jueves, 23 de julio de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA




UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1531-1540

CAPITULO VII-XIII



Eduardo Pedro García Rodríguez

1536 Agosto 17.
La denominada tercera guerra de rivalidad entre los reyes europeos Francisco I de Francia y Carlos I de las Españas, como siempre suele suceder en las guerras de la metrópoli, esta colonia de Canarias se ve obligada a pagar las consecuencias de las nefastas políticas exteriores de las monarquías hispánicas.

“Las primeras noticias de la ruptura de las hostilidades se recibieron en las Islas Canarias en agosto de 1536. Fué precisamente la misma emperatriz doña Isabel la que, como gobernadora en ausencia de su marido, el César, escribió al muy magnífico señor don Bernardino de Ledesma, desde Valladolid, a 17 de agosto de 1536, comunicándole cómo llegaban noticias secretas a la corte de que en el puerto de El Havre se preparaba
una flota de 80 naos-"entre ellas la nao grande del Rey de Francia"-, al mando del vicealmirante de Picardia, con propósito de atacar las islas, de paso para las Indias. La Emperatriz aconsejaba al gobernador que se avisase el peligro a todas ellas y "que estuviesen [sus moradores] preparados y en buen recaudo". El maestrescuela de la catedral de Canarias, don Zoilo Ramírez, fue el encargado por la Reina de entregar la misiva al gobernador Ledesma.

En efecto, en 1536 los corsarios franceses se habían reunido en escuadras para caer por sorpresa sobre los galeones de Indias. El hecho de que formasen en las mismas múltipes navíos de Dieppe, hace pensar que fuese Ango-seguramente identificable con el vicealmirante de Picardia de los documentos españoles -el alma y cerebro inspirador del plan de campaña.

El grueso de la flota, compuesto por doce navíos, se lanzó a la captura del general Núñez, que había salido en los días finales de diciembre para Santo Domingo. Los demás navíos se escalonaron entre las Antillas y el cabo de San Vicente, en Espera de los galeones de la carrera de Indias.

Dos de los galeones de la flota de Núñez fueron a caer en poder de la escuadra francesa, pero con tal desgracia por parte de éstos que al poco tiempo tuvieron que librar batalla con tres navíos españoles de guerra, al mando del capitán general don Miguel P'Erea, que se dirigían a las Islas Canarias con la expresa comisión del Emperador de ampararlas y defenderlas, prosiguiendo luego su viaje hacia las Indias. El combate entre franceses y españoles fué largo y sangriento, finalizando con la muerte del almirante francés, al que los documentos españoles llaman monsieur May Get, señor de Roubost.

Mientras tanto, una segunda escuadra francesa, que llevaba por misión apostarse en las Islas Canarias a la caza de galeones, tuvo la suerte de cruzarse en las proximidades de Lanzarote con otra de las flotas de Indias que sin protección militar se había aventurado a internarse en el Océano. Dicha flota, formada Exclusivamente por mercantes, había zarpado de Sanlúcar el domingo 14 de enero de 1537 y se componía de trece naos y una carabela, siendo sús maestres Nycolao de Nápoles, Mateo de Vides, Blas Gallego, Cosme Farfán, Lope Ortiz, Diego Martín y Juan Gallego, entre otros.

Hacia el día 20 de enero, un fuerte temporal dispersó a la flota española, pero ocho de las naos lograron mantener contacto., prosiguiendo tranquilamente el itinerario previsto.
Así las cosas, el lunes 22 de enero de 1537, hallándose la flotilla en las proximidades de Lanzarote, divisó en el horizonte a la escuadra enemiga; pero los españoles, confiados, en un principio creyeron que los navíos franceses eran los buques de la flota dispersos por el temporal y se dirigieron a su encuentro alborozados. La realidad fue descubierta breves momentos más tarde, cuando sin orden, sin preparación y sorprendidos, se hallaban los hispanos en malas condiciones para librar batalla. No obstante, pudiera haberse improvisado una defensa honrosa; mas los maestres, en su desconcierto, no hallaron mejor fórmula que la huída, dejando a cada cual la responsabilidad de sus actos y poniendo toda esperanza de salvación en la suerte.

La escuadra francesa, compuesta de un galeón, dos naos y una carabela, inició la caza aislada de los navíos dispersos, abordando primeramente al Espíritu Santo del que era maestre Nycolao de Nápoles, cuya tripulación apenas ofreció resistencia. Igual suerte corrieron los navíos pilotados por Mateo de Vides y Blas Gallego, mientras los otros, perseguidos de cerca, debieron su salvación a la noche. Uno de ellos, el pilotado por Juan Gallego, ligeramente avériado, buscó refugio en el puerto de Arrecife, mientras los demás proseguían su travesía sin detenerse en el Archipiélago.

Los franceses, después de maltratar a las tripulaciones y saquear los navíos, incorporaron éstos a la escuadra, mientras trasbordaban a la carabela, por exceso de cautivos, parte de los tripulantes, dejándolos en el Océano a merced de su suerte. La carabela, pilotada por Nycolao de Nápoles, pudo arribar a Chipiona, después de accidentada navegación, en 1 febrero de 1537.

La escuadra francesa estuvo entonces merodeando por las aguas del Archipiélago hasta que teniendo noticia su almirante, por una de las presas hechas, de hallarse refugiados en la bahía de Santa Cruz de La Palma multitud de navíos cargados de vino, azúcar y otras mercaderías, decidió dirigirse a aquel puerto, donde se presentó de improviso entre los días 10 y 15 de febrero de 1537. Mandaba entonces en la isla., como teniente del gobernador de Tenerife y La Palma (el segundo adelantado don Pedro de Lugo) , el licenciado don Diego de Rebolledo, y ésta isla había ido creciendo en riqueza y prosperidad, hasta ofrecer un cuadro muy atractivo, según nos la describe un historiador local “La Palma se había hecho en poco más de treinta años una república de grandes esperanzas. Poblada de familias nobles heredadas y todavía activas; condecorada de una ciudad marítima que se iba hermoseando con iglesias, conventos, ermitas, hospitales, casas concejales y otros edificios públicos; defendida contra los piratas europeos, aunque entonces sólo por algunas fortificaciones muy débiles, y dada enteramente al cultivo de las cañas de azúcar, viñas y pomares, al desmonte, a la pesca ya la navegación. La Palma, digo, sin tener ningunos propios considerables, había empezado a conciliarse un gran nombre, no sólo entre los españoles que la conquistaron y que navegaban a las Indias; no sólo entre los portugueses, los primeros amigos del país que hicieron en él su comercio, sino también entre los flamencos, que acudieron después a ennoblecerla, atraídos de la riqueza de sus azúcares o de la excelencia de sus vinos, que llamaban y creían hechos de Palma.

Sin embargo, cuando hicieron acto de presencia en las islas los navíos de Francia, éstas ni se hallaban desguarnecidas por tierra ni indefensas por mar. Hacía ya años que un regidor de Gran Canaria, don Bernardino de Lezcano Múxica, primer alguacil mayor de la Inquisición e hijo de Juan de Ciprio Múxica, conquistador famoso, había organizado con sus propios medios una potente escuadrilla, en su celo de mayor servicio al empera-
dor Carlos V. Noticioso, en efecto, de las correrías piráticas de los enemigos de la Corona, que apostados en la isla desierta de Lobos, entre Lanzarote y Fuerteventura, perturbaban la vida mercantil del Archipiélago, causando molestias e inquietudes a sus naturales, decidió encargar tres navíos de guerra en Vizcaya, que pertrechó y armó de todo lo necesario. Uno de los navíos era tan poderoso que, habiéndolo enviado a Se-villa en busca de pertrechos militares, fué embargado por orden del Emperador para que, fuese a las Indias por almirante de los galeones, llevando como piloto a Simón Lorenzo, corsario portugués de gran fama, natural de los Algarbes, a quien había contratado Bernardino de Lezcano como jefe de su flota. De regreso de aquella expedición a América, se encontraba Simón Lorenzo con sus navíos-febrero de 1537 en Santa Cruz de La Palma cuando los franceses se presentaron de improviso, intentando atacar el puerto.

Tocadas las campanas a rebato y puesto Diego de Rebolledo, teniente de gobernador, al frente de sus hombres, los navíos franceses "pusieron velas mayores, e trinquetas e gabias de manera de guerra e tocaron trompetas e dispararon lombardas". Los cañones de la plaza y los de los navíos de Simón Lorenzo respondieron con certeros disparos durante largo rato, hasta que los franceses, visiblemente tocados, se retiraron hacia el sur.

Simón Lorenzo, con dos de sus naves vizcaínas, por nombres Pintadüla y San Juan Bautista, se lanzó entonces inmediatamente a la captura del enemigo, siguiéndole, más tarde, otro galeón español y un cuarto en el que iba el teniente de gobernador don Diego de Rebolledo con 30 ó 40 hombres; pero la búsqueda fué infructuosa, recalando los navíos españoles en La Gomera, desde donde, regresaron a Santa Cruz de La Palma
después de varios días de ininterrumpida navegación.

Los navíos franceses, que iban mandados por un monsieur Bnabo -se gún la ortografía española, que hace dificilísima la identificación de los personajes- y que llevaban como "práctico" a un mercader francés muy conocido en las islas, llamado Guillaume Michel Caçote, torcieron su rumbo' dirigiéndose a Lanzarote, en cuyo puerto de Arrecife capturaron al navío de la flota de Indias del que era maestre Juan Gallego, allí reo fugiado después de librarse de la primera persecución del enemigo. Prosiguiendo en su tarea, los corsarios obligaron a desembarcar en uno de los parajes más desiertos de la isla a las mujeres que viajaban en los navíos anteriormente apresados, a excepción de dos doncellas, y todas completamente desnudas. En la isla de Graciosa robaron y saquearon otro navío más, y no contentos con tanto éxito, ambicionando la magnífica presa de La Palma, decidieron renovar el ataque y enfilaron sus naves hacia aquel puerto. 

Mientras tanto, el capitán general española, don Miguel Perea, había hecho su entrada en el Puerto de las Isletas y cambiando impresiones con el gobernador don Bernardino Ledesma, después de haber desembarcado los 20 prisioneros capturados en el combate contra  la escudra del señor de Roubost, "en la nao capitana de Francia". Allí tuvo noticia Perea del ataque a La Palma y a Lanzarote, por lo que decidió permanecer diez días en el Puerto de la Luz, esperando a los franceses con ánimo de pelea. Por fin, al tener aviso personal del conde de La Gomera, don Guillén Peraza, de que los piratas andaban sobre aquella isla, partió inmediatamente en su busca, y arribó a San Sebastián de La Gomera, sin encontrarlos. Entonces tuvo Perea una decisión acertadísima: se dirigió a La Palma e hizo su entrada en el puerto de Santa Cruz en los últimos días de febrero de 1537. Unidas sus fuerzas a las de Simón Lorenzo, vieron satisfechos cómo se acercaban, el 1 de marzo, los incautos franceses. Trabado combate, dos navíos enemigos pudieron huir, maltratados, en medio de la refriega, pero la nao capitana se rindió, con captura de sus tripulantes, y en ella entregó su espada al vencedor el capitán
general mansiur de Bnabo, al cual hallaron-según declaración de Ledesma-"muy quemado y herido". Además quedaron liberados de su forzosa cautividad las dos doncellas españolas, cuarenta pasajeros y varios religiosos de ambos sexos que iban a fundar en la isla de Santo Domingo.

El capitán general de la escuadra española, don Miguel Perea, hizo su entrada triunfal en Las Palmas el sábado 3 de marzo de 1537. Todavía permaneció varios días en el Puerto de las Isletas para hacer entrega al gobernador de prisioneros y heridos; y cumplidos estos trámites de rigor, zarpó para las Antillas en prosecución de su triunfal campaña, ya señalada por la derrota de dos almirantes de Francia.

Pero no terminaron con ello los ataques de la piratería franca, sino que hasta que finalizó la guerra al año siguiente, con la tregua de Niza (1538), nuestro comercio se vió perturbado más o menos intensamente y las naves de Simón Lorenzo no lograron un solo día de descanso en el recorrido incesante de sus aguas. Además, los prisioneros franceses vinieron a perturbar la tranquilidad de la ciudad de Las Palmas, aprovechándose del buen trato que les daban los españoles. Hacía dieciocho años que vivía en la isla de Gran Canaria un comerciante francés llamado Juan Marcel, natural de Ruan, en cuya isla había casado con una rica señora, María Santa Gadea, hija y heredera del propietario de los magníficos ingenios de azúcar de la villa de Arucas, el cual, según parece, había venido de Lanzarote y adquirido aquellas tierras, transformadas en pocos años con su esfuerzo y trabajo. Era Santa Gadea natural u oríundo de Francia, y ello explica la satisfacción con que miraría el enlace de Marcel con su hija. De aquel matrimonio había nacido una niña, llamada Sofía de Santa Gadea, que casó muy pronto con Pedro Cerón, hijo del gobernador de Gran Canaria, Martín Hernández Cerón. Ello prueba-como en sus cartas quiere justificar Ledesma-la confianza que a todos merecía e inspiraba, con sobrado fundamento, la persona de Juan Marcel, a quien consideraban como español de nacimiento.

Así las cosas, vióse obligado el gobernador Ledesma a distribuir los prisioneros, por carecer del alojamiento necesario para ello, y pensó que el mejor medio sería repartirlos entre las familias francesas que llevaban avecindadas más de quince años en la isla. A Juan Marcel entregó los de más calidad, entre ellos un "capitán y un gentilhombre".

Pero hacía cinco años que Juan Marcel había traído de Francia, para su ayuda en el comercio, un sobrino llamado Martín Marcel, natural de Ruan, y tentada su fibra patriótica, no dudó en abusar de la confianza depositada en su familia para fraguar, dé acuerdo con los prisioneros franceses, un difícil plan de evasión.

Convenidos con él otros trece compatriotas, todos naturales de Ruan acordaron asaltar el viernes 8 de junio de 1537, con la primera oscuridad, un navío surto en el puerto, propiedad de un vecino de Fuerteventura llamado Juan Aguilar. En efecto, apenas se había puesto el sol, Martín Marcel, acompañado de una esclava negra propiedad de Pedro de Santiago, con la que sostenía trato carnal, y de los trece franceses confabulados, cayeron de improviso sobre la carabela Santa Ana y después de matar a
dos marineros zarparon con rumbo a Fuerteventura.
Hasta las cuatro de la mañana no tuvo el gobernador, don Bernardino de Ledesma, noticia de la evasión, pero una vez enterado, dispuso la inmediata salida de una carabela armada para su captura. Al día siguiente, sábado, a las diez de la mañana, todos los evadidos fueron capturados y rendidos.

Martín Marcel a los pocos días pagó con la vida el intento de evasión.“ (En: A. Rumeu de Armas, 1991)

1537 Octubre 26.
1.270-18.-Traslado de un mandamiento de posesión. Alguacil Mayor: por pleito entre partes, de la una abtor demandante Antonio Hernandes de Porcuna y su mujer Ana Díaz y de la otra reos defendientes Juan Pacho e Alonso Bázquez de Nava, sobre tas. q. fueron de Diego del Pino, con tas. de Antón Viejo y con un barranco q. las cerca, q. los dhos. A. H. y su mujer demandaron a los dhos. diciendo haberse entrado en ellas, sobre lo cual fue contendido fasta q. el pleito fue concluso y las dhas. cosas vistas a ojos por mí fue dada sentencia, por lo cual condeno a los dhos. J. P. y A. B. en la mitad del dho. pedazo, y resuelta apelación pide se le meta en posesión, etc. Signo del escribano Hernán Gonzále. 26-X-1537.

1537 Octubre 28.
1.271-19.-Traslado de mandamiento de posesión. Alguacil Mayor: en pleito tratado entre abtores demandantes Antonio Hernández de Porcuna y reos Juan Pacho y Alonso Velázquez de Nava en razón de unas tas. en Heneto, contendieron hasta tanto q. en 19-X deste año pareció el dho. J. P. y dijo q. puesto q. las dhal. tas. le había vendido A. H. de P. y traspasado el derecho e acción q. en ellas tenía, por escusar pleitos y debates, q. él se desistía y desistió, etc. 28-X-1537.

1537 noviembre 16.
ALONSO DE MATOS FUE DUEÑO  DE UNA CASA CONOCIDA POR “TORREZILLA”  EN TELDE”.  Las Palmas.  “… Pedro de Xerez vezino desta ysla por la qual en efecto pidio a los dichos señores hiziesen merçed de un solar en la çibdad de Telde junto a la casa de Cristóbal  Garçia que  fue de Alonso Garçia texedor  que  comiença desde  la  pared  de  la  dicha  casa  hasta  enfrente  de  la  casa  que  se  dize Torrezilla  que fue de Alonso de Matos que es a la salida de Telde camino de la Vega de la una vanda calle Real y de la otra calle Real.”





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