UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1551-1560
CAPITULO IX-LXIV
Eduardo Pedro García Rodríguez
1567 Enero 10.
El año de 1566 todavía reservaba
a los ingleses nuevas empresas marítimas y comerciales. Una de las más
destacadas fue la de George Fenner a Guinea, que nos interesa por estar hasta
cierto punto relacionada con las Islas Canarias.
En el otoño de 1566, cuando el
Almirantazgo inglés prohibía a John Hawkins desplazarse a las Indias
Occidentales, otro piloto británico, George Fenner, sufría análogos
entorpecimientos en Portsmouth por causa de la vigilancia española. Guzmán de
Silva había descubierto en la rada de dicho puerto británico tres navíos
anclados aprestándose para una larga travesía, y temiendo que su verdadero
destino fuesen las codiciadas Indias, no paró hasta conseguir la interdicción
del Consejo privado, de la
Reina.
Fenner fue obligado a depositar,
igual que Hawkins, una fianza de 500 libras, como garantía de sus lícitos
propósitos; pero no se puso ninguna otra restricción a la empresa, que tenía
como fin primordial el comercio de oro con Guinea.
Componían la expedición tres
navíos ingleses: el Castle of Comfort,
el Wayflower el George y una pinaza, capitaneados por los hermanos George y Edward
Fenner, naturales de Chichester, famosos ambos por sus anteriores viajes
comerciales, en los que habían ganado reputación de expertos pilotos.
La flota británica zarpó de
Plymouth el l0 de diciembre de 1566, presentándose quince días después en aguas
de las Canarias, donde Fenner estableció contacto con el corsario Edward Cook,
que navegaba por los alrededores del Archipiélago en sus ininterrumpidas
operaciones bélicas.
La escuadra inglesa permaneció
algunos días en Tenerife, hasta que el 10 de enero de 1567 Fenner abandonó
aquellos parajes con rumbo a Guinea.
El resultado de la expedición no
fué satisfactorio. Ni abundaron los buenos negocios, ni los ingleses pasaron,
por causas ignoradas, de Cabo Verde. Y, en cambio, en el viaje de retorno tuvo
que combatir Fenner con una escuadra portuguesa a la altura de las Azores.
El pirata inglés –pues Fenner
parece haberlo también sido- anduvo merodeando por aquellos contornos durante
cerca de un mes a la captura de una buena presa, y ello fué causa del combate
antes citado, del que pudo salir airoso gracias a la superioridad de los
cañones del Castle of Confort.
Los expedicionarios estaban de
regreso en Inglaterra a mediados de 1567, pues Fenner hizo su entrada en
Southampton en los primeros días de junio de dicho año.
Por aquella fecha los negociantes
interesados en las empresas marítimas de Inglaterra desplegaban una
extraordinaria actividad, impulsados, como siempre, por el espíritu dinámico y
aventurero de Hawkins.
La expedición a las Indias de
1566, en la cual cupo al pirata todo -organización, dirección y planes-, a
excepción de su presencia personal, no paralizó los esfuerzos de éste para
proseguir, sin tregua ni descanso, las empresas comerciales a las que había
consagrado su vida y si las circunstancias políticas impusieron su apartamiento
personal de la expedición de 1566, en cambio le permitieron a Hawkins desplegar
su acostumbrada actividad en los primeros meses del año siguiente, hasta ver
tomar cuerpo y visos de realidad otra nueva expedición de mucha más envergadura
que las anteriores.
Tales proyectos no escaparon a la
sagacidad y vigilancia del embajador don Diego Guzmán de Silva, quien en el mes
de mayo de 1567 daba el grito de alarma a la corte española, comunicándole cómo
Hawkins aprestaba en Rochester "cuatro, buenos navios y una pinaza",
dos de ellos propiedad de la reina Isabel.
La carta de Silva merece que
copiemos alguno de sus párrafos: "Hasta
agora-decía a Felipe II -esta muy
secreto y no se ha hecho mas de calafatearlos; creese que ira con ellos Juan
Aquines [y] daran nombre que llevan mercaderias de dos aldramanes ricos de esta
ciudad que se llaman Duquete y Garrelte; piensase que tendran parte algunos del
Consejo [y] de creer es que iran a Guinea y de alli do les parecera. .."
.
Guzmán de Silva finaliza su
misiva anunciando al monarca español su inmediata visita a la Reina para protestar del
hecho y dándole cuenta del aviso que había comunicado al rey de Portugal para
prevenirle contra tal contingencia.
El embajador en Londres, como
siempre, estaba muy bien informado. En Efecto, por aquellos meses los
negociantes londinenses sir Lionel Ducket (Duquete) , sir William Garrard
(Garrate.) , Rowland Heyward,. William Winter, y acaso también los
organizadores de la expedición del 64, como Leicester, Pembroke, Gonson,
Castlyn, etc., financiaban, con la colaboración económica de. los hermanos
Hawkins, un nuevo viaje a las Indias de mayor envergadura que todos los
anteriores y, por tanto, de fines también más amplios y ambiciosos.
Para ello contaban sus
organizadores con dos navíos de la
Reina: el Jesús of
Lubeck y el Mitnion más cuatro
pertenecientes a particulares: el William
and John, el Swalow, el Angel y el Judith. El primero, el Jesús of Lubeck) ya dijimos que había
sido comprado por Enrique VIII en 1545 a la Liga Hanseática y
que desplazaba 700 toneladas; el segundo, el Minino era navío de 300 toneladas, construido en 1536, y artillado
con media docena de cañones pesados y gran número de ligeros. Ambos navíos
tenían en 1567 una brillante ejecutoria naval, pues habían participado
indistintamente en casi todos los viajes comerciales ingleses de los primeros
años del reinado de Isabel.
Las otras embarcaciones eran más
ligeras y de menor tonelaje, pues el William
and John sólo desplazaba 150 toneladas; el Swalow 100; el Judith 50,
y el Angel .
La empresa se concebía a mediados
del año 1567 con una doble finalidad afro-americana : establecer el dominio
directo de Inglaterra sobre un trozo de la costa africana, construyendo una torre
en Laras, más allá del castillo portugués de Elmina, y comerciar a renglón
seguido con las Indias Occidentales, particularmente con los ricos territorios
de la Nueva España
o Méjico.
La primera finalidad obedecía al
prurito inglés de cortar los propósitos de Francia para establecerse en el
continente negro, y está hasta cierto punto relacionada con la fracasada
expedición del noble caballero francés Peyrot de Monluc. Los pilotos
portugueses Antonio Luiz y André Homen, que se habían ofrecido a Monluc para
abrirle las puertas de Africa, entraron en relaciones con la reina Isabel de
Inglaterra y ésta brindó a Hawkins la magnífica coyuntura que se ofrecía a su
patria para crearse un establecimiento en aquel continente. El pirata de
Plymouth no acogió la oferta con excesivo calor, pero sí la aceptó en cuanto le
servía para encubrir sus torpes propósitos de poder llevar a cabo un nuevo
viaje negrero a las Indias Occidentales.
Mas al mismo tiempo que Hawkins
desplegaba su inusitada actividad para el apresto de los navíos de la flota, el
embajador español en Londres no dormía un segundo, inquiriendo noticias sobre
los proyectos y propósitos del pirata.
El día 12 de julio de 1567
escribía don Diego Guzmán de Silva al Rey cuantos pormenores había podido
alcanzar sobre el número y porte de las embarcaciones. Según Silva, el número
total de los navíos era el de nueve: cuatro de la Reina, apostados en
Rochester-entre ellos el Jesus de Lobic (sic ), de 800 toneles-y cinco de
propiedad particular anclados en la rada de Plymouth. "Han sacado estos días-añadía el embajador-de la Torre de Londres municiones para meter en estos
navíos, artillería, coseletes, coracinas, picas, arcos con sus flechas, dardos
y otras cosas necesarias para efecto de que vayan bien en orden las naos; dicen
que llevarán 800 hombres escogidos". Tal aparato guerrero hacía pensar
al embajador que quizá fueren ciertos los rumores de dirigirse los
expedicionarios a África con fines de conquista; pero por si acaso había
visitado a William Cecil recordándole los ofrecimientos de la Reina, y éste le había dado
garantías, con su palabra de por medio, para que estuviese seguro de que no
irían a las Indias.
Con todo, y ante los temores de
que en un plazo muy corto zarpasen los navíos, Guzmán de Silva visitó a
mediados de julio de 1567 ala reina Isabel y obtuvo de sus propios labios la
confirmación de las promesas de Cecil de que la expedición no se dirigiría en
ningún caso a la América
española. Sin embargo, las promesas de la casquivana Reina no tranquilizaron al
embajador español, quien, desconfiado por sistema-razones sobradas había para
serlo-, advertía ahora a Felipe II la extrañeza que le producía ver embarcar en
los navíos grandes partidas de paños y lienzos "que no es mercancía para aquella tierra" (Guinea). Por
otra parte, el embajador seguía sorprendiendo la correspondencia de Hawkins con
los Ponte, y puesto "que ninguna
jornada ha hecho Aquines en que no haya sido interesado en ella Pedro de Ponte,
el de Tenerife", cabía pensar mal de semejante trato y relación. Para
aumentar las dudas, los rumores eran cada vez más insistentes sobre que "el Aquines y su compañía irán, después
de haber hecho el rescate y tomado los negros en Guinea, a la Nueva España",
pues "llevan muchas habas y otras legumbres que son provisiones para
los negros, los cuales no suelen llevar a otra parte sino a la Nueva España e islas
circunstantes".
La correspondencia del embajador
refleja, en corto espacio de días, los altos y bajos de su espíritu ante
aquella política tortuosa de encrucijada y engaño que desplegaba la corte de
Isabel en los años que nos ocupan y de esta manera, si bien el 26 de julio de
1567 ponía al corriente a Felipe II sobre el, sistema de contratación que
empleaban los ingleses sobornando a los gobernadores con dádivas cuantiosas, en
cambio el 2 de agosto se mostraba confiado y optimista conforme a las promesas
de la Reina y
de Cecil, para reincidir el 13 de septiembre en su anterior postura de
desconfianza y recelo.
Mientras tanto, aprestados los
navíos de la expedición y reclutadas y dispuestas sus tripulaciones, se creía
inminente en Londres su partida a mediados de agosto de 1567. El 30 de julio
los dos navíos de la Reina,
el Jesus of Lubeck y el Minion zarparon de Londres con dirección
a Plymouth para reunirse con el resto de la flota que allí se encontraba
apostada, y pocos días más tarde el mismo John Hawkins tuvo la osadía de
despedirse del embajador español en
persona para jurarle y perjurarle "que no iría a parte ninguna donde se hiciese
deservicio" al rey de
España, pues su máximo deseo era el servirle, aun sin contar "que lo tenía así mandado la Reina".
Sin embargo, por causas
fortuitas, la expedición tuvo sus aplazamientos. Los pilotos lusitanos fueron
ganados otra vez a la causa de su patria por el embajador de Portugal en París
y embarcados secretamente, lo que supuso una demora en la partida y, por otra
parte, ocurrió en Plymouth por aquella fecha un incidente naval que puso en
riesgo de pérdida a algunos de los navíos anclados en el citado puerto
británico. Navegaba a la vista de Plymouth la flota de guerra de los Países
Bajos, al mando del almirante Alphonse de Bourgogne, barón de Wachen, cuando
cuestiones protocolarias de precedencia en el saludo enzarzaron a ambas
escuadras en un largo tiroteo, con daños visibles por una y otra parte.
De todas maneras, a mediados de
septiembre la flota inglesa se hallaba dispuesta y preparada para zarpar John
Hawkins había escogido como navío almirante al Jesus of Lubeck cuyo contramaestre era Robert Barrett; el Minion llevaba por capitán a Thomas
Hampton y por segundo a su hermano James, y el William, el John iba capitaneado por Thomas Bolton, llevando como contramaestre
a James Raunse. De los otros tres navíos,
el Swalow el Angel
y el Judith ignoramos sus mandos,
pues si bien este último fué
pilotado más adelante por Francis Drake, en el momento de la partida el después
celebérrimo pirata navegaba formando en la tripulación del Jesus a las inmediatas órdenes de Hawkins. Viajaban con categoría
especial dentro de las tripulaciones William Clarke, representante de los
negociantes de Londres, y los caballeros George Fitzwilliam (que había
acompañado a Hawkins en la expedición de 1564) John Darney y el capitán Edward
Dudley. Este último sería el promotor de un dramático episodio en Santa Cruz de
Tenerife.
Por fin, el 2 de octubre de 1567
pudo hacerse John Hawkins por tercera vez a la mar, con rumbo al continente
americano. La flota zarpó de Plymouth, yendo el Jesus a la cabeza, seguido por sus otros cinco compañeros. Todos
los navíos llevaban a remolque dos grandes barcazas para las operaciones de
tierra que se pudieran presentar.
Al tercer día de navegación, John
Hawkins reunió a 1os capitanes en su navío almirante y les dio todas las
instrucciones al caso convenientes, frente a las contingencias que en la
primera parte de la travesía se pudieran presentar. Si los buques tenían que
separarse a causa de mal tiempo, el punto de cita y de reunión sería el puerto
de Santa cruz de Tenerife, donde él tenía intención de hacer aguada y de
conferenciar con los Ponte.
Las circunstancias posteriores
vinieron a confirmar la pericia y sagacidad del gran pirata, pues veinticuatro
horas más tarde, cuando la escuadra se encontraba a 40 leguas del cabo
Finisterre, se vió sacudida por un terrible huracán que durante cuatro días
consecutivos mantuvo en constante peligro a los navíos de la flota. El Angel pudo mantener su contacto con
el Jesus of Lubeck mientras el Minion con el William y el Swalow
formaban escuadrilla aparte, y el Judith
perdía todo enlace con el resto de la flota. Ni que decir tiene que casi todas
las barcazas desaparecieron en el mar por la acción del terrible elemento.
A media noche del día 10 de
octubre la tempestad amainó, y a la mañana siguiente el viento soplaba en
dirección favorable para seguir la travesía. John Hawkins reunió a su
tripulación para dar gracias a Dios por haberles librado del peligro, y ante
las interrogantes miradas de los marineros confirmó su propósito de continuar
adelante, sin dar por fracasada la empresa.
De esta manera ambas escuadrillas
prosiguieron su travesía por separado, logrando Hawkins recoger al Judith en el camino, para presentarse
con su flotilla en Santa Cruz de Tenerife el 23 de octubre de 1567.
La estancia del pirata en las Canarias
merece los honores de un comentario particular, sobre todo después de haber
conocido el ambiente de hostilidad que se respiraba en el Archipiélago en
vísperas de su tercera expedición. La presencia de John Hawkins en Tenerife
despertó 1os temores de toda la población, que se preparó para resistir al
pirata por las armas si venía en son de guerra, o para tenderle una celada si
descendía a tierra con propósitos de paz.
Tal aseveración, defendida por
los cronistas del viaje al captar la atmósfera hostil y adversa que se
respiraba en Santa Cruz de Tenerife, donde sus habitantes aparecían armados
hasta los dientes, se confirma por las declaraciones de algunos de los testigos
presénciales de la estancia del pirata, como el capitán y regidor de Tenerife Juan
de Valverde, quien aseguró pocos meses después que "Juan Acles, no quiso entrar en el puerto, sino estarse
desviado donde: no le alcanzasen con la artillería, y no queriendo salir en
tierra aunque le enviaron a decir que saliese en tierra, y que entre la Justicia y Regimiento y
capitanes trataban de prendello si saliera a tierra...".
Volviendo a recoger el hilo de
nuestra narración, ya referimos cómo John Hawkins se presentó en Santa Cruz de
Terierife el 23 de octubre de 1567; "el
qual traxo-dice un testigo presencial-una galeaza gruesa [el Jesus of Lubeck y dospataxes [Angel y Judith que eran como naos medianas y la galeaza nabio muy grueso y muy
poderoso y muy artillado, el qual puso en alboroto la isla por ser pirata y
robador".
Era entonces gobernador de
Tenerife don Juan Vélez de Guevara,
inmediatamente que tuvo noticias, por los vigías de Anaga, de la
presencia de la flota enemiga, dispuso que se tocase alarma en la ciudad de La Laguna y que las compañías
de aquel tercio se preparasen para la defensa de Santa Cruz. Se componía
entonces el tercio de La Laguna
de cuatro compañías mandadas por los capitanes Alonso de Llerena, Lope de
Azoca, Juan de Valverde y Francisco Coronado, y todas ellas, con sus alféreces
y soldados, descendieron al puerto de Santa Cruz con el gobernador al frente.
La caballería, de la cual era capitán Luís de Perdomo, se había anticipado ya a
hacer acto de presencia en aquel lugar, estableciendo contacto con los hombres
de la compañía de Santa Cruz, que se hallaban convenientemente apostados al
mando de su capitán, el alcaide de la fortale-
za de San Cristóbal, Pedro de
Vergara. Esta fue la disposición militar y guerrera que tocó contemplar al
emisario de John Hawkins cuando se presentó en Santa Cruz de Tenerife para
dialogar en nombre del pirata con el gobernador. El panorama era bien distinto
al plácido y risueño que en tantas ocasiones había disfrutado Hawkins en sus
visitas de otros tiempos al puerto canario.
Bien cumpliesen las autoridades
isleñas instrucciones reservadas de la corte, bien fuesen tales medidas
producto natural de las depredaciones y piraterías: de sus socios y capitanes,
o del conocimiento de sus reiterados tratos con las Indias, lo cierto es que el
crédito de Hawkins se había resquebrajado por completo, no quedándole ni asomo
de la popularidad y confianza que en años anteriores se había granjeado por la
seriedad y eficacia de sus cambios comerciales.
Mientras tanto John Hawkins había
anclado sus navíos a conveniente distancia de la fortaleza de San Cristóbal,
interponiendo hábilmente como barrera entre sus buques y el castillo a varios
navíos fondeados en el surgidero de Santa Cruz, que estaban cargando productos
para las Indias.
John Hawkins, cortés y astuto,
saludó a las embarcaciones españolas y éstas le respondieron gastando su
pólvora en iguales finezas.
Poco tiempo despues se separó del
Jesus una barcaza británica y se acercó lentamente al desembarcadero. Salió de
ella el emisario de Hawkins, cuyo nombre ignoramos, y dialogó por breve espacio
de tiempo con el gobernador. Le preguntó si tenían noticias de otros tres
navíos ingleses perdidos del grueso de la flota, y al tener una respuesta
negativa demandó de la autoridad licencia para que las tripulaciones pudiesen
bajar a tierra y comprar algunos productos y artículos de que estaban
necesitados los buques. El gobernador Vélez le contestó cortésmente,
autorizando ambas cosas e invitó a Hawkins a descender también en tierra.
El emisario regresó al navío
almirante, pero. Hawkins, enterado de la disposición militar del puerto,
decidió aguardar al Minion y sus
acompañantes sin aventurarse en tierra y sólo autorizó el desembarco de algunos
marineros para llevar a cabo las necesarias transacciones. Los buques hicieron
provisión de agua, vino en pipas y en botijas-y otros mantenimientos, y se
surtieron de ladrillos y cal para reparo de los daños sufridos en el temporal
del Atlántico. Con este motivo circularon por las calles del humilde Santa Cruz
de entonces varios marineros, entre ellos algunos católicos, pues el
beneficiado del lugar, Mateo de Torres, aseguró haber confesado a uno de ellos
y visto oír misa en la parroquia de la Concepción a varios ingleses de la tripulación de
Hawkins.
El pirata inglés también franqueó
sus navíos a los canarios, quienes, guiados por la curiosidad, por los negocios
o por la amistad con Hawkins, visitaron
el Jesus, quedando asombrados del porte de la embarcación, "que benia muy armada con quarenta piezas de artilleria
de bronce y mucho genero de armas...". Uno de los visitantes fué el
alguacil del juez de Registros de Tenerife, José Prieto, quien, cumpliendo
órdenes de su jefe, el doctor Mexía, recorrió los navíos de Hawkins para
comprobar que no conducían mercancías españolas .Pero hubo un núcleo de
visitantes más "ilustres" (aunque ignoramos sus nombres) que fueron
agasajados por Hawkins, sentándolos a su mesa y obsequiándolos con suculenta
comida. El banquete es digno de particular comentario, pues, coincidiendo con
las cuatro témporas, los canarios contemplaron absortos cómo la plana mayor del
navío guardaba la vigilia entre platos de variadas carnes y cómo Hawkins
devoraba, entre risotadas, una perdiz canaria que le asaban sus cocineros; al
ser advertido el pirata de su distracción, se limitó a contestar con sorna que
él tenía para ello "bula especial
del Papa". (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)
No hay comentarios:
Publicar un comentario