1993 julio.
GUANCHES EL PUEBLO QUE PERDIÓ
SU ORIGEN
Los restos de su presencia llenan
todas las islas Canarias; abundantes retazos de su cultura pueden encontrarse
repartidos en la religión y las costumbres populares. Pero la verdadera
procedencia de los guanches permanece envuelta en el misterio: la existencia
aislada que han llevado durante siglos y la persecución secular a que fueron
sometidos por los evangelizados, estuvieron a punto de exterminar su rastro. Su
historia conocida combina aspectos fascinantes de cultura y religión con una
buena cantidad de preguntas sin contestar.
Un aura de misterio ha rodeado a
las islas Canarias y sus habitantes desde el inicio de los tiempos históricos;
las grandes culturas de la antigüedad las conocieron e incorporaron a su
mitología. Los griegos las identificaron con las islas Hespérídes, y situaron
en ellas el mítico Jardín que contenía las manzanas creadas por Gea. Los
fenicios primero y los cartagineses después, las visitaron y las asociaron con
las Islas Afortunadas, a las que iban a parar las almas de los muertos. Los
romanos les dieron el nombre de Canarias por los grandes perros que allí
encontraron y llevaron a Roma, junto con algunos aborígenes, en tiempos de
Augusto, en el siglo I de nuestra era.
Ese es el último dato existente
sobre ellas en los trece siglos siguientes; y no sería hasta el mil trescientos
y pico cuando aparecieron de nuevo en las crónicas, debido a que los
comerciantes medievales las visitaban regularmente en busca de esclavos y
mercancías. En 1402 comenzó su conquista el francés Jean IV de Bethencourt,
(ver AÑO CERO núm. 32) un normando al
servicio del rey de Castilla. Tras la marcha de Bethencourt, el reino de
Castilla continuó con la colonización, que concluyó en 1496.
Sin embargo, no fue hasta casi
doscientos años después que alguien se preocupó por recoger la forma de vida,
costumbres y tradiciones de los habitantes de las islas, los aborígenes
llamados genéricamente guanches; el origen de este pueblo está totalmente
envuelto en el misterio incluso para los arqueólogos actuales, a pesar del
reciente descubrimiento de la piedra zanata (ver AÑO
CERO núm. 29) que los situaría como propios del continente africano.
Volviendo a la historia
principal, en efecto, hasta el siglo XVI los conquistadores se habían limitado
a lo que su nombre indica, conquistar, y los evangelizadores a lo propio,
evangelizar. Todo a golpe de arcabuz y crucifijo, que no era, obviamente, el
método más eficaz para que los guanches se parasen a dar explicaciones de sus
creencias y sentimientos sobrenaturales. Así, cuando entre 1580 y 1594 fray
Alonso de Espinosa recorrió las islas, buscando información para un libro que
pensaba escribir, pocos guanches se decidieron a conversar con él y aún de
éstos hubo algunos que le tomaron el pelo y le contaron todo lo contrario de lo
que creían en realidad.
Fray Alonso, que no tenía un pelo
de tonto, captó la resistencia de los aborígenes a confiarse con sus
conquistadores y o declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los
castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y
humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas
islas Canarias como a los indios en tas occidentales regiones, fue injusta, sin
tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de
cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las
ajenas."
Exterminio de un pueblo
Durante mucho tiempo, los aborígenes continuaron hostigando
a los conquistadores, que hubieron de emprender "reconquistas"
sucesivas, matando y deportando como esclavos a muchos. Los supervivientes,
aunque consintiera en ser bautizados, continuaron practicando en secreto su religión
y ritos.
Su incorporación a la naciente
sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría
varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches
puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos
que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde
sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al
conquistador. Antes de su extinción, los habitantes prehispánicos de las
Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades de revelar al mundo unas
costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.
Es curioso constatar cómo los
guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de
dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del
mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta
raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino
enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó después,
nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en estas
islas y que en ellas nos olvidó. Tenernos noticia de tiempo inmemorial, que
vinieron a esta isla de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde, y
se juntaron para poblarla haciendo su habitación junto a Acod en el lugar
llamado en nuestra lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."
Extraña ignorancia y extraño
idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la
península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se
disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la
prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas
tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico
cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que,
antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que
se unieron en época indeterminada elementos protomediterranoides, de los que
algunos debían proceder de la etnia blanca norteafricana, mientras que de los
otros nada sabemos. Para aumentar el misterio se sabe que, al menos en el
momento de la conquista, desconocían la navegación y carecían de canoas, aunque
en algún momento de su historia debieron tenerlas, pues la similitud cultural
existente entre todas las islas no pudo surgir por casualidad.
Una sociedad bien organizada
Estos guanches, altos, robustos y
de bellas facciones, inteligentes y sensibles, cuyo pueblo se dividía en
individuos rubios de ojos azules y morenos de o] negros, eran pastores y en
menor grado agricultores; practicaban la pesca y-,el marisqueo, pero como
actividades complementarias. Desconocían los metales y trabajaban la piedra
volcánica para confeccionar cuchillos y otros útiles domésticos. Curiosamente,
tampoco conocían las puntas de lanza de flecha, y utilizaban jabalinas de
madera endurecidas al fuego. En cambio, practicaban la alfarería, y realizaban
bellos modelos de vasijas modeladas a mano, sin torno.
Vivían en cuevas, casas de piedra
y cabañas, y se vestían con pieles de cabra o de oveja, a las que raspaban su
lana para hacer unos vestidos denominados tamarco, a los que añadían una capa y
un gorro del mismo material para soportar el frío de las cumbres cuando, acompañados
de sus perros bardinos, hacían la trashumancia de los rebaños.
Poseían ciertos conocimientos de
medicina natural: aprovechaban el suero de la leche y ciertas hierbas y raíces
medicinales, e incluso se atrevían a practicar escarificaciones, cauterizaciones
y trepanaciones con cierto éxito. Y a pesar de su neolítica existencia,
alcanzaban un promedio de vida superior al de otras poblaciones en sus mismas
circunstancias. Su estructura social se basaba en la división entre nobles y
plebeyos, posiblemente efectuada en razón de sus posesiones. En algunas islas
las mujeres gozaban de los mismos derechos que los hombres, e incluso los
acompañaban a la guerra como intrépidas amazonas. En secreto, se retiraban a
los montes para celebrar sus cultos paganos y purificarse. Incluso continuaron
con sus ritos funerarios: simulaban enterrar a sus difuntos en los cementerios
de las iglesias, pero en realidad se los llevaban a las cuevas de los riscos
más abruptos, para momificarlos y guardarlos con sus antepasados. Llegó a darse
el caso de que, cuando la población guanche de Teide fue deportada en masa a
Sevilla como esclavos, continuó celebrando sus cultos en la capital andaluza y,
más aún, edificaron un templo guanche «n el barrio donde vivían, para seguir
practicando allí sus ceremonias paganas. Tal auge tomó este templo en Sevilla,
que el rey de Castilla tuvo que dar una orden en 1485 para que el Alcaide Mayor
cerrase el edificio religioso e impidiese el culto y las reuniones.
Las cosas llegaron a tal extremo,
que las temerosas autoridades y los celosos guardianes de la fe acabaron
incluyendo a los guanches en las listas de marginados por cuestión de raza y
religión junto a moriscos, judíos e indios; por tanto, se les prohibió el
acceso a cargos públicos y se les impusieron numerosas restricciones en la vida
social. La reacción aborigen fue la lógica: aquellos que tenían posibilidades
de acceder a un cargo, empleo o estudios, ocultaron su procedencia porque,
según fray Alonso de Espinosa, está probado que, antes de ser incluidos en la
lista negra del cristianísimo racismo, español, muchos de ellos alcanzaron
puestos elevados en la sociedad como escritores, juristas, militares, etcétera.
Sin embargo, no deja de resultar
paradójico que se persiguiera a los guanches por sus prácticas religiosas y no
se dejara constancia clara de cuáles eran éstas. O quizá el silencio era
precisamente una manera de combatirlas por parte de los conquistadores, y de
preservarlas por parte de los guanches.
Entramos así de lleno en un
aspecto crucial de la religión guanche: ¿practicaban el monoteísmo o el
politeísmo? Tanto por los testimonios de los cronistas como por las tradiciones
orales, vemos que se manifiesta en ellos la idea de un Dios supremo y único en
todas las islas, el cual recibía además un mismo nombre, deformado tan sólo por
las alteraciones lingüisticas.
…declaró el motivo de este
silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa
averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles
hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en las
occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que
estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus
límites para infestar ni molestar las ajenas."
Exterminio de un pueblo
Durante mucho tiempo, los
aborígenes continuaron hostigando a los conquistadores, que hubieron de
emprender "reconquistas" sucesivas, matando y deportando como
esclavos a muchos. Los supervivientes, aunque consintieron en ser bautizados,
continuaron practicando en secreto su religión y ritos.
Su incorporación a la naciente
sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría
varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches
puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos
que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde
sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al
conquistador. Antes de su extinción, los habitantes prehispánicos de las
Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades de revelar al mundo unas
costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.
Es curioso constatar cómo los
guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de
dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del
mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta
raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino
enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó
después, nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en
estas islas y que en ellas nos olvidó. Tenemos noticia de tiempo inmemorial, que vinieron a esta isla
de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde, y se juntaron para
poblarla haciendo su habitación junto a Icod en el lugar llamado en nuestra
lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."
Extraña ignorancia y extraño
idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la
península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se
disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la
prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas
tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico
cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que,
antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que
se unieron en época indeterminada elemen-
declaró el motivo de este
silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa
averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles
hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en las
occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que
estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus
límites para infestar ni molestar las ajenas."
Exterminio de un pueblo
Durante mucho tiempo, los
aborígenes continuaron hostigando a los conquistadores, que hubieron de
emprender "reconquistas" sucesivas, matando y deportando como
esclavos a muchos. Los supervivientes, aunque consintieron en ser bautizados,
continuaron practicando en secreto su religión y ritos.
Su incorporación a la naciente
sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría
varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches
puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos
que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde
sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al
conquistador.
Antes de su extinción, los
habitantes prehispánicos de las Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades
de revelar al mundo unas costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.
Es curioso constatar cómo los
guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de
dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del
mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta
raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino
enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó
después, nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en
estas islas y que en ellas nos olvidó. Tenemos noticia de' tiempo inmemorial,
que vinieron a esta isla de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde,
y se juntaron para poblarla haciendo su habitación junto a Acod en el lugar
llamado en nuestra lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."
Extraña ignorancia y extraño
idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la
península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se
disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la
prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas
tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico
cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que,
antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que
se unieron en época indeterminada elementos protomediterranoides, de los que
algunos debían proceder de la etnia blanca norteafricana, mientras que de los
otros nada sabemos. Para aumentar el misterio se sabe que, al menos en el
momento de la conquista, desconocían la navegación y carecían de canoas, aunque
en algún momento de su historia debieron tenerlas, pues la similitud cultural
existente entre todas las islas no pudo surgir por casualidad.
Una sociedad bien organizada
Estos guanches, altos, robustos y
de bellas facciones, inteligentes y sensibles, cuyo pueblo se dividía en
individuos rubios de ojos azules y morenos de ojos negros, eran pastores y en
menor grado agricultores; practicaban la pesca y el marisqueo, pero como
actividades complementarias. Desconocían los metales y trabajaban la piedra
volcánica para confeccionar cuchillos y otros útiles domésticos. Curiosamente,
tampoco conocían las puntas de lanza de flecha, y utilizaban jabalinas de
madera endurecidas al fuego. En cambio, practicaban la alfarería, y realizaban
bellos modelos de vasijas modeladas a mano, sin torno.
Vivían en cuevas, casas de piedra
y cabañas, y se vestían con pieles de cabra o de oveja, a las que raspaban su
lana para hacer unos vestidos denominados tamarco, a los que añadían una capa y
un gorro del mismo material para soportar el frío de las cumbres cuando,
acompañados de sus perros bardinos, hacían la trashumancia de los rebaños.
Poseían ciertos conocimientos de
medicina natural: aprovechaban el suero de la leche y ciertas hierbas y raíces
medicinales, e incluso se atrevían a practicar escarificaciones,
cauterizaciones y trepanaciones con cierto éxito. Y a pesar de su neolítica
existencia, alcanzaban un promedio de vida superior al de otras poblaciones en
sus mismas circunstancias. Su estructura social se basaba en la división entre nobles
y plebeyos, posiblemente efectuada en razón de sus posesiones. En algunas islas
las mujeres gozaban de los mismos derechos que los hombres, e incluso los
acompañaban a la guerra como intrépidas amazonas. En
secreto, se retiraban a los
montes para celebrar sus cultos paganos y purificarse. Incluso continuaron con
sus ritos funerarios: simulaban enterrar a sus difuntos en los cementerios de
las iglesias, pero en realidad se los llevaban a las cuevas de los riscos más
abruptos, para momificarlos y guardarlos con sus antepasados. Llegó a darse el
caso de que, cuando la población guanche de Teide fue deportada en masa a
Sevilla como esclavos, continuó celebrando sus cultos en la capital andaluza y,
más aún, edificaron un templo guanche en el barrio donde vivían, para seguir
practicando allí sus ceremonias paganas. Tal auge tomó este templo en Sevilla,
que el rey de Castilla tuvo que dar una orden en 1485 para que el Alcalde Mayor
cerrase el edificio religioso e impidiese el culto y las reuniones.
Las cosas llegaron a tal extremo,
que las temerosas autoridades y los celosos guardianes de la fe acabaron
incluyendo a los guanches en las listas de marginados por cuestión de raza y
religión junto a moriscos, judíos e indios; por tanto, se les prohibió el acceso
a cargos públicos y se les impusieron numerosas restricciones en la vida
social. La reacción aborigen fue la lógica: aquellos que tenían posibilidades
de acceder a un cargo, empleo o estudios, ocultaron su procedencia porque,
según fray Alonso de Espinosa, está probado que, antes de ser incluidos en la
lista negra del cristianísimo racismo español, muchos de ellos alcanzaron
puestos elevados en la sociedad como escritores, juristas, militares, etcétera.
Sin embargo, no deja de resultar
paradójico que se persiguiera a los guanches por sus prácticas religiosas y no
se dejara constancia clara de cuáles eran éstas. O quizá el silencio era
precisamente una manera de combatirlas por parte de los conquistadores, y de
preservarlas por parte de los guanches.
Entramos así de lleno en un
aspecto crucial de la religión guanche: ¿practicaban el monoteísmo o el
politeísmo? Tanto por los testimonios de los cronistas como por las tradiciones
orales, vemos que se manifiesta en ellos la idea de un Dios supremo y único en todas
las islas, el cual recibía además un mismo nombre, deformado tan sólo por las
alteraciones lingüística.
En Tenerife se practicaba la
poligamia, en Lanzarote la poliandria, y en la Gomera existía una amplia
libertad sexual.
La organización política era, en
apariencia, simple: en cada isla el terreno se repartía entre varios
gobernantes, que en Tenerife recibían el nombre de Mencey y en Gran Canaria el
de Guanarteme. A veces podía haber uno que predominaba sobre los demás, y a él
acudían para dirimir sus disputas. Cada Mencey estaba asistido por un Consejo,
o sabor, formado por seis destacados guerreros, los cuales se reunían al aire
libre en una construcción circular denominada tagoror.
Fuertes raíces religiosas
En cuanto al sentimiento
religioso, estaba profundamente arraigado en el pueblo guanche. Los conversos
de las islas solían asistir a las misas y demás ceremonias católicas, pero
luego, en declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los
castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y
humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas
islas Canarias como a los indios en las occidentales regiones, fue injusta, sin
tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de
cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las
ajenas."
Praticas debidas al aislamiento.
En la isla de Tenerife es donde se conservaron más puras las opiniones en orden
a la esencia divina.
El gran principio, el Dios todopoderoso,
único, recibía el nombre de Achamán (sustentador), pero se le conocía también
por otros nombres que no eran sino diversos atributos, tales como Achuhu-ranhan
(el grande), Achahucanac (el sublime), o Achguayaxerax (el conservador del
mundo). En el resto de las islas recibía nombres como Abora en La Palma , Acorn en Gran
Canaria, o Eraoranhan en El Hierro.
Ahora bien, parece que la idea de
un ser supremo fue asimilada con la creencia en otros poderes, tal como se da
en la propia religión de los conquistadores castellanos, junto a la adoración
de Dios, el culto a los ángeles y los santos, y el culto a la Virgen. La idea de
varios poderes y espíritus "secundarios", subordinados al Dios único,
explica la existencia de ídolos en la cultura guanche, pero antes de hablar
sobre ésto debemos señalar el carácter dual del concepto religioso aborigen.
Nos referimos al maniqueismo patente en sus creencias, pues junto al poderoso y
benéfico Achamán creían en un espíritu maligno y negativo, una especie de
Lucifer. En Gran Canaria se le conocía como Gabiot y en Lanzarote como Gavio,
en La Palma es
Irueña la palabra que designa tanto al diablo como a una aparición fantástica,
y en La Gomera
es Hirguan. Existían además unos seres malignos, o diablos menores servidores
de Gaviot, llamados en Gran Canaria Mahio o Tibicen. En cuanto a Tenerife,
llamaban al demonio Guayota y creían que habitabaen el interior del volcán
Teide, considerado la puerta del infierno o Echeide.
El Dios Supremo, Achamán, además
de su opuesto negativo, tenía su complemento femenino, si bien solo ha llegado
hasta nosotros el nombre con que se le conocía en algunas islas. En El Hierro
la diosa era Moneiba o Moreyba. Algunos cronistas han asimilado la pareja
Eraoranhan y Moreyba con Sol y Luna, cosa que no ha podido ser comprobada, pues
aunque en Tenerife los aborígenes llamaban al Sol Magec y juraban por él, en
modo alguno lo consideraban una divinidad. Esta pareja divina de El Hierro se
transformó en la pareja divina cristiana tras la "conversión" de los
naturales, quienes durante mucho tiempo invocaron a Jesús bajo el nombre de
Eraoranhan y a María bajo el de Moreyba.
En Gran Canaria tenían un templo
donde adoraban a una divinidad femenina, Tirma: en su interior había una imagen
en madera de una mujer desnuda y delante de ella otra talla, que representaba a
una pareja de cabras en el acto de engendrar. Celebraban allí ofrendas y
libaciones de leche y manteca, en un culto que curiosamente se parece a otros
tantos que en las antiguas civilizaciones pretendían propiciar la fertilidad y
fecundidad de personas, animales y cosechas.
Tenían también ciertas cabras
dedicadas al culto exclusivo de pequeños templos llamados Almogarén, las cuales
eran cuidadas como "animales santos" para que produjesen leche durante
todo el año.
Estos hechos son bastante
elocuentes por sí mismos como para hacer recapacitar un poco. Una imagen de
mujer, dedicada al culto a la fecundidad, se aproxima a cierta imagen de la Virgen con un niño en sus
brazos: la Virgen
de Candelaria, aparecida misteriosamente a los guanches de Tenerife. Si el
culto grancanario u otro similar hubiese existido en Tenerife, lo cual
ignoramos pero no es imposible suponer, quedaría explicado que los guanches
rindiesen culto inmediato a la imagen de la Virgen , desconocida para ellos pero muy parecida
a algunos de sus ídolos. Pero hay más: esas "cabras sagradas" nos
recuerdan el "rebaño sagrado" que los guanches tinerfeños pusieron al
servicio de la Virgen
Negra de Candelaria, para sus ofrendas de leche y manteca.
Con lo cual estaban realizando un culto y practicando unos ritos, para esta
Virgen que ellos llamaban "Madre de Achamán", en todo similar al que
los grancanarios realizaban con la divinidad Tirma, declarando así que antes de
la aparición de la Virgen
debían adorar algún ídolo femenino hoy perdido.
Imágenes y fervor popular
Aunque después de todo, es
posible que exista un ídolo guanche en Tenerife. El padre Espinosa cuenta cómo
la imagen de Nuestra Señora de Guía, aparecida en la cueva de un barranco de Isora,
está tallada toscamente en un madero,
desnuda de medio cuerpo: el resto era un tronco de madera en bruto, a la que
después se le añadió una figura de niño que nada tiene que ver con la madre.
Dicha imagen se hizo muy famosa, a poco de aparecer, entre los guanches y
mestizos tinerfeños, que dieron en venerarla con un fervor inusitado. Hasta que
la Iglesia
intervino y la retiró del culto público, encerrándola en un convento de
clausura de Garachico, dónde hoy sigue…
(Rafael Alarcón Herrera, En Año Cero, año III nº 36 julio de
1993.)
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
Este articulo es un ejemplo de cómo los colonialistas
manipulan, prostituyen y tergiversan la historia de un pueblo.
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