miércoles, 11 de junio de 2014

L O S C O N D E N A D O S D E L A T I E R R A-XI




F R A N T Z  F A N O N. 

I I I . D E S V E N T U R A S D E L A CO N C I E N C I A
N A C I O N A L



 I V. SO B R E  L A C U L T U R A  N A C I O N A L 


Viene de la página anterior.

Ese  creador  que  decide  describir  la  verdad  nacional,  se vuelve paradójicamente hacia el pasado, hacia lo inactual. Lo que busca en su profunda intencionalidad son las deyecciones del pensamiento, las apariencias, los cadáveres, el saber definitivamente estabilizado. Pero el intelectual colonizado que quiere  hacer  una  obra  auténtica  debe  saber  que  la  verdad nacional es primero que la realidad nacional. Tiene que llegar al núcleo en ebullición donde se prefigura el saber.

Antes   de   la   independencia,   el   pintor   colonizado   era insensible al panorama nacional. Prefería el arte no figurativo o, con   mayor   frecuencia,   se   especializaba   en   las   naturalezas muertas. Después de la independencia, su preocupación por acercarse al pueblo lo confinará a la representación de la realidad nacional punto por punto. Se trata de una representación no ritmada, serena, inmóvil que no evoca la vida sino la muerte. Los medios ilustrados se extasían frente a esa verdad bien lograda, pero tenemos derecho a preguntarnos si esa verdad es real, si realmente no es superada, negada, impugnada por la epopeya a través de la cual el pueblo se abre el camino de la historia.

En el plano de la poesía podríamos hacer las mismas comprobaciones. Después de la fase asimilacionista de la poesía rimada, estalla el ritmo del tam-tam poético. Poesía de rebeldía, pero poesía analítica, descriptiva. El poeta debe comprender, sin embargo,   que   nada   sustituye   al   compromiso   racional   e irreversible al lado del pueblo en armas. Una vez más citemos a Depestre:

La dame n’était pas seule
Elle avait un mari
Un mari qui savait tout
Mais à parler franc qui ne savait rien
Parce que la culture ne va pas sans concessions
One concession de sa chair et de son sang
Une concession de soi-même aux autres
Une concession qui vaut le
Classicisme et le romantisme
Et tout ce dont on abreuve notre esprit?17

"La dama no estaba sola / Tenía un marido / Un marido que sabía todo / Pero, hablando francamente, que no sabía nada / Porque la cultura no se hace sin concesiones / Una concesión de la carne y de la sangre / Una concesión de sí mismo a los demás / Una concesión que vale el / Clasicismo y el romanticismo / Y todo aquello que nutre nuestro espíritu."

El  poeta colonizado  que  se  preocupa  por hacer una obra nacional, que se obstina en describir a su pueblo, fracasa porque no hace antes esa concesión fundamental de que habla Depestre. El poeta francés René Char lo comprendió cuando recordó que: "el poema surge de una imposición subjetiva y de una selección objetiva. El poema es una asamblea en movimiento de valores originales determinantes, en relaciones contemporáneas con alguien a quien esta circunstancia hace primero".18

Sí, el primer deber del poeta colonizado es determinar claramente el tema popular de su creación. No puede avanzarse resueltamente, sino cuando se toma conciencia primero de la enajenación. Todo lo hemos tomado del otro lado. Pero el otro lado no nos da nada sin inclinarnos, por mil desviaciones, en su dirección; sin atraernos, seducirnos, apresarnos a través de diez mil  artificios,  de  cien  mil  astucias.  Tomar  es  también,  en múltiples planos,  ser tomado.  No basta tratar de desprenderse acumulando las proclamaciones o las negaciones. No basta con unirse al pueblo en ese pasado donde ya no se encuentra sino en ese movimiento oscilante que acaba de esbozar y a partir del cual, súbitamente, todo va a ser impugnado. A ese sitio de oculto desequilibrio, donde se encuentra el pueblo, es adonde debemos dirigirnos porque, no hay que dudarlo, allí se escarcha su alma y se iluminan su percepción y su respiración. Keita Fodeba, ahora Ministro del Interior de la República de Guinea, cuando era director de los Ballets Africanos no mistificó la  realidad  que  le  ofrecía  el  pueblo  de  Guinea.     Con  una perspectiva   revolucionaria   reinterpretó   todas   las   imágenes rítmicas de su país. Pero hizo más. En su obra poética, poco conocida, encontramos una constante preocupación por precisar el momento histórico de la lucha, por delimitar el campo en que se desarrollará la acción, las ideas en torno a las cuales se cristalizará la voluntad popular. He aquí un poema de Keita Fodeba, auténtica invitación a la reflexión, a la desmitificación, al combate.

AMANECER AFRICANO (Música de guitarra)

Era el amanecer. La pequeña aldea que había danzado durante media noche al son de los tam-tams despertaba poco a poco. Los pastores semidesnudos y tocando la flauta conducían a los rebaños hacia el valle. Las muchachas, armadas de canarios, se perseguían por el tortuoso sendero de la fuente. En el patio del morabito, un grupo de niños canturreaba en coro versículos del Corán.

(Música de guitarra)

Era el amanecer. Combate del día y la noche. Pero ésta, extenuada, no podía más y lentamente expiraba. Algunos rayos de sol, señal que anticipaba esta victoria del día, arrastraban todavía, tímidas y pálidas, en el horizonte, las últimas estrellas que se deslizaban suavemente bajo las nubes, como framboyanes en flor.

(Música de guitarra)

Era el amanecer. Y allá al fondo de la vasta llanura de contornos de púrpura, una silueta de hombre encorvado cavaba la tierra:  silueta de Naman, el agricultor. A cada golpe de su daba, los pájaros asustados volaban hasta las apacibles riberas del Djoliba, el gran río nigeriano. Su pantalón de algodón gris, húmedo de rocío, sacudía la hierba a sus costados. Sudaba, infatigable,   siempre   encorvado,   manejando   hábilmente   su herramienta; porque era necesario que sus semillas estuvieran sembradas antes de las próximas lluvias.

(Música de coro)

Era el amanecer. Siempre el amanecer. Los come-mijo, en el follaje, revoloteaban anunciando el día. En la pista húmeda de la llanura, un niño con su pequeño carcaj colgado, corría sin aliento hacia  Naman.  Le  dijo:  "Hermano  Naman,  el  jefe  de  la  aldea quiere verte bajo el árbol de las conversaciones."

(Música de coro)

Sorprendido  ante  una  llamada  tan  matinal,  el  cultivador dejó su herramienta y caminó hacia la aldea que ahora brillaba al resplandor  del  sol  naciente. Ya  los  Ancianos,  más  graves  que nunca, estaban sentados. Al lado de ellos un hombre uniformado, un agente impasible, fumaba tranquilamente su pipa.

(Música de coro)

Naman se sentó sobre una piel de carnero. El vocero del jefe se levantó para transmitir a la asamblea la voluntad de los Ancianos: "Los Blancos han enviado un agente para solicitar que un hombre de la aldea vaya a la guerra en su país. Los notables, después de deliberar, han decidido designar al joven más representativo  de  nuestra  raza  para  que  vaya  a  probar  en  la batalla de los Blancos el coraje que siempre ha caracterizado a nuestro Mandinga."

(Música de guitarra)

Naman, cuya imponente estatura y apariencia muscular elogiaban cada noche las muchachas en coplas armoniosas, fue designado de oficio. La dulce Kadia, su joven esposa, conmovida por la noticia, dejó de repente de moler, puso el mortero en el granero y, sin decir palabra, se encerró en su choza para llorar su desgracia entre sollozos ahogados: La muerte le había arrebatado a su primer marido y no podía concebir que los Blancos le arrebataran a Naman, en quien descansaban todas sus nuevas esperanzas.

(Música de guitarra)

Al día siguiente, a pesar de sus lágrimas  y sus quejas, el sonido grave de los tam-tams de guerra acompañó a Naman hasta el pequeño muelle de la aldea donde se embarcó en una chalana con destino a la cabecera de la región. Por la noche, en vez de bailar en la plaza pública como era la costumbre, las muchachas velaron en la antecámara de Naman, donde hablaron hasta la mañana en torno a la lumbre.

(Música de guitarra)

Varios meses pasaron sin  que ninguna noticia de  Naman llegara a la aldea. La pequeña Kadia estaba tan inquieta que recurrió  al  experto  mago  de  la  aldea  vecina.  Los  mismos Ancianos  sostuvieron  un  breve  conciliábulo  secreto  sobre  el tema, del que nada se supo.

(Música de coro)

Un día por fin llegó a la aldea una carta de Naman dirigida a Kadia. Ésta, preocupada por la situación de su esposo, fue esa misma noche, tras penosas horas de camino, a la cabecera de la región donde un traductor leyó la misiva.
Naman estaba en África del Norte, con buena salud y pedía
noticias de la cosecha, de las fiestas della mare, de las danzas, del árbol de las conversaciones, de la aldea...

(Balafong)

Esa noche, las comadres permitieron que la joven Kadia asistiera, en el patio de las más ancianas, a sus pláticas acostumbradas de la noche. El jefe de la aldea, contento con la noticia,  ofreció  un  gran  festín  a  todos  los  mendigos  de  los alrededores.

(Balafong)

Pasaron todavía varios meses y todos volvieron a estar ansiosos porque no se sabía nada de Naman. Kadia pensaba ir de nuevo a consultar al mago cuando recibió una segunda carta. Naman, después de Córcega e Italia, estaba ahora en Alemania y se felicitaba por haber sido ya condecorado.

(Balafong)

Otra vez fue una simple carta informando que Naman había caído prisionero de los alemanes. Esta noticia pesó mucho sobre la  aldea.  Los  Ancianos  celebraron  consejo  y  decidieron  que Naman quedaba autorizado para danzar el Douga, esa danza sagrada del buitre que nadie baila sin haber realizado una acción importante, esa danza de los emperadores malinkés cada uno de cuyos pasos es una etapa de la historia de Mali. Fue un consuelo para Kadia ver cómo elevaban a su marido a la dignidad de los héroes del país.

(Música de guitarra)

Pasó  el  tiempo...  Pasaron  dos  años...  Naman  seguía  en Alemania.  Ya no escribía.

(Música de guitarra)

Un buen día, el jefe de la aldea recibió de Dakar un mensaje que anunciaba la próxima llegada de Naman. En seguida vibraron los  tam-tams.  Se  bailó  γ  se  cantó  hasta  el  amanecer,  las muchachas   compusieron   nuevas   tonadas   para   la   recepción porque las que antes le estaban dedicadas no decían nada del Douga, esa célebre danza del Mandinga.

(Tams-tams)

Pero, un mes más tarde, el cabo Moussa, un gran amigo de Naman, dirigió esta trágica carta a Kadia: "Era al amanecer. Estábamos en Tiaroye-sur-Mer. En una gran contienda contra nuestros jefes  blancos  de  Dakar, una bala traicionó  a Naman. Descansa en tierra senegalesa."

(Música de guitarra)

Efectivamente, era el amanecer. Los primeros rayos de sol apenas rozaban la superficie del mar, doraban sus pequeñas olas encrespadas. Al soplo de la brisa, las palmeras, como asqueadas por  ese  combate  matinal,  inclinaban  suavemente  sus  troncos hacia el océano. Los cuervos, en bandadas ruidosas, venían a anunciar a los alrededores, con  sus  graznidos, la tragedia que ensangrentaba el alba de Tiaroye… Y, en el azur incendiado, precisamente  encima  del  cadáver  de  Naman,  un  gigantesco buitre planeaba pesadamente. Parecía decirle: "¡Naman! No bailaste esa danza que lleva mi nombre. Otros la bailarán."

(Música de coro)

Si he escogido este largo poema, es por su indudable valor pedagógico. Aquí las cosas son claras. Es una exposición precisa, progresiva. La comprensión del poema no es sólo una actividad intelectual, sino una actividad política. Comprender ese poema es comprender  el  papel  que  hay  que  desempeñar,  reconocer  el propio camino, bruñir las armas. No hay un colonizado que no reciba el mensaje contenido en este poema. Naman, héroe de los campos de batalla de Europa, Naman que no deja de asegurar a la metrópoli  poder  y  perennidad,  Naman  ametrallado  por  las fuerzas de policía en el momento en que vuelve a establecer contacto  con  la tierra  natal  es  Setif  en  1945,  Fort  de  France, Saigon, Dakar, Lagos. Todos esos negros y todos esos bicots que pelearon para defender la libertad de Francia o la civilización británica se identifican en ese poema de Keita Fodeba.

Pero Keita Fodeba ve más lejos. En los países colonizados, el colonialismo después de haber utilizado a los indígenas en los campos de batalla, los utiliza como ex combatientes para aplastar los movimientos de independencia. Las asociaciones de antiguos combatientes son en las colonias una de las fuerzas más antinacionalistas.   El poeta Keita Fodeba preparaba al ministro del Interior de la República de Guinea para desenmascarar los complots organizados por el colonialismo francés. Fue, en efecto, con la ayuda de los antiguos combatientes cómo los servicios secretos  franceses  planeaban,  entre  otros  medios,  aplastar  la nueva independencia de Guinea.

El hombre colonizado que escribe para su pueblo, cuando utiliza el pasado debe hacerlo con la intención de abrir el futuro, de invitar a la acción, de fundar la esperanza. Pero para asegurar la esperanza, para darle densidad, hay que participar en la acción, comprometerse en cuerpo y alma en la lucha nacional. Puede hablarse de todo, pero cuando se decide hablar de esa cosa única en la vida de un hombre que representa el hecho de abrir el horizonte, de llevar la luz a la propia tierra, de levantarse a sí mismo  y  a  su  pueblo,  entonces  hay  que  colaborar muscularmente.

La responsabilidad del hombre de cultura colonizado no es una responsabilidad frente a la cultura nacional, sino una responsabilidad global frente a la nación como un todo, de la que la cultura no es, en definitiva, sino un aspecto. El hombre de cultura colonizado no debe preocuparse por escoger el nivel de su lucha, el sector donde decide dar la lucha nacional. Luchar por la cultura nacional es, en primer lugar, luchar por la liberación de la nación, matriz material a partir de la cual resulta posible la cultura. No hay un combate cultural que se desarrolle paralelamente  a  la  lucha  popular.  Por  ejemplo,  todos  esos hombres y mujeres que luchan con los puños desnudos contra el colonialismo  francés  en  Argelia  no  son  ajenos  a  la  cultura nacional argelina. La cultura nacional argelina cobra cuerpo y consistencia en el curso de esos combates, en la cárcel, frente a la guillotina, en los puestos militares franceses sitiados y destruidos.

No hay que contentarse, pues, con rastrear en el pasado del pueblo para encontrar allí elementos de coherencia que enfrentar a las empresas falsificadoras y peyorativas del colonialismo. Hay que  trabajar,  luchar  con  el  mismo  ritmo  que  el  pueblo  para precisar el futuro, preparar el terreno donde ya crecen retoños vigorosos. La cultura nacional no es el folklore donde un populismo abstracto ha creído descubrir la verdad del pueblo. No es  esa  masa  sedimentada  de  gestos  puros,  es  decir,  cada  vez menos atribuibles a la realidad presente del pueblo. La cultura nacional es el conjunto de esfuerzos hechos por un pueblo en el plano del pensamiento para describir, justificar y cantar la acción a través de la cual el pueblo se ha constituido y mantenido. La cultura nacional, en los países subdesarrollados, debe situarse, pues, en el centro mismo de la lucha de liberación que realizan esos países. Los hombres de cultura africanos que luchan todavía en nombre de la cultura negro-africana, que han multiplicado los congresos en nombre de la unidad de esa cultura, deben comprender ahora que su actividad se ha reducido a examinar piezas o comparar sarcófagos.

No hay comunidad de destino de las culturas nacionales senegalesa y guinea, sino comunidad de destino de las naciones guinea  y  senegalesa  dominadas  por  el  mismo  colonialismo francés. Si se quiere que la cultura nacional senegalesa se parezca a la cultura nacional guinea, no basta que los dirigentes de los dos pueblos  decidan  plantear  los  problemas  en  perspectivas parecidas: problema de la liberación, problemas sindicales, problemas económicos. Aun entonces no podría haber identidad absoluta porque el ritmo del pueblo y el de los dirigentes no son uniformes.

No podría haber culturas rigurosamente idénticas. Imaginar que se va a hacer una cultura negra es olvidar singularmente que los negros están en vías de desaparecer, puesto que aquellos que los   han   creado   están   contemplando   la   disolución   de   su supremacía  económica  y  cultural.19     No  habrá  cultura  negra porque ningún político piensa tener vocación para dar origen a repúblicas negras. El problema está en saber el sitio que esos hombres  piensan  reservar  a  su  pueblo,  el  tipo  de  relaciones sociales  que  decidan  instaurar,  la  concepción  que  tienen  del futuro de la humanidad. Eso es lo que cuenta. Todo lo demás es literatura y mistificación.

En 1959, los hombres de cultura africanos reunidos en Roma no dejaron de hablar de la unidad. Pero uno de los mayores cantores de esa unidad cultural, Jacques Rabemananjara, es ahora ministro del gobierno malgache y, como tal, decidió con su gobierno   tomar   posición   contra   el   pueblo   argelino   en   la Asamblea General de las Naciones Unidas. Rabe, si fuera fiel a sí mismo, habría debido presentar su dimisión a ese gobierno, denunciar a los hombres que pretenden encarnar la voluntad del pueblo malgache. Los 90 mil muertos de Madagascar no dieron a Rabe la misión de oponerse, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, a las aspiraciones del pueblo argelino.
La cultura negro-africana se condensa en torno a la lucha de los pueblos y no en torno a los cantos, los poemas o el folklore; Senghor, que es igualmente miembro de la Sociedad Africana de Cultura y que ha trabajado con nosotros en torno a esta cuestión de la cultura africana, no vaciló tampoco en ordenar a su delegación que apoyara las tesis francesas sobre Argelia. La adhesión  a  la  cultura  negro-africana,  a  la  unidad  cultural  de África exige primero un apoyo incondicional a la lucha de liberación de los pueblos. No puede desearse el esplendor de la cultura   africana,   si   no   se   contribuye   concretamente   a   la existencia de las condiciones para esa cultura, es decir, a la liberación del Continente.

Afirmo que ningún discurso, ninguna proclamación sobre la cultura nos desviarán de nuestras tareas fundamentales, que son la liberación del territorio nacional, una lucha constante contra las nuevas formas del colonialismo y una negación obstinada a ilusionarnos en la cima.


FUNDAMENTOS RECÍPROCOS DE LA CULTURA NACIONAL Y LAS LUCHAS DE LIBERACIÓN

El dominio colonial, por ser total y simplificador, tiende de inmediato a desintegrar de manera espectacular la existencia cultural del pueblo sometido. La negación de la realidad nacional, las relaciones jurídicas nuevas introducidas por la potencia ocupante, el rechazo a la periferia, por la sociedad colonial, de los indígenas y sus costumbres, las expropiaciones, el sometimiento sistemático de hombres y mujeres hacen posible esa obliteración cultural.

Hace tres años demostré, en nuestro primer congreso, que el dinamismo es sustituido muy pronto, en la situación colonial, por una   sustantificación   de   las   actitudes.   El   área   cultural   es delimitada entonces por muros, por postes indicadores. Son otros tantos mecanismos de defensa del tipo más elemental, asimilables por  más  de  un  motivo  al  simple  instinto  de  conservación.  El interés de este periodo es que el opresor llegue a no contentarse ya con la inexistencia objetiva de la nación y de la cultura oprimida. Se hacen todos los esfuerzos para llevar al colonizado a confesar abiertamente la inferioridad de su cultura transformada en conductas instintivas, a reconocer la irrealidad de su nación y, en última instancia, el carácter desorganizado y no elaborado de su propia estructura biológica.

Frente a esta situación, la reacción del colonizado no es unitaria.   Mientras   que   las   masas   mantienen   intactas   las tradiciones más heterogéneas respecto de la situación colonial, mientras que el estilo artesanal se solidifica en un formalismo cada vez más estereotipado, el intelectual se lanza frenéticamente a una adquisición furiosa de la cultura del ocupante, cuidándose de caracterizar peyorativamente su cultura nacional, o se limita a la  enumeración  circunstanciada,  metódica,  pasional  y rápidamente estéril de esta cultura.

El carácter común de esas dos tentativas es que desembocan una y otra en contradicciones insoportables. Tránsfuga o sustancialista, el colonizado es ineficaz porque precisamente el análisis de la situación colonial no es realizado rigurosamente.

Lasituación colonial paraliza, casi totalmente, la cultura nacional. No hay, no podría haber cultura nacional, vida cultural nacional, inventos culturales o transformaciones culturales nacionales en el marco de una dominación colonial. Aquí y allá surgen a veces intentos audaces de reimpulsar el dinamismo cultural, de reorientar los temas, las formas, las tonalidades.

El interés inmediato, palpable, evidente de esos sobresaltos es nulo. Pero, llevando sus consecuencias hasta el límite extremo, se advierte que se prepara una despacificación de la conciencia nacional,  una  impugnación  de  la  opresión,  una  apertura  a  la lucha de liberación.

La cultura nacional es, bajo el dominio colonial, una cultura impugnada,  cuya destrucción  es  perseguida  de  manera sistemática. Muy pronto es una cultura condenada a la clandestinidad. Esta noción de clandestinidad es percibida de inmediato en las reacciones del ocupante, que interpreta la complacencia en las tradiciones como una fidelidad al espíritu nacional, como una negación a someterse. Esta persistencia de formas culturales condenadas por la sociedad colonial es ya una manifestación  nacional.  Pero  esta  manifestación  obedece  a  las leyes de la inercia. No hay ofensiva, no hay nueva definición de las relaciones. Hay crispamiento en un núcleo cada vez más estrecho, cada vez más inerte, cada vez más vacío.

Al cabo de uno o dos siglos de explotación, se produce un verdadero empobrecimiento del panorama cultural nacional. La cultura nacional se convierte en un acervo de hábitos motrices, de tradiciones de vestimenta, de instituciones despedazadas. Se advierte escasa movilidad. No hay verdadera creatividad, no hay efervescencia. Miseria del pueblo, opresión nacional e inhibición de  la  cultura  son  una  misma  cosa.  Tras  un  siglo  de  dominio colonial  se  encuentra  una  cultura  rígida  en  extremo, sedimentada, mineralizada. El deterioro de la realidad nacional y la agonía de la cultura nacional mantienen relaciones de dependencia recíproca. Por eso resulta capital seguir la evolución de  esas  relaciones  en  el  curso  de  la  lucha  de  liberación.  La negación cultural, el desprecio por las manifestaciones nacionales motrices o emocionales, la proscripción de toda especialidad de organización contribuyen a engendrar conductas agresivas en el colonizado. Pero esas conductas son de carácter reflejo, mal diferenciadas, anárquicas, ineficaces. La explotación colonial, la miseria, el hambre endémica empujan cada vez más al colonizado a la lucha abierta y organizada. Progresivamente y de manera imperceptible la necesidad de un enfrentamiento decisivo se hace urgente y es experimentada por la gran mayoría del pueblo. Las tensiones, inexistentes antes, se multiplican. Los acontecimientos internacionales, el desplome en grandes pedazos de los imperios coloniales, las contradicciones inherentes al sistema colonialista sostienen y fortalecen la combatividad, promueven y dan fuerza a la conciencia nacional.

Esas nuevas tensiones, presentes en todas las etapas de la realidad colonial, repercuten en el plano cultural. En literatura, por ejemplo, hay relativa superproducción. De réplica menor del dominador que era, la producción autóctona se diferencia y se convierte en voluntad particularizante. Esencialmente consumidora durante la etapa de opresión, la intelligentzia se vuelve productora. Esta literatura se limita primero voluntariamente   al   género   poético   y   trágico.   Después   se abordarán las novelas, los cuentos y los ensayos. Parece existir una especie de organización interna, una ley de la expresión que quiere que las manifestaciones poéticas escaseen a medida que se precisan los objetivos y los métodos de la lucha de liberación. Los temas se renuevan fundamentalmente. En realidad, cada vez se encuentran menos esas recriminaciones amargas y desesperadas, esas violencias abiertas y sonoras que, en definitiva, tranquilizan al ocupante. Los colonialistas, en el periodo anterior, alentaron esos intentos, les facilitaron la existencia. Las denuncias aceradas, las miserias manifiestas, la pasión expresada son asimiladas efectivamente  por  el  ocupante  a  una  operación  de  catarsis. Facilitar esas operaciones es, en cierto sentido, evitar la dramatización, aligerar la atmósfera.

Pero esta situación no puede ser sino transitoria. En efecto, el progreso de la conciencia nacional en el pueblo modifica y precisa las manifestaciones literarias del intelectual colonizado. La cohesión persistente del pueblo constituye para el intelectual una invitación a ir más allá del grito. El lamento da paso a la acusación  y  a  la  llamada.  En  el  periodo  siguiente  aparece  la consigna. La cristalización de la conciencia nacional va a transformar los géneros y los temas literarios y, al mismo tiempo, a crear un nuevo público. Mientras que al principio el intelectual colonizado producía exclusivamente para el opresor, sea para halagarlo o para denunciarlo a través de categorías étnicas o subjetivistas, progresivamente adopta el hábito de dirigirse a su pueblo.

Sólo a partir de ese momento puede hablarse de literatura nacional. Hay, en el plano de la creación literaria, reformulación y clarificación de los temas típicamente nacionalistas. Es la literatura de combate propiamente dicha, en el sentido de que convoca a todo un pueblo a la lucha por la existencia nacional. Literatura de combate, porque informa la conciencia nacional, le da forma y contornos y le abre nuevas e ilimitadas perspectivas. Literatura de combate, porque se responsabiliza, porque es voluntad temporalizada.

En otro nivel, la literatura oral, los cuentos, las epopeyas, los cantos populares antes transcritos y fijados empiezan a transformarse. Los cuentistas que recitaban episodios inertes los animan  e  introducen  modificaciones  cada  vez  más fundamentales. Hay intento de actualizar los conflictos, de modernizar las formas de lucha evocadas, los nombres de los héroes, el tipo de las armas. El método alusivo se hace cada vez más frecuente. A la fórmula: "Hace mucho tiempo" la sustituye otra más ambigua: "Lo que vamos a contar pasó en alguna parte, pero habría podido pasar aquí hoy o mañana." El ejemplo de Argelia es significativo a este respecto. A partir de 1952-53 los narradores   de   cuentos,   estereotipados   y   fatigosos   para   los oyentes, transformaron totalmente sus métodos de exposición y el contenido de sus relatos. El público, antes escaso, se vuelve compacto. La epopeya, con sus categorías de tipificación, reaparece.   Es   un   auténtico   espectáculo  que  recupera  valor cultural. El colonialismo no se equivocó cuando, desde 1955, procedió al arresto sistemático de estos narradores.

El contacto del pueblo con la nueva gesta suscita un nuevo ritmo respiratorio, tensiones musculares olvidadas y desarrolla la imaginación. Cada vez que el narrador expone frente a su público un episodio nuevo, asistimos a una verdadera invocación. Se le
 revela al público la existencia de un nuevo tipo de hombre. El presente no está ya cerrado sobre sí mismo sino acuartelado. El narrador  libera  su  imaginación,  innova,  hace  obra  creadora. Sucede inclusive que figuras mal preparadas para esta trasmutación,  bandidos  de  despoblado  o  vagabundos  más  o menos asociales sean recogidas y reformadas. Hay que seguir paso a paso en un país colonizado el surgimiento de la imaginación, de la creación en las canciones y los relatos épicos populares. El cuentista responde por aproximaciones sucesivas a la expectación del pueblo y marcha, aparentemente solitario, pero en realidad apoyado por su ayuda, en busca de modelos nuevos, de modelos nacionales. La comedia y la farsa desaparecen o pierden su atractivo. En cuanto a la dramatización, no se sitúa ya en el plano de la conciencia en crisis del intelectual. Perdiendo sus caracteres de  desesperación  y  de  rebeldía,  se  ha convertido  en  la suerte común del pueblo, en parte de una acción en preparación o ya en curso.
Continua.

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