lunes, 27 de julio de 2015

BAILES POPULARES CANARIOS




     Las distracciones habituales en la sociedad local durante el siglo XIX consistían, básicamente, en la reuniones organizadas en los salones de las casas más pudientes, donde las tertulias servían de pretexto para organizar algunos conciertos caseros, pero más comúnmente para celebrar bailes donde la juventud especialmente, aprovechaba para estrechar lazos y un poco evadirse de las rígidas normas que les imponía la doble moral católica imperante en la época.
 
     Como es de suponer, las novedades musicales provenientes del exterior no debían de ser abundantes ni frecuentes, por ello no era de extrañar que en los salones más elegantes de la burguesía se bailasen temas populares más o menos adaptados a los instrumentos de música “culta”. Por ello no es sorprendente el que las hermanas Casalón nos indiquen que, las danzas más frecuentemente ejecutadas por las elegantes damas y apuestos caballeros fuesen el “Santo Domingo” y El Sorondongo”, en contra posición a las marchas y contra marchas francesas y españolas, más algún que otro Vals.
 
     De todos es conocido el hecho de que muchos músicos europeos se inspiraron en temas populares para componer algunas de sus más celebradas piezas. Uno de estos músicos fue Juan Sebastián Bach, quien según el investigador tinerfeño Javier García Miranda, la segunda partitura para la cuarta sonata está inspirada en la danza guanche la chacona o Sorondongo. Según dicho investigador sometida esta pieza a un proceso digital mediante el cual se separa el sonido de los violines del resto de los instrumentos, queda fielmente representada la danza del Sorondongo.
   
     Como ejemplo de la composición de música de cámara basada en el folklore popular, tenemos la composición más celebrada del compositor canario de origen irlandés, don Teobaldo Power, con  sus “Cantos Canarios”. La chacona o sorondongo, con el nombre de “El canario” estuvo de moda en las cortes europeas durante el siglo XVIII, por lo que en los salones de la aristocracia y burguesía del país se bailaba profusamente desplazando a otras danzas cortesanas europeas, no por sensibilidad hacía una melodía de la tierra, sino simplemente por el hecho de que estaba de moda en Europa. En nuestras islas sigue estando -afortunadamente- en plena vigencia la chacona bajo el nombre de Tajaraste, siendo una de las más interpretadas por los grupos folklóricos y aún se continúa bailando habitualmente en muchos caseríos del interior de las islas.
 
     Creemos interesante dar un rápido repaso a los antecedentes de la danza denominada chacona, o guaracha, cuyo nombre tiene su etimología en el genérico de guaras, guaraches o guaira con que conoce la tradición a los bailaderos públicos de los guanches, que después y por efecto de la cristianización pasaron a llamarse bailaderos de las brujas, en un intento por parte de la iglesia por denigrar y erradicar estas danzas cívico-religiosas, esta actitud intolerante por parte de la iglesia católica obligó a los sacerdotes Kankos a habilitar  guacharas fuera de los poblados en lugares alejado de la influencia de los españoles, por ello, la toponimia registra hoy en día un gran número de espacios que ostentan el topónimo de bailadero de las brujas. Estos lugares generalmente se encuentran situados en lugares recónditos, muchos de ellos en los claros de los bosques. Hoy en día en el bosque de Agua García, El Sauzal, en el lugar conocido como Las Crucitas o Bailadero de Las Brujas, existe un claro  cuyo centro está ocupado por un antiquísimo aceviño, el círculo está formado por pinos visiblemente más antiguos que los Insignes, los cuales fueron replantados en los años cuarenta del pasado siglo y, curiosamente, respetaron a los primitivos que conforman dicho círculo, este hecho en si no tendría nada de particular si no fuera por dos detalles significativos; el primero es que, al replantar los pinos respetaron el gran círculo que forma la guaracha o bailadero; ocupando el centro del círculo está un  aceviño en el cual hay dos cruces colocadas de manera desordenadas y que suelen estar “boca a bajo”, en el suelo están otras dos fijadas a unos soportes y que, como las del árbol están descuidadas durante todo el año hasta la llegada del primero de mayo, en esta fecha alguien limpia el entorno pinta de blanco las peanas de las cruces y el círculo de piedras que rodean al árbol,  colocan debidamente las cruces y las adorna con flores, así como el entorno. Hasta aquí todo normal si quienes se toman tantas molestias año tras años en adornar el entorno pretendiesen rendir culto a las cruces. El ya mencionado investigador Javier García Miranda y quien estas líneas escribe, hemos intentado hallar una explicación a tan peculiar manera de mantener y cuidar el bailadero de Las Crucitas o de La Brujas, iniciamos una visita a dicho lugar un tres de mayo, si bien encontramos el entorno limpio y adornado de flores no había quien supiera darnos una explicación razonable sobre tal hecho, pero Javier más tenaz que yo, volvió al año siguiente y recogió de unos ancianos la siguiente información: “...Venimos aquí porque éste lugar trae buena suerte, desde siempre nuestros padres y abuelos lo han hecho. Dicen que aquí quiso morir un “hombre santo” hace muchos años y dejo encargada a su familia, que hoy viven en La Esperanza, que cuidaran de este lugar. Antes, se dice que venían a bailar aquí las brujas, pero ahora ya no hay.
 
Ante la pregunta ¿Por qué se decía que era un santo? Responde la informante “lo que se dice santo; en realidad no lo era (en el sentido del santoral católico) pero, según le oía hablar a los viejos era una persona que hacía el bien y curaba a las gentes”.
 
“Pasamos  la víspera la noche aquí rezando, pero la del propio día de la cruz no, porque entonces vienen los curanderos a hacer sus cosas y la gente no puede estar.”.
 
Otro informante Braulio de la Paz, natural de Ravelo, nos cuenta: “Donde hoy están las crucitas, decía mi abuela que antes estaba el bailadero de las brujas. 

Yo recuerdo ver, al anochecer del día de la cruz, a los viejos bailando como locos; Antes se enramaba la entrada de la cueva La Labrada, que decían que era una cueva santa”.  
    
     En el último año del pasado siglo, pudimos recoger el testimonio de Doña Concepción Suárez (1906-2001) natural de del Puerto de La Cruz, pero que desde joven vivió en La Matanza (La Resbala) quien a pesar de sus 94 años de edad tenía una mente lúcida y excelente memoria, nos dijo que en sus años mozos (allá por los años 30 del siglo XX) en un barranco de La Matanza existía un lugar llamado el convento, a este lugar acostumbraban ir en romería cierta noche del año hombres y mujeres y,  todos aportaban comida y bebida con la cual hacían una guatativoa. (fiesta) Sobre la media noche los hombres se separaban de las mujeres y éstos se ponían a bailar “como locos” hasta el amanecer, creemos que con la expresión “como locos” pretendía decirnos que no bailaban las danzas habituales, y ésta era desenfrenada, quizás en estos dos ejemplos que hemos reseñados estamos asistiendo a la pervivencia en nuestros días de las danzas rituales de los sacerdotes Kankos, dedicadas a la Luna y al Sol, ya que las danzas se mantenían hasta el amanecer, quizás en un deseo de dar la bienvenida al astro rey naciente, tal como se hacía hasta tiempos relativamente recientes en Arafo, en que todos los días los Kankus iban en precesión acompañados de tambores y flautas a dar la bienvenida al sol es decir iban a buscar al sol, al Pino (Hoy el lugar está ocupado por una pequeña ermita situada a la entrada del casco del pueblo). En cuanto el sol despuntaba se retiraban. Así mismo iban todos los días con idéntico ceremonial desde Chinguaro a la Montaña Grande, en la costa a buscar el sol.
 
     No compartimos la afirmación del musicólogo canario Lothar Siemens Hernández, de que los guanches desconocían el huso de determinados instrumentos tales como el tambor, el bucio o caracol o las castañuelas. (chácaras, algunas construidas con conchas de lapas que se siguen usando en nuestros días)  Es muy poco probable que una cultura esencialmente pastoril desconociera las técnicas de elaboración del tambor o de la pandereta, instrumentos que los guanches elaboraban con pieles de cabra u ovejas y con troncos del árbol drago para las cajas.
 
     La Tamusni, y la etnografía nos muestra la pervivencia de determinados instrumentos musicales de indudable asignación guanche. Concretamente en la isla de Tenerife, podemos apuntar los siguientes: Busios, o caracolas marinas usadas en diversas localidades desde tiempos inmemoriales, la tamusni no dice que, los archimenceyes de Moreque, y de Añico (hoy Roque del Conde), lugares que se hallan distantes varios kilómetros, se comunicaban por medio de busios.
 
La Caña o huesera que sirve para acompañar al tambor dando un ritmo acompasado.
 
     Carrascal, consistente en un palito de brezo, de haya o de otro palo duro con muecas hechas en un filo, y una tablita provista también de filo, se rascaba al compás del tajaraste, las castañuelas hechas de cáscaras de lapas o de pequeñas lajas planas, eran muy usadas en Granadilla, donde también era frecuente el uso de las flautas de caña y los panderos hechos con piel de cabra y madera de drago, en Güímar se hacían unas flautas de malguradas, las que de ordinario no emplean más de cuatro tonos y dos semitono en dos octavas.
 
     La lanza puesta al hombro y haciéndola sonar con un palito duro, era otro rústico instrumento musical guanche, que aún hoy emplean algunos pastores, las de sabina producen el mejor sonido. Las Panderetas se solían hacer con fondo de piel de cabra, poniéndole lapas como sonajeras, a los panderos hechos con iguales materiales se solía añadir chácaras además de las sonajillas. La Sinadera o Zumbadera, estaba muy extendido su uso en Guía de Isora, consistía en una tablilla delgada (de madera o hueso) de unos 20 a 30 centímetros de largo, en uno de sus extremos se le perforaba un agujero por donde se hacia pasar una correa de cuero de unos ochenta centímetros de largo, con la que se le hacía girar o zumbar en el aire. En Daute existía una variante del tambor, consistía en introducir entre los fondos piedrecitas lo que les proporcionaba un sonido peculiar.    
 
     En cuanto a que la arqueología no haya aportado hasta el presente restos de algunos de dichos instrumentos, son bastante comprensible, la propia materia prima era endeble y fácilmente degradable, además de otras causas por todos conocidas, razones por la cual no es probable que  hayan podido perdurar con el paso de los siglos, no obstante, tanto la etnografía como la tradición nos aportan testimonios del uso por parte de los guanches de dichos instrumentos.
 
     Veamos los que nos dicen al respecto el boticario español establecido en Tenerife, Cipriano de Arribas y Sánchez refiriéndose a los bailes guanches: “Su baile favorito era el taxaraste  que se conserva. Bailábase al son de un tambor pequeño, el que era de corteza de pino ó de drago cubierto por sus dos bases con piel de cabrito curtida, el que  tocaban con un solo palo y hacían el compás con calabacitas de las de beber agua llenas de piedrecitas hasta la mitad; flautas de caña, dos piedras planas á guisa de platillos las cháscaras o castañuelas que sencillamente eran dos cáscaras de lapas. El baile era en extremo agitado y los bailarines sudaban la gota gorda. En nuestros días los campesinos que aún bailan el tajaraste, cantan á su compás coplas sencillas y rudas...”.
 
     Posiblemente, el mencionado investigador al escribir su articulo no tuvo en cuenta que la denominada ocupación árabe de España, si bien fue dirigida por éstos, quienes realmente componían las huestes y los posteriores colonos eran los mal denominados “Bereberes” (Pueblos Mazighios), este extremo está sobradamente contrastado por una extensa bibliografía científica, y por la amplia toponimia de origen “berereber” que pervive en  la península ibérica.
 
     Entre los innumerables aportes culturales de estos pueblos (ganaderos y guerreros), a la cultura ibérica de la baja edad media, formó parte sin duda alguna la música popular, y con ella los instrumentos musicales propios entre los que podemos contar los tambores, panderetas, castañuelas, flautas de caña y de huesos etc., erróneamente consideradas de origen español, estos instrumentos, son de uso generalizados precisamente en las zonas donde tuvieron mayor influencia los asentamientos mazigios “bereberes” en la península Ibérica. 
 
     Así mismo, perduran entre el pueblo una serie de danzas de origen guanches que, algunos autores se empeñan en hacerla oriundas de países allende de nuestros mares, veamos algunas de ellas conforme nos las describe don Juan Bethencourt Alfonso, a quien seguimos en este tema.

DANZA DE LAS CINTAS




Danza cívico-religiosa que en ocasiones se bailaba ante el Mencey con motivo de alguna celebración especial y en las grandes solemnidades como el Beñesmer, y otros actos civiles, estaban principalmente destinadas a las ceremonias religiosas. Es esta circunstancia de formar parte de la liturgia guanche ha hecho posible qué perdure en los actuales cultos, como en las procesiones de la Chaxiraxi o Virgen de la Candelaria, del Socorro, de Abona, y en buen número de pueblos y barrios de nuestra geografía, así como el reverencial respeto que el pueblo profesa a los danzantes, indudablemente reminiscencia de la que sus antepasados tuvo al clero Kanko, sus primitivos coreógrafos.
 
     Ahora, como en tiempos guanches, para la danza de las cintas se forman cuadrillas de 14 danzantes: 12 bailarines, 1 tamborilero, el cual toca el tamboril que lleva colgado del meñique izquierdo con un solo palillo y al mismo tiempo la flauta, y el conductor del palo, que viste igual que los danzantes y suele ser elegido el de mayor estatura. El palo es una pértiga de 5 metros de largo, que los guanches coronaban con hermosos ramos de hojas y flores silvestres, de cuya base partían doce cintas de distintos colores, de unos 5 metros de largo, una para cada danzante como en la actualidad. El principal cometido del conductor consiste en evitar que el palo de vueltas para que la danza no  se trabe.
 
     Los danzantes se dividen en dos tandas de a seis cada una, cada tanda lleva una guía delantera y otra trasera, a las que siguen en las entradas y salidas los respectivos grupos al vestir y desnudar al palo. Al compás del tamboril y la flauta marchan bailando, dando dos pasos atrás y otros dos adelante, trazando círculos alrededor de la pértiga, en sentido inverso cada tanda, una sobre la derecha y otra sobre la izquierda, pasando alternativamente por dentro y por fuera cada vez que se cruzan. Cuando han vestido el palo o lo que es igual, cuando la pértiga aparece artísticamente cubierta por el entrelazado de las cintas, danzan en dirección opuesta para desnudar el palo, haciendo en cada tanda de guía delantera la que antes era trasera. Una vez que se concluye la danza, es decir de vestir y desnudar al palo sin que la danza se trabe la danza, los danzantes prorrumpen en regocijados ajijides, que son secundado por el público, si por el contrario, se produce alguna traba, el público los abuchea y les propina silvas monumentales a pesar del respeto de que gozan.
 
     Según las tradiciones, la danza de las cintas tenía ciertas variantes. A decir de algunos, en ocasiones los bailadores hacían sonar las chácaras a la par que danzaban; otras, cada danzante vestía el color de su cinta, con lo que el entrelazado presentaba agradables combinaciones de agradables perspectivas; hasta finales del siglo XIX, existía una modalidad que consistía en cada danzante era acompañado por una niña que cogida de una banda, muy adornadas y bailando con donaire.
 
Septiembre de 2011.
 


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