1918 junio 1.
Nací el día uno de junio de
1918, y el día primero no me apuntaron sino al otro día, y al otro día me
tocaba Pánfila, y ese es el nombre que tenía en el ayuntamiento y después me
bautizaron Herminia, me bautizaron allarriba en La Fuente, mira tú si hay
años. Y el apellido también se equivocaron en el ayuntamiento, porque mis
hermanos son todos Alayón Valentín y la que soy Pérez soy yo. Y razón tiene
Herminia, han sido muchos años batallando en una vida que ha transitado por
numerosos vericuetos, porque no había sino penas y trabajos.
Herminia nació en el Valle de San
Lorenzo, en Las Casas de Abajo, bautizaba en los últimos años en que la Ermita de San Lorenzo
Mártir se mantuvo en La Fuente,
antes de su traslado, en 1923, a su emplazamiento actual. Y a la que hay que
seguir tratando en presente, por más que su fallecimiento haya acontecido en
2008.
Desde su infancia se dedicó al
trabajo y en la ayuda al sustento de su casa. Su primer trabajo fue en el
cultivo de tomates en Las Madrigueras, con Antonio Domínguez, que estaba una
hermana mía casada y trabajaba el marido. Dice: vamos que ellos están buscando
una muchacha. Nací, na más que pa eso, llevábamos de aquí de los Llanos del
Camisón una caja de tomates a la
Caldera, al salón de don Eugenio, porque todavía eran pocos y
no podían empaquetarlos.
En el Valle de San Lorenzo vivió
hasta que se casó, en 1941, con el pescador de Los Cristianos, Pedro Melo
Tavío. La riqueza expresiva de Herminia nos sitúa en las costumbres que se
aplicaban en las celebraciones de las bodas, como en la de sus padres, Juan
Alayón y Eugenia Valentín, que no se fueron a vivir juntos desde esa primera
noche. Yo sé que me acuerdo de oírle a mi padre, o a mi madre, que se
casaron y cada uno se fue pa su casa y a los dos o tres días fue. Dice: pues
qué vueltas Juan. Dice: no sabes tú la vuelta que traigo. Digo: no les daba
vergüenza después, eso lo criticaban.
Bodas austeras; como invitados,
los más allegados; como alimentos, lo que se pudiera conseguir. Ceremonia
sencilla, a la que había que trasladarse a piel o a lomos de animales, hasta
que el progreso trajo el camión o alguna guagua. Herminia anota que fue a más
de una de estas celebraciones en camello, las bodas en camello también fui y
otra vez fui andando y dije que no volvía más con los zapatos, porque estaban
esperando un camión y no vino, pero en camello bautizos y todo. Asimismo
estas caravanas de camellos eran el regocijo de la chiquillería. Me acuerdo
que íbamos a encontrar los camellos cuando nos parecía que ya venían y nos
tiraban anises y pastillas y con aquello teníamos. Y daban sus brindes, en las
bodas, las pastillas, entonces no habían caramelos, era una lata y se brindaban
todos, y en los bailes.
Con ese humor que contagia a
quien la escucha, recuerda como le respondió a su nieta cuando le pregunta qué
le regalaron en su boda. Digo: un cesto papas. Y me regalaron un cesto papas
y queé más privada que las de ahora con un juego de sabanas, que no había sino
penas y trabajos. Estuve más de dos meses juntando arroz pa hacer arroz y
leche, se hacía garbanzos y se hacía sopa, el pan era ese día antes, estaba la
panadería allí. A su boda fue vestida con un traje gris, me lo hizo una
costurera que yo cosía allí, yo sabía algo de coser, amañada, y me lo hizo, la
llamaban Pilar la
Indianita. Colores claros, azul, verde, cada uno como le
gustara. ¿La cola?, la cola la dejábamos pa una blusa, pa otra cosa, un traje
cualquiera. Y con esta costurera también aprendió a leer y escribir, yo
allí aprendí a hacer las dos letras que sé, y le ayudaba a coser. Pero gracias
a dios, a muchos escribí, a los vecinos cuando la guerra, escribía cartas.
Después de su boda vivió en Los
Cristianos, hasta comienzos de la década de los años cincuenta, que regresó al
Valle de San Lorenzo, a El Toscal. A mi si me gustaba Los Cristianos, pero
en Los Cristianos no se podía vivir si no había dinero pa todo y el Valle era
distinto, de fruta mi familia tenía, si el vecino cogía papas no te faltaba, y
lo que había.
En estos años Herminia transitó
las veredas que comunicaban los barrios de Arona y Vilaflor. Sobre su cabeza
transportaba una cesta de pescado, lo llevaba fresco y jareado, pero con
ciertas preferencias; a mi me gustaba más llevarlo salado, porque se vendía
más y si no se vendía se podía guardar pal otro día, que en ese tiempo no había
neveras. Lo vendía por áhi parriba, porque en ese tiempo no había que comer y
no había nada y parriba había más que aquí, y me daban papas, me daban cebada y
lo que producía la tierra, porque allá abajo no producía nada. Y después iba
cargada, ¡ah dios!, y algunas veces digo, no sirvo panada, hasta buena estoy,
lo que se trabajaba antes.
También lo vendía en el Valle de
San Lorenzo, sobre todo cuando se trasladó a vivir a comienzos de los años
cincuenta, pero cuando estaba más escasa las cosas iba parriba pa Jama, pa
Vilaflor. Asimismo simultaneaba la venta de pescado con otros trabajos como
el de jornalera en los tomates que se sembraban en Chayofa, en la propiedad de
José Antonio Tavío. En este caso utilizaba el trasporte del personal de esta
finca para trasladarse a Arona y de allí subir a Vilaflor caminando. Iba,
cuando vendía el pescado, iba con él hasta Arona, en el camión de Juan Martín,
yo no me paraba en Arona, que en Arona no me lo pagaban, sino seguía parriba a La Escalona y después venía
cargada de papas y de lo que hubiera de fruta y eso, y lo dejaba en una venta
de Panchín, lo dejaba allí y venía caminando hasta Chayofa y allí me quedaba
trabajando. Y después a la tarde volvía a buscar el personal y volvía yo con
Juan Martín y recogía lo que dejaba arriba. A las diez de la mañana, una
vez que había vendido el pescado, se desplazaba a Chayofa para comenzar la
jornada en los tomates.
Herminia posee una mente
despierta, con ocurrencias que levanta la sonrisa con los ejemplos o con las
reflexiones que vierte en cada frase. Como cuando al preguntarle si para el
traslado a la cabeza de una caja de tomates, que podría rondar los 30 kilos,
desde El Camisón a La Caldera,
que bien pudiera rondar el kilómetro, no se disponía de burros, contesta
rápidamente: pero había burras.
Mujer vivaracha,
vitalista a pesar de los duros golpes por los que ha pasado. Mujer expresiva,
que lleva toda su vida en su mirada. Mujer menuda, con su piel surcada por las
infinitas huellas de esas penas y esos trabajos por los que ha transcurrido su
duro caminar, cual memoria del siglo veinte. Y aún así el brillo de sus ojos se
intensifica al comentar, pero fui feliz, hasta aunque sea con penas y
trabajos, fui feliz. (Marcos
Brito, 2013)
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