jueves, 12 de marzo de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-CXIII


1889. Nace  María Celestina en La Sabinita

María Alayón Gómez, María Celestina, maestría entre la costura y los partos

María Alayón Gómez, María Celestina, prestigiosa costurera de ropa de hombres, residió, y ejerció su profesión, desde alrededor de 1900, en Los Cristianos. Y en las cercanías de la mar se inició en el arte de la costura, ocupación por donde se movían manos femeninas, compaginados con otras labores. Zaraza, batista, percal, popelín; telas con la confeccionar el traje, la bata o la camisa; telas que se compraban en Arona, y en muchas ocasiones se encargaban a San Miguel de Abona e incluso a Granadilla de Abona. Coger medidas, cortar, registrar, hilvanar, cocer a máquina y rehilar, y por medio si daba tiempo probar.


María Celestina nació en 1889 en La Sabinita, Arona, en cuyo lugar residían sus padres, Celestina Gómez Martín, de quien acoge el apodo, y el pescador Prudencio Alayón García. Contrajo matrimonio, en la Parroquia de San Antonio Abad, el 23 de junio de 1909, con el pescador José Melo Cabeza, El Rubio. En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, María Alayón Gómez se encuentra inscrita en Los Cristianos, con 31 años de edad y de profesión sus labores. José Melo Cabeza, contaba con 37 años; y sus hijos: Eulalia. Antonio, Tonero. Elías, Elías el Noruego. Y María Luisa, María Luisa la Rubia; que tenían entre los 10 y 3 años de edad.

Residían en El Cabezo, en una vivienda que tan bien recuerda Encarnación Alayón Melo, nieta de Celestina y Prudencio. Y mi abuela, cuando ella vivía con sus hijos vivía en los dos partes, la parte arriba donde vivió tu abuela era nada más que las habitaciones de dormir y eso, y la parte abajo, como no era sino una calle estrecha y antes no eran sino cuatro vecinos, tenían allí un solar murado con una cocina y el molino, de eso si me acuerdo yo. Y en cuyo solar se criaban cabras, gallinas y los cochinos.

En la costura se inició porque había que encontrar el sustento, tal como recuerda su nieta, y mi madre, Teresa Martín Melo. Empezó a coser por necesidad, a los trece años se murió su hermana Eulalia, y desde entonces comenzó a coser para sus hermanos, para su padre y para el marido de su hermana que vivió con la madre muchos años viudo. Empezó desarmando lo viejo para coger el patrón y hacer ropa nueva, porque antes había que hacer de todo, porque no venía nada hecho. Teresa también recuerda como le enseñó su abuela a dar las primeras puntadas, a marcar, cortar o coser, porque a mi me gustaba desde muy niña, entonces yo desde que ella se sentaba yo cogía una aguja y yo miraba lo que hacía, me iba copiando y hacía como ella y entonces cuando era más grandita me explicaba como hacía las cosas.

En una de las imágenes, de la década de 1960, que acompañan este texto, se contempla a María Celestina, junto a Isabel Martín Melo, Antonia Socas Barrios, Araceli Martín Melo y a otra mujer sin identificar. Y así era su cuarto de costura, con ventana asomada a la mar, en su vivienda en la entrada a El Cabezo, una habitación donde había lo imprescindible: un ropero, una mesa donde cortar y dos máquinas de coser.

Por las manos de María Alayón Gómez, María Celestina, pasaron buena parte de la vestimenta de hombre que se lucía en Los Cristianos, y en algunos pagos cercanos, a los que se acercaba a tomar medidas, hilvanar, probar y después coser en Los Cristianos. Como cuando se desplazaba a Guaza: a coser iba con ella a Guaza, a casa de Josefina Reverón, porque mi abuela siempre le cosía al marido y a los hijos.

Pero también sus manos cuidaron de heridas y golpes, y en la ayuda en los partos. Manos que atendían por vez primera a un buen puñado de descendientes playeros, como fueron mi madre y mis tías, algunos de mis primos, y yo mismo, que llegamos a este mundo acogidos entre sus manos.

Los momentos en los que vivió María Celestina fueron de grandes esfuerzos, en los que había que aprovechar cada uno de los recursos disponibles. Por sus manos transitaron múltiples quehaceres, desde niña se ocupó de las faenas domésticas, además del aprendizaje en la costura para poder vestir a su familia. Asimismo se le recuerda por sus buenas maneras en la cura y atención a enfermos y en la asistencia a partos.

Pero sobre todo se le evoca por su oficio en la costura, especializada en vestimentas de hombre, desde la ropa interior confeccionada con muselinas, las camisas de popelín, los pantalones de dril las clásicas chaquetas, o los trajes de cualquiera tipo. Labor en la que mantuvo hasta su repentina muerte, acaecida en 1969. Y aquí nos dejó los recuerdos de su buen hacer, la de su afable mirada, la maestría de sus manos, o la de alguna costumbre como el acercarse alguna tarde a la costa de El Cabezo, recoger varios erizos y degustar sus rojizas huevas acompañadas con una pelota de gofio.
(Marcos Brito, 2013)



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