UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XXXVII
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1918 marzo 19.
Nace José Torres
Hernández.
En el imaginario
colectivo del pueblo de Fuencaliente de La Palma, la figura de José Torres Hernández está
asociada a la música, pues participó de manera muy activa en la vida cultural y
social del pueblo. Desde su infancia aprendió conocimientos musicales y esa
condición le llevó a formar parte de la orquesta “Minerva”, en la que tocaba el
trombón. Después, en la década de los años ochenta y al menos hasta 1990
impartió sus conocimientos entre los jóvenes de la localidad, varios de los
cuales formaron más tarde la banda municipal “San Antonio”. De su buena labor
queda el recuerdo de un trabajo bien hecho y considerado.
Nació el 19 de marzo de
1918 en Los Canarios, hijo de Juan Torres Díaz y Adelina Hernández Díaz.
Aprendió las primeras letras de la mano de su abuelo materno, Luciano Hernández
Armas y más tarde, en la capital palmera, cursó los estudios de bachillerato.
En 1937, a la edad de 19 años y recién comenzada la guerra civil española, fue
movilizado y enviado a las operaciones en el norte de África, aunque no
intervino de manera directa en el conflicto bélico.
En 1943 regresó
licenciado a Fuencaliente y en ese mismo año contrajo nupcias con Agripina
Pérez Triana, matrimonio del que entre 1944 y 1959 nacieron cinco hijos:
Adelino José, Carmen, Juan Matías –propietario de Bodegas Matias i Torres–,
José Roque y Andrés Marino, respectivamente. Se dedicó a la agricultura,
especialmente a la viticultura en la tercera generación familiar, así como al
comercio de la cochinilla y el cuero –con lo que seguía de ese modo una
tradición familiar– y su actividad comercial, además de toda la isla, se
extendió en etapas determinadas a Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas.
Asimismo fue concejal
del Ayuntamiento de Fuencaliente de La
Palma en varias ocasiones, en la corporación presidida por su
cuñado Emilio Quintana Sánchez y entre 1964 y 1966, por ausencia de aquél,
ejerció en varias ocasiones de alcalde accidental. Su compromiso con la
sociedad fuencalentera le llevó, además, a desempeñar el cargo de juez de paz
durante cuatro años, entre 1978 y 1982. Falleció el 6 de diciembre de 1991 en La Laguna (Tenerife) el 6 de
diciembre de 1991 y sus restos mortales reposan en el cementerio de su pueblo
natal. El 28 de agosto de 1992 –en tiempos del alcalde Pedro Nolasco Pérez y
Pérez– fue inaugurada una calle con su nombre, colindante con la que fue su
residencia en el barrio de Los Canarios. (Díaz Lorenzo, Juan Carlos.
“Fuencaliente. Historia y tradición”, p. 336. Madrid, 1994.)
1918 junio 1.
Nací el día uno de junio de
1918, y el día primero no me apuntaron sino al otro día, y al otro día me
tocaba Pánfila, y ese es el nombre que tenía en el ayuntamiento y después me
bautizaron Herminia, me bautizaron allarriba en La Fuente, mira tú si hay
años. Y el apellido también se equivocaron en el ayuntamiento, porque mis hermanos
son todos Alayón Valentín y la que soy Pérez soy yo. Y razón tiene
Herminia, han sido muchos años batallando en una vida que ha transitado por
numerosos vericuetos, porque no había sino penas y trabajos.
Herminia nació en el Valle de San
Lorenzo, en Las Casas de Abajo, bautizaba en los últimos años en que la Ermita de San Lorenzo
Mártir se mantuvo en La Fuente,
antes de su traslado, en 1923, a su emplazamiento actual. Y a la que hay que
seguir tratando en presente, por más que su fallecimiento haya acontecido en
2008.
Desde su infancia se dedicó al
trabajo y en la ayuda al sustento de su casa. Su primer trabajo fue en el
cultivo de tomates en Las Madrigueras, con Antonio Domínguez, que estaba una
hermana mía casada y trabajaba el marido. Dice: vamos que ellos están buscando
una muchacha. Nací, na más que pa eso, llevábamos de aquí de los Llanos del
Camisón una caja de tomates a la
Caldera, al salón de don Eugenio, porque todavía eran pocos y
no podían empaquetarlos.
En el Valle de San Lorenzo vivió
hasta que se casó, en 1941, con el pescador de Los Cristianos, Pedro Melo
Tavío. La riqueza expresiva de Herminia nos sitúa en las costumbres que se
aplicaban en las celebraciones de las bodas, como en la de sus padres, Juan
Alayón y Eugenia Valentín, que no se fueron a vivir juntos desde esa primera
noche. Yo sé que me acuerdo de oírle a mi padre, o a mi madre, que se
casaron y cada uno se fue pa su casa y a los dos o tres días fue. Dice: pues
qué vueltas Juan. Dice: no sabes tú la vuelta que traigo. Digo: no les daba
vergüenza después, eso lo criticaban.
Bodas austeras; como invitados,
los más allegados; como alimentos, lo que se pudiera conseguir. Ceremonia
sencilla, a la que había que trasladarse a piel o a lomos de animales, hasta
que el progreso trajo el camión o alguna guagua. Herminia anota que fue a más
de una de estas celebraciones en camello, las bodas en camello también fui y
otra vez fui andando y dije que no volvía más con los zapatos, porque estaban
esperando un camión y no vino, pero en camello bautizos y todo. Asimismo
estas caravanas de camellos eran el regocijo de la chiquillería. Me acuerdo
que íbamos a encontrar los camellos cuando nos parecía que ya venían y nos
tiraban anises y pastillas y con aquello teníamos. Y daban sus brindes, en las
bodas, las pastillas, entonces no habían caramelos, era una lata y se brindaban
todos, y en los bailes.
Con ese humor que contagia a
quien la escucha, recuerda como le respondió a su nieta cuando le pregunta qué
le regalaron en su boda. Digo: un cesto papas. Y me regalaron un cesto papas
y queé más privada que las de ahora con un juego de sabanas, que no había sino
penas y trabajos. Estuve más de dos meses juntando arroz pa hacer arroz y
leche, se hacía garbanzos y se hacía sopa, el pan era ese día antes, estaba la
panadería allí. A su boda fue vestida con un traje gris, me lo hizo una
costurera que yo cosía allí, yo sabía algo de coser, amañada, y me lo hizo, la
llamaban Pilar la
Indianita. Colores claros, azul, verde, cada uno como le
gustara. ¿La cola?, la cola la dejábamos pa una blusa, pa otra cosa, un traje
cualquiera. Y con esta costurera también aprendió a leer y escribir, yo
allí aprendí a hacer las dos letras que sé, y le ayudaba a coser. Pero gracias
a dios, a muchos escribí, a los vecinos cuando la guerra, escribía cartas.
Después de su boda vivió en Los
Cristianos, hasta comienzos de la década de los años cincuenta, que regresó al
Valle de San Lorenzo, a El Toscal. A mi si me gustaba Los Cristianos, pero
en Los Cristianos no se podía vivir si no había dinero pa todo y el Valle era
distinto, de fruta mi familia tenía, si el vecino cogía papas no te faltaba, y
lo que había.
En estos años Herminia transitó
las veredas que comunicaban los barrios de Arona y Vilaflor. Sobre su cabeza
transportaba una cesta de pescado, lo llevaba fresco y jareado, pero con
ciertas preferencias; a mi me gustaba más llevarlo salado, porque se vendía
más y si no se vendía se podía guardar pal otro día, que en ese tiempo no había
neveras. Lo vendía por áhi parriba, porque en ese tiempo no había que comer y
no había nada y parriba había más que aquí, y me daban papas, me daban cebada y
lo que producía la tierra, porque allá abajo no producía nada. Y después iba
cargada, ¡ah dios!, y algunas veces digo, no sirvo panada, hasta buena estoy,
lo que se trabajaba antes.
También lo vendía en el Valle de
San Lorenzo, sobre todo cuando se trasladó a vivir a comienzos de los años
cincuenta, pero cuando estaba más escasa las cosas iba parriba pa Jama, pa
Vilaflor. Asimismo simultaneaba la venta de pescado con otros trabajos como
el de jornalera en los tomates que se sembraban en Chayofa, en la propiedad de
José Antonio Tavío. En este caso utilizaba el trasporte del personal de esta
finca para trasladarse a Arona y de allí subir a Vilaflor caminando. Iba,
cuando vendía el pescado, iba con él hasta Arona, en el camión de Juan Martín,
yo no me paraba en Arona, que en Arona no me lo pagaban, sino seguía parriba a La Escalona y después venía
cargada de papas y de lo que hubiera de fruta y eso, y lo dejaba en una venta
de Panchín, lo dejaba allí y venía caminando hasta Chayofa y allí me quedaba
trabajando. Y después a la tarde volvía a buscar el personal y volvía yo con
Juan Martín y recogía lo que dejaba arriba. A las diez de la mañana, una
vez que había vendido el pescado, se desplazaba a Chayofa para comenzar la
jornada en los tomates.
Herminia posee una mente
despierta, con ocurrencias que levanta la sonrisa con los ejemplos o con las
reflexiones que vierte en cada frase. Como cuando al preguntarle si para el
traslado a la cabeza de una caja de tomates, que podría rondar los 30 kilos,
desde El Camisón a La Caldera,
que bien pudiera rondar el kilómetro, no se disponía de burros, contesta
rápidamente: pero había burras.
Mujer vivaracha,
vitalista a pesar de los duros golpes por los que ha pasado. Mujer expresiva,
que lleva toda su vida en su mirada. Mujer menuda, con su piel surcada por las
infinitas huellas de esas penas y esos trabajos por los que ha transcurrido su
duro caminar, cual memoria del siglo veinte. Y aún así el brillo de sus ojos se
intensifica al comentar, pero fui feliz, hasta aunque sea con penas y
trabajos, fui feliz. (Marcos
Brito, 2013)
1919.
En el horno de la vida con Julia García Morales, (Julita Morales)
La presencia de Julita Morales
(Valle de San Lorenzo, 1919 - 2005) se encuentra arraigada en la mente de
sus vecinos, sobre todo, por ser una de esas esforzadas mujeres que los
avatares de la vida le supuso hacer una profesión la organización de las bodas.
Sencillas celebraciones en lo que lo más frecuente era que los padrinos pusiera
los ingredientes y estas mujeres se trasladaban al lugar de celebración para
prepararla, o bien si se disponía de horno propio elaborar los dulces y
trasladarlos al lugar de celebración. Con dulces, vino y chocolate, mesas en el
centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus paredes, se festejaron
muchos de estos banquetes.
Como el suyo, al contraer
matrimonio con Antonio García Morales, en la Parroquia de San Antonio
Abad en Arona, una tarde de octubre de 1939. Mi boda fue dulces nada más,
entonces no se sabía hacer sangüis y nada de eso, dulces y chocolate, y la
mesita y picar allí, y un poquito de vino. Lo celebré aquí y después el baile
fue allá en Chindia, cas Pedro el de Chindia y Josefina. Y la celebró en su
vivienda, aquí en este cuarto, en una mesa, mi madrina fue Antonia la Panadera y el hermano
José. Antonia y yo éramos amigas y por eso fue la madrina, y el hermano.
Antonia y José Valentín Hernández, en cuya panadería, la de sus padres, Antonio
Valentín y María Hernández Delgado, María la Panadera, se
prepararon los dulces, como el de otras tantas celebraciones.
Julia García Morales, Julita
Morales, comenzó con este menester en la década de los años cincuenta, bueno,
pues después que mi marido murió, que falleció en 1950. Y continuó hasta
los años ochenta, que más de trescientas bodas hice yo. Y prosigue su
relato del inició en estas labores. Porque a mi siempre me gustaba ir a las
bodas a ayudar a hacer de comer y así y entonces Lola Bello, ella se dedicaba a
hacer de comer y me dijo: muchacha porqué tú no vas a hacer de comer; ah
muchacha, ¿cómo se te ocurre?, yo soy amañada pa hacer dulces y eso, de
rosquetes, entonces yo no sabía hacer brazos gitanos, sino rosquetes,
bizcochos, tortas.
En esos primeros momentos tenía
cierto temor por las proporciones y las cantidades a elaborar, dudas que con el
paso de las primeras bodas, se tornaron certezas. Yo aprendí y por recetas
que me daban y después me fijaba en las que las amasaban y después aprendí a
hacer las tartas hechas chiquitas, después compré mis moldes pa las tartas, yo
tenía pa hacer de seis pisos, tenía dos moldes. Las bodas que se hacían antes
no se hacía sino rosquetes y algún bizcochón, después ya se hacía más, hacía
rosquetes de aceite, aceite y vino, hacía tortas de almendra. Lo que yo no supe
hacer nunca pan, pero tortas, mis tortas, no es que yo lo diga sino a todo el
mundo que usté le pregunte, como las tortas de Julita Morales no había tortas,
hacía mimos, brazos gitanos variados, y bizcochones, queques, mantecados, hacía
unas galletas de mantequilla.
La primera boda la preparó en
Cabo Blanco, por la que cobró doscientas pesetas, estuve tres medios días
haciendo dulces y un día en la boda. La primera tarta que yo hice fue la de
Felipe. Los dulces los hice en Cabo Blanco, que tenían un hornito chiquito, que
jacían pan. La comida la hizo seña Dolores de Machín, que era amañada pa jacer
de comer.
Los recuerdos de Julita se
alongaban en el tiempo, con nostalgia. Entre sus evocaciones está la huerta de
sus padres: Esteban García Valentín, Esteban el Kilo, de la familia de Los de
Lera, y María Morales Hernández, María la Cueva. Mi madre tenía unas huertitas, cuando mi
madre sembraba papas, por las orillas sembraba coles, que entonces no se usaban
las coles cerradas, yo me acuerdo de ver las coles cerradas cuando mi madre era
nueva. Mi madre sembraba áhi sus calabaceras, sembraba bubangeras, cuando cogía
las papas sembraba garbanzos. Como antes llovía cogía mi madre montones de
garbanzos, áhi en las huertas, y sembraba millo, sembraba rábanos. Después que cogía las papas se cogía todo
eso, y todo eso se criaba, ni esos bichos ni nada, como ahora que las plantas
no sirven pa nada. Me acuerdo verle a mi madre tres naranjeros, tres hermosos,
y un manzanero, que eso divertía, todo eso se secó. Antes sí, en las ventas
¿qué se comproba? Esas golosinas, ni nada del mundo, si el vecino tenía le daba
a uno un pedazo calabaza, y después sí, ya se empezó a vender, pero de eso todo
mi madre lo cogía allí.
Son esas costumbres aprehendidas
en la vida cotidiana las que brotaban con cierta añoranza. Entre sus relatos se
encuentra un práctico consejo sobre los mantecados que elaboraba con manteca de
cochino, azúcar, huevos, bicarbonato y limón rallado. Ingredientes que amasaba
con mimo, les daba la forma y los colocaba en la milana para introducirlos al
horno. A la milana se le ponía un poquito de harina pa que no se pegara,
batía un huevo, o dos, según los que tuviera, y con una brocha le pasaba por
encima, lo ponía al horno y te quedaban tan regañaditos.
O la descripción de las hogueras
por San Juan y por San Pedro, y la preparación de voladores o pelotas.
Confeccionados con trapos viejos y vergas hasta forman una bola, a la que se le
prendía fuego; se le hacia girar con la misma verga, que se dejaba de tres o
cuatro metros, hasta que se fuese a extinguir la llama. Me acuerdo cuando
éramos chicas, íbamos por esas Rosas, donde había camelleros, ya secas, y
tomillos, traer sacas llenitas pa hacer las fogaleras. También se usaba hacer
unas pelotas de rejos, se le echaba petróleo, y si no teníamos petróleo porque
las madres no nos daban, íbamos allí a los desperdicios de la máquina de moler,
y siempre había sacos empapados de gasoil y de esas cosas pa hacer las pelotas,
dándoles vueltas con un alambre amarrado. Nos asomábamos todos a esas orillas,
por ver ese Guaza y esas montañas de Cabo Blanco y todo eso pa ver las pelotas
tan bonitas, cuando se juntaban cuatro o cinco. ¡Ay! Que eso me parecía tan
bonito.
Escuchar a Julita, atender
a sus relatos, la manera de narrar esa memoria emocional del conocimiento
cotidiano, fue una admirable enseñanza. Por sus manos pasaron incontables
alegrías, mucho calor desprendieron los hornos de su vida. Y con la misma
intensidad que prodigó esa alegría y ese calor, aún pervive su memoria entre
los que tuvimos la suerte de su trato. (Marcos Brito, 2014)
1918
febrero 27.
Las raciones repartidas entre la población obrera
recitada se elevaron a 14.093 y en marzo superaron las veinticinco mil. Un año
después, ya finalizada la guerra europea, las Cocinas Económicas mantienen
su actividad. En marzo de 1919 el número de raciones repartidas se eleva a 18.751.
Bajo
la alcaldía accidental de Andrés Díaz el Ayuntamiento debate en estas fechas la situación higiénica de la población,
determinando la publicación de un bando municipal al respecto.
1918 Mayo. La goleta Diana, fue
botada en los astilleros de la firma Hamilton y Compañía, en Añazu n Chinech
(Santa Cruz de Tenerife). Las estachas fueron tensadas por los remolcadores de
la misma firma, Tenerife y Santa Cruz, posteriormente fue
arbolada en la playa de La
Peñita, dedicada por sus armadores al tráfico con los puertos
de la Habana y
La Guaira, se
mantuvo en estas singladuras durante el tiempo que duró la primera guerra
mundial, transportando hacía éstos puertos americanos mercancías y pasajeros,
importando de los mismos tabaco, café, ron y azúcar entre otros efectos.
Terminado el
conflicto mundial, y ante el avance imparable de los buques a vapor la goleta Diana,
con otros buenos veleros de las islas se vieron relegados al más modesto
servicio de cabotaje o a la pesca en la costa del Continente.
Posiblemente, el
destino final de la hermosa goleta fue el compartido por otros veleros de la
flota canaria, sirviendo de transporte en un viaje sin retorno, con una carga
humana de desesperados que en América esperaban encontrar el pan y la sal.
Quizás en el fondo de alguna cala en las costas americanas, descansen las
cuadernas de ésta bella goleta que un día, fue orgullo de la flota canaria.
1918 Mayo. El barco Reina
Victoria Eugenia de la Compañía Trasatlántica, en ruta hacia la Metrópoli, fue desviado
a Gibraltar para ser examinado, encontrándose que dos ciudadanos alemanes en
edad militar viajaban en el mismo, El Almirantazgo británico consideró que la Compañía Trasatlántica
no observaba las condiciones que había suscrito, que prohibían el transporte de
súbditos en edad militar de cualquier país en guerra con Gran Bretaña y que
este incumplimiento justificaría la eliminación de los barcos de la Compañía de la «lista
blanca» de barcos. Además, los servicios franceses habían interceptado en
octubre de 1917 una carta dirigida a Guiniwuada (Las Palmas) en la que se implicaba
a la Compañía
Trasatlántica en el transporte de mercancías procedentes de
un buque alemán y el Foreign Office también le atribuía ciertos transportes
sospechosos. El 1 de octubre de 1918 el Secretario de Estado Sir Edward Grey se
dirigió a Merry del Val, Embajador español en Londres, justificando la acción
de las autoridades navales británicas en el hecho de que según el informe de
Gibraltar se consideró necesario tomar especiales medidas para examinar el
barco, lo cual no podía realizarse de manera satisfactoria en alta mar por el
estado de ésta. Estas medidas especiales eran consecuencia de informes
recibidos sobre la presencia entre el pasaje del Reina Victoria de súbditos alemanes. Dichos informes, resultado del
servicio de vigilancia y observación constantes que eran normalmente
coordinados por los representantes consulares en las Islas, resultaron ser
ciertos y entre los pasajeros se encontraban un profesor alemán y un marinero
del buque de guerra alemán Kaiser Wilhelm der Grosse, internado en
Guiniwuada (Las Palmas) tras el hundimiento del buque, y que realizaba el viaje
con escolta armada española. Verificado esto, el Foreign Office decidió no
interferir en su viaje, aunque expresó su deseo de que en futuras
transferencias por mar, dentro del territorio español, de miembros de fuerzas
enemigas internados en España, se le comunicase al Gobierno británico con
antelación, excluyendo así la posibilidad de cualquier malentendido. Declinaba
además aceptar la protesta por este incidente ya que el examen en puerto era la
única forma de ejercer el «legítimo derecho beligerante» de registro cuando la
sospecha fundada de presencia de contrabando a bordo de un barco u otra causa
así lo demandaba.
1918
junio 8.
Digna de mayor encomio es la caridad evangélica
que viene ejerciendo el cura ecónomo de la parroquia del pueblo de Haría Don Plácido
Marrero quien, desde que interinamente la regenta, ha instalado una cocina
económica en dicho pueblo, donde se alimentan diariamente unos setenta
niños. Hemos presenciado acto tan conmovedor, y hemos podido apreciar el
cariño y veneración en que se distingue al citado párroco en dicho pueblo, que
se ha sabido captar las simpatías unánimes de sus feligreses, pues no
sólo ha librado de la más angustiosa miseria a las clases pobres, sino
que ha hecho importantes reformas en el templo parroquial y en la
ermita de Santa Bárbara del caserío de Máguez todo lo que ha
llevado a efecto pidiendo personalmente, para dichos piadosos fines ,
limosnas a las clases pudientes de su feligresía.
Sirvan estas líneas de reglas generales de los méritos que
concurren en el mencionado sacerdote. (Diario
de Las Palmas, junio 8 de 1918)
1918 Septiembre 23.
Una carta de Yeoward Brothers de Liverpool, compañía con importantes intereses
en Canarias, a Edward Grey con fecha 23 de septiembre de 1918, dos meses antes
de terminar la guerra, incidía en la enorme importancia estratégica de Canarias
en las rutas comerciales británicas, que desde el punto de vista canario
traducía a enorme importancia estratégica que para las Islas tenían estas rutas
comerciales. «En diciembre de 1916 el Almirantazgo británico prohibió a los
vapores británicos hacer escala en las Islas Canarias: con el resultado de que,
con la excepción de unos pocos vapores españoles, el tráfico comercial con las
Islas Canarias ha cesado». En definitiva, el dependiente y poco elástico
comercio canario sufrió con rigor las consecuencias de la guerra económica
aliada desatada por la política de bloqueo, la intensificación de las medidas
de control y la puesta en práctica de otras medidas que reestructuraron el
comercio y la navegación en su conjunto, a lo cual se añadió la guerra
submarina alemana, para provocar en Canarias la casi total desaparición de su
tráfico marítimo, que, desde los años previos a la guerra, se había vinculado
sobremanera a las rutas comerciales británicas, ahora completamente alteradas.
1918 Diciembre 28. Nace en la ciudad de
Los Llanos Benahuare (La Palma),
Octavio Bethencourt González. Hace la carrera de Practicante, obteniendo el
Titulo en la Facultad de Medicina de Cádiz (España) en el año 1946.
Trabaja en la Clínica de los Remedios de
los Llanos con el doctor Sobaco y más tarde se instala en Garafía, ejerciendo
privadamente en aquel amplio municipio, siendo médico el doctor Ortega y
ocupando entonces la Titular
de Practicante don Manuel Pérez Rosa.
Después de nueve
años de duro ejercicio en Garafía, gana las oposiciones al Cuerpo de APD. y es
destinado a Guía de Isora, Chinet (Tenerife) donde permanece 13 años,
trasladándose el año 72 a
Realejo Bajo en la misma isla, y más tarde al Puerto de Mequínez (Puerto de la Cruz), donde se jubila en el
año 1988 y fija su residencia.
1918 Octubre 17.
El
ejército español hace entrega al Ministerio de Hacienda, del solar e
instalaciones de la Batería de San Telmo en
Santa Cruz de Tenerife.
Como la
del Pilar, se reduce a cuatro cañoneras abiertas en el parapeto situado al lado
de la ermita del mismo nombre, a 189 varas del barranco, con explanadas de
losas y parapeto a merlones; fue construida en el mando del Comandante General
D. Miguel López Fernández de Heredia (1768-1775) en el mismo lugar donde en
1655 levantó otra batería del mismo nombre el Comandante General D. Alonso
Dávila Guzmán (1650-1659). En unión de las anteriores batía el fondeadero que
por todo su frente era de mucho fondo y limpio hasta muy cerca de tierra, y con
la oblicuidad que permitía su paralelismo a la playa cruzaba bien sus fuegos,
especialmente con la de la derecha. No tenía Cuerpo de guardia y se construyó
un Garitón de pie-
dra
labrada para el centinela.
En 1788
estaba artillada con 2 cañones de a 24 y 2 de a 16, y guarnecida con 1 cabo y 4
soldados, previsto su aumento en tiempo de guerra hasta 1 Oficial, 1 Sargento,
2 Cabos y 35 soldados.
Inscrita
en el Registro el 15 de Abril de 1896 al folio 218, tomo 307, libro 89 del
Ayuntamiento, finca n° 5936, inscripción 1a, de 270,00 m2 de superficie,
lindando al N. con la ermita de San Telmo; S. y E. con la mar y O. con la calle
de San Telmo. Su emplazamiento era triangular y tenía una explanada de sillería
para servir tres piezas por cañoneras abiertas en el parapeto de la línea; el
repuesto-garitón mencionado estaba mal situado pues se hallaba en el espesor
del parapeto.
Según
R.O.C. de 29 de Julio de 1892 (D.O. n° 163) y R.O. de 24 de Mayo de 1893 (D.O.
n° 109) se propone su venta que fue aprobada por R.O. de 27 de Febrero de 1895
(D.O. n° 48) y suspendida por R.O. de 20 de Abril de 1897. Por R.O. de 11 de
Junio de 1899 se propuso su enajenación, así como en virtud de la R.O. de 15 de Enero de 1903
(D.O. n° 11); por R.O. de 17 de Octubre de 1918 se ordenó la entrega al
Ministerio de Hacienda, que se hizo el 28 de Noviembre siguiente.
Afecta el
terreno la forma de un triángulo rectángulo cuyo lado mayor se apoya en el
lindero poniente o sea en la calle de San Telmo, siendo el otro lado casi
paralelo a la Ermita
y el tercero que da frente al mar lo constituía el muro a barbeta con magistral
quebrada al centro: los dos catetos de este triángulo medían 32,60 mts desde el
límite de la muralla de recinto donde estuvo la garita de mampostería, hasta su
vértice y de 21,60 mts desde éste y paralelamente a la Ermita de San Telmo hasta
donde se supone estuvo la barbeta, que hacen una superficie de 353,00 m2 mayor que la
que figura en el Registro. (José María Pinto de la Rosa, 1996)
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