Eduardo Pedro García Rodríguez
En este lugar hay un segundo
salto donde las aguas formaban una hermosa cascada de “cola de Caballo” y se
ensancha considerablemente. A partir de este tramo y hasta su desembocadura era
conocido a antiguamente por barranco de Añaza,
y también como el río, y su
desembocadura por charco de la Chacona o Casona.
Desde su desembocadura hasta el
salto, el cauce estaba alfombrado por un manto de vegetación entre la que
predominaba por su abundancia los berros y berraza; el poleo y el pasote; El
césped y el “Venenero”, (Tabaco Moro) en sus charcos bullían la vida, ranas;
peces; libélulas; mariposas y pájaros, entre ellos destacaban la Abubilla y
nuestra emblemática Alpispa, hoy, este nicho ecológico está ocupado por
toneladas de escombros vertidos de una obra promovida por el gobierno autónomo
-el Hotel Escuela-, basuras y por una miríada de palomas enfermas y perros
abandonados.
Antaño este mismo tramo del barranco
sirvió de campo de juegos y zona de
baños a la chiquillería de Santa Cruz de Tenerife, y como lugar de pastos y
bebedero para los ganados que desde otras islas o del interior de esta,
aportaban a la ciudad, así como lavaderos públicos.
Cuando en los inviernos de
fuertes lluvias el barranco corría
los edificios situados en sus márgenes sufrían
el embate del torrente,
resultando periódicamente dañados o arruinados algunos de ellos, siendo la
iglesia de La Concepción uno de los que frecuentemente más daño sufría como
consecuencia de las avenidas, tributo que debía pagar por la temeridad de sus
fundadores al construir el templo invadiendo parte del cauce del barranco.
La importancia que tenía el
caudal de agua que discurría por el cauce del barranco, queda manifiesta en las
obras que para su aprovechamiento se llevaron a cabo. Desde gracia hasta su
desembocadura podemos contar ocho represas, con el agua de las cuales se
regaban las fincas situadas desde el Charcón, (Gracia) hasta la zona de los Molinos
(Santa Cruz). Entre el salto y el puente de la Asuncionistas existen las ruinas
de tres de ellas, cuyas aguas regaban las fincas de plataneras situadas entre
los salones Fayfe y el lugar que hoy ocupa la zona de la Salle. Con las del
salto se regaban las huertas de ambas márgenes del barranco, desde el lateral
izquierdo de hospital militar, hasta la altura del cuarto mortuorio del antiguo
hospital civil.
Según recoge el investigador
Alejandro Ciuranescu, en su cauce existieron varios molinos de de agua, de los
cuales aún perviven los restos de uno de ellos así como el acueducto que lo
alimentaba, joya etnográfica de nuestra cultura del agua que actualmente está
expuesta a desaparecer debido a la piqueta municipal y a la poca sensibilidad
de los poderes públicos por nuestro pasado reciente colonial. Veamos una cita
del mencionado historiador en torno a dichos molinos: “También había molinos de
agua. El más antiguo parece haber sido el que había fabricado Luís de Mayorga en el valle del
Bufadero, probablemente hacia 1530. En 1559,
Francisco Díaz, polvorista y lombardero de
la fortaleza del puerto, pidió licencia para poner un molino de agua en El Sobradillo, sin duda en el
barranco de Santos: se le autorizó
para “moler con el agua del dicho barranco, como con cosa suya, con que no impida ni ocupe camino ni
serventía alguna que aya de presente”. Desde mediados del siglo XVII, el
convento de Santo Domingo poseía en el
barranco de Santos, debajo del Chorro, un molino que posiblemente no es diferente del anterior. En 1802 todavía había en Santa Cruz un molino de agua, sin duda el
del convento.
"No pudo ser exactamente el
de Díaz, porque en 1620 consta que no había ningún
molino en Santa Cruz (cf. la nota 206): posiblemente el que antes había, fue abandonado
y reedificado después. Lo que sabemos es que en 1723 había un molino de agua en el barranco de Santos, debajo del
Chorro, y que se alquilaba por 37 fanegas de trigo al año (AHP:
1579/69)."
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