1982
octubre 28.
En
Canarias, la quiebra del centrismo en las Elecciones del cambio no había sido tan absoluta como lo fue
en de España.
Al
principio fue ATI
Cuenta Iriarte que una rana cayó en un tazón de
leche y desesperada por salir, sin lograrlo, movía y movía sus ancas hasta el
agotamiento, observada por una mosca desde el borde del tazón. La mosca se
burlaba de la rana, convencida de que el final de ésta llegaría pronto, y la
animaba a rendirse: “No te esfuerces, no podrás salir nunca del tazón”, le
decía. Pero la rana se negaba a rendirse y seguía moviendo desesperadamente sus
ancas. Tanto batió y batió la leche la rana, que acabó por convertirla en
mantequilla.
Luego se subió en la mantequilla, dio un salto,
se zampó la mosca y se fue tranquilamente -aunque algo cansada, eso sí- a
tomarse unas copas con los colegas. De esta fábula de la rana existen además
versiones infantiles que cuentan que la rana y la mosca se hicieron grandes
amigas. Pero se trata de versiones poco creíbles: la fraternidad universal no
ha convertido nunca la leche en mantequilla. Hace ya casi treinta años, un
político de la UCD
tinerfeña, llamado Manuel Hermoso, se cayó dentro de un tazón de leche, y en
vez de ponerse a batirla para hacerla mantequilla, se dedicó a convencer a
media isla de Tenerife de que lo mejor del mundo es practicar con placer el
baño de Popea.
Al principio, las moscas de los alrededores,
socialistas todas ellas, se partían de risa con su plática, pero no entendían
por dónde iba la cosa. Hermoso, hábil conversador y dotado de un particular
sentido para entender las frustraciones ajenas y usarlas en propio provecho,
logró subyugar con su cantinela a tantos, que al final había más gente dentro
del tazón de leche que fuera. Las moscas revoloteaban sorprendidas por los
alrededores, sin acercarse demasiado, no fuera a ser que entre tanto batracio,
alguno tuviera la lengua más larga de la cuenta y pudiera alcanzar con ella el
borde del tazón.
Así estuvieron algún tiempo Hermoso y los suyos,
a remojo en el tazón, y con las racionalistas moscas alucinando con el
espectáculo, sin lograr entender por qué una sociedad entera estaba optando por
aislarse. Finalmente, Hermoso se enteró de que fuera del tazón, al lado mismo,
sobre la mesa de la cocina, había un gran trozo de bizcochón que había perdido
a su dueño, y decidió juiciosamente que si la leche está bien, la leche con
bizcocho puede estar infinitamente mejor. Pero no podía salir del tazón después
de haber convencido a tantos de que lo bueno está dentro… ahora tendría que
inventarse otra cosa. El nacionalismo, por ejemplo.
Del despojo al nacionalismo vergonzante de la Fraic
El componente fundamental del primitivo discurso
político de Hermoso -cuando este discurso se proyectaba exclusivamente en su
isla- era el enfoque de reconquista por y para los tinerfeños de un
protagonismo político en la toma de decisiones, que los Gobiernos socialistas
de la primera legislatura autonómica -y especialmente el del pacto de progreso-
habrían hurtado descaradamente en beneficio de una pretendida hegemonía
grancanaria en la dirección de las políticas regionales.
Se trataba de un argumento mucho más inteligente
de lo que su maniqueísmo podía hacer pensar: durante los últimos dos años del
Gobierno socialista del pacto de progreso (1986-87), mientras la prensa
tinerfeña reclamaba atención a los intereses de la Isla, recitando el catálogo
completo de los agravios y despojos, en la conciencia profunda de una sociedad
políticamente moderada como la de Tenerife, incapaz de comprender el acuerdo de
Saavedra con la izquierda comunista, se iban conformando los ingredientes para
las resurrección del viejo pleito insular.
La habilidad de Hermoso fue la de comprender y
utilizar en su particular beneficio el alcance y la potencialidad de ese
sentimiento de humillación y abandono que algunos de los gestos más torpes del
Gobierno de Saavedra contribuyeron a alimentar en el electorado de la Isla.
Pero los primeros tiempos, antes de las elecciones
del 87, resultaron difíciles para Hermoso y su grupo de seguidores. El PSOE
gobernaba Canarias desde una virtual hegemonía parlamentaria, en alianza con la
izquierda y los insularistas majoreros, y lo hacía en la errónea certeza de que
seguiría gobernando por muchos años. Saavedra, convencido de la validez de su
proyecto de construcción política regional, seguro de su fuerza y afirmado en
la pervivencia de su papel protagonista, había minusvalorado el fenómeno
insularista, al que consideraba como último fruto de un pleito insular
condenado a desaparecer en los meandros del futuro. La académica seguridad de
Saavedra le hacían negarle al insularismo cualquier viavilidad política,
calificándolo de proyecto aldeano. No le faltaban a Saavedra, es cierto, motivos
para pensar y actuar así.
Surgida la
ATI como una reacción de un grupo de alcaldes centristas de
Tenerife tras la derrota de UCD en las elecciones generales del 82, la fuerza y
el prestigio del movimiento se limitaban a lo que podía aportar el carisma de
Manuel Hermoso y su excelente gestión en el municipio de la capital tinerfeña
durante los primeros cuatro años de democracia municipal. Lo que había
comenzado siendo un ilusionante proyecto de alcaldes integrado por Elías
Bacallado -alcalde de El Rosario-, Froilán Hernández -Granadilla-, Alfonso
Fernández -La Victoria-
y Francisco Sánchez -La
Orotava-, con alguna aportación más, acabaría por adoptar el
insularismo de la afrenta y el despojo como norma de actuación política.
El mensaje, sembrado en el terreno abonado de la
tradicional rivalidad interprovincial, daría magníficos resultados. Pero
Hermoso y sus hombres acabaron por darse cuenta de que lo que servía para
generar apoyos en Tenerife podía convertirse, al mismo tiempo, en el candado
que encerrara las aspiraciones tinerfeñas en el perímetro de la propia isla.
Para evitar que eso ocurriera, con todas las previsiones y cuidados del mundo,
a principios de 1985, los insularistas tinerfeños iniciaron los contactos con
los insularistas herreños y gomeros que -menos condicionados que los áticos-
habían apostado por presentarse en las elecciones regionales del 83 al
Parlamento de Canarias y habían logrado, además, obtener una discreta
representación de tres diputados.
De esas primeras negociaciones con el más tarde mítico Tomás Padrón, y
también con Lito Plasencia, presidentes de los cabildos del Hierro y
La Gomera, respectivamente,
surgió la idea de extender el proyecto insularista a toda la región.
Canarias, en el centro
En Canarias, la quiebra del centrismo en las
Elecciones del cambio -28 de octubre de 1982- no había sido tan absoluta como
lo fue en de España. Las dos provincias
mantuvieron representantes de UCD en el Congreso y en el Senado, y cuando
llegaron las elecciones locales del 83, un numeroso grupo de alcaldes optó por
no integrarse ni en el PSOE ni en Alianza Popular, apostando por una difícil
independencia centrista.
Tras las elecciones municipales de 1983, el mapa
político de Canarias se había convertido en una disparatada y singular sopa de
letras. En Gran Canaria, un total de diez municipios quedaron bajo control de
formaciones de carácter independiente, de las que únicamente dos se reclamaban
izquierdistas o de influencia socialista. Además, el Partido del País Canario,
un invento centrista contemporáneo a UCD, logró obtener la alcaldía de Tejeda.
En Lanzarote, la
Agrupación Insularista (entonces denominada AIL), consiguió
las alcaldías de Tinajo y Yaiza, y un grupo municipal independiente se hizo con
la de Teguise. En Fuerteventura, los independientes de IF lograron la alcaldía
de Betancuria. En Tenerife, ATI ganó seis alcaldías: Adeje, Granadilla, La Orotava, El Sauzal, La Victoria y también Santa
Cruz de Tenerife, capital y feudo de los insularistas. Grupos independientes,
ajenos a UCD, se presentaron en La
Palma y lograron las alcaldías de Breña Baja, Fuencaliente,
Los Llanos de Aridane, el Paso y San Andrés y Sauces.
Pocos meses más tarde, esos mismos grupos
constituirían la
Agrupación Palmera Independiente, que acabaría convergiendo con
ATI. En La Gomera,
los seguidores del presidente del Cabildo, Lito Plasencia, lograron hacerse con
el control de tres de los seis ayuntamientos de la Isla, ganaron nuevamente el
Cabildo y colocaron dos diputados en el Parlamento regional, sin contar siquiera
con algo que pudiera identificarse como un auténtico partido. En El Hierro, y
de forma inesperada, Tomás Padrón resultó elegido presidente del Cabildo,
mientras su colega Juan Padrón lograba la Alcaldía de Frontera y un acta como diputado
regional.
En total, las fuerzas políticas de corte
centrista, entre las que ya se podía contar el recién nacido CDS de Adolfo
Suárez, habían logrado conquistar las alcaldías de 33 de los 87 municipios de
Canarias. Sólo 28 alcaldías consiguió obtener el PSOE, y eso habiendo obtenido
los mejores resultados electorales de toda su historia, con un 42 por ciento de
los votos emitidos en Canarias, y 27 de los sesenta diputados del Parlamento
regional.
Ese singular y atípico reparto del poder
municipal en Canarias, además de demostrar el enorme peso específico del
centrismo en la sociedad isleña, y la vinculación y fidelidad del electorado a
sus políticos locales, debería haber producido una evolución de los
acontecimientos en el archipiélago tendente a la confluencia de la mayoría de
esas formaciones municipales en una única fuerza política, por un lado, y, por
otro, a la moderación centrista de las políticas del PSOE. A fin de cuentas, lo
ocurrido en las elecciones suponía una lección sobre la pervivencia de una
sociología electoral de centro en Canarias, que alguien debía recoger.
No quiso hacerlo el presidente Saavedra, que tras
la espantada del CDS en el debate parlamentario sobre la integración en la Unión Europea
(entonces todavía denominada Comunidad Europea), decidió gobernar en coalición
con la izquierda comunista y Asamblea Majorera, en aquel momento muy
radicalizada al extremo del arco político -, perdiendo así la mejor de sus
oportunidades para pasar a la historia como el presidente de todos. Pero
tampoco supo hacerlo en aquél momento el partido destinado a dirigir y liderar
la vertebración política de las fuerzas municipales del archipiélago: no supo
hacerlo ATI.
Hermoso, inspirador último del proyecto
federativo de los independientes, intentó lo que se denominó entonces el
experimento de Betancuria, fundando una federación de partidos insularistas en
la que Ildefonso (Fonfín) Chacón habría de tener un papel determinante.
Con la constitución de la Federación Regional
de Agrupaciones Independientes (Fraic), Hermoso tuvo en sus manos la
posibilidad de convertirse en líder regional de los grupos políticos
centristas, y lo habría logrado si hubiera sido capaz de renunciar a sus miedos
y temores a entrar en Gran Canaria de la mano de los alcaldes independientes.
Pero Hermoso y su partido estaban ya enfrascados en la preparación de las
Elecciones Generales de 1986 y en su segundo Congreso, en el que José Miguel
Galván Bello fue elegido presidente de honor, encabezando una plancha en la que
Hermoso mantenía la
Presidencia y José Luis Ravina la Secretaría General.
Ravina jugó un papel determinante en el retraso de la vertebración del
nacionalismo canario. Su visión santacrucera de la política regional y sus
contactos con Rafael Pedrero, un joven arquitecto grancanario, le llevaron a
creer que la penetración de las Agrupaciones Independientes en Gran Canaria
debía hacerse desde Las Palmas, precisamente el único municipio canario donde
la entrada de Hermoso y sus ideas resultaba inconcebible. Por lo menos sin
contar previamente con apoyos sólidos entre el empresariado local o desde el
interior de la isla, que habrían contribuido a neutralizar el perfume tinerfeño
de la Fraic.
Una oportunidad perdida
Hermoso erró completamente su pronóstico en la
elección de interlocutores en Gran Canaria y al hacerlo perdió la oportunidad
de equilibrar la Fraic
y extenderla a todas las islas. En vez de forzar la unidad en torno a la Federación de todas las
siglas y fuerzas dispersas del centrismo municipal grancanario, la ATI optó por incluir en la
federación a un ridículo partidete de salón -Aigranc- que logró sobrevivir
hasta el harakiri universitario, gracias al protagonismo que sus socios de la Fraic quisieron darle.
Ese error, posiblemente el más importante de los
cometidos por Manuel Hermoso es la proyección inicial de su proyecto político,
continuó pagándose hasta que Hermoso -muchos años después, en 1993- se asoció
con Olarte y Mauricio en Coalición Canaria para desplazar a Saavedra de la Presidencia del
Gobierno de Canarias y presentarse a las Elecciones Generales bajo una sigla
común. Hasta ese momento, el desconocimiento por parte de Hermoso de las
realidades de la sociedad grancanaria, convertirían su intento de aterrizar en
la isla redonda en un terrible patinazo electoral: las AIC, bajo el nombre de
Aigranc, apenas lograron un par de concejales por elección directa en toda Gran
Canaria. Pero la elección de Aigranc como soporte grancanario del incipiente
proyecto nacionalista, no fue la única gran equivocación de la Fraic. El estatuto fundacional
de la Federación,
posiblemente elaborado por algún alcalde desconocedor de los mecanismos
organizativos de un partido, encerraba en sí mismo todos los elementos para
impedir un liderazgo regional sólido -que habría correspondido sin duda a Hermoso-
y para impedir que la primitiva Federación de Agrupaciones acabara
convirtiéndose en un único partido dotado de proyección regional, unidad
estratégica y cohesión política. Careciendo de tales componentes, la Fraic y los partidos que la
integraban, cargaron las tintas en el insularismo como ideología y en un
nacionalismo escasa y malamente definido, renunciando a convertirse en una
fuerza centrista desideologizada y moderna, típicamente gestora, moldeada y
estructurada en torno a un amplio poder municipal sustentador del proyecto. La
imposibilidad de una distribución equilibrada de ese poder en las siete islas
del Archipiélago, convertía el primitivo nacionalismo ideológico de la Fraic en una tibia excusa,
sin soporte político alguno, dramáticamente mantenida contra viento y manera
por Victoriano Ríos, único de los dirigentes áticos que continuó pronunciando
el discurso del nacionalismo futuro desde todos los púlpitos donde le dejaron
hablar.
Las legislativas del año 86 demostraron que la Fraic, rebautizada gracias a
los buenos oficios de los asesores de imagen de la consultora Muniesa &
Asociados como AIC, no era en su formulación de entonces un proyecto de recibo:
ATI logró su objetivo de colocar a Hermoso en la Carrera de San Jerónimo,
pero hasta eso se convirtió en una distorsión del proyecto equilibrado que era
el leit motiv de la existencia de la propia federación.
Los errores cometidos en la proyección pública de
la oferta insularista tinerfeña, desatada a los excesos del despojo y la
afrenta, acabaron por limitar el crecimiento por el centro de los partidos de la Fraic, precipitando en una
fuerza de carácter nacional -el CDS- los votos esperados en las elecciones
generales. La Fraic
logró alcanzar apenas un mísero diputado. El CDS, sin ningún poder municipal,
pero con la ayuda de un entonces reemergente Adolfo Suárez, alcanzó con tres
diputados lo que las elecciones regionales de 1987 confirmarían como su techo
electoral… Algo no había funcionado: los votos en las elecciones legislativas
que la Fraic
esperaba fueron a otras arcas, las administradas por Lorenzo Olarte en Gran
Canaria y por Fernando Fernández en Tenerife, y el desánimo cundió en las filas
insularistas.
Pero había un error de apreciación, que los
insularistas no comprendieron hasta un año después: las Elecciones Generales no
son lo mismo que las regionales y locales. En el 87, por mucho que Adolfo
Suárez paseara su cautivadora sonrisa de perdedor por las Islas, los votos iban
a avalar gestiones municipales concretas, nombres de vecinos con los que uno se
toma el café y la copa en la barra de un bar de pueblo.
Hermoso y sus gentes no creyeron en la victoria
hasta contar la noche del 10 de junio del 87 sus votos. La gran ilusión de
Hermoso -ser presidente del Cabildo tinerfeño- se vio truncada por su falta de
confianza en una victoria que ninguna encuesta, ni las que el concejal
santacrucero Luis Suárez Trenor amañó olímpicamente para ATI, les daba tan
abultada. Hermoso, que había sido aclamado un año antes como candidato al
Cabildo de Tenerife en el segundo congreso de su partido, vio como su amigo
Adán Martín, que había aceptado la candidatura a la Presidencia del
Cabildo dispuesto estoicamente al sacrificio, se convertía ante sus ojos en la
máxima autoridad tinerfeña, mientras él mismo entraba en la historia como el
alcalde porcentualmente más votado en una capital de provincia de la moderna
democracia española. Y había más: el sabandeño Elfidio Alonso derrotó a un
atónito socialista Pedro González. ATI consiguió nada menos que trece alcaldías,
y no logró otras dos por las trampas y manejos de un CDS dispuesto a enseñar
los dientes tras su derrota en Tenerife. Y aún más: siete diputados en
Tenerife, dos en La Palma,
uno en Fuerteventura, otro en Lanzarote, y dos diputados presuntamente aliados
en el Hierro. Sólo en La Gomera,
sin que se produjeran sorpresas, la radicalización de Lito Plasencia tras el
incendio que a punto estuvo de costarle la vida, llevó a AGI al desastre más
absoluto. En Gran Canaria, también sin sorpresas, Aigranc no se comió ni una
miserable rosca.
La hora de Tenerife
Los resultados logrados por ATI
y por las AIC en Canarias en las elecciones locales y regionales de 1987 fueron
mucho más de lo previsto, y desde luego, mucho más de lo esperado por los
propios insularistas. Pero el viento sembrado por ATI en las islas hizo volar
algo más que papeletas a las urnas. El discurso del pleito, que tan buenos
resultados electorales dio a los insularistas, se convirtió inmediatamente
después de las elecciones en el primer hándicap para el desarrollo proyecto de
Hermoso.
Manuel Hermoso, elegido alcalde
de Santa Cruz de Tenerife en la lista de capital de provincia más votada de
toda España, se convirtió también en el candidato más votado directamente en su
circunscripción en Canarias, y en el segundo -después de Saavedra- más votado
en todo el Archipiélago. Estaba pues en su derecho -tras la soberbia retirada
de Saavedra, que renunció precipitadamente a dar la batalla por seguir en la Presidencia- a
intentar acceder a la jefatura del Gobierno regional. Con los votos en la mano,
como segunda fuerza política del archipiélago, ATI podía lograr algo en lo que
ni tan siquiera habían pensado sus dirigentes seriamente… ¿Podía? En realidad,
no.
ATI primero, la Fraic después, y por último
las AIC… en su búsqueda de votos fáciles al calor del pleito, todos se habían
olvidado de Gran Canaria.
Es cierto que al principio, la pata grancanaria
de la Federación
no resultaba imprescindible. Ni siquiera necesaria. La existencia de un pequeño
socio en Gran Canaria -el partidete Aigranc- resultó incluso un estorbo para
los tinerfeños, cuando estos se vieron obligados a reducir los contenidos
insularistas del discurso electoral, para no herir la sensibilidad de sus
aliados canariones.
Pero ahora, con el poder de los votos en la mano,
el contrapoder de la opinión pública grancanaria acabaría por hacer el milagro
de convertir en presidente regional a Fernando Fernández, al candidato menos
votado de los cuatro grandes partidos regionales. Hasta Paulino Montesdeoca,
reconvertido después al nacionalismo vergonzante, pero en aquel entonces
ficticio candidato de AP a la
Presidencia del Gobierno regional, obtuvo en el 87 más votos
directos que Fernando Fernández. Y a pesar de eso, el palmero Fernández resultó
elegido presidente gracias a las maniobras de Lorenzo Olarte: Hermoso no podía
ser presidente de ninguna manera, porque se había invalidado a sí mismo al
hacer carrera política publicitándose como enemigo de la mitad de la región.
ATI tuvo que conformarse con participar en un
Gobierno regional en el que tanto la Presidencia como la Vicepresidencia
quedaron -asombrosamente- en manos del cuarto partido de Canarias, el CDS. Pero
es que -con AP instalada en la derecha pura y dura y las AIC vivaqueando en el
insularismo- el CDS era el único grupo centrista con un discurso netamente
regional. Era -por exclusión- el único partido con capacidad de colocar a sus
dirigentes en los cargos más representativos del Gobierno. ATI sólo obtuvo en
el Pacto de centro-derecha entre AP las AIC y el CDS la Consejería de Hacienda,
además de la de Educación. Fonfín Chacón consiguió Obras Públicas para
Fuerteventura, y Antonio Castro se instaló en Agricultura. Con la participación
de dirigentes insularistas en el Gobierno de Canarias se iniciaba la verdadera
renovación del proyecto político insularista y la conversión nacionalista de
ATI.
Fue el rechazo grancanario a Hermoso lo que
provocó la primera reflexión de fondo en los cuarteles del poder tinerfeño:
Victoriano Ríos, uno de los escasos dirigentes de ATI realmente preocupados por
encontrar una definición ideológica para su partido, después de obtener la
presidencia del Parlamento y dotarse a sí mismo de la inmunidad política
suficiente, forzó la máquina nacionalista, tímidamente puesta en marcha por
alguno de sus compañeros durante la campaña electoral, y apretó el acelerador
de un nuevo proyecto ideológico, con la intención de hacerlo asumible a toda la
región en el plazo de dos legislasturas.
Los hechos vendrían a darle la razón: después de
la arrolladora victoria de Hermoso y sus hombres en las elecciones locales y
regionales del 87, y tras la incorporación de los independientes al Gobierno
regional de Fernando Fernández, el discurso de ATI no podía ser ya el mismo.
Después de la hora de Tenerife, que Hermoso se precipitó a saludar ante las
cámaras de televisión la noche del triunfo electoral, había llegado otra hora:
la de modificar el proyecto político de ATI profundizando esta vez en serio el
camino iniciado -aunque sólo de manera formal- el 9 de noviembre de 1985, con
la constitución de la Fraic
y el anuncio -nunca cumplido- del abandono del insularismo como elemento
definidor fundamental de la teoría y de la práctica de la recién nacida
federación de partidos insularistas e independientes.
Ese camino hacia el moderno nacionalismo canario,
por el que se decide empezar a circular a partir del tercer congreso de ATI,
celebrado en Adeje en la primavera del año 1988, se iba a convertir en la ruta
a transitar también por las agrupaciones independientes de todo el
Archipiélago. El propio Hermoso explicó así el cambio de rumbo: “Ahora que
estamos en el Gobierno, el muñeco es el centralismo de Madrid”. Antes el muñeco
era Las Palmas. A Las Palmas había que dirigir todos los golpes, provocando la
identificación del votante tinerfeño con la defensa de los intereses de la
isla, vendiendo la idea de que los socialistas trabajaban exclusivamente para y
por la otra provincia… El nacionalismo ático surgía, pues, como una acomodación
a la necesidad de modificar un discurso que impedía la expansión de las AIC a
Gran Canaria. Eso lo entendieron Hermoso y sus seguidores. Pero de ahí a dar el
siguiente paso, mediaba un abismo.
Con la censura parlamentaria de Fernando
Fernández, que el propio Fernández cometió la torpeza de servir en bandeja,
Hermoso logró afianzar su liderazgo en Tenerife de manera indiscutible. Se
inició entonces un proceso de reparto del territorio -en realidad el reparto
político del centrismo regional- entre Manuel Hermoso y Lorenzo Olarte, que se
prolongó hasta las elecciones municipales y regionales de 1999.
El primer hito de esa guerra por el control del
nacionalismo en Canarias -guerra definitivamente perdida por Olarte- se produjo
un par de meses antes de las elecciones regionales de 1991, cuando Hermoso
intentó corregir los errores cometidos en el 87, aliándose en Gran Canaria con
los alcaldes independientes. Pero había pasado el tiempo en el que hacerlo
habría servido de algo.
Ya no eran los alcaldes, sino Olarte y su gente,
los socios viables para el aterrizaje de las AIC en Gran Canaria. Hermoso no lo
entendió así hasta que los resultados electorales le demostraron que había
vuelto a estrellarse en Gran Canaria.
Después de ese fracaso, acompañado por el enorme
éxito de un incremento general del apoyo a las AIC en el resto de la región, la
guerra de posiciones para mantenerse en el poder, darían lugar al pacto de
hormigón entre las AIC y el PSOE y a la traumática ruptura de relaciones entre
Hermoso y un Olarte velozmente reconvertido al nacionalismo.
La hora de Canarias
Con la incorporación de Hermoso a la
vicepresidencia del gobierno del pacto de hormigón, presidido por Saavedra, se
produce un paréntesis en el desarrollo del proyecto político de ATI. Se trata
de un paréntesis necesario para Hermoso, que -desde el Gobierno- tiene los
medios y la capacidad para solucionar los contenciosos judiciales originados
por el PSOE, y también para amartillar su liderazgo en AIC.
Sin embargo, ese paréntesis constituye también
uno de los momentos más difíciles para el proyecto político del nacionalismo
canario. No en vano, la vicepresidencia de Hermoso surge como consecuencia de
un acuerdo con los socialistas -cerrado en una oficina de Francisco Ucelay
apenas unas horas antes de la votación de Victoriano Ríos como presidente del
Parlamento el 25 de julio de 1991- que traiciona el espíritu (y la letra) del
pacto suscrito con el CDS para que Olarte siguiera en la Presidencia.
La ruptura de ese pacto, y la desconfianza
surgida como consecuencia de esa brutal ruptura entre Hermoso y Olarte, no
menguó ni un ápice en los años siguientes, ni siquiera cuando las AIC, censuran
a Jerónimo Saavedra y hacer saltar en pedazos el pacto de hormigón, tras llegar
a un nuevo acuerdo para la formación de Coalición Canaria con el propio Olarte
–en ese momento líder de un Centro Canario Independiente, reconvertido al
nacionalismo-, con Ican, con Asamblea Majorera y con el minúsculo Partido
Nacionalista Canario. Ese acuerdo, de enorme alcance, convertiría a Hermoso en presidente
del primer Gobierno de signo nacionalista del Archipiélago, y permitiría la
presentación unitaria de todas las fuerzas nacionalistas y afines en las Islas
para las Elecciones Legislativas de 1993.
Fue uno de los acuerdos más difíciles y complejos
jamás cerrados en el Archipiélago: se trataba de meter en el mismo saco a
enemigos irreconciliables como Hermoso y Olarte o como Olarte y Mauricio, y
también de presentar como un proyecto homogéneo la suma de proyectos
ideológicos tan diferentes como los de ATI e Ican. La operación cuajó porque el
premio para ATI -la
Presidencia del Gobierno- era enorme, y porque las
condiciones políticas nacionales (unas elecciones en las que la bipolarización
entre el PSOE y el PP sería imparable) obligaban a los partidos de obediencia
canaria a ponerse de acuerdo para no desaparecer. Así lo entendieron tanto
Olarte como Mauricio.
Pero para ATI fue muy difícil ponerles de
acuerdo. En esa tarea jugó un papel determinante Julio Bonis, que acabó
convirtiéndose en el portavoz de Coalición Canaria en Gran Canaria y en el
hombre de referencia de ATI en la isla. Olarte encabezó la candidatura al
Congreso de los Diputados, y tanto él como Mauricio lograron escaño. En
Tenerife se colocaron Adán Martín, encabezando la candidatura, y Luis Mardones,
además de Miguel Ángel Barbuzano, que logró un puesto como senador.
El inesperado éxito de Coalición Canaria en las
Elecciones Legislativas, y la constitución de una minoría canaria de cuatro
diputados en Las Cortes, dirigida por Lorenzo Olarte, supusieron un cambio de
rumbo fundamental en la política canaria. Por primera vez en la historia del
Archipiélago, una fuerza política canaria tenía representación diferenciada
como grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados, y también por primera
vez, un nacionalista presidía el Gobierno regional.
¿Un nacionalista?
Manuel Hermoso no era ni había sido nunca
nacionalista ni nada parecido. Su trayectoria política desde UCD , donde se
definió como “ socialdemócrata de praxis liberal” hasta el insularismo agresivo
de la primera ATI no permitía colocarle siquiera el calificativo de
regionalista. Pero Hermoso siempre estuvo dotado de un finísimo olfato político
y de una enorme intuición para adaptarse a los tiempos. Desde la Presidencia del Gobierno,
y con el apoyo de Ican y sus bases en Gran Canaria -a las que compensó
colocando a José Mendoza en la vicepresidencia regional- Hermoso se lanzó a la
conquista de Gran Canaria. El viejo lema “ha llegado la hora de Tenerife”, fue
sustituido por una adaptación más comprensiva para el conjunto de la región “ha
llegado la hora de Canarias”. Y con la hora de Canarias llegaron también las
primeras contradicciones en el patio de casa. Hermoso gobernaba la región, ATI
tenía un enorme peso en la política local e insular de Tenerife, y a través de
las AIC en todo el Archipiélago, pero comenzaron las disensiones internas.
Lo que había sido tradicionalmente un club de
alcaldes (ATI) se había convertido en la mayor maquinaria política del
Archipiélago, y en el primer partido político de Tenerife. Desde Tenerife y
para Tenerife, ATI controlaba el Gobierno. Eso provocó serios enfrentamientos
con los socios de AIC. Primero con Independientes de Fuerteventura, a cuyo
líder, Ildefonso Fonfín Chacón, Hermoso sacó de la Consejería de Obras
Públicas para colocar en ella a su propio jefe de gabinete, un joven Rodolfo
Núñez, que comenzaba a dar que hablar. También surgieron problemas en Lanzarote
con Dimas Martín y con Honorio García Bravo, la mayoría por conflictos entre
ellos. Y otros de menor calado con los independientes palmeros, que Antonio
Castro supo siempre llevar a buen puerto. En Tenerife también comenzaron a
escucharse voces díscolas con Hermoso, especialmente la del alcalde de Santa
Cruz de Tenerife y antiguo concejal de urbanismo de Hermoso, José Emilio García
Gómez, que acabó abandonando la alcaldía para ser sustituido por el consejero
de Turismo del Gobierno de Canarias, Miguel Zerolo.
En mayo de 1995, Hermoso volvió a ganar las
elecciones regionales, pero se vio obligado a pactar con el PP para mantenerse
en el Gobierno. Olarte pasó a ocupar la Vicepresidencia
del Gobierno, y Mauricio se convirtió en portavoz en el Congreso. Tras las
elecciones, y después de pocas semanas de negociación, Coalición cerró en el
Hotel Iberia de Las Palmas el acuerdo de Gobierno, que garantizaba la
estabilidad del ejecutivo con un respaldo de 40 diputados, pero rompía las
expectativas del PSOE de pactar con ATI buena parte de las corporaciones
locales de Tenerife.
Aún así, ATI no perdió ninguno de sus feudos:
mantuvo el Cabildo, donde Adán Martín consolidó un creciente liderazgo, a
escasa distancia de la mayoría. También logro ATI pactar con el PP el
ayuntamiento lagunero para Elfidio Alonso, y el del Puerto de la Cruz -tradicional enclave del
PSOE- para Marcos Brito. Zerolo se convirtió en alcalde de Santa Cruz, pero la
operación electoral gestada por Hermoso -candidatura conjunta a la presidencia
del Gobierno y a la
Alcaldía- provocó el rechazo de los chicharreros. La pérdida
de votos de ATI en Santa Cruz, sumada al apoyo masivo a las candidaturas del PP
en el área metropolitana, obligaría a Zerolo a sumar su mayoría relativa a los
votos del PP para no perder la
Casa de los Dragos. ATI logró hasta veinte alcaldías, la
mejor implantación municipal de un partido político en Tenerife desde las
primeras Elecciones Municipales.
Un año después, en las Generales de 1996, el PSOE
perdió las elecciones ante el PP por 300.000 votos. A pesar de la creciente
bipolarización de la política española, Coalición revalidó brillantemente los
resultados electorales de 1993 y logró -gracias a una triquiñuela
parlamentaria-mantener el Grupo Canario, desde el que José Carlos Mauricio
inició un acercamiento a la dirección nacional del PP que daría magníficos resultados
a los nacionalistas. Pero los éxitos no impidieron el deterioro de las
relaciones entre Hermoso y Olarte. Cerca ya el final de la legislatura, y a
pesar de algunos amagos para que ATI optara por tercera vez a la Presidencia, Hermoso
comprendió que no podía continuar en ella, porque el principio de alternancia
entre Gran Canaria y Tenerife hacían inviable esa posibilidad. Pero Olarte, que
confiaba en ese principio para hacer valer el acuerdo suscrito entre él y
Hermoso en una reunión en la sala de autoridades del Aeropuerto de Gando, había
perdido todos los apoyos, incluyendo el de sus propios compañeros de partido.
En las Navidades de 1998, la candidatura de Olarte a la Presidencia era ya un
imposible: se intentó un acuerdo para que la asumiera Adán Martín, con Mauricio
como vicepresidente.
Reaccionando ante esa posibilidad, Olarte anunció
su renuncia y propuso en carta pública a Román Rodríguez, un joven político
grancanario, muy próximo a Julio Bonis y bien visto por Hermoso.
Con esa solución de compromiso, sólo inicialmente
rechazada por Mauricio, Coalición celebró su primer congreso, en el que se
aclamó al secretario general de ATI -un joven y ambicioso maestro formado
políticamente en la Alcaldía
de El Sauzal y el Cabildo de Tenerife-, Paulino Rivero, como presidente de
Coalición Canaria. Coalición Canaria era entonces la primera fuerza política
del Archipiélago y contaba con grupo propio en el Congreso de los Diputados.
(Francisco Pomares, en: http://www.diariodeavisos.com/2012/06/al-principio-fue-ati/
(Imagen, de izquierda a derecha): 1) Elías Bacallado,
Manuel Hermoso y José Miguel Galván Bello, en la presentación del primer
manifiesto político de ATI y su gestora (1984). | DA / J.R.C/ J.G.C
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)