lunes, 24 de agosto de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-XXXII




1993 julio.

GUANCHES EL PUEBLO QUE PERDIÓ SU ORIGEN



Los restos de su presencia llenan todas las islas Canarias; abundantes retazos de su cultura pueden encontrarse repartidos en la religión y las costumbres populares. Pero la verdadera procedencia de los guanches permanece envuelta en el misterio: la existencia aislada que han llevado durante siglos y la persecución secular a que fueron sometidos por los evangelizados, estuvieron a punto de exterminar su rastro. Su historia conocida combina aspectos fascinantes de cultura y religión con una buena cantidad de preguntas sin contestar.

Un aura de misterio ha rodeado a las islas Canarias y sus habitantes desde el inicio de los tiempos históricos; las grandes culturas de la antigüedad las conocieron e incorporaron a su mitología. Los griegos las identificaron con las islas Hespérídes, y situaron en ellas el mítico Jardín que contenía las manzanas creadas por Gea. Los fenicios primero y los cartagineses después, las visitaron y las asociaron con las Islas Afortunadas, a las que iban a parar las almas de los muertos. Los romanos les dieron el nombre de Canarias por los grandes perros que allí encontraron y llevaron a Roma, junto con algunos aborígenes, en tiempos de Augusto, en el siglo I de nuestra era.

Ese es el último dato existente sobre ellas en los trece siglos siguientes; y no sería hasta el mil trescientos y pico cuando aparecieron de nuevo en las crónicas, debido a que los comerciantes medievales las visitaban regularmente en busca de esclavos y mercancías. En 1402 comenzó su conquista el francés Jean IV de Bethencourt, (ver AÑO CERO núm. 32) un normando al servicio del rey de Castilla. Tras la marcha de Bethencourt, el reino de Castilla continuó con la colonización, que concluyó en 1496.

Sin embargo, no fue hasta casi doscientos años después que alguien se preocupó por recoger la forma de vida, costumbres y tradiciones de los habitantes de las islas, los aborígenes llamados genéricamente guanches; el origen de este pueblo está totalmente envuelto en el misterio incluso para los arqueólogos actuales, a pesar del reciente descubrimiento de la piedra zanata (ver AÑO CERO núm. 29) que los situaría como propios del continente africano.

Volviendo a la historia principal, en efecto, hasta el siglo XVI los conquistadores se habían limitado a lo que su nombre indica, conquistar, y los evangelizadores a lo propio, evangelizar. Todo a golpe de arcabuz y crucifijo, que no era, obviamente, el método más eficaz para que los guanches se parasen a dar explicaciones de sus creencias y sentimientos sobrenaturales. Así, cuando entre 1580 y 1594 fray Alonso de Espinosa recorrió las islas, buscando información para un libro que pensaba escribir, pocos guanches se decidieron a conversar con él y aún de éstos hubo algunos que le tomaron el pelo y le contaron todo lo contrario de lo que creían en realidad.

Fray Alonso, que no tenía un pelo de tonto, captó la resistencia de los aborígenes a confiarse con sus conquistadores y o declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en tas occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las ajenas."

Exterminio de un pueblo

Durante mucho tiempo, los aborígenes continuaron hostigando a los conquistadores, que hubieron de emprender "reconquistas" sucesivas, matando y deportando como esclavos a muchos. Los supervivientes, aunque consintiera en ser bautizados, continuaron practicando en secreto su religión y ritos.

Su incorporación a la naciente sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al conquistador. Antes de su extinción, los habitantes prehispánicos de las Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades de revelar al mundo unas costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.

Es curioso constatar cómo los guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó después, nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en estas islas y que en ellas nos olvidó. Tenernos noticia de tiempo inmemorial, que vinieron a esta isla de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde, y se juntaron para poblarla haciendo su habitación junto a Acod en el lugar llamado en nuestra lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."

Extraña ignorancia y extraño idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que, antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que se unieron en época indeterminada elementos protomediterranoides, de los que algunos debían proceder de la etnia blanca norteafricana, mientras que de los otros nada sabemos. Para aumentar el misterio se sabe que, al menos en el momento de la conquista, desconocían la navegación y carecían de canoas, aunque en algún momento de su historia debieron tenerlas, pues la similitud cultural existente entre todas las islas no pudo surgir por casualidad.

Una sociedad bien organizada

Estos guanches, altos, robustos y de bellas facciones, inteligentes y sensibles, cuyo pueblo se dividía en individuos rubios de ojos azules y morenos de o] negros, eran pastores y en menor grado agricultores; practicaban la pesca y-,el marisqueo, pero como actividades complementarias. Desconocían los metales y trabajaban la piedra volcánica para confeccionar cuchillos y otros útiles domésticos. Curiosamente, tampoco conocían las puntas de lanza de flecha, y utilizaban jabalinas de madera endurecidas al fuego. En cambio, practicaban la alfarería, y realizaban bellos modelos de vasijas modeladas a mano, sin torno.

Vivían en cuevas, casas de piedra y cabañas, y se vestían con pieles de cabra o de oveja, a las que raspaban su lana para hacer unos vestidos denominados tamarco, a los que añadían una capa y un gorro del mismo material para soportar el frío de las cumbres cuando, acompañados de sus perros bardinos, hacían la trashumancia de los rebaños.

Poseían ciertos conocimientos de medicina natural: aprovechaban el suero de la leche y ciertas hierbas y raíces medicinales, e incluso se atrevían a practicar escarificaciones, cauterizaciones y trepanaciones con cierto éxito. Y a pesar de su neolítica existencia, alcanzaban un promedio de vida superior al de otras poblaciones en sus mismas circunstancias. Su estructura social se basaba en la división entre nobles y plebeyos, posiblemente efectuada en razón de sus posesiones. En algunas islas las mujeres gozaban de los mismos derechos que los hombres, e incluso los acompañaban a la guerra como intrépidas amazonas. En secreto, se retiraban a los montes para celebrar sus cultos paganos y purificarse. Incluso continuaron con sus ritos funerarios: simulaban enterrar a sus difuntos en los cementerios de las iglesias, pero en realidad se los llevaban a las cuevas de los riscos más abruptos, para momificarlos y guardarlos con sus antepasados. Llegó a darse el caso de que, cuando la población guanche de Teide fue deportada en masa a Sevilla como esclavos, continuó celebrando sus cultos en la capital andaluza y, más aún, edificaron un templo guanche «n el barrio donde vivían, para seguir practicando allí sus ceremonias paganas. Tal auge tomó este templo en Sevilla, que el rey de Castilla tuvo que dar una orden en 1485 para que el Alcaide Mayor cerrase el edificio religioso e impidiese el culto y las reuniones.

Las cosas llegaron a tal extremo, que las temerosas autoridades y los celosos guardianes de la fe acabaron incluyendo a los guanches en las listas de marginados por cuestión de raza y religión junto a moriscos, judíos e indios; por tanto, se les prohibió el acceso a cargos públicos y se les impusieron numerosas restricciones en la vida social. La reacción aborigen fue la lógica: aquellos que tenían posibilidades de acceder a un cargo, empleo o estudios, ocultaron su procedencia porque, según fray Alonso de Espinosa, está probado que, antes de ser incluidos en la lista negra del cristianísimo racismo, español, muchos de ellos alcanzaron puestos elevados en la sociedad como escritores, juristas, militares, etcétera.

Sin embargo, no deja de resultar paradójico que se persiguiera a los guanches por sus prácticas religiosas y no se dejara constancia clara de cuáles eran éstas. O quizá el silencio era precisamente una manera de combatirlas por parte de los conquistadores, y de preservarlas por parte de los guanches.

Entramos así de lleno en un aspecto crucial de la religión guanche: ¿practicaban el monoteísmo o el politeísmo? Tanto por los testimonios de los cronistas como por las tradiciones orales, vemos que se manifiesta en ellos la idea de un Dios supremo y único en todas las islas, el cual recibía además un mismo nombre, deformado tan sólo por las alteraciones lingüisticas.


…declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en las occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las ajenas."

Exterminio de un pueblo

Durante mucho tiempo, los aborígenes continuaron hostigando a los conquistadores, que hubieron de emprender "reconquistas" sucesivas, matando y deportando como esclavos a muchos. Los supervivientes, aunque consintieron en ser bautizados, continuaron practicando en secreto su religión y ritos.

Su incorporación a la naciente sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al conquistador. Antes de su extinción, los habitantes prehispánicos de las Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades de revelar al mundo unas costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.

Es curioso constatar cómo los guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó después, nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en estas islas y que en ellas nos olvidó. Tenemos noticia de  tiempo inmemorial, que vinieron a esta isla de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde, y se juntaron para poblarla haciendo su habitación junto a Icod en el lugar llamado en nuestra lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."

Extraña ignorancia y extraño idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que, antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que se unieron en época indeterminada elemen-


declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en las occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las ajenas."
Exterminio de un pueblo

Durante mucho tiempo, los aborígenes continuaron hostigando a los conquistadores, que hubieron de emprender "reconquistas" sucesivas, matando y deportando como esclavos a muchos. Los supervivientes, aunque consintieron en ser bautizados, continuaron practicando en secreto su religión y ritos.

Su incorporación a la naciente sociedad colonial, en régimen de libertad, sería obra del tiempo, y tardaría varias décadas en producirse, cuando ya no quedaban prácticamente guanches puros, sino mestizos descendientes de aquellos valerosos cromagnones indómitos que eligieron, como sus líderes Beneharo y Bentejui, lanzarse al vacío desde sus roques sagrados, invocando a la divinidad, antes que someterse al conquistador.

Antes de su extinción, los habitantes prehispánicos de las Canarias tuvieron escaso tiempo y oportunidades de revelar al mundo unas costumbres que hacían suponer un pasado enigmático.

Es curioso constatar cómo los guanches habían olvidado su origen en la época de la conquista; preguntados de dónde procedían sólo supieron responder vagamente: "Al principio del mundo, Dios creó cierto número de hombres y de mujeres con tierra y agua. Esta raza primitiva fue privilegiada, pero Dios hirió de degradación la que vino enseguida; a la primera había dado todos los rebaños; a la segunda, que creó después, nada le dio. Nuestros antepasados nos han dicho que Dios nos colocó en estas islas y que en ellas nos olvidó. Tenemos noticia de' tiempo inmemorial, que vinieron a esta isla de Tenerife sesenta personas, mas no sabemos de dónde, y se juntaron para poblarla haciendo su habitación junto a Acod en el lugar llamado en nuestra lengua Alzanxiquian abcanahac xerac..."

Extraña ignorancia y extraño idioma el de esta raza desconocida; pero no debemos olvidar que mientras en la península se construían las catedrales góticas, se utilizaba el papel y se disparaban las primeras armas de fuego, las islas Canarias permanecían en la prehistoria. Aislados de la influencia de otros pueblos, pero conservando unas tradiciones anteriores a su aislamiento, no solo vivían en pleno Neolítico cultural, sino que eran verdaderos hombres neolíticos puesto que, antropológicamente hablando, el tipo guanche era un hombre de Cromagnón al que se unieron en época indeterminada elementos protomediterranoides, de los que algunos debían proceder de la etnia blanca norteafricana, mientras que de los otros nada sabemos. Para aumentar el misterio se sabe que, al menos en el momento de la conquista, desconocían la navegación y carecían de canoas, aunque en algún momento de su historia debieron tenerlas, pues la similitud cultural existente entre todas las islas no pudo surgir por casualidad.

Una sociedad bien organizada

Estos guanches, altos, robustos y de bellas facciones, inteligentes y sensibles, cuyo pueblo se dividía en individuos rubios de ojos azules y morenos de ojos negros, eran pastores y en menor grado agricultores; practicaban la pesca y el marisqueo, pero como actividades complementarias. Desconocían los metales y trabajaban la piedra volcánica para confeccionar cuchillos y otros útiles domésticos. Curiosamente, tampoco conocían las puntas de lanza de flecha, y utilizaban jabalinas de madera endurecidas al fuego. En cambio, practicaban la alfarería, y realizaban bellos modelos de vasijas modeladas a mano, sin torno.

Vivían en cuevas, casas de piedra y cabañas, y se vestían con pieles de cabra o de oveja, a las que raspaban su lana para hacer unos vestidos denominados tamarco, a los que añadían una capa y un gorro del mismo material para soportar el frío de las cumbres cuando, acompañados de sus perros bardinos, hacían la trashumancia de los rebaños.

Poseían ciertos conocimientos de medicina natural: aprovechaban el suero de la leche y ciertas hierbas y raíces medicinales, e incluso se atrevían a practicar escarificaciones, cauterizaciones y trepanaciones con cierto éxito. Y a pesar de su neolítica existencia, alcanzaban un promedio de vida superior al de otras poblaciones en sus mismas circunstancias. Su estructura social se basaba en la división entre nobles y plebeyos, posiblemente efectuada en razón de sus posesiones. En algunas islas las mujeres gozaban de los mismos derechos que los hombres, e incluso los acompañaban a la guerra como intrépidas amazonas. En

secreto, se retiraban a los montes para celebrar sus cultos paganos y purificarse. Incluso continuaron con sus ritos funerarios: simulaban enterrar a sus difuntos en los cementerios de las iglesias, pero en realidad se los llevaban a las cuevas de los riscos más abruptos, para momificarlos y guardarlos con sus antepasados. Llegó a darse el caso de que, cuando la población guanche de Teide fue deportada en masa a Sevilla como esclavos, continuó celebrando sus cultos en la capital andaluza y, más aún, edificaron un templo guanche en el barrio donde vivían, para seguir practicando allí sus ceremonias paganas. Tal auge tomó este templo en Sevilla, que el rey de Castilla tuvo que dar una orden en 1485 para que el Alcalde Mayor cerrase el edificio religioso e impidiese el culto y las reuniones.

Las cosas llegaron a tal extremo, que las temerosas autoridades y los celosos guardianes de la fe acabaron incluyendo a los guanches en las listas de marginados por cuestión de raza y religión junto a moriscos, judíos e indios; por tanto, se les prohibió el acceso a cargos públicos y se les impusieron numerosas restricciones en la vida social. La reacción aborigen fue la lógica: aquellos que tenían posibilidades de acceder a un cargo, empleo o estudios, ocultaron su procedencia porque, según fray Alonso de Espinosa, está probado que, antes de ser incluidos en la lista negra del cristianísimo racismo español, muchos de ellos alcanzaron puestos elevados en la sociedad como escritores, juristas, militares, etcétera.

Sin embargo, no deja de resultar paradójico que se persiguiera a los guanches por sus prácticas religiosas y no se dejara constancia clara de cuáles eran éstas. O quizá el silencio era precisamente una manera de combatirlas por parte de los conquistadores, y de preservarlas por parte de los guanches.

Entramos así de lleno en un aspecto crucial de la religión guanche: ¿practicaban el monoteísmo o el politeísmo? Tanto por los testimonios de los cronistas como por las tradiciones orales, vemos que se manifiesta en ellos la idea de un Dios supremo y único en todas las islas, el cual recibía además un mismo nombre, deformado tan sólo por las alteraciones lingüística.

En Tenerife se practicaba la poligamia, en Lanzarote la poliandria, y en la Gomera existía una amplia libertad sexual.

La organización política era, en apariencia, simple: en cada isla el terreno se repartía entre varios gobernantes, que en Tenerife recibían el nombre de Mencey y en Gran Canaria el de Guanarteme. A veces podía haber uno que predominaba sobre los demás, y a él acudían para dirimir sus disputas. Cada Mencey estaba asistido por un Consejo, o sabor, formado por seis destacados guerreros, los cuales se reunían al aire libre en una construcción circular denominada tagoror.

Fuertes raíces religiosas

En cuanto al sentimiento religioso, estaba profundamente arraigado en el pueblo guanche. Los conversos de las islas solían asistir a las misas y demás ceremonias católicas, pero luego, en declaró el motivo de este silencio resentido, culpando a los castellanos por sus atropellos: "Cosa averiguada es, por derecho divino y humano, que la guerra que los españoles hicieron, así a los naturales de estas islas Canarias como a los indios en las occidentales regiones, fue injusta, sin tener razón alguna de bien en que estribar; porque ni ellos poseían tierras de cristianos, ni salían de sus límites para infestar ni molestar las ajenas."


Praticas debidas al aislamiento. En la isla de Tenerife es donde se conservaron más puras las opiniones en orden a la esencia divina.

El gran principio, el Dios todopoderoso, único, recibía el nombre de Achamán (sustentador), pero se le conocía también por otros nombres que no eran sino diversos atributos, tales como Achuhu-ranhan (el grande), Achahucanac (el sublime), o Achguayaxerax (el conservador del mundo). En el resto de las islas recibía nombres como Abora en La Palma, Acorn en Gran Canaria, o Eraoranhan en El Hierro.

Ahora bien, parece que la idea de un ser supremo fue asimilada con la creencia en otros poderes, tal como se da en la propia religión de los conquistadores castellanos, junto a la adoración de Dios, el culto a los ángeles y los santos, y el culto a la Virgen. La idea de varios poderes y espíritus "secundarios", subordinados al Dios único, explica la existencia de ídolos en la cultura guanche, pero antes de hablar sobre ésto debemos señalar el carácter dual del concepto religioso aborigen. Nos referimos al maniqueismo patente en sus creencias, pues junto al poderoso y benéfico Achamán creían en un espíritu maligno y negativo, una especie de Lucifer. En Gran Canaria se le conocía como Gabiot y en Lanzarote como Gavio, en La Palma es Irueña la palabra que designa tanto al diablo como a una aparición fantástica, y en La Gomera es Hirguan. Existían además unos seres malignos, o diablos menores servidores de Gaviot, llamados en Gran Canaria Mahio o Tibicen. En cuanto a Tenerife, llamaban al demonio Guayota y creían que habitabaen el interior del volcán Teide, considerado la puerta del infierno o Echeide.

El Dios Supremo, Achamán, además de su opuesto negativo, tenía su complemento femenino, si bien solo ha llegado hasta nosotros el nombre con que se le conocía en algunas islas. En El Hierro la diosa era Moneiba o Moreyba. Algunos cronistas han asimilado la pareja Eraoranhan y Moreyba con Sol y Luna, cosa que no ha podido ser comprobada, pues aunque en Tenerife los aborígenes llamaban al Sol Magec y juraban por él, en modo alguno lo consideraban una divinidad. Esta pareja divina de El Hierro se transformó en la pareja divina cristiana tras la "conversión" de los naturales, quienes durante mucho tiempo invocaron a Jesús bajo el nombre de Eraoranhan y a María bajo el de Moreyba.

En Gran Canaria tenían un templo donde adoraban a una divinidad femenina, Tirma: en su interior había una imagen en madera de una mujer desnuda y delante de ella otra talla, que representaba a una pareja de cabras en el acto de engendrar. Celebraban allí ofrendas y libaciones de leche y manteca, en un culto que curiosamente se parece a otros tantos que en las antiguas civilizaciones pretendían propiciar la fertilidad y fecundidad de personas, animales y cosechas.

Tenían también ciertas cabras dedicadas al culto exclusivo de pequeños templos llamados Almogarén, las cuales eran cuidadas como "animales santos" para que produjesen leche durante todo el año.

Estos hechos son bastante elocuentes por sí mismos como para hacer recapacitar un poco. Una imagen de mujer, dedicada al culto a la fecundidad, se aproxima a cierta imagen de la Virgen con un niño en sus brazos: la Virgen de Candelaria, aparecida misteriosamente a los guanches de Tenerife. Si el culto grancanario u otro similar hubiese existido en Tenerife, lo cual ignoramos pero no es imposible suponer, quedaría explicado que los guanches rindiesen culto inmediato a la imagen de la Virgen, desconocida para ellos pero muy parecida a algunos de sus ídolos. Pero hay más: esas "cabras sagradas" nos recuerdan el "rebaño sagrado" que los guanches tinerfeños pusieron al servicio de la Virgen Negra de Candelaria, para sus ofrendas de leche y manteca. Con lo cual estaban realizando un culto y practicando unos ritos, para esta Virgen que ellos llamaban "Madre de Achamán", en todo similar al que los grancanarios realizaban con la divinidad Tirma, declarando así que antes de la aparición de la Virgen debían adorar algún ídolo femenino hoy perdido.

Imágenes y fervor popular

Aunque después de todo, es posible que exista un ídolo guanche en Tenerife. El padre Espinosa cuenta cómo la imagen de Nuestra Señora de Guía, aparecida en la cueva de un barranco de Isora, está tallada toscamente en un  madero, desnuda de medio cuerpo: el resto era un tronco de madera en bruto, a la que después se le añadió una figura de niño que nada tiene que ver con la madre. Dicha imagen se hizo muy famosa, a poco de aparecer, entre los guanches y mestizos tinerfeños, que dieron en venerarla con un fervor inusitado. Hasta que la Iglesia intervino y la retiró del culto público, encerrándola en un convento de clausura de Garachico, dónde hoy sigue…

(Rafael Alarcón Herrera, En Año Cero, año III nº 36 julio de 1993.)
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)

Este articulo es un ejemplo de cómo los colonialistas manipulan, prostituyen y tergiversan la historia de un pueblo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario