domingo, 2 de agosto de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-CXII



VIERAY CLAVIJO, NATURALISTA

250 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

"¡Cuántos nacen, viven y mueren en un territorio como el nuestro, sin conocer lo que ven, sin saber lo que pisan, sin detenerse en lo que encuentran! Para ellos las plantas más singulares no son sino yerbas; las piedras y las tierras casi todas una; los pájaros los mismos que los de otras provincias; los peces los de todos los mares...".

Esta entusiasmada expresión parece escrita en nuestros días, cuando la eclosión del interés por los temas isleños y el estudio en profundidad de los diferentes aspectos naturales y sociales de nuestro Archipiélago alcanzan el grado más alto y razonable. Sin embargo, tales palabras fueron insertadas hace, nada menos, casi dos siglos por don José Viera y Clavijo en el prólogo a su Diccionario de Historia Natural (1799), formando parte de un discurso destinado a convencer a sus conciudadanos de la lógica exigencia de interesarse por el conocimiento de su propio y peculiar medio natural. Popularmente, Viera y Clavijo (Los Realejos, 1731 - Las Palmas de Gran Canaria, 1813) es conocido como el historiador clásico de Canarias. Su Noticia de la Historia General de las Islas Canarias, publicada en cuatro tomos entre los años 1772 y 1783, le hizo legítimo e imperecedero merecedor tiene tal título. Sin embargo, su tarea como naturalista le atribuye, sin duda, el mérito de ser recordado en cuanto tal con la misma categoría que la de historiador.

A partir, aproximadamente, de 1762, Viera se había dedicado a elaborar y escribir su Historia. Antes de ello el horizonte de su pensamiento había sido iluminado por la lectura de las obras de Feijoo y, después de haber pasado a residir en La Laguna desde 1757, por su participación en la tertulia de amantes de las artes y las ciencias que se reunía en la casa del marqués de Villanueva del Prado, Tomás de Nava Grimón. Asistían a estas reuniones varias de las personas de mayor cultura de la isla. Entre ellas Viera pudo, a pesar de su juventud, destacar por sus amplios afanes y por su ingeniosidad. El pequeño pero valioso mundo de la tertulia de Nava le proporcionó la capacidad de apreciar la cultura europea y la enciclopédica biblioteca del marqués—seguramente la más rica y selecta del Archipiélago en su tiempo— le permitió co'nocer a los grandes autores franceses del XVIII (Voltaire, Rousseau, Fontenelle, etc.). El Papel Hebdomadario (1757-58) —considerado el primer periódico de las Islas—, el Síndico Personero (1764) y la Gaceta de Dante (1765) fueron redactados por el sacerdote tinerfeño en este periodo.

En 1770 tenía terminado el primer tomo de la Historia y parte del segundo. Desde hacía tiempo —escribiría el propio historiador— le "causaba desconsuelo el ver que carecía su patria de una exacta, juiciosa y digna historia, porque la de D. Juan Núñez de la Peña, sobre ser chabacana y plagada de errores, se había hecho rara y no honraba mucho al país". "Y —añade— después de haber acopiado varios preciosos documentos, memorias, noticias, manuscritos impresos y señaladamente la primitiva historia francesa de Juan Bethencourt, escrita por Bontier y Leverrier, emprendió la obra, bajo los más felices auspicios...". Muchas de esas noticias y memorias le fueron suministradas por colaboradores y corresponsales (Van-dewalle Cervellón, Lope Antonio de la Guerra, Molina Quesada, etc.) de las diversas islas. Pero, además, el autor fue recopilando un extenso conjunto de descripciones y fuentes impresas sobre las Islas que incorporó profusamente al texto general, enriqueciéndolo de forma insospechada en comparación con los textos históricos que le precedieron sobre el Archipiélago y proporcionándole un valor como texto de consulta que se ha mantenido hasta nuestros días. Los cuatro tomos de la Historia de Viera y Clavijo constituyen un ingente material de noticias sobre el pasado del Archipiélago, cuyo alto nivel sólo comenzaría a superarse en los Estudios Históricos (publicados a partir de 1876) de Chil y Naranjo.

MADRID Y EUROPA

En 1770 decidió Viera marchar a Madrid para ocuparse de la impresión de los primeros tomos de la Historia. Llegó a la capital del Imperio a finales de aquel año. Una favorable coincidenia iba a facilitar los proyectos del historiador isleño y a prolongar su estancia fuera del Archipiélago durante quince años. Residía entonces en la Corte su
amigo Agustín Ricardo Mádan, prebendado de la catedral canaria, quien desempeñaba interinamente el puesto de preceptor del hijo único del marqués de Santa Cruz. Mádan se preparaba entonces para optar a la cátedra de Hebreo en los Reales Estudios de San Isidro y para poder dedicarse por entero a ello recomendó a Viera para cubrir su empleo en la casa del marqués.

Cuando don José de Viera y Clavijo, que por entonces contaba 39 años, aceptó el ser preceptor de Francisco de Silva, marqués del Viso, nunca pensó que tal circunstancia habría de significar más tarde un importante giro en su vida. Su adscripción a la casa del marqués de Santa Cruz —grande de España, gentilhombre de la Cámara del Rey, destinado al servicio del príncipe de Asturias— favoreció sus movimientos, sus relaciones y su posición entre los sectores influyentes de la capital y del Reino. En 1774 fue admitido en la Real Academia de la Historia y tres años después fue considerado académico supernumerario. Pero, sobre todo, el viaje emprendido por los marqueses a varios países a partir de 1777 le permitió el tomar contacto con la cultura europea de su tiempo. En París, posiblemente el foco cultural más luminoso de Europa por entonces, adquirirá su formación científica.

En 1776 el marqués del Viso se había casado con la hija del'duque del Infantado. Al año siguiente los duques dispusieron hacer un viaje por Francia, Flandes y Alemania, con la finalidad especial de proporcionar a su hija la toma de los baños de Spá, que los médicos habían indicado para su convalecencia de la enfermedad de viruelas que había padecido. El viaje se inició el 24 de junio de 1777 y durante más de un año residió en diversas ciudades europeas, especialmente en la capital francesa. De paso para Flandes el grupo permanece dos meses en París (14 de agosto a 15 de octubre). Viera y el abate Cavanilles—el futuro gran botánico, que va como preceptor del hijo del duque— recorren aquel París de las Tullerías y los Campos Elíseos, de Nótre Dame y el Pont-Neuf, del Panteón y los Inválidos, de la Plaza Vendóme, del Campo de Marte, de los grandes palacios reales de la periferia... Podemos imaginar la profunda impresión que recibiría el isleño Viera en aquel París monumental de los últimos tiempos de la monarquía absoluta, que brillaba tanto por un increíble arte urbano como por el cultivo de las ciencias y de todos los aspectos concernientes a un mundo cultural en explosión.

Además de los principales monumentos de la capital francesa, en aquella primera visita Viera acudió a la Biblioteca del Rey, que entonces contaba con trescientos mil volúmenes; a la. Academia Francesa, en donde conoció a D'Alembert, Condillac, Marmontel, La Harpe y Delille; a la biblioteca y el ganete de historia natural de Santa Genoveva, y al Jardín de Plantas. "Allí —escribía en su Diario en relación con la visita al botánico del Rey— vi el Euphorbium Canariense que tenía sólo media vara de alto con dos renuevos muy pequeños; el Plátano Bananier, reducido a un tronco casi seco. El Drago que tenía vara y media; la Pitera etc.". También se desplazaron a ver la famosa máquina de Marly, complicado artilugio compuesto de catorce ruedas hidráulicas y otras tantas bombas que desde las orillas del Sena transportaban agua para los jardines de Versalles.

Y durante sus paseos parisinos encontró en una librería de viejo una edición de "Le Canarien", las crónicas de la conquista franconormanda de Canarias, que  inmediatamente adquirió.

FORMACIÓN CIENTÍFICA

Después de viajar por Flandes, el 7 de noviembre se halla Viera de huevo en París, en donde permanecerá hasta el 21 de julio del año siguiente. Estos ocho meses pasados allí tendrán gran influencia en su aprendizaje en las disciplinas científicas, especialmente en la historia natural, en la física y en la química. Toda la parte del Diario dedicada a esta nueva residencia en la capital francesa está repleta de anotaciones sobre sus visitas a centros y gabinetes científicos y sobre los cursos de aquellas disciplinas científicas a los que asistió.

Entre el 17 y el 28 de noviembre siguió las disertaciones y experiencias sobre los "aires fijos" impartidas por el físico Sigaud Lafond, que precisamente en el año 1779 publicaba Essai sur drfférentes especes d'air fixe, una de las numerosas obras científicas (sobre física experimental, electricidad, etc.) de las que fue autor. Con el propio Sigaud siguió un curso experimental de física y química, que inició el 24 de diciembre y finalizó el 25 de febrero.

El afán de Viera y Clavijo por las ciencias y por la historia natural no surgía entonces. Por él contrario, era ya manifiesto en su periodo lagunero. Clara manifestación de ello son su Carta filosófica sobre la Aurora Boreal observada en la ciudad de La Laguna en lanoche del 18 de enero de 1770 y sus Observaciones del paso de Venus sobre el disco solar del día 3 de junio de 1769.

Este fue el famoso eclipse, seguido al igual que el de 1761 con gran interés por los astrónomos de aquel tiempo el que determinó a la Royal Society a enviar al capitán Cook, con un astrónomo, a la bahía de Matavai, en Tahití, como punto óptimo para su contemplación.

Sin embargo, profundo interés por las ciencias naturales pudo ser desarrollado a través de la penetración en aquel universo científico que le proporcionaban las academias, los observatorios, los gabinetes, las bibliotecas y, en especial, la comunicación con varios de los grandes científicos de la época. Además del curso citado, asistió a un curso de química con el profesor Sage y a otro de historia natural impartido por el profesor Valmont de Bomare.

El curso B.J. Sage se extendió desde el 1 de diciembre de 1777 al 13 de marzo siguiente. Sage era un joven químico y mineralogista, recién ingresado en la Academia de Ciencias. Sus conocimientos químicos guardaban fidelidad a la teoría del flogisto, la cual siguió defendiendo incluso años después de que fuera rebatida por Lavoisier por aquellas mismas fechas. La concepción del flogisto había sido lanzada por Georg Ernst Stahl a finales del siglo XVII, siguiendo la estela de los alquimistas y las enseñanzas de su maestro Joachin Becher. En pocas palabras, el flogisto era un elemento inaprensible que, según esta teoría, contienen todos los cuerpos combustibles; en el momento de la combustión el flogisto rompe su unión con esos cuerpos (como el azufre, el carbón, los aceites, el fósforo) y con esa supuesta pérdida de flogisto se explicaba el cambio de propiedades de aquéllos después de la combustión. En cuanto que explicaba algo que hasta entonces no recibía otra interpretación, esta teoría se mantuvo a lo largo del siglo XVIII hasta que en el último tercio de esta centuria las experiencias realizadas en torno a los gases por Priestley, Scheele, Cavendish y, sobre todo, por Lavoisier (con el precedente de Lomonosov) la fueron desmoronando y refutando de forma definitiva. Desgraciadamente, Viera aprendió la química del flogisto cuando ésta ya empezaba a ser desechada por la vanguardia científica que entonces representaba Lavoisier, el padre de la química moderna. Pero también aprendió de Sage otros fundamentos de química y de mineralogía y, entre otras cosas, el procedimiento para verificar análisis de aguas, experiencia muy de moda en aquellos tiempos.

Viera compatiblizó su asistencia a las lecciones de Sage con la aplicación al curso de historia natural de Valmont de Bomare, naturalista que se había distinguido por sus eruditas conferencias en el campo de la mineralogía entre 1756 y 1788 y, más tarde, en el de la botánica. Este curso significó un recorrido general por los conocimientos de los tres reinos de la naturaleza, desde la geología y los minerales hasta la zoología terrestre y marina, pasando por los sistemas botánicos (Linneo y Tourne y los árboles y plantas de interés económico. Fue un curso de cuatro meses de duración (desde principios de diciembre hasta finales de marzo). Este naturalista —que, entre otros tratados, fue autor de un Diccionario razonado universal de historia natural (1765)— sería recordado por Viera en el prólogo a su propio Diccionario, rememorando "aquellas cortas luces que no dejé de adquirir —escribe— en el curso de historia natural que hice con el célebre Valmont de Bomare, durante mi mansión en París".

Su espíritu pleno de viva curuosidad y su gran avidez de conpcimientos le llevaron al Gabinete de Historia Natural del Rey (el actual Museum), en donde pudo contemplar dos momias de Tenerife, una de ellas perteneciente a una mujer (seguramente las que había llevado Borda en 1776); al Gabinete de Máquinas del duque de Chantres; a la Academia de Ciencias, en donde, en distintas ocasiones, tuvo oportunidad de asistir a sesiones científicas en las que tuvieron lugar disertaciones y lecturas de memorias por D'Alembert, Lavoisier, Daubenton, Maguer, Delalande y otros científicos; a la Academia de Medicina; al Hotel d'Espagne, en donde vio los movimientos de un artilugio inglés que reproducía el sistema solar; al Colegio Real, en donde conoció al astrónomo Delalande; al observatorio astronómico de Messier, a través de cuyos aparatos observó las manchas solares, las cumbres de la Luna, el planeta Venus, los satélites de Júpiter y el anillo de Saturno; tuvo ocasión, asimismo, de observar el eclipse de sol del 24 de junio de 1778; estuvo en los talleres de los relojeros Berthoud y Leroy, inventores de cronómetros marinos de gran precisión; visitó el taller de Fournier, fundidor de caracteres de imprenta, y, de nuevo, acudió a la Biblioteca del Rey y al Jardín de Plantas.

Frecuentó, asimismo, con gran asiduidad, las reuniones que celebraba De la Blancherie, a las que concurrían las más destacadas personalidades de las artes y las letras. En una de ellas conoció al botánico Adanson, de la Academia de Ciencias, quien le recordó a Viera su estancia en Canarias, de paso hacia el Senegal, en 1749. Además debilos ya mencionados. Viera tuvo contacto con otros relevantes intelectuales, académicos y políticos. Estuvo presente en una sesión de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras en la que se hallaba Turgot. Con el propio De la Blancherie visitó los estudios de artistas tan destacados como Fragonard. Y es bien conocida la anécdota de su presencia en aquella sesión de la Academia de Ciencias en homenaje a Voltaire, en la que éste —en los últimos tiempos de su vida— se había quedado dormido desde el comienzo, junto a Voltaire se hallaba Benjamín Franklin, entonces residente en París. Al regresar a España, nuestro historiador traería la noticia de la muerte de Voltaire —conciencia y revulsivo del pensamiento de su siglo— y también la de Rousseau, el más importante e influyente pensador de su tiempo en el orden de la filosofía moral y de la filosofía política.

Todavía realizaría Viera un nuevo viaje (1780-1781) a otros países europeos —Italia, Austria, Alemania—, acompañando esta vez al marqués de Santa Cruz, que había enviudado y contraería nuevo matrimonio con una joven de la aristocracia de Viena. En Italia tomaría contacto con el legado artístico del Renacimiento y del Barroco italiano y con el mundo de la antigüedad clásica. Visita Milán, Pisa, Siena, Florencia, Bolonia, Roma, Venecia... En la Biblioteca Vaticana, el archivero Felipe Larzoni pone a su disposición "muchas bulas, breves, letras apostólicas y noticias pertenecientes a las antigüedades eclesiásticas de las Canarias, durante el siglo quince".

Pero de este segundo viaje nos interesa especialmente recordar las anotaciones de su estancia en Viena, entre noviembre de 1780 y febrero del siguiente año, porque allí conoció a Jan Ingenhousz, científico holandés al servicio de la familia imperial austríaca como médico. Ingenhousz, padre de la fisiología vegetal, fue el primero que demostró —siguiendo los trabajos de Hales y Priestley— que las plantas verdes absorben anhídrido carbónico y exhalan oxígeno a la luz solar. Había publicado sus experiencias en 1779, ingresando en la Royal Society de Londres. En su laboratorio, asistió en dos ocasiones a experiencias sobre electricidad y sobre el oxígeno desprendido por las plantas, que Viera en su Diario sigue llamando aire desflogisticado, de acuerdo con la concepción del flogisto e incluso con Priestley, descubridor del oxígeno.

También en Viena recorrió el jardín botánico, en uno de cuyos invernaderos crecían "plantas africanas y de las Canarias, como son plátanos, dragos, ñames, cirios, cítiso, retama de las cumbres de Tenerife, etc.".

Le acompañó en esta oportunidad el naturalista, también holandés, J. Jac-quin, quien había estudiado la flora de las islas del Caribe y había introducido en los invernaderos de Schoenbrunn numerosas plantas americanas.

Se relacionó, además, en la capital austríaca con su paisano Domingo de Iriarte, secretario de la embajada de Carlos III, y con Juan José d'Elhuyar, el único español descubridor de un elemento químico: el wolfranio. Conoció a Metastasio, pero no a Mozart; y visitó la biblioteca imperial y la gran galería de arte del Belvedere.

A finales de junio de 1781 Viera regresó a España del que había sido su segundo y último largo viaje por Europa. Al igual que de su primer recorrido, volvía impresionado y entusiasmado de cuanto pudo ver y conocer en Italia, Austria y Alemania. Cuando en octubre de ese año escribía al marqués de San Andrés contándole de sus viajes le dice: "He tratado los sabios de más celebridad en todas las materias..." y, entre todo lo que había visto en aquellos países europeos, menciona "15 jardines botánicos, 44 soberbias bibliotecas, 9 observatorios astronómicos y 25 gabinetes principales de historia natural".
Con anterioridad, durante los meses pasados en París, había escrito al botánico Gómez Ortega, sorprendido del gran florecimiento científico de la capital de Francia: "Somos testigos de los asombrosos adelantamientos de esta nación en ciencias y artes. Nos encontramos con numerosos sujetos que, cultivándolas, instruyen a un pueblo ya instruido. Volvemos los ojos hacia nuestra tierra, hacemos la triste comparación, buscamos el modo de consolarnos".

ADELANTADO DE LA CIENCIA

Con esta apreciación y este reconocimiento de lo que la ciencia significaba en la Europa de su tiempo y del adelanto material de aquellas naciones regresaba Viera a Madrid. Pero volvía, además, con un insospechado bagaje cultural y científico, fruto de los cursos, sesiones académicas, visitas de todo género y contactos con intelectuales y científicos relevantes. Todo ello había enriquecido cualitativamente su horizonte intelectual y le había preparado para emprender una nueva y no menos fructífera etapa, en su actividad intelectual.

De vuelta en Madrid, continuó acrecentando sus conocimientos y si-
guió un curso de botánica con Antonio Palau Verdera, segundo catedrático del Jardín Botánico y traductor de Linneo.

Después del primer viaje, Viera había comenzado a revertir los conocimientos que había adquirido en París desarrollando un curso de física y química en el gabinete de máquinas del marqués de Santa Cruz. A ello alude en sus Memorias cuando escribe que en París había adquirido por mediación de Sigaud Lafond y "por encargo del marqués de Santa Cruz, todos los vasos y máquinas que eran más necesarios para ejecutar los experimentos; habíalos conducido a Madrid, y colocado en el gabinete de la casa, y fue Viera el primero que demostró en esta Corte los fenómenos principales de los gases, para lo cual se tenían varias sesiones, a que concurrían muchas personas condecoradas, damas de la grandeza, algunos médicos y boticarios, profesores de física y otros sujetos amantes de las incidencias, con general satisfacción". A través de este curso, Viera y Clavijo habría introducido, en opinión de algunos, la física de Newton en España, a la par que Antonio Ximeno y Pujades, primer profesor de matemáticas del Colegio de Artillería de Segovia. Tan bajo era el nivel de los conocimientos científicos en España que las concepciones de Newton comenzaban a conocerse más de un siglo después de que se hubieran publicado los Principia.

Por otro lado, fue Vieca de los primeros en realizar experiencias con globos aerostáticos en Madrid, siguiendo la moda vigente en París dede que en 1773 los Mongolfier iniciaran la navegación aérea. Con tal motivo trabó relación con Bernardo Gálvez —que después sería virrey de Méjico—, muy aficionado a estos experimentos, algunos de los cuales llevó a cabo en los canales de Madrid. Ambos personajes mantendrían en el futuro una comunicación postal en la que no faltaría la referencia a este tema. En noviembre de 1786 Viera escribía al virrey: "Siento que la quebrantada salud de V.E., unida a las graves atenciones de su empleo, no le hayan permitido practicar aquellas bien imaginadas tentativas que su deseo de perfeccionar esta asombrosa invención de nuestra edad le ocuparon tanto en la Corte; especialmente la bella idea de aquellas alas horizontales de ballena y tafetán, que movidas de arriba a baxo, pudieran dar impulso y dirección a los globos, de lo que con tanta satisfacción hicimos la prueba con la barca del canal de Madrid la tarde del dos de marzo de 1784...". Gálvez nunca llegó a leer estas líneas pues moriría en Méjico días después de haber sido escritas por su corresponsal isleño.º

LA ÚLTIMA ETAPA: GRAN CANARIA

A poco de regresar a Madrid en 1781 Viera se plantea su definitivo regreso a Canarias. Su correspondencia nos revela su impresión personal de que en Madrid no encontraría marqués de Santa Cruz le mantenía como miembro de su casa, después de; haber muerto su hijo, el marqués del Viso, a finales de 1779. Vacante el cargo de arcediano de Fuerteventura en la catedral de Canarias, en julio de 1782 Carlos III presentó a Viera para recibir tal dignidad, en la cual fue aceptado. No obstante, permaneció en la Corte hasta la edición del tomo cuarto de su Historia, que se imprimió en 1783. En marzo de 1782 comunicaba al marqués de San Andrés su nombramiento y su determinación de volver a las Islas: "De esta noticia—le escribe— puede usted sacar muchas consecuencias. Las principales son que me volveré a ser guanche...". Pocos meses después, en otra carta, le dirá: "Vamonos a Canaria, dije yo. Vamonos a la montaña de Doramas, y bebiendo en el Leteo del olvido de quanto he visto, conocido y tratado en el gran mundo, viviré como alma separada en aquellos Elíseos...". Y cuando, por esos años, comenta en su correspondencia con el marqués de Villanueva del Prado su definitiva decisión de instalarse en Gran Canaria le confesará que lo que echará de menos será el gran mundo de la cultura y la ciencia europeos, concretamente sus vivencias en París, pero no Madrid; la distancia real estaría entre la eclosión cultural y vital de una ciudad como la capital francesa de entonces y el plácido retiro en Gran Canaria.

Al fin, en el otoño de 1884 se encuentra ya en Gran Canaria desempeñando el arcedianato de Fuerteventura en la catedral del Archipiélago. Además de cumplir con sus obligaciones eclesiaes (en algunos momentos es gobernador de la Diócesis) y de dar rienda suelta a sus aficiones literarias, inicia en las Islas, inicia en Gran Canaria, una nueva e importante fase de su actividad científica. Es a partir de entonces cuando podremos hablar de un Viera científico y naturalista.

En el año 1785, con motivo de haber acudido a Teror durante las celebraciones de la Virgen del Pino, lleva a cabo un análisis de las aguas de la Fuente Agria. Esto lo cuenta en la siguiente forma en una misiva al marqués de Villanueva: "Me fui después al campo, a la fiesta del Pino de Teror, me divertí con los paisanos y con aquella naturaleza rústica, pero magnífica, especialmente con el examen analítico que hice en su debida forma, de la fuente agria, para el qual había llevado conmigo los utensilios y reactivos necesarios. Esta operación me sirvió de singular entretenimiento, por lo que los experimentos que practicaba, me salían todos según anticipadamente los preveía, y sus fenómenos eran peregrinos. Ya puede V. inferir que la causa de aquel vivísimo ácido y picante es el Ayre fixo o gas calcáreo de que está saturada; pero los arbitrios de que usé para manifestarlo con entera evidencia, fueron verdaderamente curiosos. He puesto por escrito mis observaciones, y por presentarlas a alguien, las he presentado a esta Sociedad Económica, para la cual estará en Griego". Aquí vemos ya a un Viera preocupado por el conocimiento científico del medio insular, que aplica al análisis de las aguas minerales los conocimientos que había adquirido en sus cursos de París. Ese "aire fijo" que menciona con este nombre había sido descubierto años atrás por Black y es el dióxido de carbono o anhídrido carbónico. Durante sus años de Madrid y, concretamente, a raíz del curso que impartió en el gabinete del marqués de Santa Cruz, había publicado el poema "Los aires fixos", del que en nuestros días dirá Sarrailh: "hagamos un favor a Viera no citando algunas de sus estrofas". Los análisis de aguas constituían una experiencia frecuente en el siglo XVIII y Viera seguirá esta moda verificando también el análisis de las aguas de Telde.

Fruto del análisis de las de Teror fue, como indicaba en su carta al marqués de Villanueva, la primera de las memorias presentadas a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de las Palmas de Gran Canaria, de la que será director desde 1790. Entre noviembre de 1785 y marzo de 1788 traslada a la citada entidad una serie de memorias en las que manifiesta sus conocimientos, más o menos sólidos, de química, mineralogía y botánica; entre ellas, además de las citadas, se encuentran los informes sobre la orchilla, la barrilla, el tártago o ricino, el tazaygo o raspilla, etc. desde la perspectiva de sus usos industriales y económicos.

EL DICCIONARIO DE HISTORIA NATURAL

Pero lo que domina en Viera ya desde estos años es su interés por la historia natural (en 1796 escribiría al marqués de Villanueva: "Todo lo relativo a la Historia Natural de nuestras Canarias es lo que ahora llama más mi atención, pues quisiera dexar algo es-' crito en obsequio de la patria"). Desde su llegada a Gran Canaria comenzó a reuní, colecciones de piedras, lavas y rocar volcánicas, tierras, arenas, conchas, y se dedicó a observar plantas y árboles, aves, reptiles y peces. Formó así un gabinete de historia natural de las Islas, posiblemente el primero que se reunió en el Archipiélago, ochenta años antes que se instituyeran el Gabinete Científico, en Santa Cruz de Tenerife, y el Museo Canario, en Las Palmas de Gran Canaria. En 1790 ofrece en su casa a un grupo de amigos e interesados un breve curso, a la vista de las piezas de su gabinete, acompañado de varios experimentos químicos.

Se dedica por esos años a la elaboración del Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias, que concluirá en 1799. Como indica su nombre, se trata de una descripción de ejemplares de los tres reinos de la naturaleza: rocas y minerales, plantas y especies animales del Archipiélago Canario, endémicas o no de estas Islas. Es el primer compen-dio descriptivo de la naturaleza insular.

La corrección de las descripciones permite afirmar que el autor está en contacto con el ejemplar que describe, a través de una observación directa, bien mediante un trabajo de campo, bien en su propio gabinete. El Diccionario destaca especialmente en las descripciones botánicas. De la clasificación que emplea, se deduce que Viera conocía las obras de Tournefort, Linneo, Linneo  y Lamarck (tenía en su biblioteca una edición de la Enciclopedia Melódica, cuya sección de botánica estuvo a cargo de este último), así como los trabajos de recolección de Masson y de Broussonet y el Icones Plantarum de Cavanilles. A la hora de hacer la descripción, establece, en algunos casos, comparaciones entre las diferentes especies de las islas y señala la afinidad de plantas nativas con algunas de la península y otras mediterráneas y europeas; sin embargo, en diversas ocasiones no señala la peculiaridad de algunas plantas endémicas del Archipiélago y las clasifica como si fueran las mismas que crecen en otras latitudes. Un dato curioso lo aportan, por otra parte, las referencias que verifica en ocasiones sobre la v presencia de plantas canarias en jardines botánicos europeos.
Incluyó también Viera en esta obra los cultivos ordinarios. Al propio tiempo, hace frecuentes alusiones a la utilización de las plantas, por lo que el Diccionario es, además, un vademécumar, ni puesto adecuado a sus merecimientos y a sus inclinaciones, a pesar de que el medicinal, artesanal e industrial. Otro detalle curioso nos lo proporciona cuando, por ejemplo, habla del alpiste (Phalarís canariense) y se preocupa de la importación que del mismo se hacía, cuando es una planta endémica de las Islas que aquí se da silvestre y que —afirma— se ha llevado desde Canarias al Languedoc, a Malta y otras regiones.

Interesante es también su vertiente conservacionista de la naturaleza, que manifiesta especialmente cuando habla de los árboles y bosques del Archipiélago, subrayando la beneficiosa función que ejercen para un mayor índice de pluviosidad en las medianías insulares y mostrando su inquietud por la extinción de las masas forestales. Y, así, cuando habla de especies como el mocan o el palo blanco se duele de que estén desapareciendo casi totalmente de nuestros montes. A través de estas apreciaciones testimonia el gran polígrafo una temprana dimensión ecologista, que se anticipa casi en dos siglos a esta tardía, agria y hasta ahora, por desgracia, impotente tarea que nos ha tocado en nuestros días a los amantes de esta tierra.

Viera y Clavijo fue, con Agustín de Bethencourt y Clavijo Fajardo, la cima de la Ilustración canaria. Y no casualmente cada una de estas tres figuras — cuya personalidad científica trascendió los límites del Archipiélago— hubo de beber en las fuentes de la cultura europea de su tiempo, más allá, también, del legado cultural que podrían recibir en aquellas y estas Islas del aislamiento. Como persona, como naturalista y como historiador Viera se adelantó a tantas y tantas inquietudes que hoy comparten los canarios de mentalidad más progresiva y, en este sentido, su ingente labor intelectual podría ser proyectada al presente recordando aquel pensamiento de Chaucer que dice así: "Y de campos más antiguos que los que el hombre ve procede este grano nuevo".

El 250 aniversario del nacimiento de don José de Viera y Clavijo—que vino al mundo en los Realejos el 28 de diciembre de 1731 y murió en Las Palmas de Gran Canaria en 1813— se celebró brillantemente con una serie de actos organizados por la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Viera fue director de la Económica de Las Palmas a partir del año 1790 y merced a su iniciativa se llevaron a cabo diversas acciones de signo positivo para el progreso de la isla, entre ellas la instalación de la primera imprenta que funcionó en Gran Canaria.

El programa se inició el día 22 de diciembre con la presentación del nuevo salón de actos de la Económica a cargo de don Diego Cambreleng, director de la Institución. El día 23 se descubrió el busto de Viera y Clavijo —obra del escultor Plácido Fleitas— en su nuevo emplazamiento de la Plaza de la Real Sociedad Económica de Amigos del País; en este acto se hizo una ofrenda floral por diversas entidades e instituciones sociales y culturales de Gran Canaria y el alcalde de la ciudad, señor Rodríguez Doreste, pronunció unas palabras recordatorias y enaltecedoras de la figura del ilustre polígrafo. Por la tarde, el escritor e investigador don Alfredo Herrera Piqué disertó sobre el tema "El horizonte científico europeo y Canarias en la época de Viera y Clavijo", fue presentado por don Juan Andrés Melián, vicepresidente del Cabildo Insular de Gran Canaria y vocal de la Económica.

El 28 de diciembre se inauguró en el Museo Canario la exposición "Recuerdos de D. José de Viera y Clavijo, su obra y su época"; hizo la presentación el presidente de la Junta Directiva de dicha Entidad, don José Miguel Alzóla. Seguidamente se celebró en la catedral de Santa Ana una misa solemne, con intervención de la coral "Regina Coelli", dirigida por el maestro Chano Ramírez; al finalizar la misa se verificó un responso ante la tumba de Viera y Clavijo, en la capilla de San José de dicho templo. Después los asistentes a los actos se trasladaron al salón de la Económica en donde, previas las palabras de don Cristóbal García del Rosario, bibliotecario de esta Real Sociedad, se presentaron los libros Extractos de las Actas de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas de Gran Canaria", desde su primera erección hasta fines del año 1790, realizados por Viera y Clavijo, e Historia de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas, 1776-1900, de Cristóbal García del Rosario.

Las palabras de presentación corrieron a cargo del investigador don Enrique Romeu Palazuelos, secretario de la Real Sociedad Económica de Amigos del 'País de La Laguna. Finalmente, don Joaquín Blanco Montesdeoca, director del Archivo Histórico Provincial, pronunció una conferencia con el título de "D. José de Viera y Clavijo, un canario universal".

Los actos prosiguieron con las conferencias pronunciadas el día 29 por el investigador y escritor don José Juan Ojeda Quintana sobre el tema "El cambio de la concepción de la Historia desde Viera y Clavijo hasta nuestros días", con presentación del conferenciante por don Gabriel Cardona Wood, vicesecretario de la R.S.E.; el día 4 de enero, con intervención de don Juan Luís BaézArencibia, catedrático de Química, sobre "La obra científica de Viera y Clavijo", previa presentación de don Nicolás Díaz Saavedra de Morales, secretario de dicha sociedad; y, por último, el día 8 con la presencia del investigador don Miguel Rodríguez y Díaz de Quintana que trató de "La ascendencia portuguesa de Viera y Clavijo", tras ser presentado por don Andrés Hernández Navarro, escritor y censor de la Económica.

Alfredo Herrera Piqué, en: Revista Aguayro
Año XII nº 138, diciembre  de 1981.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)



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