viernes, 13 de junio de 2014

L O S C O N D E N A D O S D E L A T I E R R A-XIII




F R A N T Z  F A N O N.

I I I . D E S V E N T U R A S D E L A CO N C I E N C I A
N A C I O N A L




I V. SO B R E  L A C U L T U R A  N A C I O N A L



Viene de la página anterior.

"De la ciudad donde era estudiante me fui a la guerrilla. Después de varios meses, tuve noticias de mi casa. Me enteré de que mi madre había sido asesinada a quemarropa por un soldado francés y dos de mis hermanas habían sido conducidas al cuartel. Hasta ahora ignoro lo que ha sido de ellas. Me trastornó terriblemente la muerte de mi madre. Como mi padre había muerto hacía varios años, yo era el único hombre de la familia, y mi única ambición fue siempre llegar a ser alguien para mejorar la existencia de mi madre y de mis hermanas. Un día llegamos a una propiedad de colonos donde el gerente, colonialista activo, había matado ya a dos civiles argelinos. Llegamos a su casa por la noche. Pero no estaba. No había nadie en la casa sino su mujer. Al vernos nos suplicó que no la matáramos: Sé que vienen por mi marido, pero él no está... cuántas veces le he dicho que no se meta en política. Decidimos esperar al marido. Pero yo veía a la mujer y  pensaba  en  mi  madre.  Estaba sentada en  un  sillón  y parecía ausente. Me preguntaba por qué no la matábamos. Y en un momento dado ella se dio cuenta de que yo la miraba. Se lanzó  sobre  mí gritando: Se lo  suplico...  no  me mate...  Tengo hijos. Un segundo después estaba muerta. Yo la había matado con mi cuchillo. El jefe me desarmó y dio orden de partir. Unos días después me interrogó el jefe de sector. Yo pensaba que iban a matarme, pero no me importaba.22   Entonces empecé a vomitar después de las comidas, a dormir mal. Desde ese mismo momento esa mujer viene cada noche a reclamarme mi sangre. ¿Y dónde está la sangre de mi madre?"

Por la noche, cuando el enfermo se acuesta, el cuarto "se llena de mujeres", todas iguales. Es una reedición en múltiples ejemplares de una sola mujer. Todas tienen un hueco abierto en el vientre. Están exangües, pálidas y terriblemente delgadas. Esas mujeres hostigan al joven enfermo y le exigen que les devuelva su sangre perdida. En ese momento, un ruido de agua que corre llena  el  cuarto,  se  amplifica  hasta  evocar  el  torrente  de  una cascada y el joven enfermo ve cómo se llena de sangre, de su sangre, el suelo de su cuarto mientras las mujeres se vuelven cada vez más rozagantes, y sus heridas comienzan a cerrarse. Bañado en sudor y terriblemente angustiado, el enfermo se despierta y permanece agitado hasta el amanecer.

El joven enfermo es atendido desde hace varias semanas y los fenómenos oníricos (pesadillas) han desaparecido prácticamente. No  obstante, una gran  falla se  mantiene en su personalidad.  Cuando  piensa  en  su  madre,  surge  como  doble

Caso Nº 4. Un agente de policía europeo víctima de depresión se encuentra en el hospital a una de sus víctimas, un patriota argelino víctima de pánico.

A..., de 28 años, casado, sin hijos. Nos enteramos que desde hace varios años su mujer y él se han sometido a tratamiento, desgraciadamente sin éxito, para tener familia. Sus superiores nos lo envían por trastornos en el comportamiento.

El contacto inmediato resulta bueno. Espontáneamente, el enfermo  nos  habla  de  sus  dificultades;  entendimiento satisfactorio con su mujer y sus suegros. Buenas relaciones con sus compañeros de trabajo; goza además de la estimación de sus superiores. Lo que le molesta es que de noche oye gritos que no lo dejan dormir. Y nos confiesa que desde hace varias semanas, antes de acostarse, cierra las persianas y las ventanas (estamos en verano), con gran desesperación de su mujer que se ahoga de calor. Además, se llena las orejas de algodón para atenuar la violencia de los gritos. Algunas veces, a medianoche, llega a encender el aparato de televisión o pone música para no escuchar esos clamores nocturnos. Entonces, A... empieza a contarnos largamente su drama:
Desde  hace  varios  meses  lo  han  destacado  a una  brigada anti-F.L.N. Al principio estaba encargado de la vigilancia de algunos   establecimientos   o   cafés.   Pero   después   de   algunas semanas,   trabaja   casi   constantemente   en   la   Comisaría.   Es entonces   cuando   practica   interrogatorios,   lo   que   nunca   se produce sin "malos tratos". "Es que no quieren confesar nada."

"Algunas  veces  —explica—  dan  ganas  de  decirles  que  si tuvieran un poco de piedad de nosotros hablarían sin obligarnos a pasar horas para arrancarles palabra por palabra los informes. Pero, ¡quién va a poder explicarles nada! A todas las preguntas responden 'No sé'. Ni siquiera sus nombres. Si se les pregunta dónde viven, dicen 'No sé'. Entonces, por supuesto... hay que hacerlo. Pero gritan demasiado. Al principio me daba risa. Pero después  empezó  a  inquietarme.  Ahora  basta  con  que  oiga  a alguien gritar y puedo decirle en qué etapa del interrogatorio está. El que ha recibido dos puñetazos y un macanazo detrás de la oreja tiene cierta manera de hablar, de gritar, de decir que es inocente. Después de estar durante dos horas colgado de las muñecas tiene otra voz. Después de la tina, otra voz. Y así sucesivamente. Pero sobre todo cuando resulta insoportable es después de la electricidad. Se diría a cada momento que el tipo se va a morir. Hay por supuesto los que no gritan: son los duros. Pero se imaginan que van a matarlos en seguida. No, no nos interesa matarlos. Lo que necesitamos es el informe. A ésos se trata primero de hacerlos gritar y tarde o temprano gritan. Eso ya es una victoria. Después seguimos. Le advierto que nos gustaría mucho evitarlo. Pero no nos facilitan la tarea. Ahora oigo esos gritos hasta en mi casa. Sobre todo los gritos de algunos que han muerto en la comisaría. Doctor, me repugna este trabajo. Y si usted me cura pediré mi traslado a Francia. Si me lo niegan presentaré mi dimisión."

Frente a este cuadro prescribo una licencia por enfermedad. Como el interesado rechaza la hospitalización, lo atiendo en consulta privada. Un día, poco antes de la hora de la sesión terapéutica,  me  llaman  urgentemente.  Cuando  A...  llega  a  mi casa,  mi  mujer  lo  invita  a  espérame,  pero  éste  prefiere  ir  al hospital a buscarme. Unos minutos después, al volver a mi casa, lo encuentro en el camino. Está apoyado en un árbol, con un aspecto obviamente agobiado, tembloroso, bañado en sudor, en plena crisis de angustia. Lo hago subir a mi automóvil y lo llevo a mi casa. Una vez instalado en el sofá, me cuenta que se encontró en el hospital a uno de mis enfermos que había sido interrogado en  los  locales  de  la policía (es  un  patriota argelino)  y  que  es atendido   por   "trastornos   posconmocionales   de   pánico".   Me entero entonces que ese policía ha participado de una manera activa en las torturas infligidas a aquel enfermo. Le administro algunos sedantes que calman la angustia de A... Cuando se va, me dirijo al pabellón donde está hospitalizado el patriota. El personal no  se  ha  dado  cuenta  de  nada.  El  enfermo  no  aparece,  sin embargo. Por fin se le descubre en un lavabo donde intentaba suicidarse  (el  enfermo  también  había  reconocido  al  policía  y creía que éste había venido a buscarlo para volverlo a conducir al local de la policía).
Después, A... volvió a verme varias veces y tras una evidente mejoría consiguió hacerse repatriar por razones de salud. En cuanto al patriota argelino, el personal dedicó mucho tiempo a convencerlo de que se trataba de una ilusión, que los policías no podían venir al hospital, que estaba cansado, que estaba aquí para ser atendido, etcétera.

Caso Nº 5.  Un inspector europeo tortura a su mujer y a sus hijos.

R..., de 30 años, viene espontáneamente a consultarme. Es inspector de policía, y desde hace varias semanas siente que "algo no marcha". Casado, tres hijos. Fuma mucho: cinco cajetillas de cigarros diarias. No tiene apetito y frecuentemente es afectado por pesadillas. Esas pesadillas no tienen características propias. Lo que más le afecta es lo que él llama sus "crisis de locura". En primer lugar, no le gusta que lo contraríen: "Doctor explíqueme eso. Cuando tropiezo con una oposición me dan ganas de golpear. Aun fuera del trabajo, me dan ganas de maltratar a quien se me atraviese en el camino. Por cualquier cosa. Por ejemplo, voy a buscar los periódicos al puesto. Hay mucha gente. Forzosamente hay que esperar. Extiendo el brazo (el dueño del puesto es mi amigo) para recoger mis periódicos. Alguien de la cola me dice con cierto desafío: 'Espere su turno.' Pues bien, me dan ganas de golpearlo y me digo. 'Viejo, si te agarrara unas cuantas horas no te quedarían ánimos de hacer payasadas'." No le gusta el ruido. En su casa siente deseos de golpear a todo el mundo, constantemente. Y de hecho golpea a sus hijos, aun al pequeño de 20 meses, con un raro salvajismo. Pero lo que lo ha llenado de estupor es que una noche, cuando su mujer lo criticó demasiado por haber golpeado a los niños (llegó a decirle: "Por Dios, te estás volviendo loco...,") se lanzó sobre ella, la pegó y la ató a una silla diciéndole: "Voy a enseñarte de una vez por todas quien es el amo en esta casa."

Por fortuna, sus hijos empezaron a llorar y a gritar. Comprendió entonces la gravedad de su comportamiento, soltó a su mujer y al día siguiente decidió consultar a un médico "especialista de los nervios". Precisa "que antes no era así", que casi nunca castigaba a sus hijos y que jamás se peleaba con su mujer. Los fenómenos actuales han aparecido después de "los acontecimientos":   "Es   que   ahora   hacemos   un   trabajo   de infantería. La semana pasada, por ejemplo, estuvimos en operaciones como si perteneciéramos al ejército. Esos señores del gobierno dicen que no hay guerra en Argelia y que las fuerzas del orden, es decir, la policía, deben restablecer la calma. Pero sí hay guerra en Argelia y cuando se den cuenta va a ser demasiado tarde. Lo que me mata son las torturas. ¿Sabe usted lo que esto significa?... Algunas veces torturo diez horas seguidas..."

— ¿Qué siente al torturar?
—Cansa... Es verdad que hay relevos, pero se trata de saber en qué momento hay que dejar que el compañero nos sustituya. Todos piensan que están a punto de obtener los informes y no quieren ceder el pájaro listo al otro que, naturalmente, recibirá los méritos. Entonces, lo dejamos... o no lo dejamos...

"A veces hasta le ofrecemos al tipo dinero, nuestro propio dinero para hacerlo hablar. El problema para nosotros es, en realidad, el siguiente: ¿eres capaz de hacer hablar a ese tipo? Es un problema de éxito personal; se establece una competencia... Al final tenemos los puños derrengados. Entonces se emplea a los 'senegaleses'. Pero golpean demasiado fuerte y acaban al tipo en media hora, demasiado pronto y eso no es eficaz.   Hay que ser inteligente para hacer bien ese trabajo. Hay que saber en qué momento apretar y en qué momento aflojar. Es una cuestión de olfato. Cuando el tipo está maduro no vale la pena seguir golpeando.  Por  eso  uno  mismo  tiene  que  hacer  el  trabajo:  se vigila mejor cómo marcha. Yo no apruebo a los que hacen que otros preparen a los tipos y que cada hora van a ver cómo va la cosa. Lo que hace falta, sobre todo, es no dar al tipo la impresión de que no saldrá vivo de nuestras manos. Se preguntaría entonces para qué hablar si eso no le salvaría la vida. En ese caso no habría ninguna  posibilidad  de  poder  obtener  nada.  Es  absolutamente necesario que tenga esperanza: es la esperanza lo que lo hace hablar.

"Pero lo que más me afecta es el problema de mi mujer. Sin duda hay allí algo de trastornado. Usted tiene que arreglarme eso, doctor."

Como  sus  superiores  le  negaron  la licencia y,  además,  el enfermo no quería el certificado de un psiquiatra, emprendemos un   tratamiento   "en   plena   actividad".   Fácilmente   pueden adivinarse las precariedades de semejante fórmula. Ese hombre sabía perfectamente que todos sus trastornos eran provocados directamente por el tipo de actividad realizada en las salas de interrogatorio, aunque hubiera tratado de rechazar globalmente la responsabilidad hacia "los acontecimientos". Como no pensaba (sería un contrasentido) dejar de torturar (para ello habría que dimitir) me pidió sin ambages que lo ayudara a torturar a los patriotas argelinos sin remordimientos de conciencia, sin trastornos de comportamiento, con serenidad.23

SERIE Β

Aquí hemos reunido algunos casos o grupos de casos en que el acontecimiento motivador es, en primer lugar, la atmósfera de guerra total que reina en Argelia.


Caso Nº 1.  Asesinato por dos jóvenes argelinos de 13 y 14 años de su compañero de juegos europeo.

Se trata de un examen médico-legal. Dos jóvenes argelinos de 13 y 14 años, alumnos de una escuela primaria, son acusados de  haber  matado  a  uno  de  sus  compañeros  europeo.  Han aceptado haber cometido el delito. El crimen es reconstruido y se añaden las fotos al expediente. Se ve a uno de los muchachos sujetar a la víctima mientras el otro la ataca con un cuchillo. Los jóvenes acusados no rectifican sus declaraciones. Sostenemos con ellos largas entrevistas. Reproducimos ahora sus declaraciones características:

a) El de 13 años:

"No nos llevábamos mal con él. Todos los jueves íbamos a cazar juntos al bosque, en la colina, más allá de la aldea. Era nuestro  camarada.  Ya  no  iba  a  la  escuela,  porque  quería  ser albañil como su padre. Un día decidimos matarlo, porque los europeos quieren matar a todos los árabes. Nosotros no podemos matar a los 'grandes'. Pero como él tiene nuestra misma edad, sí podemos. No sabíamos cómo matarlo. Queríamos echarlo a un barranco, pero quizá sólo hubiera resultado herido. Entonces agarramos un cuchillo de la casa y lo matamos.

—Pero ¿por qué escogerlo a él?
—Porque jugaba con nosotros. Otro no habría subido con
nosotros hasta allá arriba.
—Y, sin embargo, ¿no era un amigo?
—Entonces, ¿por qué quieren matarnos? Su padre, que es miliciano, dice que hay que degollarnos a todos.
—Pero, ¿él no te había dicho nada?
—¿Él? No.
—¿Sabes que ahora está muerto?
—Sí.
— ¿Qué es la muerte?
—Es cuando todo se acaba, uno va al cielo.
—¿Fuiste tú quien lo mataste?
—Sí.
—¿No te afecta el haber matado a alguien?
—No, porque ellos quieren matarnos, entonces...
—¿Te molesta estar preso?
—No.

b) El de 14 años:

Este joven acusado contrasta claramente con su compañero. Es ya casi un hombre, un adulto por el control muscular, la fisonomía, el tono y el contenido de sus respuestas. Tampoco él niega haber matado. ¿Por qué ha matado? No responde, pero me pregunta  si  he  visto  algún  europeo  en  la  cárcel.  ¿Ha  habido alguna vez un europeo arrestado por el asesinato de un argelino? Le respondo que, efectivamente, no he visto europeos presos.

—Y, sin embargo, son asesinados argelinos todos los días ¿no?

—Sí.
—Entonces  ¿por  qué  sólo  hay  argelinos  en  las  cárceles?
¿Puede usted explicármelo?
—No, pero dime ¿por qué mataste a ese muchacho que era
tu amigo?
—Voy a explicarle... ¿Usted habrá oído hablar del asunto de Rivet?24
—Sí.
—Dos de mis parientes fueron asesinados ese día. Entre nosotros se dijo que los franceses habían jurado matarnos a todos, uno tras otro. ¿Se arrestó a algún francés por todos esos argelinos que fueron asesinados?
—No sé.
—Pues bien, nadie fue arrestado. Yo quería subir al djebel, pero soy demasiado joven. Entonces decidimos con X... que había que matar a un europeo.
— ¿Por qué?
— ¿Qué debíamos hacer según usted?
—No sé. Pero tú eres un niño y lo que está sucediendo es cosa de gente grande.
—Pero también matan a los niños.
—Pero ésa no era una razón para matar a tu amigo.
—Pues lo maté.  Ahora hagan lo que quieran.
— ¿Te había hecho algo ese muhacho?
—No, no me había hecho nada.
— ¿Entonces?...
—Así es...

Caso Nº 2. Delirio de culpabilidad y conducta suicida disfrazada de "acto terrorista" en un joven argelino de 23 años.

Este enfermo es enviado al hospital por la autoridad judicial francesa. La medida se toma tras un examen médico-legal practicado por psiquiatras franceses que ejercen en Argelia.

Se  trata  de  un  hombre  enflaquecido,  en  pleno  estado  de confusión. El cuerpo está cubierto de equimosis y dos fracturas de la mandíbula imposibilitan toda absorción de alimentos. Durante más de dos semanas habrá que alimentar al enfermo por medio de diversas inyecciones.

Al cabo de dos semanas, se interrumpe el vacío del pensamiento;   puede   establecerse   un   contacto   y   logramos construir la historia dramática de este joven:

Durante  su  adolescencia  practicó  con  extraño  fervor  el escultismo. Se convirtió en uno de los principales responsables de los boy scouts musulmanes. Pero a los 19 años abandonó totalmente el escultismo para ocuparse sólo de su profesión. Mecanógrafo, estudia con tenacidad y sueña con llegar a ser un gran especialista en su oficio. El 19 de noviembre de 1954 lo sorprende absorbido por problemas estrictamente profesionales. No tiene por el momento ninguna reacción respecto de la lucha nacional.  Ya  no  frecuentaba  a  sus  antiguos  compañeros.  Se definirá a sí mismo en esa época como "dedicado a perfeccionar sus capacidades técnicas".

Sin embargo, a mediados de 1955, durante una velada familiar, tiene súbitamente la impresión de que sus padres lo consideran   como   un   traidor.   Después   de   varios   días,   esa impresión fugitiva se desvanece, pero le queda cierta inquietud, cierto malestar que no logra comprender.

Decide entonces hacer sus comidas apresuradamente, evade el  medio  familiar  y  se  encierra  en  su  cuarto.  Evita  todos  los contactos. En esas condiciones se produce la catástrofe. Un día, en plena calle, como a las doce y media, oye claramente una voz que lo acusa de cobarde. Se vuelve, pero no ve a nadie. Apresura el paso y decide no ir a trabajar. Se queda en su cuarto y no cena. Por la noche estalla la crisis. Durante tres horas escucha toda clase de insultos, voces en su cerebro y en la noche: "traidor... cobarde... todos los hermanos que mueren... traidor... traidor..."

Le domina una angustia indescriptible: "Mi corazón latió durante 18 horas a un ritmo de 130 por minuto. Creía que me iba a morir."

Desde entonces, el enfermo no puede tragar nada. Adelgaza a ojos vista, se confina a una oscuridad absoluta se niega a abrir la puerta de su cuarto a sus padres. Al tercer día, se pone a rezar. Está arrodillado, me dice, de 17 a 18 horas diarias. Al cuarto día, impulsivamente, "como un loco", con "una barba que también debía hacerlo parecer loco", sin saco ni corbata, sale a la ciudad. Una vez en la calle, no sabe a dónde ir; pero camina y al cabo de cierto tiempo se encuentra en la ciudad europea. Su aspecto físico (de aspecto europeo) parece protegerlo de los interrogatorios y controles de las patrullas francesas.

Pero   junto   a   él   argelinos   y   argelinas   son   arrestados, maltratados, insultados, registrados... Paradójicamente, él no trae consigo ningún documento. Esa amabilidad espontánea de las patrullas enemigas respecto de él lo confirma en su delirio: "todo el mundo sabe que está con los franceses. Los soldados mismos tienen consignas: lo dejan tranquilo".

Además, la mirada de los argelinos arrestados, con las manos detrás de la nuca, esperando ser registrados, le parece cargada de desprecio. Víctima de una agitación incontenible, se aleja a grandes pasos. Es entonces cuando llega frente al edificio del Estado Mayor francés. En la reja hay varios militares con la ametralladora en la mano. Se acerca a los soldados, se lanza sobre uno de ellos y trata de arrebatarle la ametralladora gritando: "Soy argelino."

Rápidamente  dominado,  es  conducido  a  los  locales  de  la policía, donde se obstinan en hacerle confesar los nombres de sus jefes y los de los distintos miembros de la red a la que pertenece. Al cabo de algunos días los policías y los militares comprenden que se trata de un enfermo. Se decide un examen, que diagnostica la  existencia  de  trastornos  mentales  y  prescribe  la hospitalización. "Lo que yo quería, nos dice, era morirme. Aun en el cuartel de la policía, creía y esperaba que después de las torturas me mataran. Me sentía satisfecho de los golpes, porque eso probaba que me consideraban también como su enemigo. Ya no podía escuchar esas  acusaciones  sin reaccionar.  No  soy  un cobarde. No soy una mujer. No soy un traidor."25

Caso Nº 3. Actitud neurótica de una joven francesa cuyo padre, alto funcionario, es muerto en una emboscada.

Esta joven de 21 años, estudiante, me consulta por pequeños fenómenos de angustia que la afectan en sus estudios y en sus relaciones sociales. Las manos constantemente sudorosas, con periodos verdaderamente inquietantes en que el sudor "le corre por las manos". Opresiones torácicas acompañadas de jaquecas nocturnas. Se muerde las uñas. Pero lo que llama la atención es, sobre todo, la facilidad del contacto, manifiestamente demasiado rápido,  cuando  se  siente,  subyacente,  una  gran  angustia.  La muerte de su padre, reciente sin embargo según la fecha que cita, es referida por la enferma con tal ligereza que orientamos rápidamente  nuestras  investigaciones  a  las  relaciones  con  su padre. La exposición que nos hace, clara, absolutamente lúcida, de una lucidez rayana en la insensibilidad va a revelar, precisamente por su racionalismo, el trastorno de esta joven, la naturaleza y el origen de su conflicto.

"Mi   padre   era   un   alto   funcionario.   Tenía   bajo   su responsabilidad una inmensa región rural. Desde que empezaron a suceder cosas se lanzó a la caza de argelinos con una rabia furiosa.  Llegaba  a  no  comer,  a no  dormir:  hasta  ese  punto  lo excitaba el reprimir la rebelión. Asistí, sin poder hacer nada, a la lenta metamorfosis de mi padre. Por fin decidí no volver a verlo, quedarme en la ciudad. Efectivamente, cada vez que iba a la casa permanecía  noches  enteras  despierta  porque  los  gritos  que llegaban de abajo no dejaban de trastornarme: en el sótano y en las piezas vacías se torturaba argelinos para obtener informes. Usted no puede imaginarse lo espantoso que es oír gritar así toda la noche. Algunas veces me pregunto cómo un ser humano puede soportar —no hablo ya de torturar—, sino simplemente oír esos gritos de sufrimiento. Y aquello duraba. Por fin dejé de ir a la casa. Las pocas veces que mi padre venía a verme a la ciudad no podía mirarlo de frente sin  sentirme  horriblemente molesta y horrorizada. Cada vez me resultaba más difícil besarlo.

"Es que yo viví mucho tiempo en la aldea. Conozco a casi todas las familias. Los jóvenes argelinos de mi edad y yo jugamos juntos cuando éramos chicos. Cada vez que llegaba a la casa mi padre me enteraba de nuevos arrestos. Llegó un momento en que ya no me atreví a caminar por la calle; tan segura estaba de tropezar con el odio por todas partes. En el fondo de mí misma, les daba la razón a esos argelinos. Si yo fuera argelina, estaría en las guerrillas."

Un día, sin embargo, recibe un telegrama con la noticia de que su padre está gravemente herido. Va al hospital y encuentra a su padre en estado de coma. Poco después muere. En el curso de una misión de reconocimiento con un destacamento militar "había sido herido: la patrulla cayó en una emboscada tendida por el Ejército Nacional Argelino.

"El entierro me repugnó —dice—. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre cuyas 'altas cualidades morales   habían   conquistado   a   la   población   indígena'   me producían náusea. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos sabían que el número de muertos en la tortura era de diez diarios y venían a contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc... Debo decir que ahora las palabras no tienen para mí ningún valor, o no mucho en todo caso. Inmediatamente regresé a la ciudad y evité ver a todas las autoridades. Me propusieron subvenciones, pero las rechacé No quiero su dinero. Es el precio de la sangre vertida por mi padre. No quiero. Trabajaré."

Caso Nº 4.   Trastornos del comportamiento en niños argelinos menores de 10 años.

Se trata de refugiados. Son hijos de combatientes o de civiles muertos por los franceses. Están distribuidos en distintos centros en  Túnez  y  en  Marruecos.  Esos  niños  van  a  la  escuela.  Se organizan partidas de juego, salidas colectivas. Los niños son vigilados regularmente por médicos. Así tenemos la oportunidad de examinar a algunos.

a) Existe en los distintos niños un amor muy marcado por las imágenes paternales. Todo lo que se parece a un padre o a una madre es buscado con gran tenacidad y celosamente conservado.

b) Se advierte en ellos, de una manera general, una fobia al ruido. Esos niños se afectan mucho con las reprimendas. Tienen gran sed de calma y de afecto.
c) En muchos de ellos, hay casos de insomnio con sonambulismo.
d) Enuresia periódica.
e) Tendencia sádica. Un juego frecuente: una hoja de papel es perforada rabiosamente haciéndole múltiples agujeros. Todos los lápices están mordisqueados y se muerden las uñas con una constancia desesperante. Son frecuentes las disputas entre ellos, a pesar de que se tienen un gran afecto en el fondo.

Caso Nº 5. Psicosis puerperal entre las refugiadas.

Llamamos psicosis puerperal a los trastornos mentales que afectan  a la mujer como  consecuencia de  la maternidad.  Esos trastornos   pueden   aparecer   inmediatamente   antes   o   pocas semanas  después  del  parto.  El  determinismo  de  estas enfermedades es muy complejo. Pero se estima que las causas principales   son   un   trastorno   en   el   funcionamiento   de   las glándulas endocrinas y la existencia de un "choque afectivo". Este último término, aunque vago, designa lo que el vulgo llama "emoción fuerte".

En las fronteras tunecinas y marroquíes, después de la decisión tomada por el gobierno francés de practicar en cientos de kilómetros la política del glacis y la tierra quemada, hay cerca de 300 000 refugiados. Sabemos en qué estado precario viven. Comisiones  de  la  Cruz  Roja  Internacional  han  acudido  varias veces a esos lugares y, tras haber comprobado la extrema miseria y la precariedad de las condiciones de vida, han recomendado a los organismos internacionales la intensificación de la ayuda a esos refugiados. Era previsible, pues, dada la subalimentación que reina en esos campos, que las mujeres embarazadas mostraran una predisposición especial a la psicosis puerperal.
Las frecuentes invasiones de tropas francesas para aplicar "el derecho de seguir y perseguir", los ataques aéreos, los ametrallamientos —es sabido que los bombardeos de territorios marroquíes y tunecinos por el ejército francés son incontables, y Sakiet-Sidi-Youssef, la aldea mártir de Túnez es el caso más sangriento—,  la  situación  de  desintegración  familiar, consecuencia de las condiciones del éxodo, mantienen entre los refugiados una atmósfera de inseguridad permanente. Son pocas las argelinas refugiadas que hayan dado a luz sin presentar trastornos mentales.

Esos trastornos revisten diversas formas. Son agitaciones que pueden tomar algunas veces caracteres de furia, o fuertes depresiones inmóviles con repetidos intentos de suicidio o, por último, estados de angustia con llanto, lamentaciones, imploraciones de misericordia, etc... También el contenido del delirio varía. Encontramos así un delirio de persecución vago, que se refiere a cualquiera, o una agresividad delirante contra los franceses, que quieren matar al niño por nacer o recién nacido, o una impresión de muerte inminente; en este caso, las enfermas imploran a invisibles verdugos que no maten a sus hijos...

También   aquí   hay   que   señalar   que   los   contenidos fundamentales no son borrados por el alivio y la regresión de los trastornos. La situación de las enfermas curadas mantiene y nutre esos núcleos patológicos.

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