lunes, 10 de febrero de 2014

CAPÍTULO XLV-X




EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1841-1850

CAPÍTULO XLV-X



Viene de la entrega anterior.
Eduardo Pedro García Rodríguez


Conocíamos al ilustre Académico, Sr. Fernández de Bethencourt, por referencias que teníamos de tan distinguida personalidad; le conocíamos por sus obras literarias, por lo mucho y bueno que de él hemos leído, y aquellas impresiones que hasta nosotros habían llegado, con referencia al hijo ilustre de la tierra canaria, quedaron plenamente confirmadas con su discurso en la velada Sacro literario-musical que tuvo efecto, con todo el éxito que nuestros lectores conocen, en la noche del jueves último.
La prosa reposada, galana, llana y rebosante de naturalidad con que el Sr. Fernández de Bethencourt, deleitó al numeroso auditorio que el jueves llenaba por completo las naves de la Catedral, atestiguan como documento fehaciente el preclaro talento, la vasta cultura del Académico que hoy nos honra con su presencia en Tenerife.
Pigmeos de las letras, ignorantes en materia histórica y sin cultura suficiente para criticar la figura excelsa del Sr. Fernández de Béthencourt, tan sólo nos está permitido expresar en palabra tosca y en juicio deficiente, el deleite, la satisfacción que en nuestro espíritu produjo el discurso del gran erudito, del sabio historiógrafo. Aquel lenguaje no era el lenguaje académico que versa sobre disquisiciones profundas; aquellos párrafos del magistral discurso, no eran la prosa árida de la ciencia que habla al entendimiento, pero que no conmueve el espíritu; eran estrofas de la más inspirada poesía: la conversación familiar que sacude el alma, emocionándola gratamente con recuerdos del terruño y con rasgos y anécdotas de tiempos que el señor Fernández de Bethencourt no puede olvidar, porque son los tiempos de la juventud, los tiempos en que las huellas marcadas sobre el espíritu joven, perduran a través de los años y se conservan tan frescas como en el mismo momento en que la naturaleza y el azar las imprimieron.
El Sr. Fernández de Bethencourt, encantó al auditorio, porque despojó su trabajo de los ribetes científicos, para hablar al alma del pueblo canario, para mover su fibra más sensible, para hablar del amor a la patria, de las mujeres de su tiempo, de la hermosura de las islas Afortunadas y de la madre España.
Muchas cuartillas representan el discurso del ilustre Académico y gloria del terruño canario; pero por muchas que hubieran sido, por interminables que fueran, no llegarían a cansar nunca, porque en ellas van unidos la galanura de un estilo
brillante, el mismo fondo del asunto que despierta el mayor interés y la pronunciación dulce, el aspecto simpático que predomina en el físico del culto historiador y que viene a ser como un rasgo de una elocuencia exterior que encanta, que subyuga.
No tenemos palabras con que expresar la emoción grata que en nuestro ánimo produjo el Sr. Fernández de Bethencourt, pero crea el distinguido huésped que hoy reside entre nosotros, que ese mutismo en que nos encerramos, que esa actitud inexpresiva con que procedemos, es también un rasgo elocuente del agrado inefable con que hemos escuchado al canario que no es de Tenerife, que no es de Gran Canaria, que no es de Lanzarote, que no es de ninguna isla ni de ninguno de sus pueblos, sino canario a secas.
Salud, docto Académico de la historia, y vida, mucha vida, para seguir enriqueciendo los archivos de las bibliotecas nacionales con el conocimiento de hechos y de hombres pertenecientes a la gloriosa España [27].

A pesar de no haber sido anunciada su presencia en el programa de actos, don Manuel de Ossuna, presidente del Ateneo de La Laguna, logró que Fernández de Béthencourt paticipara en la Fiesta de Arte que celebró dicha entidad en el Teatro Viana, la noche del 11 de septiembre, donde de nuevo fue aplaudidísimo.
El 19 por la noche embarcó en Santa Cruz rumbo a la Península. En la mañana de ese día, se produjo el fallecimiento en la misma ciudad de don Rosendo García Ramos y Bretillard, quien había dedicado gran parte de su vida al estudio de la historia local.

En la Real de la Lengua

Como ya dejamos dicho al principio de estos apuntes, tan sólo dos canarios han logrado pertenecer a un tiempo a las reales academias de la Lengua y de la Historia: Antonio Porlier, primer marqués de Bajamar y Francisco Fernández de Béthencourt. Se da la curiosa circunstancia de que ambos ocuparon en la Real de la Lengua el mismo sillón designado con la letra K: de 1790 a 1813, el primero, y entre 1914 y 1916, nuestro personaje.
Se produjo su ingreso el 27 de noviembre de 1913 y tomó posesión efectiva de su plaza el 10 de mayo de 1914. Una vez más, la prensa local elogió al paisano cuya carrera en las letras culminaba al ser acogido por la más alta institución a la que puede aspirar un literato:

Academia Española
Recepción del Señor Fernández de Béthencourt

Por los periódicos llegados de la península en el último correo nos enteramos de varios detalles interesantísimos de la solemne recepción del nuevo académico de la Española de la Lengua, nuestro ilustre paisano el Sr. Fernández de Béthencourt, que confirman lo que nos había telegrafiado nuestra activa agencia.
Honró el acto con su presencia la infanta doña Paz, y presidió el señor Maura, a cuyos lados se sentaron el nuncio de Su Santidad, los obispos de Madrid-Alcalá y Sión, el director de la Academia de la Historia, padre Fita, y los Sres. Cotarelo y Commelerán.
En el estrado se hallaban muchos académicos, entre ellos la condesa de Pardo Bazán.
Entre el público, lo mas granado de la aristocracia y una brillantísima representación del mundo político. El Sr. Fernández de Bethencourt comenzó así su discurso.
«Sí; lo deseaba con toda mi alma, señorea académicos. Era ya mi sola aspiración la que vuestros generosos votos han colmado, libre enteramente como Dios y las circunstancia me hicieron, de todo otro linaje de ambiciones. Sin que la menor codicia de los honores ni de las distinciones me tiente, ajeno a toda sugestión de personal encumbramiento, desligado de todo lo que la vida pública confiere,
siempre entre libros, pergaminos y papeles, sólo soñaba con que me abrierais algún día las puertas de esta casa, dándome la única recompensa que pudiera halagarme y satisfacerme. No es un afectado menosprecio de lo que otorga pródigamente a los que se le consagran la Política, merecedora de mis mayores respetos cuando la ejercen gravemente íntegros y austeros varones, no más que al servicio del Rey y de la Patria desinteresada y noblemente consagrados; ni es desdén ridículo e injustificado de los mismos honores, recuerdo, cuando se atribuyen en justicia, de grandes sacrificios, de grandes trabajos y de especiales merecimientos, y que en tamaño grado enaltecen al que los lleva cuando tiene la conciencia de que los conquistara en buena lid; es, simplemente, que, entregado yo toda la vida ya no corta, al culto apasionado de las Letras, las he puesto sobre todo y antes que todo, consagrándome, va para largos años, sola y exclusivamente a su servicio reconociéndolas y acatándolas como a mis altísimas soberanas, únicas de las que con algún derecho podría atreverme a solicitar mercedes y favores.»
Después de expresar su gratitud a la Academia por haberle llamado a su seno, hizo una interesante relación de los varones ilustres que en el transcurso de dos siglos, habían ocupado la silla académica que le ha correspondido.
Entró seguidamente el nuevo académico de la Lengua en el tema de su discurso, «Las letras y los grandes», y sentó la afirmación de que la nobleza española ha sido contra lo que vulgarmente se dice, amiga del saber y de las letras.
Recordó el Sr. Fernández de Béthencourt la intervención brillantísima que la nobleza española tuvo en otras épocas en la milicia, en el arte, y en la literatura y en tantas otras manifestaciones de la inteligencia y de la actividad y comentando con sincera tristeza la inacción en que ahora vive, decía:
«Yo quiero creer que no es nuestra nobleza un cadáver, a quien sólo Jesucristo pudiera resucitar como a Lázaro, sino simplemente uno que duerme y a quien el ruido de afuera, que crece cada día, ha de despertar y sacudir en cualquier momento.»
El discurso del Sr. Fernández de Béthencourt, fue muy aplaudido.
Contestó al recipiendario, con un discurso muy notable, el Sr. Cotarelo, quien ensalzó la personalidad del erudito historiador cuya gran obra Historia genealógica de la Monarquía española sería suficiente para labrar una reputación de saber y de trabajo.
Inmediatamente se procedió a la distribución de los premios de la fundación de San Gaspar, y, levantada la sesión, la infanta Doña Paz y el distinguido público felicitaron al nuevo académico.
Reciba también nuestro estimado amigo nuestra sincera y entusiasta felicitación, y quiera Dios que durante muchos años continúe honrando a su patria con los frutos de su preclaro ingenio.


Fallecimiento

Poco habría de disfrutar de su reciente nombramiento el flamante académico de la Lengua. Con motivo del ingreso en la de la Historia del general Martín Arrúe, Béthencourt fue comisionado para recibirlo y pronunciar el habitual discurso de contestacion. En el uso de la palabra se sintió enfermo y tuvo que ser llevado a su casa. Los rotativos insulares narraron el suceso:

El señor Fernández de Béthencourt está gravísimo
Se ha verificado en la Real Academia de la Historia la recepción del General Martín Arrúe, quien leyó su discurso que versó sobre la guerra de África en 1860.
Presidió el acto el ilustre Director de la Corporación y sabio jesuita Padre Fidel Fita, tomando asiento a su lado los Ministros Sres. Ugarte, Burgos y Echagüe, el Nuncio de Su Santidad, todos los Sres. Académicos y lo más selecto de la milicia, de política y la intelectualidad española.
Llevaba la representación de la Academia para recibir al nuevo miembro de ella, su ilustre Censor y preclaro hijo de Canarias Sr. Fernández de Bethencourt, quien a poco de comenzar a leer su brillantísimo discurso, se vio de improviso obligado a suspender la lectura víctima de un inesperado desvanecimiento, que enseguida le hizo caer.
Reconocido el ilustre enfermo se le apreció por los médicos un ataque cerebral diagnosticado de gravísimo.
Inmediatamente se le trasladó a su domicilio que está siendo muy visitado.
La impresión que ha causado este desgraciado accidente es grandísima, por lo culminante de las circunstancias en que tuvo lugar y por el gran afecto y reputación de que goza el ilustre Académico [29].

El Sr. Fernández Béthencourt
La prensa madrileña se ocupa en términos muy expresivos del accidente ocurrido a nuestro ilustre paisano.
La Época escribe:
«Como es sabido, el Sr. Béthencourt goza en ésta generales simpatías, siendo muy estimado por sus dotes personales, tanto como por sus trabajos de historiador. Cuantas personas concurren a los salones, en los que de continuo se ve al respetable académico de la Española y de la Historia, se interesan vivamente por su salud.
Las circunstancias en que ocurrió el triste accidente, cuando en esta última Corporación se celebraba solemnemente la recepción del general Martín Arrúe, han dado mayor relieve al doloroso suceso.
Estaba el Sr. Béthencourt acabando de leer su discurso de contestación al distinguido general. Los oyentes creyeron advertir alguna vacilación en el admirable lector, que luego apresuró de un modo extraño la lectura. Sin duda, era que el ilustre académico se dio cuenta de los primeros síntomas de su dolencia.
Al terminar la última página del notable discurso, el Sr. Béthencourt cayó como desplomado en el sillón que antes ocupaba. El Padre Fita levantó inmediatamente la sesión.
El paciente fue trasladado a un salón contiguo y colocado en un diván.
Allí fue reconocido por dos médicos que se encontraban en la Academia, quienes apreciaron que el Sr. Béthencourt sufría un fuerte ataque de hemiplejía.
Se le prestaron los más urgentes auxilios que podían dársele en aquellas circunstancias, y entre la consternación de todos los asistentes, se adoptaron las medidas precisas para que el enfermo pudiera ser conducido a su domicilio.
El obispo de Madrid Alcalá, que asistía a la recepción, y que se halla unido por vínculos de gran afecto con el Sr. Fernández de Béthencourt, prestó su carruaje para que en él fuera transportado.
Con las debidas precauciones se efectuó el traslado, y los médicos, que ya aguardaban en el domicilio del paciente, pudieron, por desgracia, comprobar que el ataque proseguía su curso con extraordinaria violencia y que invadía todo el lado izquierdo.
A la casa del Sr. Béthencourt comenzaron a acudir numerosas personas de la sociedad, hombres políticos, académicos y otros para informarse de su estado.
El sobrino del enfermo, D. Juan, que sufrió dolorosa impresión al enterarse del suceso, no podía atender a las numerosas personalidades que acudieron a la casa del Paseo de la Castellana.
Los auxilios de la ciencia produjeron algún resultado en las primeras horas, aliviándose el enfermo. Desgraciadamente, a las tres de la madrugada le repitió el ataque, aunque no con tanta violencia.
Después reaccionó, y esta mañana se encontraba el ilustre académico algo mejorado.
De todo corazón lamentamos la desgracia que aflige al Sr. Béthencourt, y hacemos sinceros votos por que se acentúe la mejoría y recobre pronto la salud [30].

            A las once de la noche del día 2 de abril de 1916 falleció Francisco Fernández de Béthencourt en su domicilio del paseo de la Castellana de Madrid. Desde el accidente sufrido en la Academia de la Historia, vivía muriendo —en palabras de un compañero suyo en la redacción de La Época— pues aunque este verano pudo aún hacer su cura de aguas en Mondariz, la enfermedad le atenazaba y le impedía trabajar, ya que no pudo obscurecer aquella prodigiosa memoria suya […]. Su vida en estos último tiempos ha sido de martirio. La marquesa de Bolaños, el marqués de Laurencín, los sobrinos de Béthencourt y algunos otros amigos, iban a hacerle compañía, atenuando con ello su tortura. La muerte, piadosa, ha puesto ahora término a ese martirio del gran trabajador [31].
            Fue sepultado en el cementerio de San Justo y el duelo estuvo presidido por el obispo de Madrid-Alcalá, el director de la Academia Española, don Antonio Maura y, en nombre del director de la de la Historia, por su secretario señor Pérez de Guzmán y Gallo. Acompañaron el féretro sus sobrinos don Antonio Domínguez y Fernández de Béthencourt, don Diego de los Ríos y don José Orozco y entre los amigos, una larga lista en la que figuran los condes de Romilla, Cedillo y Laiglesia, el barón de la Vega de Hoz y los señores don José de Roda y don Emilio Cotarelo.
El humilde nicho en el que se guardan sus cenizas es, a nuestro juicio, un lugar poco apropiado como mausoleo de uno de los canarios de mayor renombre literario de su época. Con un sencillo monumento en la plaza de la iglesia en la que recibió el bautismo y el traslado de sus restos a la misma, se rehabilitarían tantos años de injusto abandono y desidia. 
            Recurrimos de nuevo a la prensa para conocer, de primera mano, el relato de su fallecimiento:

Fernández de Bethencourt
Anteayer a las 11 de la noche ha fallecido en Madrid nuestro distinguido paisano  don Francisco Fernández de Bethencourt, Académico de la Lengua y de la Historia, ex- Diputado y ex-Senador por esta provincia, literato eminente, historiador y genealogista de indiscutible mérito.
Desde hace más de un año mortal enfermedad aquejaba al canario ilustre, cuya muerte, según nos comunica nuestra Agencia, ha sido sentidísima en la Corte, donde sus revelantes dotes le habían concedido lugar preeminente en el campo de las Letras.
El señor Fernández de Bethencourt, como recordarán nuestros lectores, vino a Tenerife en septiembre de 1913 después de treinta años de ausencia, y tomó parte en la memorable velada celebrada en la Santa Iglesia Catedral con motivo de la inauguración de este Templo, leyendo un notabilísimo discurso rebosante de patriotismo y amor al país que le vio nacer.
Descanse en paz el esclarecido paisano, honra del país canario [32].

Fernández de Béthencourt
De nuestro colega madrileño Diario Universal.
«Anoche a las once, falleció en Madrid, a consecuencia del ataque de hemiplejia que súbitamente lo acometió, hace aproximadamente un año, en una sesión de la Academia de la Historia, el erudito escritor D. Francisco Fernández de Béthencourt.
La muerte de este hombre sabio y bueno, en quien como en pocos se daban hermanados el poder de una gran inteligencia y las virtudes de un gran corazón, ha causado impresión dolorosísima.
Fernández de Béthencourt era un escritor que había conquistado su alto prestigio con una labor incesante y honrada, a la cual una vocación verdadera lo impulsó desde los primeros años de su juventud.
Son innumerables los trabajos, todos de singular mérito, que deja esparcidos en libros, revistas y diarios, revelando en todos ellos su talento y su cultura portentosos.
Destacóse principalmente en el cultivo de los estudios históricos, en los cuales su selecta y erudita labor de investigación encontró, aun en campos muy espigados anteriormente, frutos inapreciables para la reconstitución de nuestro pasado nacional.
Su obra más conocida es la Historia genealógica de la Casa Real y de la nobleza españolas, obra que dejó sin terminar, desgraciadamente, y de la cual llevaba publicados ocho tomos.
Había nacido el Sr. Fernández de Béthencourt en el archipiélago canario, y pertenecía a una de las familias más distinguidas de aquellas islas.
Contaba setenta años de edad.
Era miembro de la Historia desde hace más de treinta años; en esta Corporación trabajó con celo y entusiasmo incesantes, elevando su nombre en muchas ocasiones con notables discursos que quedan como modelo de su género, como aquellos en que contestara a los de ingreso en la Academia del duque de T'Serclaes y del marqués de Villa-Urrutia.
Pertenecía también el Sr. Fernández de Béthencourt a la Academia de la Lengua; había sido diputado a Cortes, era gentilhombre del Rey con ejercicio, y estaba en posesión de varias condecoraciones nacionales y extranjeras.
Deja entre los que lo trataron un recuerdo imborrable de amistad, porque fue siempre leal, caballeroso, enamorado de su patria y entusiasta de su Rey, y de maneras afables y corteses.
Nos asociamos muy sinceramente al dolor general por la pérdida del esclarecido publicista, y especialmente al que embarga a su distinguida familia» [33].

Concluimos, anunciando un próximo trabajo sobre las dos ediciones del Nobiliario y Blasón de Canarias.

Obras

—Recuerdos y esperanzas. Poemas que a la augusta familia de Borbón dedican las señoras de Tenerife y su autor Francisco Fernandez de Bethencourt. Santa Cruz de Tenerife. Imprenta Isleña de Francisco Hernandez, 1872.
—La Virgen de Candelaria. Romance tradicional. Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife. Imprenta Isleña. Francisco C. Hernández. 1874.
Apuntes para el elogio de Miguel de Cervantes. Discurso leido en la Sesión Extraordinaria del Gabinete Instructivo en el Aniversario de aquel insigne Ingenio, por D. Francisco Fernández de Béthencourt. Imprenta de Sebastián Ramos a cargo de Manuel Álvarez. Santa Cuz de Tenerife, 1874.
A los Socios del Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife. Composición leída por el Sr. D. Fracisco Fernández de Bethencourt, al tener lugar la elección de Junta Directiva para el año 1875. Imprenta de J. Benítez y Compañía. Santa Cruz de Tenerife, 1875.
Nobiliario y Blasón de Canarias. Diccionario histórico, biográfico, genealógico y heráldico de la Provincia. Editado en siete tomos entre 1878 y 1886. Los primeros dos tomos se estamparon en la Imprenta Isleña de Francisco C. Hernández, en Santa Cruz de Tenerife; el tercero en la de la Viuda de Ayoldi, Valencia; el cuarto de nuevo en la la Isleña; el quinto en la de Manuel G. Hernández; el sexto en la tipografía M. Minuesa y el séptimo en la Imprenta de Marcelino Burgase, estos cuatro últimos en Madrid.
Anales de la Nobleza de España. Primera serie. Imprenta J. García. Once tomos. Madrid, 1880-1890.
Les Ordres de Chevalerie en Espagne. Traduction française faite avec l'autorisation de l'auteur par Louis de Sarran-d'Altard. Lofolye Frères. Vannes. ¿1901?
 Anuario de la Nobleza de España. Segunda serie. 5 vols. Imprentas de Fortanet y J. Ratés. Madrid, 1908-1917.
La Genealogía y la Heráldica en la Historia, discurso leído ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de don Francisco Fernández de Béthencourt el 29 de junio de 1900, Madrid, 1900.
La Corona y la nobleza de España. Imprenta de M. Romero. Madrid, 1903.
Para cuatro amigos. Varios discursos, muchos artículos y hasta algunos versos. Tipografía de E. Teodoro. Madrid, 1903.
—“Los Battemberg”. La Época. Madrid, 1 de febrero de 1906.
—“A El Correo Español”. La Época. Madrid, 19 de febrero de 1906.
—“Los Hauke”. La Época. Madrid, 22 de marzo de 1906.
— Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Excmo. Señor D. Camilo G. de Polavieja y del Castillo, Marqués de Polavieja el 28 de enero de 1912. Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés Martín. Madrid, 1912.
Príncipes y caballeros. Cincuenta artículos. Prólogo de la infanta doña Paz de Borbón, princesa de Baviera. Librería de Francisco Beltrán. Madrid, 1913.
Discurso leído en la Iglesia Catedral de Tenerife con motivo de la inauguración de la misma, por... Don Francisco Fernández de Béthencourt... el día 4 de Septiembre de 1913... Tipografía Católica. Santa Cruz de Tenerife, 1913.
Los Grandes y las Letras. Discurso leído en contestacion al de don Emilo Cotarelo y Mori, en la Real Academia Española. Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés Martín. Madrid, 1914.
Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España. Imprentas de E. Teodoro y J. Ratés. 1897-1920. 10 vols.


Notas
[22] La Región Canaria. Laguna de Tenerife, 7 de julio de 1900.
[23] La Región Canaria. Laguna de Tenerife, 12 de julio de 1900.
[24] La Época. Madrid, 30 de enero de 1901.
[25] La Región Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 9 de enero de 1902.
[26] La Región. Santa Cruz de Tenerife, 5 de septiembre de 1913.
[27] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 18 de septiembre de 1913.
[28] Gaceta de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 20 de mayo de 1914.
[29] Gaceta de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 23 de diciembre de 1914.
[30] Gaceta de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 3 de marzo de 1915.
[31] La Época. Madrid, 3 de abril de 1916.
[32] Gaceta de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 4 de abril de 1916.
[33] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 12 de abril de 1916.

Bibliografía:
—Guimerá López, C.: “Francisco Fernández de Béthencourt, un esclarecido genealogista nobiliaro [1850-1916]. Hidalguía. Núm. 285. Madrid, marzo-abril de 2001.
Hernández Suárez, M.: Contribución a la historia de la imprenta en Canarias. Excma. Manomunidad de Cabildos de Las Palmas. Plan cultural. Madrid, 1977.
Ossuna van den Heede, M.: “Anales de la Nobleza de España, por Francisco Fernández de Béthencourt”. Revista de Canarias. Números 60 y 61. La Laguna, 23 de mayo y 8 de junio de 1881.
—Padrón Acosta, S.: Poetas canarios de los siglos xix y xx. Edicion, prólogo y notas por Sebastián de la Nuez. Biblioteca de autores canarios. Aula de Cultura de Tenerife. Instituto de Estudios Canarios. Santa Cruz de  Tenerife, 1978, pp. 235-245.
—Peraza de Ayala y Rodrigo-Vallabriga, J.: “Introducción”, en Fernández de Béthencourt, F., et altNobiliario de Canarias. Tomo i, pp. li-liii.
Spínola Grimaldi, F.: “Crítica de la obra del Señor Fernández de Béthencourt Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española”. Imprenta José Perales. Madrid, 1900.
—“La obra del Señor Béthencourt”. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid, 1904.
—Revista de Historia y Genealogía Española, V, Madrid, 1916.
Vizcaya Cárpenter, A.: Tipografía canaria. Descripción bibliográfica de las obras editadas en las Islas Canarias desde la introducción de la imprenta hasta el año 1900. Instituto de Estudios Canarios. Cabildo Insular de Tenerife. Santa Cuz de Tenerife, 1964. (Tomado de: Carlos Gaviño de 
Franchyhttp://lopedeclavijo.blogspot.com.es/search/label/Francisco%20Fern%C3%A1ndez%20de%20B%C3%A9thencourt%20%28I%29, 2013)
1850 Noviembre 4. En Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) Nació Francisco Cabrera Saavedra. Hijo de Nicolás Cabrera González,  y de Bibiana Saavedra González. Tenía 2 años de edad cuando sus padres emigraron a Cuba y se establecieron en Caibarién, donde, a base de sacrificios debido a la falta de recursos, pudo estudiar. Se hizo profesor de primera enseñanza y en 1868 se graduó en la Escuela Normal de Guanabacoa. Más tarde pasó a Estados Unidos y de allí a su tierra natal con objeto de terminar el bachillerato y poder entrar en la Facultad de Medicina de Madrid (España), en la que obtuvo la licenciatura en 1875. Para regresar a Cuba, opositó a Médico Militar y, ya en La Habana, renunció al cargo para ingresar en la Universidad y lograr su doctorado. Profesional eminente, de un prestigio extraordinario y de un renombre sobresaliente en el terreno científico del país, fue el primer médico que practicó una laparotomía en Cuba y, en razón de sus méritos, el Presidente de la República Mario García Menocal le ofreció el nombramiento de Rector de la Universi­dad de La Habana, si renunciaba a su ciudadanía, pero no lo aceptó y murió siendo canario. Diputado a Cortes antes de la independencia cubana; Presidente del Colegio de Médicos; de la Compañía de Ferrocarriles; de Honor de la Academia de Ciencias y de la Asociación Cubana, en cuya clínica se colocó un retrato al óleo en el pabellón que llevaba su nombre, gozó de gran influencia en los círculos científicos, sociales y financie­ros de aquel país, del que había tenido que salir en 1898, junto con otros ciudadanos prominentes, ante el temor de los sufri­mientos que podrían sobrevenirle a su familia al iniciarse el bloqueo de la isla cuando el Congreso de los Estados Unidos votó la resolución de considerar al pueblo de Cuba libre e independiente. Casado con Laura Benítez Jáuregui, con la que alcanzó descendencia, falleció repentinamente en 1925 en el Hotel Majestic de París, al encontrarse de viaje con una de sus hijas. Sus restos llegaron a La Habana a bordo del “Alfonso XIII” el 17 de agosto de aquel año y se le tributaron toda clase de honores, con asistencia del entonces Presidente Gerardo Machado. Dos años después de su fallecimiento, con motivo de la inauguración del Congreso Cubano de Medicina, el 14 de diciembre de 1927, el profesor español Gregorio Marañón Moya glosó públicamente su figura.


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