martes, 3 de junio de 2014

L O S C O N D E N A D O S D E L A T I E R R A-VI



F R A N T Z  F A N O N. 

I I . G R A N D E Z A Y D E B I L I D A D E S D E L E S P O N T A N E Í S M O

Las reflexiones sobre la violencia nos han llevado a tomar conciencia de la existencia frecuente de un desequilibrio, de una diferencia de ritmo entre los cuadros del partido nacionalista y las masas. En toda organización política o sindical existe clásicamente  un  abismo  entre  las  masas  que  exigen  la mejora inmediata y total de su situación y los cuadros que, midiendo las dificultades que pueden crear los patronos, limitan y restringen sus reivindicaciones. Por eso se advierte con frecuencia un descontento tenaz de las masas respecto de los cuadros. Después de cada jornada de reivindicación, cuando los cuadros celebran la victoria, las masas tienen la impresión de haber sido traicionadas. Es la multiplicación de las manifestaciones reivindicadoras, la multiplicación de los conflictos sindicales lo que provocará la politización de esas masas. Un sindicalista politizado es aquel que sabe que un conflicto local no es una explicación decisiva entre él y el patrono. Los intelectuales colonizados que han estudiado en sus metrópolis respectivas el funcionamiento de los partidos políticos crean formaciones semejantes con el fin de movilizar a las masas y de presionar a la administración colonial. El nacimiento de partidos nacionalistas en los países colonizados es contemporáneo de la constitución de una élite intelectual y comerciante.  

Las   élites   van   a   atribuir   una   importancia fundamental  a la organización  como  tal  y  el  fetichismo  de  la organización   prevalecerá   frecuentemente   sobre   el   estudio racional de la sociedad colonial. La noción de partido es una noción importada de la metrópoli. Ese instrumento de las luchas modernas    es    colocado    sobre    una    realidad    proteiforme,desequilibrada, donde coexisten a la vez la esclavitud, la servidumbre, el trueque, la artesanía y las operaciones bursátiles.

La debilidad de los partidos políticos no reside sólo en la utilización mecánica de una organización que dirige la lucha del proletariado en el seno de una sociedad capitalista altamente industrializada. En el plano limitado del tipo de organización, deberían  haber  surgido  innovaciones  y  adaptaciones.  El  gran error, el vicio congénito de la mayoría de los partidos políticos en las regiones subdesarrolladas ha sido dirigirse, según el esquema clásico,  principalmente  a las  élites  más  conscientes:  el proletariado de las ciudades, los artesanos y los funcionarios, es decir, una ínfima parte de la población que no representa mucho más del uno por ciento.

Pero  si  ese  proletariado  comprendía  la  propaganda  del partido y leía su literatura, estaba mucho menos preparado para responder a las consignas eventuales de lucha implacable por la liberación   nacional.   Muchas   veces   se   ha   señalado:   en   los territorios coloniales, el proletariado es el núcleo del pueblo colonizado más mimado por el régimen colonial. El proletariado embrionario de las ciudades es relativamente privilegiado. En los países capitalistas, el proletariado no tiene nada que perder; eventualmente tendría todo por ganar. En los países colonialistas, el proletariado tiene mucho que perder. Representa, en efecto, la fracción del pueblo colonizado necesaria e irreemplazable para la buena marcha de la maquinaria colonial: conductores de tranvías, mineros, estibadores, intérpretes, enfermeros, etc.… Son esos elementos los partidarios más fieles de los partidos nacionalistas y que, por el sitio privilegiado que ocupan en el sistema colonial, constituyen la fracción "burguesa" del pueblo colonizado.

Así  se  comprende  que  los  partidarios  de  los  partidos políticos nacionalistas sean la fracción principalmente urbana: capataces, obreros, intelectuales y comerciantes que residen esencialmente en las ciudades.  Su tipo de pensamiento lleva ya en numerosos puntos el sello del medio técnico y relativamente acomodado en que se desenvuelven.
Aquí el "modernismo" reina. Son esos mismos medios los que van a luchar contra las tradiciones oscurantistas, los que van a reformar las costumbres, entrando así en lucha abierta contra el viejo pedestal de granito que constituye la heredad nacional.

Los partidos nacionalistas, en su inmensa mayoría sienten una gran desconfianza hacia las masas rurales. Esas masas les dan, en efecto, la impresión de deslizarse en la inercia y la infecundidad. Rápidamente, los miembros de los partidos nacionalistas (obreros de las ciudades e intelectuales) se forman sobre el campo el mismo juicio peyorativo que los colonos. Pero si se trata de comprender las razones de esa desconfianza de los partidos políticos hacia las masas  rurales, hay  que  recordar el hecho de que el colonialismo ha fortalecido o asentado frecuentemente su dominio organizando la petrificación del campo. Encuadradas por los morabitos, los brujos y los jefes tradicionales, las masas rurales viven todavía en la etapa feudal, alimentada la omnipotencia de esa estructura medieval por los agentes administrativos o militares colonialistas.

La joven burguesía nacional, sobre todo comerciante, va a entrar en competencia con esos señores feudales en sectores múltiples: morabitos y brujos que obstaculizan el camino a los enfermos que podrían consultar al médico, djemaas que juzgan, inutilizando a los abogados, caids que utilizan su poder político y administrativo   para   lanzar   un   comercio   o   una   línea   de transportes, jefes tradicionales que se oponen en nombre de la religión y la tradición a la introducción de negocios o productos nuevos.

La joven clase de comerciantes y negociantes colonizados requiere, para desarrollarse, la desaparición de esas prohibiciones y barreras. La clientela indígena que representa el coto de los señores feudales y a la que se prohíbe más o menos la compra de productos   nuevos,   constituye   pues,   un   mercado   objeto   de disputa.

Los cuadros feudales son una pantalla entre los jóvenes nacionalistas occidentalizados y las masas. Cada vez que las élites hacen un esfuerzo dirigido a las masas rurales, los jefes de tribus, los jefes de sectas, las autoridades tradicionales multiplican las advertencias, las amenazas, las excomuniones. Esas autoridades tradicionales que han sido confirmadas por la potencia ocupante ven a disgusto cómo se desarrollan las tentativas de infiltración de las élites en el campo. Saben que las ideas susceptibles de ser introducidas por esos elementos procedentes de las ciudades impugnan el principio mismo de la perennidad del feudalismo. Su enemigo no es la potencia de ocupación, con la que se llevan bien   en   definitiva,   sino   esos   modernistas   que   tratan   de desarticular la sociedad autóctona y, de ese modo, quitarles el pan de la boca.

Los   elementos   occidentalizados   experimentan   hacia   las masas campesinas sentimientos que recuerdan los que se encuentran en el seno del proletariado de los países industrializados. La historia de las revoluciones burguesas y la historia de las revoluciones proletarias han demostrado que las masas campesinas constituyen frecuentemente el freno de la revolución. Las masas campesinas en los países industrializados son, generalmente, los elementos menos conscientes, los menos organizados y también los más anarquistas. Presentan todo un conjunto de rasgos, individualismo, indisciplina, amor al lucro, aptitud para las grandes cóleras y los profundos desalientos, que definen una conducta objetivamente reaccionaria.

Ya hemos visto cómo los partidos nacionalistas calcan sus métodos y sus doctrinas de los partidos occidentales y, en la mayoría de los casos, no orientan su propaganda hacia esas masas. En realidad, el análisis racional de la sociedad colonizada, si se hubiera practicado, les habría demostrado que los campesinos colonizados viven en un medio tradicional cuyas estructuras han permanecido intactas, mientras que en los países industrializados es  ese  medio  tradicional  el  que  ha  sido  agrietado  por  los progresos de la industrialización. Es en el seno del proletariado embrionario  donde  encontramos  en  las  colonias comportamientos individualistas. Al abandonar el campo, donde la demografía plantea problemas insolubles, los campesinos sin tierra, que constituyen el lumpen-proletariat, se dirigen hacia las ciudades, se amontonan en los barrios miserables de la periferia y tratan de infiltrarse en los puertos y las ciudades creados por el dominio colonial. Las masas campesinas siguen viviendo en un marco inmóvil y las bocas excedentes no tienen otro recurso que emigrar hacia las ciudades. El campesino que se queda defiende con  tenacidad  sus  tradiciones  y,  en  la  sociedad  colonizada, representa el elemento disciplinado cuya estructura social sigue siendo comunitaria. Es verdad que esta vida inmóvil, crispada en marcos rígidos, puede dar origen episódicamente a movimientos basados en el fanatismo religioso, a guerras tribales. Pero en su espontaneidad, las masas rurales siguen siendo disciplinadas, altruistas.  El individuo se borra ante la comunidad.

Los campesinos desconfían del hombre de la ciudad. Vestido como  un  europeo,  hablando  su  lengua,  trabajando  con  él, viviendo a veces en su barrio es considerado por los campesinos como un tránsfuga que ha abandonado todo lo que constituye el patrimonio nacional. Los habitantes de la ciudad son "traidores, vendidos", que parecen llevarse bien con el ocupante y tratan de "triunfar dentro del marco del sistema colonial. Por eso oímos decir frecuentemente a los campesinos que la gente de la ciudad carece de moral. Nos encontramos en presencia de la clásica oposición entre el campo y la ciudad. Es la oposición entre el colonizado, excluido de las ventajas del colonialismo y el que se las arregla para sacar partido de la explotación colonial.

Los  colonialistas  utilizan  esta  oposición,  además,  en  su lucha contra los partidos nacionalistas. Movilizan a los montañeses, a los habitantes del bled, contra los habitantes de la ciudad. Colocan al interior contra las costas, reactivan a las tribus y no hay que sorprenderse si Kalondji se hace coronar rey de Kasai, como no había que sorprenderse hace algunos años de ver a la Asamblea de jefes de Ghana haciéndose pagar caro su apoyo a Kwame Nkrumah.

Los partidos políticos no logran implantar su organización en el campo. En vez de utilizar las estructuras existentes para darles   un   contenido   nacionalista   o   progresista   tratan   de trastornar la realidad tradicional dentro del marco del sistema colonial. Creen en la posibilidad de imprimir un impulso a la nación, cuando todavía pesan las mallas del sistema colonial. No van al encuentro de las masas. No ponen sus conocimientos teóricos al servicio del pueblo, sino que tratan de encuadrar a las masas según un esquema a priori. Desde la capital envían a las aldeas, como paracaidistas, dirigentes desconocidos o demasiado jóvenes  que,  investidos  por  la  autoridad  central,  tratan  de manejar el aduar o la aldea como una célula de empresa. Los jefes
tradicionales son ignorados, a veces molestados. La historia de la nación futura pisotea con singular desenvoltura las pequeñas historias locales, es decir, la única actualidad nacional, cuando habría que insertar armónicamente la historia de la aldea, la historia de los conflictos tradicionales de los clanes y las tribus en la acción decisiva para la que se llama al pueblo. Los ancianos, rodeados  de  respeto  en  las  sociedades  tradicionales  y generalmente revestidos de una autoridad moral indiscutible, son públicamente ridiculizados. Los servicios del ocupante no dejan de utilizar esos rencores y están al corriente de las menores decisiones   adoptadas   por   esa   caricatura   de   autoridad.   La represión policíaca, bien dirigida puesto que se basa en informes precisos, se desata. Los dirigentes paracaidistas y los miembros importantes de la nueva asamblea son arrestados.

Los fracasos sufridos confirman "el análisis teórico" de los partidos nacionalistas. La experiencia desastrosa del intento de encuadramiento de las masas rurales fomenta su desconfianza y cristaliza su agresividad contra esa parte del pueblo. Después del triunfo de la lucha de liberación nacional, los mismos errores se renuevan, alimentando las tendencias descentralizadoras y autonomistas. El tribalismo de la fase colonial es sustituido por el regionalismo de la fase nacional, con su expresión institucional: el federalismo.

Pero resulta que las masas rurales, a pesar de la escasa influencia que sobre ellas tienen los partidos nacionalistas, intervienen de manera decisiva en el proceso de maduración de la conciencia nacional, para completar la acción de los partidos nacionalistas o, más raramente, para suplir pura y simplemente la esterilidad de esos partidos.

La propaganda de los partidos nacionalistas encuentra siempre un eco en el seno de las masas campesinas. El recuerdo del  periodo  anticolonial  permanece  vivo  en  las  aldeas.  Las mujeres todavía murmuran al oído de los niños las canciones que acompañaron a los guerreros que resistían a la conquista. A los 12 o 13 años, los pequeños aldeanos conocen el nombre de los ancianos que asistieron a la última insurrección y los sueños en los aduares, en las aldeas no son los sueños de lujo o de éxito en los  exámenes  de  los  niños  de  las  ciudades,  sino  sueños  de identificación  con  tal  o  cual  combatiente,  el  relato  de  cuya muerte heroica hace brotar todavía hoy abundantes lágrimas.

En el momento en que los partidos nacionalistas tratan de organizar a la clase obrera embrionaria de las ciudades, en el campo  se  producen  explosiones  aparentemente  inexplicables. Así, por ejemplo, la famosa insurrección de 1947 en Madagascar. Los  servicios  colonialistas  son  formalistas:  se  trata  de  una revuelta campesina. En realidad, ahora sabemos que las cosas, como siempre, fueron mucho más complicadas. En el curso de la segunda Guerra Mundial, las grandes compañías coloniales extendieron su poder y se apoderaron de la totalidad de las tierras todavía libres.

Siempre en esa misma época se habló de la implantación  eventual  en  la  isla  de  refugiados  judíos,  de  las kabilas y antillanos. Corrió igualmente el rumor de la próxima invasión de la isla, con la complicidad de los colonos, por los blancos de la Unión Surafricana. Después de la guerra, los candidatos de la planilla nacionalista fueron triunfalmente elegidos.  Inmediatamente  después,  se  organizó  la  represión contra  las  células  del  partido  M.D.R.M.  (Movimiento Democrático de la Renovación Malgache). El colonialismo, para lograr  sus  fines,  utilizó  los  medios  más  clásicos:  múltiples arrestos, propaganda racista intertribal y creación de un partido con los elementos desorganizados del lumpen-proletariat. Ese partido, llamado de los Desheredados de Madagascar (P.A.D.E.S.M.)  daría  a  la  autoridad  colonial,  con  sus provocaciones decisivas, el pretexto legal para el mantenimiento del orden. Pero esa operación trivial de la liquidación de un partido preparada de antemano toma aquí proporciones gigantescas. Las masas rurales, a la defensiva desde hacía tres o cuatro  años,  se  sienten  súbitamente  en  peligro  de  muerte  y deciden oponerse ferozmente a las fuerzas colonialistas. Armado de azagayas y más a menudo de piedras y palos, el pueblo se lanza a la insurrección generalizada en pro de la liberación nacional. Ya se conocen los resultados.

Esas insurrecciones armadas no representan sino uno de los medios  utilizados  por  las  masas  rurales  para  intervenir  en  la lucha  nacional.  Algunas  veces  los  campesinos  relevan  a  la agitación urbana, cuando el partido nacionalista de las ciudades es objeto de la represión policíaca. Las noticias llegan al campo ampliadas, desmesuradamente ampliadas: dirigentes arrestados, múltiples ametrallamientos, la sangre de los negros inunda la ciudad, los pequeños colonos se bañan en sangre árabe. Entonces el odio acumulado, exacerbado, estalla. La delegación de policía más cercana es asaltada, los gendarmes son despedazados, el maestro es asesinado, el médico sólo conserva la vida porque se encontraba   ausente,   etc.…   Columnas   de   pacificación   son enviadas al lugar, la aviación bombardea. El estandarte de la rebelión se despliega entonces, resurgen las viejas tradiciones guerreras,  las  mujeres  aplauden,  los  hombres  se  organizan  y toman posición en las montañas, comienzan las guerrillas.

Espontáneamente los campesinos crean la inseguridad generalizada, el colonialismo se asusta, emprende la guerra o negocia.

¿Cómo reaccionan los partidos nacionalistas ante esta irrupción decisiva de las masas campesinas en la lucha nacional? Hemos visto cómo la mayoría de los partidos nacionalistas no han inscrito en su propaganda la necesidad de acción armada. No se oponen a la persistencia de la insurrección, pero se contentan con fiarse en el espontaneísmo de los campesinos. En general, se comportan  en  relación  con  este  elemento  nuevo  como  si  se tratara de maná caído del cielo, pidiéndole a la suerte que continúe. Explotan ese maná, pero no tratan de organizar la insurrección.  No  envían al campo  cuadros  para politizar a las masas, para aclarar las conciencias, para elevar el nivel del combate. Esperan que, arrebatada por su propio movimiento, la acción de esas masas no se detendrá. No hay contaminación del movimiento   rural   por   el   movimiento   urbano.   Cada   cual evoluciona según su dialéctica propia.

Los partidos nacionalistas no intentan introducir consignas en las masas rurales, que se encuentran en ese momento enteramente disponibles. No les proponen un objetivo, esperan con naturalidad que ese movimiento se perpetuará indefinidamente y que los bombardeos no acabarán con él. Ni siquiera en esta ocasión, pues, los partidos nacionalistas explotan la posibilidad que se les brinda de integrar a las masas rurales, de politizarlas,  de  elevar  el  nivel  de  su  lucha.  Se  mantiene  la posición criminal de desconfianza hacia el campo.

Los  cuadros  políticos  se  recluyen  en  las  ciudades,  dan  a entender al  colonialismo  que  no  tienen  nada que  ver con  los insurgentes o se marchan al extranjero. Casi nunca sucede que se unan al pueblo en las montañas. En Kenya, por ejemplo, durante la  insurrección  Mau-Mau,  ningún  nacionalista  conocido reivindicó su adhesión a ese movimiento ni trató de defender a esos hombres.

No  hay  explicación  fecunda,  no  se  produce  una confrontación entre las diferentes capas de la nación. En el momento de la independencia, que se produce después de la represión ejercida sobre las masas rurales y el arreglo entre el colonialismo y los partidos nacionalistas, la impresión se acentúa. Los campesinos se muestran reticentes respecto de las reformas de estructura propuestas por el gobierno así como de las innovaciones sociales, aunque sean objetivamente progresistas, porque  precisamente  los  responsables  actuales  del  régimen  no han explicado a la totalidad del pueblo, durante el período colonial,  los  objetivos  del  partido,  la orientación  nacional,  los problemas internacionales, etcétera…

A   la   desconfianza   que   los   campesinos   y   los   feudales abrigaban  hacia  los  partidos  nacionalistas   durante   la  etapa colonial sigue una hostilidad semejante en la etapa nacional. Los servicios secretos colonialistas, que no se han disuelto después de la independencia, mantienen el descontento y llegan inclusive a crear graves dificultades a los jóvenes gobiernos. En resumen, el gobierno no hace sino pagar su pereza del periodo de liberación y su constante desprecio por los campesinos. La nación podrá tener una cabeza racional, hasta progresista, pero el cuerpo inmenso permanecerá débil, reacio, incapaz de cooperar.

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