BALANCE DE LINGÜÍSTICA ÍNSULOAMAZIGHE-I
Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales
POR IGNACIO REYES GARCÍA Doctor en Filología igelliden@gmail.com
VI Congreso de Patrimonio Histórico. Lanzarote, 10-12 de
septiembre de 2008
Resumen
En el marco teórico de la
lingüística histórica y comparativa, se formulan aquí algunas observaciones de
carácter epistemológico relativas al análisis de las hablas amazighes (o
bereberes) de Canarias. Instrumentos y procesos de investigación son examinados
para ponderar la adscripción étnica y el alcance dialectal de ese con- junto ya
desaparecido.
Palabras clave: amazighe insular,
dialectización, etnolingüística, epistemología.
Abstract
In the theoretical frame of the historical and
comparative linguistics, some observations of epistemological content are
formulated here about analysis of the Amazigh dialect (or Berber) of Canary Islands. Instruments and processes of research are
examined to consider the ethnic adscription and dialectal scope of this missing
ensemble already.
Keywords: amazigh of Canary
Islands, dialectalisation, ethnolinguistic, epistemology.
INTRODUCCIÓN
Un Archipiélago invisible a la mirada
continental, debido a la curvatura del planeta y la escasa altitud media de las
islas más orientales, apartado de los centros económicos del mundo clásico por
una singladura comprometida y onerosa, acaso incubara en ese aislamiento
original algunas de sus inercias inconfundibles, pero también una fisonomía
cultural con estampa y cadencia propias. Bucear en su emergencia y discurrir
históricos concita siempre ciertos obstáculos ambientales, donde postulados
teóricos y políticos afilan los escarpes normales de un trabajo científico que,
en buena lógica, no puede esperarse que acontezca ajeno a las necesidades y
tensiones de su tiempo. Pero, lejos de apelar a una neutralidad quimérica, sea
por acción u omisión, eludir las constantes más espurias de esa erosión ha de
asumirse como otro empeño más de la rutina profesional.
Estas líneas proponen, sin
pretensión normativa, argumentos técnicos y reflexiones epistemológicas acerca
de la producción de conocimientos en un campo diacrítico: la investigación
lingüística alusiva a las antiguas hablas de Canarias. Principios, hipótesis y
resultados se examinan aquí en relación con la calidad de las variables
heurísticas, el valor de las operaciones metodológicas y el alcance de la
información multidiscipli nar, a fin de producir una síntesis ilustrativa en
torno al estado de esas indagaciones en sus magnitudes más gruesas.
De partida, aunque sólo fuera por
la complexión de la lengua amazighe, caracterizada por una irradiación
diatópica añeja y varia, el estudio de las formaciones que crecieron en su
extremo atlántico reclama un tratamiento diferencial. Las particulares
circunstancias espaciales, temporales, tribales e históricas que confluyeron en
Canarias in- vitan a reunir las distinciones internas de este grupo de hablas
en un concepto unívoco, amazighe insular, que integra su identidad idiomática
común y la imprescindible realidad geográfica. Ahora bien, pensarlas como una
sola circunscripción dialectal, aun contando con las interconexiones objetivas
que comparten, no debería ocultar la complejidad e individualidad de sus
concretas cristalizaciones insulares (cuyo comportamiento sociolingüístico
apenas vislumbramos a través de unas fuentes fragmentarias).
I. RUTAS HEURÍSTICAS
Hasta donde lo permiten unas
dataciones arqueológicas casi siempre tentativas, parece establecido que el
primer poblamiento humano de las Islas Canarias ocurrió hacia mediados del
primer milenio antes de nuestra era. Puesto que la conquista europea no se
formalizará hasta el siglo XV, esto supone que la realidad insular anterior a
esa rotunda convulsión histórica habría ocupado unos dos mil años de
existencia. Para penetrar en la vida de las comunidades que protagonizaron
semejante lapso de tiempo, la investigación científica transita con frecuencia
por un piélago de vacíos e incertidumbres. Sin embargo, esto no debería ser
causa suficiente para presentar aquel pasado como un segmento estanco y
uniforme, por mucho que la unicidad de conocimientos y representaciones
colectivas contribuyera a forjar entonces unas pautas de integración social
consistentes, pero nunca ajenas a unas dinámicas sociohistóricas desde luego
mal conocidas.
El caudal de fuentes para el
estudio de aquella época no fluye de forma abundante ni prolija, por lo que a
menudo se expone la historicidad de los datos a extrapolaciones más o menos
abruptas, cuando no a un pintoresco y nutrido repertorio de elucubraciones
difusionistas, que se debaten entre la torsión y la fantasía. Desde la
focalización positiva, que jerarquiza la recomposición de esa totalidad a
partir de un hallazgo puntual o una serie muy limitada de registros, hasta la
proyección retroactiva de los conocimientos adscritos al proceso de
colonización europea, esta distorsión epistemológica, que pocas veces se
reconoce como tal, tampoco resulta extraña a lo que durante años casi ha
adquirido el rango de un principio doctrinal: la (supuesta) ruptura histórica
que, tanto en el ámbito demográfico como, por ende, en el cultural, habría
introducido la invasión europea.
En cierto momento de su
desenvolvimiento argumental, cualquier línea de investigación histórica ha de
conducir sus hipótesis más allá de los datos consolidados, en la confianza de
que tarde o temprano aparecerán aquellos elementos de prueba que validen esas
afirmaciones provisionales (o las refuten). Pero, quizá con demasiada asiduidad
en la historiografía referida a ese remoto pasado insular, los procedimientos
discursivos habituales desatienden con bastante ligereza los hechos
observables, tanto heurísticos como analíticos, cuando no los substituyen por
premisas de un modelo teórico parcamente fundado.
Hoy, las pesquisas arqueológicas,
genéticas, lingüísticas y etnográficas, es decir, un amplio despliegue de
exploraciones multidisciplinares, aunque ejecutado de forma un tanto inconexa,
suministran ya dos verificaciones muy sobresalientes. Por una parte, la
filiación amazighe, bien en un estadio líbico y/o más moderno, de las antiguas
poblaciones isleñas y de su producción sociocultural. Pero, además, la notoria presencia
de ese friso inicial en la conformación de la canariedad actual, sin duda a
través de una persistencia mestiza que agoniza en un sistemático proceso de
retracción y de cambio. A partir de aquí, nadie discute la necesidad de
explorar y ponderar una eventual concurrencia de otras aportaciones,
fenopúnicas y romanas principalmente, que, a juzgar por las evidencias
disponibles, en ningún caso habrían desarrollado una impronta de magnitud
similar a esa otra de milenaria ascendencia norteafricana.
Con la acelerada desaparición de las hablas nativas como
vehículo de comunicación corriente, un característico fenómeno de decadencia
inducida por una drástica presión social, no se extingue por completo la
transmisión de la herencia cultural amazighe en las Islas, aunque este declive
constituya tanto un síntoma como un factor de ese estancamiento recesivo. La
coacción colonial, que por supuesto adopta una ineludible dimensión física e
ideológica, también limita los ámbitos de realización de la lengua en la medida
que condiciona los modos de vida. Una determinación que impone severas
restricciones sobre la aprehensión de la realidad como desarrollo, creativo y
socializante, de una experiencia cultural propia. Pero algunos contenidos
tradicionales, aunque so- metidos a una desnaturalización y marginalidad
progresivas, también han subsistido a través de una oralidad muy vívida durante
siglos y perfectamente viable dentro de cualquier código lingüístico. Así,
concepciones y valores antiguos se reproducen aún en cierta visión del mundo,
las relaciones humanas o la espiritualidad. Por descontado, en la mayoría de
los casos ahora no se percibe la cualidad ancestral de esas creencias o
hábitos, salvo como expresión de una vindicación etnicista o de un tipismo
folclórico. Pero, en todo caso, tales vestigios, aunque relegados a esa
latencia menguante, delatan una continuidad histórica objetiva de la población
y cultura amaz(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
ighes, muy alejada de las
recurrentes tesis extincionistas y dicotómicas sobre una historia insular que
suma ya dos mil quinientos años.
Negar que la colonización europea
provocó un corte substantivo en el despliegue histórico insular resulta tan
inapropiado como el alcance polarizante que se atribuye a esa fractura. Con la
excusa del convencionalismo terminológico, todavía se aísla en la
«Prehistoria» unas
manifestaciones sociales que ni desconocían los diversos usos de la escritura
ni vegetaban en una oralidad asilvestrada. Igual que sus actores se exhuman aún
a través de un concepto, «aborigen», que apenas disimula una doble escisión muy
apreciada por enfoques literarios y políticos: en su acepción de ‘persona
originaria del suelo en que vive’, se soslaya así, al margen de paradojas
insulares, la precisa raíz norteafricana que habría reducido hace ya tiempo las
erráticas apelaciones a un pertinaz eclecticismo demográfico, ornado a menudo
con novelescos ribetes de misterio; y, de otro lado, como ‘población primitiva
distinta de la que ocupa el mismo lugar con posterioridad’, se consagra esa
tendenciosa oposición que separa el presente isleño de su vínculo nativo.
Porque redirigir el análisis hacia una «Protohistoria» que enfatiza la
observación externa sobre los recursos, materiales e intelectuales, que produce
una sociedad en su devenir histórico, queda lejos de cuestionar en realidad el
sesgo teórico que representa la afirmación del colonialismo y el desarrollo
capitalista europeos como agentes civilizadores.
La conformación de la
subsistencia en la sociedad amazighe, continental e insular, confió en la
memoria para fecundar tanto una tradición cohesiva como regulaciones
legislativas, prácticas docentes o conocimientos básicos y aplicados en
general. Pero, así mismo, operó con soluciones aritméticas y registros
astronómicos que todavía decoran paredes y cerámicas1. Ese plano funcional de
la expresión escrita también alienta en sus abundantes enunciados epigráficos,
aunque la dimensión simbólica en ambos casos ad- quiriese una mayor relevancia
que su valor instrumental. Todo vive, posee una energía consciente y volitiva,
de manera que el pensamiento y la palabra, verbal o escrita, interactúan con el
medio, donde lo humano aún pertenece a la naturaleza, en una dialéc- tica ya
extraña para la tradición literaria.
Los 15 o 16 caracteres líbicos
que figuraban en la inscripción de Azib n’Ikkis (Alto Atlas marroquí), datada
hacia el 500 a.n.e. pero asociada a un yacimiento del bronce medio (entre el
1500 y el 1200 a.n.e.), inducen a pensar que existió en el norte de África una
tradición alfabética propiamente líbica anterior a la poderosa influencia
fenicia (Camps 1996: 2.571). Quizá una parte del rico patrimonio epigráfico
insular pueda vincularse a esa prístina versión occidental. Aunque el estado de
las investigaciones dista mucho de facilitar juicios taxativos, conviene
recordar que ese ámbito aportó un apreciable contingente poblacional a la
colonización amazighe de las Islas. No obstante, sin dataciones absolutas, la
hipótesis más prudente haría esos materiales contemporáneos de los petroglifos
latino-insulares fechados en torno al comienzo de la Era, el único corpus bilingüe
del catálogo isleño (Pichler 2003). Pero, en todo caso, el copioso componente
oriental de la población ínsuloamazighe tampoco se puede substraer a eventuales
influencias fenopúnicas o romanas ya en su origen continental. En resumen,
muchas dudas todavía, cuya resolución depende de precisiones técnicas y
analíticas. En la medida que los conocimientos lingüísticos e históricos
definan mejor las hablas y la vida de los isleños, con buenas transcripciones
poco a poco esos testimonios abonarán nuestra comprensión de aquel pasado.
Encajar esa realidad en la tópica
periodización historiográfica que jerarquiza la evolución humana hacia el
capitalismo, centrada en ciertos hitos de la acción material antes que en la
organización social de las fuerzas y relaciones productivas, implica resignar
la ciencia a una indeleble discursividad ideológica. La irrupción colonial
cambió el signo substantivo de las sociedades isleñas, urgió transformaciones
radicales que abrirían una época distinta. Pero cuánto del nuevo régimen de
dependencia personal, por ejemplo, contradijo la verticalidad estamental más o
menos afirmada en las comunidades ínsuloamazighes, cuánto de la vida campesina
o las creencias populares impugnaba las dinámicas de explotación agropecuaria o
el imaginario cristiano... Una historiografía que se mantenga ajena a ese
proceso de transición y mestizaje renuncia a su estatuto profesional. Se acoja
un enfoque descriptivo o analítico, la secuenciación del desenvolvimiento
histórico en Canarias ha recorrido tres instancias complejas: una fase antigua,
marcada en su estado epigonal por una complementariedad segmentaria; otra etapa
moderna, regida por los lazos de servidumbre que fija la compulsión colonial; y
un curso contemporáneo, dominado por las formas salariales y las coacciones
extraeconómicas que patrocina un capitalismo subalterno y extravertido.
Sin una observación amplia y
depurada de aquellas colectividades ínsuloamazighes, las texturas sociales de
las antiguas hablas isleñas apenas emergen de un repertorio léxico y
fraseológico de mucho interés pero restringido, tanto en sus contenidos como en
su ubicación temporal. Entre el escueto mosaico epigráfico y la erosionada
remembranza oral, la documentación oficial, civil y eclesiástica, así como las
narraciones etnohistóricas, presenciales y bibliográficas, retienen el volumen
más aprovechable de
noticias y datos, aunque las
interpolaciones, mutilaciones y aristas ideológicas requieran un cuidadoso
tratamiento heurístico de los manuscritos y sus, a veces, numerosas y de-
ficientes copias. A los portulanos y reseñas de viajeros; las bulas y registros
eclesiásti- cos; las datas, protocolos, actas y resoluciones
jurídico-administrativas; las crónicas mi- litares y las descripciones
etnográficas de diversa índole, hemos de añadir así mismo un capítulo algo
inesperado: una epigrafía híbrida, es decir, escrita en lengua amazighe pero
con caracteres romances y discurso colonial.
Por de pronto, los dos únicos
casos seguros se amparan en el culto a la Virgen de Candelaria para la transmisión de
mensajes pastorales. Ahora bien, las piezas pertenecen a momentos tan distantes
como 1400 y 1906, algo tampoco tan extraño en realidad. El antiguo arraigo de
esta devoción se debe buscar en la identificación de esa virgen con la estrella
Canopo, fundamental en la más ancestral cosmogonía norteafricana que regía
también en la Isla.
En la primera de esas obras, la
talla mariana desaparecida en el temporal de 1826, las famosas «letras y
characteres de las orlas» (Espinosa 1594, II, 13: 57v) que lucían en su manto
exponen, casi al modo consonántico de la escritura líbicoamazighe, un breviario
misional de inspiración franciscana. Su exquisita elaboración gramatical vuelve
improbable que sacerdotes nativos no participaran en la ejecución. Pero,
además, hace un par de años se cosechó en Sevilla un descubrimiento insólito.
En el bastidor de un lienzo dedicado a esta advocación cristiana, se encontró
un precepto doctrinal redactado con idéntico esmero y conformidad dialectal que
esos otros textos anteriores a la conquista de Tenerife, aunque esta vez la
imagen había sido pintada hace sólo cien años (Reyes 2007: 60-82). Al dorso de un
cuadro y en una modalidad de habla extinta, el enunciado se diría que perseguía
un alcance más simbólico que evangelizador. Un ejemplo más de la vitalidad de
una tradición oral que, inclusive, ha conservado hasta la actualidad dos poemas
ínsuloamazighes que aún se cantan en la festividad de esta ideación religiosa
(Reyes 2007: 43-46).
Cierto que, una vez atestiguada
su adscripción étnica e idiomática, la comparación con el ámbito continental
ayuda a comprender no pocos rasgos constitutivos y pragmáticos de las culturas
insulares. Aunque esa identidad compartida de ninguna manera autoriza a
extrapolar características o subsumir diversidades en razón de equivalencias
rasantes, salvo como expresas hipótesis de trabajo. Dentro del abigarrado
dominio amazighe, el mapa dialectal de las Islas Canarias contiene
peculiaridades tan notables que cualquier simplificación o generalización,
tanto analítica como descriptiva, que se aparte de un diseño metodológico
sistemático, explícito y uniforme carece de valor ejecutivo.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
BALANCE DE
LINGÜÍSTICA ÍNSULOAMAZIGHE-I I
Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales
POR IGNACIO REYES GARCÍA Doctor en Filología igelliden@gmail.com
VI Congreso de Patrimonio Histórico. Lanzarote, 10-12 de
septiembre de 2008
II. BAGAJE METODOLÓGICO
Conforme a los testimonios
antiguos y la evolución de ciertos parámetros lingüísticos, la población
isleña, neutralizada su capacidad para controlar la reproducción de las
condiciones materiales y culturales de existencia, habría abandonado el uso de
la lengua amazighe como sistema de comunicación social hacia finales del siglo
XVI. Al margen de pervivencias puntuales y muy acotadas, una coerción colonial
concluyente, quizá agudizada por la insularidad, relegó sus esferas de
actuación e impidió que el bilingüismo activo prosperase en la nueva sociedad.
Confinadas en un registro campesino excluido de los valores sociolingüísticos
dominantes, el rápido decaimiento de esas hablas no evitó que imprimieran un
sello singular al español de Canarias. La re lajación y pérdida de cualidades
gramaticales básicas, como el sentido y la pertinencia de las marcas de género
y número en los substantivos, igual que su pronta y extensiva desnaturalización
semasiológica, son algunos de los rasgos que jalonan ese proceso de extinción
y, al mismo tiempo, discriminan los contenidos que penetraron en el idioma de
los conquistadores.
Sin duda, se cuentan por miles los
fósiles léxicos que todavía ocupan algún lugar en el español de Canarias,
muchos de ellos arraigados en la toponimia o rehabilitados como fetiches para
las nominaciones más insospechadas. En menor cuantía, aletean también algunos
signos plenos, donde zoónimos (perenquén, baifo, etc.) y fitóminos (taginaste,
bejeque, etc.) reúnen colecciones importantes, aunque no faltan los adjetivos
(malén, mané, etc.) y otras voces del lenguaje corriente (gofio, eres, etc.).
Pero parece obvio que la investigación filológica debía inspeccionar antes los
recursos escritos que las imágenes orales supervivientes. Si ya lenguas o
hablas periclitadas sólo son accesibles a través de sus textos, que en Canarias
acumulan lastres heurísticos pertinaces, pero también contextos y circunstancias
primarias, las migraciones interinsulares (forzadas o voluntarias), la
importación temprana de esclavos moriscos, el influjo andalusí en las lenguas
romances, la prosecución de contactos socioeconómicos más o menos episódicos
con áreas norteafricanas y, por descontado, el quebranto de la identidad
idiomática (y hasta cultural) ínsuloamazighe a medida que nos alejamos de aquel
pasado, recomendaban empezar por restaurar, dentro de lo que fuera factible,
las propiedades lingüísticas de los estados de habla más antiguos.
Desde el punto de vista
fonológico, la influencia en Canarias de las variedades meridionales del
español, imposibles de hurtar a su impregnación árabo mazighe, complican el
examen de un paisaje fonético nativo que conocemos sobre todo a partir de
fuentes escritas extranjeras. Buscar permanencias (u omisiones) en la
pronunciación actual, tal vez sea viable cuando los estudios experimentales y
diacrónicos de las modalidades continentales rindan resultados más vastos y
afinados. De momento, alegar filiaciones exclusivas para algunos fenómenos,
como por ejemplo la realización sonora y continua de la consonante (č) palatal
africada sorda /tÉS/ o el ensordecimiento y confusión de las sibilantes (s, ss,
z y c) en un único fonema de timbre dental /s/, por mucho que anexen
constancias romances no será ocioso señalar que también se observan en algunas
dicciones amazighes.
Mención aparte merece la
alternancia f / p, muy extendida en las hablas de La Gomera y Tenerife, aunque
no faltan muestras más esporádicas en el resto de las Islas. La ausencia de la
consonante bilabial /p/ como fonema independiente en los dialectos vivos no
puede invocarse para justificar una infección románica, pero tampoco para
colegir una probable contaminación fenopúnica solamente, porque ambos fonemas
ya convivían sin diferenciación en el substrato afroasiático (Cohen 1947: 166).
Aun con una trascripción exacta
del tejido epigráfico, faceta que la investigación todavía no ha terminado de
concretar, los hablantes de una lengua suelen ejercitar su horizonte fonémico
más allá de las literalidades textuales, que aquí tampoco acopian un volumen
excesivo. Por eso, la aproximación más sólida a ese inventario arranca en la
criba paleográfica de la documentación europea y el cotejo interdialectal
dentro del do minio amazighe, instruido desde un principio de regularidad en
las correspondencias fonéticas (Cohen 1947: 62-66), que al menos considere una
perspectiva diacrónica a partir de sus evoluciones locales (Galand-Pernet
1985-86: 6). Extraer de este rastreo algo más explícito que la consonancia
idiomática de ese caudal, caso de la comparecencia firme de algunas
especificidades diatópicas, supone entrar en un terreno muy espeulativo en la
mayoría de las ocasiones. El carácter sistémico de algunos procesos
articulatorios, como la oposición tensiva en las consonantes, habilita ciertos
recursos deductivos, pero este tipo de inferencias no atestiguan hechos.
El abanico fonológico probado ya
para el conjunto ínsuloamazighe recubre el elenco básico de la lengua, con
paladiales también muy seguras2:
a) Clasificación de los fonemas según el modo de
articulación:
oclusivo
fricativo africado nasal silbante chicheante vibrante b p f m
d t l dZ tÉS n z s
Z S r
d t
z
¯
g k
q “ χ
h
b) Clasificación de los fonemas según el punto de
articulación:
bilabial
labiodental dental alveolar palatal
uvular laringal b p f d
t l ¯ “ χ h
m d t r dZ tÉS q
n
Z S g k z s
z
w
j
Separar las simples
incorrecciones textuales de lo que fueron singularidades alofónicas insulares
o, inclusive, validar el auténtico estatuto fonémico de articulaciones
desconocidas, excepcionales o representadas de manera equívoca en las lenguas
romances, granjea algunas dificultades que sólo cobran nitidez suficiente a
través de dos expedientes operativos indispensables: ajustar en lo posible la
historicidad de esos caracteres contemporáneos de la colonización europea,
siempre a partir de los hábitos gráficos del autor, época o norma diatópica
(Reyes 2000), e incorporar ese material isleño a un análisis interdialectal
amazighe, concebido sin otras restricciones que las activas en las hablas
involucradas en el poblamiento lingüístico del Archipiélago o, en su
indeterminación, garantizadas para el conjunto de la lengua. La tarea sólo cabe
calificarla de crucial, por cuanto las consonantes, sujetas a frecuentes
cambios fonéticos, acogen el significado de los enunciados nominales y
verbales, mientras las vocales sólo agregan valor morfológico.
Por lo que respecta al sistema
vocálico, las notaciones documentales carecen de la feracidad contextual y
diacrónica necesarias para ponderar su pertinencia o su definición fonológica,
más allá de la indefectible confirmación de la trinidad básica (a, i, u) que
domina en la lengua amazighe. Aunque ya se puede proponer que los fonemas de
apertura media, /o/ y, en especial, /e/, además de responder a sencillas
adaptaciones romances de los timbres más inestables de ese triángulo, a menudo
siguen las pautas de condicionamiento prosódico que también practican las
hablas tuareg y orientales (Cha- ker 1995: 12-13). En cambio, la presencia de
la vocal central /ə/, cualquiera que sea su función, se tendrá que presumir,
porque sólo figura bajo la misma grafía que la vocal anterior /e/.
Sólo una inexcusable decantación
fonémica dará consistencia a otros rubros de la comparación lingüística
(gramaticales, léxicos o sintácticos), cualquiera que sea el peso conferido a
los procesos constructivos de la lengua. Se ponga el énfasis en su carácter
bien aglutinante o bien flexivo, el punto de partida siempre ha de residir en
esa escrupulosa traslación o, en su defecto, restitución de la materia básica,
los sonidos per- tinentes, algo que en los estudios canarios se suele sortear,
en el mejor de los casos, re- curriendo a las formas inventariadas por Wölfel
(1965).
Si tenemos en cuenta que el
grueso del material lingüístico nativo abunda más en piezas léxicas que
oracionales, implicadas éstas a menudo en ceremonias ritualizadas y, por tanto,
algo inmovilistas, se comprenderá que las prospecciones morfológicas y
semánticas antecedan también a las sintácticas. La descripción sistemática y el
examen funcional sincrónico, sin abarcar cuantiosas variables y oposiciones
relevantes, proveen no obstante una cadena de constataciones e instrumentos
positivos muy útiles para conjugar inferencias reductivas e inductivas que
cimentan, cada vez un poco mejor, algunos escenarios sociohistóricos. Raras
veces se hallarán cauces para trascender las literalidades etimológicas, pero
éstas ya comportan un hito extraordinario, pues la penuria de traducciones
directas y ambientaciones dibujadas sin demasiadas ambigüedades en las fuentes
constriñen los análisis de manera muy seria.
La coordinación asindética,
central en la construcción proposicional amazighe (Basset 1952: 40), y la
composición yuxtapuesta o sintética de complejos nominales, tanto substantivos
como predicativos, aspectos también perceptibles en Canarias, milita en favor
de una caracterización aglutinante de la lengua (Allati 2002). De hecho, nadie
dirá que esas manifestaciones no lleguen a instituir por momentos un estado
reconocible, pero sus ingredientes y procesos relacionales y flexivos le
confieren una estructura menos semejante al modelo finogro, por ejemplo, que al
afroasiático, por muy semiti- zado que se nos presente.
En última instancia, cualquier
formulación histórica del lenguaje debe mensurar su naturaleza
dinámica y su
fundamento social para
adentrarse en la
producción cognitiva y en la acción comunicativa, procesos no sólo
lingüísticos, aunque dotados de una semántica nuclear en su desarrollo.
Algunos vestigios de antigüedad
acreditada, muy ilustrativos, no bastan sin embargo para sancionar otra cosa
distinta que su vigencia en las hablas insulares junto a material más moderno.
El presumible valor instrumental del prefijo nasal (m-) que se detecta en
algunos nombres de armas (Reyes 2001: 290), palpable también en semítico y en
egipcio antiguo (Prasse 1974: 67-68), pero substituido por otro sibilante (s-)
en el conjunto actual de la lengua; las afinidades afroasiáticas en el léxico
numerativo, con algún arcaísmo irrefutable (Reyes 1998: 89), o la profusa
utilización de nombres verbales y de un aoristo simple o imperativo (Reyes
2004: 324) dotado de una expresa carga nominativa (Prasse 1974: 78), así mismo
de raigambre afroasiática (Marcy 1931: 179- 180), dan una idea del vetusto
perfil que se descubre en el amazighe insular, depósito privilegiado de algunas
cualidades que los dialectos continentales han perdido o mutado.
El estudio de las antiguas hablas
amazighes de Canarias ha de escudriñar, por supuesto, convergencias formales
con los dialectos continentales, porque ni la cantidad ni la calidad del
material accesible franquea demarcaciones más complejas, pero sin forzar la
constitución de las voces o sus campos de significación. A pesar de cierta
inclinación conservadora en la estructura del idioma, caer en anacronismos no
resolverá las incógnitas. Esto demanda restablecer, en todas sus facetas
(gráfica, fonológica, semántica, etc.), la historicidad de los ámbitos
gramaticales de las lenguas comparadas y construir a partir de este análisis
molecular y cruzado, con frecuencia más nutrido de hipótesis factográficas que de
datos consolidados, tanto las
descripciones positivas como las explicaciones genéticas y procesales
que persigue la investigación científica. El error, aparte de una estación
indeclinable en penumbras tan densas, cuando se inscribe en una estrategia
metodológicamente orientada, siempre termina por tributar conocimientos
fructíferos de alguna índole.
Dentro de la filología
ínsuloamazighe, no faltan situaciones en las que anomalías y déficit
registrales truecan sus fronteras con la idiosincrasia diatópica. La elisión de
la vocal de estado en muchos substantivos, por ejemplo, puede obedecer a un
lapsus cálami de la fuente europea, pero tampoco se erige en una costumbre tan
inusitada en algunos dialectos continentales que exija enmendar todas esas notaciones
(a menudo, más atinadas de lo que se piensa). Porque interferir lo mínimo en el
tenor de las mues- tras, así como hacerlo de forma explícita y pautada, evitará
orillar o adulterar procedi- mientos, accidentes y partes quizá genuinas o
identificativas. La esencia de las hablas isleñas exterioriza una urdimbre un
tanto abstrusa, mas no arbitraria, lo cual faculta el establecimiento de
marcadores geolingüísticos potenciales, es decir, vocablos y funtivos que
atesoran atributos fonéticos, semánticos y/o gramaticales dialectalizados. Sin
se- cuencias diacrónicas detalladas ni monografías diferenciales para todas las
variedades de la lengua, la prudencia aconseja minimizar el riesgo de
eventuales desapariciones con un rastreo interdialectal tan exhaustivo como
flexible o proclive a sondear también espacios limítrofes al examinado.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales
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III. MÁRGENES ETNOLINGÜÍSTICOS
Desde la segunda mitad del IV
milenio a.n.e., diferentes testimonios egipcios revelan la difícil convivencia
que mantenía el país del Nilo con las tribus libias desplegadas por su frontera
occidental. No obstante, sin necesidad de retroceder hasta un eventual
substrato mechtoide (10000 a.n.e.), que hoy se estima poco significativo en su
composición, excepto para Canarias (Camps 1998: 12-14), cabe admitir la
presencia en la zona de esas poblaciones líbicoamazighes desde el milenio
anterior, por cuanto sus antecedentes
directos o protoamazighes parecen remontarse hasta
algún momento, todavía impreciso,
entre el VIII y el VI milenios3, período en el que se consuma la colonización
capsiense del África septentrional. Y esto por no llevar esas raíces hasta su
núcleo original afrosiático, cuyo foco de expansión sitúan algunos autores, a
partir del 11500 a.n.e., entre el sur de Etiopía y la costa occidental del Mar
Rojo4.
A pesar de las innumerables y
poderosas influencias externas recibidas a lo largo de la historia, esta
milenaria comunidad étnica ha preservado una identidad lingüística distintiva,
donde el conservadurismo y los contrastes priman casi por igual. La amplitud y
diversidad del territorio que han ocupado y por el que se han desplazado desde
aquellos tiempos pretéritos, tanto como la ausencia de una organización
sociopolítica integrada y duradera o el desarrollo esencialmente oral de su
cultura son quizá los factores que más han favorecido una fragmentación
característica. Sin embargo, hasta qué punto la expresión actual de esa lengua,
la tamazight, refleja una estructura gramatical coherente con sus formulaciones
precedentes no constituye todavía un episodio cerrado para la ciencia.
Al margen de condicionantes
sociopolíticos más o menos tenaces, ni esa profundidad histórica de la lengua
ni su dispersión dialectal facilitan un escenario expedito para el avance de la
investigación filológica. Los estudios efectuados hasta ahora muestran un
idioma vertido en la práctica a través de miles de hablas, las cuales pueden
ser agrupadas en torno a una serie de dialectos regionales, cuya definición
certera depende tanto de variables lingüísticas como sociales (Ameur 1990:
23-26). Con todo, tampoco se trata de una atomización mutuamente impenetrable,
aunque a menudo también se otorga a los vectores unitarios un alcance real
excesivo. De la congruencia teórica,
manifiesta por ejemplo
en la arquitectura
fonológica básica, la
organización flexiva, la sintaxis predicativa o la factura del sistema
verbal, hasta la intercomprensión efectiva de los hablantes, restan algunas
distancias muy elocuentes. Tal vez éstas no hayan terminado de instruir
realizaciones divergentes por completo, pero ciertas discontinuidades, no sólo
ligadas a una diversidad léxica muy marcada, ostentan en algún caso una
magnitud y antigüedad insoslayables. En este sentido, diacríticos bastante
acusados separan el conjunto de modalidades noroccidentales del no menos amplio
dominio meridional o tuareg, tan afín en cambio a las variedades más orientales
(con las que parece compartir alguna ascendencia poblacional).
Por lo que respecta a Canarias,
ese heterogéneo panorama geolingüístico, entreverado de correlaciones y
discordancias, apenas presenta una reducción de su escala, porque algo de esa
unidad diversa también da el salto hasta el Archipiélago. A grandes rasgos, el
diseño vendría determinado por la convivencia insular de esos dos flujos
cardinales, aunque bajo un predominio claro y generalizado del estrato tuareg.
El problema estriba en que esta diferenciación importada debió de generar una dialectización
añadida, fruto de la coexistencia isleña de estas hablas durante unos mil
quinientos o dos mil años, depende del momento en el que se completara este
poblamiento amazighe de las Islas, abierto a mediados del primer milenio a.n.e.
y, con cierta probablidad, ultimado en sus ingredientes mayores alrededor del
tránsito a la Era. Mas
la introducción de esclavos moriscos (amazighes arabizados) durante la
colonización europea, que en su rama ibérica portaba a su vez un bagaje
cultural romanandalusí de fuerte impronta amazighe, obliga a considerar
acotaciones específicas para ese proceso.
Sin plantear una correspondencia
mecánica entre resultados lingüísticos y genéticos, pues la adquisición de un
idioma por el ser humano no forma parte de su herencia biológica, llama la
atención cierta coincidencia en algunos aspectos. Conforme a los análisis de
ADN mitocondrial practicados sobre restos de la antigua población isleña, el
subhaplogrupo amazighe (U6) figuraba representado en el Archipiélago a través
de tres sublinajes: por un lado, el antiguo y ubicuo U6a-U6a1, presente desde
Canarias hasta el Próximo Oriente, Etiopía o Kenia; de otra parte, dos
variedades aún vigentes en la población insular, U6b1 y U6c1, cuya estancia
continental se desconoce con exactitud, aunque se localizan antecedentes
filogenéticos inmediatos (U6b y U6c) tanto en Marruecos, norte de Argelia y
Túnez como, sobre todo para el U6b, en ámbitos más me ridionales e incluso
sahelianos5. Un acervo de registros que cada día ofrece concomitancias más
estrechas con la caracterización dialectal delineada aquí.
Salvo en el plano teórico, nada
en la información disponible eleva las segregaciones isleñas a la condición de
conjunto diatópico unificado e independiente, pero mucho menos a la categoría de
arcaico eslabón exento dentro del dilatado mundo afrosiático. Por lo demás, en
la elucidación de esos frescos insulares, no pueden pasar inadvertidos algunos
indicios etnolingüísticos particulares que, sin certificar conclusiones
categóricas, insisten en horizontes interpretativos bastante lógicos. Atributos
que, en unos casos, matizan la genérica filiación tuareg que atraviesa la
personalidad del Archipiélago y, en otros, traslucen contribuciones
diferenciales.
Acaso el rostro más concreto de
ese origen continental común se halla en la isla de La Palma. Ya su titulación
nativa, «Benahoare», anuncia el enlace tribal más verosímil. El sintagma wen-ahūwwār, cuya literalidad6 señala el
‘lugar donde (está) el ancestro’, parece remitir al etnónimo huwwâra,
confederación de pueblos amazighes residenciada en Tripolitania y el Fezzán con
anterioridad a la invasión islámica del siglo VII (Ibn Jaldún 1925, I:
275-276). A partir de esa fecha, migran hacia el poniente y se extienden por
toda el África septentrional y meridional, hasta instalarse en enclaves ahora
tan relacionados con el poblamiento lingüístico del Archipiélago como el Hoggar
argelino, que le debe su nombre, el macizo montañoso del Ayr, en el Níger
central, o el Sus marroquí7, entre otros. Una procedencia oriental compatible
con las dataciones y las circunstancias más probables que rodearon la
colonización amazighe de las Islas, además de congruente con buena parte de los
materiales lingüísticos más abundantes en el Archipiélago.
La conjunción con el área tuareg,
sobre todo el triángulo formado por las regiones del Ahaggar (Argelia), Meneka
(Malí) y Ayr (Níger), destaca también en Lanzarote y Fuerteventura. En concreto,
la entidad del habla tăhăggart en esas islas conquista un rango tangible, hasta
el punto de poder aducirse como amalgama de sus poblaciones y
territorios fronterizos.
Eso sugiere su
gentilicio común, «mahorero» o
«maxorata» (también consignado como topónimo de la comarca noroccidental
de Fuerteventura). Bien es verdad que el lexema [M·H·R] brinda en fenicio un
oportuno ‘occidente’, que la tradición fenopúnica pudo deslizar en la cultura
amazighe continental e insular. Pero la explicación más sencilla lleva a ver la
fórmula mahārt o *mazār-t, sin la típica alter- nancia laríngea de la alveolar
etimológica, cambio que prepondera en la tăhăggart, y con el antiguo sufijo
dental, -(a)t, como indicador habitual de patronímicos y etnónimos (Marcy 1929:
31). Así, estos ‘hijos de la comarca o país natal’, lectura que además con-
cuerda con el contexto dialectal, nos conducen otra vez hasta la cepa huwwâra.
El mismo adjetivo cromático,
«terog», que figura en el nesónimo nativo de Lanzarote, «Tyterogaka» o *Ti-tərūghăy-akk-(t),
‘toda amarilla o cobriza’, exhibe la inconfundible metátesis (W·R·Gh = R·W·Gh)
que aplican sólo algunas hablas de la familia tuareg. En cambio, pese a que se
ha generalizado el hábito de llamar «majos» a los antiguos habitantes de esa isla,
ni estamos ante un gentilicio ni los zapatos de cuero (maho), con clara dicción
tăhăggart, dieron algún contenido al concepto. Aparte de las proximi dades y
torsiones formales, el error debió de venir motivado también por el uso
cotidiano del término «maxio» o «mago» en el tratamiento de las personas, pues
esta noción del ‘alma’ alude por igual a las cualidades espiritual y corpórea
del ser humano (Reyes 2004: 106-107).
Desde el siglo IV, fuentes
latinas dan el nombre de «Caprarienses» a unos mon- tes y una tribu adyacente
que emplazan en Argelia, entre la provincia de Constantina y el Atlas sahariano
(Desanges 1962: 43, 49-50 y 1992: 1.756). Muy cerca se extiende la región del
Mzab o Aghlan, nominación amazighe que evoca de inmediato la designación herreña
de su comarca suroccidental, el Julan o Julán, cuyo valioso patrimonio
arqueológico atestigua la enjundia que ganó en el pasado. Ayuda a centrar esa
posible analogía que la descripción de Plinio el Viejo (VI, XXXII, 204)
contemple una isla «Capraria» repleta de lagartos de gran tamaño. Sin embargo,
también aquí el vínculo tuareg alcanza
una proyección capital, visible
incluso en su denominación insular:
«Esero», «Ezero», «Écerro»,
«Eccero» o, en notación etimológica, *Ēźărūh, depara en la tăhăggart esa
magnífica ‘muralla rocosa vertical’ que articula la efigie geomorfológica de El
Hierro.
Aunque una temprana y profunda
arabización vuelva casi impracticable la comparación lingüística, el arribo de
la tribu rifeña de los ghomâra a la isla de La Gomera se impone como una
hipótesis muy razonable. Más allá de la innegable equivalencia formal entre
ambas voces, el
etnónimo «Ghummart» (Ibn
Jaldún 1968, II:
680) o *Ghumārt, con metátesis de
los dos primeros radicales (Gh·M = M·Gh) como sucede todavía en el Níger
occidental y la comarca de Meneka (Malí), tolera en su traducción a los ‘hijos
de el Grande’. El impresionante Valle (del) Gran Rey, desplegado al suroeste de
la Isla, invita
a creer que este epónimo no fue nunca olvidado a pesar del éxodo atlántico.
Pero, según la tradición
continental, el pueblo ghomâra se considera descendiente de grupos amazighes
venidos del Sus, en el sur y sudeste de Marruecos, algo que las concordancias
dialectales no desmienten. Pero sea esto cierto o sólo represente un recuerdo
de la época en la que todo el país, hasta Tánger, recibía el nombre de «Sūs»
(Colin 1929: 46-50), la realidad es que esta referencia nos aloja de lleno en
el otro gran foco emisor de población hacia Canarias. Del Atlas Medio hasta el
Anti-Atlas, las hablas del Marruecos central y el dialecto susí fertilizan un
estimable surtido de afinida- des por todo el Archipiélago.
En Gran Canaria, por ejemplo, se
hace difícil ignorar una posible relación con la tribu de los canarios, que las
fuentes clásicas colocaron en la vertiente suroriental del Atlas Medio y
regiones algo más meridionales de Maruecos. Pero, además, el análisis de este
etnónimo a través de la filología amazighe permite vincular su base de
significación, [K/G·N·R], con la ‘frente (anatómica)’, que en las hablas
nigerianas y malíes acoge también la acepción ‘frente de combate’ o
‘vanguardia’. Justo la dirección en la que apunta un tardío y discutido informe
del naturalista Manuel de Ossuna (ca. 1848, I: 49), que señala el enunciado «país
de los valientes» como traducción del nombre insular «Tamerán». Y el caso es
que este nesónimo, huérfano de cualquier otra confirmación heurística, actúa
todavía como adjetivo en algunas hablas tuareg para designar a la ‘persona
notable o considerable por su poder, nobleza, influencia o riqueza’, así como
para denotar la ‘fuerza, potencia o capacidad de acción’, valores que no sólo
abundan en esa bravura tan apreciada en las sociedades ínsuloamazighes, sino
que hacen pensar inclusive en que sea el verdadero origen del apelativo «gran o
grande» que connota la denominación habitual de esta ínsula.
Por lo que afecta a la isla de
Tenerife, la caracterización etnolingüística no cuenta con pormenores tan
expresivos. Los intentos de relacionar el nesónimo «Achinech(e)» o el
gentilicio «guanche» con la tribu de los zanatas (Muñoz 1994: 239-240) o los
cinitios (Tejera 2004), casi siempre a partir de las tardías deformaciones
gráficas «Chinet» y «Guanchinet» (Núñez de la Peña 1676: 34), albergan demasiadas
incertidumbres filológicas (Reyes 2004: 69 y 101-103). El étimo más ajustado a
las voces nativas correspondientes remitiría a una figura determinante en la
vida insular: Ashenshen (o en su forma primaria *Azenzen) habla de un lugar que
‘zumba, retumba, resuena o vibra’, imagen acústica inspirada en la poco
tranquilizadora actividad de un volcán, el Teide (*Tĕydit, ‘la perra’), colmado
de connotaciones malignas. Pero, aun así, esa dicción postalveolar o incluso
palatalizada (z > š/č) del primer radical permite efectuar alguna conjetura
a propósito de la adscripción geolingüística del vocablo. Concepto presente en
dialectos marroquíes y argelinos, las variantes šenšen o čenčen se registran
tanto en susí como en el habla cabilia de los At Mangellat, ambas con patente
repercusión en la Isla.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
BALANCE DE LINGÜÍSTICA ÍNSULOAMAZIGHE-IV
Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales
POR IGNACIO REYES GARCÍA Doctor en Filología igelliden@gmail.com
VI Congreso de Patrimonio Histórico. Lanzarote, 10-12 de
septiembre de 2008
CONCLUSIONES
Pocos apartados de la etnografía
y la historia de Canarias suscitan tanto interés popular como el patrimonio
lingüístico nativo. Aunque los conocimientos reales que circulan no pueden
considerarse óptimos, se percibe con claridad el papel del lenguaje en la
comprensión de la sociedad humana. Esta certeza elemental, en cambio, no parece
haberse instalado en la historiografía de las Islas, cuyo discurso reserva a la
lengua alusiones muy contadas. Sin embargo, hay que mencionar en su descargo la
pobre aportación de la filología canaria en este ramo. Una ideologización, ora
eurocéntrica ora etnicista, tan impenitente como científicamente estéril
obstruye el progreso normal de unos estudios que, con todo, nos ofrecen ya una
visión bastante solvente del pasado anterior a la ocupación europea.
De lo expuesto hasta ahora, las
siguientes conclusiones tal vez sirvan para dar una orientación más convincente
a esos problemas que permanecen todavía insepultos.
1. La filología ínsuloamazighe,
que despliega su actividad en el marco de la lingüística histórica y
comparativa, incluye las antiguas modalidades de habla isleñas en un análisis
interdialectal de la
lengua tamazight (en
español, amazighe o bereber).
A tal fin, procede a una refinación fonética y
semántica del material conservado, bien en fuentes escritas o por transmisión
oral, para obtener contenidos lexemáticos pertinentes. Esto proporciona, a su
vez, algunos marcadores diferenciales, enunciados con una carga dialectal
específica, los cuales facilitan una caracterización etnolingüística potencial
de aquellas sociedades atlánticas.
2. El antiguo poblamiento lingüístico del Archipiélago se
caracterizó por la convivencia insular de dos flujos dialectales, uno
meridional o tuareg, de honda radicación en todas las Islas, y otro
septentrional, más diverso en su composición y distribución.
3. Los estudios de lingüística histórica ubican sendos focos
norteafricanos de migración amazighe hacia Canarias en: (a) un ámbito oriental,
desde la Constantina
argelina y Tú- nez hasta Tripolitania y el Fezzán; (b) un dominio
noroccidental, de la mitad oeste del norte de Argelia y el Mediterráneo
marroquí al Anti-Atlas.
4. La investigación en genómica histórica ha detectado
antecedentes filogenéticos de las comunidades isleñas entre las poblaciones
amazighes continentales situadas en: Túnez, norte de Argelia, Marruecos y
franja sur del Sahara y el Sahel, áreas que coinciden con los puntos de emisión
o de asentamiento actual de los dialectos llegados a Canarias.
5. Por su origen idiomático, segregada disposición
territorial y evolución autónoma res- pecto de sus oportunas variedades continentales,
se define como «amazighe insular» el conjunto de hablas desarrollado en
Canarias con anterioridad al siglo XVI, fecha de su declive como sistema de
comunicación social dominante.
6. La colonización europea
desarticuló las sociedades nativas e interrumpió su creación cultural, pero la
tradición oral mantuvo vivas muchas de esas manifestaciones y valores mientras
los modos de vida antiguos se conservaron, hasta la penetración del capitalismo
en la producción agraria y la posterior terciarización de la economía, que casi
han cerrado su confinamiento en torno a fórmulas mercantiles y reivindicativas.
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WÖLFEL, Dominik Josef. 1965. Monumenta Linguae Canariae. Die kanarischen sprachdenkmäler. Eine
Studie zur Vor- und Frühgeschichte Weißafrikas. Graz (Austria): Akademische
Druck-u. Verlagsanstalt.
Notas:
1 Ver García-Talavera y Espinel (1989: 91-104), Barrios
(2004: 95-157) y Espinel (2004).
2 Cf. A. Basset
(1946, 1952), Galand (1953, 1960), Prasse (1972) y Ouakrim (1995).
3 Para una caracterización más pormenorizada, ver Onrubia
(2000).
4 En torno a la configuración y difusión de la gran familia
de lenguas afroasiáticas y, dentro de ella, del grupo líbico-amazighe, ver por
ejemplo: Cohen (1947), Greenberg (1966, 1982), Desanges (1983), Behrens
(1986), Diakonoff (1988), Galand (1988), Chaker (1990, 1995), Ehret (1995),
Bomhard (1996) y Militarev (2000).
5 Cf. Pinto et al. (1996), Rando et al. (1998), Rando et al.
(1999), García-Talavera (2000), Maca-Meyer
(2003), Maca-Meyer et al. (2003) y Maca-Meyer et al. (2004).
6 M. Gast (2000: 3.513) advierte, con buen criterio, de la
extensión semántica del concepto ‘ancianidad’ hasta el sentido ‘autoridad’ y
‘soberanía’, que no es posible ceñir en el enunciado isleño.
7 Más información etnohistórica y bibliográfica en Foucauld
(1951, I: 533-534), Lewicki (1971), Camps et al. (1987) y Siraj (1995).
8 La última parte, dedicada a la presencia de esta tribu en
«Égypte et Soudan», viene firmada por P. M. Holt [p. 309].
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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