martes, 1 de septiembre de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-XXXIX



1945 agosto 27.

Domingo Corujo Tejera
Guitarrista, nace en Lanzarote en el seno de una familia cultivadora de la música tradicional canaria.

En 1987 funda la Escuela de Música Corujo en La Laguna, en la que entre otras actividades, ha formado a diferentes solistas y grupos de guitarra clásica que han dado varios recitales en diferentes lugares del Archipiélago canario.

LA SAGA DE LOS CORUJOS

El viaje a la memoria de Domingo Corujo
Incorporamos a nuestras páginas virtuales de BienMeSabe.org una serie de artículos, La saga de los Corujo, que ya se han publicado en el Diario de Avisos y que destacan por el interés de la familia conejera de los Corujo y la relevante firma de Cirilo Leal.

La memoria del maestro de guitarra Domingo Corujo no sólo almacena recuerdos de su propia existencia -infancia en Lanzarote, adolescencia y madurez en Venezuela-, sino que guarda recuerdos de recuerdos de su familia, de su pueblo e isla natal que fácilmente se remontan al corazón del siglo XIX. Una memoria cargada de historias de la oralidad, de confesiones de viva voz de varias generaciones, de palabras de gente sabia, refranes, cuartetas y música. Música de las raíces que ha sabido ofrecer, sin complejos, sin mercaderías impuestas por la moda del consumo, al concierto mundial de la cultura. Domingo Corujo, el canario-venezolano, compositor y creador de la guitarra de cola, por la que ha merecido premios y galardones internacionales, es un hombre de conversación sin prisa, de palabras y expresiones enriquecidas con los ingredientes de la cultura popular canaria y venezolana, el pensamiento mágico del indio americano y la experiencia de los mayores de su tierra, el campesino, el cabrero, el pescador, el marinero o el partisano. En todos ellos ha sabido encontrar los estímulos que lo han enriquecido como persona y como artista. Una disposición y actitud ante la vida que le permite estar y sentirse vivo, de seguir siendo un curioso, de no perder la capacidad de sorprenderse de las cosas cotidianas, de no renunciar a las ideas de compromiso en una sociedad cada vez más avasallada por la ola del neoliberalismo, la insolidaridad y el desdén a las manifestaciones culturales regionales, periféricas. Es otro defensor de la cultura tradicional desde mucho antes de que el actual nacionalismo la descubriera.
Guitarra universal
 Al maestro Domingo Corujo se le define como músico, pero él sostiene que es un trabajador de los sonidos. Le gusta más el contenido, la esencia de esa actividad creadora, que la etiqueta. En los últimos tiempos se le conoce por ser el inventor de la guitarra de cola. La guitarra de cola es un instrumento logrado tras veinte años de investigación. Nació con el fin de mejorar el volumen y proyección del sonido de la guitarra clásica tradicional. En ella, la caja de resonancia está configurada de tal forma que las ondas largas, medias y cortas tienen un lugar exacto de ubicación con los orificios de salida para los sonidos graves, medios y agudos.
 "La guitarra tradicional llevada a grandes salas de concierto siempre requiere de la amplificación y muchos músicos se niegan a emplear este recurso, puesto que los oyentes exigentes quieren oír una guitarra y no lo que se emite a través de un micrófono. En la búsqueda de una guitarra que sonara más apareció mi aportación con la guitarra de cola. El prototipo de esta guitarra, puesto que todavía no se ha comercializado, ha recibido reconocimientos internacionales en los salones donde se ha presentado, entre los que destacan los premios de Bélgica (1995), Estados Unidos (1998) y Eslovenia (1998). Actualmente está en proceso de producción en serie y será presentado en la feria mundial de Frankfurt".
 La agradecida Venezuela
 Domingo Corujo sostiene con firmeza que el canario debe mantener el recuerdo perenne con Venezuela, la tierra que lo acogió durante años y de la que se siente profundamente agradecido, deudor, como tantos canarios. Una tierra, una patria, un lugar en el universo que hoy, dada la situación política que vive aquella República, a algunos se le antoja distante e incluso desafecta. Su amor hacia Venezuela va más allá del tiempo presente.
 "Creo que hemos llegado a un punto en que los canarios venezolanos no llegamos a diferenciar un lugar del otro. Sólo diferenciamos la distancia física, pero no la emocional. Para ir de la Venezuela continental a la isla de Margarita, hay que coger un ferry y para venir a Canarias hay que tomar un avión. A cualquier lugar que uno vaya a Venezuela encontrará canarios y lo mismo sucede aquí, en cualquier lugar alguien dice algo de Venezuela. Es como si se estuviera dentro del propio país, en las islas o en cualquier estado de la República. Venezuela entra en el milenio tratando de defenderse de una catástrofe natural después de demostrar en las urnas que la democracia parlamentaria de las últimas décadas fue un fracaso terrible, un hervidero de corruptos. El voto popular ha hecho posible ese cambio, no un golpe palaciego tipo Fujimori, ni un levantamiento militar. Entiendo que cualquier persona, aunque no tenga familiares directos en Venezuela, se ha de sentir obligado a ayudar a los damnificados y también a estar muy pendiente del proceso social, político y económico que Hugo Chávez está impulsando".
Pateras en el Atlántico
 Para Domingo Corujo, al contrario de lo que piensan muchos, Venezuela seguirá siendo el destino de los canarios. Hoy, las Islas viven en su etapa de vacas gordas, pero hace apenas unos decenios, el isleño tenía que emprender el camino de la mar. Sin embargo, el recuerdo de los motivos que impulsaron a la emigración es algo que se debe tener siempre presente. Las circunstancias pueden variar. Como afirma José Antonio Rial (1999), "los hechos se imponen a nuestros planes, ideas, y hasta compromisos".
 "El canario de ahora no tiene la misma necesidad de emigrar como la de aquellos que se vieron obligados a meterse en pateras que no cruzaban el estrecho entre el Sahara y Canarias, eran pateras que cruzaron el Atlántico. Y los que se embarcaron fue porque no les quedaba otro remedio. Aquellas travesías fueron terribles, no había modo ni de saber adónde llegaban o si llegaban con vida. La mayoría eran analfabetos que no sabían dónde estaban ni les interesaba mucho, lo que querían era echar para adelante, encontrar trabajo, buscar un medio de vida. No es difícil encontrar en algún pueblo venezolano descendientes de isleños que lo único que saben que su padre o su abuela eran isleños. Creo que el canario no va a emigrar a Venezuela, sino que tiene que ir y venir como si fuera su propia casa, su propia tierra, su propio país. Trabajar a brazo partido, pensando que trabajar en Venezuela es trabajar en Canarias". Publicado en el número 69 de Bien MeSabe)
La Música que viene de atrás
En el exilio en la propia isla está el origen de los Corujo.
Domingo Corujo le rinde el homenaje del recuerdo a Francisco González, el fundador de la saga de los Corujo y también a su abuelo Juan Corujo, el jariano, una figura imprescindible en la tradición de los ranchos de Pascua de Lanzarote. Un pastor que supo inculcar el amor a la música y al baile a su parentela en San Bartolomé, Lanzarote. Esa herencia musical sigue latiendo en el corazón de los Corujo. El maestro de guitarra clásica, Domingo Corujo Tejera, es una persona de abierto y con gran capacidad de recepción y memoria. La paciencia y la capacidad de observación le convierten en un ser que capta las vivencias ajenas y sabe transmitirlas. Es capaz de hacer un alto en la narración de su trayectoria vital para prestarle la palabra, la voz y los sentimientos a otras personas que se han cruzado en su existencia. Por tanto, de narrador de su vida o cronista de los hechos y pensamientos de otros, de paisanos y de personajes del mundo, de su isla natal, de Canarias, de Venezuela y del mundo, que para eso lo ha transitado en varias direcciones. La rosa de los vientos que impulsan los rumbos perdidos de la memoria, le conducen, igualmente, del presente al pasado, de la historia contada a viva voz o los mitos de población de la isla de Lanzarote cuando en la isla no existían fronteras con el continente africano.
El abuelo jariano.
Domingo Corujo vuelve la mirada hacia atrás y se encuentra de frente con la figura del abuelo paterno Juan Corujo, el hombre que disponía de una ovejada en San Bartolomé. Este hombre sembró el profundo amor y pasión que los Corujos sienten hacia la música. Su familia llegó a constituir el rancho de Pascua más importante de San Bartolomé.

"Mi abuelo es un hombre mítico en las cuestiones de las tradiciones de Pascua. Lo llamaban el Jariano porque procedía de Haría. Él era uno de esos hombres que, aunque no era practicante de ninguna religión, estaba abocado a la fiesta de la Pascua, a las misas de luz y a los ranchos de Pascua. Esas misas de luz se celebran al amparo de la oscuridad y eran previas a la Navidad. Los ranchos cantaban en versos todo el proceso anterior al nacimiento del Niño y, luego ya, en la Pascua, cuando ya había nacido Jesús, se transformaban en cantores de la esperanza. Mi abuelo tenía un rancho de Pascua integrado por su propia familia, sus hijos, sus hijas, nietos y allegados. Eso ocurría durante ese periodo, pero el resto del año, se tocaba y se bailaba todos los días, en la calle, delante de la casa. Todo el mundo bailaba descalzo porque eran caminos de tierra. Si llovía o hacía frío se tocaba y bailaba dentro, pero nunca se interrumpía. Ese espíritu, ese ánimo festivo le venía de atrás, de tradición familiar".
El patriarca del destierro.
La memoria familiar de Domingo Corujo se encadena a los recuerdos transmitidos de padres a hijos por el conducto mágico de la oralidad. Un asalto atrás en el tiempo nos lleva a la figura de Francisco González, el fundador de la saga de los Corujo que procedía de Yaiza.
 "El exilio en la propia isla está en la raíz del nacimiento de los Corujo. La historia comienza en Yaiza, en las Playas del Papagayo, allá frente a la isla de Lobos. En esa zona hay unas caletas pequeñas, una de ellas es la playa de Afche. Afche era un príncipe beréber del continente africano que vino a vivir a ese lugar con su familia, ganado y todo. Él fue el padre de Yaiza. Cerca de Afche estaba el caletón de los González, de donde procede mi familia. Según datos encontrados en los archivos del ayuntamiento de Yaiza, en la casa de mis tatarabuelos se contabilizaba un piano. Si había un piano o una pianola, hay que pensar que alguien lo tocaba. Francisco González tenía ocho hijos y una hija. Vivían, como toda la gente de aquella zona de malpaíses y de aquella época, del ganado. La chica quedó en estado. El novio la abandonó. Se fue a Montevideo y nunca más se supo de él. En aquel tiempo de cristianos viejos, una mujer que daba a luz un hijo y no había marido conocido, era una afrenta. Había que lavar la cara de la familia, el honor familiar y echarla de la casa. La Isleta, en Gran Canaria o Miraflores, en Tenerife, estaba llena de chicas repudiadas por sus familiares después de haber quedado encintas y haber sido engañadas por los hombres. De alguna manera, para mantener a sus hijos, tenían que emplearse en lo que pudieran y se prostituían. Francisco González rompió esa costumbre y no echó a la calle a su hija menor. No les quedó otro remedio que poner tierra por medio y se exiliaron al lugar más lejano de Yaiza. Partieron con las cabezas de ganado hacia Haría". (Publicado en el número 70 de BienMeSabe)
La Abuela Margarita
Según el decir del pueblo, una persona, como mi abuela, que habla en el vientre de la madre, nace sabia.
Hubo un tiempo, lamentablemente no muy lejano, que a los agricultores, pastores y cabreros se les privaba de la instrucción. A la escasez de escuelas se unía el interés del caciquismo por mantener al pueblo en las tinieblas de la ignorancia y la incultura. Sin embargo, hubo mujeres que, por accidentes históricos, tuvieron acceso al mundo de la cultura, de la lectura y la escritura. Ese es el caso de la abuela de los Corujo, Margarita Brito, la cual, además de enseñar a su propio marido, Juan Corujo, el jariano, sembró la inquietud hacia la cultura en sus hijos. Una herencia que, afortunadamente, el tiempo no ha borrado. Domingo Corujo Tejera rinde el tributo del recuerdo a su abuela paterna, Margarita Brito, la primera mujer en su familia que aprendió a leer y escribir y se empeñó en enseñar a su marido, Juan Corujo, el patriarca que mantuvo encendida en su aldea de San Bartolomé la tradición de los Ranchos de Pascua. Margarita Brito también se encargó de adiestrar a sus once hijos en el amor a las letras. En este tramo de la vida de los Corujo, Margarita Brito ocupa un espacio de honor. En esta historia nuestra, la presencia y el papel de la mujer, de ahora y de todos los tiempos, permanece en un segundo plano, apartada de las luces del reconocimiento. Cuando se emprenda la reconstrucción de la historia de la vida cultural tradicional de los pueblos, nos llevaremos muchas sorpresas al respecto. Muchos tópicos caerán para colocar en su lugar la contribución de la mujer en el desarrollo de las comunidades insulares.

"Mi abuela Margarita era una mujer sabia. Según el decir de las costumbres canarias, la persona que habla en el vientre de la madre es sabia. Cuentan que ella habló antes de nacer. Desde niña destacó por ese don. La casa donde vivían en San Bartolomé era una casa solariega, un caserón extraordinario, que lo había edificado una familia andaluza que se había exiliado en San Bartolomé. Desterrados, huidos o exiliados en Lanzarote por sus convicciones republicanas, por su espíritu revolucionario. Esa familia tenía una tremenda biblioteca. La muerte de sus miembros fue acabando con la familia. Al final quedaron dos señoras solteras, viejas y se encariñaron tanto con mi abuela Margarita que la hicieron amar los libros y la cultura. La niña, mientras atendía a aquellas dos ancianas, iba aprendiendo, mirando más allá de la isla, navegando con el impulso imaginativo de los libros."
Aprendizaje y ovejada.


Margarita Brito conoció a Juan Corujo, el ovejero, y se casaron. Domingo Corujo recuerda a su abuelo paterno como un hombre adusto, seco, aparentemente distante, pero con un gran mundo interno. Vivía mucho hacia adentro y lo expresaba cantando y bailando.

"Mi abuelo Juan era un hombre extraño, una especie de filósofo analfabeto. No era muy hablador ni dicharachero, todo lo contrario, reservado y callado. Su amor a la música lo demostraba con sus aficiones al baile y a las canciones, pero no era muy alegre. Sin embargo, cantando se transportaba, se le saltaban las lágrimas. Era impresionante la manera en que demostraba su sensibilidad, sus emociones. Mi abuela Margarita supo ver más allá de las apariencias y se casó con el pastor y se empeñó en enseñarlo a leer. Cuando tuvieron los once hijos, los cuales tampoco tuvieron posibilidades para ir a la escuela, ella se dedicó a enseñarles lo que aprendió en el seno de aquella familia andaluza ya desaparecida. Mi abuelo siguió la tradición de sus antepasados y tenía una ovejada de la que vivía la familia, de la venta de la lana, del queso y de la leche."

Un rico a caballo.
Domingo Corujo rescata de la memoria familiar la vinculación con el pastoreo en su isla natal. Evocando recuerdos de su propio padre, cuando éste era pastor, se remonta al tiempo en que gran parte de la isla de Lanzarote se denominaba monte. Un monte que sucumbió a las parcelaciones y ventas del territorio que terminaron por limitar y ahogar la tradición del pastoreo.
"El ganado se acabó cuando el monte se vendió en parcelas. Mi abuelo llegó a tener en ese tiempo unas trescientas ovejas que pastoreaban por un territorio que no conocía los cotos, las vedas ni las prohibiciones. A ese tiempo pertenece un personaje muy famoso y respetado, don Bartolo Torres, natural de Teguise, un amante del ganado que llegó a tener unas cuatro mil cabezas y nunca mató un baifo ni un cordero. Sólo permitía que se fueran matando los animales más viejos. Se cuenta de don Bartolo Torres que un día recogiendo la cosecha, cuando llegó la hora de la comida, los peones sacaron el gofio, el vino y lo demás. Don Bartolo montó a caballo para ir a comer a su casa. Uno de los peones le dijo:
-Don Bartolo, quédese a comer con nosotros…
Los hombres comentaron por lo bajo: "¿Cómo se va a quedar a comer con nosotros? Ése se va a su casa a mandarse los manjares…"

Don Bartolo le dio vuelta al caballo y se dirigió a los peones y les dijo:

-Yo daría la vida por sentarme ahí con ustedes y comer lo que están comiendo. Ustedes son los hombres ricos. Yo tengo un régimen desde hace tiempo y no puedo ni siquiera verlos comer porque se me saltan las lágrimas.

Mi padre, que era un muchacho chico cuando aquello ocurrió, me contó esa historia. padre decía que ahí se dio cuenta de algo que nunca olvidó:

-Un hombre rico dijo que la gran riqueza es la salud.
(Publicado en el número 73 de BienMeSabe)
El Carnaval y los pescadores de Lanzarote
La mirada que vuelve al tiempo ido vuelve a la figura de los pescadores agricultores de Lanzarote y al rito carnavalero de los buches. En la vida de una persona y, especialmente, de una familia, se dan todo tipo de circunstancias, las dolorosas y las festivas. La implicación familiar en los ciclos y rituales festivos de Lanzarote es palpable en los Corujo.
En tiempos de Carnaval la memoria de Domingo Corujo se adentra en el recuerdo de vivencias vinculadas a estas fiestas en su isla natal de Lanzarote. Recuerdos y vivencias, como veremos en próximos relatos, que se enriquecen con los ritos y ceremonias del Carnaval Negro venezolano, al que Domingo Corujo asistió como observador privilegiado en su proceso de indagación y búsqueda de las expresiones, sentimientos y ritmos musicales ancestrales, raíces africanas en tierras de Bolívar. La mirada que vuelve al tiempo ido vuelve a la figura de los pescadores agricultores de Lanzarote y al rito carnavalero de los buches. En la vida de una persona y, especialmente, de una familia, se dan todo tipo de circunstancias, las dolorosas y las festivas. La implicación familiar en los ciclos y rituales festivos de Lanzarote es palpable en los Corujo. El abuelo Juan Corujo, como se ha referido en anteriores entregas, fue un hombre que contribuyó decisivamente a la preservación de los Ranchos de Pascua y, también, a la pervivencia del carnaval. Domingo Corujo recupera retazos de vivencias de pescadores y lo que significaba en sus vidas el carnaval.
El buche era el acompañante del marinero. Se confeccionaba con las vejigas de pescados grandes, los marrajos, el tiburón que tenemos por las aguas de Canarias. Entre Lanzarote y Fuerteventura hay cantidades de este tiburón enorme que no ataca. Es un tiburón que los pescadores no pescan expresamente, sino que cae junto a otras presas. Los pescadores le sacan el buche y lo resecan y cuando llegaban los carnavales lo metían en agua y volvía a ablandarse y lo volvían a inflar. Existía la frase en las familias de:
--¡Muchacha, pon el buche a remojar que vienen los carnavales!
Lo que pasa es que también se confundió el buche con el trago. El buche en remojo era tanto remojar el buche del tiburón como remojar el gaznate. En cualquier caso, en Carnaval, el buche siempre se ponía al remojo.”
Dar buchazos.
El Tesoro Lexicográfico del Español en Canarias define la expresión “buchazo” como “golpe dado con un buche hinchado de aire. Durante los Carnavales se suelen hinchar de aire los buches de pescados, generalmente del mero, y blandirlos como si fueran porras; las máscaras dan con ellos golpes a los demás. El buchazo hace mucho ruido pero no duele nada”. Domingo Corujo, a partir de su propia experiencia, añade las siguientes apreciaciones.


El buche no tenía ninguna utilidad en el mar. Se empleaba para dar buchazos, al igual que el hombre del campo lo hacía con la vejiga del cochino. El pescador con las vísceras del pez y el campesino con la del cochino. Cada cual con lo que tenía a mano. En Carnaval la máscara de buche te ve y te da el buchazo. Los no marinos han recuperado la máscara del buche y las caretas, pero ya no forman parte del atuendo de los marineros. Antes las empleaban exclusivamente los marineros, los cuales se ponían una máscara hecha con mallas de una nasa, a las que les pintaban bigotes, boca y ojos. Las máscaras eran bastantes parecidas a las de un esgrimista. Los carnavales significaban tanto para los marineros que si no había viento para las velas el patrón gritaba:

– ¡Como me goce los carnavales le entrego mi alma al diablo!
Muchas veces se veían los barcos en el horizonte y sin viento que los arrastrase a tierra y los marinos impulsado el barco a remos. Aunque sea para llegar al último día del Carnaval. Por esta razón, cuando se acaban los carnavales, esta gente iba llorando por las calles. Esta forma de vivir el carnaval perduró hasta los años cincuenta. En ese tiempo los carnavales empezaban el viernes por la noche y terminaban el miércoles.

El mar y la tierra.
En un tiempo el hombre de Lanzarote atendía la tierra y el mar. Cuando las cosechas mermaban, las lluvias escaseaban, se cultivaban la mar. Una simbiosis entra la tierra y el mar que se ha desaparecido en los últimos tiempos.
Mis primos, por ejemplo, hoy son más marineros que agricultores o pastores. Pero en tiempos de nuestros mayores, se dedicaban más a la tierra y al ganado que a la mar. Los años muy malos en tierra los obligaba a embarcarse a la costa de África. Por eso, las costas de África y las nuestras son prácticamente lo mismo. Al igual que nosotros caminábamos hacia Venezuela en veleros, esa gente del norte de África viene para Canarias en pateras. Lo mismo que a nosotros nos recibían como hermanos en Venezuela, esa gente que llega en pateras, en Lanzarote y Fuerteventura, no la podemos recibir mal. Yo diría que tenemos que recibirlos como hermanos. Eso tiene que ser así, porque de aquí, en tiempos de hambre, íbamos a sus costas a buscarnos la vida, a ganarlos en sustento. Aquí se decía cuando salían a pescar:

––Vamos a la costa…
¿A qué costa se referían? A la costa de África. Cuando faenaban con barquillos artesanales, se acercaban a tres, a dos o a cero millas de la costa. Faenando se convivía más con la gente del Sahara que con los de las islas. Era una relación muy estrecha, familiar. Ahora nos los pintan como unos desconocidos, unos seres extraños, gente de otro mundo. Desde Lanzarote y Fuerteventura tenemos otra visión.

Entierro de la Sardina.
Al principio, el Entierro de la Sardina era cosa de chiquillos. Para los mayores el Entierro de la Sardina no era una fiesta a la que le prestaran importancia. Recuerdo que cada chiquillo llevábamos una sardinita y le pegábamos fuego. La metíamos en una cajita de botones o de agujas, le poníamos unas florecitas como si fuera un velatorio e íbamos por las casas pidiendo para el Entierro. Mi madre no me dejaba que fuera a pedir porque eso estaba feo, pero los chicos conseguían sus moneditas. Al final teníamos que enterrar a la fuerza a la sardinita porque existía la creencia que si no se hacía nos moríamos. Si alguno de los chicos, los mayores, las asaban y se las comían, eso lo sabía el pueblo. Para los mayores el Entierro era el trago.  (Publicado en el número 77 de BienMeSabe)
Carnavales de la mar y de tierra a dentro
Las fiestas del carnaval de Lanzarote fueron especialmente celebradas en sus orígenes por gente de la mar y por los habitantes del interior de la isla. Los marineros y los campesinos. En la actual sociedad conejera se funden ambas manifestaciones, recogiéndose expresiones de uno y otro ámbito y, como no podía ser menos, se agregan nuevas aportaciones del carnaval universal. Domingo Corujo sintió el mágico vínculo africano cuando descubrió los diablos de Yare.
La memoria y la experiencia de Domingo Corujo se orientan hacia el carnaval de su infancia, un carnaval que brillaba por el ingenio de sus habitantes, fueran campesinos o pescadores. Los recuerdos del carnaval de Domingo Corujo están estrechamente vinculados a sus raíces infantiles, al recuerdo que terceros le transmitieron cuando era un adolescente, antes de que emprendiera la ruta de la emigración y su alma se abriera a otras expresiones culturales, como fue el carnaval venezolano.
Entre los rituales de su tierra conejera destacan los Diabletes de Teguise y los Buches de Arrecife, además de otras manifestaciones del carnaval de su pueblo natal de San Bartolomé. El compromiso de Domingo Corujo con la cultura popular tradicional no constituye una actitud de última hora, forma parte de una tradición familiar. El rescate del pasado musical y folclórico es una de las señas de identidad de los Corujo. Un rescate que le llevó a la confección de un importante documento escrito y sonoro que –como se analizará en su momento– no contó con el apoyo de aquellas personalidades e instituciones que dicen, afirman y viven de lo que se ha dado en llamar “lo nuestro”.

Canciones del carnaval.
Las parrandas del carnaval marinero acostumbraban a cantar al alcalde, al patrón de la embarcación y al ricacho, al cacique, dueño y señor de los barcos. Canciones que no rimaban adrede, instrumentos que se cambiaban para que no se reconocieran a los músicos o se interpretaran mal. Un mundo al revés expresado en algunas letras de canciones y en los atuendos.
Los marineros formaban sus parrandas y los patrones de barcos parrandeaban por su parte. Era una sociedad diferenciada. De ese tiempo viene la canción que le cantó un marinero a la hija de un patrón:

Adiós María del Pino,
La del saquito encasnado
Que es la hija del patrón
Que manda en los barcos
De Tina Santiago.

El padre de la muchacha llamó al marinerito y le dijo que si estaba embarcado y le contestó que no.
- Mañana te vas temprano al muelle y le dices al cocinero que te haga la comida aparte que en este viaje te vas conmigo de encargado.
El señor Guillermo Toledo era el dueño del Requinto, un barco que estaba fondeado en la Barra hasta que le dieran entrada por la mañana. De esa situación salió la siguiente letra:

Levántese señó Guillermo
Que el Requinto está en la Barra
Vengo
a pedirle dinero

Para correr una parranda.

Casi siempre un instrumento conocido que tocaba una persona, pasaba a otro, con lo cual, aún entre vecinos de toda la vida, no sabían quién era quién. En un pueblo chiquito habían que taparse la cara para que no lo reconocieran o emplear esas argucias
.

Carnaval de San Bartolomé.
Los Buches era un carnaval marinero y los Diabletes eran de tierra adentro. Entre ambas manifestaciones existían otras expresiones populares, las cuales, pese a no contar con el colorido y la espectacularidad de las anteriores, despuntan por el ingenio de sus protagonistas. El pescador utiliza el atuendo del campesino y el campesino o la campesina imita al pescador o a las pescaderas. Es el caso del carnaval de San Bartolomé.

En Lanzarote al hombre del campo lo llaman campesino o campurrio. Los marineros cuando sacaban los buches se vestían con lo que ellos llamaban ropa de campo. Eran marineros que en carnaval se disfrazaban de gente de campo. Una manera de ser diferente. La principal característica del carnaval de San Bartolomé era su improvisación. No habían trajes especiales, la gente se disfrazada con mantas y sábanas. Recuerdo de niño que los que salían a disfrutar del carnaval eran verdaderos actores y actrices. Me acuerdo de una señora que venía con un cesto a la cabeza de boniato y hacía que era pescado. Tocaba de puerta en puerta y mostraba las excelencias del pescado. ¡Mire que está fresquito! Una auténtica parodia sin que asomara la más mínima risa. Se decía que un pariente, José Corujo, tenía un don especial para el carnaval. En su caso, llevaba a la hija chiquita metida dentro de un tiesto, tiznada de carbón y tocaba a las puertas de las casas preguntando si tenían algo que tostar. Había un vecino, un hombre muy serio todo el año, que llegado el carnaval se transformaba en un mono. Aunque era un hombre mayor, los dientes de leche no se le habían caído y se iba con otro pariente a echarse los tragos. En un momento determinado el pariente le gritaba: ¡Mono! El hombre abría la boca y mostraba todos los dientes.
La burriquita de Pepe Corujo.
En San Bartolomé, durante los carnavales, estaba la tradición de la burrita. Pepe el Nuestro se vestía con un sombrero, con trenzas y en la cintura llevaba una burriquita adornada con flores y en la cabeza del animal un sombrerito. Cuando me voy a Venezuela cuál no fue mi sorpresa al ver algo parecido en Pampatare, en la isla de Margarita. Allí también lo llamaban la burriquita y le cantaban una canción:

No le teman a la burra
Que no es la burra maniada
Que si no ha venido más antes
Es porque no tenía bozal.

Sin ningún contacto con Venezuela, en San Bartolomé, existía esa tradición de la burrita. Son unos de esos encuentros que le hacen preguntarse a uno ¿quién fue de aquí para allá o de allá para acá? A saber.
La tradición danzarina de los diablos o diabladas tienen lugar en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Brasil, Méjico y Venezuela.
Llegó un tiempo en que los diabletes de Teguise se habían perdido. Era el tiempo en que se llamaban los diablos de la Villa. A Teguise se le llamaba la Villa. De chico impresionaban porque llevaban colgados grandes cencerros de ganado, de cabras y de vacas. Al tiempo que saltaban hacían unas escandaleras terribles. Era una especie de danza diabólica que metía mucho miedo a los niños. Con aquella edad no podíamos pensar que aquellos animales sueltos por las calles estaban de fiesta, parecía que el infierno había abierto las puertas para que esos demonios salieran a la calle. Desde hace algunos años se ha intentado el rescate e incluso se han montado talleres para que los chicos aprendan a confeccionar las máscaras de diablos: una especie de diablos con cara de animales con cuernos, refiere el maestro de guitarra Domingo Corujo, el cual mantiene viva la capacidad de sorpresa. De joven aprendí que nada es exclusivo de un solo lugar, de un solo espacio, confiesa.
Los diablos de la Villa que tanto le impresionaron en su infancia se los volvió a encontrar en el corazón de Venezuela, en Yare, Estado Miranda. Una tradición que fue introducida en la Pequeña Venecia durante el siglo XVI y tenía lugar durante las fiestas del Corpus Christi. Sus vivencias infantiles cobraron de nuevo vida en participar en las fiestas de los diablos danzantes de Venezuela y a nosotros nos sirve de pretexto para analizar algunos rasgos de esas manifestaciones que, aunque no tienen una conexión directa con los Diabletes de Teguise, permiten una reflexión sobre la necesidad del rescate de las tradiciones y el fortalecimiento de la propia identidad como pueblo. En este sentido, queda claro que partimos de la asunción de que quien ama la cultura propia, ama la de otros pueblos. ÇÇ
Cuando vi los diablos de Yare en Venezuela me llevé una enorme sorpresa. Nada más verlos, los diablos de Yare parecían una réplica de los de Teguise, pero después me di cuenta que su vinculación africana era muy profundas, muy vivas. Los de aquí son diablos que intentan entrar en la iglesia y no entran. Creo que investigar estos diablos, de aquí y de Yare, es una manera de buscar las conexiones culturales, entre Canarias y Venezuela o entre Canarias, Venezuela y África.
Diablitos danzantes de Barlovento.


En la región de Barlovento, Estado Miranda, Venezuela, como diversión de carnaval, se celebran la “tarasca”, enorme serpiente que sirve de motivo para el teatro popular de calle. Según Rafael Salazar, autor del estudio Diablos Danzantes de Venezuela, la tarasca se introdujo dentro de la comparsa callejera como símbolo tradicional del demonio.

La propia dinámica de estas celebraciones provocaría la incorporación de otras figuras diabólicas, como los diablitos danzantes de Corpus con sus variadas vestimentas y atuendos característicos alusivos al demonio: trajes multicolores, con sus respectivos rabos, donde predominaba el rojo, máscaras diabólicas confeccionadas con cuernos referidos o referidas a otros animales mitológicos o terrenales, ya que, según la creencia popular, el diablo posee cualidades miméticas y puede adoptar cualquier figura que confunda a los mortales como tridentes, látigos o mandadores, sonajeros y cascabeles, cuyo sonido, dentro del ritual tradicional de los pueblos, sirve para ahuyentar los malos espíritus que pretenden apoderarse nuevamente del diablo, ahora devoto del Santísimo.
Tradición e identidad.
Sostiene Rafael Salazar que la identidad de un pueblo no solamente está referida a su pasado histórico, a su memoria colectiva, sino también al sentido de pertenencia, en relación con su terruño. El amor a ese lugar donde nacimos, donde crecimos y al que ofrendaremos nuestras cenizas, está íntimamente ligado a nuestra identidad regional, a nuestros recuerdos, a nuestros sueños. Esta aseveración identitaria la plasma con las vivencias del pueblo desterrado de Turiamo, el cual fue desalojado de sus tierras en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez bajo el pretexto de la construcción de unas instalaciones navales.
Turiamo siguió luchando por recuperar sus tierras y se mantuvo como pueblo, precisamente porque ha conservado lo más preciado de sus tradiciones: los Diablos Danzantes. Su identidad está en haberle enseñado a sus hijos su cultura, sus tradiciones y su lucha por la reconquista de la tierra que le pertenece históricamente desde hace más de cuatrocientos años. (…) Los Diablos Danzantes de Turiamo realizan las siguientes danzas, acompañadas de cuatros y maracas: la danza del camino, utilizada en el avance de la diablada en el momento de rendir al Santísimo; la danza del mono; el borracho; el muerto; el galerón y el zambe, estas dos últimas evidencian todo el aporte africano, por su riqueza rítmica, musical y danzaria. En los Diablos de Turiamo, la autoridad máxima es el primer capaz y el perrero –el cual se hace responsable de la ceremonia, encargado de contar los diablos y de mantener el orden de la misma.

Ser conejero.
Conejero es el apodo que los canarios dan a los naturales de la isla de Lanzarote. Según Viera y Clavijo, los conquistadores llevaron a las islas conejos, cosa que luego se arrepintieron bien, porque los roedores se multiplicaron con su habitual facilidad, invadieron las tierras insulares y asolándolas. En Lanzarote, se apoderaron del país de tal manera que se han solido dar a sus naturales el renombre de conejeros.

El lanzaroteño se siente orgulloso de ser llamado conejero. Cuentan los más viejos que cuando la isla no se había parcelado y marchaban con el ganado, cazaban conejeros con un palo. Le pegaban un palo a una mata y era posible que debajo hubiera un conejo. Lo de conejero viene de que en la isla habían conejos por todos lados. Hay muchos bares que se llaman los Conejeros e incluso una asociación que se llama Conejera. (Publicado en el número 84 de BienMeSabe)
Cuando el río de la memoria lleva dolor
Seguimos con la séptima entrega de la Saga de los Corujo, en la que vamos conociendo la historia de la conocida familia conejera.
Domingo Corujo Tejera retoma el hilo de la novela familiar que escribe al dictado de la memoria propia y de los retazos que otras voces, de distintos tiempos y épocas, han depositado en él. El relato de la vida de los Corujo es como un río al que van desembocando otros cauces cargados de fresca memoria. Meandros que se suman al recorrido sinuoso del lecho de la memoria familiar con recuerdos caprichosos, nostálgicos y reivindicativos. Recuerdos que arriban a la historia del presente de manera pausada o como torrenteras de vida que se resisten a las embestidas del olvido. Cuenta, según le narraron a Domingo Corujo, que la abuela Margarita Brito era una mujer sabia a la que el destino le obsequió con libros que iluminaron la mente y la imaginación de los suyos, en el tiempo que ejerció el discreto matriarcado de una familia de once hijos. La estremecedora partida de la abuela, la esposa de Juan Corujo, el jariano, quedó profundamente cincelada en el recuerdo de sus hijos y de sus nietos.
“Mi abuela se enfermó de una enfermedad que le obligaba a mantener un régimen estricto en comidas. Sólo se le permitía comer frangollo. Cuando mi padre, Domingo, cumplió los dieciocho años le hicieron un traje de adulto. A mi padre le gustaba cantar y esa noche, la noche de su fiesta, quiso hacerlo mejor que nunca. Mi abuela, que no salía a fiestas, se empeñó en ver a su hijo con la ropa nueva y sentirlo cantar. Le prepararon un camello bueno con una silla inglesa y desde el Grifo, donde estaban de medianero, fueron a San Bartolomé donde se iba a celebrar la fiesta. Estaban de medianero en la finca de don Fermín Rodríguez Béthencourt, el médico. Mi abuelo siempre había trabajado con animales, pero al romper el monte con las parcelaciones tuvo que entrar en las medianías para subsistir y se empleó con sus tres camellos, burras y mulos en la finca del médico, donde hacen hoy los vinos el Grifo. Mi abuela oyó cantar al chico. A la madrugada, mientras seguía la fiesta, la regresaron a la finca el Grifo. Esa noche se pegó una hartura de moras y murió. Ver los hijos crecidos y oír el canto de uno de ellos y enferma como estaba le hizo tomar aquella decisión que le costó la vida. Como si sus sueños ya se hubieran cumplidos. Aunque también le debió pesar una muerte que poco tiempo antes había tenido lugar en la familia, la muerte de su hija Margarita”.


Llorar la ausencia.
De su padre Domingo Corujo Brito, nuestro narrador recogió las vivencias, los sentimientos y las emociones que impregnan su relato de viva voz. La reacción de rechazo de la razón de la muerte de su madre ante la enorme alegría que había supuesto su presencia en la fiesta en la que se le daba oficialmente la entrada al mundo de los adultos.

“Cuando mi padre regresó de la fiesta no se creyó que su madre hubiera muerto. Dijo que le daba vergüenza ver a tanta gente compungida, hermanas, tías, vecinas, llanto y tristeza y él que se sentía muy bien. Estaba encantado porque su madre fue a verlo cantar en la fiesta de San Bartolomé y no se podía imaginar que estaba allí de cuerpo presente. No le cabía en la cabeza, no se lo podía imaginar. No podía sentir drama. Le parecía que aquello era una película, que no era real. A medida que iban pasando los días y venía a la casa y veía que no estaba su madre, la buscaba por la cocina, por las habitaciones, por todas partes y ella no estaba. Empezó a caer en la cuenta que aquello era verdad. A los veinte días sufrió en soledad la muerte de su madre. Solo, con el ganado por ahí, se hinchaba a llorar. Aquel día le había cantado a su madre y ahora le lloraba en compañía de unos animales”.
Tiempo de velorios.
Apela Domingo Corujo a los recuerdos propios, a las emociones que despertaba en el niño el ritual de la muerte, especialmente, en los velatorios, los cuales se mezclan con las misas de luz y los ranchos de ánimas.
“De los velatorios recuerdo que iban parejas de hombres avisando a todos los vecinos y de pueblos aledaños de la muerte de una persona. Si había un camión, un coche, una guagua que llevara a la gente a la casa del difunto, también lo decían. Siempre invitaban de la parte del más viejo de los hijos, si era el padre el que moría. Si la muerte era la madre, se invitaba de parte del marido. Tocaban con el palo en las puertas y anunciaban: De parte de fulano de tal, que si quieren acompañar al entierro… Nunca invitaba de parte de una mujer, sino de un varón. Los hermanos de mi abuelo, que eran nueve, cuando murió el padre de ellos, como tenían que actuar como clan, se pusieron todos de acuerdo y nombraron al hermano mayor como el cabeza de la familia, para que se hiciera cargo del ganado y dirigiera todos los trabajos. Para respetarlo decidieron tratarlo de usted”.
La escuela del recuerdo.
Desde su infancia conejera Domingo Corujo aprendió la enjundia de la existencia en la escuela de la vida de San Bartolomé, especialmente, en la barbería y cantina que su padre tenía en el pueblo natal. Largas y aburridas horas escuchando las confesiones de clientes, la mayoría de ellos opositores silenciosos al franquismo, sobre los sinsabores de la existencia en una isla cuyos habitantes estaban condenados al exilio y la emigración. Conversaciones y pláticas que hablaban de un mundo cotidiano que se resistía a morir, de historias perdidas en la noche de los tiempos, de creencias que atravesaban las fronteras de la razón y entraban de lleno en el territorio de la magia y la imaginación.

“Nací el año 1945 en San Bartolomé, en Lanzarote, la vieja Ajei, el nombre del poblado aborigen que está al lado de la montaña de Mina y que se está intentando recuperar. El nombre de ese caserío primitivo desapareció cuando al pueblo se le puso bajo la advocación de San Bartolomé”.  (Publicado en el número 92 de BienMeSabe)
Velorios de vida y muerte
María Corujo se apartó de la razón en un velorio de nacimiento. Fue un caso extraño: perder la cabeza en positivo. Casi una manera de convertirse en autista del mundo material. Para mi tía María todo era felicidad, cantar y bailar.
La historia de su sangre que vive y se renueva en el trasiego y la palpitación del río de la memoria familiar. Domingo Corujo, tras el relato de los últimos momentos de la existencia de su abuela Margarita Brito, siente la emoción propia de un testigo presencial de los hechos que tuvieron lugar muchos años antes de su nacimiento, y nos conduce hacia otro suceso luctuoso en el seno de su familia: la muerte de la tía María. Un acontecimiento anterior a su propia existencia pero que la oralidad se ha encargado de conservar fresco y vivo. Un drama en el camino del recuerdo se cruza, nuevamente, en la trayectoria de los Corujo. La muerte la tía María Corujo precedió a la de la abuela Margarita Brito, la cual tuvo lugar poco tiempo después del nacimiento de su hijita, la cual recibió, como era propio hace algunas décadas, un velorio de bienvenida al mundo. Un rito de felicidad y alegría que, sin embargo, trastocó las luces de la madre de la criatura. Domingo Corujo conserva muchos testimonios de la muerte de su tía, la cual nunca llegó a conocer, lo que demuestra el hondo pesar que se proyectó sobre la familia. Una historia, la de María Corujo, que comienza con un romance imposible y conclusión en la trágica desaparición de su protagonista.
“Al decir de los mayores de la familia, María Corujo Brito era una chica muy guapa, le encantaba bailar y cantar y se enamoró de ella un hombre rico. Cuando mi abuelo iba con toda su familia, incluido María, a una fiesta, este hombre lo seguía a todas partes con el caballo. En ese momento pesaban mucho las diferencias de clase y, posiblemente, ella no quería mezclarse con una persona rica porque pensaría que iba a vivir avergonzada en medio de gente de otro nivel económico.
–¿Dónde se ha visto casar a la hija de un pobre con un rico?“
El indiano que nunca volvió.
La emigración ha sido fenómeno estructural en la historia de Canarias. La salida a América en busca de fortuna y el deseo, casi el juramento telúrico, de volver a la tierra de nacimiento. Ese mecanismo se ponía en marcha cada vez que un canario partía hacia el Nuevo Mundo, en busca de su quimera. La partida hacia América del mozo que se enamoró de María Corujo fue movida por otros resortes. Los del corazón desafectado de un hombre que emigró para rehacer su vida lejos de la tierra natal.
“El muchacho estaba muy, muy interesado en ella y le dijo a mi tía que si no se casaba con él, estaba dispuesto a demostrarle al pueblo lo que ella significaba para él. El amor que le tenía a ella se lo iba a demostrar. Acto seguido desapareció. Nunca más se volvió a saber de él. Dijeron que se marchó al Brasil y rompió todo lazo con su tierra. Emigró no a buscar fortuna, sino a perderse, porque tierras y propiedades tenía en Lanzarote. En su familia hubo una gran tristeza y la acusaban a ella de haberlo despreciado.”

El velorio del drama.
Domingo Corujo continúa con el hilo narrativo de la historia familiar y señala que con el paso del tiempo la tía María se casa con Francisco, el molinero del pueblo. Al matrimonio les nace una niña y, como era habitual entonces (estamos hablando de los años 20), la familia celebró el velorio de nacimiento.
“En aquel tiempo existían dos clases de velorios, los de muerte y los de recién nacidos. Cuando nacía una criatura se le cantaba hasta nueve días. Era una fiesta constante. Entonces, María, con la emoción de la hijita recién nacida y las parrandas que se formaron en el velorio, se la pasaba todo el día cantando y bailando. Le decían que se echara en la cama y ella seguía bailando y cantando, como si estuviera ausente. No vivió más en el mundo de la realidad. Siguió cantando, bailando y riendo días y días. Mi padre era chico y a él le encantaba estar con su hermana, una mujer siempre alegre, siempre animosa, chispeante. Lo cogía de la mano y le decía:
–Vamos a bailar, Dominguillo…

Los demás le decía a mi padre:

–Dominguillo, deja a María que está mal…

Mi padre no entendía. Cómo iba a estar mal si era la persona más alegre y divertida de la casa.
Para mi tía María todo era felicidad, cantar y bailar. Y bailando y cantando murió a los pocos días… Murió con una felicidad en la que solo veía cantar y bailar. Fue un caso extraño: perder la cabeza en positivo. Casi una manera de convertirse en autista del mundo material. Casi tras ella fue su hijita porque la madre no la atendía ni le daba de mamar.

A partir de aquel suceso, en la familia no se hicieron más velorios de recién nacidos. Pensaban que a lo mejor, al estar un poco débil, la recién parida, la parranda y la música, la emoción del momento, las podía sacar del mundo.
Andando el tiempo, Francisco, el marido de su tía María, se convirtió en el amigo fiel de mi padre Domingo. Eran grandes amigos antes de casarse y después se afianzó más la amistad. Francisco González rehizo su vida y se casó, las casualidades de la vida, con otra María Corujo, una prima de mi tía”.
Hubo un tiempo en el que…
Hubo un tiempo en el que el arte más grande era vivir, pero nadie lo aprendía, ni nadie enseñaba este arte a nadie, sin embargo todo el mundo lo practicaba. Ese tiempo que todo el mundo recuerda fue el tiempo anterior a la adolescencia. Ese tiempo se perdió, el día que nos creímos tan inteligentes, que logramos alcanzar, abrazar y acariciar la mentira por primera vez y convertirla así en nuestra compañera de viaje, a todo lo largo y ancho de nuestras vidas. Y entonces comenzó el otro tiempo: el de la arrogancia, la petulancia, la adulación, la vanidad, la venganza, el rencor, la envidia, la ira, la soberbia, el vicio, la grosería, el egoísmo, el ocultamiento, la mentira y la traición, en una escala ininterrumpida de contravalores a cual más bajo y refinado, que no habíamos ni siquiera imaginado en la etapa anterior, donde lo único que queríamos era: llegar a ser grandes, para hacer cosas grandes. Y he aquí que un día con suerte meditamos sobre todo lo vivido y, sonrientes, valientes y desinhibidos, escogemos el camino de aquel tiempo, deslastrándonos así de la terrible cadena que ser reforzaba alrededor de nuestras vidas y cuyo primer eslabón fue, precisamente, nuestra primera mentira. (Texto de Domingo Corujo). (Publicado en el número 97 de BienMeSabe)
El Padre rebelde y las mañas del camellero
Nueva entrega de la Saga de los Corujo, en la que se nos acerca el inicio de la vida de emigración de Domingo Corujo Brito, por tierras canarias y también peninsulares ibericas.
El río del tiempo sale del pasado y se transforma en un cauce por donde discurre, lentamente, las antiguas historias familiares de los Corujo y la gente de su generación. El pasado se hace presente a través de la mirada del maestro de guitarra Domingo Corujo. Los acordes invisibles de su memoria entran de lleno en la vida y los sinsabores del emigrante forzado, Domingo Corujo Brito, su padre, el hombre que aró kilómetros de tierras andaluzas para sembrar arroz guiando el timón de los imaginarios camellos de su isla conejera natal. Unas historias que tocan las puertas de los acontecimientos que desencadenaron la guerra civil española y obligaron a la diáspora migratoria de los represaliados políticos y de los que buscaban el pan en otras tierras menos inhóspitas que la propia.

Las páginas del libro familiar se abren en esta entrega en la vida de Domingo Corujo Brito, padre del guitarrista Domingo Corujo. Su padre nació el año 1906 y murió en 1988. En vida, como sus antecesores, conoció la experiencia de la emigración. Como los conejeros de su tiempo, partió de Lanzarote a la isla de Tenerife, donde trabajó en las faenas del puerto, más tarde embarca a La Palma, concretamente, al puerto de Tazacorte; las necesidades le obligarían a desplazarse a la Península al cultivo de arroz y más tarde, tras el paréntesis de la guerra civil española, sus pasos se dirigen hacia Venezuela. Domingo Corujo, hijo, está convencido que el destino le ha reservado a las gentes de su tierra el castigo o el mandato de la emigración y la diáspora. Desde que tiene memoria, los Corujo se han visto obligados a transitar de un extremo a otra de la isla y cuando está no era suficiente, a surcar el océano. Esa experiencia de familia y de patria, la conoció en carne propia. Las explicaciones del alma viajera del canario pueden remontarse a los tiempos de la población primitiva de las islas y a lo largo de su historia escrita. La represión y las hambrunas están en los orígenes de estos continuos desplazamientos humanos. Como si el alma lejana del africano trashumante y nómada se resistiera a la quietud y al espíritu del desarraigo de estos tiempos de globalización económica y cultural.

Los jameiquinos

Domingo Corujo habla, en esta ocasión, de una salida propiciada por las propias autoridades municipales y caciquiles del tiempo de su padre. Un capítulo de la historia de pre-guerra que, sin embargo, a Corujo se le asemeja con las represiones y expulsiones que recibieron los judíos.

“Por lo que le oí contar a los mayores siendo un chiquillo, parece ser que a casi todos los jóvenes de San Bartolomé los obligaron a salir del pueblo, mi padre, entre ellos. Un alcalde decía que iba a limpiar el pueblo de golfos y los echaron para Tenerife, Las Palmas y La Palma. A estos jóvenes, fuera de Lanzarote los conocían por los jameiquinos. Nunca he entendido de donde salió esta palabra. No sé si tiene que ver con jameos, pero el significado era el de moro malo. Y, como es natural, por donde iban, no eran muy bien recibidos. Tiempo después, un tío mío fue a La Palma y cuando decía que era de Lanzarote, de San Bartolomé, entonces eres un jameiquino, le decían. Parece ser que en la propia Lanzarote a los habitantes de San Bartolomé se le tiene cierta aprensión porque al santo que representa al pueblo de San Bartolomé, lo desollaron vivo en la India.

–¿Tú eres de San Bartolomé? Ahí le quitaron el cuero al santo, decían. Según parece, aquellos jóvenes eran muy liberales y peleones. Se oponían al caciquismo y eran molestos. Cuando se detenía a algunos de estos chicos, en vez de encerrarlos en el cuarto, los metían en la morgue, en el cementerio. Lo malo para las autoridades es que los muchachos se acostumbraron a la morgue. El alcalde terminó por desperdigarlos por las islas. Salieron familias enteras. Donde iba el joven, se llevaba al viejo. Hay que pensar que hasta hace poco tiempo los viejos eran considerados hasta último hora, como los patriarcas. Eran los que organizaban todo. Mi padre recuerda que siendo chico, cuando había una fiesta, mi abuelo les recordaba que el lunes a las tres de la mañana había que salir con el ganado o con los camellos. Ya podía ser muy anciano, pero cargaba con la organización de todo. A lo mejor él no podía dar un paso por la edad, pero el control de los trabajos que tenía que hacer lo llevaba con toda lucidez.”

El padre rebelde

Domingo Corujo relata que, en el caso concreto de su padre, en la salida de la isla hubo una razón que tiene que ver con el espíritu rebelde de los viejos pastores conejeros. Personas que se resistían al vasallaje y la dependencia de los señores de la tierra y el poder.

“El hecho de ser pastor, era ser gente libre. Mi familia ha mantenido ese espíritu de los mayores, cuando se dedicaban al pastoreo, y se traduce en que hoy viven de profesiones muy libres. En el tiempo de mi abuelo y de mi padre, el sometimiento a las medianías con don Fermín, el médico, no resultaba fácil. A cada rato se le quejaban a mi abuelo de que el chico era muy rebelde. Una vez los señores fueron a Yaiza a las fiestas de Los Remedios y atravesaron el volcán en camello. Los señores iban en el camello enjaezado y el camellero era un chico, mi padre. Tenían que salir del Grifo de madrugada, a medianoche para llegar a Yaiza con el día. Hay que saber lo que es el paso de un camello por el camino del volcán… Al llegar a Yaiza, los señores entraron en una casa a la fiesta y le dijeron al chico donde estaba el palote del millo y el agua para el camello. Picó la comida del camello y le echó agua. El camello comió pero se olvidaron del chico. Y por la noche había que regresar otra vez por el mismo camino y llegaron de madrugada sin haber comido en todo el día. Del interior de la casa se oía aquella francachela y mi padre muerto de hambre.

–Me voy de aquí o mato a don Fermín…


Le explicó a mi abuelo lo que realmente había pasado.
–El camello comió, pero yo no.

Mi abuelo intentó tranquilizarlo. Siempre estaba la duda de si había sido por olvido o a propósito el que no le hubieran dado de comer. Como el chico era rebelde, a lo mejor aquello fue un castigo. Lo cierto es que mi abuelo con lágrimas en los ojos le dijo a mi padre:

–Vete, vete, vete, coño. Ojalá yo tuviera la edad tuya.

Si hubiera sido más joven, se hubieran ido juntos. "Ahí empezó el periplo de mi padre como emigrante. Salió a trabajar en lo que fuera.”

Las mañas del camellero

Los puertos de Las Palmas y de Santa Cruz de Tenerife acogieron una importante mano de obra de las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera, La Palma y El Hierro. Un trasiego de brazos jóvenes de las islas menores a las capitalinas, ansiosos de trabajo en un tiempo, mediados de los veinte, donde el futuro se vislumbraba con tintes oscuros y pesarosos. Los puertos de Funchal y Casablanca iniciaban un despegue que ponía en peligroso la existencia de los canarios, entrenidos, como siempre, en una eterna rivalidad, que no acabó con la división provincial, a raíz del Decreto divisionisa de 1927. En ese contexto Domingo Corujo Brito emigra de su isla natal de Lanzarote a Tenerife, donde formaría peña con sus paisanos, a la hora de compatir el suelo para dormir o el puchero. Es como una sensación, una emoción que se muta en palabras y se vuelcan sobre estas páginas libertarias para recoger el eco de las vivencias del entonces joven Domingo Corujo, padre, cuando se trasladó al puerto de Tenerife.

La sorpresa y el asombroso del joven conejero, que poco antes se ganaba la vida, arreando camellos, ante el espectáculo del tráfico de mercancías a través de un tren de lanchas, gabarras de pequeño tonelaje; el amarre de falúas y botes del servicio portuario; suministro del carboneo, tanqueros, barcazas; trasiego de emigrantes, etc. Un ambiente de trabajo donde Domingo Corujo Brito llegó a integrarse, como era habitual entonces, en una especie de comuna de conejeros con lo que intentaban paliar gastos y atender las necesidades alimenticias. En ese tiempo, finales de los años veinte, surge la historia de otro conejero, José Reyes, gran aficionado a la lucha canaria que en el puerto de Santa Cruz adquirió fama por su fortaleza y destreza en el trabajo. Este personaje fue uno de los primeros habitantes del Barrio de la Salud y ganó merecida popularidad puesto que en el trabajo hacía lo que dos hombres. De fuentes orales tomamos la descripción que de este conejero hizo Francisco Valentín (1982) “José Reyes era un hombre de una fuerza increíble. Antes venían unos sacos de harina de ciento veinte kilos, a esos sacos se les llamaba Balas de Harina. En cierta ocasión este hombre cargó con dos Balas de Harina y una rueda de jabón inglés. Aquella anécdota espontánea sirvió para que se le bautizara con ese nombre: José Balas de Harina.”


El indiano polizón

Cuenta Domingo Corujo que los vecinos de San Bartolomé que trabajaban en el puerto de Tenerife se reunían a la hora de la comida. Cada uno tenía su ocupación, pero a la hora de preparar el condumio uno se hacía cargo de la intendencia. De ahí nació el siguiente recuerdo.

“Aquel día la comida la preparó Pepe Benasco. Cuando se reunieron a comer los paisanos vieron por el muelle a un hombre hambriento. Se dieron cuenta que era del pueblo y lo llamaron. Contó, con la gracia que le caracterizaba, que había venido de Cuba de polizón en un barco. No sabía lo que era comer desde hacía días porque en ese barco no pudo probar bocado. Lo invitaron a comer. Dicen que el viejo tenía tanta hambre que se mandó la comida de los doce. La comida no se la comió, la devoró. Como si hubiera querido morirse hartado como un cochino. Cuando ya estaba en el pueblo de San Bartolomé el viejo contaba:

–Con el hambre que yo pasé en Cuba, se podía mantener bien todo Tahíche una semana.

A ese buen hombre no le fue bien allá, pero se la pasaba todo el tiempo echando cuentos de Cuba. Esa fue la herencia que trajo de allá.”

Arroz en las marismas

El padre de nuestro narrador dejó el puerto de Santa Cruz de Tenerife y se embarcó hacia La Palma y en Tazacorte, cuando aún no había alcanzado su emancipación municipal, encontró empleo en la sorriba. No aguantó mucho tiempo y regresa a Lanzarote. Al poco tiempo pone proa rumbo a Sevilla al salirle a él y a otro grupo de paisanos una contrata para sembrar arroz en las orillas del Guadalquivir.

“En aquel tiempo el cultivo del arroz estaba en auge en esa zona de Andalucía. Mi padre me contaba que cuando remontaron el río Guadalquivir iban viendo luces por ambos lados, el barco caminaba lentísimo y cuando atracaron en el muelle de Sevilla ya los estaban esperando los de la contrata. Los de tierra estaban comentando entre ellos que estaban esperando a unos canarios y no sabían cuáles eran. Mi padre se da a conocer y les dicen extrañados:

–¡Coño, si son como nosotros!

Estaban extrañados de que fuéramos como ellos.
–¿Acaso nos esperaban con taparrabos?
–Más o menos, más o menos, pero no se ofendan…

Cuando mi padre les entregó los papeles de la contrata se volvieron a sorprender, esta vez por la letra del documento. El contrato lo había escrito de puño y letra el secretario del Ayuntamiento de San Bartolomé.”


Astucia de camellero

Domingo Corujo oyó contar que su padre empezó a trabajar de cortador, pero después se pasó a arar, lo cual parecía un disparate. Para arar la tierra donde se sembraba el arroz hacían a mulas surcos derechos de kilómetros, extensión imposible en una isla, fragmentada por pequeñas parcelas, huertas o propiedades.

“Mi padre vio cómo araban los andaluces y se atrevió a meterle mano. Los demás se echaron a reír. ¿Cómo era posible que un camellero se atreviera arar kilómetros de tierra si en Lanzarote no había tierra para tanto?

–¿Cómo un canario se puede meter a surquear, eso es imposible?"

Él estaba acostumbrado a surcar con el camello y conocía de indicaciones. Probaron con él y cuando vieron los resultados se quedaron maravillados. El surco había salido derechísimo. Pero, ¿cómo hizo usted eso? Pues ahí está el surco. Le preguntaron y no quiso decir qué técnica había empleado.
Mi padre decía que la necesidad hace las cosas. La técnica que empleo cuando le mandaron a hacer los surcos de kilómetros se fijó en una señal, el pico de una montaña, y lo trajo hasta él y fue viendo diferentes piedritas y trazó la línea imaginaria y fue llevando al animal con el timón del arado. No es sólo consistía en marcar la ruta en la mente sino saber manejar a la mula y que te obedezca. Aquí era camellero y sabía hacerse respetar por los animales. Al cabo de tiempo regresa a Lanzarote y entra a filas. Sirve en Fuerteventura y cuando estalló la guerra, es movilizado y tiene que hacer el servicio militar de nuevo. (Publicado en el número 110 de BienMeSabe)
La Guerra Civil desde Lanzarote
En esta nueva entrega de La Saga de los Corujo tenemos dos momentos radicalmente opuestos: la Guerra Civil en la vida de los Corujo y noches de cuentos a la luz de la Luna.
Domingo Corujo Brito, padre del compositor Domingo Corujo, había hecho el servicio militar el año 1927 en la isla de Fuerteventura. En 1936 estalla la guerra española y su quinta es llamada nuevamente a filas. Los primeros que partieron al frente fueron los solteros de esa quinta y los casados, como él, permanecieron movilizados. Su padre, que ya había contraído matrimonio con Manuela Tejera González y tenían dos hijos, Antonio y Rosita, volvió a servir en Fuerteventura. La primera vez, al servicio de la República; la segunda, bajo las órdenes del ejército fascista. Las secuelas de la guerra, la represión silenciosa, pronto comenzaron a manifestarse en un pueblo tranquilo como San Bartolomé donde, como en todas partes, se larvaba la semilla del encono y el enfrentamiento.

Tras sus andanzas por tierras de Andalucía, el padre de Domingo Corujo regresa a su isla natal, Lanzarote. Al poco tiempo se produce el levantamiento militar contra la República y comienza la Guerra Civil. Domingo Corujo Brito es movilizado y destinado a Fuerteventura, donde ya había realizado el servicio militar en 1927. Primero fue soldado de la República y después del fascismo. El 18 de julio de 1936 Corujo Brito era el presidente de la sociedad El Porvenir de San Bartolomé y, acabando la guerra, tuvo un enfrentamiento con los que pretendían convertir el local de los obreros en sede de la Falange argumentando que era un foco subversivo. A Corujo Brito le recomendaron que no tuvieron ningún roce con el jefe de falange del pueblo puesto que era la máxima autoridad. A Corujo Brito se le prohibió cruzar el centro del pueblo.
Mi padre, para ver a mi abuelo, tenía que dar la vuelta por fuera del pueblo. Tenía que evitar que los falangistas o los guardias jurados lo vieran cruzar el centro del pueblo. Había orden de disparar a matar. Así estuvo hasta que terminó la guerra y las cosas se relajaron, especialmente, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y cuando el ejército alemán comenzó a perder fuelle. De esa época recuerdo lo que contaba mi tío Alberto Martín que estuvo prisionero en el campo de concentración de Gando. Cuando entró prisionero Luis Fajardo, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria. El alcalde de Las Palmas era natural de Lanzarote. Nada más entrar en el campo le dieron una paliza tremenda y lo dejaron tirado en medio del patio con un canto de piedra viva en el pecho. Cuando se fueron los guardias, le quitaron la piedra de encima. Después de torturarlo querían acabar con él con aquella piedra esquinera.
Don Luís, el secretario.
Mi padre contaba lo que le había sucedido en la Península cuando fueron a la contrata de arroz, sobre todo la impresión que le causó a los empresarios que contrataron al grupo de trabajadores conejeros la escritura del secretario del ayuntamiento de San Bartolomé. Domingo Corujo le rinde el homenaje del recuerdo y el reconocimiento en la distancia del tiempo y el afecto.
Tuve la suerte de conocer en vida a don Luis Cabrera, el secretario del Ayuntamiento de San Bartolomé. Era un artista extraordinario con la letra. Escribía con plumas auténticas, mojando tinta y le salían unos rasgos que eran auténticos dibujos. Una preciosidad. Escribía, como si dibujara, sobre la marcha. Los sevillanos, asombrados, se pasaban las letras de unos a otros y se decían: ¿Cómo es posible? Le preguntaron a mi padre quién había escrito aquellas letras.
–El secretario.
–¿De su pueblo?
–Sí, don Luis Cabrera.

Aquellos sevillanos se sorprendieron doblemente, primero por el aspecto de los canarios y, sobre todo, por la letra artística de un secretario de ayuntamiento.


Escritos a la luz de la luna.
Recuerda Domingo Corujo que su imaginación y su sensibilidad hacia la música y la escritura arrancan, en buena medida, de las historias que oyó contar al viejo indiano Jacinto Hernández y a su hermana Antonia cuando se reunían con los vecinos de San Bartolomé a la luz mágica de la luna. Aquellas veladas nocturnas que tenían lugar al amparo de las paredes de viviendas de la tía Nieves, la de Carmen y la de la Reina, que estaba a la entrada del pueblo de San Bartolomé. Paredes azocadas que protegían del viento y del frío de la noche, escenarios donde se congregaban hombres, mujeres y niños. Especie de mentidero o estancia en que se hablaba de la vida cotidiana, de las andanzas de los indianos o de historias fantásticas que reinaban en el corazón de sus habitantes. En esas veladas a los chicos se les prohibía que se dejaran vencer por el sueño.
– El que se duerma a la luz de la luna, la luna se lo puede llevar.

Era la amenaza que encendía la vigilia de aquellas almas inocentes que se iniciaban al rito de la vida a través de relatos orales.

Me acuerdo de que el viejo Jacinto contaba sus andanzas por Cuba y decía:

– Yo estuve en Cuba veinte añillos y me traje veinte pesillos. ¡Coño!, si hubiera estado cien añillos, me hubiera traído mi capitalito.

Era un viejo con una tremenda chispa de humor. Resulta que un muchacho del pueblo, calladito, de esos colorados, que le daba vergüenza hasta de mirar para la gente, estaba enamorisqueado de una hija de Jacinto. Se sentaban bajo la luz de la luna. Jacinto estaba echando un cuento y alguien que se echó un pedo, más bien un bufo, pero de esos bufos apestosos. Y lo pegaron con el muchacho que estaba enamorisqueado de la hija de Jacinto. Ese chico que no miraba para nadie para no ofender. Jacinto se da cuenta y dice:
–¿Quién, este chico? Él no hace estas cosas. Es un caballero.

Hasta que le llega el olor a Jacinto y se pone de pie y dice:

–¿Quién, éste? Éste lo que no es gente.

Se acabaron los amores. El chico no se casó con la hija de Jacinto. Primero lo levantó para arriba y después lo dejó caer. Y el chico no tuvo que ver con el asunto.

(Publicado en el número 121 de BienMeSabe
De canterías y refes
Domingo Corujo recuerda que los pastorcillos jugaban en las canteras a buscarle las sendas a las piedras para sacar lajas: Ese contacto con la piedra se ha perdido, así como el viejo oficio de cabuquero de cantería. Mi padre tuvo suficiente destreza para emplearse en ese oficio de riesgo que le daba cierta libertad.
Por esa necesidad de independencia, de no depender de nadie, mi padre se buscó modos de ganarse la vida como de barbero, cantinero o cabuquero. La profesión de cabuquero estaba un poco perdida en esa época. Era un cabuquero de cantería, pero no de galería como en otras islas. Los pastorcillos jugaban en las canterías mientras guardaban los animales. De pequeños sabíamos el arte de romper una piedra para sacar lajas. Ese contacto con la piedra se ha perdido, así como el viejo oficio de cabuquero de cantería. Mi padre tuvo suficiente destreza para emplearse en ese oficio de riesgo que le daba cierta libertad.
Del Tesoro Lexicográfico del Español de Canarias extraemos que cabuquero es aquella persona que tiene por profesión abrir los barrenos para dinamita o el que trabajó en piedra. Las primeras referencias sobre el oficio de cabuquero que ejerció Domingo Corujo Brito, le vienen a Domingo Corujo de su propio hermano Antonio, el hombre que toca el timple, canta y recita coplas populares.
Mi hermano Antonio recuerda que de pequeño iba a la cantería a llevarle la comida a mi padre. La cantera estaba en la montaña de Mina. Yo también me acuerdo que cuando acompañaba a alguien que guardaba las cabras pasaba por las canteras y nos quedábamos contemplándolas. Los pastorcillos, para entretenernos, les buscábamos el canto a una piedra para ver por donde rompía y a golpes de oído, íbamos encontrando las sendas o los estratos y rompíamos la piedra. De una piedra que se veía sólida se sacaban lajas que se empleaban en la construcción. En esa época no se empleaban los bloques y las casas eran de cantería. Lo que en Lanzarote se llama el rofe o rofero, aquí se llama picón. Rofe era el picón suelto y el picón muy apretado era la cantería.

Entre camellos.
Domingo Corujo Tejera nació el año 1945, en esa época su padre ya había dejado el oficio de la piedra y se había dedicado exclusivamente a atender la cantina y la barbería. La barbería era como un centro de tertulia. En ese ambiente cargado de historias y personajes, el futuro compositor daría sus primeros pasos.
Yo me crié en esa barbería. Mi hermano Antonio me ha dicho que yo siendo chiquillo reconocía a todos los clientes por el nombre y los animales que traían: burros, mulos y camellos. Aunque los camellos son muy iguales, yo llegaba a diferenciar uno de otro. Le buscaba alguna característica para distinguirlo, en el tamaño, la expresión, el tipo de silla…
Muchos me echaban bromas que aún retengo en la memoria. Me acuerdo de un hombre que se fue para Venezuela y traía siempre una burra. Venía del pueblito de Montaña Blanca. Antes de irse para Venezuela apareció por la cantina con una bicicleta. Me quedé largo rato parado observando aquel a cosa y le dije a su dueño:
–Manuel, ¿y qué le echas a esa cosa?

Manuel miró a mi hermano y sin echarse a reír respondió:

–Paja, rama de batatera…
–Está flaca –le contesté muy serio.

Y se rieron más todavía. Yo no entendía qué les hacía tanta gracia. Como niño yo entendía que todo tenía que estar animado y la bicicleta no lo estaba. Algo le faltaba a aquel animal.

Juego de bolas.
La infancia comenzaba a tocar fin. Los conocidos ponían rumbo a Venezuela. Rosita, hermana de Domingo Corujo, se casa por poderes y emigra a Venezuela, atrás le seguirían los demás hermanos y los padres. La isla no era futuro para los hijos. La maleta viajera se dispuso a emprender un nuevo salto a América. Los juegos infantiles eran el rescoldo de aquella etapa que empezaba a desaparecer.
Por fuera de la cantina mi padre tenía dos juegos de bolas. Era una novedad, porque la gente jugaba en los caminos. Las bolas eran hechas de madera, de palo blanco de la palma, porque en Lanzarote no hay madera. Después empezó a verse las bolas de pasta que alguien trajo de Venezuela. A las bolas de madera se les hacía unas marcas, una cruz, circulitos: bolas de cruz o de raya. A los niños no los dejaban jugar. El juego de bolas era cosa de mayores. Nosotros hacíamos nuestras bolas machacando piedras.

Venezuela en el corazón.
El creador de la guitarra de cola, el conejero Domingo Corujo Tejera, cuyo invento, tras largos años de espera, se encuentra en proceso de producción industrial y promoción internacional, no sólo es un prestigioso maestro en el arte de la interpretación musical, sino un excelente vate y actor ocasional, cuando las circunstancias y, especialmente, la amistad le obligan a subir a un escenario o ponerse delante de un micrófono. Domingo Corujo es un creador comprometido con la enseñanza de la música, con la guitarra clásica y con el rescate de la tradición musical de su tierra. Un investigador que ha entregado su tiempo, ilusiones y recursos personales en la investigación y rescate en la oralidad que, más que el reconocimiento o el apoyo institucional, le han acarreado enemigos y disgustos. Pese a las enormes dificultades con las que se ha encontrado, Domingo Corujo persiste en su empeño y en su arte.
Siempre he tratado de nadar hacia una orilla y si la corriente no me permite, trato de capearla, pero no abandono mi norte. Nunca. No hay corriente que me lleve a donde yo no quiera ir. Gran parte de lo que hoy se llama el gentilicio de Venezuela se construyó a contracorriente. Yo cuando le digo a usted que una burra es parda es porque tengo los pelos en la mano. Ante una aclaratoria o una discusión, aquel que tiene la verdad y a lo mejor habla poco y lo atacan y un día le reconocen es cuando dice eso. Las costumbres canarias están deterioradas y los culpables en gran parte son la mayoría de los que hoy se erigen en sus defensores, señores que escriben, que aparecen públicamente y salen en televisión.  (Publicado en el número 124 de BienMeSabe)
El arte de recuperar las raíces musicales
El legado de la tradición oral le permitió a Domingo Corujo rescatar canciones de la música canaria de cuerda. Nos cuenta, asimismo, las historias de pescadores lanzaroteños en tierras africanas, con el Enriscao de protagonista.
Cuenta Domingo Corujo que en los pueblos de Lanzarote existían muchos ranchos –comparsas musicales– de Pascua, de Ánimas y que con el paso del tiempo fueron desapareciendo hasta quedar una presencia testimonial en San Bartolomé y en Teguise. Su abuelo Juan Corujo Brito se preocupó en conservar aquella parranda y mantener viva la tradición en trance de desaparecer. Así como el rescate de las danzas que se bailaban al son del pandero. Ese espíritu inquieto e indagador del patriarca lo heredaron Domingo Corujo y sus hermanos. Ese mismo espíritu crítico le permite a Domingo Corujo cuestionar a muchos de los que hoy se dicen valedores del folclore tradicional cuando en realidad son mantenedores de una decadencia disfrazada de modernidad.

Música y danza le han acompañado a lo largo de su trayectoria artística e investigadora. En su libro La Música Canaria de Cuerdas, cuya divulgación en el ámbito escolar hubiera supuesto una importante contribución a la formación de los jóvenes músicos y al enriquecimiento de la pérdida y buscada identidad canaria, Domingo Corujo señala que:

“Si consideramos el saber popular como todo aquello que vive en la memoria de un pueblo y rebasa una generación, se podría legitimar en Canarias como parte del folclore hasta los Puntos Cubanos, los Boleros centroamericanos, las Rancheras mejicanas y los Tangos argentinos. Esto está en la memoria colectiva del pueblo canario y aunque ello no lo defina como un hecho diferencial propio o exclusivo, es cierto que en las ciudades más importantes del archipiélago se decía hacia los años treinta que “nadie sabía tocar, si no tocaba la Cumparsita” –tango que hacía furor en aquella época–, del mismo modo que nadie sabía tocar la guitarra clásica, si no tocaba el Capricho Árabe o Recuerdos de la Alhambra. En ese momento, años treinta y cuarenta, había ya una dicotomía entre el músico de las ciudades, cada vez más abierto a la culturación y las influencias foráneas y la gente de los pueblos que trataban en grupos de conservar sus tradiciones como mejor podían. De esta manera, rindo homenaje a la gente mayor que temieron que esto se perdiera y también le dedico este libro a los maestros de las escuelas canarias para que a través de este medio puedan transmitir a los alumnos de hoy y de mañana el conocimiento heredado de los últimos magos”.


Repertorio de música tradicional

El trabajo de recopilación acometido por Domingo Corujo y dedicado a los maestros de música de las escuelas canarias, cuenta con el agradecimiento del autor –el cual acarreó con la costosíma edición, tanto del libro como de los compactos que le acompañan– de sus alumnos de la Escuela de Música, a su hermano Florián Corujo, sobrinos y de su alumna Begoña Luis. En este libro el autor describe los instrumentos tradicionales –guitarra, laúd, bandurria, mandolina y timple–; descripción de toques y tocadores; danzas como el Pasacatre, Siote, Polka, Mazurka de El Hierro, Caringa, Sorondongo de Lanzarote y de Fuerteventura, Berlinas de El Escobonal, El Hierro y La Palma, Aires de Lima, marcha del carnaval; en el capítulo de villancicos destaca La Cunita, Desechas, Pasadoble del cura, Pastores de Belén, Alegría, Lo Divino, Marcha de los pastores, etc.; en los Bailes de Salón aborda la Marzurka, el Pericón y la Marcha árabe. Tampoco falta el folclore marinero, tajaraste, malagueña, folías, seguidillas, arrorró, isas, etc. Un trabajo de recopilación que llevó a Domingo Corujo a sumergirse en el mundo de la oralidad canaria para profundizar en las raíces musicales del pueblo, su procedencia y posibles incidencias y coincidencias en el campo de la música sudamericana. Un trabajo, como hemos señalado, aún pendiente de acceder al mundo escolar, cuyas puertas le siguen cerradas por ignoradas razones para el autor o por conocidos motivos de los propiciadores de su silencio y marginación.

Personajes populares

“El caso es que este hombre nace en Papagayo y llevaba por apodo el Erriscado. Cuando lo conocí a mi me daba apuro llamarlo así, pero el caso es que él lo llevaba con orgullo. Por el Risco de Papagayo hay un acantilado y la madre cogiendo lapas estando en estado del chico de siete meses, se derriscó y nació Félix y lo llamaron el Erriscado. A Félix le conocí cuando era un viejo y estaba hospitalizado porque había tenido un accidente en un barco. De la clínica llamaban a mi hermano Antonio que tenía una barbería para afeitar a los enfermos. Yo era un chiquillo, tendría doce años y me mandaron a afeitar a un señor y resulta que era Félix. Su vida era algo extraordinaria. Era un hombre de mucha chispa. Contaba que desde chico, cuando lo llevaron por primera vez a la costa de África, porque en Papagayo no podía ser más que marineros y su padre tenía un barquillo del que vivía la familia y no había tiempo para ir a la escuela. Recordaba que cuando se embarcó se mareó todo y que los viejos le dieron de comer pan con petróleo y botó hasta la hiel y nunca más se mareó. Aquello no era una brutalidad, era una manera terapia contra el mareo. Según parece el petróleo no hace daño. La necesidad era lo que mataba y por encima de todas las cosas, había que ser marinero.

Félix conocía todos los fondos de la costa de África y los nombraba con sus nombres tradicionales. Conocía todos los puntos, el rumbo en que estaban y las brazas de fondo que había para llegar. Esos hombres eran capaces de estar en un velero por las noches, cruzando los mares entre diferentes puntos de África y Canarias y a la hora que fuera, a medianoche, echaban el escandallo –las sondas, las brazas, el peso– para medir a cuanto estaba la profundidad y dado el rumbo que llevaban, ya sabían exactamente por el sitio que iban. De día o de noche. Les daba exactamente igual. Y eran analfabetos e incluso los patrones. Sin saber leer sabían el nombre que estaba en las cartas marinas. Me decía que por esa zona había que hacer una desviación para no chocar con Roque Cabrón. Yo no sabía de que me estaba hablando y al preguntarle se extrañó. Entre marineros esas son cosas muy conocidas, pero entre la gente de tierra se ignoraba completamente, aunque en esa zona se había perdido una cantidad impresionante de barcos.
––Si es de día, hay gaviotas por encima, porque Roque Cabrón es una baja que a marea llena no se ve, pero si vacía la marea se ve. De noche tropiezas con ella de repente.

No sé exactamente cual es su ubicación, pero parece que está más cerca de África que de Lanzarote.” (Publicado en el número 127 de BienMeSabe)
Luces mágicas en la noche conejera
El emigrante Domingo Corujo aún no había vencido definitivamente su estancia en Venezuela y regresó a su tierra natal –Lanzarote– para investigar sobre el terreno las raíces del folclore canario. La exhaustiva investigación de la música tradicional le llevó al borde del agotamiento. Fue un tiempo de largas jornadas de concienzudo estudio, analizando y escribiendo música. En aquel estado de febril actividad, de excesiva concentración y aislamiento fue cuando tuvo una experiencia que iba más allá de lógica y la razón.
El emigrante Domingo Corujo aún no había vencido definitivamente su estancia en Venezuela y regresó a su tierra natal –Lanzarote– para investigar sobre el terreno las raíces del folclore canario: el estudio en profundidad de la célula motriz que fuera repetible en todas las circunstancias. “Era un trabajo que lo hacía por mi cuenta. Pensaba dedicarle unos meses y el resultado es que me pasé en esa investigación unos seis años”. La exhaustiva investigación de la música tradicional le llevó al borde del agotamiento. Fue un tiempo de largas jornadas de concienzudo estudio, analizando y escribiendo música. En aquel estado de febril actividad, de excesiva concentración y aislamiento fue cuando tuvo una experiencia que iba más allá de lógica y la razón. Una experiencia que le abriría, en el silencio, las puertas a otras dimensiones, a otras actitudes, a la universalidad de otros fenómenos. Pero serían, varios años más tarde, de nuevo en Venezuela, en conversación con el pintor exiliado o asilado en aquella república, Antonio Torres, un ex preso de Fyffes, cuando comprendió el alcance de aquella visión fantástica.

Una misteriosa luz

Todo ocurrió en Faraones, Puerto del Carmen, cuando Domingo Corujo se ha embarcado en la aventura de la búsqueda de las raíces, del leiv motiv que fuera repetible en cualquiera de la manifestaciones musicales y que a la vez fuera insólito con respecto a la corriente de la música universal. Aquello que definiera a la música canaria como tal. El empeño tuvo sus frutos, pero también en encuentro inesperado con lo mágico y sorprendente.

“Me pasaba todo el día trabajando y por las noches me iba a dar una vuelta por la playa. Mi mujer me dijo que la avisara cuando saliera a dar el paseo y la llamé y salíamos juntos a caminar. Debo estar trabajando demasiado porque me está afectando a la vista… ¿Por qué?, me dijo ella. Es que aquella luz que está en el mar veo que crece un montón y luego se apaga... Yo también la estoy viendo… ¡Ah, tú también! ¡Entonces no es mi vista!

Al principio pensábamos que era un barquillo calando que había metido una luz debajo del agua. Pero era mucha la distancia. Cuando la luz crecía era como una bola criolla y después decrecía hasta casi apagarse. Me mujer estaba extrañada… ¿Entonces no te parece un barco...? Creo que no. De repente la luz, que estaba hacia Fuerteventura, se puso en fracciones de segundos hacia el otro lado, hacía África. Con una velocidad tal y que nos pareció ver el rayo. Cuando llegó allá, en ángulo volvió y así hizo varios viajes. Era una velocidad vertiginosa. ¿Muchacha, tú has visto eso? La luz que quedó en el mismo sitio que la vimos al principio, creciendo y decreciendo. Nos fuimos de aquel sitio. Durante mucho tiempo seguí buscando esa luz y pensé que jamás volvería a encontrarla. Era un fenómeno bastante extraño que le puede ocurrir a alguien una vez en la vida y nada más.”

El secreto del silencio

Domingo Corujo no relató a nadie aquel incidente. Formaba parte del secreto del artista. De la necesaria locura que ha de tener el creador. El punto de irracionalidad imprescindible para entender este mundo de locos. El hecho, aunque le había perturbado en su momento, al cabo de pocos meses parecía olvidado, como si hubiera sido producto de la extenuación intelectual.

“Sin embargo, un año después volvió a ocurrir lo mismo. Otra vez la misma luz. Aunque en esta ocasión estaba sólo, no me asusté. Me esperé y vi como la luz hizo los mismos movimientos que la vez anterior. Me senté a esperar a ver que más hacía, si se iba o se quedaba. En una de las veces viene hacia acá y se quedó encima de un merendero que estaba cerca de Puerto del Carmen. No quería perderme aquello y me acerqué al merendero que había diseñado César Manrique. Pensaba para mis adentros:
–¡Qué lástima que me pase algo y no tenga testigos!

Me acerco y veo la luz sobre el muelle. De entrada se podía pensar que era un mechón de alguien que estuviera mariscando, pero era del tamaño de una calabaza y destellaba, pero no alumbraba. Aquella especie de calabaza estaría como a medio metro del suelo y no alumbraba ni el suelo. Estaba tan extrañado que me toqué para ver si estaba dormido. No veía a nadie y me acerqué para ver qué carajo era aquello. Empecé a dudar, entre otras cosas porque estaba sólo. No había dado dos pasos cuando la luz, con esa velocidad vertiginosa, vino hasta mis pies y, claro me sorprendió. La luz describió una curva y se mete en el agua. Pensé que alguien me estaba gastando una broma con aquella luz naranja. Amigos míos no son los bromistas. Pero por más que miraba a mi alrededor no veía a nadie ni al hilo que tirara de aquella calabaza iluminada. Sobre el agua seguía destellando, igual que en tierra. La luz se acercó a las escalinatas por donde se baja a coger los barquillos. En ese momento bajaban unos señores, gente de sesenta años y traían en las manos unos tubos marrón brillante en los que llevaran cañas de pescar. No entendía lo que hablaban, pero no me extrañó porque por allí se veían muchos extranjeros. Uno de ellos apenas me miró y el otro ni siquiera se percató de mi presencia. Me pareció que era gente que iba a pescar. Bajaron la escalinata y desaparecieron con la calabaza.”

Sombras oscuras sobre Papagayos
“En el municipio de Yaiza, cerca de la playa de Asche y el Caletón de los González. Un lugar mágico que se produce el mismo fenómeno que la Luz de Mafasca, en la bocaina entre Lanzarote y Fuerteventura. Siempre se ha dicho que por ahí han aparecido extrañas luces en el mar y luego se meten en tierra. El pueblito de Papagayo se fue quedando sólo por ese fenómeno y sus habitantes, los papagayeros se fueron al Charcho de San Ginés. El pueblo se trasladó entero hace unos cincuenta años a Arrecife porque en el pueblo habían brujas. Era un pueblo de marinero y como tales, relativamente supersticiosos. Luces, brujas y miedos fueron la causa del despoblamiento de Papagayo o porque a alguien le interesó propagar esos temores para que la gente se fuera de allí. Papagayo es una de los focos de mayor conflicto que haya en la actualidad por la propiedad de las tierras. Los terrenos se llegaron a vender hasta tres veces, en Francia, en Venezuela y en Canarias. Todos los propietarios tienen sus certificados sobre las mismas tierras”. (Publicado en el número 130 de BienMeSabe)
Luces, fuego y vínculos sobrenaturales
Ya convertido en un destacado guitarrista de música clásica en Venezuela, el maestro Domingo Corujo Tejera siempre encontraba tiempo para interpretar piezas del repertorio de la música tradicional canaria. Sus compañeros de la escuela de música le pidieron que pasara a la partitura aquellas creaciones musicales de su tierra. Recuerda Domingo Corujo que intentaba escribir lo que sabía de memoria, lo que había recogido de las fuentes orales, que lo había bebido espontáneamente en el ambiente familiar. La escritura le resultaba fría, sin alma. Le faltaba calor. Llegó a la conclusión de que la añoranza no era suficiente para materializar aquella demanda de los músicos venezolanos. En esas circunstancias fue cuando decidió regresar una temporada para llevar a cabo el trabajo de campo, la búsqueda de las raíces.
Noches enteras escribiendo sonidos en el pentagrama que, muchas veces, confiesa Corujo, iban a la papelera. No daba con lo que buscaba. En ese estado de febril creatividad fue cuando se produjo el encuentro con las luces mágicas que crecían, se achicaban o desaparecían ante un asombrado compositor e intérprete de música, embuido en un empeño titánico.
La visión del pintor de Fyffes
Domingo Corujo reconoce que hablar de luces y apariciones sobrenaturales o paranormales suele ser objeto de chanza y risa. También tiene la certeza de que cuando alguien avista algo extraño, se convierte en otra persona. Ya no es el mismo. Es algo que escapa a lo común. Es llegar a la convicción de que no somos tan exclusivos, ni los amos del mundo. Simple y llanamente, no estamos solos en el universo. Por otra parte, la vida, la propia, deja de tener grandilocuencia para convertirse en algo más sencillo, más humilde. El ser humano es como una planta, nace, crece, da frutos y desaparece. Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma.
“Somos algo más de lo que aparentemente nos dicen que somos y también algo menos de lo que las euforias nos puedan hacer creer. Después de aquellas visiones hablé con gente que se ocupaba y creía en estas cosas. Personas de mi confianza, como el gran pintor canario Antonio Torres. A él fue a la primera persona que le conté estas cosas. Me contó, a su vez, que antes de que estallará el Movimiento y le metieran preso en Fyffes, también tuvo una visión similar a la mía. En La Cuesta, donde vivía, pintando en la azotea de su casa, el horizonte de Santa Cruz. Sobre el mar había una nube. La dibujó porque le pareció extraña. Al día siguiente la nube estaba allí. En el mismo sitio. Empezó a observar que había viento y que todas las nubes se movían menos aquella. Llamó a sus hermanas para decirles lo que estaba viendo. Le dijeron que aquello era una nube. Nada más. Las hizo esperar y terminaron por asustarse cuando la nube desapareció velozmente hacia arriba. A partir de ese momento se dedicó a estudiar esos fenómenos. Me dijo que lo que yo había visto se había repetido en diferentes lugares de la tierra. Exactamente el mismo fenómeno en lugares y épocas distintas. Pese al trauma de la guerra, de su paso por los salones de Fyffes que le dejó huellas para el resto de sus días, Antonio Torres, el pintor de los borrachos, no dejó de creer en aquellos fenómenos.”

Luces en San Juan

El regreso a las islas se había consolidado. El proyecto de su guitarra de cola se había hecho una realidad y había montado su propia escuela de música en la ciudad tinerfeña de La Laguna, donde actualmente reside. En uno de los viajes con motivo de concierto a Lanzarote tuvo el tercer encuentro con las luces misteriosas.

“Fuimos a dar un concierto en el Rubicón, cerca de Femés. , también en el municipio de Yaiza. Era víspera de San Juan. Después del concierto nos quedamos a cenar y cuando nos íbamos a Playa Blanca, donde teníamos el hospedaje, al lado del Papagayo. A los chicos que iban conmigo les había contado lo que me había pasado la vez anterior y al ver una luz me dijeron en plan de basilón: “Domingo, aquella luz se parece a la que viste”. La luz que yo había visto era naranja, pero aquella era azul fuerte. No les hice caso hasta que otro de los chico comentó seriamente: “La luz sigue ahí.” Efectivamente, aquella luz estaba quieta sobre el mar, en dirección hacia Fuerteventura, hacia la islita de Lobos. Sin darnos cuenta la luz se acercó y en un instante cambió de color. De azul pasó a naranja. Se metió entre unas piedras de la costa. Pensé que podía ser alguien cangrejeando. Pero como las piedras eran grandes, a veces los saltos de la luz eran mucho más altos que los que podía dar una persona y menos en la noche. Decidimos acercarnos a aquellas piedras. Cuando nos íbamos aproximando, la luz cambió de color y se puso otra vez de azul y se metió detrás del risco. Mi sobrino dijo que la carretera no llegaba hasta la ensenada que estaba detrás de aquel risco sino hasta el castillo de las Coloradas, las torres de Juan de Bethencourt. Fuimos hasta el castillo. Ya no vimos la luz. Les dijo que había que tener la paciencia de un pescador de caña y esperar a ver que pasaba...”

Señales en Papagayo

“Corría un cierto airito frío, como las noches del desierto y nos protegíamos del frío pegados a las paredes del castillo. De repente surgen del mar dos luces, como si fueran dos bailarinas, como los panales de foco de un estadio. Empiezan a destellar. Los chicos me empiezan a preguntar pero no sabía qué responderles porque yo tampoco había visto aquello.
–Parece que están avisando a alguien con esos destellos…

Miramos para tierra y vimos sobre aquel inmenso llano del Papagayo, cerca de la montaña de los Ajaches, otras dos luces. Se estaban haciendo señales. Volvimos la vista a otro lado de la montaña y allí estaban otras dos luces parpadeantes. Las luces habían formado un triángulo. Siempre luces a pares, pero, a veces, se transformaba en una sola. Decidimos subirnos al Panda de mi sobrino y pusimos rumbo el llano, brincando llegamos a una de las luces de tierra. Cuando nos dimos cuenta, teníamos una luz detrás
del coche y paramos. Quedamos en medio de las dos luces.

–Parece que vienen a saludarnos –dijo mi sobrino.
–O a jodernos, le respondí.


Era un espectáculo bellísimo. De la montaña empezaron a salir luces volando a baja altura, haciendo el mismo recorrido, rumbo al pueblito de Playa Blanca y cuando llegaban a la orilla del mar, se apagaban. Llegamos a contar unas catorce luces. Un paso de luces como si fuera un campo de aterrizaje. La luz que estaba en la montaña se dio vuelta hacia arriba y comienza a destellar hacia el cielo y esta vez se vieron los fogonazos reflejados en las laderas de las montañas. Eso ocurrió desde las cuatro de la madrugada hasta el amanecer. La radio dijo al día siguiente que sobre el llano del Papagayo habían aparecido unas luces y que seguirían informando. De siempre se ha dicho que en aquella zona había brujas y fantasmas...”  (Publicado en el número 132 de BienMeSabe)
Caracas: de barbero a guitarrista
La narración de la vida de Domingo Corujo Tejera vuelve de nuevo a Venezuela, para hacernos partícipes del camino vivido tras su llegada a aquel país hasta su desarrollo profesional como guitarrista.
Domingo Corujo Tejera había partido hacía América con 17 años. En Venezuela desempeñó diversas ocupaciones –principalmente las de barbero– hasta alcanzar uno de sus anhelos: formarse como guitarrita junto a la monumental figura de Antonio Laudo, su maestro, el hijo de un barbero italiano que emigró a Venezuela. Una vez más, el destino se conjugaría para que confluyan dos almas en el país de acogida de inmigrantes. Domingo Corujo marchó a Venezuela con la ilusión, con el firme propósito de estudiar música. Sueño que hizo realidad, más allá de aplicarse a actividades comerciales le hubieran reportados beneficios económicos. Lo que suelen hacer la mayoría de los emigrantes. Ganar dinero. Los valores del joven aspirante a músico poco tenían que ver con la plata. Sin embargo, había que vivir, había que comer y pagar una pensión. Nada más llegar empezó a trabajar en una granja de gallinas. En Santa Antonio de los Altos. Caracas le queda lejos y es allí donde quería estar, cerca de las escuelas de música. En un periódico ve que necesitan un peluquero y se emplea con de barbero con unos gallegos, después con unos italianos hasta que monta su propio establecimiento con su hermano menor Florián. La peluquería se encontraba en La Candelaria, el barrio de los gallegos y los canarios. En esa actividad siempre le quedaba tiempo para ejercitarse con la guitarra.

De barbero a guitarrista

“Me compraba partituras y cuando no había clientes siempre estaba tocando la guitarra”, confiesa Domingo Corujo. Trabajaba en la peluquería su hermano Florián –quién andando los años también se convertiría en músico y montaría su propia escuela en la tierra en Lanzarote, la tierra de origen– hasta que le ofrecieron entrar de barbero en el centro médico de San Bernardino, en Caracas.

“En el centro médico también buscaba tiempo para tocar la guitarra. En una esquina, casi escondido. Cuando entraba alguien yo soltaba el instrumento inmediatamente. Un médico que se pelaba conmigo e incluso traía a sus hijos, el doctor Ochoa Rodríguez, descendiente de vascos y canarios, me vio tocando y me dijo: ¡Sigue, chico! ¡Sigue que a mí me gusta eso! No dejé de tocar. ¡Tú eres músico, chico! Entonces me dijo muy seriamente que me dedicará plenamente a la música. Yo le dije que tenía que vivir de la barbería y me respondió que viviera de la música porque a alguien le interesa lo que yo hacía. ¿A quién le puede interesar? Por ejemplo, a mí y a mi esposa y a mis dos hijas. Ya tienes cuatro alumnos, búscate a cuatro más y deja la barbería. Él mismo me busca a los cuatro alumnos restantes. Así empecé a dar clases de música mientras me seguía preparando por mi cuenta. El doctor Ochoa me dijo que era amigo del maestro Antonio Lauro. ¿Antonio Lauro? El músico más importante de Venezuela. El doctor José Ochoa había compartido celda con él cuando estuvieron presos de la dictadura de Pérez Jiménez. Gracias a su mediación pude conocer personalmente al que fue mi maestro: Antonio Lauro.”

Antonio Lauro

Antonio Lauro (1917-1986), compositor uno de los más importantes ejecutantes de la guitarra en Venezuela. Fundó y dirigió conjuntos corales en diversos institutos de educación. Su progenitor era un barbero italiano y músico de origen italiano, y su madre era guayanesa. Los estudios musicales los realizó en Caracas en la Academia de Música y Declamación. Debido a que carecía de recursos económicos con los cuales financiar sus estudios musicales, los tuvo que costear trabajando como guitarrista acompañante en los programas de una emisora de radio. En 1940, al recibir su título de maestro compositor se dedicó formalmente a la creación musical. A raíz del golpe de Estado de 1948 fue encarcelado por su vinculación con algunos dirigentes opositores a los golpistas, permaneciendo 10 años en el destierro.

“Lauro era en ese momento presidente de la Sinfónica de Venezuela. El doctor Ocho concertó un encuentro para mí y el maestro me cita a su casa. Aquello era un acontecimiento para mí y para mi familia. Mi madre me buscó un traje oscuro y una corbata negra y me presenté a su casa. Ya había cumplido los veinte años. Me dijo el maestro Lauro que por donde quería empezar, que su amigo Ochoa le había dicho que yo era guitarrista. Le dije que por el principio. ¿Pero usted no es guitarrista? Eso lo sabrá usted, maestro. Entonces me dijo de ir en semana a las clases y lo que me costaría. Una clase suya era más caro de lo que yo ganaba en un mes. Bueno, ya buscaré... Él hombre se extrañó, con aquella presencia mía pensaba que mi situación económica era boyante, que tenía recursos para pagar clases particulares. Que era hijo de ricos. Le dije que era barbero. Rápidamente me indicó que fuera a la escuela oficial de música donde él impartía clases. No me iba a costar nada. Me inscribí en preparatoria. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y saqué la nota máxima. Me situaron en tercer año. Al año siguiente me situaron en el quinto curso. El mismo maestro Antonio Lauro me buscaba alumnos y es así como pude dejar la barbería y dedicarme plenamente a la música. Un año después de que el doctor Jesús Ochoa me abriera el camino hacia mi maestro Antonio Lauro.”

Compromiso con la vida venezolana

El discípulo del maestro Antonio Lauro entrega todo tiempo y energía al trabajo exclusivo de la guitarra. También a la impartir clases de música. A los alumnos que el maestro le recomendaba y también, ahí su vertiente y compromiso social del que nunca ha renunciado, a dar clases en el hospital de niños, reformatorios jóvenes y en la cárcel de mujeres. El arte como redención de penas y de aliento para otras razones de la existencia más allá del horizonte estrecho, de la vida sombría. El músico lanzaroteño avanzaba a grandes pasos en el misterio y dominio de la guitarra y también en el contacto con la vida, con la cultura tradicional venezolana, con sus músicas de raíces negras, con sus poetas, con las inquietudes sociales y políticas de los escritores y artistas de su generación. El isleño no se aisló en Caracas, abrió sus sentidos a la magia, al misterio, a la vida del país que le acogió. El maestro Antonio Lauro le recomendó que visitará Yare, que conociera la danza negra, la cosmovisión del venezolano, el crisol de culturas caribeñas, negras, europeas.  (Publicado en el número 138 de BienMeSabe)


¿Qué es Yare?
Y concluimos la serie de artículos dedicados a la Saga de los Corujo. En esta ocasión, Domingo Corujo nos muestra los aspectos más relevantes de los Diablos de Yare, pueblo del Estado venezonalo de Miranda, estableciendo una comparación con los Diabletes de Teguise.
 Yare es un pueblo del Estado Miranda. Un pueblo de Venezuela cultivador de caña de azúcar, café, cacao. Estado donde todavía las tradiciones afro se conservan más puras, porque los negros de por allí fueron traídos a esas haciendas. A los venezolanos se les llamaban los grandes cacaos porque eran los grandes productores de cacao. Hasta el punto de que ahora alguien es poderoso o se siente poderoso le dicen burlescamente ¡Qué gran cacao! Después del petróleo la economía cambió, pero antes eran los grandes cacaos. La población de esa zona de Yare era fundamentalmente de negros.

¿Por qué son famosos los diablos de Yare?

Ellos el día del Corpus se ponían a hacer una danza y querían entrar en la iglesia; entonces era el rechazo, la cuestión anímica se ve que africana del espíritu del bien con el espíritu del mal y entonces se vestían de diablos y la danza era esa, intentar entrar en la iglesia, ser rechazados, volver.

¿Por qué la figura del diablo?

Posiblemente el diablo entre los africanos no fueran tan característicos como el de las religión cristiana. El diablo para ellos era un mandinga y mandinga es malo, pero no sabemos hasta qué punto. Es un diablo humanizado y posiblemente era la lucha, de siempre, del bien con el mal y ellos lo escenificaban. El rito sin duda vino traído del continente africano, en América no surgió este rito.


¿Qué papel desempeña el público?

En realidad participa el pueblo entero hasta el punto de que los que no participan en la danza participan como de espectadores, pero el espectador allí es parte del jubileo, hay que entender un poco lo que significa esas fiestas caribeñas muy diferente del concepto que se tiene en otras partes; allí las fiestas es una participación, es el confundir muchas veces las religiones occidentales con el budú y la santería, todo está mezclado incluso con la historia. Ellos pueden poner muy bien junto a la Virgen María una esfigie del indio Mara o de Wakaitu, de Casikeitiuna; todos estos están como deidales. Incluso no olvidemos la leida venezolana del María Leoncia, el marialioncero es más el llanero, gente de la costa caribe y los estados caribeños ya el María Leoncia es más de llano adentro, mezcolanza.

La fiesta del diablo es anárquica. Lo que ocurre es que todas las fiestas allí. Hay ritual afro y entonces se aprovecha cualquier circunstancia incluida la de los diablos para hacer ciertas reuniones espirititas hasta el punto de que en un corralón cualquiera, cuando llega la noche se hacen manifestaciones danzadas. Y le preguntan a la gente antes de entrar si creen en los espíritus, porque sino no entran, esto es muy común en cualquier danza, posiblemente sean más conocidas y más tradicionales las danzas de San Pedro en Barlovento.

Hasta la canción habla de barlovento:
Barlovento, barlovento,
tierra del diente del tambor,
tierra de la fulier, (es una cosa negra mucho tendría que ver con las folías canarias pero no, es una danza de tambor y la llaman la fulie, habría que hablar de la fulier etimológicamente porque no es canaria)
negras finas que se van de fiesta,
al son de la curveta y el tiquitaqui sobre la mina (allí no hay minas ni hay mineros, hay conucos)
que vengan los conuqueros para el baile de San Juan (la corveta y la mina son diferentes tipos de tambor negros )

Esta canción se canta en todas las celebraciones barloventeñas.

¿Qué tipo de música se baila con los diablos de Yare?

La danza negra es un ritmo muy característico incluso africano, un ritmo que ni los propios venezolanos saben tocar bien, yo toco una danza negra. Mi profesor me mandó a Yare, a Barlovento, para que en algunas de las fiesta recogiera allí, directamente el sentimiento y la expresión negroide de la danza negra, porque por ejemplo, estabamos en Caracas y Caracas es una ciudad donde eso no se vivía intensamente. El maestro me mandó para que buscara la verdadera expresión del negro vivido.


Que mística no tiene eso, que el propio compositor lo mandó, entendiendo que él la compuso.

Él visitó esta comunidad en el año 1968, donde se celebra la fiesta de San Pedro, la fiesta de San Juan y los diablos de Yare y en todos hay una danza negra. Ellos tienen diferentes maneras de llamar a las danzas: la fulía es una de ellas, la propia danza negra, la danza de ritmos atravesados... De hecho es sorprendente, pero eso se puede ver hasta en videos, de cómo tocan unos tambores enormes entre ellos llamados culo puya y es que son de un árbol muy alto pero delgadito, lo vacían y le ponen el parche del tambor al hueco pequeño aquel. Entonces es un tambor muy muy largo pero con un parche muy chiquitito por eso lo llaman culo puya, la moneda chiquitita.

Al llegar los recibieron mal porque en una aldea un poco más allá un muchacho se había ahogado en el río y entonces lo atribuyeron que algún espíritu malo. Al llegar pensaron que el espíritu malo podía estar en ellos.

Había que tener cuidado con aquella gente que trabajaba con machetes y cargados de ron. Uno de los de la comunidad reconoció al amigo con el que yo iba y entonces les dijo a los demás que mi amigo y yo eramos unas personas que tocabamos la guitarra y por ese motivo nos respetaron. La danza es frenética. Mientras que está el santo en la calle, ellos son libres y hasta que el santo entrar en la iglesia otra vez sacan al santo y ya no entra en la iglesia porque lo esconden, para adorarlo, para llevarlo al río para bañarse, le echan tragos de ron a San Juan y cuando lo devuelven a la iglesia lo hacen con una danza que la llaman San Juan el Rascadito.

Llegó un cura que quiso prohibirles eso y los llamó salvajes y tuvieron que botar al cura para el carajo. Ellos los palos los llaman lauros, con los que golpean el tambor el tambor; lo ponen entre una burras improvisadas el árbol tendido ahí y llega el tamborero y empieza a tocar con los lauros, llega otro y les hace una contras y a veces llegan 14. Todos caben, eso es la danza negra.

Sólo son los hombres los que se visten de diablo, las mujeres no.

¿Cómo son las caretas, las máscaras?

Han hechos cursos sobre máscaras. Es muy muy africano. Ahora las hacen incluso en papeles super puestos que luego los pintan, él supone que estos papeles están pegados con harina. Son máscaras africanas simula a un demonio casi toro, casi macho cabrío, ellos simulaban animales, los diablos no enbestían contra la gente, solía ser una cosa entre diablos, tratan de espantar con la danza pero nada más, la música era la danza de los tambores.

¿Qué contraste se establece entre los diabetes de Teguise y los de Yare?

Somos pueblos cuyas costumbres muchas de ellas vienen a través de emigrantes retornados y que es muy posible que estos hallan venido de América bien a través de emigrantes retornados o de azahar porque los alzados no olvidemos que las islas aquí cuando alguien molestaba algo le echaban para allá pero también todo lo contrario, cuando alguien molestaba en los pantanales lo echaban para Canarias. A lo mejor no fueron traídos por emigrantes retornados sino alzados en el Caribe que fueran enviados aquí, pero también gente desplazada de su medio que llegaba aquí y se vestía de diablo.

¿ En que consiste la tradición de los diablos de Teguise?

La tradición de Teguise más bien es carnavalera, la idea del carnaval era una especie de diversión metiendo miedo. Los marineros temían a la muerte y la describían; la llamaba la majestad, era una palabra prohibida hasta el punto de que los marineros se emborrachaban y alucinaban. Muchas de las máscaras eran para hacer la broma, al revés de la risa con el diablo Teguise era la antigua capital de la isla, toda manifestación que hubiera de rituales. A la gente de Teguise la llaman trompeteros por que eran los únicos que tenían una banda de música en la que destacaban las trompetas
Cirilo Leal Mújica
(Publicado en el número 143 de BienMeSabe)














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