miércoles, 29 de julio de 2015

Sobre bailes canarios de ayer y de hoy.



En casa de mi abuelo paterno, en La Tirada de El Escobonal (Güímar, Tenerife), se llegaron a celebrar en la primera mitad del siglo XX con una simple guitarra y Josefina Marrero cantando, por lo que tengo constancia cercana de que entonces lo de menos era que la parranda fuese numerosa o no, el protagonista de ese tipo de eventos era el baile.

En ocasiones, aquellos que se acercan al folclore canario desde el desconocimiento de los usos y costumbres del mismo y su historia a través de los años, escuchan hablar de bailes de magos, de taifa o de candil, de éste o aquel baile en esta o aquella isla, y salvo que esa curiosidad los lleve a buscar información de los mismos en la bibliografía o en Internet, acaban haciendo un puzzle en sus mentes que nada tiene que ver con la realidad.
 Yo no soy una entendida en el tema, pero lo que sí soy es muy curiosa, y a instancias de un amigo que me planteó hace unos días esa cuestión me he puesto a rebuscar información sobre los mismos que hoy deseo compartir con todos los que les pueda interesar.
 Partiendo de la base de que el baile ha servido siempre para que los hombres y mujeres se conocieran y coquetearan entre ellos, desde hace mucho tiempo atrás se han ido conformando diferentes formas de reunirlos a tal fin, arropados de la música que estuviese de moda en cada momento. Así los antiguos sonidos de las isas, seguidillas, folías o malagueñas fueron cediendo terreno a lo que iba llegando de fuera en el siglo XIX, berlinas, polcas, mazurcas, siotes, etc., recién llegadas de las Cortes europeas y que aportaban la novedad de poder bailar agarrados, cosa que en principio en nuestras islas fue sólo privilegio de los matrimonios.
 Más tarde, el intenso trasiego entre Canarias y América Latina trajo a nuestros bailes los sonidos de joropos, rancheras, foxtrot, rumbas y demás sonidos caribeños, que tuvieron que compartir protagonismo con los pasodobles y valses europeos, a principios del siglo XX.
 Paulatinamente todos esos sonidos fueron conformando lo que hoy en día, en los inicios del siglo XXI, llamamos folclore canario, pero volvamos a lo que nos ocupa principalmente hoy, la ejecución de dichos bailes y sus características.
 Los bailes originariamente se ejecutaban al aire libre, en el filo de una era al finalizar la labor del campo, o en la festividad del patrón de un pueblo. Cualquier excusa valía para que los jóvenes lucieran sus evoluciones tratando de llamar así la atención de la persona que les interesaba, además de regalarse con un buen rato de esparcimiento y diversión. Pero con el tiempo fueron organizándose bajo techo la mayoría de las veces, de ahí surgieron los bailes en casas particulares para celebraciones concretas, el nacimiento de un niño daba lugar al llamado baile de paridas o de últimas, así como entretener las tediosas labores del campo dando pie a bailes como los de la descamisada del millo, por poner algunos ejemplos.
 Cuando los bailes se organizaban fuera de este tipo de circunstancias, pasando a ser un simple encuentro social, solían hacerse también en casas particulares, para ello se habilitaba una habitación grande del domicilio, que casi siempre solía ser el comedor, y poniendo las sillas pegadas a la pared para que se sentaran las mujeres, dejaban el mayor espacio posible para bailar al son que marcasen un par de tocadores que se colocaban en un rincón de la estancia. En casa de mi abuelo paterno, en La Tirada de El Escobonal (Güímar, Tenerife), se llegaron a celebrar en la primera mitad del siglo XX con una simple guitarra y Josefina Marrero cantando, por lo que tengo constancia cercana de que entonces lo de menos era que la parranda fuese numerosa o no, el protagonista de ese tipo de eventos era el baile. 
 Los hombres que querían entrar en esa estancia a bailar formaban colas en el exterior de la casa o en el patio de la misma, a veces entretenían esa espera tomando una copa en la mesa que el anfitrión preparaba a tal fin allí, al igual que en ocasiones se vendía también pequeños presentes con que los bailadores agasajaban a la mujer que querían pretender. Otras veces pagaban pequeñas cantidades por entrar a bailar. En fin, que cada organizador montaba su fiesta como le apetecía: no olvidemos que a veces esos bailes ayudaban a desahogar la economía de la familia que los organizaba.
 Aquí y allá a ese tipo de bailes se les puso diversos nombres: Bailes de Taifa (cuando tenían que pagar para entrar); Bailes de Candil (cuando el uso de los faroles de carburo o petróleo era imprescindible para iluminar la fiesta y poder volver a casa por la hora del evento); Bailes de Cola (por las filas de bailadores que esperaban entrar); Bailes de Cuerda (por el tipo de instrumentos que se usaban); Bailes de Tandas (donde los hombres entraban en tandas en base al número de mujeres que había dentro para bailar), etc.
 En la mayoría de los casos la gente caminaba incluso muchos kilómetros para asistir a un buen baile. Los zapatos se llevaban en la mano y se andaba descalzo, para no estropearlos, y se ponían en los doloridos pies justo al llegar al salón.
 La mayoría de las veces había dos formas de organizar la entrada y salida de bailadores del lugar donde se ejecutaban las danzas. En una de ellas, se colocaba un hombre en la puerta con un garrote, que cobraba la taifa y que según el número de mujeres que hubiera dentro, por supuesto acompañadas de sus madres, dejaba entrar a igual número de hombres, los cuales, una vez acabada la pieza musical, salían del local para dar paso a otros. En otra de las formas, los hombres esperaban fuera y un grupo de mujeres salía a buscar acompañante para un solo baile, tras el cual devolvían a sus parejas al exterior, haciendo cambios para que de ese modo pudieran participar todos.
 Los conocidos Bailes de San Pascual tenían una peculiaridad, y es que en ellos se encendía una vela, con un lazo rojo, en el momento en el que empezaba, y durante el tiempo en el que se consumía la vela hasta llegar a la altura del lazo, las mujeres podían tener la iniciativa en la elección de su pareja, que no era lo común, puesto que normalmente eran ellos los que mediante el ofrecimiento de una vela o un sobre o bolsita de cominos, azafrán o canela, las invitaban a ellas, las cuales accedían siempre que contaran con el consentimiento de la madre.
 Con el paso del tiempo todo este tipo de bailes fueron dando paso a otros más “multitudinarios” que pasaron a organizarse en las plazas de los pueblos o en recintos públicos habilitados a tal fin, y así comenzaron a proliferar en muchos municipios de las Islas los conocidos Casinos, donde se organizaban bailes con periodicidad y amenizados por grupos de tocadores que interpretaban una inmensa variedad de ritmos bailables.
 Las danzas propias de nuestros antepasados pasaron a ejecutarse en los hoy denominados Bailes de Magos, sobre todo en la isla de Tenerife (usando esta denominación por ser los bailes que danzaban nuestros campesinos principalmente), o de Taifas (aunque ya sean públicos y no se cobre la misma). Estos bailes se ejecutan en la actualidad como recreación de una fiesta canaria donde la comida, la bebida, la música y las danzas se aúnan y nos acercan, por unas horas, a los momentos de divertimento de nuestros antepasados no muy lejanos, haciéndonos sentir el orgullo de ayudar a conservar una tradición al mismo tiempo que, en muchas ocasiones, sirve para lo mismo que sirvieron siempre: cortejar o dejarse cortejar por la persona que nos interesa.
 Los primeros Bailes de Magos que se celebraron, sobre todo en Tenerife, eran amenizados por orquestas que tocaban de todo menos folclore canario. Afortunadamente eso ha ido cambiando con el tiempo y en la actualidad, en la mayoría de ellos, quienes lo amenizan son grupos de folclore que han tenido en los mismos un lugar más donde compartir la tradición que tanto aman. No obstante, algunas comisiones de fiestas han optado por dividir las actuaciones entre grupos de folclore y orquestas canarias, con la excusa de que lo hacen para que todos los asistentes puedan divertirse, independientemente de que sepan bailar folclore o no. Desde mi punto de vista, esta modalidad no ayuda en nada a que nuestra gente se integre en el uso y disfrute de nuestras tradiciones, creo que es mucho más sencillo hacer un día el baile de magos y otro la verbena, con lo que de igual forma contentan a todos sus vecinos y no contribuyen a deteriorar, aún más, nuestras tradiciones.
 Tampoco me parece correcto que a lo largo de la tarde o noche, los grupos interpreten la mayoría de los temas sin tocar los palos del folclore tradicional, como ocurre en Gran Canaria principalmente, porque ello conlleva el que la gente no se interese por aprender a bailar el folclore canario más antiguo, y puede contribuir, con el paso del tiempo, a que se vaya perdiendo.
 En todo caso, la pervivencia de nuestros bailes está garantizada, puesto que cada año se van incorporando muchos municipios a la lista de Bailes de Magos, Taifa o Candil (debo decir que la mayoría de las veces por iniciativa de los mismos grupos folclóricos de esa localidad), los cuales suelen ser verdaderos éxitos de participación y eso nos hace sentir orgullosos de nuestros bailadores canarios.
(Luisa Chico, Publicado en el número 487 de BienMeSabe)



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