domingo, 14 de abril de 2013

CAPITULO XXXVI




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI


DECADA 1551-1560


CAPITULO XXXVI


Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen


1553. Una Flota de 10 barcos Franceses con 800 hombres a bordo, parte del Puerto de Dieppe al mando del Cosario Francois Lecrec, en las crónicas castellanas, “pata de Palo”. Después de saquear distintos puntos de las colonias españolas en América se dirigen en junio a aguas canarias. El 21 de Julio se topan con una Flotilla de naves Genovesas cargadas de azúcar, capturando al navío mayor. Los demás buques Genoveses se refugian en Winiwuada n Tamaránt (las Palmas de Gran Canaria.
1553. El corsario Jean Le Clerq “Pie de Palo” es rechazado al intentar desembarcar en Hipalám (San Sebastián) isla de La Gomera.
1553.
El colono  Pedro de Ponte otorgó poder ante Gaspar de Xexas, al folio 259, para suplicar al Rey de la metrópoli Felipe le conceda licencia para fabricar un castillo en su hacienda de Adeje. Fundó dos mayorazgos, el uno, El de Adeje, en su hijo mayor Nicoloso de Ponte y otro en su hijo segundo Alonso de Ponte, por ante Juan López de Azoca, en 15 de abril de 1567.

1553.
El Cabildo de La Palma acuerda la construcción de una muralla defensiva en todo el frente marítimo de la ciudad uniendo con ella los diferentes fuertes y Baterías.

Unía las Baterías y Reductos, corriendo a lo largo de todo el litoral,  sirviendo de defensa. Su puerta Norte, al lado del Castillo de Santa Cruz del Barrio, fue construida por acuerdo del Cabildo y demolida, con autorización del Excmo. Sr. Capitán General de Canarias, en 21 de Diciembre de 1923, para dar paso a la carretera que pone en comunicación la capital con los pueblos del Norte de la isla.

La puerta del Sur se hallaba próxima al Reducto de Bajamar o de Paso Barreto y era análoga a la del Norte. ,

En 1657 1os hermanos D. Juan y D. Lucas de Sotomayor costearon la construcción de grandes murallas en La Marina, gastando unos 4.000 ducados de plata.

A la hora de la queda, se cerraban con llave las puertas de la ciudad, para impedir durante la noche la entrada o salida de ella. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)

1553.
Existían también como obras militares, la Puerta Norte de la Ciudad de Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) construida por acuerdo del Cabildo en el año 15 53 y demolida con autorización del Excmo. Sr. Capitán General de la colonia de Canarias el 21 de Diciembre de 1923,  para dar paso a la carretera que pone en comunicación la ciudad de Santa Cruz de la Palma con los pueblos del Norte de la Isla, y otra análoga en la parte Sur, las que a la hora de la queda se cerraban con llave para impedir durante la noche la entrada y salida de personas en la Ciudad, en sesión celebrada por el Cabildo el 18 de Agosto de 1559 se acordó que para tañir la campana de queda se guardaban las leyes de estos reinos, tocándose en verano desde las diez de la noche hasta las once y en invierno de nueve a diez. La portada Norte construida de cantería, tenía sobre su dintel tres escudos tallados en piedra de color gris, por la parte que miraba al campo, en el centro el de España, a la derecha el de la Isla ya la izquierda uno particular, los que se guardan en el Museo de Santa Cruz de la Palma.

1553. El garafiano Baltazar Martín,  que era un hombre muy vigoroso murió luchando contra los corsarios de Jambe de Bois o Pata de Palo, que tomaron la ciudad de Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) y la mantuvieron en su poder durante un mes.  Baltazar Martín, que durante cuatro siglos vivió en el recuerdo de los garafianos, hasta que don Juan B. Lorenzo y don Antonio Pestana lo recogieron de la boca del pueblo, dieron su nombre, en 1990, a una calle de Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma), cercana al lugar donde según la tradición fue muerto, y lo pusieron a caminar en letra impresa. Así Baltazar Martín dejó la vida y entró en la fábula, en la mitología del alma colectiva de Garafía. Garafía le ha dedicado también una calle, y siempre el respecto debido a quien murió defendiendo la libertad de Benahuare (La Palma).

1553. Fue menos notable el acto de energía realizado por los colonos y criollos canarios, durante el mando del gobernador de la metrópoli en la colonia Rodrigo Manrique de Acuña, pues habiendo sido éste espectador impotente de la presa que a la vista de Las Palmas había verificado una escuadrilla francesa, apresando unas naves de
transporte que llegaban de Cádiz, armó cinco buques del país que puso bajo la dirección de Jerónimo Baptista Maynel, llevando de capitanes a Maciot de Béthencourt, Luis, Juan y Diego de Herrera; cuyos buques, cayendo sobre los enemigos con denodado arrojo, los pusieron en fuga capturando siete de sus mejores embarcaciones donde iba muy rico botín, si bien con pérdida de dieciséis soldados canarios y del jefe Maynel, que perdió la vida al dispararse los últimos tiros ( Castillo).

Otro de los gobernadores de Canaria digno de especial recuerdo lo fue don Martín de Benavides, que levantó el fuerte o torreón de Santa Ana y reedificó el puente que unía los barrios de Vegueta y Triana por haberlo destruido un fuerte temporal que anegó las calles principales de la población. El puente era sólido y de un sólo arco, trazado entre la iglesia de los Remedios y la plazoleta de la Cruz Verde, y estaba coronado con las estatuas de Santa Ana y de San Pedro Mártir.

En una lápida de mármol conmemorativa de la fecha de su reconstrucción, había una octava que contenía el nombre del gobernador elogiando su mérito y servicios.

Esta célebre octava decía así;

«Alégrate, Canaria; pues te hallas
de tales Patrones defendida,
de torres, puentes, fuertes y murallas
y bélico ejercicio enriquecida;
con estas y otras ínclitas medallas
te ves y te verás ennoblecida
por tu Gobernador, que en paz y en lides
se nombra don Martín de Benavides».

(Castillo, p. 243.)

La inscripción de esta octava en una obra de carácter público se consideró entonces como una audacia que debía ser castigada con la última pena, y, habiendo sido denunciado el hecho al Consejo Supremo de Castilla, este envió un juez especial para conocer del asunto; quien trasladado a Las Palmas, incoado el correspondiente proceso y recibidas las pruebas, condenó a Benavides a perder la cabeza en un cadalso. Tan inicua sentencia fue, al fin, revocada por el mismo Consejo con aplauso general de todos los vecinos de la isla.

1553.
Anthony Hickman y Edward Castlyn comerciantes ingleses decidieron ampliar el área de sus transacciones mercantiles estableciendo factores fijos en las Islas Canarias. Fueron los designados para representarles Edward Kingsmill en la isla de Gran Canaria, y William Edge (sic) y Thomas Nicholas en la de Tenerife. Para dar una idea aproximada de la importancia de las transacciones llevadas a cabo por estos agentes, baste declarar que, según confesión del propio Kingsmill, ascendió a 30.000 ducados el valor de una sola de las operaciones mercantiles de las muchas en que tomó parte.

Figura destacada en este comercio fué también la de Andrew Barker, famoso mercader de Bristol, quien tenía como factor fijo en Tenerife, para la venta de telas y otras mercaderías, a John Druc. Los Hawkins se entendían directamente para sus transacciones con la familia Ponte, y con carácter más o menos independiente actuaban tres comerciantes británicos, a los que veremos figurar en distintos pasajes de este libro: Richard Grafton, Charles Chester y Jofre López (sic), todos residentes en Tenerife.

1553.
Se construyeron en el Castillo de La Luz en Las Palmas de Gran Canaria dos potentes cubos en ángulos opuestos de este fuerte que alteraron su fisonomía sin aumentar su seguridad y eficacia; los cubos no tenían comunicación con el resto de la fortaleza, y se descendía a ellos por unos escotillones abiertos en la plataforma a mitad de la altura, existían unas troneras y la parte inferior servía de silo o prisión.

1553. Por este tiempo se preparaba en Tenerife un suceso de gran importancia para el porvenir del Archipiélago. Don Pedro de Ponte, uno de los colonos más ricos y nobles del país, solicitaba con empeño que el territorio de Adeje se erigiese en feudo o señorío particular y se le adjudicase mediante una cuantiosa suma, que ofrecía al rey para alivio de las apremiantes necesidades del estado. Esta pretensión, contraria a las promesas hechas por la Corona a los moradores y pobladores de las islas, vejatoria y humillante para sus vecinos y opuesta ya al espíritu del siglo, encontró en el ayuntamiento de La Laguna una tenaz resistencia, que no tanto obedecía a aquellos patrióticos y leales sentimientos como a la envidía y celos de los demás regidores. Por último, triunfó don Pedro de Ponte de todos sus adversarios, obteniendo de Felipe II la concesión de aquel territorio y el título de alcaide perpetuo de su castillo y casa-fuerte. En 1666, uno de sus sucesores recibió de Carlos II el título de marqués de Adeje, consolidando de este modo el señorío con aquel título de Castilla.

1553 Enero 15.
Hace su entrada en Las Palmas de Gran Canaria el gobernador colonial Serrano de Vigil.

“Serrano de Vigil, que ha de figurar desde ahora en la lista de los gobernadores de Gran Canaria, debió recibir su nombramiento en diciembre de 1552, pues en el mes de enero del año siguiente navegaba ya hacia las islas, perseguido por 20 navíos franceses. Su entrada en Las Palmas la efectuó el 15 de enero de 1553, ensombrecido el ánimo lo mismo por la carestía de la vida que por la responsabilidad militar que sobre sus hombros de letrado caía de inesperada manera.

Don Rodrigo Manrique le entregó el mando inmediatamente, y la isla vió atemorizada la presencia de aquel hombre inexperto a su frente. Para colmo de desgracias, cuando apenas llevaba quince días en el mando y diez de que se habían tomado todas las diligencias necesarias para el traslado de los prisioneros franceses España, en cumplimiento de Órdenes reales, un grupo numeroso de éstos logró evadirse de la vigilancia del nuevo gobernador y, apoderándose de un navío en el puerto, zarpar con rumbo a Francia. Con ello aumentaron los temores de los canarios, que vieron partir con sentimiento a su anterior gobernador, el victorioso don Rodrigo Manrique.

Ello fué un nuevo acto de audacia y valor militar, porque los evadidos franceses habían conseguido que sus compatriotas los marinos que merodeaban por las islas bloqueasen al anterior gobernador, noticiosos de su próxima partida y dispuestos a vengar en su persona las derrotas que les había infligido.

Manrique dispuso, no obstante, su partida con 20 de los prisioneros francesés de más nota, y después de hurtar hábilmente el bloqueo francés, arribó, sano y salvo, a la isla de la Madera. Allí los prisioneros intentaron sublevarse y zarpar con el navío, pero Manrique los sometió con energía, logrando entrar en Sevilla con aquella peligrosa carga humana tras cortos días de navegación.

Mientras tanto don Luís Serrano de Vigil, falto, como buen letrado, del más ligero asomo de experiencia militar, buscó su apoyo en el gobierno de la isla en el capitán Pedro Cerón, a quien respetó en el mando de las milicias canarias y con el que visitó e inspeccionó las caletas, desembarcaderos y la fortaleza principal, acordando entre ambos las más ineludibles reformas que debían hacerse en esta última. Hasta entonces la fortaleza de las Isletas había sido de planta cuadrada o romboidal; ahora le fueron añadidos dos cubelos en cada uno de los extremos laterales (que todavía pueden apreciarse en las ruinas que de la misma se conservan) y un terraplén para que mejor jugase la artillería.

Mas como el peligro de una invasión francesa antes aumentase que disminuyese, Serrano de Vigil creyó conveniente abdicar de toda responsabilidad militar cuando no habían transcurrido dos meses de su mando; y seguramente por iniciativa suya, el Cabildo de la isla, que él presidía, acordó en solemne sesión elegir capitán general dé Gran Canaria al regidor Pedro Cerón. No consta en la carta de la isla al Príncipe la fecha
exacta de la elección, pero debió ser hecha en marzo de 1553. Iba firmada la misiva por el gobernador don Luís Serrano de Vigil y los regidores Antón de Serpa, Fernando de Herrera, Juan Pacheco, Alonso Pacheco, Francisco de Quesada y alguno que otro más de firma ininteligible.

El Concejo, Justicia y Regimiento comunicaron igualmente la elección al Príncipe y al Consejo de guerra, de, seguro buscando la confirmación de Cerón en el cargo. El 30 de mayo de 1553 volvía a insistir el Cabildo en el nombramiento (al tiempo que solicitaba del Príncipe los correspondientes pertrechos para mejorar, el armamento de la tropa y dos culebrinas para la fortaleza principal); y hasta el mismo don Pedro Cerón terminó por demandar para sí la confirmación en el cargo de capitán general; pero el Príncipe [Felipe III, siempre cauto en sus resoluciones, no quiso alterar de improviso el régimen de gobierno de la isla y se limitó a confirmar a don Pedro Cerón en el "cargo de servirle en los negocios de la guerra" sin ningún título específico ni particular. A pesar de  ello,
los canarios lo siguieron titulando como su capitán general.

 Desembarco de Francisco Le Clerc, "Pie de Palo", en Santa Cruz de La Palma.

Meses después de acusar recibo Cerón del anterior nombramiento al Príncipe y al secretario don Francisco Ledesma, les hacía un recuento de sus anteriores servicios organizando las milicias canarias, reforzando y mejorando las fortificaciones y estableciendo atalayas y vigías por toda la costa. Pero mayor interés tiene para nuestro objeto la noticia que, les comunicaba de cómo se había sabido en las islas que en Ruan y en Dieppe se preparaban "diez naos gruesas para hacer daño en ellas".

En iguales términos se dirigía Cerón al secretario Juan Vázquez, y por esta misiva, más explícita, conocemos el agente de información, un mercader de Gran Canaria con residencia en Lisboa, apellidado Lugando, que había podido recoger la noticia de boca de los mismos marineros franceses en tránsito por la capital lusitana.

La noticia, cierta en absoluto, prueba los buenos medios de información de que disponían las autoridades isleñas, porque, en efecto, por aquellos meses se preparaba en Dieppe una expedición a las islas del Perú (Antillas) al mando del capitán Francois Le Clerc, llamado en Francia " Jambe de Bois", y por los españoles, "Pie de Palo".

Francois Le Clerc había tomado parte, como otros tantos marinos normandos, en distintas expediciones a las Indias, donde adquirió singular nombre y prestigio. En 1549, luchando con los ingleses en la batalla de Guernesey, perdió una de sus piernas y quedó malherido en el brazo, a pesar de lo cual siguió al servicio del Rey de Francia, quien le premió en septiembre de 1551 concediéndole un privilegio de nobleza.

Tomó parte también en una expedición al Brasil, conduciendo un navío de Dieppe, La Marie  de retorno de la cual estaba en Honfleur el 3 de septiembre de 1550, fecha en quel vendió el navío a un piloto de esta ciudad.

En 1553, como hemos dicho, Francois Le Clerc preparaba su expedición a las Antillas conduciendo tres navíos del Rey: Le Glaude, que él mandaba; L'Esperanoe, capitaneado por Jacques de Sores, y L'Adventureux, pilotado por Robert Blondel, y otras varias embarcaciones de corsarios unidas a la flota real.

Los navíos franceses cruzaron en viaje de ida por las Canarias, sin hacer ningún acto de hostilidad contra ellas, camino de las islas del Perú. Una vez llegados a las Antillas pudieron saquearlas a su antojo, pues nadie se atrevía contra una flota compuesta de seis navíos gruesos, cuatro pataches y 800 hombres de desembarcó, sin contar la tripulación.

El 29 de abril se apoderaban de un cargamento de cueros, armas y zarzaparrilla en Monte Christi (isla de Santo Domingo). De allí pasaron a Puerto Rico, y más adelante volvieron a las costas de la Yaguana, saqueando y quemando pueblos y capturando navío. Sólo los daños ocasionados en uno de los puertos se evaluaban en más de 100.000 pesos.

Finalizada la excursión por América, los navíos franceses, bien repletos de mercaderías y satisfechos del pillaje, emprendieron el regreso en junio de 1553, dispuestos a terminar sus piraterías, haciendo una buena presa en las Islas Canarias. A mediados de julio de aquel año, tras larga navegación, la Armada Real francesa, al mando de Francois Le Clerc, se encontraba en aguas de Berbería, a la altura del cabo de Aguer, donde descubrió una flotilla genovesa que navegaba cargada de azúcar. Algunos de los navíos pudieron escapar de las garras del francés, regresando a Canarias, pero el mayor de todos, una enorme "carraca" de Génova, Le Francon, propiedad de un comerciante de aquella ribera llamado Centurión, fué capturada con todo su cargamento. Ello vino a aumentar las fuerzas del corsario francés, pues era superior en tonelaje a sus propios
galeones y estaba artillada con 30 magníficas piezas.

La flota enemiga derivó entonces hacia las islas, quizá en persecución de los navíos cargados de azúcar, presentándose en las costas de Fuerteventura, en uno de cuyos puertos solitarios buscaron abrigo los barcos normandos. El rumor público era el de que andaban a la caza de varias urcas flamencas surtas en el Puerto de la Luz, en Gran Canaria; así, pues, nadie se extrañó de ver aparecer cierto día a la armada francesa, com-
puesta de ocho navíos gruesos, dispuesta a forzar la entrada del puerto y desembarcar su gente. Descubiertos por la atalaya de las Isletas y dadas las señales de rebato, las compañías de la isla, con sus capitanes, se congregaron en la caleta de Santa Catalina al mando de Pedro Cerón, como su capitán general, y estando presente don Luís Serrano de Vigil, gobernador de la isla. Pero el fuerte viento reinante impidió el desembarco, pese a los continuados esfuerzos de las tropas francesas, que estuvieron debatiéndose contra los elementos durante diez o doce días. Al fin levaron anclas, dirigiéndose a Tenerife y desembarcaron sin oposición en las playas de Adeje, donde apenas pudieron pillar por hallarse aquella parte de la isla muy despoblada. Vueltos a embarcar, la flota se dirigió a Garachico, puerto de Tenerife, famoso entonces por su riqueza y activo comercio. aunque por causas ignoradas no se atrevieron los franceses a ofenderlo.

Entonces los navíos de "Pie de Palo" tomaron rumbo noroeste y se presentaron de improviso ante Santa Cruz de La Palma.

Era entonces esta ciudad muy rica y opulenta y el puerto preferido para el comercio con las Indias. Sus vinos y azúcares le habían dado singular fama y renombre, viéndose muy pronto poblada por ricos comerciantes de Flandes, de Portugal y de Francia, y su puerto concurridísimo de navíos flamencos y genoveses.

Sin embargo, la ciudad se encontraba indefensa, pues fuera de la pequeña torre de San Miguel, que protegía el desembarcadero del puerto, toda la costa se encontraba abierta aun posible desembarco, fácil de hacer por los extremos de la bahía. La ciudad, que veía en riesgo de ataque su bienestar y opulencia, se había ocupado más de una vez por atender a su fortificación, en especial desde que había sido publicada la guerra con Francia y se habían secuestrado los bienes de algunos comerciantes franceses de trato muy asiduo con la isla, cuyas represalias se temían.

En 1550, siendo teniente de gobernador el licenciado de Tenerife Yanes (en nombre de don Hernán Duque de Estrada, gobernador de Tenerife y La Palma el Cabildo de la isla se había preocupado de nombrar su mensajero en la corte al regidor de Gran Canaria don Alonso Pacheco, concediéndole plenos poderes el 1 de diciembre de dicho año para recabar del Príncipe la concesión de la artillería necesaria para la defensa de la ciudad capital. El mismo día se había hecho en Santa Cruz de La Palma pública información de los daños que causaban los corsarios enemigos, con objeto de que en la corte comprendiesen la necesidad perentoria de artillería que padecía la isla.

Pero pasaron dos años largos sin que mejorase la suerte de la ciudad y el peligro de sus moradores y sin otros cambios que el de sus autoridades, que lo eran En 1553, el gobernador de Tenerife y La Palma, licenciado Juan Ruiz de Miranda, y su representante el teniente de gobernador Licenciado Arguijo.

Ya hemos visto el miedo de un hombre de letras en Gran Canaria; de Francois Le Clerc se presentó ante la bahía de Santa Cruz de La Palma en son de guerra, disparando sus cañones. Los palmeros acudieron al puerto con sus armas, aunque confiados en que en el peor de los casos aquellos piratas iban a la captura de las urcas y carabelas cargadas de azúcar que habían buscado refugio en La Palma, huyendo desde el cabo de Aguer.

Pero cuál no sería la sorpresa de los defensores cuando vieron poblarse las lanchas de desembarco de una numerosa infantería cubierta con morrión y coselete y llevando como armas ofensivas arcabuces y picas. Las barcas, protegidas por los disparos de la flota y llevando como general a Jacques de Sores, sorprendieron a los canarios con una rara maniobra, que fue torcer su rumbo y, en lugar de enfilar el desembarcadero, donde estaban las fuerzas isleñas apostadas, dirigirse al extremo noreste de la población y barrio llamado del Cabo, en las proximidades de la ermita de Santa Catalina.

Veíase en la maniobra, como en la rapidez con que los franceses desembarcaron y penetraron en la ciudad, ocupando las alturas y puntos estratégicos, que un práctico y conocedor del terreno asesoraba al general Jacques de Sores en la operación. Este no era otro que un comerciante francés de nombre ignorado que había residido largos años en la ciudad.

Los franceses desembarcados, que eran unos 500 infantes 300 arcabuceros y 200 piqueros, apenas si encontraron resistencia por parte de los canarios. Desordenados y confusos, faltos de un jefe militar que les llevase a la lucha y gobernados por un letrado inexperto, el licenciado Arguijo (que sólo supo lamentar lo ocurrido y reconocer en Sores, con elogio, "que era un hombre muy valiente y diestro"), cada cual campeó por sus respetos, buscando en la fuga la salvación de su persona y bienes.

Con todo ello la evacuación, por lo precipitada, no pudo ser total, cautivando los franceses muchas familias de la primera nobleza de la isla.

En media hora Santa Cruz de La Palma había pasado de manos del Emperador a la de los soldados de Enrique II de Francia, mandados, al decir de las autoridades canarias, por Francisco Lerques "Pie de Palo". Sin embargo, éste no consintió jamás en descender a tierra, sino que desde su navío Le Claude dictaba las órdenes convenientes para el saqueo y destrucción de la ciudad.

Esta fue llevada a cabo por Sores con su pericia acostumbrada. No hubo casa que no sintiese la impronta de su garra, en especial las Casas de Dios, en las que pudo saciar, profanándolas, su odio a todo lo católico, como feroz hugonote que era. Pronto imponentes columnas de humo anunciaron a los moradores, que huían despavoridos, que la ciudad era destruída por el fuego en sus monumentos más notables. La iglesia parroquial de El Salvador, los conventos, ermitas, Casas Consistoriales, casa del Adelantado, archivos públicos y buen número de casas particulares fueron pasto de las llamas. Las pérdidas por incendio se evaluaron después de la evacuación en 300.000 ducados.

Los demás días los emplearon los soldados, como hurones, en registrar casa por casa, con objeto de que el pillaje aumentase sin descanso.

La riqueza de La Palma era proverbial entonces, y sus moradores apenas si pudieron cargar con alguna alhaja de valor; por ello no es de extrañar que el feroz saqueo se evaluase en la crecidísima suma de 500.000 ducados entre el valor del dinero, la plata y las joyas robadas.

Pasados los primeros momentos, en que la huída absorbió la voluntad de todos, Arguijo estableció su cuartel general en Tazacorte y envió apremiantes demandas de auxilio al gobernador de Tenerife, Miranda, sin decidirse por su parte, con los hombres que había reunido, al ataque, por falta de resolución, de un lado, y por los apremiantes ruegos de los familiares de los cautivos, temerosos de represalias, por otro. Así posponía a los intereses particulares los sagrados de la patria.

Mientras tanto, pasaban los días y los franceses seguían posesionados de la ciudad, con propósitos. de no abandonarla sino por un crecido rescate. Para obtener éste enviaron dos de los prisioneros canarios esigiendo 30.000 ducados por ella.

Ante la imposibilidad de reunir tan elevada suma, el licenciado Arguijo se limitó a no contestar a Sores; pero asediado por el regidor Pedro Sánchez de Estopiñán, cuya mujer e hijos se encontraban cautivos de los franceses, seguía en la más inexplicable de las inactividades. Un grupo de 1.000 hombres que se disponía en Tazacorte para iniciar el ataque a Santa Cruz de La Palma, fué detenido y obligado a dispersarse por el teniente hasta tanto que pudo ser liberada la familia de Estopiñán.

El rescate: se efectuó en vísperas del abandono de Santa Cruz por los franceses en 5.000 ducados, siendo puestos en libertad la mujer e hijos del regidor y veinte personas más de su casa.

El 30 de julio, convencido "Pie de Palo" de que había agotado las disponibilidades de la isla, decidió abandonarla. La soldadesca, ya que no al saqueo-por imposible-, se entregó por última vez a la destrucción, quemando la mayor parte de su caserío, para después embarcarse con rumbo desconocido, llevando cautivas a buen número de familias isleñas.

La tradición popular asegura que a la acción ofensiva de los isleños, en particular de los moradores de Garafía, se debió el precipitado embarque de los franceses, pues, acaudillados por Baltasar Martín, los hostilizaron sin tregua en la última jornada, obligándolos a abandonar la ciudad.

Así terminó el ataque de Francois Le Clerc a Santa Cruz de La Palma, uno de los episodios más tristes de la defensa militar de las Islas Canarias, que iba a hacer meditar a la Corona en lo necesario que se hacía un cambio en el gobierno político del Archipiélago.

Mas los sucesos de La Palma tuvieron su natural secuela. Las autoridades de las dos islas mayores se quejaron al Príncipe, en especial don Pedro Cerón del comportamiento del teniente de gobernador y de los regidores palmeros, y Felipe II ordenó que se hiciesen las oportunas averiguaciones. Don Juan López de Cepeda, nombrado, como veremos, nuevo gobernador de Tenerife y La Palma, se trasladó a la isla con tal fin en el verano de 1554, y aunque halló inculpados a buen número de regidores, capitanes y al teniente de gobernador, mostróse magnánimo con todos, admirado de la solicitud y buena voluntad que ponían ahora en la defensa de la tierra.

Pero sigamos los pasos de la flota francesa. Mientras Santa Cruz restañaba sus sangrantes heridas, "Pie de Palo" se dirigía a San Sebastián de La Gomera, dispuesto a repetir la cómoda incursión de la isla de La Palma. Pero los gomeros tuvieron una decisión y coraje que faltó a sus vecinos, y apenas la flota asomó por el puerto dispararon certeramente sus "pobres tirillos" con tal puntería que colocaron una bala en la capitana y obligaron a alejarse de allí a Le Clerc.

Entonces, contorneando la isla de  Tenerife por el oeste, apareció el corsario sobre la punta de Teno y Garachico (31 de Agosto) por segunda vez, sin atreverse a atacarlo, hasta que después de permanecer a la vista del puerto varios días, cambió de propósito, partiendo con rumbo norte, camino de la isla de la Madera.” (En: A. Rumeu de Armas, 1991)

1553 Enero 30.
Carta del Príncipe al Cabildo de Tenerife en que expresa que á causa de los navíos armados que tienen en la mar los franceses y de otros de los infieles para causar daños en los territorios de S.M. especialmente en estas islas, convenía en ellas estar prevenidos para lo que pudiera ofrecer acudiendo á socorrer á la isla de Canaria, si fuese atacada, ó á cualquiera otra comarcana en igual caso, en Madrid á 30 de Enero de 1553, folio 162.

1553 Mayo 26. El criollo Bartolomé Cairasco de Figueroa recibe su nombramiento como canónigo de la Catedral de Canarias, cuando tenía solamente quince años de edad. Su primera misa del rito de la secta católica la celebraría en Agaete en el año de 1572. Pero Cairasco pasó a nuestra historia colonial como poeta y escritor, autor de «Templo Militante», dedicado al príncipe de Asturias, y «Vida de Jesús», entre otras, y tradujo la «Jerusalen libertada», de Torcuato Tasso. Durante la invasión holandesa de Van der Doez, gestionó y logró que respetara el edificio de la Catedral, aunque fue saqueada. Numerosos edificios importantes fueron destruidos antes de que las milicias canarias lograran expulsarlos de la isla. Durante la alcaldía de Felipe Massieu, se encargó su busto en mármol de Carrara que se colocó en la plaza que lleva el nombre de Cairasco.

1553 Julio, durante el transcurso de la Campaña de Lorena entre Francia y España, un famoso corsario galo de nombre Sombreuil, conocido en las crónicas Españolas como  Pie de Palo, al frente de 11 buques y unos 500 hombres se dirigió hacia las costas Canarias.

La fama que había adquirido el Puerto de Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) por su comercio con América y los Puertos de Flandes, los ricos productos y el caudal de sus principales habitantes, atrajeron las miradas y el interés del atrevido Corsario. Un día del mes de Julio, fondeo su flotilla ante la ciudad, lanzo algunos cañonazos y desembarco sin oposición en aquellas playas por haber huido la población hacia las alturas cercanas y carecer la plaza de defensas adecuadas y aun de artillería.
Durante diez días "Pata de palo" asola y destruye cuanto encuentra a su paso. Se produjo la pérdida total de toda la documentación municipal y notarial que se había generado hasta ese momento, creando un gran vacío histórico. Escribe Rumeu: "pronto imponentes columnas de humo anunciaron a sus moradores que huían despavoridos, que la ciudad era destruida por el fuego en sus monumentos más notables. La iglesia parroquial de El Salvador, los conventos, ermitas, casas consistoriales, Casa del Adelantado, archivos públicos, y buen número de casas particulares fueron pasto de las llamas. Las pérdidas por el incendio se evaluaron después de la evacuación en 300.000 ducados".
Al día siguiente, recuperados los hawaras del pánico inicial, se reunieron en las alturas que rodeaban la capital las Milicias y de forma resuelta atacaron a los franceses aun ocupados en el saqueo de la población. No teniendo ya Pie de Palo mayor interés, dio la orden de retirada hacia sus barcos, no sin antes perder algunos hombres en el combate.

Este ataque hizo ver a la Corona de la metrópoli lo desprotegido que se hallaba el Tercer Puerto del Imperio en la colonia en volumen de comercio tras Amberes y Sevilla, sin una guarnición ni fortaleza importante que lo guardara. Al año siguiente llegaron a la Isla, arcabuces, alabardas y picas, junto con otros pertrechos y alguna artillería. Se estableció una guarnición fija de Milicias con 60 soldados y se concluyo la construcción del Baluarte de Santa Catalina, contribuyendo la corona española con la mitad de los gastos presupuestados. Asimismo se anularon las contribuciones durante 10 años para con su importe reedificar las Casas del Cabildo y otros edificios principales.

Los años que siguieron, si bien no se produjeron grandes ataques, si fue constante el apresamiento de naves o la interrupción del tráfico marítimo. Los Hugonotes de la Rochela sobre todo, acudían a las costas Canarias con la esperanza de apresar a los barcos que con ricos cargamentos provenían del Golfo de Méjico rumbo a Cádiz o Sevilla.

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