martes, 21 de julio de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-LXXXIV



Aquí nació la ciudad, hace cinco siglos. Y aquí se levantó la primera iglesia parroquial, que se puso bajo la advocación de San Antón. Las Palmas de Gran Canaria tuvo un origen guerrero: el del campamento que para la conquista de Gran Canaria emplazó Rejón en el palmeral que bordeaba el río Guiniguada. El frondoso palmeral que habían gozado seculares miradas aborígenes y que contemplarían por primera y última vez los ojos rapaces de los conquistadores. Era la primera ruptura violenta con la naturaleza que impondría ciegamente a su medio la nueva ciudad. Siglos después la urbe devoraría el maravilloso paraje de dunas de los Arenales y las hermosas playas del istmo de Guanarteme. Más tarde los acantilados y playa de La Laja. Ahora espera, pacientemente, su turno. La Isleta.

Finalizada la invasión y conquista, la plazuela de San Antonio Abad se convirtió en el humilde centro cívico-administrativo de la naciente villa colonial. La iglesia de San Antón cumplió funciones de catedral de Canarias hasta que años más tarde se edificó la primera iglesia de Santa Ana —luego llamada "iglesia vieja"—.Después en los albores del siglo XVI, se levantó el gran templo gótico que fue definitivamente la sede catedralicia del Archipiélago. Desde entonces el recinto de la plaza de Santa Ana sirvió de emplazamiento a los edificios civiles y religiosos más importantes y fue la plaza principal de la villa. Este fue el concreto origen de la ciudad, sin mitologías ni leyendas perdidas en el tiempo. La ermita se reedificó a mitad/del siglo XVIII, pero conservó su portada de sillería y el relieve con el águila bicéfala, símbolo de la casa de Austria. La plazuela y la ermita de San Antón han quedado como la sencilla representación iconográfica del primigenio embrión urbano.

Desde la iglesia de San Antón parten estrechas callejuelas que configuraron la primera trama urbana de Las Palmas. Frente a la ermita se emplaza la Casa de Colón, complejo arquitectónico y museístico que recuerda el paso del Almirante por Gran Canaria en sus periplos al Nuevo Mundo. Entre los detalles constructivos y ornamentales de la Casa de Colón destaca la portada de sillería gótica de finales del sigld XV, que se asoma a la calle de aquel nombre, así como la fachada (sigld XVIII) conjugada de hermosos balcones de la Casa de los Hidalgos, frontal a la vieja plazuela de los Alamos, y el balcón esquinero que recoge la composición de Comas.

Cristóbal Colón pasó por Gran Canaria en tres de sus cuatro viajes al Nuevo Mundo: en el viaje del Descubrimiento, en el segundo de sus periplos —al mando de una gran flota que fondeó en la bahía de La Luz— y en el último: De su postrera estancia dejó como huella indeleble una carta dirigida a un fraile de la cartuja sevillana que llevaba fecha de mayo de 1502. Es natural que en Las Palmas de Gran Canaria se guarde el recuerdo del paso de Colón. Flanqueada por las plazas del Pilar Nuevo, de los Alamos y de San Antón y por los pasajes de Colón y de Pedro de Algaba, la Casa de Colón —con sus viejas fachadas y balcones y con sus añadidos contemporáneos, alguno nada acertado ofrece una hermosa composición arquitectónica en el primitivo centro de la ciudad histórica.

Desde la estampa retrospectiva del puente de Verdugo —que la memoria puede sólo gozar en viejas fotos e ilustraciones— la imponente fachada de la catedral de Santa Ana —la antigua catedral del Archipiélago— se aplasta como observada por la potente lente de un teleobjetivo. El edificio históricoarquitectónico más importante de las Islas nació en los albores del siglo' XVI. Era una empresa de gran ambición para una villa que apenas contaba mil o dos mil almas. Toda la ciudad podría caber en su recinto. Pero la fe — efizcamente acompañada de los diezmos y primicias— hizo el milagro y el edificio se elevó sobre elegantes pilares y arquerías góticas. En 1520 llegaban desde Flandes las campanas para sus torres ochavadas. Y diez años después se inauguraba su pila bautismal vertiendo agua bendita en la frente de un niño que fue llamado Juan. Pero como tantos y tantos templos colosales, la catedral quedó inacabada en aquel mismo siglo. En ef XVII se hizo el incomparable Patio de los Naranjos. Y en los últimos decenios del XVIII se  emprendió la conclusión del templo al que los anhelos • neoclasicistas de la época proporcionaron nueva fachada. Montaude, Palacios, Eduardo, Lujan — maestros arquitectos— dejaron su impronta en diferentes épocas de la edificación. Roelas y Quintana, Ortega y Campos, Miranda y el propio Lujan —pintores, retablistas e imagineros— aportaron su capacidad creativa para la mayor prestancia de sus altares y capillas. Costumbres y creencias han cambiado con el paso de los años, pero la silueta de la catedral permanece como un nítido punto de referencia de la antigua ciudad.

Fuente de Santo Domingo. Simbólica iconografía en la plazuela de severidades monásticas. Del convento sólo quedan los aires y los restos de su arquería, instalados en el patio de la Casa de Colón; y la iglesia, la capilla de retablos barrocos y pasos de Lujan. La fuente ya no es pilar, aunque a veces debiera serlo. El agua ha sido, permanentemente un lujo para nuestras gentes. Antes, porque siempre fue difícil traerla desde las ricas cuencas de la isla. Hoy, porque somos muchos para tan poco caudal. Las aguas del barranco de la Mina ya se canalizaban para el suministro de los vecinos de Las Palmas en los comienzos del siglo XVI, aportando murmullos de vida a los dos pilares de la Plaza de Santa Ana y de la calle de Triana. Casi tres siglos más tarde, en 1792, se hicieron llegar hasta la ciudad los caudales de la fuente de Morales, lo que se celebró con el enrramado de los nuevos pilares y las salvas lanzadas desde los castillos. La historia termina por ahora en los miles de pozos perforados y en las costosas plantas potabilizadoras. La estampa de las sencillas mujeres portando los cántaros de agua sobre sus cabezas desapareció hace muchos decenios. Pero no debemos olvidar la silueta de fuentes tan hermosas como la de la Plaza de Santo Domingo.

El Puente de Piedra componía una de las más pintorescas estampas de la vieja ciudad. Cruzando el padre Guiniguada, el puente era el "elemento de comunicación entre Vegueta y Triana. A lo largo de su historia, Las Palmas de Gran Canaria tuvo sucesivamente por lo menos una docena de puentes, de madera, de argamasa o de sillería. De vez en vez, las caudalosas avenidas del Guiniguadg se llevaban el único puente de la villa, arrastrando sus restos hasta el mar. Entonces los vecinos se veían en la obligación de hacer frente al problema, aportando su contribución, cuando no su trabajo, para la nueva construcción. A principios del siglo pasado la ciudad sufría nuevamente este problema. Fue entonces cuando se construyó un nuevo puente que, por deferencia del obispo Verdugo, fue costeado con los fondos de la Diócesis. El puente, cuyo proyecto fue realizado por Lujan Pérez, se hizo de sillería con tres ojos y contrafuertes en sus pilares. Dos lápidas de mármol, insertadas en sus respectivos flancos, tenían esculpidas, respectivamente, las armas del obispo y la fecha de su edificación. Se inició su construcción en el verano de 1814y fue concluido en la Navidad de 1815. El puente de Verdugo permaneció en pie hasta los años veinte de nuestro siglo para ser sustituido por el último puente que tendría Las Palmas.


A. H. P. en: Revista Aguayro
Año XII nº 137, octubre de 1981.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)




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