En este artículo (que lo dividiremos en dos
entregas) vamos a reflexionar sobre la llamada “Edad de los metales” del
Magreb, para iniciar una serie sobre el fenómeno de la metalurgia en
África. Abordando este tema, veremos la necesidad de comprender los
procesos históricos en función de las características propias de cada lugar o
territorio, no aplicando esquemas culturales o cronológicos de otros lugares.
Para el caso de África, anteriormente hemos
analizado la peculiaridad que el neolítico tomaba en el área sahelo-sahariana,
en relación al paradigma de neolitización que se entendía como único válido en
la región Mediterráneo europea. Ello nos sirvió para entender otras posibles
vías de transformación de los grupos cazadores-recolectores en tribales
neolíticos. Ahora nos parece adecuado continuar con un hecho que se ha
considerado de tanta relevancia en la prehistoria europea: la denominada Edad
de los Metales. A lo largo de esta serie de artículos analizaremos diferentes
situaciones que nos obligan a reflexionar sobre cómo se ha construido
la historia de África y qué precauciones deben señalarse.
Por Edad de los Metales se entiende una fase en
la historia de la humanidad en la que, tras la revolución neolítica,
aparecen industrias elaboradas en metal. Esta concepción es fruto de
la división tripartita clásica de 1820 elaborada por C. J. Thompsen
de Edad de Piedra, Edad de Bronce y Edad de Hierro, en base al registro danés.
La Edad de los Metales englobaría las dos últimas y la Edad del Cobre, que se
inscribía, en estos momentos, como etapa final del neolítico. La Edad de los
metales, supondría un hito fundamental y necesario en la escala de la humanidad
hacia la civilización, desde el salvajismo y la barbarie, según el esquema
evolucionista. Así mismo, con el historicismo cultural se establece la idea
general de que hay un punto de origen de la tecnología de fundición del cobre y
bronce (aleación de cobre y estaño), normalmente asociada al Próximo Oriente y
la zona de los Balcanes, que se extiende por toda el Área Mediterránea; lo
mismo se dirá para el caso del Hierro. Esta idea, que parte desde los primeros
teóricos del siglo XIX (O. Montelius), se ha visto matizada,
viendo como existen otros puntos donde se fundía el metal, como el SE
peninsular. Posteriormente, vemos en los productos metálicos (hachas, puntas de
flecha, armas…) un elemento fundamental a nivel tecnológico o productivo para
el desarrollo económico de los grupos neolíticos hacia su jerarquización. En
este sentido, se mantiene la importancia dada a los metales como
marcador cultural del paso hacia la “civilización” o el estado.
Actualmente, el comienzo de la Edad de los
Metales, el Calcolítico, adquiere importancia por la
existencia de metal y su carácter tecnológico-productivo, así como por todo lo
que sucede a nivel social en esta época. Hablamos de la especialización
artesanal, el desarrollo de redes comerciales a gran escala, el aumento de
producción, el surgimiento de los primeros estados, etc. Se relaciona
con el concepto de Sherratt de la revolución de los Productos Secundarios. Este
hecho, que se iría profundizando a lo largo de la protohistoria hasta momentos
históricos (colonización fenicia, griega, cartaginesa, etc.), tiene como hito
fundamental el denominado periodo Campaniforme, que se
desarrolla durante el III y a comienzos del II Milenio ANE en el extremo
occidental mediterráneo. Se caracteriza por presentar unos marcadores
culturales claros: aparecen cerámicas con unas formas y
decoración concretas (vasos, cuencos, platos carenados; con decoraciones en
bandas, a base de incisiones y puntillados, rellenos de forma recurrente con
una pasta blanca) aparecen elementos en cobre (puntas palmela,
agujas, puñales de lengüeta, etc.), brazaletes de arquero en piedra,
botones de marfil con perforación en V, etc. Si bien no existe
una unanimidad en los investigadores a la hora de explicarlo, sí vemos como se
asocia con lo que muchos autores denominan la “jerarquización” o complejidad de
la Prehistoria Reciente, o con los primeros estados prístinos en el sur
peninsular, tal y como hemos señalado.
En el presente artículo repasaremos sólo los
momentos calcolíticos y, fundamentalmente, campaniformes del Magreb, dejando la
tecnología de bronce, la del hierro y las reflexiones finales para la segunda
entrega.
Tradicionalmente, se había argumentado que en
el Magreb no existía una Edad del Cobre ni del Bronce o, al menos, que ésta
era muy tardía, coincidiendo con momentos protohistóricos, como el contacto
fenicio o púnico y la edad del Hierro que inauguran. Esta afirmación, expuesta
desde comienzos del siglo XX, se realizaba en base a la escasez de restos
arqueológicos prehistóricos metálicos. Serán autores como Miguel Tarradell
o André Jodin los que comenzaron a hablar del periodo campaniforme.
En la década de 1930 se dan las primeras noticias
de la existencia de fragmentos de cerámica campaniforme (en el abrigo de
Achakar). Pero no será hasta la década de 1950 que encontramos varias obras que
desarrollan la existencia de este periodo en yacimientos, como Caf Taht el Gar,
en Tetuán, Gar Cahal, junto a Ceuta, el Khril, al sur del cabo Espartel o
Dar-es-Soltan en la zona de Rabat-Temara, así como en diferentes sitios al aire
libre. En estos momentos, la prehistoria magrebí se entendía como formada por
un neolítico de larga duración que pasaba directamente a la Edad del Hierro,
sin tener una Edad del Cobre o del Bronce. Esta imagen casaba con la idea de
que los pueblos africanos son estáticos o poco innovadores a nivel cultural,
socioeconómico, político…, algo que reproducía la ideología colonial del
momento. Por lo tanto, estos hallazgos se consideran rasgos residuales del
comercio con los grupos calcolítico y campaniformes de la Península Ibérica
por parte de los grupos neolíticos del oeste magrebí, sin que se explique como
parte de lo que entonces se llamaba civilización campaniforme. Así, se
consideraba como un estadio más del neolítico marroquí. En el último tercio del
siglo XX queda bien atestiguada y sistematizada la presencia, no sólo del
campaniforme, sino del calcolítico o la edad del bronce en Marruecos, fruto del
desarrollo de las investigaciones desde mediados de siglo por autores tan
importantes como Gabriel Camps o Georges Souville.
Los registros asociados al campaniforme y
calcolítico se encuentran fundamentalmente en cuevas y abrigos. Observamos como
en toda la costa Atlántica marroquí desde la zona de Tánger-Tetuan hasta el Río
Oud er Rbia, al sur de Casablanca, se tiene conocimiento de la aparición de
cerámicas campaniformes, puntas palmela en cobre o brazaletes de arquero. No
obstante, este fenómeno, fundamentalmente litoral y atlántico, también se
encuentra en dos yacimientos al interior, así como en el Rif Oriental y en el
oranesado argelino. Tenemos cerámicas campaniformes -con decoración
incisas o puntilladas en bandas y con formas de cazuela o vasos, cuencos
hemiesféricos, etc. – en yacimientos tingitanos y costeros atlánticos como los
de Achakar, Caf Taht el Gar, Gar Cahal, Dar es Soltane, Mehdia, El Khril, el
Kiffen, Rouazi-Skhirat, Oued Mellah, Kehf el Baroud o la Grotte des
Contrabandiers. Los yacimientos del interior con cerámica campaniforme son los
de Sidi Slimane y Aïn Smene. Por su parte, el yacimiento del Rif Oriental con
cerámica campaniforme sería el de Hassi Ouenzga, mientras que los dos argelinos
del Oranesado son Rhar Oum el Fernana y al Oued Saïda, también en el interior.
A nivel tipológico, esta cerámica campaniforme del Magreb Occidental sería
similar a la del campaniforme andaluz y portugués.
A esta aparición de cerámica, debemos unir la aparición
de elementos metálicos en cobre o cobre arsenical, como las puntas Palmela,
agujas, puntas de flecha, punzones o leznas y hachas. Algunas de ellas,
provenientes de la necrópolis megalítica de Aïn Dalia, junto a Tánger, o de las
necrópolis de el Kiffen y de Rouazi-Skhirat, en la zona de Rabat-Temara. En
toda esta zona, vemos asimismo un conjunto de elementos líticos que se
inscriben también en el periodo calcolítico y campaniforme. Hablamos de
brazaletes de arquero, como el de Dar es Soltan, placas de esquisto troncocónica,
como la de Kehf el Baroud, o industria líticas, como las puntas de flecha
foliáceas bifaciales o pedunculadas y cuchillos similares a los calcolíticos
peninsulares, presentes en diferentes yacimientos marroquíes. Por último, cabe
señalar la existencia de elementos realizados sobre marfil o cáscaras de huevo
de avestruz, como vemos en las necŕopolis de Rouazi-Skhirat o El Kiffen, que
serían sincrónicas con la llegada de dichas materias primas a Los Millares.
Vemos, por lo tanto como los elementos
adscribibles al campaniforme y calcolítico europeo aparecen en Marruecos en
diferentes yacimientos, señalando la utilización por parte de grupos locales de
ciertos elementos adscritos tradicionalmente a la Edad de los Metales. En
cuanto a cronología, debemos señalar en primer lugar cómo se ofrece una fecha
muy temprana para el cobre en Marruecos. Tenemos las datación desde mediados
del IV al III Milenio Antes de Nuestra Era (ANE) para la necrópolis de Rouazi
Skhirat, mientras que la de El Khiffen sería en el tránsito del IV al III
Milenio ANE; por último, la datación de Kehf el Baroud es de 3210 ANE. Todo
esto, a falta de mayor número de dataciones, nos haría proponer como inicio del
cobre el tránsito del IV al III Milenio, lo cual sería simultáneo al
calcolítico peninsular y de Vila Nova de San Pedro y los Millares, que se
desarrollan en el III Milenio; y que el calcolítico no estaría representado
sólo por el paquete campaniforme, sino que comenzaría antes.
Por otra parte, en lo que a fabricación de dichos
elementos se refiere, las últimas investigaciones nos señalan que podrían ser
locales, si bien la existencia de contactos con la PI es clara. Así, en el
yacimiento de Ifri N’Amr ou Moussa, el análisis de los elementos campaniformes
hallados señala su origen local; por su parte, la espátula denticulada
encontrada en el yacimiento de Dar es Soltan, que habría servido para la
decoración de los vasos y cazuelas campaniformes, indicaría una manufactura
local. Por su parte, ha habido análisis metalográficos de elementos
calcolíticos de Marruecos, que fueron iniciados por Souville y que
recientemente se han visto completado por el estudio de Montero Ruiz y otros,
que señalan como opción la manufactura local de dichos objetos. Así mismo, la
existencia de minas de cobre y estaño en la zona nos haría pensar en dicha
fabricación local, si bien es cierto que aun no ha aparecido ningún taller. Por
su parte, el contacto entre la Península Ibérica y el Magreb Occidental,
significaría no sólo la llegada de formas culturales calcolíticas peninsulares
a África, en el marco de redes comerciales del IV-III Milenio, sino la llegada
al sur peninsular de elementos africanos, como el marfil o la cáscara
de huevo de avestruz que encontramos en diferentes yacimientos andaluces,
entre los que cabe destacar en la cultura de los Millares.
El calcolítico y periodo campaniforme en el
Magreb, que surge en el tránsito del IV al III Milenio ANE, se explica fruto de
la llegada a través del comercio de elementos culturales de la Península Ibérica.
Así, los grupos neolíticos adoptarían estos elementos y harían copias locales,
pero siempre reduciendo a los grupos locales a este papel. Frente al
surgimiento de un estado prístino en el Valle del Guadalquivir y surgimiento de
grandes fenómenos arqueológicos como los Millares, Vila Nova de San Pedro o
Zambuchal, en Marruecos se niega ningún desarrollo social. El gran argumento
esgrimido para ello es la ausencia en el registro de elementos sociales del
tipo aldeas o poblados, necrópolis colectivas megalíticas o de cuevas
artificiales, una industria metalurgia propia o una industria en sílex refinada
y numerosa; esto nos señalaría que los grupos magrebíes no habrían cambiado
desde el neolítico Medio.
Podemos terminar esta parte realizando algunas reflexiones
sobre el tema tratado. En primer lugar, cabe destacar como los términos
utilizados “campaniforme”, “calcolítico”, “edad de los metales”, son términos
culturales que se basan en un análisis de ausencia/presencia y que, en gran
parte, no nos indica nada sobre el modo de vida o la organización social de los
grupos magrebíes y que suelen tender a subordinar las zonas de “llegada” de la
cultura (menos evolucionadas), frente a la de “salida”. Así, por ejemplo,
parece imposible un desarrollo socio-económico (de grupos tribales o
protoestatal) sin la producción metalúrgica, algo que los estados prístinos
americanos desmiente. Este desarrollo podría reflejarse en las redes de
intercambio como las vistas para el IV-III Milenio con Los Millares, o el hecho
de que a la llegada de los fenicios, en el I Milenio ANE, veamos protociudades,
tal como afirma Gabriel Camps.
Para escapar de este marco historicista-cultural
es necesario modificar tanto la teoría e hipótesis de partida, como la práctica
arqueológica. Falta mucha arqueología por hacer. Así, no se ha excavado ningún
poblado agrícola, ni ningún asentamiento calcolítico o neolítico -del tipo
aldeas o recintos de fosos-, fruto más de una falta de investigación
territorial, que de su ausencia empírica.
Por último, debemos entender la Prehistoria no
como un trayecto lineal hacia el progreso y la “civilización” a la oriental
(grandes ciudades, alfabeto, expansión militarista, metalurgia como eje
productivo, etc.), sino la existencia de procesos sociales diferentes. De poco
nos sirve ver los grupos magrebíes bajo la lógica de la Prehistoria Reciente
europea, y afirmar que si no tienen producción metalúrgica o ciertos tipo de
expresiones culturales, es que no han tenido formas sociales equiparables (por
ejemplo, formas protoestatales o de desarrollo de grupos tribales). Sólo un
análisis profundo nos ayudará a superar la simple analogía
historicista-cultural a la que actualmente se reducen los estudios al respecto.
Para ello, como hemos dicho, cabe modificar tanto el esquema teórico, como la
práctica arqueológica: la construcción de nuevas estratigrafías, estudios de
patrones de asentamiento, producción, dataciones modernas, estudios
arqueométricos, etc. son necesarios para avanzar hacia una reconstrucción de
corte social y no eurocéntrica de la Protohistoria magrebí.
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Cádiz, Diputación de Cádiz y Dirección Regional de Cultura Tanger-Tetuán del
Reino de Marruecos, pp. 265-287, 2011.
Redactor: Sergio Almisas Cruz
Licenciado en Historia por la Universidad de
Sevilla. Finalizado el Máster de Patrimonio Histórico Arqueológico de la
Universidad de Cádiz. Actualmente investiga sociedades tribales neolíticas en
el ámbito del Estrecho de Gibraltar en el grupo PAI-HUM-440 asociado a la
Universidad de Cádiz.
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