miércoles, 29 de julio de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-CVIII



Personajes populares

BALDOMERO

A muchas personas mayores les hemos oído contar anécdotas sobre personajes populares de tiempos pretéritos. Hacen referencia a una época de nuestra ciudad que suelen recordar como más grata. Una época en que casi todos los vecinos se conocían entre sí. Eran mayores la pobreza y la incultura, pero resultaban los caracteres más acusados y la fauna humana más pintoresca y variopinta.

Por uno de estos personajes de antaño me interesé, debido a que se le adjudicaban anécdotas muy buenas, pero con tantas variaciones añadidas que imposibilitaba discernir cuál era la versión auténtica. En vista de ello consulté el caso con dos especialistas que sentaban cátedra en los aledaños del Café Madrid: uno era don Pedro Perdomo Acedo, periodista, poeta, ex director del "Diario de Las Palmas". El otro, menos intelectual, pero no por ello de bagaje anecdótico menos jugoso: don Federico Sarmiento, periodista en su juventud, y dedicado en sus años menos mozos a organizar homenajes a canarios ilustres.

Su dictamen sobre el caso me lo dieron a dúo en su "consulting" de la plaza de Cairasco.

Yo no hago más que repetir fielmente lo que ellos me contaron, sin añadir ningún comentario de mi cosecha, esperando que esta versión se? acate como la definitiva y quede zanjada de una vez para siempre esta asidua controversia histórica:

Baldomcro era alto, espigado, con unas piernas muy largas. Era zapatero remendón. En aquella época había dos clases de zapateros: el que hacía los zapatos e iba la gente a probárselos al taller como quien se prueba un traje, y el que se dedicaba sólo a remendarlos. A ponerles, como se decía antes, palas y punteras. Un taller de zapatería era el de Milán. Otro el de maestro Juan Fuentes, en Santo Domingo, que tenía hasta dieciséis operarios. Baldomcro trabajaba solo. Tenía su habitáculo (casa y trabajo), en la calle del Diablito; que hoy es Villavicencio.

Baldomero vivía solo. Su madre residía en Valleseco. Sentía locura por ella. Siempre que podía, como no lo tuviera bajo sus garras la bebida, iba a verla.

Baldomero, borracho, la emprendía con los políticos locales. Su blanco predilecto era don Diego Mesa. Don Diego Mesa era inspector de la guardia municipal, una especie de virrey. Había dado órdenes de que recogieran a los borrachos de la ciudad y los llevaran detenidos a lo que se llamaba el cuarto de las cachuchas, porque en él los guardias solían colgar sus gorras. Luego se llamó también el cuarto del cemento, o, simplemente, el cemento porque las camas eran de manipostería. Llevaban detenido a un maleante, y un traseúnte le preguntaba, zumbón:

      ¿A dónde te llevan Rafaé? — Al cemento.

El cuarto de las cachuchas, o del cemento, estaba en la fachada norte del ayuntamiento, dando a un callejón frío y aburrido. Allí llevaron varias veces a Baldomero, cumpliendo la orden de don Diego Mesa sobre los beodos.

Una de las veces que llevaban a Baldomero detenido, al pasar por delante del Obispado, salía el obispo en ese momento. El obispo, que era el padre Cueto, al ver a Baldomero, se condolió, se paró, alzó la mano y le echó la bendición. Se para un momento Baldomero, le echa a su vez la bendición al obispo, y le dice:

—   Ni me debes, ni te debo.
En cierta ocasión estuvo de visita en Las Palmas el obispo de Tenerife, Fray Albino. Al verlo pasar, Baldomero preguntó quién era aquel conspicuo personaje.
—   Es el obispo fray Albino.
-         ¿Albino? -Miró para él- Tú al vino y yo al ron.

Hay una anécdota de Baldomero que es menos conocida que las anteriores, pero que revelan una gran imaginación: Una vez se rumoreó que Baldomero había muerto. Lo que ocurrió en realidad fue que no se le veía el pelo porque tuvo que pasar una quincena en el cuarto de las cachuchas. Cuando "salió fue a coger el tranvía eléctrico de la plaza del mercado y, al subirse a la plataforma delantera, un conocido le espetó:

— ¡Oh, Baldomero! Me alegro de verte. Decían que te habías muerto.
      ¡Sí, mi niño, sí — le contestó un poco molesto— Pero es que le pedí quince días de permiso al sepulturero.

Baldomero, borracho, soltaba sapos y culebras por la boca, sobre todo si lo llevaban detenido. A don Diego Mesa le decía barbaridades. Lo más inocuo que le decía era: "¡Muera don Diego Mesa!". Luego varió y gritaba: "¡Viva don Diego Mesa!" y añadía en voz baja "para j...".

Baldomero era republicano, y daba vivas a la República y a don José Franchy. Sin embargo, no llegó a ver la República. Murió antes del 31.

Era un borracho de población, no de barrio. Se emborrachaba por los mercados. Nunca fue pedigüeño. Se emborrachaba con dos pesetas, y para eso ganaba de sobra.

Lorenzo Doreste Suárez, en: Revista Aguayro
Año XII nº 141, mayo-junio de 1982.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)


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