martes, 14 de julio de 2015

VIVIENDA Y AJUAR:

JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía
.y
Organización socio-política
Edición anotada por MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS, EDITOR La Laguna, 1994


CAPITULO XIX



El auchon: aucheros, aucheriles, la tagora, goros o gorones o corrales, cuevas depósitos. Ajuar de las piezas: dormitorios, cocina, depósitos.

El auchon como vivienda, era el conjunto de aucheros, aucheriles y goros o séase de casuchas, chozas y corrales en que se albergaba la familia civil con los ganados de la respectiva heredad completamente aislada de las demás familias; recordando Tenerife por esta disposición de los vecinos a un tablero de ajedrez, en que ocupara cada casilla un solo fuego encontrándose separados de los demás dos o tres kilómetros. Para la reconstitución ideal de estos auchones basta imaginar en un claro del bosque, al pie de una ladera o al abrigo de cualquier accidente del suelo, y a ser posible en las proximidades de alguna cueva para depósito doméstico, veinte o más pequeñas moradas de paja o de piedra seca, cubiertas de paja o tierra, así como varios goros o corrales de distintas dimensiones, de ordinario agrupadas en dos alas circunscribiendo amplio patio donde se destacaba la tagora o salón de honor, que era sencillamente otro corral; y dar vida a la escena, a través de las espirales de humo, el ladrido de los perros y los balidos del ganado, con una cincuentena de personas de diferentes sexos y edades vestidas de pellejas, entregadas a las faenas caseras del pastoreo, de la agricultura y de las rudas industrias de las sociedades bárbaras.

Aunque los edificios eran humildes, terreros y de una sola puerta por su mejor aspecto, los aucheros de los nobles se distinguían por su mejor aspecto y mayor tamaño de los aucheríles o gucheriles de los siervos, si bien todos tenían el mismo sello de lo que pudiera llamarse estilo arquitectónico, pues dominaba en absoluto la línea curva sobre la recta y el ángulo ¡como si el corral les sirviera de modelo de inspiración!

Bien considerado el asunto tal vez era el sistema que les ofrecía mayores seguridades, por carecer de herramientas para obtener los materiales que exigen las construcciones esquinadas. Por otra parte, y sin duda obedeciendo a las mismas causas, ésta fue la característica del arte en todo el Archipiélago'.

Prescindiendo de ligeras variantes en las construcciones de los diferentes reinos y localidades, especialmente entre las zonas costeñas y de la serranía es aceptable la clasificación que los conquistadores hicieron de las casas guanches en pajizas y terrizas, atendiendo a la naturaleza de sus techumbres. Aún no hace media centuria existían ruinas de estos edificios en algunos puntos, como en las Andoriñas, en Tamaimo de Valle Santiago; en Moreque y Nisdafe del pueblo de Arona; por el Campito del Hoyo de las Colmenas y el Campanario, costa de la Vega, en Granadilla; en la Cruz del Pajar Grande y la Ma-rrubiela en Valle de Guerra, de Tegueste, etc.

Eran las casas pajizas de una o dos aguas, que sobreviven en las actuales tagoras del Palmar de Buenavista y los pajares de varios lugares (1), si bien con los cambios introducidos por el progreso. Las de dos aguas afectaban la forma elíptica, hechas de pared doble de piedra seca, con una madre o cumbrera apoyada sobre dos horcones arrimados o empotrados en los mojinetes hacia los extremos de la elipse; como asimismo empotraban en las otras dos paredes antes de enrasarlas, palos de trecho en trecho dejando al descubierto como una cuarta de pezón, a los que ataban fuertemente la solera o corredera tendida por dentro. Envigaban conjubmnes de haya, paloblanco, barbusano u otras maderas, procurando elegir los que naturalmente presentaban uno de los extremos acodado para engancharlo a la cumbrera —practicándoles en su defecto un agujero para colocar una chabeta— mientras el otro extremo lo aseguraban a la corredera con tomizas de cardón, de zarza, torvisco y hasta con juncos', ripiando luego con latones de brezo, macanera, haya, laurel, etc., espaciados poco más de una mano y sólidamente amarrados con tomizas a losjubrones.

Después les ponían el colmo o séase un techo de paja enteriza de cebada, por fajas paralelas a la madre empezando por el alero. Sobre los dos primeros latones tendían una capa de mollas de paja de una cuarta de espesor, más o menos según la abundancia, y encima de ésta colocaban otros dos latones de acebiño quedando de tal suerte aprisionados los mollas, que fijaban a los referidos latones con puntos de costura de tomiza de zarza, torvisco o juncos valiéndose de una larga aguja de madera; pasando luego a la faja próxima y así sucesivamente, disponiéndolas en forma imbricada, es decir, haciendo que la paja de la faja superior cubra y rebase los latones externos de la inmediata inferior. Los años de escasos cebadales las techaban con una primera capa de heléchos, de gamonas o de puntas de brezo y encima otra delgada de paja; aunque no era raro, tratándose de habitaciones de siervos, las taparan únicamente con heléchos y mejor aún con «puntas de brezo hacia abajo».

En los sitios ventosos reforzaban el envigado y el colmo colocando sendas piedras a lo largo del alero.

La singuisarra o hueco de la puerta estrecho y más bajo que el hombre, no llevaba aro ni gualderos; y la sobrepuerta, ya fuera de lajón enterizo o de maderos en bruto, siempre la completaban por delante con dos palos o travesanos que hacían de quicial, dejando entre ellos una hendidura que correspondía a otra igual del chaplón para poder meter los bugallones o espigas de la hoja; hendiduras reducidas luego por relleno a los agujeros en que giraban aquellos. Cuanto a la hoja hacíanla por igual procedimiento que las cestas. Armábanla utilizando de largueros dos palos, uno de ellos algo mayor con destino el exceso a los espigones, y por 'caberos otros dos más pequeños, que ataban en forma de paralelogramo y reforzaban con traviesas verticales y horizontales; todo lo que servía de urdimbre o costillaje para ponerle el tapumen empleando el mismo material de escobón, caña, cardón, leñablanca, etc. de que fabricaban las cestas. Como se comprende tales hojas no tenían otra finalidad que evitar el acceso de animales y las injurias atmosféricas. Era el picaporte una correa, con otra trancaban por dentro y con una chabeta atravesada por fuera.

Los pisos terrizos, aunque algunos enlosados con lajas; las rendijas del interior de las paredes, en las que espetaban varios estacones a guisa de perchas para colgar zurrones, ropa, etc. las cogían ya con un mortero de estiércol fresco de ganado y ceniza que luego enlucían con tierra blanca o bien las sometían a una especie de calafateo con rama de heléchos, o las dejaban al natural en las zonas calientes.

De las casitas de dos aguas las había con un tercer esteo central sosteniendo la cumbrera, que utilizaban como punto de apoyo de un aljereque o tabique incompleto de cañizo, para dividirla en dos departamentos con su puertita de comunicación provista de una cortina de estera o pieles; de ordinario destinadas a las mujeres nobles casadas con hijas solteras, para dormir separadas. Las pajizas de una sola agua únicamente se diferenciaban de las anteriores en que carecían de cumbrera y eran más pequeñas.

Respecto a las casas terrizas, prescindiendo también de ligeras variantes según las localidades, ofrecían igualmente dos principales modelos por su capacidad y por ser de dos o de una sola agua. Afectaban en términos generales la misma construcción y forma que las pajizas, excepto las techumbres que eran de otra naturaleza y muchísimo menos colgadas. Sobre el envigado de los aucheros terrizos de dos aguas, ripiaban bastante junto, luego ponían el astillado de orijama, leñablanca o sabina, después extendían una torta bien amasada de tierra negra, paja menuda y agua, y encima un enlosado de lajas.
Los gucheriles de los siervos eran poco más que chozas, de los que aún levantan algunos por las partes ribereñas de los pueblos del sur, como en Guasa, Los Cristianos, San Juan, etc., con pequeñas diferencias del tipo primitivo. Consistían en una especie de corral circular de pared doble de piedra seca, de unas 3 varas de diámetro más o menos y 2 en su mayor altura, más elevado por delante que por detrás, de una sola agua y suelo terrizo. El hueco y hoja de la puerta como ya hemos dicho. Respecto al techo lo envigaban con sabina, girdana u otra madera, sobre el que atravesaban muy junto el enlatado de leña-blanca, de halos etc., ya suelto o atado a las vigas con juncos o tomizas de tabaiba dulce, pues aunque con el tiempo se podrían ya el todo de la techumbre formaba un solo cuerpo. Aplicaban encima una capa de ahulagas, con preferencia a salados y espinos, que comprimían hasta reducirla al grueso de uno o dos dedos, sobre la que tendían la tona hecha de tierra de teja amasada con agua, que pisaban cuidadosamente hasta compenetrarla con la capa subyacente; rematando la obra con otra capa de ceniza de ahulaga o de balo, que reputaban como las mejores por ser muy fina, para que se adhiriera a la de barro imprimiéndole condiciones de dureza y de impermeabilidad. En ocasiones suprimían la torta de barro y la ceniza sustituyéndolas por una capa de tierra blanca del espesor de la mano aproximadamente, suelta sin amasar, que reponían de vez en cuando. Esta tierra impermeable la solicitaban entre otras regiones de la provincia de Chasna, en Los Cristianos, el Mojón, Cano y otros puntos del pueblo de Arona, etc.

Otro de los edificios más singulares del auchon era la tagora o salón de recepción, emplazada aisladamente a mitad del patio o a su entrada según la disposición del caserío. Consistía en un corral de pared doble de piedra seca, de metro y medio de altura por unos cuatro de diámetro más o menos, de suelo terrizo y un solo portillo; con tantos asientos de piedras enterizas cuantos eran los nobles mayores de edad de la familia civil, arrimadas a la pared y distribuidas a izquierda y derecha de una central frontera al portillo y más elevada que las restantes.

Servía no sólo de sala de sesiones para discutir los asuntos del auchon del respectivo tagoro y las leyes del reino, sino para recibir las visitas de los nobles de otros auchones así como lugar de la novia para enamorar de día, ella por dentro y el prometido por fuera. A las personas de calidad y distinción se les recibía tapizando con pieles el asiento.

Formaba parte integrante del caserío los goros o gorones para el encierro del ganado, casi siempre adosados a los aucheriles de los siervos, con el fin de vigilarlo de cerca. Eran de distintas dimensiones para los hatos de reses cabría, lanar y porcina, embardados de ahula-gas, de espinos u otra mata, unos de verano con sombra bien aireados y otros de invierno abrigados, utilizando de apriscos en el último caso, especialmente por los altos, las cuevas naturales adscritas a la heredad.

Aunque la mejor de estas cuevas próxima al auchon la destinaban a depósito, ya fuera para su exclusivo usufructo o como aregüeme del tagoro encomendado a su custodia2, pues los hurtos y latrocinios no eran raros a pesar de velar cuidadosamente el personal nombrado ad hoc. Cerrábanlas con paredes dejándole su hueco de puerta para ponerle hoja y mejoraban las entradas cuando eran de difícil acceso; como en la cueva Añeja, en el risco de tío Marcial de las cumbres de Güímar, donde aún puede verse la calzada de 3 1/2 varas que la hicieron los guanches, si no la han destruido de 30 años acá.

De estas cuevas depósitos abrieron algunas en roca blanda de tosca, como es legendario en varios puntos de la isla, como en Chimiche, Ifara, etc., del pueblo de Granadilla.
* *  *
Cuanto al ajuar, tratándose de un pueblo pastoril y labriego en estado de barbarie sin conocer los metales, es natural que ofrezca aquel sello de rusticidad propio de las sociedades primitivas, como nos lo atestigua el menaje de sus viviendas.

Respecto a los dormitorios dice Abreu Galindo: «Tenían costumbre que en la cueva o casa donde vivían marido y mujer, no había de habitar y dormir otro; y no dormían juntos marido y mujer sino en su cama cada uno de por sí, la cual era de yerbas y encima pellejos cosidos muy pulidamente, y por manta otros pellejos ni más ni menos muy pulidos»', y Cubas se limita a consignar que «... dormían los hombres apartados de las mujeres».

Es tradición general que los esposos dormían bajo distintos techos, lo que por otras parte es lógico sucediera. Cuando se considera que en tiempos históricos aún existían los matrimonios por grupos en algunas islas y que si había desaparecido de Tenerife fue en época relativamente reciente y a cambio de la poligamia entre la nobleza, no hay que entrar en aclaraciones para comprender que tal costumbre no duró tanto por exigencia de la última institución como por hábito, hasta la aparición del cristianismo con la conquista.

Por manera que en los auchones hablando en términos generales, los varones de cada familia individual dormían con su padre bajo el mismo techo y en «un mismo pajero» y en otra puertita de casa la madre con las hembras y los niños; costumbre que sobrevivió en muchos pueblos hasta el último tercio del siglo pasado entre la clase pobre y que aún sobrevive en algunos puntos —si bien ya con la sola diferencia de que el marido ocupa también el lecho de la esposa—. Estas camas o pajeros los hacían levantando una pared de 1/2 a 1 metro más o menos de altura, desde un lado de .la puerta a la pared frontera, dejando un hueco de 10 a 12 metros cuadrados que empedraban o ponían piso de lajones si el suelo era húmedo, y que luego rellenaban, según la clase social y las localidades, de basa o pinillo, ramas secas de helécho, de ajafo o paja, bien solas o con una capa encima de musgo del tronco de los brezos o laureles, cuando no de mota algodonada de cornicales; haciendo de almohada, unas veces dichas sustancias arrimadas o acumuladas hacia la cabecera y otras rellenando por separado una piel a modo de cabezal.

Sobre estos lechos tendían a guisa de sábanas y mantas pellejas cosidas de ganado lanar o cabrío, raídas y gamuzadas en verano, con pelos en invierno; no siendo raro que los siervos se vieran en la necesidad de combatir el frío enterrándose en el colchón, con el tamarco puesto cuando era de pinillo. Además, utilizaban la parte disponible de estos dormitorios para arrimar lanzas, garrotes, cestas, espuertas, redes, taños, barquetas, vasijas, lajones para la cava, enjalmos o tajolines para cargar a la espalda, etc. y colgados de estacas espetadas en las paredes los vestidos, zurrones, cuerdas y otros objetos.

Claro que los reyes, príncipes y altos dignatarios dormían solos, dícese que en lechos sobre camastros de madera bastante bien acabados y en habitaciones divididas por cañizos o biombos en uno o más departamentos; al igual que las damas de alcurnia, como ya dijimos, para reposar bajo el mismo techo que sus hijas pero en distintas piezas. Por cierto que en el patio y a la puerta de estos dormitorios de las damas con hijas jóvenes, era costumbre que éstas cuidaran de cultivar en poyos flores silvestres, como siempreviva, tomillo, salvia, retama, etc.

Pero tal vez la cocina era la habitación más importante por su amplitud, especialmente en las zonas frías que contaba de ordinario con un par de chabucos o chozas con sombra como piezas complementarias para ciertas operaciones culinarias. En el patio y a un lado de la puerta solía aparecer por el suelo o sobre algunas de las grandes piedras enterizas arrimadas a la pared para sentarse, dos o tres gochitos o piletas de piedra, ya naturales o artificiales, en ocasiones de madera como dornajito, para lavarse la cara de mañana y las manos cuando comían, y al otro lado un poyo de piedra seca rematado en lajones, sobre el que colocaban un quebeque o talla de barro para beber la servidumbre, ollas y particularmente las cuajaderas, tabajostes y demás artefactos del ordeño y de la industria quesera. (Casi siempre al pie dejaban las escobas de leñablanca, de ajafo, balo, codeso, de ramas de brezo, etc. según las localidades.)

Ya dentro de la cocina, (2) unas veces en la pared frontera pero las más detrás de la puerta, hallábase el locero o bazar con lo mejor de la vajilla de la casa, de barro tosco con algunas piezas de madera. Consistía el aparador, en otro poyo de piedra seca rematado en lajones como el del patio pero blanqueado de tierra, que a diario cubrían con frescas ramas de helechera, laurel, acebuche, laurel, mastranto, etc. y sobre cuyo tapiz figuraba un quebeque o bien un guaque para beber los nobles, gánigos, tabites, tibejas, gabelas de barbuzano y acebiño, platos y otros objetos de cerámica así como el almirez de macanera, cucharas de comer y de olla de brezo, acebiño o laurel; y todo esto adornado con ramas de viñático de bonitas hojas encarnadas, ya de escobones de flores blancas con aromas de manzana y bien de retama, yerba de sangre y otras plantas olorosas.

Por un costado del fondo, encima de un bajo entarimado de piedra seca o poyito veíanse los tres chíniques o piedras del fogón y sobre éste, fuera del alcance de las llamas pero no del humo, el cañizo consistente en un emparrillado de estacas espetadas paralelamente en la pared, donde curaban el queso y ponían de canto el tofe o tostador con el ajer-go para la torrefacción del grano; del otro costado hallábase el molino, de sencillez primitiva. Cuando al fabricar la cocina previsoramente empotraban en la pared la tasorma o soporte, un gran lajón con sobrante al interior que apoyaban en dos palos, y en otras dicha tasorma, que pocas veces era de madera, la preparaban sobre un armazón de cuatro patas enterradas en el suelo sobre el que la colocaban que pocas veces era de
madera; encima de ésta fijaban la muela solera, por medio de un talud de argamasa hecha con una mezcla bien sobada de ceniza y estiércol fresco de oveja, que alisaban con la mano y espolvoreaban con gofio. Con la misma mezcla levantaban alrededor un cerco, con un portillo frontero, que servía de recipiente. Como eran ambas piedras horadadas por el centro con un agujero de igual diámetro, aseguraban en el de la solera a guisa de puón por medio de cuñitas y de la referida argamasa, un trozo de palo cilindrico alrededor del cual giraba la muela voladora. Como complemento del artefacto añadiremos, que como a un metro de altura más o menos sobre el molino tenían fuertemente espetada en la pared la tas,as,a o séase una tablita como de 1/2 metro de larga con un agujero en el extremo libre, y que en redondo y cerca del borde de la superficie superior de la muela voladora practicaban varios hoyitos.

Para funcionar, colocada la persona en pie y quedándole las piedras como a la base del pecho, metía por el agujero de la tas,as,a uno de los extremos del palo del molino o la talas.a, a la par que apoyaba el otro aguzado en uno de los agujeros de la muela, y mientras con la mano que cogía el palo le imprimía un movimiento rotatorio con la otra le alimentaba de grano de vez en cuando como hacen en la actualidad, pues carecía de tolva3. El gofio lo recogían en un zurrón barriendo con escoba de pinillo.

Otro de los muebles de la cocina era el mancebo o los mancebos, donde colocaban las teas, leñablanca, u otro cualquier combustible para alumbrarse. El mancebo estaba representado de ordinario por un verode invertido, en que tres de sus gajos hacía el oficio de patas y el tallo de soporte de una laja de tosca, que era el recipiente. A veces lo sustituían por otra mata o un majano, pero siempre rematado en tosca para que no estallara al calentarse.

Aunque no de uso general tenían banquetitas de brezo, palo-blanco, haya, que las hacían de tres palos, etc., y de una sola como las hemos visto en nuestra niñez, nacida naturalmente del vértice de otras dos ramas que servían de asiento, apoyándolas sobre una piedra. Cuéntase que los reyes y magnates comían en mesitas de madera.

Además de uno o dos taros, que ya hemos dado a conocer, colgaban del techo y de estacas clavadas en las paredes variedad de objetos como cornales, cuajo de báifo, foles, cairianos, albardillas, enjalmas o tajalines para cargar a la espalda, cestas, esteras, etc., y arrimado a los costados hachones preparados, manojos de tomiza, leña, etc. Conservaban el fuego abrigando las brasas con ceniza en el fogón o dejando encendido un tronco de tabaiba; y cuando se les apagaba lo obtenían frotando con un palito de balo, brezo o corazón de granadilla, en unajuápara de tabaiba dulce o de berode, es decir, en una ranura practicada en un gajo seco como lo hemos hecho. Para conseguirlo en pocos minutos no ya con los vegetales indicados sino con otros, se necesita alguna experiencia.

Cuanto al depósito, eran pocos los auchones que tuvieran a su vera una cueva en condiciones que le permitieran usufructuarla por destinarlas a los aregüemes, utilizando en su defecto una puerta de casa, pues la mayor parte y las mejores estaban destinadas a aregüemes públicos, que es donde se custodiaban las reservas de importancia. No obstante las limitadas economías de la familia civil las encerraban en taños, cestas, vasijas, zurrones, cañizos y taros.

Fuego.—Lo sacaban falqueando una juápara de tabaiba dulce o salvaje seca. En un trozo de berode seco, donde se practique a lo largo una canalita o pequeña ranura, frotar con un palito de madera serne como el brezo, paloblanco, corazón de granadilla, etc.
NOTAS

1 Existe cierta dependencia entre la disposición de las viviendas y la organización de las familias, y tanto para poner de relieve esta relación, como las diferencias y conexiones de las viviendas de Tenerife con las del resto del Archipiélago, damos las presentes notas que recogimos hace más de treinta años, así como la planta o croquis del tipo de edificación de los indígenas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro; no haciéndolo de las islas de Canaria y Gomera por extravío de las notas, aunque recordamos que en la primera encontramos algún parecido con las de Fuerteventura, por lo menos en unas ruinas que examinamos hacia la sierra del pueblo de Telde. Estas observaciones respecto a la casa de Canaria no está de acuerdo, sin embargo, con lo que se entrevee en la relación de Bocaccio, donde habla de casas cuadradas.

Después de estudiar atentamente numerosas habitaciones antiguas en Lanzarote, como en Ye; otras en Guatiza conocidas por la «Casa del Rey», la «Escalenta», «Bue-navista»; varias en Teguise como el «Mojón de Lima» (Tahiche), el «Hurón», «Saga», «Peña del Tocón», «Peña de Copar (¿Gopar?)», etc.; de reconocer no pocas en la isla de Fuerteventura, como en Tuineje donde llaman «Las Maretejas» y en el Malpaís Grande de Tiscamanita la «Cueva de las Paredejas», «Cueva del Castillejo», «Iglesia de los maxos» y «Casas de los maxos»; en'la jurisdicción de La Antigua, «Parrado», y por Jandía las notables «Bóvedas del Esquinso», «Binama» y otras; y de examinar bastantes en la isla del Hierro, como en «Iranias»; varias en El Pinar, conocidas por «Cueva Tésera», «Tacalmina», «Cancelitas», etc., distintas en la Dehesa, verbi gracia «Los Alares», el «Rancho de la Cuesta del Jable», el «Malpaís de las Palomas» y otras muchas; hemos elegido como modelo de vivienda de los aborígenes de Lanzareis, una que descubrimos medio soterrada en Masdache en una finca del Sr. Monfort en la jurisdicción de Tías; otra de los maxos de Fuerteventura en Bayuyo, costa del pueblo de la Oliva; y como habitación de los bimbapes del Hierro, la del «Lomo del Canchero» en la Dehesa.

Casa de Masdache (Lanzarote):

Hállase emplazada dentro de un jameo o pequeña excavación artificial que practicaron en el rofe, picón o lava granulada, a la que se llega por una especie de zanja en rampa. Consta de seis habitaciones de forma ovoidea, con un promedio de 3 metros de largas por 2 en su mayor anchura, abovedadas y de altura suficiente para la estación bípeda. Están dispuestas alrededor de un patio circular de 2 metros de diámetro, descubierto, que es el único punto con que comunican las habitaciones. Son las paredes dobles de piedra seca, de unos cinco pies de espesor, de basalto en su base y el resto de material poroso de volcán o trefina, bien ajustadas y con la inclinación suficiente para abovedar los techos, donde las rendijas aparecen cogidas con téigue o tierra gredosa que evita el acceso del viento y del agua. Por fuera del edificio robustece el lienzo de pared del patio, intermediario entre las habitaciones, estribos de piedra seca, y por fin al todo un talud de tierra en redondo menos la zanja.

De modo que mirada la casa a distancia sólo aparece sobre la superficie la corona, semejando un segmento de esfera con un agujero central correspondiendo al patio y cortada de frente para la entrada.

Lámina III.—Como a un par de kilómetros del mar y a las faldas de una extensa ladera, de color gris oscuro por unas partes y gris amarillentas por otras, formadas de arenas, más o menos gruesa, escoria volcánica granulosa, cascajos sueltos y piedras más o menos voluminosas desprendidas, se encuentran entre la montaña del Conchero y el barranco de Garañones, restos de varias construcciones emplazadas sobre un morrete prolongado que lleva la dirección de la sierra al mar y que se interrumpe bruscamente como a 2 kilómetros de la ribera formando una especie de frontón. Sobre el punto más meridional de este frontón, aparece un círculo de piedras a modo de era, que ignoramos a qué fuera destinado por los bimbapes, si bien sospechamos servía de terrero para las luchas u otros ejercicios corporales.

N." 1. Por encima, siguiendo la dirección del mar a la sierra, se hallan las ruinas de otra construcción de forma ovalada, con su diámetro mayor, de 7 metros y 0.70 centímetros, orientado de Sur a Norte y el menor de 5,74 de O a E., con la puerta de entrada por el NO.

Esta pared doble y de piedra seca, medio derruida, se halla estribada en algunos peñasquinos salientes del terreno, ofreciendo el espesor de un metro y una altura por parte de 1,23 centímetros.

N.° 2. Diámetro a/b= 7,70 metros; diámetro g/h= 5,74 m. Entrada (f): Altura de la pared externa, medio derruida, por algunas partes 1,13 m. Grueso de la misma pared -/ b,c,d y e pequeños gorones con un diámetro cada uno de 1,33 m.

Al Naciente y Poniente de esta construcción se hallan las laderas del morro, llenas de conchas del mar, lapas, húrgaos, cuchillos, tiestos, etc.
Los circulitos b, c, d y e son construcciones bastantes originales y que no es posible precisar qué objetivo tenían. Sus paredes están formadas por lajones clavados en el suelo de 1/2 metro de altura y aún más y pavimentado el suelo con lajas a una altura de la superficie del terreno como de 30 centímetros. Hacia el exterior ofrecen una boca como de medio metro de ancho.

Debajo de estas lajas se encontraron cuchillos de piedra, callaos redondos, húrgaos, perros de mar, lapas, trozos de tiestos, ceniza y señales de fuego. ¿Sería un corral para sacrificios? Está sobre el frontón dicho, entre dos resaltes peñascosos del terreno.
N.° 3. Siguiendo al Norte, se halla como una plazuelilla de superficie ligeramente cóncava, de ancho como de 18 m. y unos 20 de largo, donde se ven restos de construcciones de paredes de forma indeterminada, y al Norte de esta plazuela, los restos de un caserío bastante conservado.

Grueso de la pared (exterior) 1,64 m. x: de alto 2,82, y puede asegurarse tuvo más.
Las líneas punteadas indican galerías, que no siempre puede precisarse a qué corrales iban a parar o daban acceso.

a: 2,50 m. de ambos diámetros/ b: 3 m./ c: 2,50 m./ d: 3 m./ f: 4,30 m. de N. a S. y 5,50 de E. a O./ h: 4,23 m. de N. a S. y 3,90 de E. a O./ c: 3 m./ g: 2,35 m. de N. a S. y 2,68 de E. a O./j: 4,73 m. de N. a S. y 4,35 de E. a O.
Al naciente de este caserío y separado por un callejón de 3,89 m. se encuentra la pared externa de otro caserío (n.° 4), que si bien examinado a primera vista parece un alar o corral para cabras, examinado detenidamente se ve que está obstruido y con restos de las paredes divisorias interiores. Tiene su entrada también por el Sur y delante un extenso canchero, de cenizas, lapas, etc.

Al Poniente de este caserío y como a 1/2 kilómetro se encuentra el Lomo de los Números, que ofrece por encima de Los Letreros, las ruinas de otras 5 ó 6 habitaciones, así como en otros puntos de aquellos contornos.

Como a 700 u 800 pasos del Lomo del Conchero existe una montañita con una cueva que mira al S.E. que servía de panteón, conocida hoy con el nombre de Cueva de los huesos, donde encontré varios cráneos y un tablón funerario; no lejos de otra cueva que existe en el Morro de Gutiérrez, que también fue utilizada para necrópolis, donde del mismo modo me deparó la fortuna varios cráneos y dos bastones.

Sobre el E del barranquillo que separa las lomas del Conchero y de Los Números, se levanta un altaríto o pireo. Son las paredes de piedra seca, doble y hueco, aunque obstruido de cenizas, huesos de cabrito, cuchillos de piedra, etc., tiene tendencia a la forma cónica, más ancho de abajo, de 1 metro de altura y otro de diámetro.

Estas son las casas hondas de que hablan los cronistas.

Casa de Bayuyo (Fuerteventura):

Destácase en primer término un gran corral elíptico de 82 metros en su mayor diámetro y 44 en el menor por lo más ancho, de pared doble de piedra seca de metro y medio de altura, con sólo un portillo de entrada al extremo de la elipse. En contorno y adosados por fuera a esta pared hállanse seis dormitorios familiares, separados e independientes, también de piedra seca rematadas en bóveda de lajones cogidos con téigue, pero tan bajos de techo que hay que entrar casi a gatas y permanecer doblado en su interior. Divididos los dormitorios por paredes en tres, cuatro y cinco departamentos de forma ovoidea, que por su disposición recuerdan los dedos distendidos de una mano abierta, van todos a comunicar con un mísgan o pasillo común que desemboca en el gran corral por una puerta gatera. Algunos de los departamentos son tan reducidos que únicamente ofrecen campo para un par de personas, pero otros relativamente mucho más holgados presentan pequeñas alacenas empotradas en las paredes, hechas con lajas, así como tarimas o camastros de piedra seca bien acabadas y cubiertas de lajones, con destino a los lechos.

Dentro del gran corral y distribuidos alrededor más o menos hacia la periferia, aparecen hasta ocho edificios circulares de distintas dimensiones, que por las señales observadas unos fueron destinados a cocinas y otros cubiertos a depósitos y tal vez a dormitorio de hombres; pero la particularidad que más nos interesó fue descubrir emplazada en el centro de la elipse una verdadera tagora, provista de asientos de piedra enteriza, completamente igual a la del auchon de Tenerife; particularidad que puede estudiarse en sus menores detalles en las «Bóvedas del Esquinso».

Tales eran las casas de los maxos de Fuerteventura, que según los capellanes del conquistador Bethencourt denominaban los naturales autieux, que es precisamente la palabra auchon afrancesada.

Casa del «Lomo del Canchero» (El Hierro).
Basta lo referido y tener el esquema a la vista, para hacerse cargo del sistema de construcción de los bimbapes del Hierro.

Dentro de un gran corral de forma elíptica más o menos pronunciada, de pared doble de piedra seca, aparece inscrito en el centro un patio de figura oval, que unas veces dejaban al aire y otras cubrían como en la que describimos; y entre el patio y la muralla externa del gran corral levantaban un mayor o menor número de departamentos más o menos ovales y algunos afectando la forma de un reloj de arena, dando todos su comunicación al patio, y éste por un sólo portillo al campo. Son de piedra seca, bajos de techo como los de Fuerteventura y rematados en bóvedas de lajones, que luego cubrían con tierra impermeable renovada de vez en cuando.

2 No nos cansaremos de repetir que la inmensa mayoría de las grutas estaban destinadas a panteones y un pequeñísimo número a depósitos y apriscos. La creencia de que los guanches eran trogloditas en el sentido de que moraban y dormían en las cuevas es un grosero error.

Cuando en las datas u otro documento de la época de la conquista se habla, verbi gracia, de la cueva auchon del rey, no significa que era la habitación ordinaria y dormitorio del soberano, sino que dicha caverna estaba adscrita al conjunto de las casas viviendas que constituían el auchon real.

3 Fabricaban las muelas de la roca conocida en el país por piedra molinera y de otra menos dura y más esponjosa llamada cascajo, que de ordinario están los yacimientos a orillas del mar, como en las playas de Troya de Adeje, Aguadulce de Los Cristianos en Arona, etc.

ANOTACIONES

(1)  Creo que en este punto Bethencourt Alfonso ha confundido la técnica constructiva de las chozas o casas guanches, con la empleada en los pajares; y éstos últimos pueden responder, también, a influencias y técnicas introducidas en Canarias a partir de la conquista. Nos referimos en concreto, a los modelos de pajares de la Baja Andalucía destacando los existentes en los pequeños poblados dentro del Parque de Doflana (Huelva).

(2)  Volvemos a plantear aquí lo dicho en otros capítulos, y es que D. Juan Bethencourt hace una serie de descripciones del modo de vida, espléndidas, del modo de vida tradicional popular de las Canarias; pero para algunos aspectos, referidos a la cultura guanche, no presenta el respaldo de argumentos estrictamente arqueológicos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario