NACIONALISMO Y RELIGIÓN EN CANARIAS: UNA PRIMERA
APROXIMACIÓN
NATIONALISM
AND RELIGION IN THE CANARY
ISLANDS: A FIRST
APPROXIMATION
Zebensui López Trujillo
Josué David Ramos Martín
RESUMEN
El objetivo de esta comunicación
es presentar el primero de una
serie de trabajos que tienen como
propósito abordar la relación existente entre la religión y el nacionalismo
canario en la actualidad. Más en concreto, nuestro enfoque se centra en
analizar cuál ha sido la participación de la religión (y de las religiones) en
el desarrollo del fenómeno
nacionalista canario y,
de un modo más amplio, de la
construcción de la identidad canaria. Principalmente, analizaremos las
reivindicaciones nacionalistas del clero católico; la creación de la Iglesia
del Pueblo Guanche (grupo neopagano que reivindica la religión indígena); y la
conversión al islam de algunos
nacionalistas como vía de
conexión con el continente africano. La metodología está basada principalmente
en entrevistas orales a los
ABSTRACT
The purpose of this communication is to present
the first of a series of works that aims to address the relationship between
religion and nationalism in the Canaries nowadays. More specifically, our approach is
to analyze what
has been the involvement of religion, or religions, in the development
of the Ca- nary nationalist phenomenon and, more broadly, the construction of
the Canarian identity. We discuss, mainly, the nationalist claims of the
Catholic clergy; the creation of Iglesia del Pueblo Guanche (neopagan group
claiming indigenous religion), and
the conversion to islam of some
nationalists as a way of connection with the African continent. The
methodology is based primarily on
oral interviews of actors in the process, it as well as consultation of bibliographical material,
archival and
Zebensui López Trujillo: Doctorando en fase de Tesis
Doctoral. Universidad de La Laguna, zlopeztrujillo@gmail.com.
Josué David Ramos Martin: Becario del Programa de Ayudas de
Formación del Personal
Investigador, de la Agencia Canaria de Investigación,
Innovación y Sociedad de la Información del Gobierno de Canarias, cofinanciado
por el FSE. Departamento de Prehistoria, Arqueología, Antropología e Historia
Antigua de la Universidad de La Laguna. Campus de Guajara, La Laguna, Tenerife,
jdramos@ull.es
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
protagonistas del proceso, así como en la consulta de
material bibliográfico, archivístico y hemerográfico.
PALABRAS CLAVE: nacionalismo, nación, religión, identidad,
etnicidad, africanismo, Iglesia católica.
periodical.
KEYWORDS:
nationalism, nation, religion, identity, ethnicity, africanism, catholic
Church.
El objetivo de este trabajo es
analizar la relación histórica existente entre religión y nacionalismo canario,
concentrando nuestra atención en el periodo que abarca desde los años sesenta
hasta la actualidad (nacionalismo de segunda
ola). Este interés
por relacionar ambos
fenómenos conduce de forma ineludible al análisis de la
identidad canaria, constituyéndose como un elemento clave al que remiten
continuamente los discursos nacionalistas y religiosos en las islas. Como
anuncia el título de este trabajo, se trata de una primera aproximación inédita
en la historiografía canaria. Si bien, por separado, los estudios acerca del
nacionalismo1 y de religiones en Canarias2 poseen un desarrollo significativo,
la inexistencia de trabajos que analicen conjuntamente ambos fenómenos obliga a
sentar unas bases teóricas y metodológicas que permitan, en primer lugar, analizar
nuestro caso a la luz de los estudios generales y particulares acerca del
nacionalismo y de las religiones, y en segundo lugar, elaborar una explicación
histórica centrada en el caso canario
con herramientas teóricas,
metodológicas y conceptuales
adecuadas. No obstante, el estadio inicial en el que se encuentra nuestra
investigación y el escaso espacio que disponemos no permiten avanzar demasiado
en estos propósitos, obligándonos a plantear más preguntas que respuestas y a
dejar cuestiones abiertas que intentarán ser respondidas en posteriores
publicaciones.
NACIONALISMO Y RELIGIÓN: HISTORIOGRAFÍA Y CONCEPTOS
Muchos autores
coinciden al afirmar que
nacionalismo y nación son conceptos difusos y esquivos. Este
carácter no sólo viene dado por una realidad empírica que presenta numerosos
casos de estudio, a los que no es posible ubicar dentro de un marco
clasificatorio y explicativo único, sino también por el hecho de que lo que
constituye o no una nación es un tema sujeto a debate3. A la hora de comprender
la historiografía del nacionalismo resulta fundamental tener en cuenta los
posicionamientos teóricos existentes, que podemos resumir en cuatro paradigmas:
primordialismo, perennialismo, modernismo y etnosimbolismo, a los que se han
sumado recientemente los estudios poscoloniales y de género. Todos proponen su
propia visión del nacionalismo y de la nación, siendo la diferencia esencial
entre ellos la forma de explicar sus orígenes4.
En nuestro caso, defendemos un
enfoque modernista y constructivista que considera que el nacionalismo es un
fenómeno que surge como efecto de las nuevas relaciones socioeconómicas,
socioculturales y políticas de la modernidad5. Si bien este planteamiento
apenas tiene objetores, incluyendo en este caso a algunos etnosimbolistas, las
diferencias surgen al plantear cómo es construida la nación. En este caso,
rechazamos la premisa instrumentalista de modernistas como Gellner y Hobsbawm
según la cual las naciones son una invención artificial y deliberada de los
nacionalistas6, defendiendo, por el contrario, que son comunidades imaginadas7.
Con este concepto, Anderson incidió en la dimensión subjetiva y cultural que
poseía la nación, al considerarla un imaginario cognitivamente construido por
la comunidad nacional. Esta definición concibe el nacionalismo y la nación no
sólo como fenómenos políticos, sino como constructos socioculturales, al igual
que la religión o el parentesco, lo que permite amplificar el marco de análisis
y abordarlo desde los parámetros de los sujetos8.
En este caso, y teniendo en mente
el análisis del caso canario,
compartimos con los primeros el hecho de que la imaginación de la nación
se produce a partir de la selección, reinterpretación y reconstrucción por parte
del nacionalismo de
diacríticos étnicos previos
como el territorio,
la memoria histórica, la lengua o la religión, entre otros marcadores
culturales. La nación se conforma así como un “artefacto cultural de la
modernidad, un sistema de imaginaciones y representaciones simbólicas colectivas”9.
Teniendo estos aspectos en cuenta, dentro de las numerosas definiciones de
nación que se han enunciado, destacamos la de Núñez Seixas por ser cercana a
nuestros planteamientos: “una nación es una comunidad imaginada, inherentemente
soberana y delimitada territorialmente, integrada por un colectivo de
individuos que se sienten vinculados entre sí a partir de factores muy
variables y dependientes de la coyuntura concreta (desde la voluntad a la
territorialidad o la historia común y el conjunto de características étnico-
culturales relativamente objetivables que podemos denominar etnicidad, es
decir, que definen una conciencia social y política de la diferencia); y que,
sobre todo, consideran que esta comunidad es el sujeto de los derechos políticos
colectivos y, en consecuencia, soberano”10.
Si resulta difícil dar
definiciones precisas de nación y nacionalismo, la complejidad aumenta
para el caso
de religión. Se
trata de un
aspecto controvertido cuya resolución es compleja, debido a que intenta
reducir en un vocablo (dotado de una carga y un significado histórico
concretos) un conjunto de manifestaciones históricamente variables. Las
definiciones de Durkheim o Geertz11, por ejemplo, quienes la definen como la
relación con lo sagrado o como un sistema de símbolos, respectivamente,
resultan problemáticas en nuestro caso, puesto que no coinciden con la que
manejan los actores sociales que son objeto de nuestro estudio. En este
sentido, la comprensión habitual y no académica del término está mediatizada
por el cristianismo y por otras religiones universales, entendiéndose como un
conjunto de creencias y prácticas relativas a un ser(es) superior(es) y/o lo
sobrenatural, y que está acompañada por textos sagrados, instituciones y una
moral determinada. Esta será, pues, la definición de religión que será usada en
este estudio.
No obstante, los historiadores
del nacionalismo, como señalan Hvithamar y
Barker, apenas han
explicitado, con definiciones
delimitadas, lo que entiende por religión, existiendo así una
escasa comprensión acerca de la relación entre ambos fenómenos12. En este
sentido, quizá esta desconexión explique el tibio interés de la historiografía
del nacionalismo por este tema13. Si bien diversos autores han valorado el
papel histórico de la religión en la construcción de los discursos
nacionalistas, apenas se ha explorado a nivel teórico y
comparado, analizando cómo
las identidades religiosas
se relacionan con las identidades nacionales. Esta situación se ha modificado
de forma importante en fechas recientes, debido a una conjunción de factores
entre los que destacan la desintegración del bloque soviético y la nueva
formación de Estados y fronteras que acarreó el impacto de la globalización en
las identidades locales, el resurgimiento de los entonacionalismos y
nacionalismos religiosos (principalmente en el tercer mundo) y la configuración
de la religión como un factor estratégico en la geopolítica internacional14.
Este impulso se ha traducido en una multiplicación de las publicaciones acerca
de este tema, lo que ha favorecido el establecimiento de una serie de
enunciados generalistas así como de tipologías en base a sus semejanzas
históricas, estructurales o discursivas.
En términos generales, y
haciéndonos eco de esta historiografía reciente, la religión (es más correcto
hablar de religiones) se articula de modo diverso con las
identidades nacionales. Hay
nacionalismos que sustituyen, conservan, aíslan, recuperan o
intensifican la religión según sus intereses concretos en
cada momento. Asimismo,
tiene una importante
incidencia sobre el nacionalismo en tres aspectos principales:
suministra referentes simbólicos poderosos, capaces de delimitar las fronteras
e identidades nacionales; proporciona estructuras para la comunicación del
mensaje nacionalista, que permiten a su vez la movilización de la comunidad; y,
finalmente, permite una clara conexión con la memoria y el pasado de la
comunidad, uno de los aspectos centrales del nacionalismo. En este caso, la
religión no siempre
funciona en tanto
que confesión sino
como un dispositivo identitario
que participa activamente en la construcción de identidades nacionales15.
Por ello, muchos
nacionalismos seculares se apoyan en motivos religiosos en la
elaboración de sus mensajes del mismo modo que el nacionalismo puede tomar
elementos estructurales de las religiones tradicionales para afianzar los
mismos16.
Por otra parte, esta relación ha
sido ubicada en tipologías más amplias, todas ellas herederas del modelo de
Hans Kohn, para quien existía un nacionalismo voluntarista (modelo francés y
anglosajón) y un nacionalismo orgánico (modelo alemán y europeo-oriental). Este
patrón ha sido adaptado por los investigadores a las nuevas formas nacionalistas,
encontrando un nacionalismo cívico vs
etnolingüístico (Hobsbawm), territorial
vs étnico (Smith), patriótico vs
étnico (Connor), secular vs religioso (Juergensmeyer), político vs cultural
(Hutchinson), etc. El primero tiene su referente principal en el modelo
nacionalista francés, sustentado en la noción del individuo, de la ciudadanía y
de la universalidad de derechos. Se caracteriza por su carácter cívico,
político, secular, adscriptivo e inclusivo. El segundo, identificado en el
nacionalismo alemán y en los surgidos de la desintegración de los imperios austro-húngaro y
otomano, posee un
carácter étnico, racial, cultural, adquirido y exclusivo que
resalta los rasgos exclusivos de la comunidad nacional. En cualquier caso, este
patrón binario ha sido cuestionado por su carácter reduccionista, pero no
debemos considerar que ambos casos constituyan polos absolutos, sino más bien
límites que definen una relación procesual según la cual un mismo nacionalismo
puede incidir o combinar un componente cívico, étnico o ambos a la vez según
sus necesidades17.
A partir de este esquema,
Kedourie18 estableció en los años
setenta una división tripartita que ha servido como referente para proponer una
versión a la luz de los estudios recientes y de las nuevas manifestaciones
nacionalistas.
Esta tipología estaría formada
por el nacionalismo secular (propio de los nacionalismos cívico-políticos), por
el etnoclericalismo y por el nacionalismo religioso (propios de los
nacionalismos étnicos). No disponemos en este trabajo del suficiente espacio
para profundizar en cada uno de ellos, si bien podemos enumerar sus principales
rasgos.
El modelo del nacionalismo
secular está estrechamente asociado al proceso de secularización, según el cual
la religión pasó a ocupar un nuevo espacio en la sociedad moderna, ajeno a las
decisiones políticas. Esta reubicación fue efecto de la gestación de un
imaginario social que construyó nuevos modos de imaginar la pertenencia. La
ciudadanía, fundamentada en el sujeto individual, pasó a ser el concepto
fundamental de la identidad, trascendiendo otras categorías como el género, la
raza o la religión19. La nación se erigió como el mecanismo que permitía la
cohesión social y que sacralizaba ese imaginario fundamentado en la comunidad
de ciudadanos. La identidad ciudadana (individual) y la identidad nacional
(colectiva) serían sus referentes fundamentales. En este contexto, la identidad
religiosa quedó al margen de las regulaciones estatales, siendo una
prerrogativa privada e individual, pero no fuera de la sociedad, siendo
compatible con la identidad nacional siempre
y cuando no interfiera con el imaginario
secular20. En cualquier
caso, el nacionalismo
secular ofrece un
amplio abanico de ejemplos de relación entre nación y
religión, una diversidad que tiene su causa
en los contextos
históricos en los
que se desarrolla.
Baste con comparar el caso
francés con el estadounidense, por ejemplo, en los que la identidad nacional
puede incluir o no un componente religioso. Esta preeminencia de la nación como
marco supremo de referencia identitaria ha llevado a una importante línea de investigación, que
tiene su prócer en Durkheim, a defender que el nacionalismo
debe ser considerado como una religión ya que proporciona un conjunto de mitos,
ritos, símbolos, creencias y tradiciones nacionales que tienen como función
sacralizar la comunidad de ciudadanos21. El nacionalismo es así concebido como
una religión civil22, política, popular o secular23, una tesis que ha sido duramente
criticada24.
Por su parte, el nacionalismo
étnico, al erigirse sobre las bases étnicas de la comunidad,
concede una función
importante a la
religión al ser un
elemento clave de esas identidades étnicas. Religión y nacionalidad suelen confluir
así en una misma identidad, formando una simbiosis que se manifiesta en estos
dos modelos de forma diferencial.
En primer lugar, el
etnoclericalismo se identifica en países de tradición cristiana en los que la
religión, a través de la acción eclesiástica, opera como aliada del proyecto
nacionalista y en beneficio de la identidad étniconacional25. Esta relación tan
estrecha acarrea la generación de identidades caracterizadas por una potente
imbricación entre nación y religión, de modo que la pertenencia nacional no
estaría fundamentada tanto en la política como en la afiliación a las iglesias
nacionales26, lo que quedaría resumido con la sentencia: “un país, una
religión, una iglesia”27. Estos procesos suelen producirse, además, en
contextos en los que la religión actúa como un elemento delimitador, de
frontera, respecto a otras etnias o naciones y, especialmente, en aquellas sin
Estado, puesto que es la Iglesia, ante la ausencia de un Estado nacional, la
que pasa a defender los intereses nacionales28.
Finalmente, el nacionalismo
religioso se identifica en estados poscoloniales de Asia y África y se
configura como una de las respuestas dadas a los nacionalismos occidentales29.
En este modelo, según Juergensmeyer y otros autores, “la identidad religiosa es
integral al concepto de nación”30, conformándose así una identidad nacional
única y estable sustentada en la cultura indígena31. Rieffer añade que “adopta
el lenguaje religioso y modos de comunicación religiosos, construye sobre la
identidad religiosa de una comunidad, se encubre en sí mismo en la religión y
cuenta con la asistencia de líderes e instituciones religiosas para promover su
causa”32. Así, la sociedad es religiosa y política y, por tanto, requiere
soluciones religiosas y políticas. Se trata de un “nuevo desarrollo en la historia
del nacionalismo”33 caracterizado por el rechazo a los modelos occidentales y
por el retorno a las raíces histórico-religiosas de la nación, las cuales son
etnificadas y nacionalizadas34. Se
produce, por tanto,
la utilización por parte de una elite política de símbolos religiosos de
la etnia que pasan a adquirir significados políticos. Por esta circunstancia,
el pasado es fundamental para los nacionalistas religiosos o revivalistas, al ser un depósito de referentes
que permiten conectar el presente de la nación con su pasado, habilitando así
su sacralización35. Por tanto, estos nacionalismos sólo pueden triunfar si los
sentimientos étnico-religiosos son politizados en el marco de sus propias
tradiciones, de forma que “el nacionalista descubre que existen límites claros
para el modo como la nación elegida por él o ella puede reconstruirse”36.
Nacionalismo y religión funcionan así como potentes marcadores identitarios,
especialmente en tiempos de crisis política y existencial de la comunidad o
cuando esta se siente amenazada37.
Si bien este modelo es recurrente
en los estados poscoloniales, en Occidente
diversos movimientos revivalistas recuperan
las antiguas religiones étnicas
como una forma de reivindicación de sus identidades ancestrales. Denominados
neopaganismos o paganismos étnicos representan un fenómeno de reivindicación de
lo local muy potente que conecta con su memoria ancestral. Para ello llevan a
cabo una selección, reinterpretación y resignificación del pasado primordial
con la finalidad de encontrar los elementos auténticos de la comunidad étnica,
separando así lo local de lo foráneo, lo natural de lo añadido. Pretenden así
reunificar los aspectos distintivos de la nación volviendo al origen,
idealizado, de la nación. Su importancia en el marco de este proceso es
significativa, debido a que están contribuyendo al desarrollo de identidades
étnicas, especialmente en Europa.
En definitiva, tener presente
esta historiografía permite explicar el caso canario desde enfoques que
destaquen la complejidad de la relación entre los fenómenos estudiados.
De hecho, vemos
cómo existen en
las islas nacionalismos que
reivindican y construyen desde diferentes perspectivas la nacionalidad canaria.
En este caso, algunos autores han distinguido, a la luz del modelo indicado, un
nacionalismo cívico y otro étnico. El primero, encarnado principalmente por el
nacionalismo conservador, defiende un autonomismo de carácter europeísta y cuya
mirada al pasado es fundamentalmente patrimonial y folclórica. El segundo,
representado por el independentismo de corte africanista e indigenista, y
construye un nacionalismo con un fuerte contenido étnico, vinculado al pasado
indígena. Pese a que en ambos modelos (que deben considerarse, como
adelantamos, desde una perspectiva procesual y no dicotómica) la religión no ha
tenido un excesivo peso en la conformación de sus planteamientos, veremos cómo
existe una significativa
diversidad en cómo
la religión se relaciona con ellos38. El propósito de las siguientes
páginas es abordar dicha relación.
IGLESIA CATÓLICA Y NACIONALISMO CANARIO
La Iglesia católica en Canarias,
al igual que en el resto del Estado, llegó a las puertas del proceso político
de la transición en una posición mayoritariamente receptiva y preparada para
participar activamente de un cambio pacífico de las estructuras socio-políticas
del Estado español. Ante el nuevo panorama, las estructuras de la Iglesia,
desde los grupos parroquiales a las altas instancias, iniciaron un proceso de
convergencia en la necesidad de reformar el modelo de relación que se había
mantenido con el Estado desde el Concordato de 1953, lo que supuso que el
modelo nacional-católico comenzara a verse con distancia crítica y que se
produjera un acercamiento progresivo hacia la aplicación de los acuerdos del
Vaticano II. No obstante, este apoyo mayoritario a la apertura democrática no
estuvo libre de tensiones internas debido a la diversidad de posiciones que
convivían en su seno. Frente a los que abogaban por una transición “reformista”
que mantuviera de alguna manera ciertos lazos de conexión con el modelo
anterior, se posicionaban los que pretendían una ruptura con el franquismo y un
avance hacia transformaciones más
profundas en el
terreno social, político
y nacional. Esta disyuntiva alcanzó tanto el plano estrictamente
religioso como el de las autoridades civiles, que veían con temor que ciertos
sectores de la Iglesia rompieran la connivencia anterior y ocuparan una
posición crítica frente al régimen39.
En el
caso canario, y
a falta de
estudios más concretos,
podemos identificar un proceso similar de enfrentamientos con relación
al papel que debía ocupar la Iglesia ante el proceso de la transición, aunque
en las islas este fenómeno vino acompañado además por un componente de tipo
nacionalista, como también se dio en otras partes del Estado. En algunos de
estos casos incluso este vínculo se había estrechado desde etapas anteriores,
siendo el País Vasco el caso más representativo. Por el contrario, en el
archipiélago la relación entre ambos se había construido más tardíamente,
aunque, como veremos, las
comunidades cristianas de
base tuvieron un papel muy activo en el desarrollo del
nacionalismo canario en el último cuarto del siglo XX.
De esta manera, la relación entre
catolicismo y nacionalismo canario se empezó a dejar sentir con claridad a
partir de la primera mitad de la década de los años setenta, cuando arrancaron
los estudios socio-pastorales de las dos diócesis canarias, dejando al
descubierto las diferencias y tensiones internas que existían entre diversos
sectores de la Iglesia ante las transformaciones de la transición. El caso más
visible de este enfrentamiento y la primera evidencia de la influencia que iba
a tener el nacionalismo canario en el proceso se produjo el diez de mayo de
1975 cuando el gobernador civil de Las Palmas de Gran Canaria prohibió la
celebración de la Asamblea Diocesana de Canarias, que iba a estar presidida por
el propio obispo Infantes Florido40.
La causa principal de esta
suspensión fue el polémico estudio pastoral de la Diócesis canariensis. El
documento base hacía un repaso crítico de la situación social, política,
económica y cultural del archipiélago, haciendo además un recorrido por la
historia de las islas en el que se trasluce tímidamente la influencia que el
nacionalismo comenzaba a tener entre los grupos católicos más progresistas, con
la introducción de una serie de elementos extraídos de su cuerpo argumental.
Éste fue uno de los temas que más ampollas levantó entre los grupos
conservadores y reaccionarios tanto dentro como fuera de la Iglesia.
El documento definía a Canarias
como un “pueblo colonial” formado por un “conglomerado de aborígenes,
africanos, portugueses, españoles, malteses, flamencos, franceses, ingleses,
indios y nórdicos”, y se vanagloriaba de “la resistencia del pueblo canario
contra los conquistadores castellanos”41. Ante
tales afirmaciones, calificadas por
el aparato del
régimen de “separatistas y
antinacionales”, se intentó poner freno a un proceso que había arrancado tiempo
antes y que, a pesar de la prohibición de la Asamblea Diocesana y la supresión
del documento base de los párrafos “inadmisibles”, se desarrolló
a lo largo
de todo el
proceso de la
transición y hasta
la actualidad en diferentes etapas.
El nacionalismo
canario de segunda ola resurgió, como hemos
visto, a mediados de los años sesenta, aunque no fue hasta la segunda
mitad del siglo XX cuando tuvo un
desarrollo exponencial hasta convertirse en un componente esencial
de la realidad
política, social y
cultural del archipiélago. Una
de sus corrientes principales fue el independentismo africanista, capitaneado
desde su exilio argelino por el abogado Antonio Cubillo. Desde un primer
momento Cubillo mostró su interés por los movimientos que se estaban dando en
torno a la Iglesia en Canarias y vio con
simpatía la introducción tímida
de posturas y
planteamientos nacionalistas entre ciertos sectores de la comunidad
religiosa. Cubillo sabía que la Iglesia representaba un poder fáctico en la
sociedad y que acercarse a sectores católicos sensibles al mensaje nacionalista
podía ser un recurso estratégico a tener en cuenta. Durante el período de
“propaganda armada”, desarrollado entre noviembre de 1976 y la segunda mitad de
1978, el líder independentista anunció un cese de las acciones de violencia
política durante la Semana Santa,
con el objetivo,
afirmaba, de respetar
las creencias religiosas de
los canarios: “No
olviden que en
esta semana de
Pascuas debido a que muchos compatriotas celebran sus festividades
religiosas debemos respetarlas”42. Este fragmento da idea, por una parte, del
interés que Cubillo había puesto en mantener buenas relaciones con estos grupos
cristianos, y por otra, cómo en cierta medida se comenzaba a superar la vieja visión
de la Iglesia como colaboracionista del régimen y se abría otra perspectiva en
la que esta se subía definitivamente al carro de las libertades43.
Pero la labor y compromiso del
MPAIAC con las reivindicaciones de estos grupos católicos no se limitó a
arengar a su favor a través de la Voz de Canarias libre,
sino que incluso
llegó a mover
ficha en el proceso,
estableciendo contactos con el arzobispado de Argel, con la intención de que
este intercediera ante la Santa Sede a favor de la independencia de las dos diócesis
canarias de la Archidiócesis de Sevilla. No obstante, esta posición le
costó una serie
de enfrentamientos internos
con algunos miembros
del movimiento, que no
veían con buenos
ojos este tipo
de negociaciones:
“Aquellos presuntos
marxistas-leninistas querían entablar negociaciones con la Santa Sede (...)
para que, presumiblemente, los nuevos obispos canarios tuvieran más
autonomía y permitieran
un mejor trabajo
a los curas nacionalistas”44.
A falta de trabajos que analicen
el proceso de una manera más amplia, sabemos que estos grupos de católicos
canarios fueron tomando posiciones, agrupándose y creciendo a lo largo de los
primeros años de la transición, de tal manera que su dimensión llegó a confluir
en coordinadoras primero insulares y más adelante en una coordinadora
interinsular.
La confluencia de estos grupos
diversos tuvo su primera manifestación destacada en junio de 1978 en Gran
Canaria, donde tuvo lugar el primer encuentro de grupos de cristianos de base
bajo el título de El Achamán, nombre que acabará tomando definitivamente la
coordinadora interinsular. A imitación de la coordinadora de movimientos que ya
existía en Tenerife, este primer encuentro se saldó con el acuerdo de crear una
para Gran Canaria e iniciar la coordinación entre ambas, lo que acabará por
conformar un espacio de relación de carácter interinsular45. A partir de este
momento, y hasta finales de los años noventa, El Achamán se convirtió en el
nexo de unión entre diversos grupos cristianos que desarrollaban su actividad
en diferentes sectores y puntos del archipiélago. Tras estos primeros momentos
de tanteo, El Achamán, definido ya como una “coordinadora de grupos,
movimientos y comunidades cristianas de Canarias”, comenzó a organizar su
funciona- miento a través de asambleas de zona, insulares y la gran asamblea
anual interinsular, con sus respectivas asambleas hermanentes de
representantes46.
Las líneas básicas de su programa
de acción común se pueden resumir en una apuesta clara hacia una perspectiva
militante de la fe desde la Teología de la Liberación, que se declara en el
encuentro interinsular de 1979, produciendo la primera salida de grupos y
personas de la coordinadora. Por otra parte, identificamos un discurso difuso
sobre la canariedad, que entremezcla fórmulas nacionalistas con otras meramente
regionalistas, identitarias o folclóricas, que convierten la canariedad en un
elemento ambiguo, muy amplio, que sirve como nexo de unión entre todas las
comunidades cristianas de las islas y que marca los límites de sus programas de
acción, entendiendo a Canarias como el sujeto principal de su actividad, pero
que deja para otros espacios al margen de la coordinadora otras posiciones más
“comprometidas”47.
En este sentido, hay que entender
que este proceso camina a la par que el desarrollo del mensaje nacionalista y
su socialización, en un momento álgido de estos posicionamientos en las islas,
por lo que no es de extrañar que se adopten algunos de sus principios, aunque
estos sean reelaborados y matizados. Sirva como ejemplo más visual de la
influencia que tuvo del nacionalismo canario, y más concretamente del renovado
discurso indigenista, la propia denominación de la coordinadora como El
Achamán, que era “una de las palabras con la que los guanches de Tenerife
invocaban a su dios”48. De esta
manera, la referencia
a lo canario
será una constante siempre presente e indisociable del
movimiento y proyectada de manera creciente en la medida que aumenta en el
panorama político canario las posiciones nacionalistas49. Y en tercer lugar,
una posición política a favor de la “unidad de la izquierda” también muy
ambigua y que, como en el caso de la
canariedad, se manifiesta
y se concreta más
individualmente en cada grupo o
persona.
Al margen de esta labor en el
seno del catolicismo en las islas, una parte importante de los militantes cristianos
pasaron a engrosar las filas de diferentes agrupaciones sociales y políticas,
introduciéndose de lleno en el proceso de la transición, ya fuera a través de
su participación en sindicatos, partidos políticos o colectivos diversos:
“estábamos insertos en plataformas populares, sindicales, políticas,
culturales, sociales…”50. Algunos ya venían de ocupar espacios políticos en la
clandestinidad, pero otros dieron el salto a la actividad política desde su
participación en las comunidades cristianas. En algunos casos las derivas de
militantes cristianos hacia otros espacios de la acción política y social
dieron un impulso considerable a algunos sindicatos y partidos políticos,
principalmente dentro de la maraña de organizaciones nacionalistas de izquierda.
Este es el caso de la aparición y lanzamiento de un buen número de partidos
políticos nacionalistas de izquierda a lo largo de la década de los ochenta, en
un fenómeno poco estudiado pero en el que destaca sin duda el protagonismo de
estos elementos en las filas del nacionalismo canario (CANC, AM, UPC...)51.
Posiblemente esta ramificación de
los elementos cristianos hacia esta amalgama de propuestas
partidistas, la desmovilización creciente sufrida por los movimientos sociales
a medida que nos alejamos del epicentro de la transición y
el periodo de
reestructuración sufrido por
el nacionalismo canario en los
años noventa, sean algunas
de las causas principales
del desmantelamiento
paulatino del movimiento
de cristianos de
base en
Canarias, con la desaparición
progresiva de grupos y en consecuencia de la propia coordinadora a finales de
los años 90.
A pesar de la desaparición de El
Achamán, los grupos supervivientes han seguido trabajando en diferentes líneas
de actuación, algunas nuevas y otras heredadas de la etapa anterior pero sin
apenas confluir entre ellas. Con la renuncia del obispo Ramón Echarren en
noviembre de 2003 y ante la previsión
del nombramiento de un nuevo
obispo para la
Diócesis de Canarias, comenzó a
despuntar tímidamente algunos grupos de religiosos y seglares en
algunas comunidades parroquiales
de Gran Canaria. Bajo
el argumental de que la Iglesia en Canarias sólo había tenido dos
obispos isleños en sus
seis siglos de
historia, y reforzado
por el reciente
nombramiento del palmero Bernardo
Álvarez para la Diócesis nivariense, este sector, concentrado en torno a un
grupo de sacerdotes, inició una campaña a favor de un obispo canario,
convencidos de que “los obispos y el clero peninsular destinado aquí, no
conecta con la realidad de las islas”52. A esta reivindicación se sumarán tanto
muestras de rechazo como de apoyo desde el espacio político53.
Esta reclamación vendrá
acompañada de todo un corpus de peticiones relacionadas con el desarrollo de la
actividad de la Iglesia en Canarias, que daban continuidad de alguna manera,
aunque con algunas diferencias sustanciales, a las aspiraciones desarrolladas
por los grupos cristianos anteriores. Sin embargo, estamos ante un nuevo posicionamiento
que, lejos de mantener la línea difusa de la canariedad que sostenía El
Achamán, presenta un marcado nacionalismo que no oculta sus aspiraciones
independentistas.
Esta vertiente “nacional” se
presenta en varios frentes que confluyen todos
en la construcción
de una “Iglesia
canaria”, tanto en
sus formas organizativas, a
través de la creación de la archidiócesis canaria, como en su manifestación
pública, adaptando la liturgia, el lenguaje, los símbolos, etc. a las
costumbres tradicionales de los isleños54.
No obstante, al margen de que el
mensaje nacionalista lo atraviesa todo, convirtiéndolo en el eje central de su
cuerpo argumental, teórico y programático, también se introducen otros
elementos procedentes del ideario de la Teología de la Liberación, que aparecía
en el movimiento cristiano canario anterior. Bajo las posiciones de la
liberación hacen una dura crítica al “oficialismo paralizante” de la Iglesia
más institucional, sacramentalista y elitista, defendiendo, por el contrario, una
iglesia de base comprometida “con la libertad y dignidad del ser humano” a
través del “seguimiento del evangelio con una visión abierta a todos,
trascendente, sin distinciones de sexo, raza, tendencia sexual o religión, para
la liberación de las personas y los pueblos”55.
Recientemente, este grupo ha
tomado un nuevo impulso tras el fallecimiento
de uno de sus miembros
más destacados, el
sacerdote Francisco Pérez Bello
(Paco Bello). Tras
su muerte el
grupo ha experimentado un crecimiento
sustancial y una mayor filtración en el tejido vecinal, que ha tomado forma
definitiva en la creación de la Asociación “Paco Bello somos todos”, presentada
el mes de julio de 2010 en Gran Canaria, y que pretende dar soporte orgánico a
un nuevo proyecto cristiano de base con un marcado carácter nacionalista.
AFRICANISMO, NACIONALISMO Y RELIGIÓN: DOS MODELOS
Durante el periodo que
estudiamos, se elaboró un discurso histórico más sólido acerca del pasado más
remoto de los canarios. Un proceso del que participan investigadores
universitarios, nacionalistas y la sociedad en general, y que tuvo como efecto
la construcción de una identidad étnica que tiene en el pasado indígena su
referente central 56. El guanchese convirtió en el canario arquetípico, depositario
de la esencia primordial de la canariedad, convirtiéndose en la piedra angular
sobre la que descansa el guanchismo57. Esta
doctrina constituyó el
aparato ideológico central
de una estrategia política y diplomática
desarrollada por Antonio Cubillo en el marco del proceso de descolonización e
independencia de los países africanos58.
Esta ideología africanista e
indigenista implicaba que los canarios eran un pueblo de
origen autóctono, africano,
bereber, unido a
África desde el pasado más remoto y que reclamaba su
retorno al lugar que le pertenecía. Asimismo, defendía la continuidad y
pervivencia étnica guanche, lo que permitía
conectar la situación
contemporánea con la de ese
pasado primordial. Esto convertía a los antiguos canarios, en una
dimensión nunca antes formulada, en actores sociales del presente, portadores
de toda una serie de derechos incuestionables que conducían a un destino
político evidente.
La Iglesia del Pueblo Guanche: etnicidad, identidad y
religión
En este
proceso de identificación con
el pasado indígena,
se había insistido en la
continuidad de rasgos raciales, culturales, lingüísticos o genéticos respecto a
la población guanche, pero la religión no había sido considerada un elemento
con el que identificarse. No obstante, esta situación cambió a partir de los
años 80. Una de las causas fue el aumento de la información al respecto,
sintetizada por los investigadores universitarios59, pero sobre todo por el
impacto que tuvo el redescubrimiento de la obra de Bethencourt Alfonso, en la
que se exponía la supervivencia de prácticas y creencias religiosas indígenas
entre los campesinos canarios. A partir de entonces, escritores nacionalistas
como Pablo Quintana o Hermógenes Afonso, entre otros, ensalzaron la
religiosidad indígena, destacando esas pervivencias, al mismo tiempo que
valoraron la evangelización de los antiguos canarios como una estrategia
colonial60.
Desde nuestra perspectiva, este
proceso alcanza un desarrollo inaudito desde principios del nuevo siglo con la
denominada Iglesia del Pueblo Guanche (IPG). Este movimiento se ha consolidado
como una alternativa religioso-espiritual que expresa a través de la religión
su identificación con el pasado indígena.
Según sus postulados,
su objetivo es
“rescatar y actualizar la
religión de nuestros ancestros”, adaptándola a las necesidades del canario
actual, con el fin de alcanzar la regeneración moral, religiosa, espiritual y
material de la matria o nación canaria.
En un trabajo anterior61 realizamos una descripción y caracterización
de la IPG, planteando
que debía ser
analizada como un
nuevo movimiento religioso62 y, más en concreto, como un paganismo étnico
o neopaganismo que, como en otros lugares, surgen como una forma de
reivindicación de los valores
religiosos primordiales de
la comunidad étnica
en un contexto marcado por la globalización. No
obstante, al igual que otros neopaganismos, la IPG no sólo mira al pasado, puesto
que también desarrolla un fuerte componente espiritual, centrado en el culto a
la fertilidad, a la naturaleza y, en especial, a la Diosa madre universal
(Chaxiraxi). De este modo, se configura como una espiritualidad que persigue la
regeneración de la humanidad a través de la Diosa, pero que también mira al
pasado como un medio de reivindicación identitaria. Esta ambivalencia entre lo
local y lo global, entre lo canario y lo universal, constituye una de sus
características más controvertidas así como la causa de sus tensiones
internas63. En tal sentido, creemos que la IPG debe ser entendida como un
proceso en el que confluyen diferentes discursos acerca de la ancestralidad y
de la etnicidad, es decir, distintas identidades que toman al guanche como su
referente pero que lo modelan según sus propios parámetros e intereses. Así,
distinguimos el discurso espiritualista (centrado en los aspectos religiosos y
espirituales), el etnicista (que resalta su conexión con el pasado precolonial,
normalmente a través de la exhibición de sus elementos materiales) y el
político (que interpreta la IPG como un canal de comunicación de sus posturas
naciona- listas e independentistas). Pese a que el mensaje oficial de la IPG
resalta el primero, lo cierto es que los otros dos, muy entrelazados por su
carácter nacionalista, son los que dominan sus manifestaciones rituales.
En tal sentido, creemos que la
IPG adquiere pleno significado al ser analizada como un fenómeno asociado a la
construcción de las identidades étnicas y nacionales y que puede ser incluida
dentro de los tipos de relación que vimos para el caso de los
etnonacionalismos. Además, resulta un hecho fundamental que, por primera vez en
Canarias, un movimiento indigenista y nacionalista cuestiona de manera tan
clara la evangelización de los indígenas debido a que, junto con la conquista
militar, acabó por apartar a la comunidad étnico-nacional de sus fundamentos
primordiales. En consecuencia, este decidido retorno, discursivo y simbólico al
pasado indígena, ha de incluir la religión al ser un elemento consustancial de
su identidad étnica original.
Islam y nacionalismo canario
Establecer una
conexión entre islam
y nacionalismo canario
puede resultar chocante, debido
a que
el islam en Canarias
ha estado siempre asociado a la extranjería y a la inmigración.
Ser musulmán en las islas otorgaba
al individuo la
etiqueta de extranjero,
de modo que
su naturalización, normalmente a través del matrimonio, implicaba el
abandono oficial del islam. Ya en el periodo democrático, este imaginario que
vincula lo musulmán con el otro, a pesar de la existencia de un marco legal que
ampara la libertad religiosa, se ha mantenido a través del fenómeno de la
inmigración64. No obstante,
la conexión entre
islam e identidad
canaria existe, y es especialmente importante en las segundas y terceras
generaciones de inmigrantes, así como en el caso de los conversos. En este
sentido, las conversiones al islam de canarios es un fenómeno significativo que
se encuentra en progresivo aumento y consolidación, un proceso que está
configurando una nueva identidad que fusiona la canariedad con el islam dejando
a un lado esos estereotipos asociados a la extranjería. El ejemplo más
sobresaliente de este proceso lo encontramos en el Centro Cultural Islámico Canario (CCICAN),
que cuenta con una mezquita en Las Palmas de Gran Canaria65.
Un caso extraordinario en lo que
respecta a estos conversos es el que está protagonizado por
los nacionalistas. En
este caso, la
vinculación del nacionalismo
canario con el islam ha de comprenderse dentro del discurso africanista
construido durante el nacionalismo de segunda ola. Este proceso implicó, como
vimos, relacionar histórica, cultural e incluso genéticamente a los canarios
con la etnia bereber y edificar una relación con el continente que iba más allá
de la geografía. Dicho acercamiento implicó, para algunos nacionalistas,
interesarse por las culturas y sociedades del norte de África, especialmente
bereberes, para buscar allí elementos comunes a los existentes en Canarias.
Pero, además, conllevaba, de un modo u otro, conocer el islam, al ser la fe
mayoritaria en el norte de África.
En este contexto, algunos
canarios, en su mayoría nacionalistas, trasladaron su residencia temporal o
definitivamente al Magreb, interesándose algunos de ellos por la religión
islámica. No obstante, tanto en los círculos
nacionalistas que hemos
frecuentado como entre
los grupos musulmanes canarios,
este tema aparece como una nebulosa, cuando no como un tema tabú que los
informantes tienden a evitar, advirtiéndonos de que se trata de un tema
delicado en su tratamiento. Esta circunstancia ha generado enormes dificultades
para localizar a los protagonistas de este proceso, o incluso a individuos que
conocieran el mismo sin haber participa- do de él. No obstante, podemos
presentar una serie de datos preliminares.
A priori, la elección del islam
como una religión que pudiera integrarse en los discursos identitarios
nacionalistas en Canarias estuvo muy reforzada por el africanismo y por las
redes sociales y estratégicas que éste generó. Este aspecto ha sido confirmado
por algunos informantes, quienes nos han planteado que esos procesos de
conversión deben mucho al africanismo. Asimismo, el islam permitía construir un
referente religioso para los canarios que creara una diferencia y una frontera
respecto al catolicismo español. En cualquier caso, a partir de los datos
exiguos de que disponemos, vemos que la conversión se revela como un proceso de
interpretación y búsqueda individual, es decir, no existe un proyecto de grupo
dentro del nacionalismo canario que la hubiera fomentado. Debido a esta
individualidad, las causas de la misma
han de ser
diferentes. En tal
sentido, los motivos
de la conversión al islam de los
canarios (nacionalistas y no nacionalistas) son muy diversos: opción
espiritual, búsqueda intelectual, matrimonio, interés estratégico, relaciones
familiares, etc., no pudiendo establecer una relación causal general.
Por otra parte, constituye un
aspecto controvertido para el análisis de nuestro caso el hecho de que el islam
es, en teoría, una religión incompatible con el nacionalismo. La comunidad
musulmana (umma) es toda aquella que abraza el islam, siendo los límites
nacionales una barrera a ese proyecto universal. Este aspecto ha sido
confirmado por algunos conversos que, sorprendidos, preguntaban cómo era
posible que un nacionalista se pudiera haber interesado por una fe como el
islam. Esto nos llevó a preguntarnos dónde debía ubicarse la conversión dentro
del proceso de construcción de la identidad nacionalista, es decir, qué efectos
tenía dicha conversión en el imaginario nacionalista. En este caso, el estudio
de las narrativas ha de resultar fundamental, puesto que cada caso proporciona
evidencias diferenciales, un proyecto del que carecemos de datos suficientes
como para plantear explicaciones más sólidas.
No obstante, merece la pena
destacar un caso. Se trata de J. M. H., quien desarrolló su actividad política
en Solidaridad Canaria. El informante explica que era un nacionalista
convencido con una clara conciencia anti-española, anti-colonial, africanista
e indigenista. Sin embargo,
a medida que estas posiciones personales entran en
contradicción para nuestro informante, es entonces cuando, partiendo de un bagaje
religioso previo que él califica de agnóstico,
inicia una búsqueda
espiritual e intelectual
que le lleva
a interesarse por el islam. El sujeto cuenta que ese interés fue casual,
si bien sugiere que el africanismo pudo tener cierto peso. Pero, por otro lado,
resulta significativo el hecho de que eligiera el islam como un nuevo sistema
de creencias, totalmente contrario
al nacionalismo, precisamente, por
el mensaje teórico universalista que sugiere. El sujeto, viendo que su
cosmovisión entró en crisis, fundamentada en la defensa de la exclusividad de
la nación canaria, opta por otra cosmovisión, esta vez religiosa, que es
totalmente contraria, al menos desde el plano de la teoría, a cualquier causa
nacionalista.
CONCLUSIONES
Visto este somero repaso en la
relación entre religión y nacionalismo canario, debemos interrogarnos acerca de
por qué la identidad religiosa no parece haber sido un elemento importante en
los discursos políticos nacionalistas. Si bien no podemos dar una respuesta
rotunda a esta cuestión, podemos establecer unas conclusiones preliminares. En
primer lugar, hay que plantear la
dificultad que existe
de crear diferencia
a través de la
religión. No ha constituido un recurso atractivo, especialmente a la hora de
diferenciarse de España. El catolicismo ha sido una realidad religiosa y
cultural no cuestionada en Canarias, respetada por el nacionalismo, pero nunca
fue un elemento que fuera susceptible de movilización para él. Asimismo, es
importante la ausencia de referentes sólidos en el pasado con los que
vincularse. Hemos visto los ejemplos de la IPG y del islam, pero su impacto es
minoritario en el conjunto del proceso.
En segundo lugar, el modelo
nacionalista y político en Canarias, fuese del modelo que fuese, y aunque
reivindicase un fuerte componente étnico, siempre ha optado por un modelo afín
a lo que denominamos nacionalismo secular. Aunque algunos fenómenos como los
que hemos visto podrían ser explicados como un tipo de etnoclericalismo (en el
caso del movimiento de los
sacerdotes canarios) o como
un nacionalismo religioso
(como en el ejemplo del IPG), predomina en los
diferentes nacionalismos canarios una visión secular de la nación, defensora de
la multirreligiosidad y del aconfesionalismo de Estado.
En tal sentido, y en tercer
lugar, el nacionalismo de segunda ola se erige sobre una memoria histórica
caracterizada por el hecho de que Canarias ha sido históricamente un territorio
habituado a la diversidad religiosa, aunque en
muchas etapas fuese
vinculada a la
extranjería y, en
ocasiones, perseguida. El marco legal constitucional actual, defensor de
la multirreligiosidad, constituye una etapa concreta dentro de un proceso
centenario en el que la posición de Canarias como un lugar abierto y de
frontera resulta clave66. Quizá este conjunto de circunstancias explique por
qué no existen símbolos religiosos representativos de la identidad étnica canaria.
Normalmente, los símbolos religiosos, católicos en su totalidad, tienen un significado insular o
local, lo que permite cuestionarnos, de cara a futuros trabajos, cuál es el
papel del insularismo en el proceso que hemos abordado y cuál es
el papel de
la religión en
la construcción de las
identidades insulares y locales.
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AGRADECIMIENTOS
Queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento a las
personas que han colabo- rado en el desarrollo de esta investigación. En
especial a Agustín López, Asun Frías, Eduardo García, Hussein Labrass, Ignacio
Reyes, Jaime Sáenz, José López, J. M. H., Lahcen, María Cabrera, Mercedes Coll,
Néstor Verona, Ruth Escobar, Tumas Mora y Vicente Santana.
NOTAS
1 Las investigaciones acerca del nacionalismo canario se han
caracterizado por su carácter descriptivo y en ocasiones militante, muy
interesada en la clasificación de las ideas y programas de acción de los grupos
nacionalistas. Véase Gari Hayek (1992a, 1992b). Una puesta al día de esta
historiografía puede encontrarse en López Trujillo (en prensa).
2 El estudio de las
religiones en Canarias ha recibido un reciente y significativo impulso,
especialmente a partir de los trabajos desarrollados por el grupo de
investigación RELICAN, el cual parte de un enfoque afín a la antropología y a
la historia de las reli-
giones. Véase Díez de Velasco y Galván Tudela (eds.) (2007);
Díez de Velasco (eds.) (2008). Sobre el grupo RELICAN véase http://webpages.ull.es/users/fradive/relican/index.html.
3 Sobre estos problemas véase Jaffrelot (1993: 203-204) y
Smith (2004: 23-36).
4 Una buena introducción a estos paradigmas teóricos puede
encontrarse en Smith (2000a,2004).
5 Smith
(2004: 63).
6 Véase
Hobsbawm y Ranger (1984); Gellner (2008).
7 Para Anderson, la nación es: “una comunidad política
imaginada como inherente limitada y soberana”. Añade que: “Imaginada” por la
existencia de un nexo de unión, a pesar de que cada una de esas personas sólo
conocerá a una minoría de sus connacionales; “limi- tada” por el
establecimiento de unas fronteras que crean un marco geográfico finito, dentro
del cual se encuentra la nación; “soberana” en tanto que sustituye las antiguas
fórmulas de legitimidad política; y “comunitaria”, porque a pesar de las
posibles des- igualdades sociales, existe una idea de “compañerismo profundo”.
Anderson (1993: 23-25).
8 Hvithamar (2009: 106).
9 Smith (2000b: 190). Añade que “la nación puede ser una
formación social moderna, pero está en cierto sentido basada en culturas,
identidades y herencias preexistentes” (2000b: 199).
10 Núñez Seixas
(1999: 9). Partiendo de estos planteamientos, la identidad nacional sería la:
“continua reproducción y reinterpretación del patrón de valores, símbolos,
valores, recuerdos, mitos y tradiciones que componen el patrimonio distintivo
de las naciones, y las identificaciones de los individuos con ese patrón y esa
herencia, así como sus ele- mentos culturales” (Smith, 2004: 33).
11 Probablemente la definición de religión más citada ha
sido la del sociólogo Émile Dur- kheim, para quien la religión: “es un sistema
solidario de creencias y prácticas relativas a las cosas sagradas, es decir,
separadas, interdictas, creencias a todos aquéllos queunen en una misma
comunidad moral, llamada Iglesia, a todos aquéllos que se adhieren a ella”
(Dukrheim, 1968: 49). Por su parte, el antropólogo Clifford Geertz exponía que
la religión es: “un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos,
penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres formulando
concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones
con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones
parezcan de un realismo único” (Geertz, 1987: 130).
12 Hvithamar (2009: 107-113), Barker (2009: 12-13).
13 Barker (2009: 12). Para Kinwall (2004: 758) se ha negado
o desechado la importancia de la religión en el estudio del nacionalismo por el
hecho de que ha sido vista como la opuesta a los valores modernos e ilustrados.
14 Esta nueva coyuntura global ha sido denominada por
Juergensmeyer nueva guerra fría, proponiendo una confrontación a dos bandas
entre dos formas de concebir la nación y la política, en Occidente y en el
resto del mundo, en una línea similar al polémico choque de civilizaciones de
Huntington. Véase Alvis (2005: xiii), Fernández Bravo (2000:
12), Juergensmeyer (1993, 1995), Huntington (1996) y Barker
y Muck (2009).
15 Petschen
(1995: 201-206), Coakley (2004).
16 Llobera
(1994: 10), Smith (2004: 170), Hvithamar (2009: 104).
17 Smith (2000a: 230; 2004: 122-125), Fernández Bravo (2000:
19).
18 Kedourie diferenció entre el reemplazo secular (el
nacionalismo reemplaza a la religión en la modernidad), el neotradicionalismo
(la religión, más radicalizada, retorna como aliada del nacionalismo) y el
milenarismo (el nacionalismo como una versión secular de las religiones
políticas milenaristas) (véase Smith (2003: 13 y ss.).
19 Taylor (2000: 256 y ss.), Asad (2003: 5).
20 Asad (2003: 191-193).
21 Sobre esta tesis véase Smith (2000a: 240; 2003: 18; 2004:
50-53).
22 El concepto de religión civil fue empleado por R. Bellah
para calificar el culto nacional estadounidense. Utilizado por los sociólogos
de la religión, define la colección de mi- tos, símbolos, ritos, fiestas y
narrativas que sacralizan la nación, proporcionando un
vínculo entre la ciudadanía, la nación y una realidad
trascendente. Sobre este concepto
y su relación con el nacionalismo véase Santiago (2009:
394-397), Beriain (1996: 37), Hvithamar y Warburg (2009: 4).
23 Como planteara Llobera: “el nacionalismo se ha convertido
en el equivalente funcional de la religión (…) una religión secular cuyo dios
es la nación” Llobera (1994: 194). Para ampliar este aspecto véase Santiago
(2009), Beriain (1996: 25).
24 Sobre estas
críticas véase Asad (2003: 191-194), Santiago (2009: 398), Hvithamar
(2009: 114).
25 Perica (2002: 215).
26 Desde esta perspectiva, serían serbios e irlandeses
aquellos que pertenezcan a las igle- sias serbia e irlandesa respectivamente,
de modo que una conversión podría implicar también un cambio en la nacionalidad
del sujeto. Véase Perica (2002: 5).
27 Llobera (1994: 183).
28 En el caso serbio, por ejemplo, este proceso dio pie a la
creación de una fe serbia inte- grada por una Iglesia, clero, santos, mártires,
santuarios, cementerios y monumentos religiosos “nacionales”. Véase Perica
(2002: 215), Llobera (1994: 192), Petschen (1995:
202). Sobre la función de la religión como delimitador de
fronteras etnonacionales véa- se Baarker (2009: 20).
29 Sobre estas respuestas véase Smith (1993).
30
“Religious identity is integral to the concept of nation” Alvis (2005: 14).
31 Kinwall
(2004: 758), Barker (2009: 13).
32
“Religious nationalism is the fusion of nationalism and religion such that they
are insep- arable”; “religion is so important to the nationalist movement that
adopts religious language and modes of religious communication, builds on the
religious identity of com- munity, cloaks itself in the religion and relies on
the assistance of religious leaders and institutions to promote its cause”.
Rieffer, Barbara-Ann J.: “Religion and Nationalism: Understanding the
consequences of a complex relationship”, en Ethnicities 3 (2), 2003, p. 225.
Tomado de Barker (2009: 13).
33 “Alliance
between religion and the modern democratic nation-state is a new development in
the history of nationalism”. Añade que: “and it immediately raises the question
whether it is possible: whether what we in the West think of a modern nation —a
uni- fied, democratically controlled system of economic and political
administration— can in fact be accommodated within religion. Many western
observers would automatically answer no” Juergensmeyer (1995: 386).
34 Smith
(2000a: 207). Para Juergensmeyer (1995: 380) esos movimientos
interpretan que el modelo nacionalista occidental funciona de un modo religioso
y que su “envoltura” secular simplemente recubre una naturaleza. Véase también
Juergensmeyer (1993: 18-
23).35 Kinwall (2004: 760).
36 Smith (2000a: 212, 2000b: 204).
37 Kinwall (2004: 762 y ss.). Para esta autora, nacionalismo
y religión son dos poderosos discursos que tienden a proporcionar una imagen de
seguridad y de hogar (home), especialmente de carácter simbólico y psicológico,
en el contexto de la globalización, mar-
cado por una constante inseguridad y ansiedad existenciales.
38 Véase Galván (1993).
39 Para una exposición general del papel de la Iglesia
católica en la oposición al franquismo, véase, entre otros, Montero (2009).
40 La asamblea se celebró finalmente y a pesar de la
prohibición gubernativa.
41 “Los canarios a punto de trinar”, en Blanco y Negro,
17-5-1975, nº 3289, p. 20.
42 La Voz de Canarias libre, 4-4-1977, archivo personal de
Antonio Cubillo Ferreira.
43 Véase Armas (1985: 148).
44 Armas (1985: 148).
45 Barreto (1993: 80). Véase también Identidad del Achamán.
Documento aprobado por la
X Asamblea Interinsular de 1987. Archivo personal de
Mercedes Coll (en adelante, AMC). pp. 3-4.
46 Identidad del Achamán. AMC. p. 9.
47 Barreto (1993: 79-80). Véase también Identidad del
Achamán. AMC. p. 3.
48 Identidad del Achamán. AMC. p. 1.
49 Canarias, proyecto solidario. AMC. p. 18.
50 Identidad del Achamán. AMC. p. 3.
51 Garí (1992a: 345).
52 Vicente Santana. La Provincia, Las Palmas de Gran
Canaria, 10-7-2005, p. 6.
53 Cubillo hará de nuevo suyas las reivindicaciones de este
sector de la Iglesia en las islas e incluirá en su anteproyecto de Constitución
de la república federal canaria una refe-
rencia al respecto: “todos los cargos eclesiásticos de la
Iglesia católica en Canarias, en
sus diferentes niveles, deberán estar ocupados por canarios,
un año después de la inde- pendencia. Las demás religiones o creencias, si
quieren estar presentes en el territorio
nacional y contar con el apoyo estatal, se les aplicarán la
misma cláusula, sus cargos y
representantes deberán ser ocupados por canarios”. Cubillo
(2008: 30-31).
54 Carta de la plataforma cristiana por la reivindicación de
la identidad canaria a los se- ñores obispos de Palencia, Burgos, Zamora y de
España entera. AVS. En este último
punto, destaca, por citar dos de los ejemplos más visuales
al respecto, el empleo de
nuevos símbolos en el espacio religioso como la “estola
canaria”, que este grupo de sa-
578
La nueva era en La Gomera…
cerdotes diseñó para realizar sus oficios, y en la que
aparece uno de los paneles pictóri- cos del yacimiento de la Cueva Pintada de
Gáldar.
55 Manifiesto de la
Asociación “Paco Bello somos todos”. 23-7-2010. AVS. Una de las manifestaciones
más claras de esta idea humanista y social de entender la labor de la
Iglesia fue la colocación de la bandera del arco iris como
conmemoración del Día del
Orgullo Gay en la parroquia de La Garita en Telde.
56 Si bien esta
conectividad identitaria entre los guanches y los canarios contemporáneos no
era algo novedoso, así como la certeza de su origen norteafricano, la novedad
que encontramos a partir de aquellos momentos es que todas esas evidencias se
insertaron en un discurso más elaborado que tuvo un impacto social no alcanzado
hasta entonces. Dicha conectividad encuentra sus antecedentes más claros en
autores como Viera y Clavijo y Sabin Berthelot y, más tarde, en Secundino
Delgado y Bethencourt Alfonso (autores que no serían conocidos hasta su
recuperación por el nacionalismo de segunda ola) a los que habría que añadir los
arqueólogos y antropólogos que indagaron en la raciología guanche y su
comparación con las razas africanas y mediterráneas. En este sentido, estas
disciplinas, junto a la filología más tarde, experimentaron un importante
desarrollo durante el siglo XX, disponiendo las bases documentales de estudios
posteriores. En este caso, la política arqueológica del régimen franquista
proporcionó a la sociedad canaria gran cantidad de información sobre sus
antepasados, además de poner cada vez más de manifiesto la inexistencia de
lazos étnicos entre la población insular original y la de la península ibérica,
confirmando así el origen africano de los antiguos canarios. Véase Navarro
Mederos (2005: 30-31).
57 Fernando Estévez lo define como “la defensa de la
pervivencia de los elementos aborígenes en la sociedad canaria del presente. Se
basaría, como premisa fundamental, en la continuidad demográfica de los
aborígenes insulares tras la conquista, aunque comporta además diferentes
pervivencias de rasgos culturales precoloniales” Estévez (1986: 11). Véase,
también, Garí (1992a: 126-130). Por otra parte, esta incorporación del guanche
al terreno de lo político y de lo identitario no apareció en el cuerpo
ideológico articula- do por Cubillo hasta al menos 1966, en el que realiza las
primeras reflexiones sobre la pertenencia étnica africana del pueblo canario.
Véase el Memorando presentado por el MPAIAC
al Comité Especial de los 24 Países sobre la Descolonización. Argel,
junio
1966. Legado de José L. Escohotado a la Biblioteca de la
Universidad de La Laguna.
58 Cubillo lo explicaba así: “el error fundamental de los
que analizan Canarias es creer que es un aparato de España y que su estrategia
de lucha ha de insertarse en un contexto europeo. Canarias es parte de África y
nuestra estrategia ha de hacerse en un contexto europeo. Canarias es parte de
África y nuestra estrategia ha de hacerse al modo africano”.
Entrevista en Cambio 16, 333, 23 de abril de 1978, pp.
34-35.
59 Véase, por ejemplo, González y Tejera (1981); y especialmente
para el caso de la reli gión, Tejera (1988).
60 Africo (1986: 57); Hupalupa (1987: 55-103, especialmente
pp. 60-61).
61 Ramos Martín (2010). Véase también Verona y García
(2008).
62 Sobre estas nuevas
formas religiosas véase Chryssides (1999), Berner (2000), Díez de Velasco
(2000), Clarke (ed.) (2006).
63 Ramos Martín (2010: 1609).
64 Sobre estos aspectos véase Abu-Tarbush (2002), Contreras
Ortega (2007, 2008), El-Hor
(2008).
65 El CCICAN surgió,
en 2009, por las desavenencias que los conversos tienen con musul- manes
foráneos (principalmente magrebíes) en lo que respecta a la liturgia. Plantean
que ellos traen consigo desde sus países de origen una versión moderna del
islam, muy
influida por su cultura propia, además de que las oraciones
las realizan exclusivamente en árabe, lo que supone un obstáculo para la
comunicación del mensaje religioso. Como contrapartida, los canarios conversos
defienden un islam tradicional, que se remite a la fuente coránica. Defienden,
además, que el islam debe adaptarse al espacio en el que se desarrolla,
integrándose en la sociedad respectiva. Así, exponen que siendo una mez- quita
no sólo en Canarias sino de Canarias deben comunicarse en la lengua del lugar,
en este caso, el castellano. Así, el imán (canario de segunda generación)
conduce la ora- ción principalmente en esta lengua, utilizando el árabe en los
rezos obligatorios. Otro de los rasgos distintivos es su interés por
visibilizarse públicamente, tanto por parte del CCICAN como de la organización
hermana Nurain. Más información en www.ccicanweb.com y www.asociacionnurain.org.
66 Canarias cuenta,
por ejemplo, con la comunidad hindú y musulmana más antiguas res- pecto a
Europa, recibió residentes judíos pese al decreto de expulsión de Felipe III y
posee el cementerio inglés más antiguo fuera de su
territorio.
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