domingo, 7 de abril de 2013

CAPITULO XXVIII




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS


ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI


DECADA 1541-1550

CAPITULO XXVIII




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen


1547. Pedro Interían, colono invasor, genovés establecido en Chinech (Tenerife). Al principio le llamaban Pedro Italian. Fue Regidor. Otorgó testamento, ante Juan de Anchieta. Declara en su testamento que, por cuanto él es hombre muy ocupado en su azienda e ingenio que tiene en las partes de Daute y no puede estar y residir en esta ciudad (La Laguna) a su oficio de regimiento y es ombre enfermo, renuncia en su hijo, Agustín Interián. Reconoce que «tuve aceso carnal con Isabel Díaz, hija de Fernando Antones, natural de La Gomera, y parió un niño llamado Jacomo y tengo sospecha que es mi hijo, y su madre así lo a dicho».

1547.
Nace en winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria), el criollo de ascendencia portuguesa y fiscal del Santo Oficio don José de Armas, era hijo del capitán Baltasar de Armas y de Margarita Martín y nieto del lusitano Pedro Dias Coutinho y de su esposa, Leonor de Armas.

Cursó sus estudios, en unión de su hermano Bernardjno, en la Univelrsidad de Sigüenza. Muy joven en- 1573-fué designado fiscal del santo Oficio, cargo que desempeñó sin interrupción hasta su muerte, sobrevenida en 1598. Fué además canónigo de la catedral de Santa Ana, en cuyo seno ejerció las dignidades de doctoral (titulo despachado por Felipe II el 19 de septiembre de 1587) y provisor (por designación del obispo, el 7 de septiembre de 1592).

Hermanos suyos fueron Baltasar de Armas, regidor de Gran Canaria, capitán de sus milicias y familiar del Santo Oficio; Bernardino de Armas, consultor y abogado del Santo Oficio, y fray Gaspar de Armas, comisario del mismo Tribunal en Santa Cruz de La Palma. No hay que confundir a este último con su tío el canónigo y arcediano de Fuerteventura Juan Gaspar de Armas.

En cuanto al fiscal, contrasta la severidad inflexible y rígida de sus acusaciones con las deshonestidades y escándalos de su vida privada.

(A. H. N.: lnquisición. Pruebas de limpieza del fuscal don José de Armas. lbid., legajo 1.832. Cuadernos de las visitas del doctor Bravo de Zayas y de don Claudio de la Cueva. Años 1574 y 1597. M. C.: Inquisición. CXV-41. Pruebas de limpieza de Baltasar de Armas y de su esposa, Isabel de Rojas. Año 1575.)


1547 Febrero 20.

Llegan  Chinech (Tenerife) las primeras monjas de la secta católica de Santa Clara según recoje el  criollo y sacerdote de dicha   secta José de Viera y Clavijo:

“Hemos visto hasta aquí las fundaciones y progresos de tres familias de religiosos mendicantes en las Canarias; veamos ahora las de los monasterios de religiosas, con la misma individualidad y orden cronológico.

Desde que la población de nuestras islas fue creciendo y se echó de ver que había muchas "doncellas y dueñas" (como decía el ayuntamiento de Tenerife) que deseaban
hacerse religiosas y servir a Dios en clausura, se discurrieron todos los medios que parecieron oportunos para establecer en la ciudad de La Laguna, o en otro pueblo, un monasterio adonde pudiesen acudir a sacrificarse todas las señoras comarcanas y de donde, como de un plantel, saliesen con el tiempo las fundadoras de otros nuevos conventos. No dejaba de ser ardua la empresa para ejecutada de pronto, por la falta de arbitrios; pero el ayuntamiento, que lo había tomado con empeño, no omitió ninguno. Ya en 1524 había pensado que el sitio señalado en la plaza del Adelantado para convento de religiosos dominicos se destinase para monasterio de monjas de la misma orden. Ya en 1530 quiso que los padres agustinos cediesen el suyo del Espíritu Santo para el mismo fin. Ya en 1540 se trató, con el custodio y religiosos de San Francisco, sobre que franqueasen el de San Lorenzo de La Orotava, por ser paraje donde con menos gastos y más comodidad se podría plantificar la fundación.

No dejaron los franciscanos de dar oídos a la propuesta y, obtenida la necesaria facultad del ministro general de su orden, comisionó el ayuntamiento en 10 de mayo del mismo año a los regidores Antonio Joven, Lorenzo de Palenzuela, Alonso de Llarena y Pedro de Ponte y al licenciado Alzola, jurado, para que concluyesen con el custodio y frailes el concierto más ventajoso, bien que sin comprometer en nada los propios de la isla.

Pero parece que, al tiempo de negociar estos tratados, se hubo de alterar el primer pensamiento, pues, en lugar del convento de La Orotava, no cedieron los frailes en 1545 sino el de San Miguel de las Victorias de La Laguna, con la condición de que la ciudad les daría el hospital de San Sebastián para convento suyo, cuyas rentas disfrutarían las monjas en el de San Miguel, obligándose a recibir sin dote dos señoras que la ciudad perpetuamente señalase. Impetróse un breve del legado apostólico para validar y confirmar este ajuste, que el mismo custodio de San Francisco presentó en la sala capitular el día 10 de mayo de 1546, quedando religiosos y regidores de acuerdo sobre la ejecución del plan de fundación proyectado.

Entre tanto, había muerto en Sevilla el comendador Alonso Fernández de Lugo, hijo de Bartolomé Benítez, quien, dejando por su testamento dos mil doblas de plata para este monasterio de monjas de Santa Clara, que cobró como apoderado del ayuntamiento el regidor Pedro de Ponte, se aceleraron todos los pasos al deseado fin y
se ejecutaron las obras de albañilería que había que hacer, con intervención del mismo custodio fray Pedro de Sevilla, quien se embarcó a España en busca de las religiosas fundadoras, que llegaron a Tenerife el día 20 de febrero del año siguiente de 1547, costeándolas el ayuntamiento.

Eran estas señoras moradoras del monasterio de San Antonio de Baeza, y se llamaban: doña Juana de la Cruz de Lama, abadesa, doña Catalina de Jesús Lama, su hermana, doña María Aguado, doña Leonor de Santa María de Torres, a las cuales parece que se agregaron otras seis del monasterio de Regina de Sanlúcar de Barrameda, y entre éstas Ana de San Gabriel y Francisca de San Miguel de Lugo, hijas de Fernando de Lugo y de Francisca de Lugo, que lo era de Pedro de Vergara. Erigido, pues, el nuevo monasterio de Santa Clara de La Laguna, las primeras criollas que abrazaron el instituto fueron doña Clara de Santa María y doña Beatriz de San Agustín, hijas de Rodrigo Núñez de la Peña y de Beatriz de Lepe, y doña Inés de San Antonio, hija de Diego González de Gallegos, a quienes imitaron sucesivamente otras señoritas de Tenerife y de Canaria.

Residían las religiosas muy contentas en el convento de San Miguel de las Victorias, mientras los padres franciscanos, a cuya filiación se habían desde luego sometido, parece que no lo estaban mucho en el suyo de San Sebastián, pues desde el año de 1572, habiendo alegado que el padre custodio de aquel tiempo no había podido hacer un ajuste tan en menoscabo del orden, ni menos el ayuntamiento trastornar las caritativas inten- ciones del fundador del hospital, Pedro de Villera, reclamaron la escritura que se otorgó, y pusieron una demanda contra la clausura de las monjas, para que les restituyesen el monasterio. A este fin, alcanzaron ciertas letras en forma de breve del cardenal legado, que residía en España, cometidas al cabildo eclesiástico de Canaria, las cuales fueron notificadas en octubre del año referido, advirtiendo a las religiosas que dentro de dos o tres años les habían de dejar libre el convento, y que en el ínterin procurasen fabricar casa con sus rentas.

Temerosas la mojas de una expulsión de parte de sus directores, e imposibilitadas por el mismo voto clausura de poder practicar el de obediencia,  no hubieran sabido qué hacerse, si no las hubiese sacado generosamente del apuro doña Olaya Ponte del Castillo, viuda del doctor Juan Piesco Nisardo, regidor, natural de Niza. Esta garbosa señora se obligó en 1575 a fabricarles la iglesia y el convento, sin otro premio que el
del honor del patronato, la complacencia de hacer bien y de darlas tres hijas suyas para que profesasen. Pero como con semejante mudanza debía cesar la obligación de dotar dos monjas, pues el hospital de San Sebastián quedaba libre, hicieron una representación a la ciudad, solicitando indemnización por aquel gravamen; y con efecto se señalaron al monasterio dos suertes de tierras, cada una de ocho fanegas de sembradura, de las que debía ser usufructuario por diez años.

El día 21 de diciembre de 1577 dejaron las monjas a los frailes el convento de San Miguel de las Victorias, y en solemne procesión se pasaron a su nuevo monasterio dé San Juan Bautista, que de día en día fue en aumento, no sólo por lo que mira a rentas y habitación, sino también a comunidad, pues en tiempo de nuestro cronista Peña sustentaba ciento y cincuenta monjas. Mas por una de aquellas terribles desgracias que se han visto bastantemente repetidas en los conventos de nuestras islas, aconteció la noche del 2 de junio de 1697, domingo de la Santísima Trinidad, un incendio tan rápido, que en pocos minutos redujo a canizas la iglesia, sin que se pudiese salvar ni aun lo más sagrado del culto. Las religiosas se depositaron en el monasterio de Santa Catalina de Sena de la misma ciudad, donde estuvieron hasta septiembre de aquel año y aunque inmediatamente se emprendió la reedificación, no hay duda que estos gastos minoraron el fondo de las rentas. Concluyóse la iglesia en marzo de 1700. [...]” (Viera y Clavijo, 1991)

1547 Julio 27.

Muere en las costas del continente el colono Pedro Fernández de Saavedra, yerno y sucesor de Sancho de Herrera, siguiendo el ejemplo de sus antepasados,  continuó aquellas mismas, entradas piráticas y esclavistas en el continente con tanto mas tesón cuanto que obedecia, al hacerlo, a una orden del Emperador de la merópoli, que en 1544 le anunciaba que, habiendo llegado a su noticia la llegada de algunas flotas o embarcaciones menores a ciertos puntos del continente , le mandaba que con gente de sus estados y la que se pudiera reclutar en Tamaránt (Canaria) y demás islas, saliese a reconocer aquellas costas y si encontrase las dichas flotas las quemara, especiahnente las que hallase en las aguas de Tafilet.

Esta orden, que tanto halagaba su vanidad, sus piráticas, esclavistas y guerreras aficiones, se vio inmediatamente; cumplida. En la primavera de 1545, teniendo ya  preparada y provista de buen armamento una flotilla que había reunido en Titoreygatra (Lanzarote), salió con ella del puerto de Arrecife y principió a recorrer con ella todas las ensenadas, golfos y radas del litoral fronterizo con ánimo de saqueo. Por último, y resuelto a hacer un desembaco aprovechándose del excelente espíritu de sus mercenarios, puso su gente en tierra por el sitio que llaman Tafetán, adelantándose luego hasta la población más cercana, marchando en buen orden y con las mayores precauciones.

Los mazigios, que estaban a la sazón apacentando sus ganados, al saber aquella inesperada invasión del pirata corrieron a las armas y, furiosos con la noticia de haber sido rapatdos de los cristianos la mujer, hijos y familia del alcaide o jefe de la comarca, se revolvieron contra los invasores a tiempo que se embarcaban ya en las últimas lanchas.

En este encuentro se batieron unos y otros con gran encarnizamiento, los colonos canarios por conservar su presa de esclavos y los mazigios por rescatarla. El pirata Saavedra animaba a los suyos con su presencia y la energía con que manejaba sus ar-mas, sin querer ponerse a salvo mientras sus mercenarios corriesen algún peligro.

Entonces, atacado por un grupo enemigo que lo reconocía fácilmente por el color de sus vestidos, fue herido mortalmente con un dardo, cayendo junto a sus  correligionarios oficiales Pablo Mateo Sanabria, Martín de Castro, Juan Verde de Béthencourt, Sancho
Díaz y otros que no le habían querido abandonar. Las naves, después de recoger las lanchas que habían quedado en tierra, abandonaron aquellas funestas playas abandonando el preciando un botín obtenido con la pérdida de tantos aventureros criollos y colonos isleños.

Quedaba por único heredero del estado de Titoreygatra (Lanzarote) un niño criollo de corta edad, llamado  Agustín, que el diez de agosto de aquel año recibía de sus vasallos el juramento de fidelidad prestado en presencia de su madre y tutora doña Constanza de Sarmiento.

Constanza Sarmiento sólo sobrevivió cuatro años a su esposo, hallándose desde 1549
el joven heredero en poder de su abuela doña Catalina Da-Fía.

Por este tiempo gobernaba la isla de Erbania (Fuerteventura) Gonzalo Arias de Saavedra, quien, animado del mismo ardor depredatorio y bélico de sus padres y a pesar del fin que tuvo su primo, continuó sus entradas en esclavistas en el continente, a las que bien pronto se asoció el joven don Agustín desde que tomó posesión de sus estados coloniales. Pero no fue sólo en el terreno pirático donde la emulación de estos dos colonos se manifestó ; también en el jurídico quisieron esgrimir sus armas, entablando largos y costosos litigios sobre deslinde de jurisdicciones y especialmente en la recolección de orchillas, cobranza de rentas y productos y actos de vasallaje de una y otra isla.

Estas querellas, continuamente repetidas, alteraron la amistad de ambas familias de colonos sembrando entre sí la desconfianza y el odio e inspirándoles un vivo deseo de vengar sus mutuos agravios.

La animosidad se fue desarrollando con la adquisición que hizo don Agustín de los dozavos que ostentaba el conde de Portalegre y su sobrina doña Sancha de Herrera, de modo que, creciendo sus pretensiones con este aumento de fortuna, quiso imponer su voluntad a todos los que le rodeaban y especialmente a los colonos señores de Erbania (Fuerteventura), que no perdían ocasión de despreciar su autoridad.

Vino a fomentar esta triste lucha el título de conde que don Agustín obtuvo del rey de la metrópoli Felipe II en 7 de septiembre de 1567, al que añadió, algunos años después, el de marqués, colocándole así a una altura sobre los demás criollos del Archipiélago que nadie se atrevió desde entonces a alcanzar.

1547 Noviembre 7.
Se acordó en el Cabildo que los Regidores fuesen a Santa Cruz para estudiar el mejor emplazamiento de una Torre «á modo de baluarte». El 26 siguiente se discutió el caso sobre el terreno, acordándose llamar al Maestro de Cantería de las Fortalezas de Gran Canaria, para que se trasladase a La Laguna a objeto de hacer los planos; el 18 de Enero de 1548 nombró el Cabildo, Veedor de estas obras a Diego Díaz, Alcalde de Santa Cruz. Su situación debió ser próxima a la anterior para proteger con sus fuegos la caleta de Blas Díaz, en cuyo flanco derecho estaba situado el baluarte que defendía el rudimentario muelle que como se ha visto, consistía en un muro alto mitad de madera y mitad de cantería, que asomaba al mar cerca de la playa de las Carnicerías

Para este baluarte concedió S.M. en 1549 dos cañones, y dos años después, seis falconetes y pólvora.

Por esa misma época se construyó una muralla o cerca en los alrededores de la caleta que iba desde la ermita de Nuestra Señora de la Consolación hasta el citado baluarte. . (José María Pinto de la Rosa, 1996)





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