martes, 14 de julio de 2015

JUEGOS BENESMARES (1)

JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía
.y
Organización socio-política
Edición anotada por MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS, EDITOR La Laguna, 1994



CAPITULO XII



Daban este nombre a las grandes fiestas nacionales celebradas cada cuatro meses durante las legislaturas del Beñesmer, que como dijimos correspondían a la tercera decena del mes de Abril, segunda de Agosto y tercera de Diciembre. En esos días de labor administrativa de la asamblea suprema, entregábanse los reinos con delirante entusiasmo a variados deportes varoniles, banquetes, bailes y otros espectáculos.
Refiérese a estos festejos fray Alonso de Espinosa cuando dice:

«Hacían entre año, el cual contaban ellos por lunaciones, muchas juntas generales; y el rey que a la sazón era y reinaba les hacía el plato y gasto de reses, gofio, leche y manteca, que era todo lo que darse podía. Y aquí mostraba cada cual su valor haciendo alarde de sus gracias en saltar, correr, bailar aquel son que llaman canario con mucha ligereza y mudanzas, luchar y en las demás cosas que alcanzaban. Y no es poco de maravillar que con manjares tan toscos y gruesos se criasen hombres tan valientes, de tanta fuerza y ligereza, y de tan delicados ingenios como dellos han salido».

Añadiendo más adelante, en cada reino «eran estas fiestas tan privilegiadas, que aunque hubiese guerra se podían pasar de un reino a otro seguramente a ellas».

En efecto, los Juegos Beñesmares recuerdan los Olímpicos de los helenos, hasta el punto que así como entre éstos aplazaban las enemistades no entrando con armas en la Elide, de igual modo los reinos guanches en guerra suspendían las hostilidades para que los propios enemigos, con plena seguridad personal, pudieran concurrir a disputar el triunfo. Esta especie de Tregua de Dios fue siempre observada con religioso respeto a pesar de sus luchas enconadas, como si el espíritu de la raza necesitara de un amplio escenario donde realizar las supremas aspiraciones de su vida: los guapos para ostentar sus arrestos; los valerosos desconocidos para adquirir fama; los enemigos para batirse; los jóvenes para conquistar los derechos de hombre; los siervos para alcanzar la nobleza; el amor para ser consagrado por el matrimonio; los mal avenidos para divorciarse; los obligados a la sobriedad para la hartura y los aplanados por la tristeza para la alegría. Así se explica el desasosiego, el afanoso interés con que esas fechas eran esperadas, como igualmente el jubiloso clamoreo que se levantaba por todos los ámbitos de la isla cuando llegaba el ansiado momento.

Preparado en las cercanías de las diferentes cortes un extenso campamento «de sombras y reparos», consistentes en pequeñas chozas cubiertas de follaje con el aspecto de cubiles de fieras, y destacándose en la cabezada el templo de las leyes o séase el tagoro del Be-ñesmer, improvisado con ramas espetadas en el suelo, arcos y flores, desde la amanecida del día señalado iban apareciendo por distintos senderos los Concejos del reino, con todos sus habitantes de ambos sexos precedidos de las respectivas añepas, atronando el espacio con sus ajijides, cantos, bucios, silbos, tambores y tajarastes, saludándose desde grandes distancias unos a otros tan pronto se descubrían. Descendían culebreando por todas partes de los montes, orgullosos con sus parejas de novios engalanados para el himeneo, con sus famosos luchadores, tiradores, corredores y atletas impacientes por llegar al «terrero», conduciendo los siervos de cada tagoro el remanente de alimentos presupuestados por el Estado para los banquetes nacionales: llevaban redes de junco henchidas de quesos, cecina, pescado jareado, de ñames y tarambuches; guaques con cuajada, manteca, panales y miel de abeja, con chacerquen; foles de leche; cairianos de gofio de cebada y de otros diferentes granos; taños de fruta pasada de higos, tamaraonas, de creses y mocanes; quebeques de leche espesa, de guarapo de palma; grandes felecos con pescado fresco, mariscos, gái-tes de helécho y otros artículos, sin contar las manadas de cabras, ovejas y cerdos de la quita para comer en fresco.

No bien los recién llegados entregaban las vituallas y conocían sus alojamientos, donde dejaban como señera la añepa clavada en el suelo, disolvíanse entre la muchedumbre para aumentar la estruendosa algazara y lanzarse a los bailes, cantos, ejercicios y demás espectáculos; hasta que en filos del medio día y al reclamo de los bucios anun  ciando la telfa o banquete, acudía la multitud para celebrarlo al aire libre bajo un sol centelleante, teniendo por mesa una misma ladera o llano. Disponíanse los auchones en ranchos sentados en la tierra en contorno de los gánigos, unos de gofio amasado para hacer gainases y otros de gofio revuelto o caldos humeantes donde todos iban metiendo sus cucharas. Las cabras y las ovejas degolladas las comían sobre lo crudo chorreando sangrasa y pringue, el pescado jareado a medio asar; y tanto éstas como las demás viandas, excepto las líquidas o que exigieran cuchara, como los héroes de Hornero las cogían directamente con las manos engulléndolas en enormes cantidades. Bebían a la conclusión1.

Terminado el festín reanudaban los interrumpidos ejercicios o diversiones, hasta que al atardecer invadían el campamento entre el fusco y no fusco, donde a la luz de centenares de fuegos banqueteaban de nuevo con no menos apetito; mientras en las lejanías más elevadas de las fronteras y en los picos más altos de la sierra brillaban grandes hogueras, notificando a las demás naciones estaban abiertos los Juegos Beñesmares «para el que fuera hombre se presentara a disputar el terrero»; guante que no tardaban en recoger aquellos pueblos en plena edad heroica.

Y este cuadro de intensa vitalidad a cielo descubierto, animado por hombres medio desnudos con algunas prendas de pellejas, altos, cenceños, de hercúlea musculatura; unos trasquilados y otros con barba larga y cabellera flotante de un rubio más o menos acentuado, pero todos de mirar bravio, astutos, rudos y dispuestos a saltar al menor asomo de reto, repetíase cada cuatro meses durante nueve días, administrando, bailando, devorando y disputándose con furor «el terrero».

Para dar idea de lo que eran los Juegos Beñesmares, englobamos en tres grandes grupos el conjunto de trabajos y espectáculos que comprendían, de los que expondremos las noticias más indispensables en los que ofrezcan algún interés y que son mal o nada conocidas. Estos tres grupos los constituímos bajo la denominación:

1.°) El Administrativo, a cargo de la asamblea suprema o Beñesmer, de lo que ya nos hemos ocupado en capítulos anteriores y que por lo tanto no hemos de repetir.
2.°) La Gimnástica, que comprende los principales deportes a que se entregaban por ministerio de la ley en sus concursos locales y generales; y
3.°) El Festival, que abarca la música, bailes, cantos, actos religiosos, banquetes y juegos de entretenimiento o de habilidad; suprimiendo de estos los ya particularizados en distintos lugares con más o menos extensión, como los actos religiosos, banquetes, etc.

* *  *
NOTAS
1 Que era también el momento de los regüeldos. El pueblo guanche poseía un gran fondo de pudicia, no realizando nunca actos o gestos indecentes o groseros; pero aunque parezca extraño, entre el vulgo de ellos no eran los eructos una manifestación de falta de delicadeza sino todo lo contrario. Esto sólo se comprende teniendo en cuenta que el problema de la alimentación entre los indígenas fue con frecuencia un problema de vida o muerte. Por esto tal costumbre perdura aún en algunos caseríos de Arico, Fasnia y otros pueblos; donde en los convites con motivo de casamientos, bautizos, etc., para los que no están en estas interioridades le sorprendería el tiroteo de regüeldos provocados intencionadamente con que rematan el festín, para dar a entender al huésped que se ha comido mucho y bien.

ANOTACIONES

(1) Dentro del marco de la celebración del Beñesmer, que constituye una interesante aportación de D. Juan Bethencourt, hay que deslindar el terreno histórico, de la descripción etnográfica (de acontecimientos festivo-populares coetáneos al autor) y de la recreación literaria.


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