Ya hemos abordado en la primera parte de este artículo la existencia
en el Magreb occidental —principalmente Marruecos— de un registro arqueológico
que podemos asimilar con el calcolítico y campaniforme europeo, así como la
necesaria crítica que debemos hacer a los esquemas interpretativos basados sólo
en ciertos tipos culturales o en esquemas unilineales de evolución cultural y
social. En esta entrega abordaremos las problemáticas históricas que se suceden
en la conocida como Edad del Bronce en el Magreb.
La existencia de una Edad del Bronce en el Magreb es un aspecto
largamente debatido por los especialistas y estudiosos de la prehistoria y
protohistoria norteafricana desde fines del siglo XIX. Asistimos a una escasez
de elementos metálicos en cobre o bronce aparecidos en excavaciones, prospecciones
o colecciones, algo que chocaba con la realidad al otro lado del Estrecho y del
Mar Mediterráneo. Así, autores reconocidos como Paul Pallary o el historiador
Stéphane Gsell, afirmaban, a comienzos del siglo XX, que el Magreb no poseía
una Edad del Bronce y que, prácticamente, el periodo Neolítico y de la «edad de
piedra» llegaba hasta la presencia fenicia y romana, que introducirían el
hierro. Este fenómeno se hacía extensivo a la totalidad del continente
africano, con la excepción de Egipto, con una metalurgia antigua y bien
conocida.
Esta idea, que se repetió durante toda la primera mitad del siglo XX y
que ha seguido teniendo influencia en las décadas siguientes, casaba con una
África concebida como territorio sin innovaciones tecnológicas o sociales,
atrasado y estancado en la historia hasta la llegada de las colonizaciones
fenicio-púnicas y romanas, discurso que tenía una evidente relación con la
visión colonizadora europea del siglo XIX y XX.
No obstante, poco a poco empezaron a ponerse en valor productos
arqueológicos en metal o cerámica, así como los enterramientos megalíticos o
los grabados rupestres, que indicaban que la situación era diferente.
En lo que respecta al registro marroquí y del oeste argelino, se
conocían numerosas piezas metálicas en bronce: tanto las hachas de
Columnata (región de Tiaret, en Argelia) como las del Oued Akrech (cerca de
Rabat, Marruecos), así como fíbulas en bronce que se conocen desde el siglo XIX
en estructuras funerarias, o la espada similar a las del bronce atlántico que
se encontró en el estuario del río Loukkos (en Larache). En general, debemos
destacar cómo la zona del Norte de Marruecos y de la costa atlántica
marroquí es la más rica en estos objetos, que se extienden no mucho más al
este de la ciudad de Argel.
Por su parte, los grabados rupestres del Alto Atlas marroquí —fundamentalmente
en las estaciones de Oukaïmeden y de Yagour—, documentados por Jean Malhomme
a comienzos de la década de 1950, suponía una clara ruptura en relación a las
manifestaciones grabadas y pintadas saharianas y del Anti-Atlas, sobre todo por
la representación de armas metálicas. Nos referimos, fundamentalmente, a los
puñales con nervadura central y remaches típicas del bronce inicial europeo y a
las alabardas (lámina metálica como la de un puñal pero fijada de forma
perpendicular al mango) similares a aquellas que se conocen bien para el bronce
inicial ibérico y de la cultura de El Argar. Tras los estudios de Malhomme
debemos destacar aquellos elaborados por André Simoneau y, por último, las
tipologías realizadas por Robert Chenorkian, que estableció tres tipos
de puñales de 300 representaciones y 3 tipos de alabardas de las 40
representaciones estudiadas. Es interesante destacar cómo el tipo III de
alabarda no tendría un paralelismo con ninguna conocida en Europa. Asimismo, se
documentan en estos grabados, estudiados posteriormente por autores como Georges
Souville, hachas peltadas, similares a las representadas en Méran (Sáhara
Occidental) y a las hachas-ídolo de las estelas ibéricas; estas se consideran
de origen local marroquí. En general, los grabados atienden a diferentes
cronologías y periodos, si bien, para lo que aquí nos interesa, se desarrolla
en el Neolítico Final y en los periodos del Calcolítico y Edad del Bronce,
siendo característicos de estos momentos del Bronce el grabado de escudos
redondos, puntas estrechas y alargadas y puñales con guarda muy marcada.
Si bien desde 1955 Louis Balout abría el debate sobre la
existencia del periodo calcolítico en Marruecos, en 1960 Gabriel Camps,
fruto de la documentación arqueológica aquí reseñada y de un cambio de visión
sobre la prehistoria magrebí, señala la existencia de la Edad del
Bronce, siendo los grabados del Alto Atlas un elemento fundamental en
esta afirmación. De este modo, a partir de estos datos se reexaminan
excavaciones antiguas, elementos cerámicos y en metal, pudiendo reescribir la
protohistoria magrebí.
Así, por ejemplo, son de destacar los descubrimientos de objetos metálicos
realizados en las necrópolis de cistas de la zona de Tánger, como la
punta de lanza o puñal con lengüeta en cobre que descubrió Gaston Buchet a
comienzos del siglo XX en la tumba de cistas de El Mries, similares a las
documentadas en todo el occidente mediterráneo en momentos calcolíticos y del
Bronce Inicial. Por su parte, debemos añadir la única alabarda encontrada en
registro arqueológico: se trata de una pequeña alabarda encontrada por Michel
Ponsich en una cista de la necrópolis de Mers, que se asocia al modelo
Carrapatas ibérico. A esta pieza hay que añadir otras dos leznas encontradas en
la misma tumba. En toda la zona de la Península Tingitana y la costa argelina
hasta Argel vemos bastantes más casos de productos metálicos en bronce, fundamentalmente
hachas planas, pero también algún puñal o punzones.
En lo que respecta a las prácticas funerarias, ya hemos
indicado cómo tenemos documentada la existencia de necrópolis de cistas en la
zona de Tánger que han ofrecido registros metálicos adscribibles al III-II
Milenio Antes de Nuestra Era (ANE). Por su parte, se señala la existencia de
tumbas en forma de silo, localizadas en el Marruecos oriental y en el
oranesado, que se asimilan a aquellas calcolíticas y del Bronce Inicial de
Andalucía y Portugal. Asímismo, tenemos la necrópolis de Zemamra (junto a
Mazagan, al sur de Casablanca), en la que se estructuran una serie de tumbas de
inhumación alrededor de un tumulo central, estando algunas de ellas en jarras;
se ha querido asimilar esta práctica con la cultura del Argar.
Por último, en la revisión de la cerámica se comenzaron a
sistematizar las que se adscribían a momentos de la edad del Bronce. Se
caracterizan por tener un fondo plano, con pastas grises, negruzcas o rojas,
con un pulimentado fuerte que aparecen sobre los niveles campaniformes. Vemos
este tipo de cerámicas grises y muy lisas —o bruñidas— en yacimientos como Caf
Taht el Gar o Gar Cahal, ya apuntadas por su excavador, Miguel Tarradell;
mientras que las rojas, las tenemos documentadas en las cuevas de Achakar y El
Khril, todo ello en la Península Tingitana. Es de lamentar que muchas de ellas
se desecharon en excavaciones antiguas y se consideraron como recientes o
simplemente pasaran desapercibidas en los intereses de investigación.
Otro elementos asociados tipológicamente a la edad de los metales,
pero difícilmente datables, son las estelas decoradas. Consideramos
aquí tres documentados en la costa atlántica de Marruecos: dos situadas en
N’Kheila y otra en Maaziz. La mejor conservada, N’Kheila I, presenta una figura
humana con cabeza discoide y círculos concéntricos, de aspecto atlántico. Los
círculos concéntricos, similares a los aparecidos en las estelas de guerrero
atlánticas, aparecen en las tres estelas señaladas. Representaciones de círculos
concéntricos se han hallado, también, en los grabados rupestres del Alto Atlas.
Vemos cómo, en general, la opinión de los especialistas ha virado
desde una cierta reticencia en admitir la existencia de una Edad del Bronce en
el Magreb a afirmar que el Norte de África —fundamentalmente Marruecos— se
integra en las fases prehistóricas europeas, como vimos también para el caso
del Calcolítico y Campaniforme. Así, por ejemplo, es interesante comprobar como
el fenómeno del Bronce Atlántico, que se había circunscrito tradicionalmente a
las orillas europeas, deba prolongarse hasta las orillas africanas con piezas
tan sorprendentes como la espada encontrada en el río Loukkos. No obstante,
podemos observar cómo esto se realiza desde parámetros culturalistas: en
interpretaciones basadas en la presencia/ausencia de un registro metálico, de
tipos cerámicos o de manifestaciones culturales —tipos de necrópolis—; a
lo que añadimos que se realiza siguiendo una explicación difusionista.
Como para el periodo anterior, se señala una necesaria penetración ibérica (en
este caso, fundamentalmente argárica) en el Magreb para entender estos
fenómenos, que se desarrollarían sobre un sustrato propio neolítico. Así, en el
III, pero sobre todo II Milenio a.n.e., el fenómeno del Bronce ibérico y
atlántico impactaría también en la orilla sur Mediterránea, en su parte
occidental.
No obstante, podemos señalar cómo el registro arqueológico aquí
señalado no sería sólo una apropiación pasiva de ciertos elementos de
prestigio, sino que atendería a una verdadera adquisición de novedades
tecnológicas y culturales, algo que apreciaremos mejor en el Milenio siguiente.
Por ejemplo, debemos señalar la existencia de tipos de alabardas en los
grabados rupestres que no se conocen en Europa. Asimismo, vemos como aparecen
en el registro arqueológico marroquí manufacturas de objetos que en Europa
aparecen realizados en bronce (aleación de cobre y estaño), y que la
composición metálica del objeto marroquí está libre de estaño: es cobre. Esto
nos indicaría que no se trata de una llegada de objetos de Europa o de una
réplica exacta, sino que hay una apropiación. De esta forma, estos datos, si
bien puntuales, nos señala la existencia de procesos metalúrgicos y culturales
propios, que debemos entender, no a la luz de explicaciones difusionistas, sino
teniendo en cuenta las tensiones y la propia naturaleza de los grupos sociales
afincados en el territorio magrebí. De hecho, esta explicación y estudio de un
registro en base a su desarrollo interno es lo que se hace con los fenómenos
calcolíticos y de la Edad del Bronce en la península Ibérica.
Por su parte, de nuevo, este
esquema interpretativo culturalista y difusionista se ve potenciado por la
misma naturaleza de datos. Asistimos a una ausencia de excavaciones de
yacimientos al aire libre y de espacios sociales que nos hablen de los modos de
vida y los modos de producción y reproducción de los grupos sociales. Esto se
complementa con pocos datos estratigráficos y pocos asentamientos excavados de
forma íntegra; una información fruto de hallazgos aislados, en cueva y de tipo
cultural-estilístico.
Frente a esta realidad,
volvemos a defender la necesidad de integrar estos datos en
expliaciones históricas que aludan a los propios
grupos locales, desarrollando marcos teóricos que utilicen categorías
sociales de análisis distanciándose de los
enfoques culturalistas. Esta idea, que ya apuntamos para el periodo
anterior, es de vital importancia, ya que pone el acento en investigar a
fondo las características socio-económicas de los grupos agricultores y
ganaderos del Magreb, sus diferentes formas de organizar el territorio y la
producción, de tal forma que nos permita entender cómo acceden a las redes de
intercambio y/o comercio atlánticas y mediterráneas en el IV, III y II Milenio
a.n.e., a través de las cuales se pondrán en circulación estos elementos
metálicos así como otros objetos y materias primas. Y cómo esto sólo se
consigue con programas de investigación arqueológica que busquen y rastreen los
poblados y aldeas al aire libre, ya que lo que se entiende como vacío de
población, como ocurría en el caso andaluz hace unas décadas, es fruto
realmente de un vacío de investigación. Así, por ejemplo,
sería imposible entender el proceso histórico que parte de la
territorialización de los grupos tribales del sur peninsular desde el IV
Milenio sin que se hubiese excavado y estudiado las grandes aldeas agrícolas,
los campos de silos o los poblados fortificados, que nos hablan de una
disolución de la formación social tribal y el paso a nuevas formas de organizar
el territorio y la misma sociedad; y por supuesto, al desarrollo de redes de
intercambio de gran escala, la aparición de manufacturas en metal u objetos de
prestigio o el desarrollo de estructuras funerarias que inciden en la fractura
de la sociedad tribal. Hasta que no se desarrollen dichos programas de
investigación con estas inquietudes y objetivos, estos milenios seguirán siendo
oscuros y pasto de las teorías difusionistas y culturalistas para su
explicación.
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Redactor: Sergio Almisas Cruz
Licenciado en Historia por la Universidad de
Sevilla. Finalizado el Máster de Patrimonio Histórico Arqueológico de la
Universidad de Cádiz. Actualmente investiga sociedades tribales neolíticas en
el ámbito del Estrecho de Gibraltar en el grupo PAI-HUM-440 asociado a la
Universidad de Cádiz.
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