menos familiarizados con ella; pero esto no empequeñece lo más mínimo su valor.
 Así que me complace sobremanera expresar aquí mi satisfacción personal por la aparición de esta hermosa criatura cultural, Sus páginas nos desvelan que, históricamente, La Guancha ha sido un pueblo fundamentalmente agricultor, es decir dedicado a los cultivos, y claro está que entre ellos no podía faltar el del intelecto, pues, no en vano, cultivo y cultura tiene un común origen etimológico.
Esta excelente Historia de La Fuente de la Guancha es quizá la más seria aportación al patrimonio cultural de este pueblo, y por ello quiero felicitar plenamente a las entidades que lo han hecho posible: la Parroquia, el Cabildo de Tenerife, el Gobierno de Canarias y muy especialmente, claro está, a su Ayuntamiento, que acogió e impulsó la idea con verdadero entusiasmo, y al que animo a seguir apostando por la verdadera cultura fomentando y amparando esfuerzos de similar categoría.
 Y, desde luego, quiero hacerlo también y sobre todo, a los autores Eduardo Espinosa de los Monteros y Estanislao González, por su entrega y dedicación, por su laboriosidad, por esta nueva demostración de su competencia y por el magnífico resultado obtenido. Para ellos, y junto con el mío más sincero,  solicito de ustedes un rotundo y sonoro reconocimiento con nuestro mejor aplauso.




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