Pablo Atoche Peña y Mª Ángeles Ramírez Rodríguez
Rock
Carvings of the European and African Atlantic Façade
Edited by
Rodrigo de Balbín Behrmann Primitiva Bueno Ramírez Rafael
González Antón Carmen del Arco Aguilar
BAR
International Series 2043
2009
This title
published by
Archaeopress
Publishers
of British Archaeological Reports
Gordon
House
276 Banbury Road
Oxford OX2
7ED England
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Grabados rupestres de la fachada atlántica europea y
africana / Rock Carvings of the European and
African
Atlantic Façade
©
Archaeopress and the individual authors 2009
ISBN 978 1
4073 0619 3
Printed in England by
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ManIfesTaCIones RUPesTRes PRoToHIsTÓRICas De lanZaRoTe:
VIeJas Y nUeVas IConoGRafÍas en Un DIfeRenTe ConTeXTo CRonolÓGICo, CUlTURal e
InTeRPReTaTIVo
RESUMEN: Se efectúa un análisis
de las representaciones rupestres protohistóricas de Lanzarote, centrando la
atención en determinadas iconografías para las que se proponen adscripciones
cronológicas y culturales y se plantean posibles interpretaciones, todo ello
dentro de un nuevo marco teórico que incide en la delimitación de las
influencias que las civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad pudieron
ejercer sobre las culturas protohistóricas canarias. A lo largo de casi un
milenio las islas fueron visitadas por navegantes fenicio-púnicos y romanos los
cuales dejaron su huella en las culturas insulares, fenómeno que se refleja en
un amplio conjunto de evidencias arqueológicas entre las que sobresalen los
elementos pertenecientes a la estructura ideológica y espiritual de las
poblaciones paleocanarias, ámbito donde se encuentran algunas manifestaciones
del arte rupestre.
PALABRAS CLAVE: ARTE RUPESTRE LANZAROTE, ISLAS CANARIAS,
POBLAMIENTO
ABSTRACT: We analyse in this paper the
Lanzarote’s protohistoric rupestrine manifestations, focusing on several
manifestations for which chronological and cultural interpretations are
proposed, everything in a theoretic context of the influence that Mediterranean
civilizations could have on the protohistoric Canarian cultures.
Phonician-Punic and Roman sailors visited the islands during one millennium
leaving signs in the islands populations and this is shown in archaeological
evidences at an ideological and spiritual structure of the Paleocanarian people
that is observed in some rupestrine manifestations.
KEY WORDS: LANZAROTE ROCK ART, CANARY ISLANDS,
PEOPLING
INTRODUCCIÓN
En este trabajo intentamos
responder a algunas de las dudas y reflexiones que nos han ido surgiendo en
relación con las representaciones rupestres de Lanzarote a lo largo de casi un
cuarto de siglo de trabajo arqueológico continuado en esa isla. No es nuestra
intención abarcar la totalidad del complejo
mundo de las manifestaciones
rupestres protohistóricas lanzaroteñas, sólo pretendemos reunir algunos
datos soslayados o infravalorados hasta ahora por la investigación, analizar
patrones de comportamiento y proponer hipótesis en relación con el significado
y la adscripción cronológica y cultural de esas manifestaciones, intentando con
ello abrir nuevas posibilidades a las investigaciones futuras. En consecuencia,
este trabajo no es un catálogo de representaciones rupestres, ni tampoco
intenta establecer una clasificación al estilo de las que hasta ahora se han
propuesto, por entender que una taxonomía sólo tiene su auténtico sentido
cuando arranca de una adecuada adscripción cronológica y cultural de todos los
elementos que se intentan ordenar, una circunstancia que hasta ahora no se ha
dado en nuestra isla.
Frente a esa situación, durante
la última década se ha producido un notable incremento cualitativo y
cuantitativo de los estudios arqueológicos desarrollados en Lanzarote, fenómeno
que en el ámbito de las manifestaciones rupestres ha puesto en escena nuevas
iconografías que reflejan determinados
aspectos del contexto cultural que acompañó al fenómeno colonizador de
procedencia mediterránea que dio lugar al primer poblamiento humano del
archipiélago canario. Entre esas
novedades probablemente las que han supuesto una sorpresa más
destacada, no tanto por los motivos representados sino por la interpretación
que se les supone, lo constituyen las epigrafías libio-fenicias (neopúnicas),
las representaciones grabadas de pies (podomorfos) y muy especialmente las
representaciones grabadas de naves, peces y toros. Todos esos elementos, con
independencia de las variantes
iconográficas y de las técnicas utilizadas para su elaboración, plantean una
problemática similar en relación con su significado y cronología.
1. LAS MANIFESTACIONES RUPESTRES PROTOHISTÓRICAS DE
LANZAROTE: BREVE ANÁLISIS HISTORIOGRÁFICO
En Canarias las manifestaciones rupestres protohistóricas
Diego Cuscoy (1955: 26) afirma
que la estela con grabados semicirculares constituía un elemento debido a la
influencia africana. Estos artefactos también se incorporaron a alguno de los
esquemas crono-culturales que por
entonces se proponen para sistematizar el arte rupestre canario, como el que
dio a conocer M. Tarradell (1969), para quien las manifestaciones de Lanzarote
se corresponderían, dentro de un modelo general difusionista, a una hipotética
tercera arribada a las islas producida en un momento avanzado dentro de la Era.
Por el contrario, para A. Beltrán (1971) los grabados de Zonzamas habría que
situarlos en la Edad del Bronce.
En el cuarto de siglo siguiente a
su descubrimiento a esos primeros hallazgos sólo se les añadió la discutida
estación del Barranco del Quíquere (Beltrán, 1975: 210-211); de hecho no será
hasta finales de la década de los años 60’ cuando Luís y Manuel Hernández
Crespo junto con Agustín Acosta Cruz amplíen el número de estaciones conocidas
(N.F.A., 1968-1969) al publicar los grabados presentes en unas rocas próximas a
La Quesera de Zonzamas; se trataba de dos paneles con motivos que definen como
el “pentágono” y la “mariposa”, siendo en realidad los primeros hallazgos de
siluetas de pies que se producían en las islas, los denominados “podomorfos”.
Comenzaron a ser objeto de
atención científica a mediados del siglo XVIII (Belmaco -La Palma-) y sobre
todo desde el último tercio del siglo XIX, instante a partir del cual la
actividad arqueológica en las islas empezó a registrar la presencia de sitios
con representaciones rupestres y los primeros elementos de arte mueble a lo
largo de toda la geografía insular.
En Lanzarote fue R. Verneau a
finales del siglo XIX (1987 [1891]) el primero en señalar la existencia en
Haría de rocas con trazos incisos, a los que consideró consecuencia del paso
del arado. Tras esa primera noticia fallida habrá que esperar medio siglo para
que E. Serra Ràfols (1942: 127), tras un viaje de estudio a las islas de
Lanzarote y Fuerteventura, publique algunos descubrimientos rupestres debidos a
Eugenio Rijo Rocha. Llega así a la comunidad científica la
primera referencia al
hallazgo entre las ruinas del poblado de Zonzamas de dos
“monolitos” con grabados (Fig. 1) y a la existencia de una gran roca con
canales labrados, denominada “La Quesera”, situada en una pequeña elevación
cercana a Zonzamas (Lám. I). Esos elementos constituirán durante casi tres
décadas las únicas manifestaciones rupestres que se citen para Lanzarote,
siendo objeto de opiniones divergentes en relación con su origen y cronología.
Así, por ejemplo, mientras J. Álvarez Delgado (1949) les adjudica una
cronología dudosa, L.
En el resto de la década de los
años 70’ y los primeros años de la de los 80’a esos descubrimientos se irían
uniendo otros grabados rupestres que contribuyeron a incrementar notablemente
los registros conocidos, proceso que correría paralelo a la publicación de las
primeras opiniones que ponían en duda la cronología protohistórica de algunos
de esos elementos. Ese fue el caso de M.
Hernández (1981: 11), para quien tanto los grabados de la Quesera de Zonzamas
como los del Barranco del Quíquere habrían sido realizados con instrumentos
metálicos, en su opinión desconocidos por la población protohistórica de la isla,
cuestión técnica indicativa de que se trataría de unas manifestaciones
extremadamente tardías realizadas por pastores contemporáneos o soldados de
maniobras en un cercano campo de tiro.
La consecuencia de todo lo
anterior fue que hasta la década de los años 80’ del pasado siglo XX sólo se
disponía de unos pocos datos fiables relacionados con las manifestaciones
rupestres de Lanzarote,
una situación que
comienza a solventarse a la largo de esa década y de la siguiente cuando
se pone de manifiesto la variedad y riqueza de ese tipo de manifestación
cultural, integrada además de por un numeroso conjunto de sitios con
representaciones lineales incisas de dudosa cronología, por las primeras
estaciones con epigrafías alfabetiformes, inicialmente dadas a conocer por J.
de León y colaboradores (León et alii, 1982, 1988, 1995 y 1996) y más tarde
inventariadas por W. Pichler (1993, 1995, 1996 y 2003). Es una etapa en la que
la búsqueda de paralelos se orienta exclusivamente al cercano mundo bereber del
noroeste africano, atendiendo para ello básicamente a similitudes morfológicas
entre las iconografías canarias y las africanas, al carecerse de cualquier
contexto crono-estratigráfico que permitiera una aproximación cronológica o
cultural al fenómeno.
Los años 80’ también ven aparecer
un primer trabajo de síntesis e interpretación de la por entonces denominada
“prehistoria” lanzaroteña, a cargo
de R. de Balbín y colaboradores (Balbín et alii., 1987). En
esa publicación se dedica un extenso capítulo a las representaciones artísticas
y simbólicas, análisis que hará hincapié en las dificultades existentes para
poder situarlo cultural y cronológicamente. Casi una década más tarde, A.
Beltrán (1996) publica un ensayo en el que efectúa una revisión general de las
manifestaciones rupestres de las Islas Canarias asegurando que son más las
cuestiones sin resolver que las resueltas, carencias que
circunscribe a la
problemática general que afecta a
“… las relaciones atlánticas de todos los tiempos” y a las de “… estas zonas
con las mediterráneas y sus contactos…” (Op. cit.: 9). En ese trabajo también
alertará sobre la continuidad de ciertos peligros, tales como la realización de
comparaciones formales para establecer sincronismos en temáticas de tipo
geométrico, concretando como principales carencias en el estudio de las
manifestaciones rupestres canarias la cronología, el origen, el camino seguido
para alcanzar las islas, la evolución interna y los posibles
autoctonismos, entre los cuales incluye
una de las manifestaciones rupestres de Lanzarote, las denominadas “queseras”,
a las que relaciona con ritos de agua y que en su opinión pueden ser tanto
realizaciones prehistóricas como de época romana (Op. cit.: 12).
En fin, será durante la segunda
mitad de la década de los años 90’ del pasado siglo cuando se produzca un
notable desarrollo cuantitativo y cualitativo de los trabajos relacionados con
las manifestaciones rupestres de Lanzarote. A nivel cuantitativo se suceden los
hallazgos de estaciones con motivos grabados por toda la isla, por desgracia
dados a conocer en someras descripciones con escaso aparato gráfico y crítico,
lo que si bien incrementa el número de estaciones conocidas también amplía el
déficit existente en el campo de las interpretaciones particulares y generales
que pudieran aclarar aspectos relacionados con su significado, las cronologías
o el contexto. Por otro lado, ese crecimiento en el número de hallazgos no dio
lugar a la elaboración de un corpus de grabados rupestres, de ahí que en la
actualidad sólo se cuente con algunos listados incompletos de estaciones de las
cuales apenas conocemos algunos de los elementos que las integran. Frente a lo anterior,
en el plano cualitativo se producirán dos hechos que van a tener un efecto
dinamizador en el ámbito de la interpretación; nos referimos a la explicación
de dos de los artefactos recuperados durante las excavaciones en el poblado de
Zonzamas, por un lado la asimilación de la denominada “diosa sedente” con la
deidad egipcia Tueris (Balbín et alii., 1995: 19) (Fig. 2) y la identificación
en una estela lítica de una de las formas en que se representaba a la diosa
fenicio-púnica Tanit, una mano abierta grabada (Atoche et alii., 1997) (Fig.
3). Esos dos hechos unidos al hallazgo de un importante conjunto de elementos
materiales de procedencia romana en El Bebedero (Atoche et alii., 1995) y a la
catalogación en Rubicón del Pozo de la Cruz como púnico y del Pozo de San
Marcial como romano (Atoche et alii., 1999) motivarán que el estudio de la
cultura protohistórica de la isla vuelva la vista al contexto de las culturas
mediterráneas de la Antigüedad tardía, abriéndose así un nuevo marco
cronológico, cultural e interpretativo para el estudio del poblamiento y
posterior colonización de Lanzarote.
2. MANIFESTACIONES RUPESTRES DE LANZAROTE: CLASES.
Tradicionalmente, el estudio y
clasificación de las manifestaciones rupestres de las Islas Canarias ha
atendido básicamente a dos cuestiones, la técnica y la morfología, adoleciendo
en general del tratamiento de otros aspectos tales como el contexto cronológico
o el marco cultural. Esa anómala situación se acentúa aún más en la isla de
Lanzarote, donde han primado casi de manera exclusiva los estudios
morfotécnicos, de tal manera que en la actualidad existen hasta dos propuestas
de clasificación debidas, la primera de ellas a J. de León y colaboradores
quienes la han desarrollado a lo largo de varias publicaciones durante la
década de los años 80’ y 90’ del pasado siglo, y una segunda más reciente
debida a H.-J. Ulbrich y presentada al I Simposio de Manifestaciones Rupestres
de Canarias-Norte de África celebrado en Las Palmas a mitad de la década de los
años 90’.
La propuesta de J. de León y colaboradores es poco uniforme al basarse en criterios
clasificatorios muy dispares, de tal manera que en unos casos se definen las
clases a partir de aspectos morfo-temáticos
y en otros según la localización y el soporte utilizado. De esa manera
establecen hasta siete categorías, que en tres casos se dividen a su vez en
subcategorías: 1.- Alfabetiformes:- Líbicos.-
Presumiblemente latinos. 2.-
Podomorfos.
3.- Representaciones de barcos.
4.- Juegos: Categoría en la que se incluye una serie de motivos interpretados
por la tradición popular como juegos. 5.- Cruciformes: Se los relaciona con la
tradición cristiana. Suelen aparecer asociados
con otros motivos. 6.- Otros tipos: Grupo que se establece en base a su localización
o el soporte en el que se encuentran: - Grabados de los bloques de Zonzamas. -
Grabados del Pozo de la Cruz: podomorfos, geométricos y un signo de Tanit. -
Otras manifestaciones:
- Placas de piedra
grabadas: Con diferentes motivos incisos. - Litófonos. - Cazoletas y
canalillos. - Queseras: Estructuras labradas. - Rocas pulimentadas: Preparación
previa a la posterior realización de grabados. - Alfabéticos posteriores a la
conquista. 7.- Geométricos: Clasificados en base a criterios técnico-descriptivos: - Rectilíneos
sencillos: Grupos de líneas de significado desconocido. - Rectilíneos
complejos: reticulados, cuadrados, triángulos,…
- Curvilíneos. - De tendencia circular u oval. - Formas
complejas: laberínticas,…
La propuesta de H.-J. Ulbrich
reconoce por su parte la existencia de cuatro categorías a las que a su vez
subdivide en sub-categorías a las que denomina: 1.- Abstracciones geométricas y
lineales: - Líneas curvas. - Círculos. – Líneas rectas. - Líneas engrosadas. -
Líneas agrupadas de manera irregular, sin orden aparente. - Líneas agrupadas de
manera regular (ángulos, triángulos, líneas paralelas o radiales, semicírculos
concéntricos, espigas,…). 2.- Pictogramas: Incorpora podomorfos, posibles
vulvas, triángulos púbicos, barquiformes y representaciones astrales. 3.- Zonas
de percusión o abrasión: Corresponden a las zonas percutidas de los denominados
litófonos y otras zonas pulidas. 4.- Inscripciones: Distingue hasta cuatro
tipos diferentes que denomina libio-bereberes, bereberes recientes,
latino-canarias y desconocidas de factura antigua que al investigador le
recuerdan la escritura tartésica o púnica.
Como se puede observar, ambas
propuestas presentan notables diferencias, si bien la segunda resulta más
completa al centrarse en la iconografía y su diversidad, estableciendo hasta 30
subcategorías. Evidentemente, si se comparan entre sí aparece la falta de
criterios consensuados en los que primen, frente a la forma, aspectos tales
como la adscripción cronológica de las manifestaciones que se pretenden
clasificar.
3. ALGUNAS VIEJAS Y NUEVAS ICONOGRAFÍAS.
De lo señalado hasta ahora se
deduce que la actual situación en la que se encuentran nuestros conocimientos
acerca de las manifestaciones rupestres protohistóricas de Lanzarote puede
calificarse cuanto menos de problemática, al disponerse sólo de una información
muy general circunscrita casi exclusivamente al número de estaciones que
existen, al tipo de representaciones y a las técnicas empleadas, todo ello muy
escasamente relacionado con el contexto arqueológico o el marco cronológico y
sin que se aventuren explicaciones plausibles acerca de su posible significado.
Esa poca profundidad de las investigaciones desarrolladas muestra un escenario
en el que se constata un adecuado conocimiento técnico pero una mala
comprensión cultural del fenómeno, situación que complica cualquier tentativa
de plantear una visión sintética del tema. No obstante, en un intento por subsanar en lo posible el
problema detectado, llevaremos a cabo a continuación una aproximación a algunas
de las iconografías presentes en la isla, la cual intentará ser explicativa por
lo que a la cronología y la interpretación se refieren, cuestiones en las que
creemos posible ofrecer algo de luz apoyándonos tanto en algunos viejos
hallazgos como en otros más recientes, los cuales si bien por un lado mantienen
con los elementos ya conocidos una cierta continuidad en aspectos tales como
las técnicas o el patrón locacional, por otro lado suponen temáticas inéditas
que ocupan nuevos espacios geográficos y culturales.
3.1. INSCRIPCIONES EPIGRÁFICAS:
ASIMILACIÓN CULTURAL.
En Lanzarote la población
protohistórica practicó la escritura utilizando dos formas alfabéticas
diferentes, la líbico-bereber y la libio-fenicia. Las primeras inscripciones
conocidas en Canarias de tipo
líbico-bereber se localizaron en El Hierro en 1874 (Los Letreros), clasificándose
como libias o númidas y, en consecuencia, relacionándolas con el extremo
septentrional de África. Su transcripción ha tardado en producirse casi cien
años debido, entre otros aspectos, a la gran diversidad que presenta este tipo
de textos en el norte de África, su lugar de origen, y a las variaciones que
posee ese alfabeto en Canarias, del que W. Pichler (1996:
105) ha señalado que está
integrado por 19 elementos fonéticos. Ese investigador, apoyándose en epitafios
norteafricanos, ha asegurado que los textos canarios recogen nombres propios y
referencias familiares. Fue el primero en intentar sistematizar ese tipo de
inscripciones (Pichler, 1996), tarea en la que ha incidido algunos años más
tarde R. Springer. Su dispersión por el archipiélago afecta a la totalidad de
las islas: Cueva de Tajodeque en La Palma; San Miguel de Abona o La Laguna en
Tenerife; Barranco de Balos, Bandama o Bentayga en Gran Canaria; La Fortaleza,
Morro de la Galera, Barranco del Cavadero, Montaña Blanca de Arriba, Morro
Pinacho, Morro de Valle Corto, Morrete de Tierra Mala, Montaña del Sombrero o
Montaña de en Medio en Fuerteventura; Peña de Luis Cabrera o Peña de Juan del
Hierro en Lanzarote; Cueva del Agua o del Letime, Barranco de El Cuervo, La
Candia, La Caleta, Barranco de Tejeleita, El Julan -Los Letreros o Los
Números-, Barranco de la Aguililla o La Restinga, Hoyo de los Muertos
–Guarazoca- en El Hierro.
Frente a las anteriores, las
inscripciones alfabéticas de tipo libio-fenicio sólo se encuentran bien
representadas en Fuerteventura y Lanzarote, aunque se han identificado algunos
ejemplos en Tenerife (Cañada de los Ovejeros,…). Las primeras inscripciones de
tipo libio-fenicio se dan a conocer a comienzos de la década de los años 80’ en
las dos islas más orientales del archipiélago canario, asimilándose
inicialmente a diferentes alfabetos
(latino-pompeyano, ibérico, púnico…). W. Pichler (1993 y 2003) también las
sistematizó, proponiendo denominarlas “latino-canarias” (1995: 118) al considerar
que, por ejemplo, en Fuerteventura el 99% de los signos documentados podían
explicarse por el alfabeto latino (Op. cit.: 116). Ha diferenciado más de 70
signos diferentes en un alfabeto que se escribía de izquierda a derecha y del
que asegura estaba basado en un alfabeto latino del siglo I d.n.e., con ciertas
características de la “capital cursiva” y una clara tendencia al verticalismo y
a las formas angulares, esto último una característica propia de las
inscripciones sobre roca, en especial las inscritas en las áreas marginales del imperio romano, como la Gallia o África.
Para el citado investigador se trata de un alfabeto que presenta un alto
porcentaje de similitud con el antiguo lenguaje libio, en el que se
desarrollaron textos extremadamente cortos que incluyen nombres propios y referencias
de tipo familiar. R. de Balbín y colaboradores se refirieron a este tipo de
epigrafías como “... inscripciones de difícil análisis y apariencia latina…”, calificándolas con cierta cautela como una
forma de escritura “pseudolatina” (Balbín et alii., 1987: 35). Por el
contrario, J. de León y colaboradores (1988: 184) no dudaron en calificarlas
como una serie latina vinculada al alfabeto cursivo pompeyano, aseveración que
inicia una enconada discusión en relación con su posible adscripción latina. La
década de los años 90’ trajo consigo el descubrimiento de nuevas estaciones
epigráficas libio-fenicias en Lanzarote, Fuerteventura y Tenerife,
produciéndose a mitad de esa década un giro sustancial en la cuestión de su interpretación cuando R. Muñoz (1994) estudia el corpus de
Pichler y muy especialmente los paneles donde aparecían asociadas inscripciones
de las dos series alfabéticas conocidas en Canarias, llegando a la conclusión
de que los textos libio- fenicios no era posible traducirlos a partir del latín
ya que éste no era la lengua que subyacía, ni tampoco el alfabeto era latino
aplicado a una lengua bereber. Por el contrario, el citado investigador la
considera una serie alfabética de tipo púnico, un corpus “de inspiración
púnica” (Muñoz, 1994: 27), que parece corresponder a lo que J.L. López Castro
(1992: 54) denominó para el África septentrional como escritura libio-fenicia.
A partir de ese punto fue posible finalmente traducirlas (Muñoz, 1994: 25-41)
hallándose referencias a teóforos y teónimos propios de la cultura
fenicio-púnica, elementos semíticos que denotan la necesaria presencia entre
las poblaciones paleocanarias de la lengua púnica en convivencia con la líbica
que está en la base de la grafía líbico-bereber. De esa manera se consigue delimitar
con mayor precisión un elemento que, si bien mantiene su procedencia
norteafricana, deja de estar vinculada al mundo romano para estarlo a la
cultura neopúnica.
En las estaciones donde aparecen
asociadas inscripciones libio-fenicias y líbico-bereberes, ambas presentan
idéntica técnica de grabado y pátina, lo que permite suponer una similar
datación y el haber sido efectuadas por la misma mano, “libios
romanizados” que colonizarían las islas orientales en un momento
en torno al cambio de Era (Pichler, 1995: 118).
En general las inscripciones
alfabéticas presentan en la actualidad pocos problemas a la hora de fijar su
origen, establecer su cronología o interpretarlas culturalmente ya que
permiten una adecuada aproximación
a textos epigráficos semejantes bien datados del cercano continente
africano, por lo que constituyen un claro síntoma de asimilación cultural (Wagner, 2004: 269)
que en este caso nos ponen sobre la pista de las culturas fenicio-púnica y
romana norteafricanas.
3.2. PIES (“PODOMORFOS”): PROTECCIÓN.
Este tema iconográfico lo
conforman representaciones de siluetas de pies desnudos o calzados, por lo
general en parejas y a los que
comúnmente se les denomina “podomorfos”.
Las figuraciones desarrolladas van desde el simple óvalo al óvalo o rectángulo
con dedos marcados.
Más acorde con los contextos
culturales y cronológicos identificados en Canarias. Por tanto, desde la
perspectiva interpretativa los podomorfos canarios constituyen un tipo de
representación que, desde la hipótesis de poblamiento de carácter mediterráneo
que postulamos, tienen sus mejores paralelos en los existentes en el periodo
latino.
3.3. PECES: FERTILIDAD Y REGENERACIÓN.
De los años 60’ del pasado siglo
XX fueron las primeras que se conocieron en Canarias, si bien inicialmente no
se consideraron como tales podomorfos. Con posterioridad fueron apareciendo en
otros sitios de la isla, como la Casa del Marqués en Teguise (Fig. 4) o el Pozo
de la Cruz en Rubicón (Lám. II), si bien donde realmente constituyen un motivo
extremadamente común es en la cercana isla de Fuerteventura (Tindaya,
Tisajoyre, Castillejo Alto, Barranco de la Peña,…). Recientemente se han
identificado en otras islas, como Tenerife (Hoya Fría, Valle de San Lorenzo,
San Miguel de Abona,…), Gran Canaria (Barranco de Balos,…) o El Hierro (El
Julan). Las dos islas orientales mantienen en este caso, como en otros aspectos
característicos de su etapa protohistórica, una gran identidad en cuanto a
técnicas y morfologías, la cual se rompe con las representaciones presentes en
el resto del archipiélago.
En el norte de África los
grabados de pies constituyen un motivo que está presente en diversas estaciones
rupestres pre y protohistóricas (Nubia, Libia, Argelia, Marruecos, Sáhara,…),
pero también encontramos con frecuencia pies o sandalias en sitios romanos de
todo el Mediterráneo, tales como la factoría de Baelo Claudia o la misma Roma.
De hecho, ese tipo de representaciones constituye un tema común en el mundo
mediterráneo antiguo, una etapa.
Las representaciones rupestres de
peces son relativamente comunes en varias
islas del archipiélago
(Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote,…), respondiendo a varias
morfologías que, en algunos casos
(Piedra Zanata,…) han sido asimiladas a elementos fálicos. Las primeras
representaciones de peces halladas en Canarias se dieron a conocer en la isla
de Tenerife (Masca) (Tejera, 1988; González et alii., 1995). A esos iniciales
descubrimientos se les fueron sumando otros en Anaga, Candelaria, Arico,
Geneto, Bisechi o Aldea Blanca. De todos ellos destaca la denominada “Piedra
Zanata” por contener una inscripción mágica (Muñoz, 1994), a la que se ha
relacionado con la presencia de navegantes semitas en el archipiélago y con la
razón que los trajo, la pesca de túnidos y escómbridos (González et alii.,
1995). Un hallazgo de similares características se produjo recientemente en
Gran Canaria (Lomo Manco); se trata como aquélla de la representación en
bulto redondo de un pez (Marrero et alii.,
2005), elaborado en basalto, con forma oval y conteniendo en una de sus
caras una representación grabada del signo antropomorfo que representa a la
deidad púnica Tanit. Los dos elementos anteriores, en base al carácter de los
sitios en que aparecieron y al propio aspecto de lo representado, hay que
relacionarlos con creencias y prácticas de carácter cultual.
En Lanzarote la iconografía del
pez no era conocida, sin embargo las prospecciones que hemos efectuado durante
los últimos años como parte de las actividades de campo programadas en varios
proyectos de investigación que han tenido a esa isla como objeto de análisis,
nos han permitido estudiar en profundidad dos estaciones en las que, entre
otros elementos, se hallaban representaciones de peces. En realidad se trata en
un caso de una estación bien conocida aunque no debidamente analizada e
interpretada y, en el otro caso, de una estación inédita. Los sitios de los que
hablamos son la Peña de Luis Cabrera (Guatiza), lugar ampliamente destacado y
citado en la bibliografía arqueológica, caracterizado por la presencia de
varios paneles con motivos grabados lineales y epigráficos elaborados en
alfabeto líbico-bereber, además de un “litófono”. En esta estación la
representación de pez se halla precisamente acompañando a uno de los textos
epigráficos, con respecto al cual presenta idénticas características técnicas,
indicio de que fueron efectuados simultáneamente (Fig. 5).
El segundo sitio donde hemos
identificado este característico tema iconográfico es en Montaña Casa (Yaiza),
una estación marcada por la abundancia y variedad de las manifestaciones se
consideraban un símbolo de fertilidad, o de regeneración, como es el caso de
Egipto con la especie Tipalia (pez bulto), el cual incluía además un fuerte
simbolismo funerario.
3.4. ESTELAS: ICONOGRAFÍAS DE BAAL HAMMÓN
Y TANIT.
Se trata de varias decenas de
estelas y betilos, por lo general de pequeño tamaño, ya que no superan los 25
cm. de largo, y forma de tendencia
cuadrangular. En algunos casos muestran
en sus caras un motivo inciso, en bajorrelieve o abrasionado. Se han trabajado
sobre diferentes tipos de rocas tanto de origen volcánico (basalto) como
sedimentario (caliza), presentando un cuidado acabado de las superficies por
pulimento lo que les convierte en artefactos con un alto valor estético, de una
gran singularidad en el ámbito de la Protohistoria canaria. Entre las estelas
destaca por su tamaño un ortostato de 1’50 m. de altura, el cual se haya
rematado en un extremo por “cinco líneas subconcéntricas” (Balbín et alii., 1987:
29), junto al cual se localizó una figura zoomorfa representando un carnero a
tamaño natural.
Grabados rupestres que presenta.
Se localiza en la cima de una montaña de 365 m.s.n.m., en la vertiente
orientada hacia el suroeste, estando constituida principalmente por varias
zonas con amplias acanaladuras y pequeñas cazoletas que describen complejos
diseños. Precisamente con la misma técnica utilizada para la elaboración de las
acanaladuras se ha grabado en una pequeña pared vertical una amplia escena que
contiene varios peces de gran tamaño que nadan en la misma dirección saltando
unos sobre otros hacia lo que parece una red (Lám. III). El hecho de que se
trate de una escena es lo que diferencia a esta representación de los restantes
casos conocidos en el archipiélago; no se trata pues de un elemento aislado ni
de un artefacto mueble como los conocidos en Tenerife o Gran Canaria, sino de
un conjunto de representaciones que nos muestran una técnica de pesca conocida
desde la Antigüedad: la almadraba.
Resulta patente que, en el
contexto interpretativo fenicio- púnico y romano que venimos recorriendo, no
resultan extrañas las representaciones de peces, unos elementos que en opinión
de F. Velázquez (2007: 117) “… son recurrentes en la cultura púnica,…”
hallándose en las estelas de Cartago, donde en algunos casos se
reconocen atunes, icono que en las monedas de varias ciudades púnicas del sur
de la Península Ibérica (Gadir, Seks, Abdera, Sexi,…) ha sido colocado como
referencia a su riqueza pesquera. En la cultura fenicio-púnica también se
fabricaron amuletos con forma de pez, los cuales en otras culturas
contemporáneas.
Entre las piezas de menor tamaño
destaca un ejemplar que posee la representación de una mano abierta, conseguida
mediante una ligera abrasión de la roca caliza que le sirve de soporte a partir
de un trazado inciso previo que delimitaba el contorno de la figura. Tanto la
morfología general de esa pieza como el motivo representado nos permitió
relacionarla con la diosa fenicio-púnica Tanit: la mano derecha abierta y
exenta sería símbolo del poder protector de la divinidad, símbolo de Tanit
(Atoche et alii., 1997). Tanit es una de las deidades fenicio-púnicas presentes
en las islas que ha aparecido con mayor frecuencia; diosa procedente de Fenicia,
su culto adquirió un gran desarrollo en el Mediterráneo occidental, donde fue
adoptada por los africanos en contacto con los colonos fenicios. En el
archipiélago canario se la encuentra bajo varias de las diferentes formas en
que solía representarse en el norte de África (Arco et alii., 2000), si bien es
en Lanzarote donde aparecen dos de sus
más conocidas morfologías, nos referimos al signo “antropomorfo”
grabado, localizado en el Pozo de la Cruz y a la mano abierta en señal de
bendición, descubierta en Zonzamas.
La representación de manos
constituye un símbolo profundamente arraigado en la tradición religiosa púnica
del Mediterráneo occidental el cual no es un préstamo paleobereber, de ahí que
las manos que se constatan entre los norteafricanos con anterioridad a la
invasión árabe se deben a la influencia fenicia. La mano posee una gran carga
de poder simbólico, en especial los gestos con ella realizados, de tal manera
que en el mundo púnico se la representa en amuletos, con la palma abierta o con
el puño cerrado con el dedo pulgar entre el índice y el corazón. La cronología
de las primeras se sitúa entre el siglo VII a.n.e. (Utica) y los inicios del
siglo V a.n.e. (Palermo), si bien perduran hasta fechas tardías de inicios del
siglo III a.n.e. (Velázquez, 2007).
En cuanto a la segunda manera de
representar a la diosa Tanit, el denominado “signo de Tanit”, su presencia ha
sido registrada en el sur de Lanzarote, en Rubicón, en el denominado Pozo de la
Cruz, construcción subterránea de una sola cámara y reducidas dimensiones con
sección de tendencia oval, cubierta por medio de grandes losas y a la que se
accede a través de una larga y estrecha escalera cubierta con una falsa bóveda
lograda mediante aproximación de hiladas. Dicha escalera enlaza con la cámara
por medio de un vano adintelado cuyos bloques contienen grabado el signo de
Tanit (Lám. IV), además de varios motivos lineales.
Hasta mediados de la presente
década todas las estelas y betilos que se conocían en Lanzarote procedían
exclusivamente de la actividad arqueológica desarrollada en el poblado de
Zonzamas durante los años 70’ y comienzos de los 80’ del pasado siglo XX,
caracterizándose por no presentar ninguna referencia cronológica. Sin embargo,
el hallazgo en 2006 de una estela en el sitio arqueológico de Buenavista
(Tiagua) no sólo ha venido a ampliar el número de registros de ese tipo de
objetos conocidos sino que además nos ofrece un contexto datado en el siglo IV
a.n.e. (Atoche, e.p.) que nos señala que estamos ante un tipo de artefacto que
está presente en la isla desde fechas muy antiguas correspondientes a la fase
púnica. El hallazgo del que hablamos (Fig. 6 y Lám. V) consiste en una placa
lítica de basalto rojo bacuolar a la que se le ha dado por pulimento una forma
de tendencia trapezoidal, irregular, ya que todos los bordes no presentan un
mismo nivel de acabado. El anverso se ha pulimentado, presentando una
superficie bastante lisa pero muy porosa, que ha recibido un motivo esquemático
conformado por líneas grabadas poco profundas, el cual tiene una compleja
lectura, aunque pueden distinguirse una pareja de antropomorfos rodeada de
varios elementos geométricos. La pieza apareció en un nivel de abandono, en el
fondo de una cubeta rectangular incluida en una estructura habitacional mayor de
tendencia rectangular, donde se hallaba asociada a varios recipientes
contenedores de grandes dimensiones además de la piedra durmiente de un molino
de mano circular. Del mismo nivel de abandono proceden otras piezas líticas,
probables betilos, de aspecto inacabado y similares características técnicas
aunque de menores dimensiones, las cuales no muestran ningún tipo de
representación.
De una manera general, el
carácter de los elementos descritos resulta determinante a la hora de
interpretarlos y fijar su adscripción cultural y cronológica. Ese es el caso de
la presencia de una representación religiosa indiscutiblemente púnica como el
signo de Tanit, el cual encarna a una diosa a la vez virgen y madre,
responsable tanto de la fertilidad de la naturaleza como protectora de la
muerte. De origen fenicio, su culto adquirió una amplia difusión en el Círculo
de Cartago, donde fue adoptado por los pueblos africanos en contacto con las
colonias fenicio-púnicas. Con posterioridad el agua será considerada un regalo de
la diosa, una vez que ésta se romanizó como Iuno Caelestis, aspecto éste que
hace que la representación localizada en el Pozo de la Cruz, como elemento
arqueológico, resulte totalmente compatible cronológica y culturalmente con la
construcción, señalando además la probable autoría de la misma: gentes púnicas
o punicizadas, fenicios o africanos
a ellos vinculados, como fueron
sin duda los primeros pobladores de la isla. Pero además, la presencia en el
mismo lugar de un podomorfo, debe entenderse como una figuración compatible y
afín a la propia Tanit y al pozo ya que se trataría de dos representaciones con
una misma función, claramente protectora tanto de la estructura como del agua
que aquella contenía.
3.5. TOROS: BAAL HAMMÓN.
A mediados de la década de los
años 90’ del pasado siglo XX se dio a conocer en Tenerife, en el sitio de El
Ovejero (Balbín et alii., 1995), una estación en la que se localizaba una
representación en bajorrelieve de un toro al que se superponían varias
epigrafías neopúnicas. Se trataba de un hallazgo extraño
para los contextos arqueológicos
protohistóricos canarios en los que no se han localizado restos óseos de ese
animal. El elemento en cuestión fue interpretado por sus descubridores como una
representación del dios Baal Hammón (Op. cit., 1995).
A ese primer hallazgo
de una representación de toro hay
que unir ahora otras dos en Lanzarote, localizadas a media ladera de dos
montañas. La primera de ellas en Montaña Blanca (San Bartolomé), sobre un
soporte de lapilli consolidado donde se ha excavado un gran bucráneo utilizando
una técnica distinta a la del toro de Tenerife (Lám. VI y Fig. 7). Si en esta
última isla se representó la totalidad del animal esculpido en una gran losa
pétrea, en el caso de Lanzarote se ha representado sólo la cabeza, en la que
destacan los largos cuernos. Este bucráneo se encuentra a su vez rodeado de lo
que parecen representaciones de huellas
de pezuñas efectuadas con la misma
técnica, acanaladuras profundas y anchas de aspecto similar al que tienen
los amplios canales paralelos que se localizan en otros paneles próximos y que
recuerdan lo que en la isla se conoce como “queseras”; también hay pequeñas
cazoletas. El segundo hallazgo se localiza en la cercana Montaña de Guatisea,
donde se repite tanto el patrón locacional como la técnica de realización
vistos en Montaña Blanca: amplios canales y cazoletas asociados a otros motivos
geométricos conseguidos mediante grabados gruesos y profundos, entre los cuales
hay un nuevo bucráneo que reproduce casi de manera exacta la iconografía
descrita para Montaña Blanca.
La presencia en Lanzarote de
figuraciones de toros hay que relacionarla con una de las representaciones
zoomorfas asociadas al dios protector de Cartago, Baal Hammón, deidad de cuya
presencia en la isla ya teníamos noticias al haberse identificado tanto en
textos epigráficos neopúnicos (Muñoz, 1994) como en la representación del
carnero de Zonzamas (Balbín et alii., 1995). La iconografía del toro fue muy
común en el mundo fenicio-púnico donde se le relacionó con la idea de
fertilidad y virilidad (Blázquez,
1995: 115), apareciendo tanto en
amuletos como en elementos de mayor
tamaño; el toro, junto con otros
animales (ciervo, paloma y león), además de con Baal Hammón también estuvo
vinculado en todo el Mediterráneo al culto de Astarté (Ferrer, 2002: 197).
El hecho de que las
representaciones de toros, tanto las de Lanzarote como la de Tenerife, se hayan
efectuado en espacios al aire libre y asociadas con otras clases de grabados,
cazoletas, canales,…, parece indicarnos un cierto vínculo de ese animal con
rituales mágico-religiosos de índole diversa. Sea como fuere, en la
Protohistoria canaria parece estar clara la existencia de una veneración al
toro, quizás no como divinidad en sí misma sino como depósito de fecundidad y
objeto de virtudes apotropaicas, en un contexto apenas evolucionado de la
ancestral mentalidad mágico-religiosa vinculada a poblaciones ganaderas, al
desarrollo y fecundidad del ganado y al Más Allá.
3.6. EMBARCACIONES.
En un espacio tan relacionado con
el mar como el archipiélago canario las representaciones de naves constituyen
un elemento común que tipológicamente responden en la mayor parte de los casos
a embarcaciones tardías, aunque también existen modelos vinculados al Mediterráneo
antiguo. Se trata de un tipo de iconografía que refleja los viajes y rutas que
hacia el archipiélago pusieron en marcha los marinos de la Antigüedad, al
tiempo que nos ponen sobre la pista de los medios técnicos puestos en liza para
esas travesías.
Grabado sencillo del tipo hippoi,
ampliamente utilizados para la pesca y el tráfico de cabotaje en el Círculo del
Estrecho a partir de la colonización fenicia. La embarcación descrita es típica
y corresponde a una iconografía muy significativa desde la perspectiva
tipológica comparable con las que se conocen en Cádiz (Laja Alta, Jimena de la
Frontera) (Almagro Gorbea, 1988).
Las representaciones de naves
antiguas en Canarias se comenzaron a registrar en fechas relativamente
recientes a partir del hallazgo de la flotilla de embarcaciones existente en la
estación de El Cercado (La Palma), lugar en el que se grabaron dos galeras, un
tipo de embarcación que también se ha atestiguado en Tenerife (Barranco Hondo),
donde se asocia en el mismo panel a otra representación de una nave cuya
morfología recuerda a los navíos curvos de casco.
En las
Canarias orientales las
representaciones de naves
aparecen con relativa frecuencia, en especial en Fuerteventura (Amezcua, 1995;
González et alii., 1998) y en menor medida en Lanzarote, si bien en su mayor
parte están constituidas por embarcaciones contemporáneas o posteriores a la
conquista bajomedieval. No obstante, en Lanzarote recientemente han aparecido
algunos grabados de naves localizados en estaciones contextualizadas en un
entorno donde se hallan presentes diferentes tipos de yacimientos, una de ellas
domina en el noreste de la isla uno de los puertos naturales por los que
tradicionalmente se accedía a la isla (Los Ancones-Los Charcos), costa que ha
proporcionado alguno de los hallazgos submarinos de ánforas de adscripción
romana que se conocen para la isla de Lanzarote (Los Charcos).
Otra de las estaciones se
localiza en el Cortijo del Majo, situada en una peña basáltica en la que se
encuentra una cazoleta, un motivo de barco y varios trazos rectilíneos de diferentes
dimensiones. Además de las citadas conocemos otras estaciones en la Presa de
Mala, el Barranco del Quíquere o Tenézar, de ellas es esta última la que ha
proporcionado quizás la representación de una nave de morfología más antigua.
Se trata de una embarcación que presenta como timón un largo remo en la popa,
además de varios pares de remos y un prótomos de aspecto zoomorfo (Fig. 8).
4. EL MARCO CRONOLÓGICO Y CULTURAL.
La delimitación cronológica de
las culturas protohistóricas canarias dista mucho de ser una cuestión
mínimamente resuelta, máxime si tenemos en cuenta que ha constituido un
problema que suele soslayarse con demasiada frecuencia en las
investigaciones que se desarrollan en las islas. Por el contrario, la secuencia
cultural, la fasificación de las culturas canarias comienza a ser una cuestión
cuya resolución está cada día más cercana, contándose en la actualidad con
algunas propuestas ajustadas a las nuevas hipótesis explicativas del poblamiento
protohistórico de las islas (González et alii., 1998; Atoche, 2006 y e.p. 1 y
2).
No es extraño pues que siga
teniendo vigencia la afirmación que A. Beltrán (1996) hacía hace apenas una
década en el sentido de que en Canarias no existía ninguna representación
rupestre datada por procedimientos absolutos y que las únicas referencias
cronológicas se habían obtenido de determinados artefactos muebles localizados
en contextos arqueológicos. Como resultado de todo ello en la actualidad es casi
imposible asignar una
fecha o determinación cultural
segura para la gran mayoría de las manifestaciones rupestres canarias,
descartándose la tradicional distinción tecno-cronológica que se hacía, entre
otros aspectos por existir constancia arqueológica de la presencia de
artefactos metálicos durante un amplio espacio temporal de la etapa
protohistórica, hecho evidenciado precisamente en la isla de Lanzarote, tanto
en el yacimiento de El Bebedero como en el de Buenavista, sitios donde entre
los siglos VI a.n.e. y IV d.n.e. están claramente representados los
instrumentos metálicos (Atoche et alii., 1995; Atoche et alii., e.p.), entre
ellos varios clavos de bronce (Lám. VII), unos elementos muy adecuados para
realizar todo tipo de incisiones. Pero además, aunque no se hubiera detectado
la presencia de objetos metálicos, es evidente que en las islas hay rocas lo
suficientemente duras y con filos adecuados para obtener un resultado similar
al que se obtendría con útiles metálicos.
En consecuencia, y en relación con
el tema que nos ocupa, las manifestaciones rupestres protohistóricas de
Lanzarote, creemos que se pueden matizar algunos aspectos en relación con su
marco cronológico. En primer lugar, el conjunto más numeroso de
representaciones, los conjuntos iconográficos constituidos por representaciones
incisas lineales, presentan tal difusión universal que resulta extremadamente
complejo establecer tanto sus orígenes como situación cronológica. En
consecuencia, su adscripción cronológica y cultural dependerá directamente de
que presenten unos adecuados contextos arqueológicos, circunstancia que se da
sólo en algunas de las estaciones conocidas en la actualidad. Por el contrario,
las iconografías integradas por inscripciones epigráficas o temas figurativos
proporcionan unas mayores posibilidades no sólo en el ámbito cronológico sino
también en el interpretativo al poder relacionarse con alguna de las etapas y
fases establecidas para el desarrollo cultural protohistórico norteafricano y
canario. En concreto, de las iconografías que hemos particularizado en el
apartado anterior, las epigrafías de tipo líbico-bereber constituyen, en
opinión de G. Camps (1996, 61), una clase de texto elaborado en un alfabeto que
fue creado en el norte de África en un momento anterior al siglo III a.n.e.,
quizás no derivado de la escritura púnica sino de un alfabeto próximo- oriental
arcaico del siglo IV a.n.e. o quizás antes. Por el contrario, las epigrafías
libio-fenicias se corresponderían con la escritura que J.L. López Castro (1992:
54) denominó para el norte de África como “libiofenicia”. Frente al primer sistema alfabético, este
segundo se sustenta en una lengua semítica, púnica, y sirvió para expresar
teóforos y/o teónimos propios de la cultura fenicia (Muñoz, 1994), lo que hace
muy probable que las poblaciones protohistóricas insulares pudieran expresarse
en esa lengua, un hecho por otra parte habitual en sus tierras de origen al
menos hasta el siglo V d.n.e. donde, como ha señalado S. Lancel (1994:
325), el púnico llegó a eclipsar a
la lengua libia. R. Muñoz (1994: 38) tradujo una de las inscripciones de
inspiración púnica recogidas por W. Pichler en Fuerteventura como “‘t’dnmn
(hata adon amon)”, (“este es el dios Amón”), que además del teónimo contiene un
término tan claramente semítico como adon (señor, dios) usado con su correcta
significación por la población insular.
Tras la caída de Cartago el
alfabeto fenicio sigue utilizándose tanto en África como en las colonias
mediterráneas (Sicilia, Cerdeña,…) si bien se diversifica con respecto a la
etapa precedente pasándose a denominarse “neopúnico”; las letras son muy
esquematizadas tendiendo a confundirse entre ellas. Este tipo de escritura ya
existía con anterioridad, como se observa en alguna estela de Cartago
perteneciente a época helenística, derivando de una variante cursiva de la
escritura fenicia que se forma posiblemente en el siglo VI-V a.n.e. utilizada
sobre soportes blandos. La caída de Cartago interrumpió la producción de
escritos monumentales y una rápida difusión de la forma cursiva, la cual
termina utilizándose en obras monumentales. Los documentos neopúnicos más
tardíos corresponden a finales del siglo I d.n.e.; la escritura fenicia
perdurará cuanto menos hasta el siglo III d.n.e. (Amadasi, 1990: 31-32).
Las restantes iconografías analizadas en este trabajo, por
su clara vinculación con las culturas fenicio-púnica y romana, pueden ser
adscritas a alguna de las etapas y fases que hemos establecido para
sistematizar la protohistoria insular. En todo caso, hay que tener en cuenta
que Canarias era una región marginal dentro del área cultural de la Antigüedad
mediterránea, una zona donde los
modelos culturales
recibidos perdurarán durante muchos siglos, copiándose
continuamente.
4.1. LANZAROTE EN EL CONTEXTO DE LA FASIFICACIÓN DE LA
PROTOHISTORIA CANARIA.
Si las manifestaciones rupestres constituyen la expresión
gráfica de ideas resulta evidente que son inseparables de la cultura de quienes
las realizaron. En consecuencia, su estudio debe estar ligado, siempre que se
pueda, a contextos arqueológicos y a la posición que ocupan en ellos ya que el
conocimiento del entorno en el que se integran constituye un dato de gran valor
para una mejor interpretación de lo que son esos elementos, pudiendo determinar
cuáles pueden tener un carácter sacro, un valor simbólico o un sentido
religioso.
En esa línea, las aportaciones estratigráficas y
cronológicas que se han producido a lo largo de la última década para la
arqueología de Lanzarote nos permiten plantear un cuadro bastante exacto de la
secuencia cultural y cronológica de la Protohistoria de la isla (Atoche, e.p.
2), en el que se pueden diferenciar varias etapas y fases (Tabla nº 1).
PRIMERA ETAPA: DESCUBRIMIENTO,COLONIZACION Y ESTABLECIMIENTO
(CIRCA SIGLOS X A.N.E. AL III D.N.E.)
Con un desarrollo de casi un
milenio y medio, espacio de tiempo en el que se produjo el inicio y desarrollo
de la explotación de los recursos del Atlántico africano, el descubrimiento de
los “archipiélagos canarios” (Hespérides y Afortunadas) (Santana et alii.,
2002), su colonización y el posterior establecimiento de los primeros grupos
humanos. Debió constituir una etapa muy dinámica en la que se pueden
diferenciar tres fases sucesivas:
Fase Fenicia: Descubrimiento y colonización inicial (siglos X
al VI a.n.e.)
El desarrollo de esta fase coincide con la exploración,
valoración y explotación de la fachada atlántica africana efectuada por
mercaderes y pescadores fenicios (gadiritas, lixitas,...) asentados en el
occidente mediterráneo. Por lo que a la isla de Lanzarote se refiere esta etapa
supone el inicio de su colonización, proceso que se concreta con la fundación
por parte de marinos feno-púnicos de al menos un establecimiento costero, el de
Rubicón (Atoche et alii., 1999; Atoche, 2003).
Fase Púnica: colonización y establecimiento Definitivos (siglos
Vi al ii a.n.e.)
El cierre de los mercados del Próximo Oriente a los metales
del occidente mediterráneo y la consecuente reorientación económica hacia las
producciones agrarias profundizan los contactos púnicos con las poblaciones
indígenas de Occidente
incrementándose la actividad
productiva,
ETAPAS DEL POBLAMIENTO HUMANO FASES CULTURALES O MICRO-
SECUENCIAS INSULARES VARIABLES QUE EXPLICAN EL CAMBIO CULTURAL MOTOR DEL CAMBIO ISLAS COLONIZADAS
1ª ETAPA DESCUBRIMIENTO,
FASE FENICIA (ss. X-VI a.n.e.) FASE PÚNICA (ss. VI-II
a.n.e.)
EXPANSIÓN COMERCIAL ATLÁNTICA
Integración económica de las islas en los circuitos
mediterráneos como productoras de materias primas (Cartago unifica la Fenicia
occidental)
Pobladas: las islas centrales Colonizadas: las islas
extremas (La Palma y Lanzarote)
COLONIZACIÓN Y ESTABLECIMIENTO (circa ss. X a.n.e.-III
d.n.e.)
HIATUS (ss.
II-I a.n.e.)
CRISIS DEL MODELO PÚNICO DE COLONIZACIÓN
- Expansión económica en la Mauritania
Se afianza la presencia humana en las islas pobladas y se
produce el
2ª ETAPA ABANDONO
(circa ss. III-IV d.n.e.)
3ª ETAPA AISLAMIENTO
(circa ss. IV-XIII d.n.e.)
4ª ETAPA ACULTURACIÓN (ss. XIV y XV)
FASE ROMANA
(ss. I a.n.e.-III
d.n.e.)
FASE CANARIA (circa ss. III-XIII d.n.e.) CONSTITUCIÓN Y
DESARROLLO DE LAS CULTURAS INSULARES CANARIAS
FASE DE DESTRUCCIÓN DE LAS CULTURAS INSULARES CANARIAS
INTENSIFICACIÓN
ECONÓMICA EN EL ATLÁNTICO AFRICANO
FIN DE LA DEPENDENCIA ECONÓMICA EXTERNA Y DESARROLLO DE
PROCESOS ECONÓMICOS Y SOCIALES AUTÁRQUICOS
EXPANSIÓN COMERCIAL ATLÁNTICA
Tingitana
-Intensificación económica: integración de la producción
agrario- pesquera
Crisis político- económica de las formaciones sociales
paleocanarias
Readaptación y diversificación de las formaciones sociales
paleocanarias
Crisis generalizada de las formaciones sociales
paleocanarias establecimiento definitivo de población en islas hasta entonces
sólo colonizadas (p.e. Lanzarote, Fuerteventura o La Palma)
Pobladas: todas
Pobladas: todas
Tabla nº 1: Etapas y fases del periodo protohistórico
atestiguadas en Lanzarote (Atoche, e.p. 1).
La razón que motivaría la
necesidad de continuar e incluso incrementar el establecimiento de nuevos
grupos de población no sólo en centros del Mediterráneo sino también del
Atlántico y Canarias mediante la trasplantación de comunidades de
libiofenicios. Con libiofenicios Cartago protagonizó un proceso de colonización
impulsado por objetivos geoestratégicos y de explotación agraria.
Si seguimos las tesis de F. López
Pardo (1990: 61), el inicio de esta fase estaría muy próximo al proceso de
creación de colonias de libiofenicios en la costa atlántica africana descrito
por el Periplo de Hannón. Durante esta fase se crearían en las islas las
infraestructuras necesarias para la puesta en marcha de su explotación agraria
mediante el establecimiento en puntos estratégicos de asentamientos dotados con
los elementos necesarios para facilitar
la captación de los recursos insulares. En Lanzarote ese hecho
lo hemos documentado en el
asentamiento de Buenavista, con una ocupación activa desde al menos el siglo VI
hasta el siglo IV a.n.e.
Fase romana: culminación De la
colonización De las islas (siglos i a.n.e. al iii D.n.e.)
Navegantes romanizados
procedentes del Círculo del Estrecho transitaron las aguas canarias al menos
desde el siglo I a.n.e. hasta finales del siglo III o comienzos del IV d.n.e.
(Atoche et alii, 1995; Atoche y Paz, 1999; Atoche, 2006), tras la crisis del
Imperio Romano y el abandono por éste de buena parte de la provincia Tingitana,
hecho que puso fin a las actividades de un amplio número de factorías de la
costa atlántica marroquí (Ponsich et alt., 1965: 116- 117). En Lanzarote esta
fase está bien atestiguada en El
Segunda etapa: AbAndono (circa siglos
III-IV d.n.E.)
Tiene una limitada pervivencia
cronológica, iniciándose con la crisis político-económica que afectó al Imperio
Romano en el siglo III, fenómeno que provocará el aislamiento de las
poblaciones insulares y el desarrollo de endemismos culturales causantes de las
culturas insulares que se desarrollaron durante el siguiente milenio.
TERCERA ETAPA: AISLAMIENTO (ccirca
siglos IV Al XIII d.n.E.)
El abandono generó el desarrollo
de una nueva etapa que se extenderá a lo largo de casi un milenio, en la que se
asiste a la aparición de las denominadas culturas insulares canarias. Supuso
una fase de auténtico aislamiento, la cual constituye en la actualidad la mejor
documentada desde la perspectiva arqueológica. En ella hemos diferenciado una
sola fase:
Fase canaria: constitución y Desarrollo De las culturas
insulares canarias (circa siglo iii al siglo Xiii D.n.e.)
La desconexión con los centros que dieron origen al descubrimiento y
posterior colonización de Canarias obligaría a las poblaciones insulares a
desarrollarse en un relativo aislamiento, generándose unos sistemas culturales
caracterizados por hallarse inmersos en un estadio tecnológico que hemos
denominado Neolítico forzado (Atoche et alt., 1999). En Lanzarote, desde la
perspectiva cultural, esta fase se
corresponde con la denominada “cultura
de los mahos”.
CUARTA ETAPA: ACULTURACION (sIglos XIV y XV)
Comienza en el siglo XIII, cuando el archipiélago canario
vuelve a ser frecuentado por navegantes europeos que dieron lugar al denominado
“redescubrimiento” (Serra, 1961; Morales Padrón, 1971), el cual prepara la
conquista normando-castellana a lo largo del siglo XV.
5. UN NUEVO MARCO INTERPRETATIVO.
En la primera mitad del I milenio
a.n.e. navegantes fenicios descubren el archipiélago canario, momento a partir
del cual y a lo largo de algo más de un milenio las islas pasaron a integrarse
en la comunidad económica y cultural establecida a ambos lados del Estrecho de
Gibraltar apoyada en las ciudades de Gadir y Lixus. Esa situación cambió a
partir del siglo III d.n.e. ya que la crisis político-económica que afectó al
Imperio Romano generó en Canarias un fenómeno de aislamiento cultural que se
prolongó durante casi un milenio propiciando la aparición de especificidades
culturales que convirtieron a las poblaciones insulares en auténticos
endemismos culturales.
La cultura que arribó a las Islas
Canarias con los primeros pobladores humanos era el resultado del
mestizaje de tradiciones
mediterráneo-africanas con otras más recientes fenicio-púnicas, fragmentándose
tras su establecimiento en las diversas islas que integran el archipiélago
canario, generándose a partir de entonces diversos sistemas culturales que no
obstante siempre mantuvieron en común determinados aspectos, entre los cuales
sobresalían aquellos de origen semita que caracterizaban ámbitos tan determinantes de las culturas
insulares como el de las creencias o las prácticas religiosas (libaciones de
leche, manteca y agua, actitud orante, representaciones de toros, inhumaciones
infantiles en contenedores cerámicos, recintos funerarios excavados en la roca
o prácticas destinadas a la conservación post mortem,…).
Si aceptamos que los canarios
protohistóricos eran paleobereberes punicizados o libiofenicios transportados
inicialmente hasta las
islas por navegantes
fenicios o púnicos (Atoche, 2002), no debe extrañarnos que
determinadas creencias y prácticas,
consideradas hoy típicamente
bereberes, tomadas a su vez de los colonizadores fenicios, se documenten en
nuestras islas mediante unas representaciones religiosas que si bien se
elaboraron en el archipiélago su origen ideológico alcanza Canarias como
resultado de un préstamo religioso originalmente producido en el seno de las
sociedades protohistóricas del norte de África, fenómeno en el que estuvieron
inmersos el amplio conjunto de creencias, deidades y otros elementos rituales
de ascendencia próximo-oriental que la cultura fenicio- púnica extendió por el
Mediterráneo y, de una forma más concreta, entre las poblaciones libias
norteafricanas.
Pues bien, sobre la base de las
afirmaciones anteriores, pasaremos a
intentar determinar de donde procede la inspiración que llevó a
la realización de los elementos iconográficos que hemos analizado, si lo hace
de contactos con otras culturas o si se trata de aportaciones propias de la
cultura insular. De esos elementos son las inscripciones alfabéticas las que
menos problemas ofrecen a la hora de intentar interpretarlas, ya que
constituyen un claro indicio de asimilación
cultural en el contexto de las culturas fenicio-púnica y romana
norteafricanas.
Las inscripciones libio-fenicias
sirvieron para desarrollar textos extremadamente cortos que incluyen nombres
propios y referencias de tipo familiar. La razón de que con este tipo de grafía
se hayan grabado ese tipo de textos se debe no sólo al deseo de indicar la
presencia de esas personas sino que, por hallarse la mayor parte de ese tipo de
inscripciones en zonas apartadas, en cimas y pasos de montaña, en prominencias
rocosas, se trataría probablemente de lugares sacralizados donde los nombres
serían grabados durante visitas puntuales con la finalidad de ganarse la
protección de alguna deidad para el autor de la epigrafía o para un familiar
difunto. E. Ferrer (2002) ha observado un fenómeno similar en los santuarios y
otros lugares de culto del extremo Occidente, donde las inscripciones
epigráficas reflejan teónimos y antropónimos inmersos en fórmulas reiterativas
y estereotipadas, con una función normalmente votiva o funeraria, a semejanza
de los miles de inscripciones epigráficas correspondientes a época
fenicio-púnica del Mediterráneo. El citado investigador observa que en ese
mismo ámbito fenicio existe una gran variedad de espacios naturales y/o artificiales
donde eran veneradas deidades (Op. cit.: 193), lugares considerados sagrados en
donde los dioses reciben a los hombres y estos exponen sus plegarias. Esos
santuarios naturales no siguen un patrón orográfico determinado, pueden
hallarse en montañas, las cuales en el Próximo Oriente antiguo se consideraron
lugares privilegiados de comunicación entre dioses y hombres.
Al igual que las inscripciones
epigráficas, las restantes iconografías representadas en la isla de Lanzarote
constituyen sin duda el reflejo de ideas, alguna de las cuales responde con
toda probabilidad al ámbito de las creencias, de lo religioso, lo que ha
propiciado que algunos investigadores se refieran a esas representaciones como
resultado de creencias mágico-religiosas, aunque sin llegar a determinar el
alcance o el sentido profundo de ese tipo de realizaciones. Es por ello que
quizás convenga intentar aclarar la cuestión, para lo cual creemos que
constituye una gran ayuda establecer el contexto espacial en el que se hallaron
esas manifestaciones.
De las creencias que tuvieron y
los ritos que practicaron las poblaciones paleocanarias de Lanzarote nos quedan
reflejos en un buen número de sitios y de artefactos que sirvieron para
representar deidades de las cuales no siempre poseemos las claves que nos
permitan acercarnos a su significado real. No obstante, si analizamos
globalmente los patrones de localización de las iconografías descritas más
arriba nos encontramos con demasiada frecuencia que se han hallado vinculadas a
elementos geográficos significativos; ese es el caso de las representaciones de
peces y toros y su ubicación en laderas de montañas o en peñas destacadas en
medio de amplias llanuras, por lo general alejadas de los núcleos
habitacionales protohistóricos y, por tanto, relacionados con actividades no
cotidianas que debieron estar basadas en creencias generalistas comunes a
amplios grupos de población. La vinculación de elementos con un contenido
religioso específico a elevaciones y montañas no es algo nuevo en Lanzarote como
hemos podido comprobar (Atoche et alii., 1999) con la localización de depósitos
de ofrendas o exvotos en forma de escaraboides en determinados lugares altos
(p.e. Volcán de Tahiche); se trata de unos elementos cuya presencia es
marcadamente frecuente en determinados sitios, donde se colocaron en forma de
pequeños depósitos votivos, concentraciones colocadas ex profeso que debieron
tener un significado preciso para quienes llevaron a cabo la deposición. Se
trata de escondrijos ubicados en accidentes geográficos concretos, lo que
permite suponer la posible sacralidad de estos últimos, así como la función
votiva y mágico-religiosa de lo ocultado u ofrecido. Esto último presenta un
enorme paralelismo con lo que conocemos para el Mediterráneo desde fechas muy
remotas, como es el caso de Gorham’s Cave (Gibraltar), lugar que ha sido
interpretado como santuario precisamente por haber proporcionado un elevado
número de escarabeos y otros amuletos depositados allí como ofrendas (López de
la Orden, 1990: 19).
Por el contrario, otros elementos
definidos por su carácter mueble (estelas, pequeñas representaciones de
deidades,…) han aparecido inmersos en contextos arqueológicos pertenecientes a
estructuras habitacionales al aire libre, circunstancia que permite relacionarlos
con el desarrollo de actividades
cotidianas probablemente derivadas
de creencias y rituales que afectan a grupos menos extensos, con un
marcado carácter deméstico, los cuales desarrollarían un culto circunscrito al
ámbito de la familia.
De la dualidad anterior se
concluye que en Lanzarote debieron convivir dos tipos de cultos, uno que
tendría los sitios altos y las montañas como principal lugar de celebración,
reflejo de creencias y rituales generalistas compartidos por amplios sectores
de la población, y un segundo tipo de culto que tendría su desarrollo en los
núcleos habitacionales, con un carácter más doméstico. Tendríamos así un
esquema religioso muy próximo al que se desarrolló a lo largo del Mediterráneo
durante la Antigüedad, en el que junto a un culto “estatal” floreció un culto
“familiar”.
De las manifestaciones rupestres
que hemos estudiado y que pudieran reflejar ese culto familiar el elemento
iconográfico más acentuado lo constituyen las numerosas estelas localizadas en
Zonzamas y Buenavista, una de las cuales, como ya señalamos, posee la
representación de una mano, una iconografía que hallamos en el mundo púnico
donde no sólo aparece en amuletos sino también en otros soportes tales como
estelas, terracotas o sarcófagos. La mano abierta puede representar un saludo
ritual, que en Mesopotamia era propio del orante, siendo su finalidad saludar e
implorar a los dioses, salvo que la mano se coloque cerca del hombro derecho
tomando así una postura reservada exclusivamente a la divinidad. En esencia, la
estela con la representación de una mano de Zonzamas debe interpretarse por su
forma, por el motivo que contiene y por el contexto en que aparece, como una
representación betílica, una figuración pétrea de la divinidad, la cual
contiene a su vez un signo protector que simboliza a la diosa fenicia Tanit,
precisamente una deidad que recibía un culto eminentemente betílico. A su vez,
los betilos constituyen símbolos que representan a la divinidad, “plegarias en
piedra” destinadas a obtener el patrocinio de los dioses (Huss, 1993: 347) los
cuales fueron parte esencial de la religiosidad fenicia y púnica.
En el mundo fenicio-púnico la
iconografía de Tanit, con independencia de su identificación o significado,
también se utilizó con fines profilácticos (presencia en habitaciones
privadas), apotropaicos (presencia en cámaras funerarias) y propiciatorios
(presencia en estelas). Fue una deidad cargada de fuerza benéfica cuya misión
sería neutralizar el mal, de ahí su empleo tanto en la vida como tras la muerte
(Velázquez, 2007: 124-125). A la interpretación anterior contribuye uno de los
elementos hallados en el contexto del poblado de Zonzamas; nos referimos a la
figura de la diosa egipcia Tueris (González et alii., 1995), una pequeña
escultura coronada de bulto redondo, elaborada en basalto, la cual se ha
representado de rodillas sentada sobre sus talones y con los brazos descansando
a lo largo de los muslos, una postura extensamente repetida en el arte del
Egipto faraónico. Tueris (La Grande) gozó de gran aceptación en Cartago, donde
era una diosa protectora de la casa, las mujeres, los niños, la alimentación,
la leche materna, el nacimiento y la supervivencia tras la muerte, utilizándose
frecuentemente como amuleto. Como vemos un elemento religioso perteneciente al
ámbito doméstico.
Por lo que respecta a la
interpretación de la iconografía de los peces resulta una cuestión a cuya
resolución contribuye muy poco intentar identificar la especie representada, ya
que raramente se destacan elementos que permitan su caracterización biológica.
Evidentemente no parece que se haya representado siempre la misma especie si
nos atenemos a las variaciones que se observan en la manera en que se han
representado los diferentes casos conocidos en las islas, lo que conduce a pensar
que lo que se deseaba representar no era un pez determinado sino una idea, un
concepto figurado bajo la forma de pez. En ese sentido, las representaciones de
peces se relacionan con la idea de la fertilidad, línea interpretativa que ya
fue propuesta por A. Tejera (1988) para los peces de Masca, investigador a
quien esas representaciones le sugieren cultos fertilizadores, y algunos años
más tarde por R. Muñoz (1994: 68) para quien la Piedra Zanata tenía el carácter
de amuleto mágico, apoyando esa afirmación en su forma fálica. En cualquier
caso, las representaciones canarias debieron ser objeto de veneración y
envolverían rituales que R. González Antón (2005: 138) ha relacionado con la
actividad marina.
La representación de animales no
constituye un hecho extraordinario en la Protohistoria canaria, siendo
precisamente la isla de Lanzarote la primera en proporcionar un hallazgo de esa
naturaleza, una escultura zoomorfa de gran tamaño procedente de Zonzamas e
identificada con un carnero (Balbín et alii., 1995: 31), animal asociado con el
culto a la pareja divina Baal Hammón/Tanit (Op. cit., 1995). Constituye otro
elemento en el que se observa la influencia púnica; Ammón-Baal Hammón fue una
deidad que incluyó entre las formas en que fue representado al carnero, animal
con presencia frecuente entre los libios y constatada, al menos
epigráficamente, en nuestro archipiélago por R. Muñoz (1994: 38) quien, como ya
señalamos, tradujo una de las inscripciones de inspiración púnica recogidas por
W. Pichler en Fuerteventura como “‘t’dnmn (hata adon amon): “este es el dios
Amón”.
La tercera representación animal
evidenciada en Lanzarote es el toro, o más concretamente el bucráneo. El toro
es una figura que en el Próximo Oriente se encuentra desde el Neolítico
precerámico, en unos contextos complejos de ideas y rituales enmarcados en
sociedades agrícolas donde los ciclos estacionales se hallan muy relacionados
con la religión. En esas comunidades el toro adquiere el símbolo de las fuerzas
positivas de la naturaleza, es quien fertiliza a la Diosa Madre para que cumpla
el rito de la fecundidad con el que se regeneran todos los seres vivos
(Blázquez, 2001: 246). La posterior elaboración de complejos sistemas
religiosos condujeron a la fase antropomorfa de las deidades y a su
organización en panteones, circunstancia que hace que determinados animales
divinizados, como el toro, terminen ligados a dioses concretos aunque sin
ostentar tal categoría. Del Próximo Oriente el culto al toro se extendió por
todo el Mediterráneo antiguo hasta alcanzar la Península Ibérica, en donde
constituyó un símbolo de vigor, de energía vital y telúrica, una reminiscencia
atlante que hermana la Iberia legendaria con los reyes minoicos de Creta.
En plena época romana en el norte
de África y en la Bética se mantuvo fuerte el influjo semita, como lo refleja
entre otros aspectos el culto a Dea Caelestis. En esos momentos carneros y
toros adoptan el papel de víctimas de sacrificios en numerosas estelas de
Saturno, de manera que el toro además de un animal sagrado se constituye
también en la víctima de prestigio que se sacrificaba tanto a Saturno como a
Júpiter. En esencia, en el norte de África se dieron los animales sagrados o al
menos venerados, pero no hubo dioses animales (Camps, 1988: 660 y ss.), siendo
considerada la presencia de bucráneos o bóvidos de largos cuernos esculpidos o
pintados en hanout de necrópolis como Jbel Sidi Zid, Jebel Mangoub o Si
Mohammed Latrach (Túnez) de indiscutible influencia púnica (Camps,
2000: 3361 y ss.).
G. López Monteagudo (1973-1974:
233 y ss.) ha estudiado la presencia del toro en la numismática hispana,
asegurando que tuvo un significado religioso que reforzaba la legalidad de las
monedas. Al toro lo relaciona en especial con monedas de cecas del sur, del
sudeste y Baleares, coincidiendo precisamente con el área cultural en la que se
desarrolló el culto de Melqart/Hércules-Tanit, en ciudades como Gadir, Abdera,
Sexi, Cartago Nova o Ebussus... En las monedas junto al toro también aparecen
atunes, delfines, espigas, racimos de uva, cornucopias,…, símbolos todos de
Hércules, dios de origen agrícola. Pero Tanit, en concreto los símbolos
astrales que la identifican (estrella o rosácea creciente, creciente y punto),
también acompañan al toro en algunas monedas. Se trata pues de dioses
protectores de la fecundidad y de la agricultura que gozaron de una gran
aceptación en el seno de las poblaciones indígenas del sur y sureste.
Por todo lo anterior, resulta
evidente la relación que existía entre las divinidades fenicias, en especial
Baal y Astarté, y los bóvidos. Según la tradición púnica, mantenida en época
romana, la principal festividad de Baal conmemoraba su muerte; la mitología
ambienta ese tránsito al Más Allá entre dos toros androcéfalos, situándola el
día de comienzo del verano, marcando así una clara relación mitológica entre
Baal, el Sol y el toro. Por tanto, Baal Hammón es una deidad que pertenece a la
serie de dioses que en la mitología oriental mueren y resucitan periódicamente
como manifestación mitológica de los ciclos de la vegetación, de ahí que esté
ligado a los cultos a la fecundidad. La diosa Astarté también conoció la forma
de vaca debido a su asimilación a Hathor; vinculación que vuelve a relacionar
el toro con la fecundidad, con la “diosa madre” (la fenicia Astarté y la Tanit
del mundo púnico). Pues bien, esa dualidad también parece reproducirse en
Lanzarote donde, en un contexto cultural donde abundan los elementos de
ascendencia fenicio-púnica, se hallan varias de las formas de representar a la
diosa de la fecundidad cartaginesa Tanit, la señora de la vida y la muerte “…
la divinidad única a quien venera el mundo entero bajo múltiples formas, variados ritos y los más diversos
nombres” (Apuleyo, Metamorfosis, 11) y otras tantas de Baal Hammón que, bajo la
forma de toro, refleja la fuerza y la fecundidad.
6. CONCLUSIONES.
En el norte de África entre
fenicios y libios se establecieron lazos de unión cultural y personal que
favorecieron que los grupos paleobereberes asentados en las llanuras costeras
del noroeste africano, las más fértiles del entorno magrebí, y en menor medida
los del interior, no se limitaran exclusivamente a establecer vínculos
comerciales con los emplazamientos fenicios de la zona, adoptando un papel
pasivo en todo este proceso, sino que, por el contrario, la comunidad de
relaciones e intereses que se generó hizo que fuera más sencilla la aceptación
de los caracteres culturales de ambas partes. Por tanto, más que la sujeción
por la fuerza de las poblaciones de la zona, se observa una provechosa
interacción fenicio-africana o libio-fenicia que da lugar a procesos de
mestizaje y aculturación esenciales para conocer la especificidad de las
culturas protohistóricas canarias y la bereber actual. Así no es extraño que el
repertorio iconográfico norteafricano presente en los haouanet libios del I
milenio a.n.e. sea considerado el resultado de diversas influencias culturales
sobre la población autóctona, entre las cuales las del mundo fenicio-púnico
fueron muy intensas (Longerstay, 2000: 3374 y ss.).
De ese fenómeno de simbiosis cultural no estuvieron ajenas
las creencias y los ritos religiosos, ámbitos en los que se produjo un
interesante fenómeno de sincretismo mediante la aceptación por parte de las
poblaciones norteafricanas de dioses fenicios como Baal-Hammón o Tanit que, en
poco tiempo, pasaron al Atlántico y a Canarias, archipiélago donde terminan por
adquirir caracteres propios.
En definitiva, la presencia en
Lanzarote, en Canarias, de influjos culturales fenicio-púnicos y romanos es hoy
una realidad arqueológica ineludible; divinidades fenicias, ritos de
ascendencia semítica, dioses
egipcios,..., nos muestran con
nitidez la complejidad del panteón de los primeros canarios. Las comunidades
protohistóricas canarias rindieron culto a deidades de origen mediterráneo-
oriental, entre las que R. Muñoz (1994) encontró citadas en inscripciones de
grafía púnica y libia a divinidades como Amón, Us, Yahweh o Iuppiter, todas las
cuales formaron parte del panteón fenicio-púnico y reflejan un hecho común
entre los paleobereberes en contacto con la cultura fenicio- púnica del I
milenio a.n.e.: poseer una estructura religiosa politeísta en la que existió
una divinidad principal con un culto preferente, que los canarios denominaron
Acorán y los guanches Achamán. Variaban las denominaciones pero sin embargo las
características que definían a la deidad suprema eran comunes en todo el
archipiélago y su culto también presentaba notables semejanzas en cuanto a los
lugares donde se solía celebrar y la manera de hacerlo, Almogarenes o
efequenes, espacios al aire libre con canales y cazoletas, situados en lugares
prominentes, en muchos casos de marcada y muy posiblemente buscada coloración
rojiza, en los que se practicaban libaciones de leche y otros líquidos como rito
propiciatorio. Costumbres que recuerdan sobremanera las formas rituales semitas
(recogidas p.e. en el Antiguo Testamento) y que fueron sintetizadas a finales
del siglo XVI por Fr. J. de Abreu Galindo ([1602] 1977:
57): “Adoraban a un Dios,
levantando las manos al cielo. Hacíanle sacrificios en las montañas, derramando
leche de cabras con vasos que llamaban gánigos, hechos de barro.”
Pues bien, en ese contexto
simbiótico las iconografías que recogemos y analizamos en este trabajo
responden a determinadas constantes que permiten encontrar algunas
respuestas a su presencia en los ambientes culturales protohistóricos canarios. Así,
resulta indudable la afinidad que existe entre muchos fenómenos culturales
canarios y el mundo fenicio-púnico o el
posterior romanizado; es el caso de determinadas iconografías
presentes en las manifestaciones
rupestres, inexplicables sin que esa relación entre en juego, como ocurre con
la presencia del toro entre unas poblaciones insulares que no poseían ese
animal en su cabaña ganadera.
Por tanto, desde la hipótesis
mediterránea que postulamos para explicar el proceso de colonización del
archipiélago canario, entendemos que determinadas representaciones
iconográficas alcanzaron las islas como resultado de un préstamo cultural
que se produjo originalmente en
el seno de las sociedades protohistóricas del norte de África, fenómeno en el
que estuvieron inmersos el amplio conjunto de creencias, deidades y otros
elementos rituales de ascendencia próximo-oriental que la cultura
fenicio-púnica extendió por el Mediterráneo y, de una forma más concreta, entre
las poblaciones libias norteafricanas.
Desde la perspectiva cronológica
e interpretativa, las
manifestaciones rupestres de Lanzarote, con independencia de la manera en que
han sido elaboradas, nos plantean una similar problemática. Fijar su edad sólo
es factible a partir de la caracterización de determinados aspectos
morfotécnicos y/o al empleo de procedimientos cronológicos concretos; no
obstante, en la mayor parte de los casos resulta casi imposible superar el
umbral que representa su adscripción cultural anterior o posterior a la
conquista normando- castellana, por tanto su determinación como protohistórica
o histórica. De hecho, y aunque la investigación así lo ha venido considerando,
las diferencias técnicas no sirven para establecer grupos culturales o una
cronología tajante; sin embargo, esa ha sido una cuestión que hasta hoy ha
pesado como una losa de cara a alcanzar una correcta interpretación de este
fenómeno cultural.
La ubicación de determinadas
manifestaciones rupestres en algunos parajes de características singulares ha
sido casi la única razón esgrimida para sustentar la mayoritaria tendencia a
interpretarlos como santuarios, espacios vinculados a creencias y ritos
personalizados en elementos astrales (Sol, Luna,...), u orientados a supuestos
y nunca comprobados cultos a la fecundidad. En consecuencia, si bien no
dudamos de que un buen número de esas representaciones poseen una profunda
carga simbólica, también creemos probable que no siempre se hayan elaborado
respondiendo a razones de tipo religioso; es así como se ha señalado la
posibilidad de que tuvieran el carácter de elementos indicativos en el espacio,
de símbolos representativos de grupos sociales. Sea como fuere, entender la
totalidad de esas manifestaciones a partir de una sola causa es poco
científico, además de simplista, resultando preferible considerarlas como un
sistema de lenguaje que permite la comunicación de ideas de índole diversa que
intentaremos ir delimitando en futuros trabajos.
(Pablo Atoche Peña y Mª Ángeles Ramírez Rodríguez
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